Entre sus libros también se cuentan las novelas Aprendizaje
de la limpieza (1978), Fata Morgana (1994), uno de relatos Cuentos
de extremo Occidente (2002), y dos de teatro: Apocalipsis de una noche de
verano (1986) y Cuadrando el círculo (1997). La primera de las obras
citadas figura como una incursión interesante y audaz por parte de un escritor que
revela sin ambages el proceso de psicoanálisis al que se somete durante años, en
un periplo que va de Lima a París. Un auténtico Aprendizaje de recuperación
de la memoria y de inmersión en las profundidades del inconsciente, también del
encuentro con los significados y los sistemas simbólicos que develan las palabras.
Hinostroza es guía y cronista de su propio “infierno”, donde la ausencia se llena
de sentidos, de emociones, y los muertos, los ayeres presentes viven a través del
acto confesional y de la pluma del poeta. Este es el encuentro, aquí, en el lugar
donde los antiguos mexicanos concibieron el Mictlán, el lugar de los descarnados,
aquí en el Ombligo de la Luna, en la Ciudad de México.
JAL
| Estudiando tu trayectoria, hallo
en tus primeros versos una escritura libre, cercana a un ejercicio épico que muestra
su lirismo a través de la imagen y un tanto de la anécdota. Me refiero a Consejero
del lobo (1965), donde hay un tono de
misticismo y de mitología al mismo tiempo. ¿Qué papel desempeñan el saber, la religión,
la utopía, quizás la revolución en el momento de tu escritura?
RH | Este
libro lo escribí en circunstancias bien complejas. La mayor parte la hice en la
Cuba de la revolución, pero lo había comenzado ya antes en Lima. Me embarqué en
esa expedición donde estuvo también el poeta Javier Heraud, quien murió en la guerrilla;
somos compañeros de generación. Viajamos a Cuba con mucho entusiasmo por la revolución
cubana; presuntamente habíamos recibido una beca otorgada por el gobierno revolucionario,
pero resultó que nos embarcaron para servir a sus planes de guerrilla dentro de
su estrategia continental. Yo pretendía estudiar Literatura Inglesa, pero me encontré
enrolado en una guerrilla a la que no quise nunca pertenecer, pero sí la mitad de
la gente que viajó con nosotros. Muchos de ellos murieron junto al Che Guevara;
entre ellos Javier Heraud, uno de los poetas mas destacados de mi generación. Lo
asesinaron prácticamente. La creación de Consejero
del lobo se da en ese contexto, por eso tiene un carácter épico. Allí se habla
de la guerrilla y de una experiencia horrible que viví, como fue el bloqueo de la
isla en octubre de 1962, en que estuvimos a punto de estallar en una guerra nuclear.
Ese es el motivo por el que existen en sus páginas alusiones a la destrucción masiva.
Era la primera vez que la humanidad vivía este mal cuarto de hora que podía desembocar
en destrucción total. Había un ambiente de catástrofe que se podía palpar en la
Habana, el mismo que yo trataba de interpretar en algunos poemas. En ciertas páginas
hallarás un sentimiento de catástrofe medio germánico, medieval, de que todo se
viene abajo, atmósferas de fin del mundo. Hay por ejemplo un poema llamado “La Noche”
que transcurre en esa espera orgiástica, nocturna, del fin del mundo, que desde
luego fue censurado por el poder cuando se publicó en la revista Casa de las Ameritas, cuando era dirigida
por mi amigo Antón Arrufat, quien cayó luego en desgracia. Yo cumplí los 21 años
de edad en una trinchera, el 27 de octubre, que fue el momento culminante de la
Crisis de Octubre, cuando estaba a punto de colisionar una nave soviética con una
nave estadounidense y casi se produce el estallido que haría reventar el planeta,
justo el día en que yo adquiría la mayoría de edad. Recuerdo que en el cuartel donde
nos tenían concentrados nos daban por desayuno una taza de chocolate. Alcé pues
mi solitaria taza y brindé por mí: “Salud, Rodolfo, feliz cumpleaños” me dije melancólicamente,
pues era tal vez mi último aniversario. Escribí ese libro en tales circunstancias.
Entenderás pues las razones de su contexto medio mitológico, medieval, de claroscuros.
Respondía al sentimiento que se vivía en Cuba en esos momentos.
JAL | Por lo que veo, tenías una disyuntiva que te otorgaba la revolución:
convertirte en héroe, ser parte del sacrificio revolucionario, o ser testigo y quizás
hacer la crónica de esos días, tomar el camino de la escritura. Ninguna de las dos
opciones te ofrecía nada en claro, salvo morir por una causa o vivir para contarla.
¿No sentías el impulso de ser héroe? Al final de cuentas la escritura no es garantía
de trascender el anonimato.
RH | Pero
a un héroe no lo empujas a que lo sea. Él lo decide por su propia cuenta. Yo era
un aspirante a escritor y no un candidato a héroe, no al menos sin mi consentimiento.
Nunca acepté formar parte de esos planes, que además eran aberrantes. Los cubanos
decían que en seis meses tomábamos el poder en el Perú; era cosa de locos. “¿Ustedes
ya se han olvidado de lo que es el Perú?”, le decía yo a Javier Heraud en largas
discusiones. Hay, incluso, un poema francamente en contra de estas acciones. Mi
libro es muy polémico en la isla, pero hubo una primera edición cubana del año 64,
cuando yo ya me había ido de Cuba. El editor, José Mario Rodríguez Pérez –ya murió–,
que tuvo la editorial El Puente, la única independiente en Cuba, me trajo un día
a Paris, muchos años más tarde, las pruebas de página de Consejero del lobo que habían pasado por la censura. Estaban todas subrayadas
en rojo, habían tachado párrafos enteros, páginas enteras y querían que yo publicara
el poema tal como lo habían dejado esas bestias de censores, que sin duda se imaginaban
que unos versos menos, unas páginas menos, no afectaban al poema. José Mario fue
a hablar con Lezama Lima y le entregó el manuscrito. A éste le gusto tanto que intercedió
para que se publicara tal como yo lo había redactado. Aceptaron, pero bajo la condición
de que se distribuyera no en la isla sino en las Casas de Cultura de Cuba en el
extranjero. Por eso es que desde Praga me llegó el primer ejemplar a Lima, meses
más tarde.
JAL | En este libro advierto que no hay una poesía influenciada, por ejemplo,
por el inevitable Vallejo, o quizás si en la parte más vanguardista, o sea Trilce.
Hay en todo caso un trasfondo Lezamiano en tu trabajo. No sé cuánto abrevaste en
esa época en su literatura.
JAL | En ese momento de tu vida intelectual, tengo la impresión de que te
preocupa más el buen juicio que el delirio, más la salvación del espíritu que su
cuestionamiento, la conciencia que su trasgresión. ¿Qué significaba y significa
para ti el proceso de elaboración de Consejero del lobo?, ¿Hay una
alusión velada o abierta a San Francisco de Asís? Me parece que a ratos hay un trasfondo
religioso en tu libro.
RH | Sí, un trasfondo católico. Espero que el último que me quedaba. Puede
ser cierto sentido de culpa, de flagelación, cristiano, en fin. Yo leía mucho la
poesía bíblica en aquella época, especialmente El Cantar de los Cantares,
de Salomón, y descubrí, en la biblioteca de la Habana un libro de poesía hebraica
pos-bíblica, con esos tonos elegíacos, proféticos que tanto me gustaban. También
entonces leía la poesía oriental, Kalidasa, Hafiz, Saadi, que posee esos mismos
tonos arcaicos que en mi libro aparecen, si lees entre líneas, sobre todo en una
parte que se llama El hueso en la garganta,
donde hay todo un cuestionamiento al orden socialista, una serie de versos muy subversivos
que cuestionan este esquema revolucionario tan opresivo. Eso no les gustaba nada
a los cubanos, que eran y son profundamente estalinistas. Yo más bien he sido anarquista,
libertario, quiero decir, tengo una mente mucho más libre, no me dejo censurar por
nadie, soy libre hasta donde yo lo quiera, y nadie puede impedirme ser yo mismo.
No podía ni puedo tolerar esa opresión que se vive en Cuba. Y esa fue mi prueba
de fuego.
JAL | En ese tránsito por Cuba está, por un lado, Lezama; por otro lado la
imagen de los jóvenes revolucionarios de ese momento, el Che, Castro, además de
tus compañeros. Pero esa presencia inevitable que los cubanos siguen rescatando
todavía que es Martí, representante de un pensamiento místico y mítico, no lo encuentro
aquí. Vuelvo al punto anterior porque justamente Martí representa para los cubanos
y en general para los latinoamericanos este sentido de hermandad, de humanidad que
tú, de alguna manera, invocas en ese Lobo, en esa relación del hombre que habla
con el animal, con la bestia que llevamos dentro. No obstante, el referente Martiano
brilla por su ausencia en tu poesía.
RH | Nunca
he sido muy Martiano. La verdad es que no yo no comparto el culto por los héroes
nacionales cubanos. Además, soy peruano y tengo mis propios héroes nacionales, de
modo que no me dejo fácilmente influenciar.
JAL | Tienes tu Mariátegui.
RH | Claro,
yo tengo mi Mariátegui, por ejemplo, con un libro como sus Siete ensayos, que me dice más que toda la obra de Martí. Bueno, en
ese contexto se hizo Consejero del Lobo
y se publicó con muchos problemas de censura.
JAL | Allí viene después un salto que te conduce hacia el silencio literario,
generado por el tratamiento psicoanalítico en Perú y en París, escribes Aprendizaje de limpieza, al que consideras un acto confesional en exceso, para no llamarle pornográfico.
Mi lectura me indica vertientes de la escritura automática o como llaman los siquiatras
de asociación libre, no obstante, en tu intención literaria me parece que está presente
un influjo Lezaniano, que ya comentamos, además de una lectura, quizás, del Ulises de James Joyce, aludiendo al viaje interior.
Entiendo que no fue sólo un trabajo de provocación lo que estabas haciendo y escribiendo
¿o sí?
RH | No, todo lo contrario, es un trabajo que podría llamarse de rescate.
Yo seguí un psicoanálisis que comencé en Lima con mi amigo Max Hernández, que fue
el que me metió en eso, y continué en París con un analista lacaniano, el doctor
Philippe Levy, muy bueno. El análisis duró siete años y al concluirlo me encontré
con una serie de notas que yo había hecho de memoria después de cada sesión. Era
un volumen como de 250 páginas, escrito a máquina y a veces a mano. Lo único que
hice fue corregirlo, reducirlo, porque había mucha repetición. Pero conservé el
ritmo oral de las sesiones. Por eso no le puse puntuación, la puntuación es el corte
mismo de la frase, el balbuceo.
JAL | Hay una respiración específica.
RH | Exacto,
hay una respiración de monólogo exterior, no interior, porque lo digo ante alguien,
no se queda únicamente en mi mente, como el de Molly Bloom. Narra el descenso a
los infiernos, que viene a ser un poco el tratamiento psicoanalítico y la revelación
de uno mismo en cada etapa del psicoanálisis. Claro, yo no lo digo todo, hay una
parte justamente que no escribo porque evito justamente la pornografía. Digo en
el prólogo que “si la pornografía es el intento
de decirlo todo, debo decir que no lo he dicho todo”. Cuento lo contable; bueno,
cuento muchísimas cosas que jamás a nadie había contado, pero no es una falta de
pudor, ni un deseo incontrolado de exhibirme, pues aquí quien habla no soy exactamente
yo, pues el sujeto del libro es más bien mi inconsciente, el inconsciente de Rodolfo
Hinostroza, que se expresa como le da la gana sin pedirme ni siquiera permiso. Una
frase que se plantea comienza como balbuceo y se va desarrollando a tropezones,
como si atravesara un campo minado, hasta desembocar en una idea completa y sorprendente,
un emergente inconsciente que se redondea a lo largo de varias sesiones. No hay
ninguna trampa en este libro. Yo quería contar mi experiencia, pero desde adentro.
Había leído un libro que por entonces se puso de moda en Paris, llamado Les Mots pour le Dire, de una cierta Marie
Cardinal, que también contaba su psicoanálisis, pero visto desde fuera, como una
novela tradicional en tercera persona, y yo quería contarlo desde el otro lado del
mostrador, es decir desde el diván mismo. Y es que era muy difícil contarle mi experiencia
a los amigos, explicarles qué pasó con el sicoanalista, pues era muy complicado
contextualizar. Entonces elegí esta manera de explicarme, de reconstruir el proceso
sicoanalítico por el que había pasado. Porque fíjate, cuando uno habla tanto delante
del analista, que es una comunicación oral, es como si uno se vaciase en palabras,
como si se desangrase, como si fuera víctima de una inevitable diarrea verbal en
la que te vacías sin poder aferrarte a nada sólido y te vas vaciando de tu sustancia,
es muy angustioso. Yo recurrí a la palabra escrita, que es sólida y no se derrama
ni se la lleva el viento, para rescatar algo de mi experiencia psicoanalítica, al
tiempo que recuperaba mi propio oficio de escritor.
JAL | Pero esa misma desnudez se da en la poesía. Cuando tú escribes eres
totalmente transparente, libre en ese sentido ¿no?
JAL | Sí, pero a diferencia del poeta, que no busca la cura, sino la belleza
o su verdad en la palabra, tú sí partías de un principio terapéutico. ¿Cómo hermanar
ambas motivaciones?
RH | Ah, no,
la poesía también cura, la palabra cura. Esa es su relación. Tengo un poema que
se llama “La poesía habla al corazón de los
muertos.” La poesía no discrepa en absoluto del psicoanálisis, más bien lo complementa
porque es capaz de comunicarse hasta con las almas de los muertos, para seguir con
la sesión, no olvides que el inconsciente es inmortal y atemporal…
JAL | Bueno, pero uno no escribe para curarse o por lo menos no escribe con
ese propósito inicial, como si asistiera a un psicoterapeuta. Estoy de acuerdo,
la palabra cura, y lo supieron antes los poetas que los médicos. ¿Y qué comentarios
te han hecho los psicoanalistas sobre este libro?
RH | No les
gustó el final porque termine yéndome con un portazo. El stablishment sicoanalítico de Lima, timorato y conservador, enclenque
y pegado con saliva, me lo saboteo después de que algunos de sus más conspicuos
miembros nos habían prometido difundirlo, pero más bien lo fondearon porque no coincidió
con sus tristes intereses del momento. Yo pensaba que descorrer el velo que ocultaba
a la bestia inconsciente iba a provocar el interés de la gente por el psicoanálisis,
y que mi libro tuviese alguna clase de éxito, pero ellos, que son los nuevos jesuitas,
me lo sabotearon.
JAL | Ya dijimos lo que une al psicoanálisis y a la poesía, la palabra, pero
entonces, desde tu experiencia ¿qué las separa, ¿qué es lo que las pone en lugares diferentes?
RH | Tal vez
la finalidad terapéutica misma del análisis, en la que debes decirlo todo. En la
poesía uno escoge las palabras, las edita y te sale de repente una imagen maravillosa.
Yo no soy de escritura automática como Bretón. La asociación libre de ideas es un
poco el equivalente de la escritura automática, es decir, lo indecible bajo una
especie de regla de desarrollo que debes obedecer.
JAL
| Pero eso que viviste en el análisis y luego vertiste
a la escritura es lo que buscaban los surrealistas.
RH | Sí, eso
mismo, pero yo no soy surrealista.
JAL | Yo lo sé, pero tampoco negarás que a fin de cuentas la escritura automática
no es más que un recurso que después encuentra su orden, su limpieza, su sentido
en la redacción. Hay un sentido escatológico en tu libro, no solamente en el sentido
de que probar la mierda de adulto, literalmente, te trae el recuerdo de un sabor
acre de la infancia ¿no?
RH | Claro,
claro, hay un momento en que la mierda es lo sagrado, lo tabú. Cuando yo atravieso
ese periodo anal, muy complejo, lo único que me queda es desacralizar ese tabú,
y la única manera de hacerlo es tocarlo y probarlo para ver cómo es. No sabes lo
que me costó... Romper una serie de tabúes occidentales para poder tocar mi propia
mierda, que no hay nada más propio de uno que ella, y Dios santo, probarla a ver
qué cosa era esto, ¿por qué nos aterra tanto? Y resultó que ya la conocía, que yo
reconocía este sabor desde lo profundo de mi infancia; en suma, que esto no era
nada nuevo para mí y supongo que para nadie. Me sentí liberado, feliz de haber encontrado
solución a un asunto que sentía pesado, cargante, lleno de culpabilidades. En mi
libro lo cuento mejor.
JAL | Hay un sentido arquetípico, Junguiano. En ese sentido escatológico
el poeta descubre, al probar su mierda, el origen de todo esto, su propia muerte
y su propia vida. Los recuerdos vienen desde más atrás, quizás desde los sueños.
Es una manera de descubrir que el hombre no es otra cosa que un reciclamiento de
la Naturaleza. Aunque somos algo más que nuestros propios detritus.
RH | Para
mí fue una especie de rito de purificación. Por eso tengo un poema que se llama
así, “Rito de purificación”. Lo que los
chamanes llaman una limpia. Por otro lado,
yo soy más freudiano que junguiano, pero le tengo mucho respeto a Jung, incluso
me he acercado mucho a sus teorías, al tiempo que me he peleado bastante con sus
seguidores.
JAL | Me refiero sobre todo a tu idea de que somos una acumulación cromosómica
de información que se trasmite de generación en generación, y que a través de los
sueños recuperamos esa memoria. En ese sentido aludía a Jung, y pensaba que tu experiencia
con el excremento sea la recuperación no sólo de la experiencia infantil, sino de
alguna manera una representación de la memoria de la civilización, de la humanidad
antes, incluso, de ser considerada como tal. Una experiencia no tanto física como
espiritual, mental, si se quiere.
RH | En la
próxima edición de Aprendizaje de Limpieza,
que va a salir en México en la editorial Aldus, con una selección de mi obra en
prosa y en verso, voy a poner una advertencia que sea todo lo opuesto al consejo
de Rilke de volver a la infancia, para que a quien haga la lectura de este libro
no le queden ganas de volver a la infancia, pues la infancia que se refiere en esta
experiencia está llena de terrores, no es la niñez idílica que se suele narrar en
todo el siglo XIX. La mía está llena de terrores, atravesada de fantasmas, y no
solamente la mía. Ha cambiado nuestra percepción de la infancia a partir de Freud.
Hay además un proceso de recuperación de cada cosa perdida, lo que en la jerga psy
se llama anamnesia. En un párrafo del
libro cuento cómo recordé, cuarenta años más tarde, donde había colgado un famoso
abriguito que perdí en una fiesta infantil a la que nos habían invitado. De repente
me vino a la memoria que lo había dejado en el jardín, colgado de la rama de un
árbol, como si lo estuviera viendo.
JAL | Bruno Bettelheim señala esa capacidad en los cuentos de hadas, en los
cuentos infantiles clásicos, para no olvidar o para no perder esa riqueza de la
infancia. Qué valor le das a la palabra en su capacidad de transformar el mundo.
Esto porque da la impresión de que a veces reduces al ser humano a un conjunto de
glándulas e impulsos, de traumas y fijaciones sexuales, posándolo de nuevo en el
reino animal, en su insignificancia, en su irrelevante acción cotidiana. Una vuelta
de tuerca hacia la escatología de la especie.
JAL | Pero hay una mirada que parte del miedo, del aprendizaje de vivir entre
amenazas y fantasmas, tal como tú lo señalaste ya.
RH | Si, evidentemente
existe ese temor, como está presente en Consejero
del lobo. Pero justamente a raíz de la terapia, del psicoanálisis, es que le
pierdo el miedo a las cosas. Pierdo mucho el miedo a la vida. Como dirían los psicoanalistas,
mi nivel de angustia existencial bajó notablemente, y eso me cambió la vida.
JAL | Eso se nota en tu libro Contranatura.
RH | Me vuelvo mucho más desenvuelto ¿no es cierto? Porque ya he pagado,
de alguna manera. Ya estoy limpio, ya aprendí la limpieza física y moral.
JAL | Te preguntaba
sobre Contranatura porque allí pareces elegir una estructura lingüística del caos y la armonía
al mismo tiempo, y en su diálogo haces una serie de propuestas de elementos simbólicos,
matemáticos incluso, que no tienen como finalidad determinante un juego visual.
RH | Yo soy muy mallarmiano.
Me interesaba mucho en ese momento el espacio fluido de la página en Mallarmé, cómo
se puntúa a través del espacio, y también andaba en aquello del verso proyectivo
de Charles Olson, y en ese contexto es que aparecen algunos poemas míos. Soy hijo de la generación del sesenta, muy típico, pues fui
marcado por los dos grandes acontecimientos de ese momento, la Revolución Cubana
y los Beatles. Esas irresponsables ganas de vivir que nos transmiten los Beatles
en medio de la revolución sexual es lo que se encuentra en el segundo libro, y en
mi novela Fata Morgana, donde ya me hallo
desembarazado de los fantasmas. Es ésta la continuación de Aprendizaje de limpieza. Mi personaje, mi alter ego, se llama Santiago
Figueroa, quien deja el psicoanálisis y viaja a Mallorca a escribir su novela.
JAL
| Abandonas la carga o el deber
moral que se haya presente en Consejero de Lobo y te vuelves más visionario, le otorgas
al poeta su papel de vaticinador. Pero entonces, ¿qué sucede, por qué dejas de escribir
poesía?
RH | Parafraseando
a Clausewitz, quien decía que la guerra era la continuación de la política por otros
medios, mi prosa es una continuación de la poesía por otros medios, porque no siendo
una prosa poética trae sin embargo una carga poética. Mis temas únicamente se le
ocurren a un poeta y no a un prosista. Mis cuentos también son de poeta, no son
cuentos de narrador. Faulkner dice que todo novelista comienza por escribir poesía,
y cuando no le sale, intenta con el cuento, y cuando tampoco le sale el cuento,
sólo entonces se resigna a ser novelista. Pero ¿qué sucede cuando a uno la poesía
le sale bien desde el principio? ¿Se queda solamente en poesía? O ¿se aventura en
la prosa? Con mi segundo libro de poemas, Contra
Natura, me gané un premio internacional, el Maldoror, en España, con un jurado
presidido por Octavio Paz. A la temprana edad de 29 año, pues, se me consagró como
poeta en el plano internacional. Entonces me pareció horrible tener que dedicarme
a escribir poesía todo el resto de mi vida, como la mayoría de mis colegas, de modo
que consideré que esa era una tarea cumplida, por decirlo de alguna manera, y me
dediqué a explorar la prosa. Aprendizaje de
limpieza es parte de esa búsqueda porque finalmente ese libro no deja de ser
un ejercicio de prosa. Después me puse a escribir teatro, cosa difícil, porque para
sacar una buena pieza de teatro me he demorado más de veinte años. La dramaturgia
no es cosa de broma, es algo muy distinto a lo que estamos acostumbrados en poesía.
En fin, me he dedicado a estudiar y a dominar cada género literario a partir del
momento en que me sentí cómodo, dueño de mi expresión poética. Aunque escriba todos
los géneros, mi eje es y será la poesía, pues considero que ésta le otorga vuelo
poético a todas mis obras.
JAL
| Ya en Contranatura advierto un dominio
del lenguaje, un dominio de la escritura como herramienta transversal, capaz de
aplicarse en cualquier otro género.
RH | Sí, además
he practicado mucho el periodismo. Desde los veintitantos años he sido periodista
y he escrito de todo, reportajes, crónicas, informes, columnas, todo.
JAL | ¿Qué caracteriza a tu generación?
RH | Creo
que la vitalidad que hemos tenido frente al academicismo de años anteriores, de
las generaciones del cincuenta y cuarenta. Nosotros hemos sido más vitales en muchos
sentidos, por ejemplo, nos arriesgamos a ir a Cuba, hemos vivido la Revolución política
y la sexual de Mayo del 68, todos hemos viajado a Europa por nuestros propios medios
sin necesidad de becas del Instituto de Cultura Hispánica, por ejemplo. Hemos tenido
muchos guerrilleros, locos y suicidas en mi generación, como Lucho Hernández, Juan
Ojeda, que se suicidaron, Javier Heraud y Edgardo Tello, que murieron en las guerrillas,
Guillermo Cuneo y Hernando Núñez, que enloquecieron. Es una generación muy excesiva,
mucho menos académica que las anteriores, aunque alguno haya llegado a ser Decano
de Letras en San Marcos, como Marco Martos. Nos desplegamos en muchos terrenos donde
tradicionalmente los poetas no se metían.
JAL | De ellos, quiénes fueron los poetas más cercanos a ti.
RH | Todos
los que te he mencionado, unos más que otros. Y nunca me he peleado con Toño Cisneros,
lo cual es una hazaña. Además, claro, César Calvo, que fue muy amigo mío, pero murió
lamentablemente, Mirko Lauer, con quien no guardo mucha cercanía actualmente, pero
nos frecuentamos en los años sesenta y compartimos algunas aventuras literarias
por aquellos años.
JAL | Y a Emilio Westphalen, ¿lo conociste, lo trataste?
RH | Era mi
ídolo. Pero tenía bien ganado su apodo La Momia, porque no hablaba, era mudo, muchos
se decepcionaban de él porque no abría la boca. En cambio, Eielson era mucho más
comunicativo, más simpático. Cuando me encontré con él en París me recibió muy bien,
me paseó por todo el Barrio Latino. Pero debo decir que, aunque tenía más cercanía
con éste, sentía una mayor admiración por la obra de Westphalen. Me gustaba mucho
su obra, una poesía de inspiración divina. Yo creo en la inspiración y me parece
que Westphalen también, porque su último libro Ha vuelto la Diosa ambarina,
es un poco una metáfora de la propia inspiración que ha vuelto. Eso me gusta mucho
de su obra, la frescura, la belleza, sus imágenes que son fantásticas. Lo he citado
en mis propios poemas y lo considero un poeta de primera. Creo que nosotros tenemos
una tradición breve pero muy intensa, tenemos poetas de gran talla, entre los cuales
se encuentra Westphalen.
Bueno, y allí esta él siempre presente Vallejo, que
sigue teniendo gran vigencia, aunque mi generación nunca le hizo mucho caso. Toño
Cisneros cada vez que puede hablar mal de Vallejo. Yo lo quiero mucho, pero no me
he dejado influenciar para nada por él.
JAL |¿No será el afán del parricidio?
RH | No, yo
creo que somos de sensibilidades muy distintas.
JAL |¿Ni siquiera en Trilce hallas una identificación?
RH | A mí
me conmueve, me emociona, es un gran poeta evidentemente, pero no me siento tentado
a escribir como él, ni tampoco a compartir su aventura. Hay gente que cree que basta
con ser miserable para escribir como Vallejo, y a mí no me gusta para nada la miseria,
yo soy antimiserabilista. No creo que un poeta tenga que meterse por esos oscuros
callejones para ser poeta.
JAL | El furor experimental de Contra Natura
se desvanece en tus Cuentos de extremo occidente. ¿A qué se debe ese cambio en el discurso? Supongo que es porque estás pasando
a un género que apenas exploras, pero si algo tiene el cuento es su posibilidad
experimental. No obstante, te conduces de manera más conservadora, cuando tu naturaleza
es contraria a esta conducta. ¿Responde a algún otro motivo?
RH | El cuento
es un género demasiado perfecto como para que se le abrume con experimentalismos.
Sin embargo, en mi cuento “El benefactor” resumo siete novelas que nunca serán escritas.
Es un cuento muy borgiano porque Borges nunca escribió novelas y consideraba que
el cuento es superior a la novela, opinión que casi casi comparto.
JAL | Es un género difícil
RH | Casi
tan difícil como la poesía, si no pregúntale a Borges, que recién escribió sus primeros
buenos poemas cuando ya era viejo y ciego. Antes no la veía. Pero yo creo que hay
ideas para cada cosa. Algunas ideas sirven para novelas, otras para teatro, otras
para cuento, ensayo, poema. Son tan raras las buenas ideas, llegan tan de tarde
en tarde que es conveniente dominar varios géneros para poder desarrollarlas todas,
cada una en su género.
JAL | ¿Y guion cinematográfico?
RH | Es lo
único que no he trabajado todavía. Estuve a punto de hacer uno con Jorge Semprún,
en base de un cuento mío, un cuento fantástico. Pero nunca se hizo, aunque supongo
que algún día me tocara hacerlo…
JAL | No solamente eres un escritor de varios registros escriturales, literarios,
sino también en tus oficios. Por ejemplo, tu afición que has convertido en un trabajo,
en un medio de vida, como son la astrología y la gastronomía. ¿Qué encuentras en
común en estas actividades?
RH | Todas
esas cosas me vienen por el hecho fatal e irreversible de ser poeta. Yo le achaco
toda la culpa a la poesía. Creo que ha determinado en mí un espíritu libre que busca
permanentemente, y trata de convertir sus aficiones en profesiones. Como me ha gustado
siempre cocinar y comer, entonces lo he transformado en profesión y ahora soy cronista
gastronómico. Como me gusta viajar, durante varios años me dediqué a escribir guías
de viajes para una agencia francesa, es así como vine a México por primera vez,
en 1976. Y como me gusta la astrología, he puesto una empresa de astrología computarizada
en Internet. Así me gano la vida.
JAL | Por último, hay un trasfondo epicúreo en esa gestualidad ¿no crees?
¿Significa que eres un hedonista profesional?
RH | Bueno,
sí, soy un venusino, aunque no profesional. Si lo vemos desde el punto de vista
astrológico no soy un violento marciano, no soy un lento capricorniano, ni un sentimental
canceriano, soy más bien un venusino al que le gusta la belleza, el placer, el amor.
Me gusta disfrutar de las bellas cosas del mundo, de las cosas bien hechas. Soy
de alguna manera un Epicúreo, como tú dices, pero que además de lo sensual, tiene
una manera intelectual de ver el mundo, el placer viene con su inteligencia, en
suma. Para mí la comida no es sólo el placer de comer, sino de cocinar, de conocer
la historia de los platos, su relación con los sentidos y las circunstancias en
que fueron creados.
Me acuerdo de una entrevista que le hice al famoso
gastrónomo español Xavier Domingo, en la que al final de la conversación me dijo:
“En realidad lo que me gusta a mí es escribir sobre comida, mucho más, incluso,
que comérmela.”
RODOLFO HINOSTROZA (Perú, 1941-2016). Poeta en primer lugar, narrador, dramaturgo, periodista, gastrónomo, astrólogo. Dos libros de poesía (de intensa gestualidad culterana y experimental) le bastaron para convertirse en una de las figuras referenciales de su país: Consejero del Lobo (1964) y Contranatura (1971), poemario éste que le mereció el premio Maldoror, otorgado por Barral Editores de Barcelona, o como lo dice atinadamente la solapa de la edición hecha por Fondo Editorial, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2002, “Maldolor”. Maravillosa errata o afortunada intención para desvelar la maligna desazón que embargan las líneas de esa obra, la de Lautremont-Ducasse y la de Hinostroza. Entre sus libros también se cuentan las novelas Aprendizaje de la limpieza (1978), Fata Morgana (1994), uno de relatos Cuentos de extremo Occidente (2002), y dos de teatro: Apocalipsis de una noche de verano (1986), Cuadrando el círculo (1997) y Cuentos de extremo Occidente (2002). En 1987 fue ganador del Premio Juan Rulfo con el cuento “El benefactor”.
JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1956). Poeta, narrador, periodista, editor y promotor cultural. Fundador y director de la editorial y la revista literaria La Otra. Responsable de Publicaciones de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Ha publicado más de 25 libros de poesía, narrativa, divulgación de la ciencia, periodismo y ensayo. Sus obras más recientes son Voz que madura, entrevistas a poetas iberoamericanos (tres volúmenes), BUAP, 2018; Luz y cenizas, FOEM, 2019, Enrique Arturo Diemecke. Biografía con música de Mahler, 2020, Exorbitant, Francia, 2020 y Anacrónicas, FCE 2021. Libros suyos han sido traducidos íntegros al francés, italiano, serbio, polaco y parcialmente al sueco, portugués, inglés y al rumano.
Agulha Revista de Cultura
Número 231 | junho de 2023
Artista convidado: José Ángel Leyva (México, 1956)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário