sábado, 10 de junho de 2023

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Rodolfo Hinostroza: La poesía habla al corazón de los muertos

 


Rodolfo Hinostroza (Lima, Perú, 1941), poeta en primer lugar, narrador, dramaturgo, periodista, gastrónomo, astrólogo, y muchas cosas más que los lectores y yo desconocemos, ha erigido una obra multifacética que se nutre de los viajes, de sus estudios de medicina y literatura inglesa (en la Habana, durante la crisis de los misiles), de la historia, de su conflicto existencial y psicológico sometido a las dinámicas del análisis freudiano, de las rupturas ideológicas y convencionales, de la vida y, como él lo dice en su poesía que habla con los latidos de los muertos. Dos libros de poesía (de intensa gestualidad culterana y experimental) le bastaron para convertirse en una de las figuras referenciales de su país: Consejero del Lobo y Contranatura, poemario éste que le mereció el premio Maldoror, 1971, otorgado por Barral Editores de Barcelona, o como lo dice atinadamente la solapa de la edición hecha por Fondo Editorial, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2002, “Maldolor”. Maravillosa errata o afortunada intención para desvelar la maligna desazón que embargan las líneas de esa obra, la de Lautremont-Ducasse y la de Hinostroza.

Entre sus libros también se cuentan las novelas Aprendizaje de la limpieza (1978), Fata Morgana (1994), uno de relatos Cuentos de extremo Occidente (2002), y dos de teatro: Apocalipsis de una noche de verano (1986) y Cuadrando el círculo (1997). La primera de las obras citadas figura como una incursión interesante y audaz por parte de un escritor que revela sin ambages el proceso de psicoanálisis al que se somete durante años, en un periplo que va de Lima a París. Un auténtico Aprendizaje de recuperación de la memoria y de inmersión en las profundidades del inconsciente, también del encuentro con los significados y los sistemas simbólicos que develan las palabras. Hinostroza es guía y cronista de su propio “infierno”, donde la ausencia se llena de sentidos, de emociones, y los muertos, los ayeres presentes viven a través del acto confesional y de la pluma del poeta. Este es el encuentro, aquí, en el lugar donde los antiguos mexicanos concibieron el Mictlán, el lugar de los descarnados, aquí en el Ombligo de la Luna, en la Ciudad de México.

 

JAL | Estudiando tu trayectoria, hallo en tus primeros versos una escritura libre, cercana a un ejercicio épico que muestra su lirismo a través de la imagen y un tanto de la anécdota. Me refiero a Consejero del lobo (1965), donde hay un tono de misticismo y de mitología al mismo tiempo. ¿Qué papel desempeñan el saber, la religión, la utopía, quizás la revolución en el momento de tu escritura?

 

RH | Este libro lo escribí en circunstancias bien complejas. La mayor parte la hice en la Cuba de la revolución, pero lo había comenzado ya antes en Lima. Me embarqué en esa expedición donde estuvo también el poeta Javier Heraud, quien murió en la guerrilla; somos compañeros de generación. Viajamos a Cuba con mucho entusiasmo por la revolución cubana; presuntamente habíamos recibido una beca otorgada por el gobierno revolucionario, pero resultó que nos embarcaron para servir a sus planes de guerrilla dentro de su estrategia continental. Yo pretendía estudiar Literatura Inglesa, pero me encontré enrolado en una guerrilla a la que no quise nunca pertenecer, pero sí la mitad de la gente que viajó con nosotros. Muchos de ellos murieron junto al Che Guevara; entre ellos Javier Heraud, uno de los poetas mas destacados de mi generación. Lo asesinaron prácticamente. La creación de Consejero del lobo se da en ese contexto, por eso tiene un carácter épico. Allí se habla de la guerrilla y de una experiencia horrible que viví, como fue el bloqueo de la isla en octubre de 1962, en que estuvimos a punto de estallar en una guerra nuclear. Ese es el motivo por el que existen en sus páginas alusiones a la destrucción masiva. Era la primera vez que la humanidad vivía este mal cuarto de hora que podía desembocar en destrucción total. Había un ambiente de catástrofe que se podía palpar en la Habana, el mismo que yo trataba de interpretar en algunos poemas. En ciertas páginas hallarás un sentimiento de catástrofe medio germánico, medieval, de que todo se viene abajo, atmósferas de fin del mundo. Hay por ejemplo un poema llamado “La Noche” que transcurre en esa espera orgiástica, nocturna, del fin del mundo, que desde luego fue censurado por el poder cuando se publicó en la revista Casa de las Ameritas, cuando era dirigida por mi amigo Antón Arrufat, quien cayó luego en desgracia. Yo cumplí los 21 años de edad en una trinchera, el 27 de octubre, que fue el momento culminante de la Crisis de Octubre, cuando estaba a punto de colisionar una nave soviética con una nave estadounidense y casi se produce el estallido que haría reventar el planeta, justo el día en que yo adquiría la mayoría de edad. Recuerdo que en el cuartel donde nos tenían concentrados nos daban por desayuno una taza de chocolate. Alcé pues mi solitaria taza y brindé por mí: “Salud, Rodolfo, feliz cumpleaños” me dije melancólicamente, pues era tal vez mi último aniversario. Escribí ese libro en tales circunstancias. Entenderás pues las razones de su contexto medio mitológico, medieval, de claroscuros. Respondía al sentimiento que se vivía en Cuba en esos momentos.

 

JAL | Por lo que veo, tenías una disyuntiva que te otorgaba la revolución: convertirte en héroe, ser parte del sacrificio revolucionario, o ser testigo y quizás hacer la crónica de esos días, tomar el camino de la escritura. Ninguna de las dos opciones te ofrecía nada en claro, salvo morir por una causa o vivir para contarla. ¿No sentías el impulso de ser héroe? Al final de cuentas la escritura no es garantía de trascender el anonimato.

 

RH | Pero a un héroe no lo empujas a que lo sea. Él lo decide por su propia cuenta. Yo era un aspirante a escritor y no un candidato a héroe, no al menos sin mi consentimiento. Nunca acepté formar parte de esos planes, que además eran aberrantes. Los cubanos decían que en seis meses tomábamos el poder en el Perú; era cosa de locos. “¿Ustedes ya se han olvidado de lo que es el Perú?”, le decía yo a Javier Heraud en largas discusiones. Hay, incluso, un poema francamente en contra de estas acciones. Mi libro es muy polémico en la isla, pero hubo una primera edición cubana del año 64, cuando yo ya me había ido de Cuba. El editor, José Mario Rodríguez Pérez –ya murió–, que tuvo la editorial El Puente, la única independiente en Cuba, me trajo un día a Paris, muchos años más tarde, las pruebas de página de Consejero del lobo que habían pasado por la censura. Estaban todas subrayadas en rojo, habían tachado párrafos enteros, páginas enteras y querían que yo publicara el poema tal como lo habían dejado esas bestias de censores, que sin duda se imaginaban que unos versos menos, unas páginas menos, no afectaban al poema. José Mario fue a hablar con Lezama Lima y le entregó el manuscrito. A éste le gusto tanto que intercedió para que se publicara tal como yo lo había redactado. Aceptaron, pero bajo la condición de que se distribuyera no en la isla sino en las Casas de Cultura de Cuba en el extranjero. Por eso es que desde Praga me llegó el primer ejemplar a Lima, meses más tarde.

 

JAL | En este libro advierto que no hay una poesía influenciada, por ejemplo, por el inevitable Vallejo, o quizás si en la parte más vanguardista, o sea Trilce. Hay en todo caso un trasfondo Lezamiano en tu trabajo. No sé cuánto abrevaste en esa época en su literatura.

 


RH | Lezama me gustaba mucho, y recuerdo una memorable conferencia que dio en la Universidad de La Habana. En ese mismo momento él estaba escribiendo Paradiso y nos hablaba de ese caballero expedicionario que dejaba cartas y mensajes en los árboles para que su mujer las fuese recibiendo, así como las fueran encontrando. Unas historias alucinantes que cuenta después en su novela. Claro, leí su poesía, sobre todo Dador, pero pienso que mi trabajo ya estaba bien tropicalizado, en medio de ese ambiente lujurioso de la Habana. Además, estaba presente la poesía de Saint-John Perse que nació en un islote del lado de la isla de Guadalupe, también en las Antillas. Y yo ya estaba deslumbrado por esa naturaleza tropical que aparecía mucho en ese libro.

 

JAL | En ese momento de tu vida intelectual, tengo la impresión de que te preocupa más el buen juicio que el delirio, más la salvación del espíritu que su cuestionamiento, la conciencia que su trasgresión. ¿Qué significaba y significa para ti el proceso de elaboración de Consejero del lobo?, ¿Hay una alusión velada o abierta a San Francisco de Asís? Me parece que a ratos hay un trasfondo religioso en tu libro.

 

RH | Sí, un trasfondo católico. Espero que el último que me quedaba. Puede ser cierto sentido de culpa, de flagelación, cristiano, en fin. Yo leía mucho la poesía bíblica en aquella época, especialmente El Cantar de los Cantares, de Salomón, y descubrí, en la biblioteca de la Habana un libro de poesía hebraica pos-bíblica, con esos tonos elegíacos, proféticos que tanto me gustaban. También entonces leía la poesía oriental, Kalidasa, Hafiz, Saadi, que posee esos mismos tonos arcaicos que en mi libro aparecen, si lees entre líneas, sobre todo en una parte que se llama El hueso en la garganta, donde hay todo un cuestionamiento al orden socialista, una serie de versos muy subversivos que cuestionan este esquema revolucionario tan opresivo. Eso no les gustaba nada a los cubanos, que eran y son profundamente estalinistas. Yo más bien he sido anarquista, libertario, quiero decir, tengo una mente mucho más libre, no me dejo censurar por nadie, soy libre hasta donde yo lo quiera, y nadie puede impedirme ser yo mismo. No podía ni puedo tolerar esa opresión que se vive en Cuba. Y esa fue mi prueba de fuego.

 

JAL | En ese tránsito por Cuba está, por un lado, Lezama; por otro lado la imagen de los jóvenes revolucionarios de ese momento, el Che, Castro, además de tus compañeros. Pero esa presencia inevitable que los cubanos siguen rescatando todavía que es Martí, representante de un pensamiento místico y mítico, no lo encuentro aquí. Vuelvo al punto anterior porque justamente Martí representa para los cubanos y en general para los latinoamericanos este sentido de hermandad, de humanidad que tú, de alguna manera, invocas en ese Lobo, en esa relación del hombre que habla con el animal, con la bestia que llevamos dentro. No obstante, el referente Martiano brilla por su ausencia en tu poesía.

 

RH | Nunca he sido muy Martiano. La verdad es que no yo no comparto el culto por los héroes nacionales cubanos. Además, soy peruano y tengo mis propios héroes nacionales, de modo que no me dejo fácilmente influenciar.

 

JAL | Tienes tu Mariátegui.

 

RH | Claro, yo tengo mi Mariátegui, por ejemplo, con un libro como sus Siete ensayos, que me dice más que toda la obra de Martí. Bueno, en ese contexto se hizo Consejero del Lobo y se publicó con muchos problemas de censura.

 

JAL | Allí viene después un salto que te conduce hacia el silencio literario, generado por el tratamiento psicoanalítico en Perú y en París, escribes Aprendizaje de limpieza, al que consideras un acto confesional en exceso, para no llamarle pornográfico. Mi lectura me indica vertientes de la escritura automática o como llaman los siquiatras de asociación libre, no obstante, en tu intención literaria me parece que está presente un influjo Lezaniano, que ya comentamos, además de una lectura, quizás, del Ulises de James Joyce, aludiendo al viaje interior. Entiendo que no fue sólo un trabajo de provocación lo que estabas haciendo y escribiendo ¿o sí?

 

RH | No, todo lo contrario, es un trabajo que podría llamarse de rescate. Yo seguí un psicoanálisis que comencé en Lima con mi amigo Max Hernández, que fue el que me metió en eso, y continué en París con un analista lacaniano, el doctor Philippe Levy, muy bueno. El análisis duró siete años y al concluirlo me encontré con una serie de notas que yo había hecho de memoria después de cada sesión. Era un volumen como de 250 páginas, escrito a máquina y a veces a mano. Lo único que hice fue corregirlo, reducirlo, porque había mucha repetición. Pero conservé el ritmo oral de las sesiones. Por eso no le puse puntuación, la puntuación es el corte mismo de la frase, el balbuceo.

 

JAL | Hay una respiración específica.

 

RH | Exacto, hay una respiración de monólogo exterior, no interior, porque lo digo ante alguien, no se queda únicamente en mi mente, como el de Molly Bloom. Narra el descenso a los infiernos, que viene a ser un poco el tratamiento psicoanalítico y la revelación de uno mismo en cada etapa del psicoanálisis. Claro, yo no lo digo todo, hay una parte justamente que no escribo porque evito justamente la pornografía. Digo en el prólogo que “si la pornografía es el intento de decirlo todo, debo decir que no lo he dicho todo”. Cuento lo contable; bueno, cuento muchísimas cosas que jamás a nadie había contado, pero no es una falta de pudor, ni un deseo incontrolado de exhibirme, pues aquí quien habla no soy exactamente yo, pues el sujeto del libro es más bien mi inconsciente, el inconsciente de Rodolfo Hinostroza, que se expresa como le da la gana sin pedirme ni siquiera permiso. Una frase que se plantea comienza como balbuceo y se va desarrollando a tropezones, como si atravesara un campo minado, hasta desembocar en una idea completa y sorprendente, un emergente inconsciente que se redondea a lo largo de varias sesiones. No hay ninguna trampa en este libro. Yo quería contar mi experiencia, pero desde adentro. Había leído un libro que por entonces se puso de moda en Paris, llamado Les Mots pour le Dire, de una cierta Marie Cardinal, que también contaba su psicoanálisis, pero visto desde fuera, como una novela tradicional en tercera persona, y yo quería contarlo desde el otro lado del mostrador, es decir desde el diván mismo. Y es que era muy difícil contarle mi experiencia a los amigos, explicarles qué pasó con el sicoanalista, pues era muy complicado contextualizar. Entonces elegí esta manera de explicarme, de reconstruir el proceso sicoanalítico por el que había pasado. Porque fíjate, cuando uno habla tanto delante del analista, que es una comunicación oral, es como si uno se vaciase en palabras, como si se desangrase, como si fuera víctima de una inevitable diarrea verbal en la que te vacías sin poder aferrarte a nada sólido y te vas vaciando de tu sustancia, es muy angustioso. Yo recurrí a la palabra escrita, que es sólida y no se derrama ni se la lleva el viento, para rescatar algo de mi experiencia psicoanalítica, al tiempo que recuperaba mi propio oficio de escritor.

 

JAL | Pero esa misma desnudez se da en la poesía. Cuando tú escribes eres totalmente transparente, libre en ese sentido ¿no?

 


RH | Sí, incluso me han hecho notar que hay muchos párrafos poéticos en este libro, pero también mucha gente se ha reído bastante con esta obra, porque curiosamente es también humorística. Hay párrafos donde de repente la confesión más trágica se incendia con una chispa de humor. Un libro cuyo tono a veces trágico se desliza cada vez que puede hacia el gozo, hacia la carcajada.

 

JAL | Sí, pero a diferencia del poeta, que no busca la cura, sino la belleza o su verdad en la palabra, tú sí partías de un principio terapéutico. ¿Cómo hermanar ambas motivaciones?

 

RH | Ah, no, la poesía también cura, la palabra cura. Esa es su relación. Tengo un poema que se llama “La poesía habla al corazón de los muertos.” La poesía no discrepa en absoluto del psicoanálisis, más bien lo complementa porque es capaz de comunicarse hasta con las almas de los muertos, para seguir con la sesión, no olvides que el inconsciente es inmortal y atemporal…

 

JAL | Bueno, pero uno no escribe para curarse o por lo menos no escribe con ese propósito inicial, como si asistiera a un psicoterapeuta. Estoy de acuerdo, la palabra cura, y lo supieron antes los poetas que los médicos. ¿Y qué comentarios te han hecho los psicoanalistas sobre este libro?

 

RH | No les gustó el final porque termine yéndome con un portazo. El stablishment sicoanalítico de Lima, timorato y conservador, enclenque y pegado con saliva, me lo saboteo después de que algunos de sus más conspicuos miembros nos habían prometido difundirlo, pero más bien lo fondearon porque no coincidió con sus tristes intereses del momento. Yo pensaba que descorrer el velo que ocultaba a la bestia inconsciente iba a provocar el interés de la gente por el psicoanálisis, y que mi libro tuviese alguna clase de éxito, pero ellos, que son los nuevos jesuitas, me lo sabotearon.

 

JAL | Ya dijimos lo que une al psicoanálisis y a la poesía, la palabra, pero entonces, desde tu experiencia ¿qué las separa, ¿qué es lo que las pone en lugares diferentes?

 

RH | Tal vez la finalidad terapéutica misma del análisis, en la que debes decirlo todo. En la poesía uno escoge las palabras, las edita y te sale de repente una imagen maravillosa. Yo no soy de escritura automática como Bretón. La asociación libre de ideas es un poco el equivalente de la escritura automática, es decir, lo indecible bajo una especie de regla de desarrollo que debes obedecer.

 

JAL | Pero eso que viviste en el análisis y luego vertiste a la escritura es lo que buscaban los surrealistas.

 

RH | Sí, eso mismo, pero yo no soy surrealista.

 

JAL | Yo lo sé, pero tampoco negarás que a fin de cuentas la escritura automática no es más que un recurso que después encuentra su orden, su limpieza, su sentido en la redacción. Hay un sentido escatológico en tu libro, no solamente en el sentido de que probar la mierda de adulto, literalmente, te trae el recuerdo de un sabor acre de la infancia ¿no?

 

RH | Claro, claro, hay un momento en que la mierda es lo sagrado, lo tabú. Cuando yo atravieso ese periodo anal, muy complejo, lo único que me queda es desacralizar ese tabú, y la única manera de hacerlo es tocarlo y probarlo para ver cómo es. No sabes lo que me costó... Romper una serie de tabúes occidentales para poder tocar mi propia mierda, que no hay nada más propio de uno que ella, y Dios santo, probarla a ver qué cosa era esto, ¿por qué nos aterra tanto? Y resultó que ya la conocía, que yo reconocía este sabor desde lo profundo de mi infancia; en suma, que esto no era nada nuevo para mí y supongo que para nadie. Me sentí liberado, feliz de haber encontrado solución a un asunto que sentía pesado, cargante, lleno de culpabilidades. En mi libro lo cuento mejor.

 

JAL | Hay un sentido arquetípico, Junguiano. En ese sentido escatológico el poeta descubre, al probar su mierda, el origen de todo esto, su propia muerte y su propia vida. Los recuerdos vienen desde más atrás, quizás desde los sueños. Es una manera de descubrir que el hombre no es otra cosa que un reciclamiento de la Naturaleza. Aunque somos algo más que nuestros propios detritus.

 

RH | Para mí fue una especie de rito de purificación. Por eso tengo un poema que se llama así, “Rito de purificación”. Lo que los chamanes llaman una limpia. Por otro lado, yo soy más freudiano que junguiano, pero le tengo mucho respeto a Jung, incluso me he acercado mucho a sus teorías, al tiempo que me he peleado bastante con sus seguidores.

 

JAL | Me refiero sobre todo a tu idea de que somos una acumulación cromosómica de información que se trasmite de generación en generación, y que a través de los sueños recuperamos esa memoria. En ese sentido aludía a Jung, y pensaba que tu experiencia con el excremento sea la recuperación no sólo de la experiencia infantil, sino de alguna manera una representación de la memoria de la civilización, de la humanidad antes, incluso, de ser considerada como tal. Una experiencia no tanto física como espiritual, mental, si se quiere.

 

RH | En la próxima edición de Aprendizaje de Limpieza, que va a salir en México en la editorial Aldus, con una selección de mi obra en prosa y en verso, voy a poner una advertencia que sea todo lo opuesto al consejo de Rilke de volver a la infancia, para que a quien haga la lectura de este libro no le queden ganas de volver a la infancia, pues la infancia que se refiere en esta experiencia está llena de terrores, no es la niñez idílica que se suele narrar en todo el siglo XIX. La mía está llena de terrores, atravesada de fantasmas, y no solamente la mía. Ha cambiado nuestra percepción de la infancia a partir de Freud. Hay además un proceso de recuperación de cada cosa perdida, lo que en la jerga psy se llama anamnesia. En un párrafo del libro cuento cómo recordé, cuarenta años más tarde, donde había colgado un famoso abriguito que perdí en una fiesta infantil a la que nos habían invitado. De repente me vino a la memoria que lo había dejado en el jardín, colgado de la rama de un árbol, como si lo estuviera viendo.

 

JAL | Bruno Bettelheim señala esa capacidad en los cuentos de hadas, en los cuentos infantiles clásicos, para no olvidar o para no perder esa riqueza de la infancia. Qué valor le das a la palabra en su capacidad de transformar el mundo. Esto porque da la impresión de que a veces reduces al ser humano a un conjunto de glándulas e impulsos, de traumas y fijaciones sexuales, posándolo de nuevo en el reino animal, en su insignificancia, en su irrelevante acción cotidiana. Una vuelta de tuerca hacia la escatología de la especie.

 


RH | No estoy de acuerdo, yo no lo banalizo. Más bien vuelvo a descubrirlo con la mirada de los niños, a identificar nuevamente lo mágico del mundo volviendo hacia mi infancia más profunda. No es una mirada escéptica lo que yo propongo, sino una mirada infantil sobre el mundo, un redescubrimiento de éste.

 

JAL | Pero hay una mirada que parte del miedo, del aprendizaje de vivir entre amenazas y fantasmas, tal como tú lo señalaste ya.

 

RH | Si, evidentemente existe ese temor, como está presente en Consejero del lobo. Pero justamente a raíz de la terapia, del psicoanálisis, es que le pierdo el miedo a las cosas. Pierdo mucho el miedo a la vida. Como dirían los psicoanalistas, mi nivel de angustia existencial bajó notablemente, y eso me cambió la vida.

 

JAL | Eso se nota en tu libro Contranatura.

 

RH | Me vuelvo mucho más desenvuelto ¿no es cierto? Porque ya he pagado, de alguna manera. Ya estoy limpio, ya aprendí la limpieza física y moral.

 

JAL | Te preguntaba sobre Contranatura porque allí pareces elegir una estructura lingüística del caos y la armonía al mismo tiempo, y en su diálogo haces una serie de propuestas de elementos simbólicos, matemáticos incluso, que no tienen como finalidad determinante un juego visual.

 

RH | Yo soy muy mallarmiano. Me interesaba mucho en ese momento el espacio fluido de la página en Mallarmé, cómo se puntúa a través del espacio, y también andaba en aquello del verso proyectivo de Charles Olson, y en ese contexto es que aparecen algunos poemas míos. Soy hijo de la generación del sesenta, muy típico, pues fui marcado por los dos grandes acontecimientos de ese momento, la Revolución Cubana y los Beatles. Esas irresponsables ganas de vivir que nos transmiten los Beatles en medio de la revolución sexual es lo que se encuentra en el segundo libro, y en mi novela Fata Morgana, donde ya me hallo desembarazado de los fantasmas. Es ésta la continuación de Aprendizaje de limpieza. Mi personaje, mi alter ego, se llama Santiago Figueroa, quien deja el psicoanálisis y viaja a Mallorca a escribir su novela.

 

JAL | Abandonas la carga o el deber moral que se haya presente en Consejero de Lobo y te vuelves más visionario, le otorgas al poeta su papel de vaticinador. Pero entonces, ¿qué sucede, por qué dejas de escribir poesía?

 

RH | Parafraseando a Clausewitz, quien decía que la guerra era la continuación de la política por otros medios, mi prosa es una continuación de la poesía por otros medios, porque no siendo una prosa poética trae sin embargo una carga poética. Mis temas únicamente se le ocurren a un poeta y no a un prosista. Mis cuentos también son de poeta, no son cuentos de narrador. Faulkner dice que todo novelista comienza por escribir poesía, y cuando no le sale, intenta con el cuento, y cuando tampoco le sale el cuento, sólo entonces se resigna a ser novelista. Pero ¿qué sucede cuando a uno la poesía le sale bien desde el principio? ¿Se queda solamente en poesía? O ¿se aventura en la prosa? Con mi segundo libro de poemas, Contra Natura, me gané un premio internacional, el Maldoror, en España, con un jurado presidido por Octavio Paz. A la temprana edad de 29 año, pues, se me consagró como poeta en el plano internacional. Entonces me pareció horrible tener que dedicarme a escribir poesía todo el resto de mi vida, como la mayoría de mis colegas, de modo que consideré que esa era una tarea cumplida, por decirlo de alguna manera, y me dediqué a explorar la prosa. Aprendizaje de limpieza es parte de esa búsqueda porque finalmente ese libro no deja de ser un ejercicio de prosa. Después me puse a escribir teatro, cosa difícil, porque para sacar una buena pieza de teatro me he demorado más de veinte años. La dramaturgia no es cosa de broma, es algo muy distinto a lo que estamos acostumbrados en poesía. En fin, me he dedicado a estudiar y a dominar cada género literario a partir del momento en que me sentí cómodo, dueño de mi expresión poética. Aunque escriba todos los géneros, mi eje es y será la poesía, pues considero que ésta le otorga vuelo poético a todas mis obras.

 

JAL | Ya en Contranatura advierto un dominio del lenguaje, un dominio de la escritura como herramienta transversal, capaz de aplicarse en cualquier otro género.

 

RH | Sí, además he practicado mucho el periodismo. Desde los veintitantos años he sido periodista y he escrito de todo, reportajes, crónicas, informes, columnas, todo.

 

JAL | ¿Qué caracteriza a tu generación?

 

RH | Creo que la vitalidad que hemos tenido frente al academicismo de años anteriores, de las generaciones del cincuenta y cuarenta. Nosotros hemos sido más vitales en muchos sentidos, por ejemplo, nos arriesgamos a ir a Cuba, hemos vivido la Revolución política y la sexual de Mayo del 68, todos hemos viajado a Europa por nuestros propios medios sin necesidad de becas del Instituto de Cultura Hispánica, por ejemplo. Hemos tenido muchos guerrilleros, locos y suicidas en mi generación, como Lucho Hernández, Juan Ojeda, que se suicidaron, Javier Heraud y Edgardo Tello, que murieron en las guerrillas, Guillermo Cuneo y Hernando Núñez, que enloquecieron. Es una generación muy excesiva, mucho menos académica que las anteriores, aunque alguno haya llegado a ser Decano de Letras en San Marcos, como Marco Martos. Nos desplegamos en muchos terrenos donde tradicionalmente los poetas no se metían.

 

JAL | De ellos, quiénes fueron los poetas más cercanos a ti.

 

RH | Todos los que te he mencionado, unos más que otros. Y nunca me he peleado con Toño Cisneros, lo cual es una hazaña. Además, claro, César Calvo, que fue muy amigo mío, pero murió lamentablemente, Mirko Lauer, con quien no guardo mucha cercanía actualmente, pero nos frecuentamos en los años sesenta y compartimos algunas aventuras literarias por aquellos años.

 

JAL | Y a Emilio Westphalen, ¿lo conociste, lo trataste?

 

RH | Era mi ídolo. Pero tenía bien ganado su apodo La Momia, porque no hablaba, era mudo, muchos se decepcionaban de él porque no abría la boca. En cambio, Eielson era mucho más comunicativo, más simpático. Cuando me encontré con él en París me recibió muy bien, me paseó por todo el Barrio Latino. Pero debo decir que, aunque tenía más cercanía con éste, sentía una mayor admiración por la obra de Westphalen. Me gustaba mucho su obra, una poesía de inspiración divina. Yo creo en la inspiración y me parece que Westphalen también, porque su último libro Ha vuelto la Diosa ambarina, es un poco una metáfora de la propia inspiración que ha vuelto. Eso me gusta mucho de su obra, la frescura, la belleza, sus imágenes que son fantásticas. Lo he citado en mis propios poemas y lo considero un poeta de primera. Creo que nosotros tenemos una tradición breve pero muy intensa, tenemos poetas de gran talla, entre los cuales se encuentra Westphalen.

Bueno, y allí esta él siempre presente Vallejo, que sigue teniendo gran vigencia, aunque mi generación nunca le hizo mucho caso. Toño Cisneros cada vez que puede hablar mal de Vallejo. Yo lo quiero mucho, pero no me he dejado influenciar para nada por él.

 

JAL |¿No será el afán del parricidio?

 

RH | No, yo creo que somos de sensibilidades muy distintas.

 

JAL |¿Ni siquiera en Trilce hallas una identificación?

 

RH | A mí me conmueve, me emociona, es un gran poeta evidentemente, pero no me siento tentado a escribir como él, ni tampoco a compartir su aventura. Hay gente que cree que basta con ser miserable para escribir como Vallejo, y a mí no me gusta para nada la miseria, yo soy antimiserabilista. No creo que un poeta tenga que meterse por esos oscuros callejones para ser poeta.

 

JAL | El furor experimental de Contra Natura se desvanece en tus Cuentos de extremo occidente. ¿A qué se debe ese cambio en el discurso? Supongo que es porque estás pasando a un género que apenas exploras, pero si algo tiene el cuento es su posibilidad experimental. No obstante, te conduces de manera más conservadora, cuando tu naturaleza es contraria a esta conducta. ¿Responde a algún otro motivo?

 

RH | El cuento es un género demasiado perfecto como para que se le abrume con experimentalismos. Sin embargo, en mi cuento “El benefactor” resumo siete novelas que nunca serán escritas. Es un cuento muy borgiano porque Borges nunca escribió novelas y consideraba que el cuento es superior a la novela, opinión que casi casi comparto.

 

JAL | Es un género difícil

 

RH | Casi tan difícil como la poesía, si no pregúntale a Borges, que recién escribió sus primeros buenos poemas cuando ya era viejo y ciego. Antes no la veía. Pero yo creo que hay ideas para cada cosa. Algunas ideas sirven para novelas, otras para teatro, otras para cuento, ensayo, poema. Son tan raras las buenas ideas, llegan tan de tarde en tarde que es conveniente dominar varios géneros para poder desarrollarlas todas, cada una en su género.

 

JAL | ¿Y guion cinematográfico?

 

RH | Es lo único que no he trabajado todavía. Estuve a punto de hacer uno con Jorge Semprún, en base de un cuento mío, un cuento fantástico. Pero nunca se hizo, aunque supongo que algún día me tocara hacerlo…

 

JAL | No solamente eres un escritor de varios registros escriturales, literarios, sino también en tus oficios. Por ejemplo, tu afición que has convertido en un trabajo, en un medio de vida, como son la astrología y la gastronomía. ¿Qué encuentras en común en estas actividades?

 

RH | Todas esas cosas me vienen por el hecho fatal e irreversible de ser poeta. Yo le achaco toda la culpa a la poesía. Creo que ha determinado en mí un espíritu libre que busca permanentemente, y trata de convertir sus aficiones en profesiones. Como me ha gustado siempre cocinar y comer, entonces lo he transformado en profesión y ahora soy cronista gastronómico. Como me gusta viajar, durante varios años me dediqué a escribir guías de viajes para una agencia francesa, es así como vine a México por primera vez, en 1976. Y como me gusta la astrología, he puesto una empresa de astrología computarizada en Internet. Así me gano la vida.

 

JAL | Por último, hay un trasfondo epicúreo en esa gestualidad ¿no crees? ¿Significa que eres un hedonista profesional?

 

RH | Bueno, sí, soy un venusino, aunque no profesional. Si lo vemos desde el punto de vista astrológico no soy un violento marciano, no soy un lento capricorniano, ni un sentimental canceriano, soy más bien un venusino al que le gusta la belleza, el placer, el amor. Me gusta disfrutar de las bellas cosas del mundo, de las cosas bien hechas. Soy de alguna manera un Epicúreo, como tú dices, pero que además de lo sensual, tiene una manera intelectual de ver el mundo, el placer viene con su inteligencia, en suma. Para mí la comida no es sólo el placer de comer, sino de cocinar, de conocer la historia de los platos, su relación con los sentidos y las circunstancias en que fueron creados.

Me acuerdo de una entrevista que le hice al famoso gastrónomo español Xavier Domingo, en la que al final de la conversación me dijo: “En realidad lo que me gusta a mí es escribir sobre comida, mucho más, incluso, que comérmela.”


 




RODOLFO HINOSTROZA (Perú, 1941-2016). Poeta en primer lugar, narrador, dramaturgo, periodista, gastrónomo, astrólogo. Dos libros de poesía (de intensa gestualidad culterana y experimental) le bastaron para convertirse en una de las figuras referenciales de su país: Consejero del Lobo (1964) y Contranatura (1971), poemario éste que le mereció el premio Maldoror, otorgado por Barral Editores de Barcelona, o como lo dice atinadamente la solapa de la edición hecha por Fondo Editorial, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2002, “Maldolor”. Maravillosa errata o afortunada intención para desvelar la maligna desazón que embargan las líneas de esa obra, la de Lautremont-Ducasse y la de Hinostroza. Entre sus libros también se cuentan las novelas Aprendizaje de la limpieza (1978), Fata Morgana (1994), uno de relatos Cuentos de extremo Occidente (2002), y dos de teatro: Apocalipsis de una noche de verano (1986), Cuadrando el círculo (1997) y Cuentos de extremo Occidente (2002). En 1987 fue ganador del Premio Juan Rulfo con el cuento “El benefactor”.

 

 


JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1956). Poeta, narrador, periodista, editor y promotor cultural. Fundador y director de la editorial y la revista literaria La Otra. Responsable de Publicaciones de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Ha publicado más de 25 libros de poesía, narrativa, divulgación de la ciencia, periodismo y ensayo. Sus obras más recientes son Voz que madura, entrevistas a poetas iberoamericanos (tres volúmenes), BUAP, 2018; Luz y cenizas, FOEM, 2019, Enrique Arturo Diemecke. Biografía con música de Mahler, 2020, Exorbitant, Francia, 2020 y Anacrónicas, FCE 2021. Libros suyos han sido traducidos íntegros al francés, italiano, serbio, polaco y parcialmente al sueco, portugués, inglés y al rumano.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 231 | junho de 2023

Artista convidado: José Ángel Leyva (México, 1956)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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