Desde Días roturados, su primer poemario, publicado en 1948, y que fue entusiastamente
saludado por Rafael Alberti desde Buenos Aires, Elvio ha editado los siguientes
títulos: Resoles áridos (1948-49), Despiertan las fogatas (1950-52), El sol bajo
las raíces (1952-55), De cara al corazón (1955), Esta guitarra dura (1960), Un relámpago
herido (1963), Destierro y atardecer (1962-72), Los innombrables (1959-73), El viejo
fuego (1969-75), Libro de la migración (1968-64)… Es esta la tercera antología que
de su obra publica la Editorial Losada, cada una ampliada con respecto a la anterior.
De ese modo se ha podido dar al público, en forma cíclica, una muestra representativa
de esta poesía a medida que se han ido produciendo. Romero es autor también de un
libro sobre la vida y la obra del gran poeta español Miguel Hernández.
Casi recién nacida,/
lumbre madura y fuerte/ sabes más de la muerte/ quizás que de la vida, escribió Rafael Alberti en 1948, refiriéndose al primer libro de Elvio
Romero. Otras grandes figuras de las letras americanas tuvieron también palabras
entusiastas sobre su poesía. Gabriela Mistral, por ejemplo, dijo: Pocas veces he sentido la tierra como acostada
sobre un libro. Y Miguel Angel Asturias subrayó: Poesía invadida, llamo yo esta poesía, poesía invadida por la vida, por
el juego y el fuego de la vida.
En efecto, si algo puede mostrarse como señal de identidad de esta poesía
es su vitalidad, su multivaria contaminación con el hombre y la vida, su vibración
consustancial con la vida misma. Hombre de ideas y de luchas, nuestro poeta no ha
sido de los que dicotimizan artificialmente pensamiento y poesía, arte y acción.
El prefería caminar con los dos pies, haciendo de la vida y la acción la cantera
fundamental de sus poemas, y de sus poemas el modo de expresión esencial de sus
ideas y de sus acciones. Por eso su poesía está profundamente penetrada de todo
cuanto la rodea, de lo cotidiano, de sentimientos, emociones y pasiones, de ideales,
de arrebatos y de luchas…
Elvio Romero, mi
hermano,
yo partiría en un
vuelo
de avión o de ave
marina,
mar a mar y cielo
a cielo,
hacia el Paraguay
lejano,
de lumbre sangrienta
y fina.
Así escribió, en París, en 1958, Nicolás Guillén, pensando en su lejano
amigo, diez años después de su encuentro en Buenos Aires. Pocos saben que el libro
de Romero, Días roturados, publicado por la Editorial Lautaro, en 1948, hubo de
llevar un prefacio del poeta cubano, que a la sazón ofrecía recitales en la Argentina,
en Buenos Aires, juntamente con León Felipe, Neruda, Rafael Alberti. Pero fue a
Alberti a quien correspondió hacerlo, en su bellísimo retrato poemático del joven
paraguayo:
Las auras populares
te ciñen de grandeza,
y una dulce tristeza
de niños sin hogares.
Nicolás Guillén
–nos lo contaba el poeta– a quien leí en 1947, mis originales, viajó de repente al Brasil. El libro
fue aceptado por sugerencia suya. El propio título de la colección que se iniciaba,
El pan y la estrella lo había puesto él. Preparó un prefacio, en prosa, que no terminó,
pues tuvo que viajar intempestivamente. Un día, viviendo yo en una pensión en la
calle Moreno, recibí el poema de Alberti, acompañado de una carta en que me decía
que era un homenaje a su admirable pueblo. Para un joven desconocido y retraído como yo, era demasiado. Eran ambos,
con Neruda, mis poetas preferidos, ya en el Paraguay, cuando, apenas concluida la
Guerra de España, regían nuestra formación inicial. Recuerdo que salí a caminar
por Buenos Aires, preso de una gran exaltación. No lo podía creer. Meses después,
desperté con el libro entre las manos. El Paraguay salía de una guerra civil, cruenta
y vana. Miles de compatriotas buscaron refugio en la Argentina. Nuestra vida cambió,
desde entonces, de rumbo.
El destierro decisivo
Elvio Romero publicó, a partir de allí, numerosos libros y su prestigio
fue creciendo sin pausa y silenciosamente. La Editorial Losada edita todo lo suyo
desde 1953. Fue traducido a distintos idiomas. Gabriela Mistral y Neruda celebraron
su poesía, ya lo dijimos; Asturias lo llamó brujo
de la palabra y, en Buenos Aires, Raúl González Tuñón lo calificó de cantor, en el sentido neto de la palabra.
En los últimos años, en el programa de estudios hispánicos de La Sorbonne de París,
figura su Antología Poética como texto,
junto al Facundo de Sarmiento. Nada más
ni nada menos. Desde luego que eso me ha llenado
de orgullo –decía–. Especialmente porque
da a conocer algo del Paraguay, tan preferido y olvidado. No hay que olvidar que
Luis Alberto Sánchez habló alguna vez de "la incógnita del Paraguay. Y
no deja de ser halagüeño el que poco a poco se despeje esa incógnita. Al fin y al
cabo, nosotros tenemos poetas que merecen la atención de los críticos y aún de los
antólogos.
Pero nuestro encierro ha pesado mucho para esa apreciación. Hoy, algo se
conoce de nosotros. Músicos, como Agustín Barrios y José Asunción Flores, por ejemplo,
pertenecen ya al repertorio universal. Escritores como Roa Bastos, Gabriel Casaccia
y Rubén Bareiro Saguier. Aunque no todo ha sido descubierto. Por suerte, ahora,
ya las miradas nos alcanzan también, dado que hay mayor apertura en el conocimiento
de nuestras literaturas, de este continente que, desde el siglo pasado, viene dando
valores substanciales. Quiero decir, en resumen, que lentamente la faena cultural
paraguaya se va abriendo paso.
Romero ha fijado su residencia en Buenos Aires, en donde acaba de fallecer,
el 19 de mayo de 2004, aunque no siempre estaba entre nosotros, pues vivió también
en otros países, largos años, entre ellos Brasil, Italia, Francia, y recorrió diversos
pueblos del mundo. Estaba vinculado al quehacer literario porteño y, últimamente,
se desempeñaba como agregado cultural de la Embajada paraguaya. Al respecto de la
capital porteña, Elvio decía: Buenos Aires
es un gran polo de atracción. Sin lugar a dudas, la ciudad más importante de América
latina, desde todo punto de vista. Cosmópolis¡, la llamó Darío. Desde aquí se han proyectado escritores de todo el continente,
que acaso desde sus países no hubieran podido hacerlo. Desde el mismo Darío hasta
Neruda, y decenas más que desde aquí, bajo el padrinazgo de sus grandes editoriales,
se universalizaron.
Recién llegado a
Buenos aires
Aprovechamos para recordarle que, en aquel tiempo, el café era el sitio
de los encuentros. Y efectivamente, Elvio señalaba: Sí, el café también, aunque no exclusivamente. Eran, desde luego, la maravilla
de la ciudad. En el Bar Berna, de Avenida de Mayo y Sáenz Peña, vi desfilar a figuras
famosas: Don Ramón Gómez de la Serna, a Luis Cané, a Nalé Roxlo, a Luis Seoane,
a Alfredo Varela, a Arturito Cuadrado, conversadores de oro, a mi entrañable amigo
José Asunción Flores, y a tantos otros contertulios de pura cepa.
No pudimos dejar de preguntarle si no sentía nostalgia de aquel tiempo.
No, ninguna. Buenos Aires, ciertamente, ha
cambiado. Pero no por perder el café, está peor. Sigue siendo una de las ciudades
más bellas del mundo, un hervidero de actividades, de talentos valiosísimos. Su
poder cultural continua siendo impresionante. ¿En qué ciudad del mundo se trabaja
tanto, con tantas exposiciones de pintura, de conciertos, de conferencias? Su vitalidad
es abrumadora.
Siempre cuando uno se halla frente a un poeta, dialogando sobre sus preferencias,
o sus inicios literarios, es casi inevitable reprimir el deseo de saber más cosas,
y, nosotros no podíamos ser menos, y lo abrumábamos a preguntas, como las consabidas
¿cuándo comenzó a escribir, o cuándo sintió el deseo de la literatura, y Elvio decía:
Yo no he sentido nunca el deseo de la literatura.
Pienso que ella, en su expresión poética, estaba en mí. Al fin y al cabo, la imagen,
raíz de todo arte, no es más que una reproducción condensada, comulgada, de
la realidad infantil. El poeta no sería, entonces,
más que un niño sobrellevado. Comencé a escribir pronto, hacia los 9 años. La vocación
inicial fue cultivada, desde luego, por largas lecturas.
Vemos que desde muy joven se dedicó a la lectura. Alguien que pretendía
escribir debía hacerlo, desde luego. El dominio del idioma, el rigor, el estilo,
se consiguen a través de una severa disciplina. Sumado a eso podemos decir que Elvio
tiene influencias barretianas, ya que en su juventud, y todavía hoy, admiraba a
Barret. Este lo seguía acompañando siempre. Creemos que su influencia está en lo
mejor de la literatura paraguaya. A nuestro poeta lo atraía de él su espíritu crítico,
su vasta ilustración, su prosa incomparable. Barret, según Romero, fue el mayor
artista que habitó estas tierras. Y se empeñó en ser veraz, pese a quien pese… por
lo que pagó caro. Nuestro país no tuvo con él la gratitud que merecía. Varias generaciones paraguayas-afirmaba-aprendieron
en su obra el disconformismo, la aversión a la injusticia, la pasión por la libertad.
Desde Ortiz Guerrero a Campos Cervera, pasando por Concepción Ortiz, Lamas, Días
Peña, Roa Bastos y otros, todos se nutrieron del pensamiento progresista y transformador
del Apóstol. Barret marcó a fuego la conciencia colectiva.
La búsqueda de nuevos procedimientos, de irradiaciones diferentes de la
palabra, de sonidos que acompañen a las ideas o que procedan de ellas, eran la preocupación
permanente de Romero. Acaso la renovación temática sea la más difícil, ya que hay
ciertos mitos que rondan el corazón de un poeta, y lo reducen para siempre. La fantasía
se recrea alrededor de esa melodía única y termina uno por comprender que, finalmente,
no hace sino girar sobre el mismo vórtice, profiriendo un solo murmullo, una repetida
canción. En fin, construyendo un único poema, que va cobrando intensidad en la medida
que el poeta vaya contemplando la vida desde otras ópticas, ahondando en su complejidad
y en su misterio. Al referirse a Los valles
imaginarios, Elvio, aseveraba, Creo que propone
otro modo de ver lo mismo, de contemplar los objetos a trasluz, tratando de penetrar
en su íntima fosforescencia. Sé, sin embargo, que se trata del mismo frenesí de
amor a mi tierra, a mi tierra doliente, incomprendida y heroica.
Le señalábamos que quizá el exilio, su largo exilio, haya contribuido a
bucear difuminados recuerdos. En poesía –acotaba– el recuerdo no parte de un inventario de hechos
ocurridos, como suele hacer un prolijo relator. Hay una carga emocional desprendida
de una realidad omnipresente. Cuando canto al Paraguay, no lo hago partiendo de
un hecho episódico, sino de un conjunto de vivencias que provocan la descarga lírica.
Queríamos saber si, puesto en un juego de prestidigitación, sus libros estuviesen
todos en una galera y tuviese que extraer uno, cuál extraería, de acuerdo a sus
preferencias. No me sería posible. No puedo
establecer preferencias –afirmaba–. Mis
libros, que están hechos todos de poemas de circunstancias, de circunstancias vitales,
guardan estremecimientos válidos en diferentes ocasiones. De cada uno de ellos podría
escoger uno o dos poemas que considero cabalmente logrados."
El penúltimo poema
Suponemos que la mitad del género humano, por lo menos, se arrodillaría
suplicando por su retorno, y que vuelvan a traer a nuestras almas las emociones
que la poesía, como las otras artes, transmiten. Lo nuestro también es un trabajo de gran desgaste físico (¡Si lo sabrán
los novelistas, esos elefantes de la energía!) y manual –replicaba él– Se ha hecho injustamente una ficticia (y facciosa)
separación entre las distintas formas del trabajo humano. Pero yo sé que alguna
vez estaremos unidos los hombres con distinta manera de crear, unidos en el acto
y en el verbo, cuando ya nadie contemple despectivamente una u otra tarea, tal o
cual labor, hallando una gran plenitud en la complementación de los esfuerzos.
Y ya que hablábamos de esfuerzos, le preguntábamos si vivía de sus obras,
amén de su trabajo como agregado cultural, y él respondía: ¡Esta sí es una curiosa pregunta! No hace mucho, releyendo El Quijote, el
prologuista señalaba que a Cervantes el cultivo de las musas le hizo abandonar
otros rumbos que le asegurasen un modesto porvenir y tomar el que conduce al Parnaso:
derrotero seguro para llegar al puerto de la Pobreza. ¿Usted piensa que cambiaron mucho las cosas?
Hubo una expresión pícara en su rostro. Un velo oscuro iba cayendo sobre
la plaza en que nos encontrábamos. Me extendió un poema, el penúltimo, me dijo, para su diario. Tenía la impresión de que todo
había quedado para una próxima entrevista. Le hice la sugerencia. –Será en Asunción, me contestó.
https://www.revistaaltazor.cl/elvio-romero-asi-nos-completamos/
Agulha Revista de Cultura
Número 34 | julho de 2023
Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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