domingo, 23 de julho de 2023

ARMANDO ALMADA-ROCHE | Elvio Romero, “lumbre madura y fuerte”

 


Nacido en 1926, Elvio Romero es hoy por hoy una de las voces poéticas más firmes, constantes y de mayor resonancia en nuestro continente. A la elevada calidad de su poesía unía la encomiable condición de infatigable trabajador, disciplinado y recio consigo mismo, con lo cual reafirma el conocido principio de que la poesía, y el arte en general, debe, desde luego, mucho al talento y la sensibilidad estética, pero también muchísimo a la disciplina y al trabajo tenaz.

Desde Días roturados, su primer poemario, publicado en 1948, y que fue entusiastamente saludado por Rafael Alberti desde Buenos Aires, Elvio ha editado los siguientes títulos: Resoles áridos (1948-49), Despiertan las fogatas (1950-52), El sol bajo las raíces (1952-55), De cara al corazón (1955), Esta guitarra dura (1960), Un relámpago herido (1963), Destierro y atardecer (1962-72), Los innombrables (1959-73), El viejo fuego (1969-75), Libro de la migración (1968-64)… Es esta la tercera antología que de su obra publica la Editorial Losada, cada una ampliada con respecto a la anterior. De ese modo se ha podido dar al público, en forma cíclica, una muestra representativa de esta poesía a medida que se han ido produciendo. Romero es autor también de un libro sobre la vida y la obra del gran poeta español Miguel Hernández.

Casi recién nacida,/ lumbre madura y fuerte/ sabes más de la muerte/ quizás que de la vida, escribió Rafael Alberti en 1948, refiriéndose al primer libro de Elvio Romero. Otras grandes figuras de las letras americanas tuvieron también palabras entusiastas sobre su poesía. Gabriela Mistral, por ejemplo, dijo: Pocas veces he sentido la tierra como acostada sobre un libro. Y Miguel Angel Asturias subrayó: Poesía invadida, llamo yo esta poesía, poesía invadida por la vida, por el juego y el fuego de la vida.

En efecto, si algo puede mostrarse como señal de identidad de esta poesía es su vitalidad, su multivaria contaminación con el hombre y la vida, su vibración consustancial con la vida misma. Hombre de ideas y de luchas, nuestro poeta no ha sido de los que dicotimizan artificialmente pensamiento y poesía, arte y acción. El prefería caminar con los dos pies, haciendo de la vida y la acción la cantera fundamental de sus poemas, y de sus poemas el modo de expresión esencial de sus ideas y de sus acciones. Por eso su poesía está profundamente penetrada de todo cuanto la rodea, de lo cotidiano, de sentimientos, emociones y pasiones, de ideales, de arrebatos y de luchas…

 

Elvio Romero, mi hermano,

yo partiría en un vuelo

de avión o de ave marina,

mar a mar y cielo a cielo,

hacia el Paraguay lejano,

de lumbre sangrienta y fina.

 

Así escribió, en París, en 1958, Nicolás Guillén, pensando en su lejano amigo, diez años después de su encuentro en Buenos Aires. Pocos saben que el libro de Romero, Días roturados, publicado por la Editorial Lautaro, en 1948, hubo de llevar un prefacio del poeta cubano, que a la sazón ofrecía recitales en la Argentina, en Buenos Aires, juntamente con León Felipe, Neruda, Rafael Alberti. Pero fue a Alberti a quien correspondió hacerlo, en su bellísimo retrato poemático del joven paraguayo:

 

Las auras populares

te ciñen de grandeza,

y una dulce tristeza

de niños sin hogares.

 

Nicolás Guillén –nos lo contaba el poeta– a quien leí en 1947, mis originales, viajó de repente al Brasil. El libro fue aceptado por sugerencia suya. El propio título de la colección que se iniciaba, El pan y la estrella lo había puesto él. Preparó un prefacio, en prosa, que no terminó, pues tuvo que viajar intempestivamente. Un día, viviendo yo en una pensión en la calle Moreno, recibí el poema de Alberti, acompañado de una carta en que me decía que era un homenaje a su admirable pueblo. Para un joven desconocido y retraído como yo, era demasiado. Eran ambos, con Neruda, mis poetas preferidos, ya en el Paraguay, cuando, apenas concluida la Guerra de España, regían nuestra formación inicial. Recuerdo que salí a caminar por Buenos Aires, preso de una gran exaltación. No lo podía creer. Meses después, desperté con el libro entre las manos. El Paraguay salía de una guerra civil, cruenta y vana. Miles de compatriotas buscaron refugio en la Argentina. Nuestra vida cambió, desde entonces, de rumbo.

 


El destierro decisivo

Podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que lo decisivo en la carrera de Elvio Romero fue el destierro. Sin él es muy probable que siguiera hasta hoy inédito. El exilio, Nicolás Guillén y Rafael Alberti y la Editorial Lautaro, y luego la Editorial Losada. Y los amigos célebres, como señaláramos más arriba: Asturias, Neruda, Alberti, Mistral. El destierro salvó a un poeta del anonimato.

Elvio Romero publicó, a partir de allí, numerosos libros y su prestigio fue creciendo sin pausa y silenciosamente. La Editorial Losada edita todo lo suyo desde 1953. Fue traducido a distintos idiomas. Gabriela Mistral y Neruda celebraron su poesía, ya lo dijimos; Asturias lo llamó brujo de la palabra y, en Buenos Aires, Raúl González Tuñón lo calificó de cantor, en el sentido neto de la palabra. En los últimos años, en el programa de estudios hispánicos de La Sorbonne de París, figura su Antología Poética como texto, junto al Facundo de Sarmiento. Nada más ni nada menos. Desde luego que eso me ha llenado de orgullo –decía–. Especialmente porque da a conocer algo del Paraguay, tan preferido y olvidado. No hay que olvidar que Luis Alberto Sánchez habló alguna vez de "la incógnita del Paraguay. Y no deja de ser halagüeño el que poco a poco se despeje esa incógnita. Al fin y al cabo, nosotros tenemos poetas que merecen la atención de los críticos y aún de los antólogos.

Pero nuestro encierro ha pesado mucho para esa apreciación. Hoy, algo se conoce de nosotros. Músicos, como Agustín Barrios y José Asunción Flores, por ejemplo, pertenecen ya al repertorio universal. Escritores como Roa Bastos, Gabriel Casaccia y Rubén Bareiro Saguier. Aunque no todo ha sido descubierto. Por suerte, ahora, ya las miradas nos alcanzan también, dado que hay mayor apertura en el conocimiento de nuestras literaturas, de este continente que, desde el siglo pasado, viene dando valores substanciales. Quiero decir, en resumen, que lentamente la faena cultural paraguaya se va abriendo paso.

Romero ha fijado su residencia en Buenos Aires, en donde acaba de fallecer, el 19 de mayo de 2004, aunque no siempre estaba entre nosotros, pues vivió también en otros países, largos años, entre ellos Brasil, Italia, Francia, y recorrió diversos pueblos del mundo. Estaba vinculado al quehacer literario porteño y, últimamente, se desempeñaba como agregado cultural de la Embajada paraguaya. Al respecto de la capital porteña, Elvio decía: Buenos Aires es un gran polo de atracción. Sin lugar a dudas, la ciudad más importante de América latina, desde todo punto de vista. Cosmópolis¡, la llamó Darío. Desde aquí se han proyectado escritores de todo el continente, que acaso desde sus países no hubieran podido hacerlo. Desde el mismo Darío hasta Neruda, y decenas más que desde aquí, bajo el padrinazgo de sus grandes editoriales, se universalizaron.

 


Recién llegado a Buenos aires


Le preguntábamos a qué escritores argentinos conoció recién llegado. Y él, recordaba: En primer término, a José Portogalo, cuyos poemarios leíamos ya en Asunción. Portogalo era un magnífico poeta y un ser maravilloso, lleno de pasión. Vivía en Villa Ortúzar, en una calle llena de árboles. Con Evita, su mujer, otro prodigio. En esas casas eran las tenidas poéticas, a cualquier hora del día y de la noche. Allí conocí también a Tuñón, ese gran poeta de la ciudad. Fueron mis entrañables compañeros. De entre los jóvenes de aquel entonces, a Juan José Manauta, que se volvería un escritor de fuste, tal vez el mayor novelista de su generación. A Enrique Wernicke, cuentista mágico. Era un tiempo de júbilo creador; nuestros bolsillos estallaban de originales. Todavía conocí a Enrique Amorín, a Girondo, a María Rosa Oliver, a Juan Carlos Castagnino, a Berni, a Verbitski, en fin, a tantos que no podría nombrar a todos.

Aprovechamos para recordarle que, en aquel tiempo, el café era el sitio de los encuentros. Y efectivamente, Elvio señalaba: Sí, el café también, aunque no exclusivamente. Eran, desde luego, la maravilla de la ciudad. En el Bar Berna, de Avenida de Mayo y Sáenz Peña, vi desfilar a figuras famosas: Don Ramón Gómez de la Serna, a Luis Cané, a Nalé Roxlo, a Luis Seoane, a Alfredo Varela, a Arturito Cuadrado, conversadores de oro, a mi entrañable amigo José Asunción Flores, y a tantos otros contertulios de pura cepa.

No pudimos dejar de preguntarle si no sentía nostalgia de aquel tiempo. No, ninguna. Buenos Aires, ciertamente, ha cambiado. Pero no por perder el café, está peor. Sigue siendo una de las ciudades más bellas del mundo, un hervidero de actividades, de talentos valiosísimos. Su poder cultural continua siendo impresionante. ¿En qué ciudad del mundo se trabaja tanto, con tantas exposiciones de pintura, de conciertos, de conferencias? Su vitalidad es abrumadora.

Siempre cuando uno se halla frente a un poeta, dialogando sobre sus preferencias, o sus inicios literarios, es casi inevitable reprimir el deseo de saber más cosas, y, nosotros no podíamos ser menos, y lo abrumábamos a preguntas, como las consabidas ¿cuándo comenzó a escribir, o cuándo sintió el deseo de la literatura, y Elvio decía: Yo no he sentido nunca el deseo de la literatura. Pienso que ella, en su expresión poética, estaba en mí. Al fin y al cabo, la imagen, raíz de todo arte, no es más que una reproducción condensada, comulgada, de la realidad infantil. El poeta no sería, entonces, más que un niño sobrellevado. Comencé a escribir pronto, hacia los 9 años. La vocación inicial fue cultivada, desde luego, por largas lecturas.

Vemos que desde muy joven se dedicó a la lectura. Alguien que pretendía escribir debía hacerlo, desde luego. El dominio del idioma, el rigor, el estilo, se consiguen a través de una severa disciplina. Sumado a eso podemos decir que Elvio tiene influencias barretianas, ya que en su juventud, y todavía hoy, admiraba a Barret. Este lo seguía acompañando siempre. Creemos que su influencia está en lo mejor de la literatura paraguaya. A nuestro poeta lo atraía de él su espíritu crítico, su vasta ilustración, su prosa incomparable. Barret, según Romero, fue el mayor artista que habitó estas tierras. Y se empeñó en ser veraz, pese a quien pese… por lo que pagó caro. Nuestro país no tuvo con él la gratitud que merecía. Varias generaciones paraguayas-afirmaba-aprendieron en su obra el disconformismo, la aversión a la injusticia, la pasión por la libertad. Desde Ortiz Guerrero a Campos Cervera, pasando por Concepción Ortiz, Lamas, Días Peña, Roa Bastos y otros, todos se nutrieron del pensamiento progresista y transformador del Apóstol. Barret marcó a fuego la conciencia colectiva.

La búsqueda de nuevos procedimientos, de irradiaciones diferentes de la palabra, de sonidos que acompañen a las ideas o que procedan de ellas, eran la preocupación permanente de Romero. Acaso la renovación temática sea la más difícil, ya que hay ciertos mitos que rondan el corazón de un poeta, y lo reducen para siempre. La fantasía se recrea alrededor de esa melodía única y termina uno por comprender que, finalmente, no hace sino girar sobre el mismo vórtice, profiriendo un solo murmullo, una repetida canción. En fin, construyendo un único poema, que va cobrando intensidad en la medida que el poeta vaya contemplando la vida desde otras ópticas, ahondando en su complejidad y en su misterio. Al referirse a  Los valles imaginarios, Elvio, aseveraba, Creo que propone otro modo de ver lo mismo, de contemplar los objetos a trasluz, tratando de penetrar en su íntima fosforescencia. Sé, sin embargo, que se trata del mismo frenesí de amor a mi tierra, a mi tierra doliente, incomprendida y heroica.

Le señalábamos que quizá el exilio, su largo exilio, haya contribuido a bucear difuminados recuerdos. En poesía –acotaba– el recuerdo no parte de un inventario de hechos ocurridos, como suele hacer un prolijo relator. Hay una carga emocional desprendida de una realidad omnipresente. Cuando canto al Paraguay, no lo hago partiendo de un hecho episódico, sino de un conjunto de vivencias que provocan la descarga lírica.

Queríamos saber si, puesto en un juego de prestidigitación, sus libros estuviesen todos en una galera y tuviese que extraer uno, cuál extraería, de acuerdo a sus preferencias. No me sería posible. No puedo establecer preferencias –afirmaba–. Mis libros, que están hechos todos de poemas de circunstancias, de circunstancias vitales, guardan estremecimientos válidos en diferentes ocasiones. De cada uno de ellos podría escoger uno o dos poemas que considero cabalmente logrados."

 

El penúltimo poema

¿Existe el ocio creador?, reflexionamos. Se suele mencionar, en efecto, el ocio de los poetas. Mal dicho. ¿O necesidad de tiempo para trabajar? Porque lo que se suele enfrentar es una ardua labor, decía Elvio, terrible a veces. Diferente a otras labores, naturalmente. ¿O no es una faena dura esa profunda reflexión a la que tiene que sumirse, esa tormentosa persecución de un eco todavía no aprehendido, esas inmolaciones en pos de una palabra no encontrada? ¿Qué sería del mundo, al fin y al cabo, sin ese trabajo, sin esos frutos del esfuerzo continuado y tenaz en que consumieron su vida tantos creadores? Alguna vez imaginamos un universo huérfano de arte, un mundo en que la palabra escrita se borró, súbitamente, por hartazgo de convivir entre los hombres. Y que una mañana despertáramos sin qué leer, sin una música, sin nada que nos haga convivir con las ideas.

Suponemos que la mitad del género humano, por lo menos, se arrodillaría suplicando por su retorno, y que vuelvan a traer a nuestras almas las emociones que la poesía, como las otras artes, transmiten. Lo nuestro también es un trabajo de gran desgaste físico (¡Si lo sabrán los novelistas, esos elefantes de la energía!) y manual –replicaba él– Se ha hecho injustamente una ficticia (y facciosa) separación entre las distintas formas del trabajo humano. Pero yo sé que alguna vez estaremos unidos los hombres con distinta manera de crear, unidos en el acto y en el verbo, cuando ya nadie contemple despectivamente una u otra tarea, tal o cual labor, hallando una gran plenitud en la complementación de los esfuerzos.

Y ya que hablábamos de esfuerzos, le preguntábamos si vivía de sus obras, amén de su trabajo como agregado cultural, y él respondía: ¡Esta sí es una curiosa pregunta! No hace mucho, releyendo El Quijote, el prologuista señalaba que a Cervantes el cultivo de las musas le hizo abandonar otros rumbos que le asegurasen un modesto porvenir y tomar el que conduce al Parnaso: derrotero seguro para llegar al puerto de la Pobreza. ¿Usted piensa que cambiaron mucho las cosas?

Hubo una expresión pícara en su rostro. Un velo oscuro iba cayendo sobre la plaza en que nos encontrábamos. Me extendió un poema, el penúltimo, me dijo, para su diario. Tenía la impresión de que todo había quedado para una próxima entrevista. Le hice la sugerencia. –Será en Asunción, me contestó.

 

 Poemas de Elvio Romero se pueden encontrar en la revista Altazor:

https://www.revistaaltazor.cl/elvio-romero-asi-nos-completamos/

 


ARMANDO ALMADA-ROCHE (Argentina, 1942). Ejerció los más diversos oficios: cantante, bailarín, dibujante, actor, periodista. Colaboró en los medios gráficos más importantes de Buenos Aires: La Prensa, La Nación, La Opinión, Tiempo Argentino, Clarín, Siete Días, Primera Plana. También fue una especie de corresponsal literario de los diarios de Paraguay: Hoy, Ultima Hora. La Nación, Ñandé. Es autor, entre otros libros, de José Asunción Flores, pájaro musical y lírico; Augusto Roa Bastos, el estilo de la tierra; Herminio Giménez, viento del pueblo; Carlos Lara Bareiro, el músico mayor de Paraguay; José Asunción Flores, compañero del alma, compañero; Gabriel Casaccia, el padre de la novela en el Paraguay; Elvio Romero, corazón de fragua y fuego. Obras que retratan de cuerpo entero a las mayores figuras musicales y literarias del solar guaraní.

 

 

ABY RUIZ (Puerto Rico 1971). Artista visual que trabaja con pintura al óleo, dibujo e instalaciones. Su obra explora la naturaleza humana en diferentes situaciones en las que se expone el comportamiento de cada individuo. El cuerpo es la principal fuente de expresión en composiciones muy intensas donde en ocasiones aparece algún elemento de humor. Los temas más desarrollados por el artista están relacionados con la infancia, la sexualidad, la mortalidad, la inocencia, la violencia y la ternura, y son abordados en espacios indefinidos e imágenes recortadas. Ruiz se involucró en las artes desde temprana edad, tomó clases de pintura con Pablo San Segundo y estudió pintura, dibujo y grabado en la Escuela Especializada de Bellas Artes de Arecibo bajo la tutela del profesor y artista Rolando Borges Soto. Su obra ha sido presentada en numerosas exposiciones internacionales en Estados Unidos, Panamá, Canadá y República Dominicana. Aby Ruiz es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 

 


 Agulha Revista de Cultura

Número 34 | julho de 2023

Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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