domingo, 23 de julho de 2023

CÉSAR BISSO | Juan José Ceselli en París – Los años de la poesía en camiseta

 

En un reportaje que le realizara Juan Carlos Martini Real, publicado en 1975 en el libro Misa tanguera, a manera de colofón, Juan José Ceselli cuenta que su primer acercamiento al surrealismo ocurrió a los ocho años de edad, cuando en el negocio de su padre escuchó a un cliente decir “la mar en camiseta”. Era una imagen alucinante, tan bella como incomprensible. No significaba nada, pero lo decía todo. El niño jamás la olvidó, porque en esa frase encontró el sentido poético de las palabras y, a partir de allí, se convertiría en la mayor pulsión de su vida.

El vector fundamental de esa búsqueda insaciable se dio el lenguaje, en su carácter simbólico, que comenzó a operar en el niño como un elemento mágico. “La mar en camiseta” resultó ser un mecanismo de recepción e interpretación; una expresión incomprendida, que articulaba la existencia de signos asociados a imágenes, produciendo un efecto inesperado pero efectivo. Darse cuenta que una frase podía tener la capacidad de dimensionar la imaginación, de provocar un estremecimiento profundo, estimuló la capacidad cognitiva del niño, tanto como también lo haría en un adulto. Si bien el razonamiento no predominaba, otro sistema de símbolos se hizo presente en él, como la emoción, la sensación, la sugestión. Prevaleció lo que emanaba del lenguaje y lo que percibía como receptor. “La mar en camiseta” había funcionado como un estímulo que no provenía de la acción correcta del habla, sino de un giro semántico impropio. Decididamente, una especie de metáfora que se adelantó a futuras expresiones que representarán años después su apasionada inserción en el escenario surrealista del arte y de la vida.

“El surrealismo fue una suerte de descubrimiento; más bien, el sentido de algo que siempre había existido en mí”, explicaba Ceselli en el mismo reportaje. A manera de confesión, había comprendido que aquel revelamiento de la infancia coadyuvó a lo largo de los años para tallar y definir el perfil poético, las múltiples maneras de buscar y encontrarse, dentro de un universo de representaciones líricas y concepciones estéticas, que lo reconfortaron y fortalecieron su personalidad.

Antes de radicarse en Francia, Ceselli recién pudo descubrir la poesía. Sólo había escrito algunos textos durante la primera juventud, pero a los 43 años de edad llega a sus manos “Residencia en la tierra”, uno de los libros emblemáticos de Pablo Neruda. El deslumbramiento fue tan fuerte, que deja de lado sus lecturas filosóficas y científicas para volver a ingresar en la escritura poética. Al año siguiente, en 1953, publica La otra cara de la luna, primer libro que es muy bien recibido por el sólido grupo de poetas surrealistas porteños, comandado por Aldo Pellegrini y que integraban Carlos Latorre, Enrique Molina, Juan Antonio Vasco, Francisco Madariaga, Julio Llinás, María Melek Vivanco, Celia Gourinski y Carmen Bruna. Rescato un fragmento de “La condena”, uno de los poemas que resplandecen en aquel primer libro, con la intención de ubicar el incipiente registro poético de Ceselli: … Cuando miro tus ojos / me hago la señal de las despedidas / porque jamás sabremos cómo serán ellas / una desenfrenada bandada de angustias / o el glaciar inaudito del silencio

Al año siguiente se integró como colaborador al número cuatro de la revista Letra y Línea, que también dirigía Aldo Pellegrini. La suya era una irrupción inesperada, que aparecía tardíamente en ese submundo de poetas bohemios que deambulaban por los suburbios del simbolismo. Y en 1955 sorprende con dos nuevos libros: Los poderes melancólicos (Te despojas como un pájaro / desde el borde de tu imperio / donde astros domésticos truecan tu silencio en luz / Tu cabellera hecha de lluvia / tiene la claridad de los largos viajes… Fragmento del poema 4) y De los mitos celestes y de fuego (Esas costumbres melancólicas de las tardes grises / la fórmula ruidosa del mar en el recuerdo / el secreto de los encuentros imprevistos / están en el modo de huir que tienen los pájaros en tu mirada / y el latido / cuando vienes a mí / ampliando la emoción como una mujer negra vestida de negro. Breve poema titulado Lujuria sentimental). En estos tres primeros libros quedó marcada la impronta poética de Ceselli, sus definidos rasgos que lo acercaban a una poesía desmesurada, amorosa, tajante. Se entusiasmó tanto con el surrealismo, que poco después decidió vender el negocio de su padre (una fábrica de zapatos) y emprender su mágico viaje a la tierra de los fundadores de uno de los movimientos más trascendente de la poesía universal. Antes de partir finalizó un nuevo libro, que recién se editará en 1957, con el título de La sirena violada, donde en uno de los fragmentos del poema La rueca azul, embriagado de emotiva sensibilidad, proclama: …En tus ojos arde la noche / y la eternidad se vuelve dulce / como el amor de esas mujeres que se visten con la seda imponderable del rubor / o como esos hombres que esperan tristemente dentro de los pozos ciegos / con sus manos heridas por la belleza / y la piel devorada por las grandes costras de la soledad…

Se sentía bien en Buenos Aires, pero su ilusión lo tentaba adentrarse en cuerpo y alma en otro
cautivante imperio; ahondar en el misterio de los poetas de vanguardia que rompieron con los cánones literarios del pasado y buscaron perforar el duro cemento de la realidad que por entonces agobiaba el rutinario ejercicio creativo. Y, desde la palabra en libertad, comenzar a mirar al mundo desde otra perspectiva, de una escritura más alucinante, provocadora, descomedida. Sabía que lo habían logrado en cierta medida, porque la catástrofe humana que produjo la segunda gran guerra devastó la esperanza de aquellos impulsores de un lenguaje disruptivo y de una vida sin ataduras institucionales. Cuando Ceselli arribó a Paris, en el año 1956, todavía quedaban en pie la mayoría de aquellas ideas y muchos protagonistas habían sobrevivido, aunque una nueva manifestación artística, representada en el neorrealismo, ya exploraba la posibilidad de reinventar otra sociedad, lejos de ideologías y culturas totalizadoras.

En ese año aconteció la muerte de César Moro y cuatro años atrás había fallecido el notable Paul Eluard, uno de las voces preferidas del poeta argentino. André Breton todavía vivía, aunque se lo veía frecuentar muy poco sus lugares habituales. Pero sí trajinaban en distintos espacios Jacques Prévert, Henry Michaux, René Char, Francis Ponge, Pierre Reverdy, Louis Aragón, Jean Tardieu, Maurice Blanchot y los otros dos memorables hacedores del movimiento surrealista en la década del veinte: Louis Aragón y Philippe Soupault. Y dos musas maravillosas: Lise Deharme y Valentine Penrose, entre tantos excelentes grandes escritores que iluminaron aquella corriente que revolucionó el arte en casi todos los géneros. Ceselli eligió dos grandes compañeros de convivencia en la ciudad de la luz: Henri Langlois, apasionado cinéfilo, fundador de la Cinemateca Francesa; y Benjamin Péret, el amigo dilecto de Bretón, aquel que resistió a las demandas del orden social imperante desde una intransigencia irreversible, porque de otra manera consideraba que se perdían los valores y principios surrealistas y desaparecía la libertad individual que identifica al auténtico creador.

En ese submundo de rebeldías, comenzó a urdir el nuevo lenguaje poético de Ceselli, desplegado en una trama de sugerentes quimeras y estruendosas revelaciones; un decir totalmente despojado, atemporal, sin pausas, donde todo fluye, donde nada parece concluir, como si las palabras fueran aguas que nunca regresan y las imágenes simbolizaran un mosaico de fulguraciones. Alan Badiou dice que existe un “punto sustractivo en que el lenguaje se ordena en el pensamiento sin los prestigios y las suscitaciones miméticas de la imagen, de la ficción y del relato; donde el principio de la intensidad amorosa se desliga de la alteridad del objeto y se sostiene de la ley de lo Mismo…” En este proceso filosófico se edificó el andar poético de Ceselli, la disyuntiva de Ser o no Ser en la metáfora, de lograr una identidad desde el erotismo y no desde estereotipos o prejuicios sociales. El amor-para el poeta- no fue uno mismo sobre otro sujeto, significó un equilibrio de emociones, quizás lo más cercano a la concepción lacaniana de presentarlo como lo que suple la falta de relación sexual. Es así como Ceselli fundamentaba su andamiaje poético voluptuoso y transparente a la vez, sobrecargado de sensualidad, pero no afectado a la experiencia carnal, sino al cosmos espiritual, a un encuentro con la infinitud de la belleza femenina y la representación en el sueño del protagonismo de los amantes.

Dentro de ese nuevo paisaje urbano, Ceselli comenzó a recorrer calles, plazas, museos y cinematecas. Entendió el poder de imágenes extravagantes desde el esplendor de las páginas de libros que llegaban a sus manos, sobre todo los vinculados con los poetas insurrectos. Pero, también se conmocionó con las imágenes que encendían las pantallas de los cines. Y se maravilló por el glamour de las bellas actrices que protagonizaban aquellas películas y, sobre todo, del poder de la pasión. Se me ocurre pensar que nuestro poeta vivió esos años arrebatado por los efluvios del deseo, excitado por el desbordamiento de feminidad; mujeres ciertas o imaginadas, dispuestas a traficar con la utopía del creador y dirimir verdad o semejanza bajo el mandato de la escritura poética que lo estimula desde una página en blanco.

Ceselli y sus fantasías en el reino del pecado. Podríamos imaginarlo junto a su amigo Langlois, sentados frente a una pantalla de 16 mm, dispuestos a disfrutar de una deslumbrante Brigitte Bardot, cuando en 1956 se estrenaba la película “Y Dios creó a la mujer”. ¿Habrá sentido vibrar los pasos de aquella mimbrosa muchacha caminando por el bulevar La Croisette, en el antiquísimo villorio de Cannes, bajo la sombra de los pinares, el vuelo de las gaviotas o el sol mediterráneo? ¿Pretendió ponerse en la piel de Jean-Louis Trintignant para ayudar a una rubia glamorosa a romper con los tabúes de la sociedad francesa? Es probable que también haya tenido tiempo para enamorarse de la cautivante Jeanne Moreau, protagonista en 1958 de “Ascenso para el cadalso”, bajo la puntillosa dirección de Louis Malle. O de la fuerte personalidad de la increíble Annie Girardot, interpretando a Nadia, en la emblemática película de Luchino Visconti, “Rocco y sus hermanos”, presentada en los cines en 1960. O quizá le llamó la atención el rostro de una hermosa adolescente llamada Catherine Deneuve, ya caracterizada en 1957 como la niña de hielo, en el film en “Les collégiennes”. Y fuera de las salas de cine alcanzó a deslumbrarse con otros rutilantes espectáculos de la época, como la presencia de una exótica cantante y bailarina de las noches parisinas, llamada Josephine Baker. O presenciar en 1957 el último concierto del legendario gorrión de París, la incomparable Edith Piaf, en el Carnegie Hall. ¿Habrán sido éstos los grandes momentos de placer de Ceselli, desde admirar a la avasallante Bardot hasta escuchar los versos y melodía inconfundibles de “La vie en rose”? Quien sabe, quizás no disfrutó de ninguno de esos momentos y sólo se conformó con la asistencia a los cafés literarios del Barrio Latino o compartiendo largas charlas con sus nuevos amigos, acompañados de alguna botella de vino o una copa de armagnac.


Precisamente, fue en la sede de la Cinemateca donde conoció a Jacques Prévert y le propuso desde su osadía rioplatense traducir al español “Palabras”, el magnífico poemario del poeta francés, ya reconocido en todos los ámbitos culturales de Europa. Desde Buenos Aires, el impetuoso Aldo Pellegrini, primer promotor del surrealismo en América, lo impulsó a realizar la tarea y Ceselli se atrevió. Por suerte, Prévert aceptó la propuesta. Tiempo después será Pablo Picasso quien contara como anécdota que, en una de sus visitas a París, alojándose en la casa de Prévert, el poeta anfitrión le pidió que leyera los poemas de su libro en español, porque le gustaba más cómo sonaban los versos en ese idioma que en francés. Aquella, era la versión recientemente traducida por Ceselli.

Además, en ese transcurrir parisino, comenzó a escribir Violín María, un poemario que años más tarde envió a la Argentina y obtuvo el premio del Fondo Nacional de la Artes. Tal vez la necesidad de editar e impulsar ese libro, produjo su regreso a Buenos Aires en 1961. El libro se destacó por su neto corte emocional, por momentos exótico, con un abordaje estético y sintáctico muy diferente a sus textos anteriores: “Nuestros cuerpos se ponen deliciosamente íntimos después de amarnos / y su cabello se cubre de rocío y sus piernas se convierten en madrugada…” Se advierte el reposo de los amantes, que luego se transforma en la culminación del sueño más sublime: “yo arrojo una piedra sobre la tumba de la noche que ha muerto / para conjurar la buena suerte y despertar la Realidad.” El decir del poemario de Ceselli se puede traducir como un canto vigoroso donde el amor transcurre del Todo a la Nada, de lo real a lo surreal, de la verdad del encuentro amoroso a la melancolía de la palabra ensimismada que navega rauda por el río del estremecimiento.

Luego sobrevino El Paraíso desenterrado (1966), completando un eslabón más del devenir de la escritura sicalíptica del poeta: “tu cabellera / como las crines de un caballo a la carrera / atraviesan el atardecer / las ráfagas me arrancan tus besos / y tus risas me aprietan las manos”.

Una meditada aventura poética lo lleva a incursionar en el tango, ese fenómeno musical que se revela como un prototipo de la sociedad porteña, de identidad ciudadana, del corazón de la periferia urbana, el último farol que alumbra la empalidecida calle del barrio más desamparado. Para Ceselli, fue un ingreso a la realidad costumbrista, donde se entreveran las impurezas sociales de un país en proceso de desintegración con la metafísica del sueño imposible, de la liberación postergada del mal: “la bondad era entonces una deformación de la crueldad… /… se percibía un rumor enloquecido de rosas que estallaban / el reír de los demonios / el mundo invisible de los espacios roídos por el tiempo / y había algo mágico / y el amor andaba suelto por las calles”, rezan los versos finales de su Misa tanguera (1975).

La dirección de su casa en el barrio de Floresta, La Selva 4040, es el título de su último poemario publicado, también en 1975. Aquí resplandece su poesía en un nuevo encuentro con el amor, esta vez más cargado de misticismo, tal vez más desolado, menos lujurioso, enfrentándose a Dios desde el arrebato de los enamorados y desde el sigilo de los que claman piedad: “Estoy solo. Desamparado frente a mis pecados. Yo mismo me castigo. Yo mismo me perdono.”

Su poesía desenfadada, auténtica, sensorial, transmitía una fuerza emocional a los lectores que a tiempo accedieron a la obra de Ceselli. Escrita desde la convicción de los valores de aquel movimiento emancipador surgido en Francia, él continuó defendiendo la postura surrealista durante la segunda mitad de su vida. Y dentro del mencionado grupo surrealista argentino, sostuvo su escritura potente y afinada.

Queda flotando en el recuerdo la incursión parisina. “Algunas veces la razón me parece ser la facultad de nuestra alma para no comprender nada de nuestro cuerpo.” Decía por entonces Paul Valéry, excelso poeta que escribió en los bordes del movimiento surrealista. Un axioma que se aproximaba a la necesidad de rechazar las reglas dominantes de una racionalidad que hostigaba al intelecto y asfixiaba la conducta moral de los individuos. Esa puja entre cuerpo y alma funcionaba como la espada de Damocles en el seno de una sociedad de tortuoso andar, después de una guerra que trajo como consecuencia el caos, el hambre y la miseria. Por tal motivo, el artista debía despertarse, fluir, motivar, reencontrarse con el otro a través de uno mismo. En esa Europa aturdida, un gran taladro percutía los muros de la ciencia: el revelamiento freudiano del psicoanálisis. La mente estaba un paso más adelante que el alma y el cuerpo, es decir, el Yo podía cortar las amarras religiosas y legales, transgredir el poder de las instituciones y presentarse al mundo en absoluta libertad. Freud abrió la puerta de la imaginación y la comunidad artística salió al encuentro de un vendaval de esperanza. Lenguaje e imagen, creación y actuación, allí estaban en marcha los inyectores de nuevos saberes. Entonces la poesía, la pintura, la escultura, la música, el teatro y el incipiente reino del cine y la fotografía trasbordaron hacia lo imprevisible, desordenando el vestuario de la hipocresía social para probarse el flamante ropaje del libre albedrío. Era el momento de desatender a los ángeles de la clemencia y tentar a los demonios de la rebeldía. Oponerse a las armas, honrar la sangre derramada, devolver a los muertos la gloria de la heroicidad y a los vivos el afán del coraje. Un mundo imposible era posible. Nada más real que lo irreal, sólo era cuestión de animarse a renovar e innovar. Y por ese camino de la resurrección del arte fueron ellos.

Ceselli nació en Buenos Aires en 1909 y murió en la misma ciudad en 1982. André Breton había dado vida al surrealismo en el año 1924, en una época nefasta, por medio de su voluminoso manifiesto, con la intención de mirar y transformar al mundo, irrumpiendo en la sociedad a través de refulgentes escrituras y extravagantes imágenes. En aquel manifiesto estaba fortalecido por simientes de poetas malditos como Baudelaire, Lautréamont, Verlaine y Corbiére; simbolistas como Mallarmé y Rimbaud; dadaístas como Ball y Tzara; y fundadores como Apollinaire, Aragón, Artaud, Crevel, Desnos y Reverdy, entre otros. Una propuesta estética que rechazaba el auge del positivismo y los valores consumistas de la burguesía capitalista. Una avanzada a favor de la belleza, vista como una provocación del arte y no una continuidad de lo tradicionalmente establecido como perfección. Lo opuesto a la falsa ética de lo correcto, lo intocable. Paralelamente, en Moscú y Roma se vislumbraban otras arengas sombrías, a cargo de hombres poderosos, que habían comenzado dos años atrás a penetrar violentamente en la vida de los ciudadanos. Y que Berlín, envuelto en el frenesí del desparpajo cultural, no preveía la esperpéntica lobreguez de un temor mayúsculo. Para que eso ocurra, Europa debió esperar nueve años. No obstante, a pesar de todos los males, los poetas atravesaron el infierno de esa época, encendieron las luces de la imaginación y traspasaron los cielos impuros del amor y del deseo. En la antesala de la tragedia universal, celebraron su baile de máscaras y disfraces antes que llegara la noche de la bestia.

 

Ceselli inédito

El poeta argentino Javier Cófreces, creador y difusor de muchos poetas a través de Ediciones en Danza, ha trabajado intensamente en la obra de Ceselli. No sólo lo publicó en la antología monumental que tituló “Poetas surrealistas argentinos/as”, sino también elaboró con elevado gusto el libro “Desenterrado vivo”, donde reunió textos de todos los volúmenes y algunos inéditos pertenecientes al viajero sintético, tal como bautizó a Ceselli en una nota aparecida en 1995 en la revista número 12 de su editorial. Del libro de Cófreces, he extraído tres de los “poemas jíbaros”, inéditos, para a acompañar este artículo. Era el nombre elegido por el vate surrealista para su próximo poemario.

 

 

EL BIEN PERDIDO

 

Aún recuerdo cuando la veía con la falda alzada

sus piernas al descubierto

dejando entrever las dulzuras

indescriptibles del amor

me arrojaba sobre su cuerpo

sus ojos se iluminaban

la poseía como un loco

suspiros abrazos besos convulsivos

palpitando respirando rápidamente

para luego caer en una postura tranquila

agonizante

lánguida

y cubrirnos con las sábanas

totalmente abandonados

fatigados

mientras debajo de la cama

las hormigas van y viene sin cesar

 

 

REMORDIMIENTOS

 

Más allá de las cumbres lejanas

de las trampas para los lobos

miro el cielo

las dilatadas praderas

la blanca orilla del mar

las nubes rojizas

y me voy hacia el mercado

a ver si allí de nuevo

la volveré a encontrar

 

EL FIN

 

Ha llegado así la hora del silencio

Del silencio definitivo

La hora en que el sol se abraza al horizonte

Para siempre

Los rápidos de las corrientes se han detenido

Los torrentes en los valles se han callado

Y mi angustia es una nube negra que ensombrece el cielo

Recorro los bajíos

El agua clara de los remansos donde ella se bañaba

Bajo la ramazón de los árboles

Deposito un puñado de hierbas fragantes

El aire está dormido

Y ha llegado la hora de morir

 

Oh Dios cóndor perseguidor despiadado

Mujer lobo

He aquí los torbellinos que arrastrarán mi canoa

Que anegarán mi costa

La muerte es como cubrirse de estiércol

Dios de la lanza

Mujer amada

Ha llegado la hora de callar

 

Hoy de ella no resta nada

Y de mí sólo quedará mi cabeza

Reducida

Colgando de la cintura

De mi enemigo

 

 

 Una entrevista con Juan José Ceselli se puede encontrar en TriploV:

https://triplov.com/surreal/ceselli.html

 

CÉSAR BISSO (Coronda, Santa Fe, 1952). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: La agonía del silencio; El límite de los días; El otro río; A pesar de nosotros; Contramuros; Isla adentro (Primer premio de poesía José Pedroni); De lluvias y regresos; Las trazas del agua (antología); Permanencia; Coronda (antología); Cabeza de Medusa (ensayo); Un niño en la orilla (Segundo premio municipal de poesía Ciudad de Buenos Aires); Andares; La jornada (Tercer premio Fundación Argentina para la Poesía); De abajo mira el cielo. Fue invitado a participar en diferentes ediciones de ferias de libros, festivales de poesía y encuentros culturales realizados en ciudades de Argentina, América Latina y Europa. Algunos de sus escritos han sido incluidos en diversas antologías publicadas en el país y en el extranjero; otros textos fueron traducidos al inglés, portugués, francés, alemán, italiano y árabe.

 

 

ABY RUIZ (Puerto Rico 1971). Artista visual que trabaja con pintura al óleo, dibujo e instalaciones. Su obra explora la naturaleza humana en diferentes situaciones en las que se expone el comportamiento de cada individuo. El cuerpo es la principal fuente de expresión en composiciones muy intensas donde en ocasiones aparece algún elemento de humor. Los temas más desarrollados por el artista están relacionados con la infancia, la sexualidad, la mortalidad, la inocencia, la violencia y la ternura, y son abordados en espacios indefinidos e imágenes recortadas. Ruiz se involucró en las artes desde temprana edad, tomó clases de pintura con Pablo San Segundo y estudió pintura, dibujo y grabado en la Escuela Especializada de Bellas Artes de Arecibo bajo la tutela del profesor y artista Rolando Borges Soto. Su obra ha sido presentada en numerosas exposiciones internacionales en Estados Unidos, Panamá, Canadá y República Dominicana. Aby Ruiz es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 

 

 


Agulha Revista de Cultura

Número 34 | julho de 2023

Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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