sábado, 10 de junho de 2023

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Reina María Rodríguez: el vacío de lo que pudimos hacer o decir

 


En la arena de Padua, fue la obra ganadora del Premio Plural en México, en 1991, pero ya el poemario Para un cordero blanco había ganado el Premio Casa de las Américas en 1984, y con ambos libros de poesía, la cubana Reina María Rodríguez se erigía como una de las voces más atractivas y relevantes de su generación, esa que conoció en la niñez y en la adolescencia la euforia de la Revolución Cubana y en su juventud vivió la mirada del mundo en la esperanza de un cambio social y cultural, pero luego vieron también el derrumbe del Muro de Berlín, la caída de la Unión Soviética, el abandono de los barcos rusos y el bloqueo estadounidense que impuso el eufemístico “Periodo Especial”, para referirse al desabasto y la deseseperación de los cubanos en la isla, que iniciaron así la diáspora, a menudo a costa de sus vidas. Reina María, como algunos otros brillantes autores se quedaron en la isla, y desde allí muestran su talento y su porfía en la escritura.

 

JAL | Reina, vamos del presente hacia atrás. Uno podría pensar que te has acostumbrado ya a los premios y reconocimientos a tu obra, además de los dos Casa de las Américas que tienes en tu haber, en el 2013 fuiste distinguida con El Premio Nacional de Literatura 2013, y después, en el 2014, con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Hiciste entonces, en tus palabras de agradecimiento en Cuba, la pregunta ¿Habrá algo más literario que la vida? Me gustaría que ensayaras una respuesta con otra pregunta mía ¿Ves la poesía como literatura?

 

RMR | No hago esa distinción de géneros –aunque pique en versos los poemas no existe esa diferencia para mí– y no me gusta llamar “prosa poética” a las formas breves en prosa que uso mucho, porque para mi todo está junto, moviéndose, en un continuum. La literatura es la mejor manera, la preferida casi puedo decir que tengo, de acercarme a la vida, de no vivirla más que cuando la vivo en ella, a través de ella, que es la forma de vivirla dos veces como digo en un poema: “dos veces son el mínimo de vida de ser”. Por eso siempre me cuestiono, si hay algo más literario que la vida.

 

JAL | Reconoces en la imperfección una forma de la belleza, del lenguaje como resistencia, de lenguaje como defensa de la realidad, pero también como motivo de la inconformidad estética y quizás hasta ética. ¿Sientes que la visibilidad de tu poesía te hace más o menos inconforme, más o menos doméstica?

 

RMR | El error ha sido una herramienta que he usado conscientemente de acuerdo a mis límites. La belleza no tiene que ser perfecta ni jugar todo el tiempo con el canon que nos dieron. Recuerdo la frase de André Breton en Nadja: “erótica velada, mágica y circunstancial la belleza será convulsiva o no será”. La fealdad, lo torcido, lo roto, lo incompleto, puede tener su belleza e intrigarnos más que la perfección por su rareza, por su misterio. En cuanto a la visibilidad –el tránsito en forma de secuencias entre la vida y el libro, o la “escribidera” – crea un lugar que me da calma–. Ahí es donde siempre quiero estar: el lugar de una espera como he dicho ya en un poema.

 

JAL | Pero también queda en el aire, en esta etapa de tu vida y de tu trayectoria lírica y literaria, la pregunta: ¿Qué es lo que conscientemente no se pudo cambiar, no se pudo decir, no se pudo hacer?

 

RMR | Sobre la lírica, es una de mis impotencias: no poder saltar sobre ella! cada mañana siento esa impotencia, esa formación de un lirismo que me acorrala y que no me deja salir de ahí, tal vez, porque siempre quise ser otra, la que no puedo ni he podido ser! alcanzar mis límites, sobrevolarlos: tener estructuras que no se conviertan en madejas, en “burumbas” como les llamo a mis recovecos mentales, a mis artificios y embrollos de lenguajes: odio lo alegórico para decir lo que no puedo decir, como sustitución o como contrapartida a la imagen limpia, serena y profunda a la vez, transparente, que otros poetas logran. Por otra parte, y conociendo cada vez más las limitantes del lenguaje que puedo recibir, agarrar y conservar en mí, sé que todo es cuestión de nutrientes almacenados, de graderías, pues sé que todo se formó en un momento dado, llámese infancia o experiencia y que se petrificó después como una piedra que no puede fluir en su rio y se enquistó, por eso quiero o trato de dar un paseo en barco por ese rio, y vislumbrar un campo, un espacio, un agua donde colocar un cuerpo y un anzuelo que no entra y aceptarlo como lo que no puedo a estas alturas casi hacer sin volver ya de allí, de lo mismo: del lirismo. Estoy agotada del lirismo que es, a la vez, mi tablita de salvación.

 

JAL | Después de Orígenes y los grandes narradores como Carpentier, Reinaldo Arenas, Cabrera Infante, o figuras excelentísimas actuales como Leonardo Padura en la narrativa, ¿Cuál es la situación de tu generación y los más jóvenes en el horizonte lírico de los cubanos dentro y fuera?

 

RMR | Para esa pregunta ¡hay mucha tela por donde cortar! Escribí un texto sobre esas tres generaciones porque son las menos reconocidas y porque son mis amigos a los que también pude conocer: desde los 80, hasta los que fueron engendrados en los 70, cuando hubo tanta parametración y censura. Te dejo nombres: Angel Escobar, Carlos Augusto Alfonso, Juan Carlos Flores, Ricardo Alberto Pérez, Damaris Calderón, Alexandra Molina, Javier Marimón, Óscar Cruz, José Ramón Sánchez, Ramón Hondal, Legna Rodríguez, Jamila Medina, Ibrahim Hernández, todos con voces y poéticas muy diferentes. No hay tiempo aún para establecer esa comparación, pero la habrá, creo.


Sobre los más jóvenes, los poetas de los años 2000, son más cínicos, más sueltos y desinhibidos, más duros, más tercos y reacios a compromisos, menos ceremoniales, menos justificativos, y a la vez, más dúctiles, nosotros, en los 80, queríamos afirmar algo, confesarnos, explicar, luchar contra un complejo de culpa de ser íntimos, personales y creíamos, al menos así creía yo, que la sinceridad era también un valor literario, ya no.

 

JAL | Algunos críticos te presentan como una poeta confesional, y ello me hace pensar en una poeta como Carilda Oliver, mientras que otros como José Kózer te acercan más a los terrenos del lenguaje, que además tú misma señalas cómo el único refugio de sobrevivencia y de resistencia. ¿Cuáles son tus reflexiones al respecto?

 

RMR | Si pudiera cambiar algo, serían las estructuras del pensamiento con las que pude ver, hasta donde pude ver, viciadas por el romanticismo, los simbolismos, todo lo que me llena de fanfarrea para esconder, lo real y embarajar lo que siento. Creo que, aunque fui muy confesional, nunca llegue a ser tan alegre o desinhibida como Carilda, porque ¡me faltó cuerpo y humor para eso! y no me quejo, pero me he sentido más cercana a poetas del lenguaje, al menos a esa costa del lenguaje –¿neobarrocos?– a la que he querido pertenecer: Lorenzo García Vega, José Kozer, los poetas antologados en Medusario.

 Quería ser bicéfala, yuxtapuesta; con una parte que quería conversar y otra que pretendía pensar: dulce y salada a la vez. Abolir también, a partir del poema como centro, un gran complejo de culpa que heredamos.

La gente de mi barrio (1975), Cuando una mujer no duerme (1982) y Para un cordero blanco (1984), los ve la crítica de tu país como el anuncio del fin de la hegemonía de la poesía conversacional y de lo nacional revolucionario. ¿Qué identifica y que diferencia a cada uno de estos poemarios?

Con el tiempo –y un ganchito– como dice mi madre, me volví más crítica, obtuve maldad y desacredité muchas normas que en otro momento de mi formación casi “de monja”; sí, estuve en una escuela de monjas en mi niñez. Lucho contra los nacionalismos, las ortodoxias, al menos es mi deseo, y no acepto más que el poder del lenguaje y del “yo” en el uso doméstico casi del lenguaje de mi escogencia.

 Quería salir también de la oclusión de ser “una mujer que grita” como ya he dicho, y tratar de ser, ante todo, una persona. Por eso, en el tiempo, veo En la arena de Padua como el primero libro donde estas propuestas se juntan y donde escribo prosa por primera vez, para intentar romper o abrir la forma del texto y porque mi mayor deseo, era ser novelista, prosista, cosa que considero lo más difícil de enfrentar y de lograr. Un imposible para mí.

 

JAL | El llamado Periodo Especial de Cuba, que fue particularmente asfixiante para la sociedad en su conjunto motivó a muchos cubanos a buscar salidas a otros países, no sólo del tipo de los llamados Marielitos, sino de muchos intelectuales. ¿Qué te ha hecho quedarte en la isla?

 

RMR | Otro dique”: “Y navegar / hacia un puerto / donde las Ítacas / no vuelvan a confundirme / y su persecución / termine.”

El salitre, la luz, un gato, las escaleras, los aleros, el escaparate, las plantas que tienen mucho tiempo viviendo conmigo en la azotea, mi familia –algunos hijos adentro, otros afuera–, y los amigos que, en su mayoría, ya no están. Aquí o allá es también: ni aquí, ni allá es en una frase que retoma el filósofo francés George Didi-Huberman de Henri Michaux y que ha dado pie al libro inédito: ¿Dónde “aquí”? ¿Dónde “allá”? Didi Huberman habla, de “una amplia redistribución de la sensibilidad” en: “decenas de aquí en decenas de allá”.

 

JAL | Veo que a menudo refieres el oficio de costurera de tu madre y seguro atraída por esa imagen de la infancia has escrito poemas como “El éxito”: Si volviera a nacer / a tener una hija y una madre / pediría que fueran ustedes. / Les diría lo que no está explicado / en la explicación / frente a la puerta de salida / donde uno no sabe ni dice / cuánto puede dar / ni merecer.” Obras como El libro de las clientas, ¿ves la poesía como un oficio de confección y remiendo? Y por cierto, ¿tu padre también era sastre?

 


RMR | Mi padre fue “experto nacional” de ajedrez y estaba propuesto para campeón nacional cuando murió, muy joven, a los 50 años. También pintaba y tenía una letra que heredé. Mi madre, modista, cosió muchos cuerpos difíciles y ahora creo, que verla prender alfileres entallando aquellas telas, sus colores, los retazos desprendidos, las bocamangas, me dieron su lenguaje, al menos, esa es mi manera de intentar comprender el cómo y el porqué, o la justificación para ambos amoldar la carne, pretender la hechura en homenaje a la artista que ha sido y por lo que le debo escribí “ El libro de las clientas” que acaba de publicarse en España, en la editorial Amargod y que tuvo en LH su primera edición.

 

JAL | Tu labor como editora ¿sería de alguna manera una símil con ese oficio de medir, diseñar, coser, pegar, ajustar defectos con la habilidad del artesano?

 

RMR | Mi utopía fue hacer cuadernos, no libros. Jugaba con papelitos de colores brillantes y los armaba buscando una textura, un corte. Y hubiera querido tener una impresora antigua y hacer en ella los libros. No obstante, he podido hacer una colección de libros bilingües –bicefala también– que se llama “Torre de Letras” y que ha publicado poesía y traducción hace quince años en LH.

 

JAL | El poeta argentino Jorge Boccanera recuerda la barbería de su abuelo y conserva el sillón del peluquero en su casa. ¿Qué conservas de esas atmósferas de labor materna y paterna?

 

RMR | El sonido de mi madre al pedalear en su máquina Singer, y los nombres de las clientas que pasaron por aquella pasarela que fue mi casa, a veces, me traen recuerdos todavía, cuando hacen sus desfiles de modas intentando regresar de donde están. Siento las telas, sus frufrus: sedas, crepes, organzas, linos; las hazañas de los dibujos en ellas que fueron historias, sus historias, sus vidas. Perdí muchas historias que regresan ahora en las noches de desvelo y aparecen algunas en El libro de las clientas, ¡ojalá! pudiera contarlas.

 

JAL | Y la lectura ¿cómo fue el descubrimiento de su fuerza, de su poder, de su capacidad de transformación y de creación?

 

RMR | La lectura lo es todo! Nutrientes y manera de renovación constante al convivir con tantos autores y personajes. Siempre los vi como amigos -a los autores-, allí en los anaqueles donde están, conviviendo en esos espacios que no permiten lo vacío, lo ausente. Intentar ver, lo que ellos alcanzaron a ver, a sabiendas, de la imposibilidad de lograrlo: un reto. Admirarlos, quererlos, tramar. Un autor tiene conmigo, la mayor fidelidad, la amistad verdadera, por eso, vuelvo a ellos, insaciable. Cuando creo que los pasos se cierran, la lectura me abre caminos insospechados y un libro me salva. Cuando pienso que ya conocía todo, aparece un nuevo autor con su libro, y me sorprende, motivándome a conocer más sobre él, su vida y su obra. Nunca puedo separar una vida de lo que logro, por eso me gustan las biografías tanto.

 

JAL | Cuando iniciaste ese diario en tu adolescencia ¿pensaste en su destino, en su sentido más allá de lo personal y lo secreto?

 


RMR | Tiene que ver con sentir de nuevo y otra vez, lo que ocurre: dejarlo detenido. Es una especie de detención del tiempo con su recordatorio. No tengo un diario literario, ¡ojalá! hubiera podido hacerlo, solo lo escribo todo, lo que sucede y lo que ve a suceder, lo que he leído, lo que he visto, lo que deseo, y ahi van junto a los poemas a mano, las cuentas, los problemas, todo en libreticas que llamo de lavandería (como los chinos que tenían lavanderías en la calle Virtudes cerca de mi casa anotaban los pedidos, como mi madre anotaba las medidas y los precios de sus vestidos). Lo hago más por el presente que se va que por un después que no existe. Con esos diarios desde los trece años, quise marcar un territorio como los gatos. Reafirmar un paso intrascendente por la acera. Creo que existo, porque pongo la mano encima del papel y es lo único que me permito tocar, manosear ya.

 

JAL | Antonio Gamoneda afirma que la poesía es una forma irregular, anormal, del lenguaje o del habla, del decir ¿cómo sucede en ti?

 

RMR | No creo que sea una forma irregular para mí. Es la única manera en la que siento y donde convergen muchas formas del lenguaje, desde el más cotidiano, hasta el que pretende salir de esas casillas y hacer la diferencia con lo aparentemente más real: más lírica, más simbólica, mas conversacional, mas entreverada, convertida en paréntesis o en plecas, quisiera ser esa gradería que proviene de todas las voces que me armaron a lo largo del tiempo sin escoger ser alguna: las voces que hubiera querido ser y tener. Si es irregular ese lenguaje es solo por los desniveles provocados por la angustia de la búsqueda de perfección y la idea - imposible, creo- de emparejarlos, de equilibrarlos, que solo puede lograr un ritmo. En el ritmo chocan todos los tropiezos, los desniveles y se avanza al cavar, cavar, hasta donde se pueda y no hay suelo ni papel que sean lisos ni perfectos.

 

JAL | Por último, veo que insistes mucho en que la poesía nos conduce más hacia lo que no se dijo y hacia lo que no se hizo, lo que no fue explícito emocionalmente hablando ¿La poesía te reveló esos espacios cuando la descubriste? ¿silencios tal vez donde aún no existían palabras?

 

RMR | Lamento mi incapacidad para los silencios, que tantos autores a los que admiro, logran. Podría ser que lo explícito fuera también eso: el relleno de un hueco profundo, el vacío de lo que pudimos hacer o decir.

 

 


 


REINA MARÍA RODRÍGUEZ (Cuba, 1952). Estudió Licenciatura en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de la Habana y Museología en el Museo de Bellas Artes. Ha publicado los siguientes libros de poesía: La gente de mi barrio (Premio de la Universidad de la Habana en su concurso “13 de Marzo”), 1976; Cuando una mujer no duerme (Premio de la UNEAC, “Julián del Casal”), 1980; Para un cordero blanco (Premio de la Casa de las Américas 1984); En la arena de Padua (Premio de la revista “Plural” de México en 1991 y premio de la crítica cubana, 1992); Páramos (Premio “Julián del Casal”, 1993 y Premio de la Crítica Cubana 1995); Poemas, plaquettes del Café Central de Barcelona, 1995; Tiempo de temblar bajo los árboles, Buenos Aires, 2003; La foto del invernadero (Premio de la Casa de las Américas 1998, Premio de la Crítica Cubana 2000), y Alabama Press (bilingüe, traducido al inglés por Kristin Dystrak), 2013. Como un extraño pájaro que viene del sur, antología personal (Traducido al francés por Henri Deluy), editorial Fourbit, París, Francia 1998. Prosa: Travelling (De relatos), editorial Letras Cubanas, 1995 (actualmente en proceso de edición en la editorial Rialta, México); Te daré de comer como a los pájaros, Letras Cubanas 2000 (Premio de la Crítica Cubana 2001); Otras cartas a Milena, Contemporáneos Unión, 2004. Obtuvo la Distinción por la Cultura Nacional, 1988; La Orden de Artes y Letras de Francia”, con grado de Caballero, 1999; la”Medalla Alejo Carpentier”, de la literatura cubana, 2002; “Maestro de juventudes”, 2011; Premio Nacional de Literatura, La Habana, 2013; Premio Pablo Neruda, Chile, 2014; Premio de la Feria del libro de Antofagasta, 2017; Realiza desde el 2001, el proyecto alternativo Torre de Letras con una colección de libros bilingües en cinco lenguas: inglés, alemán, francés, italiano y portugués con sesenta autores publicados.
 

 

 


JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1956). Poeta, narrador, periodista, editor y promotor cultural. Fundador y director de la editorial y la revista literaria La Otra. Responsable de Publicaciones de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Ha publicado más de 25 libros de poesía, narrativa, divulgación de la ciencia, periodismo y ensayo. Sus obras más recientes son Voz que madura, entrevistas a poetas iberoamericanos (tres volúmenes), BUAP, 2018; Luz y cenizas, FOEM, 2019, Enrique Arturo Diemecke. Biografía con música de Mahler, 2020, Exorbitant, Francia, 2020 y Anacrónicas, FCE 2021. Libros suyos han sido traducidos íntegros al francés, italiano, serbio, polaco y parcialmente al sueco, portugués, inglés y al rumano.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 231 | junho de 2023

Artista convidado: José Ángel Leyva (México, 1956)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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