Estudió en el Colegio Superior de Señoritas (1929-1934),
donde mostró tempranamente su agudeza crítica ante un medio hostil y mediocre. Prueba
de ello es el ensayo ¿Qué hora es? (1933). También realizó estudios secretariales,
gracias a los cuales se pudo desempeñar como burócrata. Según Meléndez Obando, la
ascendencia de Yolanda es el resultado de la mezcla del español con indígena durante
la Colonia, en algunos casos; en otros, sus antepasados eran criollos españoles
que se mantuvieron sin mezcla en el citado periodo, con la inclusión posterior de
nueva sangre europea, como la de su abuelo materno.
Lo cierto es que Yolanda Oreamuno nació y creció en una
época conflictiva. Su nacimiento se produce en plena Primera Guerra Mundial y un
año antes de la férrea dictadura de los hermanos Tinoco quiene habían depuesto al
presidente Alfredo González Flores en 1917. Posteriormente, ocurre la gran crisis
mundial de 1929, de severas repercusiones en la economía dependiente de Costa Rica,
que se prolongan a lo largo de las décadas siguientes. El país soporta intensos
cambios que se reflejan en varios acontecimientos: la reforma tributaria efectuada
por el presidente González Flores; desaparición de la pequeña propiedad privada
y la concentración de la propiedad en pocas manos; desocupación y aumento de trabajadores
sujetos al patrón o gamonal; explotación bananera de la United Fruit Company, contra
la que se levanta la gran huelga de 1934; despertar de la conciencia antiimperialista
del pueblo costarricense; fundación del Partido Comunista en 1931 como instrumento
para impulsar la organización de los sectores populares y su participación en la
vida política del país.
Este proceso histórico desemboca en la promulgación de
las Garantías Sociales para la clase trabajadora del país y la guerra civil de 1948,
a partir de la cual se produce un ascenso de sectores medios de la sociedad costarricense
con nuevos proyectos y orientaciones económicas a través de la intervención directa
del Estado en la economía. En el campo cultural se genera un movimiento cuyos representantes,
más críticos, experimentan con nuevas formas de expresión artística. Entre otros
destacan, Max Jiménez, Carlos Luis Fallas, Manuel de la Cruz González, Francisco
“Paco” Zúñiga, Francisco “Paco” Amighetti, Joaquín Gutiérrez, Fabián Dobles, Emilia
Prieto Tugores y Eunice Odio. En literatura se le conoce como la generación del
40.
Como explica Rima de Valbona:
Las letras se vieron favorecidas al fundarse la Editorial Costa Rica y la
Universidad de Costa Rica, órganos del aparato ideológico estatal. Además, el concurso
que promovió en 1940 la editorial norteamericana Farrar & Reinhart para premiar
la mejor novela de Latinoamérica, representó un gran estímulo para los escritores,
los cuales integraron la “generación del 40”. Esta tiene dos vertientes: la primera,
la de la novela del agro y denuncia, la representan Carlos Luis Fallas (1909-1966),
Fabián Dobles (1918), Joaquín Gutiérrez (1918) y Carlos Salazar Herrera (1906).
La segunda, que corresponde a la llamada novela introspectiva o experimental, la
encabeza Yolanda Oreamuno (1916-1956). Un caso especial, porque participa de ambas
corrientes, es José Marín Cañas (1904-1980), reconocido en el extranjero sobre todo
por su Infierno verde (1935), novela que desarrolla el tema de la Guerra del Chaco
entre Paraguay y Bolivia.
Luego Valbona explica:
La novela del agro y denuncia está íntimamente ligada al realismo propio
de las tendencias criollistas de Latinoamérica y responde a los esquemas de la ideología
marxista a la que pertenecen los integrantes del grupo. Representa un esfuerzo por
concientizar a los lectores respecto a los múltiples problemas del proletariado
y de las clases poco privilegiadas. Se trata de relatos en los que la colectividad,
y no el individuo, es protagonista.
La novela introspectiva o experimental, representada por La ruta de su evasión
(1948) de Yolanda Oreamuno, no participa de los principios ideológico-estéticos
de la de denuncia. Tampoco se interesa por el espacio sociogeográfico del relato.
En cambio se concentra en la psique de los personajes y en el medio ambiente urbano
donde empieza a definirse la angustia existencial. El relato abierto utiliza innovadores
recursos narrativos.
A los 20 años de edad, en 1936, publica su primer cuento La lagartija
de la panza blanca, y también Para Revenar, no para Max Jiménez. En la
embajada de Chile, donde logra colocarse como secretaria, conoce al diplomático
Jorge Molina Wood, con quien se casa y se va a vivir al país austral. Allá escribe
los relatos La mareas vuelven de noche y Don Junvencio, que quedarían
en manos de Hernán Max y que no sería publicados hasta 1971. Pero a finales de 1936
regresa a Costa Rica: su marido, víctima de una enfermedad incurable, se había suicidado
y la familia de este, sin ninguna consideración, prácticamente la desconoce y la
expulsa de su ámbito.
Al año siguiente contrae matrimonio con Óscar Barahona Streber, abogado simpatizante
del Partido Comunista Costarricense, de esa manera entra en contacto con las ideas
socialistas y marxistas y participa en actividades antifranquistas y de solidaridad
por la defensa de la República Española. Literariamente, es ése uno de sus años
más prolíficos: sus obras aparecen en el Repertorio Americano, revista que publica
Joaquín García Monge, quien se convertirá en su maestro, editor y amigo. Entre los
cuentos que vieron la luz entonces figuran 40º sobre cero, 18 de setiembre,
Misa de ocho, Vela urbana, El espíritu de mi tierra, Insomnio
y El negro, sentido de la alegría.
Su primera novela, Por tierra firme, la comienza a escribir en 1938
y en 1940 la envía a un certamen (Concurso de Escritores Hispanoamericanos de la
Editorial Farrar & Rinehart) en el que compartió el primer premio con otros
dos escritores nacionales. Descontenta con esta decisión, se negó a enviar el manuscrito
para su publicación en Nueva York y finalmente el texto de la obra, lastimosamente,
se perdió. El 21 de septiembre de 1942 nace su único hijo, Sergio Simeón Barahona
Oreamuno, y ese mismo año comienza a deteriorarse la relación con su marido, la
cual terminará en divorcio en 1945, perdiendo la custodia de su hijo, hecho que
la deprimirá para siempre.
Debido al desdén y la incomprensión, Yolanda Oreamuno se
autoexilia en los años 40, primero en Guatemala y luego en México, donde finalmente
fallece. La Guatemala de los 40 se caracterizó, en lo político, por la imposición
del poder militar, la censura de prensa, el exilio y cárcel para los opositores,
burocracia estatal reducida y dócil, amplio control policial, asuntos de hacienda
y de finanzas en manos de familias cafetaleras, y trato preferencial a las compañías
extranjeras. Hubo algunos cambios, en cuanto a las libertades, luego de la caída
del dictador Ubico en 1944, una suerte de primavera con los gobiernos de Juan José
Arévalo y Jacobo Arbenz, quien es derrocado por la CIA usamericana en 1954.
Yolanda parte entonces a México donde encontrará un campo
sociocultural mucho más amplio y en plena ebullición. Para los años 30 se había
instaurado el PRI y ocurren grandes cambios: reforma agraria, nacionalización de
los recursos naturales, auge del sindicalismo, formación de un laicismo antirreligioso
que logra la prohibición de la enseñanza católica. Estas medidas las aplicó el general
Lázaro Cárdenas (1934-1940), quien atenuó la represión contra el clero. Se nacionaliza
el petróleo pero decae su producción; Cárdenas impulsa entonces la industrialización
y reparte tierras a campesinos.
La revolución fundó un México nuevo bajo el control de
un solo partido y del ejército, todo ello enmarcado dentro de una dinámica social
y económica que hace de ese país una nación de fuertes contrastes. La cultura de
los años 30 en México estuvo impregnada por un afán desmedido de industrialización,
urbanización y progreso, dogmas primarios de la conceptualización de la modernidad
liberal en América Latina, entendida la modernidad no únicamente en los planos artísticos
sino también en los económicos, políticos y sociales.
El norte en la vanguardia artística mexicana lo marcan
los muralistas (Rivera, Orozco, Siqueiros), quienes rescataban valores fundamentales
de las culturas populares, especialmente indígenas (el indigenismo), y de la misma
revolución mexicana; la principal característica del muralismo va a ser su afán
didáctico para educar ideológicamente al pueblo a través del rescate de los valores
indigenistas, históricos y nacionalistas por medio de un arte monumental y público.
Además, para este momento, México sufre cambios dramáticos
de infraestructura con el crecimiento de las ciudades, el culto por lo fabril y
la producción automatizada. Todo esto propició una corriente y lenguaje universales,
mejor dicho, una asimilación de lo proveniente de las metrópolis. Los filósofos
Samuel Ramos y Leopoldo Zea buscarán la identidad a través de una mexicanidad sin
ninguna máscara cultural, al igual que el premio nóbel Octavio Paz.
Por si fuera poco, se asiste a la transformación de la
Ciudad de México en una meca del cine y la música en español que irradia toda su
influencia hacia el resto de Latinoamérica, con sus respectivos ídolos de masas
como María Felix, Dolores del Río, Agustín Lara, Libertad Lamarque, Antonio y Luis
Aguilar, Jorge Negrete, Yolanda Montes “Tongolele”, entre otros. Todo esto creó
un campo de cultivo justo para una nueva generación de artistas como Frida Kahlo,
Remedios Baro, Leonora Carrington, Sofia Bazi y Tina Modotti. Este es el México
que hallará Yolanda Oreamuno y que la verá morir un 8 de julio de 1856.
Es importante transcribir aquí el análisis que hace Rima
de Valbona sobre los contenidos del trabajo literario de Yolanda Oreamuno y sobre
sus varias obras extraviadas.
El fenómeno de Yolanda Oreamuno es desconcertante en el mundo peque burgués
costarricense: no sólo rompe con la literatura del país y centroamericana al atacar
abierta y continuamente el “folklore” que estaba en su apogeo, sino que además se
niega a seguir el camino de la novela de protesta hispanoamericana que ella considera
muy trillado porque persigue “lo socialmente conmovedor” para privarse en “lo conmovedoramente
social” que ella rechaza en nuestra literatura.
Críticas acerbas llovieron contra su actitud revolucionaria y moderna, pero
Yolanda Oreamuno, indiferente, continuó abriendo el camino a una nueva, rica y profunda
literatura en la que el hombre moderno iba a estar presente con sus inquietudes
y circunstancias vitales. Ensayos, comentarios y cartas se dirigían a eso; su obra
de ficción iba dando forma a sus anhelos, se abría como flor primeriza de ejemplo.
La suya es “una búsqueda de valores trascendentales que excluye esos aspavientos
mojigatos de escuela rural” como escribió ella en una ocasión. Un querer darle a
Costa Rica lugar en la cultura universal, sacarla de su pequeñez espiritual, comprometerla
artísticamente con el mundo.
Sólo quienes han vivido en una sociedad gazmoña, provinciana, conservadora
y llena de prejuicios de toda clase como la nuestra, podrán apreciar y comprender
el fenómeno que fue Yolanda Oreamuno en nuestras letras. Ella se abrió a todas las
corrientes de su época, asimiló de ellas lo bueno y hasta lo malo que le proporcionaban,
criticó con fundamento errores nuestros, tanto literarios como sociales y vitales.
Sobre todo, en sus novelas y relatos comenzó a tratar con honda verdad artística
lo que antes no se hablaba, y a descubrir zonas sagradas, “tabúes” de nuestra sociedad,
en el amor, en la institución de la familia, del matrimonio, en el hombre, en la
mujer. Problemas universales que transcurren en un ambiente latinoamericano son
los que ella plantea.
Hable de algo tan nuestro como del artista y escritor Max Jiménez o del panorama
poético colombiano, o de la pintura del cubano Abela, o de la necesidad de volver
en arte a los lugares comunes como medida saludable, o del conflicto entre el hombre
y la mujer, su obra interesa porque siempre trasciende la limitación fronteriza,
horada la epidermis y penetra en lo más hondo de la realidad que es la médula de
lo universal.
Milagro sorprendente de nuestro mundo comprimido, Yolanda Oreamuno se dilata
más allá de las fronteras de Costa Rica por su dominio de los medios expresivos;
por su conocimiento de técnicas aprendidas de otros, nacidas también de la necesidad
que tiene todo creador de hallar nuevos senderos; porque cultivó la novela sicológica
en tiempos en que comenzaba en Hispanoamérica a dar primeros y pocos frutos, y en
esto no se queda a la zaga de las conocidas María Luisa Bombal y Marta Brunet.
Valbona ha logrado identificar cinco novelas extraviadas
de la autora. Solo una novela suya fue publicada, La ruta de su evasión (1948).
Su obra consta de cuentos, relatos, ensayos, epístolas y comentarios, publicados
en distintas revistas y periódicos. Las cinco novelas extraviadas son: Por tierra
firme (1936), Dos tormentas y una aurora (¿1944?), Casta sombría
(1944), Nuestro silencio (1947) y José de la Cruz recoge su muerte.
Otros relatos y ensayos han sido localizados en publicaciones especializadas, pero,
lamentablemente, no podría decirse que todos.
Los textos de Yolanda fueron clasificados por Rima de Valbona
en su libro La narrativa de Yolanda Oreamuno en:
Relatos
Las mareas vuelven de noche 1936
Don Juvencio 1936
Valle alto 1946
Un regalo 1948
Harry Campbel Pall 1949
De su obscura familia 1951
Cuentos infantiles
La lagartija de la panza blanca
1936
Textos líricos
El espíritu de mi tierra 1937
Apología del limón dulce ...
1944
México es mío 1945
Manzrur, el pez 1952
Scheherezada, la pez 1952
Apuntes y cuadros de costumbres
Vela urbana 1937
18 de Septiembre 1937
Pasajeros al norte 1944
Gentes de café en el México de 1945
1945
Divagaciones introspectivas
Insomnio 1937
Misa de ocho 1937
40º sobre cero 1937
Ensayo
¿Qué hora es? 1933
Novela
La ruta de su evasión 1948
Yolanda Oreamuno, como todo escritor, escribió siempre
con el ánimo de ser leída y comprendida en su medio; sin embargo, en Costa Rica
solo encontró críticas en privado y un silencio sepulcral y acongojante en cuanto
a publicaciones críticas. Esta indiferencia la lastimó hondamente y por eso escribió
a su amigo y editor Joaquín García Monge:
Quiero que, si algo de valor hago yo en el ramo literario, mi trabajo pertenezca
a Guatemala, donde he tenido estímulo y afecto, y no a Costa Rica donde, fuera de
usted, todo el mundo se ha dedicado a denigrarme, odiarme y ponerme obstáculos.
Deseo que nunca se me incluya en nada que tenga que ver con Costa Rica y que mi
nombre no figure en ninguna lista de escritores ticos, porque mi trabajo y yo pertenecemos
a Guatemala.
Más tarde le dice al mismo García Monge:
Creo que con Ricardo Jiménez y usted firmamos la trilogía de “mitos” populares
costarricenses. Yo cada vez, allá [en Costa Rica], era más leyenda y menos una persona
(...) Allá actuaba en Yolanda Oreamuno, aquí [en Guatemala] comienzo a vivir en
mujer. Había llegado a tanto el asunto, que temía defraudarlos, e inconscientemente
hacía todas aquellas cosas absurdas y descabelladas que ellos me criticaban, pero
que ellos de mí esperaban para redondear su mito (...) Les dejo la leyenda para
que se distraigan, pero me vengo yo.
Como afirma Valbona:
Yolanda Oreamuno hubo de esperar la muerte para recoger el reconocimiento
póstumo de este pueblo desdeñoso y pasivo como ella misma lo acusó en el caso de
otro magnífico escritor tico, Max Jiménez.
A pesar de que muchos intelectuales y estudiosos se han preocupado por la vida y obra de Yolanda Oreamuno (debe destacarse el trabajo de doña Rima de Valbona, Victoria Urbano y del periodista e investigador Alfredo Gonzalez Chaves –inédito–, entre otros), no existe todavía un corpus definitivo que nos permita ubicarla como la gran escritora que fue, aunque la mayoría de su labor se haya perdido o extraviado. Precisamos de un grupo de investigación inter y transdisciplinario que dé cuenta de una de las mujeres más representativas de las letras costarricenses y centroamericanas con sus mitos fundacionales y su problemática existencial. Yolanda es todavía una nebulosa en la corta historia literaria de nuestro país, se hace necesario ubicarla en su contexto y en el itinerario de sus viajes interiores y exteriores, sus inquietudes, pasiones, afectos, sufrimientos, críticas y creaciones. Es importante delimitar su vida, su obra y su legado, así como la forma en que estos tres apartados se intersectan, se funden y se expresan históricamente hasta nuestros días.
Número 34 | julho de 2023
Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
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ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Es necesario leer los ensayos que ha escrito sobre Yolanda, la escritora y académica Emilia Macaya.
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