El vector fundamental de esa búsqueda insaciable se
dio el lenguaje, en su carácter simbólico, que comenzó a operar en el niño como
un elemento mágico. “La mar en camiseta” resultó ser un mecanismo de recepción e
interpretación; una expresión incomprendida, que articulaba la existencia de signos
asociados a imágenes, produciendo un efecto inesperado pero efectivo. Darse cuenta
que una frase podía tener la capacidad de dimensionar la imaginación, de provocar
un estremecimiento profundo, estimuló la capacidad cognitiva del niño, tanto como
también lo haría en un adulto. Si bien el razonamiento no predominaba, otro sistema
de símbolos se hizo presente en él, como la emoción, la sensación, la sugestión.
Prevaleció lo que emanaba del lenguaje y lo que percibía como receptor. “La mar
en camiseta” había funcionado como un estímulo que no provenía de la acción correcta
del habla, sino de un giro semántico impropio. Decididamente, una especie de metáfora
que se adelantó a futuras expresiones que representarán años después su apasionada
inserción en el escenario surrealista del arte y de la vida.
“El surrealismo fue una suerte de descubrimiento; más
bien, el sentido de algo que siempre había existido en mí”, explicaba Ceselli en
el mismo reportaje. A manera de confesión, había comprendido que aquel revelamiento
de la infancia coadyuvó a lo largo de los años para tallar y definir el perfil poético,
las múltiples maneras de buscar y encontrarse, dentro de un universo de representaciones
líricas y concepciones estéticas, que lo reconfortaron y fortalecieron su personalidad.
Antes de radicarse en Francia, Ceselli recién pudo
descubrir la poesía. Sólo había escrito algunos textos durante la primera juventud,
pero a los 43 años de edad llega a sus manos “Residencia en la tierra”, uno de los
libros emblemáticos de Pablo Neruda. El deslumbramiento fue tan fuerte, que deja
de lado sus lecturas filosóficas y científicas para volver a ingresar en la escritura
poética. Al año siguiente, en 1953, publica La otra cara de la luna, primer libro
que es muy bien recibido por el sólido grupo de poetas surrealistas porteños, comandado
por Aldo Pellegrini y que integraban Carlos Latorre, Enrique Molina, Juan Antonio
Vasco, Francisco Madariaga, Julio Llinás, María Melek Vivanco, Celia Gourinski y
Carmen Bruna. Rescato un fragmento de “La condena”, uno de los poemas que resplandecen
en aquel primer libro, con la intención de ubicar el incipiente registro poético
de Ceselli: … Cuando miro tus ojos / me hago la señal de las despedidas / porque
jamás sabremos cómo serán ellas / una desenfrenada bandada de angustias / o el glaciar
inaudito del silencio…
Al año siguiente se integró como colaborador al número
cuatro de la revista Letra y Línea, que también dirigía Aldo Pellegrini. La suya
era una irrupción inesperada, que aparecía tardíamente en ese submundo de poetas
bohemios que deambulaban por los suburbios del simbolismo. Y en 1955 sorprende con
dos nuevos libros: Los poderes melancólicos (Te despojas
como un pájaro / desde el borde de tu imperio / donde astros domésticos truecan
tu silencio en luz / Tu cabellera hecha de lluvia / tiene la claridad de los largos
viajes… Fragmento del poema 4) y De los mitos celestes y de fuego (Esas
costumbres melancólicas de las tardes grises / la fórmula ruidosa del mar en el
recuerdo / el secreto de los encuentros imprevistos / están en el modo de huir que
tienen los pájaros en tu mirada / y el latido / cuando vienes a mí / ampliando la
emoción como una mujer negra vestida de negro. Breve poema titulado Lujuria
sentimental). En estos tres primeros libros quedó marcada la impronta poética de
Ceselli, sus definidos rasgos que lo acercaban a una poesía desmesurada, amorosa,
tajante. Se entusiasmó tanto con el surrealismo, que poco después decidió vender
el negocio de su padre (una fábrica de zapatos) y emprender su mágico viaje a la
tierra de los fundadores de uno de los movimientos más trascendente de la poesía
universal. Antes de partir finalizó un nuevo libro, que recién se editará en 1957,
con el título de La sirena violada, donde en uno de los fragmentos del poema La
rueca azul, embriagado de emotiva sensibilidad, proclama: …En tus ojos arde la
noche / y la eternidad se vuelve dulce / como el amor de esas mujeres que se visten
con la seda imponderable del rubor / o como esos hombres que esperan tristemente
dentro de los pozos ciegos / con sus manos heridas por la belleza / y la piel devorada
por las grandes costras de la soledad…
En ese año aconteció la muerte de César Moro y cuatro
años atrás había fallecido el notable Paul Eluard, uno de las voces preferidas del
poeta argentino. André Breton todavía vivía, aunque se lo veía frecuentar muy poco
sus lugares habituales. Pero sí trajinaban en distintos espacios Jacques Prévert,
Henry Michaux, René Char, Francis Ponge, Pierre Reverdy, Louis Aragón, Jean Tardieu,
Maurice Blanchot y los otros dos memorables hacedores del movimiento surrealista
en la década del veinte: Louis Aragón y Philippe Soupault. Y dos musas maravillosas:
Lise Deharme y Valentine Penrose, entre tantos excelentes grandes escritores que
iluminaron aquella corriente que revolucionó el arte en casi todos los géneros.
Ceselli eligió dos grandes compañeros de convivencia en la ciudad de la luz: Henri
Langlois, apasionado cinéfilo, fundador de la Cinemateca Francesa; y Benjamin Péret,
el amigo dilecto de Bretón, aquel que resistió a las demandas del orden social imperante
desde una intransigencia irreversible, porque de otra manera consideraba que se
perdían los valores y principios surrealistas y desaparecía la libertad individual
que identifica al auténtico creador.
En ese submundo de rebeldías, comenzó a urdir el nuevo
lenguaje poético de Ceselli, desplegado en una trama de sugerentes quimeras y estruendosas
revelaciones; un decir totalmente despojado, atemporal, sin pausas, donde todo fluye,
donde nada parece concluir, como si las palabras fueran aguas que nunca regresan
y las imágenes simbolizaran un mosaico de fulguraciones. Alan Badiou dice que existe
un “punto sustractivo en que el lenguaje se ordena en el pensamiento sin los prestigios
y las suscitaciones miméticas de la imagen, de la ficción y del relato; donde el
principio de la intensidad amorosa se desliga de la alteridad del objeto y se sostiene
de la ley de lo Mismo…” En este proceso filosófico se edificó el andar poético de
Ceselli, la disyuntiva de Ser o no Ser en la metáfora, de lograr una identidad desde
el erotismo y no desde estereotipos o prejuicios sociales. El amor-para el poeta-
no fue uno mismo sobre otro sujeto, significó un equilibrio de emociones, quizás
lo más cercano a la concepción lacaniana de presentarlo como lo que suple la falta
de relación sexual. Es así como Ceselli fundamentaba su andamiaje poético voluptuoso
y transparente a la vez, sobrecargado de sensualidad, pero no afectado a la experiencia
carnal, sino al cosmos espiritual, a un encuentro con la infinitud de la belleza
femenina y la representación en el sueño del protagonismo de los amantes.
Dentro de ese nuevo paisaje urbano, Ceselli comenzó
a recorrer calles, plazas, museos y cinematecas. Entendió el poder de imágenes extravagantes
desde el esplendor de las páginas de libros que llegaban a sus manos, sobre todo
los vinculados con los poetas insurrectos. Pero, también se conmocionó con las imágenes
que encendían las pantallas de los cines. Y se maravilló por el glamour de las bellas
actrices que protagonizaban aquellas películas y, sobre todo, del poder de la pasión.
Se me ocurre pensar que nuestro poeta vivió esos años arrebatado por los efluvios
del deseo, excitado por el desbordamiento de feminidad; mujeres ciertas o imaginadas,
dispuestas a traficar con la utopía del creador y dirimir verdad o semejanza bajo
el mandato de la escritura poética que lo estimula desde una página en blanco.
Ceselli y sus fantasías en el reino del pecado. Podríamos
imaginarlo junto a su amigo Langlois, sentados frente a una pantalla de 16 mm, dispuestos
a disfrutar de una deslumbrante Brigitte Bardot, cuando en 1956 se estrenaba la
película “Y Dios creó a la mujer”. ¿Habrá sentido vibrar los pasos de aquella mimbrosa
muchacha caminando por el bulevar La Croisette, en el antiquísimo villorio de Cannes,
bajo la sombra de los pinares, el vuelo de las gaviotas o el sol mediterráneo? ¿Pretendió
ponerse en la piel de Jean-Louis Trintignant para ayudar a una rubia glamorosa a
romper con los tabúes de la sociedad francesa? Es probable que también haya tenido
tiempo para enamorarse de la cautivante Jeanne Moreau, protagonista en 1958 de “Ascenso
para el cadalso”, bajo la puntillosa dirección de Louis Malle. O de la fuerte personalidad
de la increíble Annie Girardot, interpretando a Nadia, en la emblemática película
de Luchino Visconti, “Rocco y sus hermanos”, presentada en los cines en 1960. O
quizá le llamó la atención el rostro de una hermosa adolescente llamada Catherine
Deneuve, ya caracterizada en 1957 como la niña de hielo, en el film en “Les collégiennes”.
Y fuera de las salas de cine alcanzó a deslumbrarse con otros rutilantes espectáculos
de la época, como la presencia de una exótica cantante y bailarina de las noches
parisinas, llamada Josephine Baker. O presenciar en 1957 el último concierto del
legendario gorrión de París, la incomparable Edith Piaf, en el Carnegie Hall. ¿Habrán
sido éstos los grandes momentos de placer de Ceselli, desde admirar a la avasallante
Bardot hasta escuchar los versos y melodía inconfundibles de “La vie en rose”? Quien
sabe, quizás no disfrutó de ninguno de esos momentos y sólo se conformó con la asistencia
a los cafés literarios del Barrio Latino o compartiendo largas charlas con sus nuevos
amigos, acompañados de alguna botella de vino o una copa de armagnac.
Además, en ese transcurrir parisino, comenzó a escribir
Violín
María, un poemario que años más tarde envió a la Argentina y obtuvo el
premio del Fondo Nacional de la Artes. Tal vez la necesidad de editar e impulsar
ese libro, produjo su regreso a Buenos Aires en 1961. El libro se destacó por su
neto corte emocional, por momentos exótico, con un abordaje estético y sintáctico
muy diferente a sus textos anteriores: “Nuestros cuerpos se ponen deliciosamente
íntimos después de amarnos / y su cabello se cubre de rocío y sus piernas se convierten
en madrugada…” Se advierte el reposo de los amantes, que luego se transforma
en la culminación del sueño más sublime: “yo arrojo una piedra sobre la tumba
de la noche que ha muerto / para conjurar la buena suerte y despertar la Realidad.”
El decir del poemario de Ceselli se puede traducir como un canto vigoroso donde
el amor transcurre del Todo a la Nada, de lo real a lo surreal, de la verdad del
encuentro amoroso a la melancolía de la palabra ensimismada que navega rauda por
el río del estremecimiento.
Luego sobrevino El Paraíso desenterrado
(1966), completando un eslabón más del devenir de la escritura sicalíptica del poeta:
“tu cabellera / como las crines de un caballo a la carrera / atraviesan el atardecer
/ las ráfagas me arrancan tus besos / y tus risas me aprietan las manos”.
Una meditada aventura poética lo lleva a incursionar
en el tango, ese fenómeno musical que se revela como un prototipo de la sociedad
porteña, de identidad ciudadana, del corazón de la periferia urbana, el último farol
que alumbra la empalidecida calle del barrio más desamparado. Para Ceselli, fue
un ingreso a la realidad costumbrista, donde se entreveran las impurezas sociales
de un país en proceso de desintegración con la metafísica del sueño imposible, de
la liberación postergada del mal: “la bondad era entonces una deformación de
la crueldad… /… se percibía un rumor enloquecido de rosas que estallaban / el reír
de los demonios / el mundo invisible de los espacios roídos por el tiempo / y había
algo mágico / y el amor andaba suelto por las calles”, rezan los versos finales
de su Misa tanguera (1975).
La dirección de su casa en el barrio de Floresta, La Selva
4040, es el título de su último poemario publicado, también en 1975.
Aquí resplandece su poesía en un nuevo encuentro con el amor, esta vez más cargado
de misticismo, tal vez más desolado, menos lujurioso, enfrentándose a Dios desde
el arrebato de los enamorados y desde el sigilo de los que claman piedad: “Estoy
solo. Desamparado frente a mis pecados. Yo mismo me castigo. Yo mismo me perdono.”
Su poesía desenfadada, auténtica, sensorial, transmitía
una fuerza emocional a los lectores que a tiempo accedieron a la obra de Ceselli.
Escrita desde la convicción de los valores de aquel movimiento emancipador surgido
en Francia, él continuó defendiendo la postura surrealista durante la segunda mitad
de su vida. Y dentro del mencionado grupo surrealista argentino, sostuvo su escritura
potente y afinada.
Queda flotando en el recuerdo la incursión parisina.
“Algunas veces la razón me parece ser la facultad de nuestra alma para no comprender
nada de nuestro cuerpo.” Decía por entonces Paul Valéry, excelso poeta que escribió
en los bordes del movimiento surrealista. Un axioma que se aproximaba a la necesidad
de rechazar las reglas dominantes de una racionalidad que hostigaba al intelecto
y asfixiaba la conducta moral de los individuos. Esa puja entre cuerpo y alma funcionaba
como la espada de Damocles en el seno de una sociedad de tortuoso andar, después
de una guerra que trajo como consecuencia el caos, el hambre y la miseria. Por tal
motivo, el artista debía despertarse, fluir, motivar, reencontrarse con el otro
a través de uno mismo. En esa Europa aturdida, un gran taladro percutía los muros
de la ciencia: el revelamiento freudiano del psicoanálisis. La mente estaba un paso
más adelante que el alma y el cuerpo, es decir, el Yo podía cortar las amarras religiosas
y legales, transgredir el poder de las instituciones y presentarse al mundo en absoluta
libertad. Freud abrió la puerta de la imaginación y la comunidad artística salió
al encuentro de un vendaval de esperanza. Lenguaje e imagen, creación y actuación,
allí estaban en marcha los inyectores de nuevos saberes. Entonces la poesía, la
pintura, la escultura, la música, el teatro y el incipiente reino del cine y la
fotografía trasbordaron hacia lo imprevisible, desordenando el vestuario de la hipocresía
social para probarse el flamante ropaje del libre albedrío. Era el momento de desatender
a los ángeles de la clemencia y tentar a los demonios de la rebeldía. Oponerse a
las armas, honrar la sangre derramada, devolver a los muertos la gloria de la heroicidad
y a los vivos el afán del coraje. Un mundo imposible era posible. Nada más real
que lo irreal, sólo era cuestión de animarse a renovar e innovar. Y por ese camino
de la resurrección del arte fueron ellos.
Ceselli inédito
El poeta argentino Javier Cófreces, creador y difusor de muchos poetas a
través de Ediciones en Danza, ha trabajado intensamente en la obra de Ceselli. No
sólo lo publicó en la antología monumental que tituló “Poetas surrealistas argentinos/as”,
sino también elaboró con elevado gusto el libro “Desenterrado vivo”, donde reunió
textos de todos los volúmenes y algunos inéditos pertenecientes al viajero sintético,
tal como bautizó a Ceselli en una nota aparecida en 1995 en la revista número 12
de su editorial. Del libro de Cófreces, he extraído tres de los “poemas jíbaros”,
inéditos, para a acompañar este artículo. Era el nombre elegido por el vate surrealista
para su próximo poemario.
EL BIEN PERDIDO
Aún recuerdo cuando la veía con la falda alzada
sus piernas al descubierto
dejando entrever las dulzuras
indescriptibles del amor
me arrojaba sobre su cuerpo
sus ojos se iluminaban
la poseía como un loco
suspiros abrazos besos convulsivos
palpitando respirando rápidamente
para luego caer en una postura tranquila
agonizante
lánguida
y cubrirnos con las sábanas
totalmente abandonados
fatigados
mientras debajo de la cama
las hormigas van y viene sin cesar
REMORDIMIENTOS
Más allá de las cumbres lejanas
de las trampas para los lobos
miro el cielo
las dilatadas praderas
la blanca orilla del mar
las nubes rojizas
y me voy hacia el mercado
a ver si allí de nuevo
la volveré a encontrar
EL FIN
Ha llegado así la hora del silencio
Del silencio definitivo
La hora en que el sol se abraza al horizonte
Para siempre
Los rápidos de las corrientes se han detenido
Los torrentes en los valles se han callado
Y mi angustia es una nube negra que ensombrece el cielo
Recorro los bajíos
El agua clara de los remansos donde ella se bañaba
Bajo la ramazón de los árboles
Deposito un puñado de hierbas fragantes
El aire está dormido
Y ha llegado la hora de morir
Oh Dios cóndor perseguidor despiadado
Mujer lobo
He aquí los torbellinos que arrastrarán mi canoa
Que anegarán mi costa
La muerte es como cubrirse de estiércol
Dios de la lanza
Mujer amada
Ha llegado la hora de callar
Hoy de ella no resta nada
Y de mí sólo quedará mi cabeza
Reducida
Colgando de la cintura
De mi enemigo
https://triplov.com/surreal/ceselli.html
Agulha Revista de Cultura
Número 34 | julho de 2023
Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
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