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La gente entra y sale por la puerta ancha del banco. Malhumorados
algunos, apresurados otros. ¡Esto es un asalto! Fue el grito que rebotó en los oídos
de los presentes, la angustia creció, las manos plenas de billetes pasaban a una
bolsa de loneta clara y desaparecen por la puerta ancha. Sucede, y a veces, salen
bien los ladrones, pequeña venganza social ante el latrocinio persistente de los
bancos a los ciudadanos. Robos en las esquinas iluminadas de cualquier ciudad; una
llave atenaza el cuello, asfixia, y en terrenos descampados fosas y cadáveres desconocidos;
soldados disparan hacia civiles manifestantes, momentos de realidad convertidos
en la probeta literaria, de esa búsqueda y encuentro doloroso de y con la violencia
máxima que acompañó, y acompaña la vida de los humanos de nuestra Latinoamérica.
Y la ficción literaria se toma de la mano en su relación con la historia, con la
memoria y la violencia, sustentada en los miserables que rascan en la basura, en
los niños que cargan sus panzas como globos, en las mujeres violadas, asesinadas
o secuestradas para formar parte del negocio de la carne. Las pandillas armadas
y tatuadas como un ejército de la descomposición, los campesinos amenazados y asustados
siembran amapola, entre la presión del narco y el hambre que tasajea la piel propia
y la de los hijos. Todo es un mundo de violencia, desde el hogar golpeador a la
intimidación brutal de la corrupción de los personajes de cuello blanco, hasta la
impunidad asesina de los gobernantes y los jueces que prevarican, en fin, cuesta
respirar. Aunque también encontramos sonrisas y manos que se estrechan solidarias,
un flujo de agua que corre entre los buenos sentimientos, ese construir papalotes-cometas
que pueden flotar y avanzar en el pesado oxígeno de la vida. La literatura entreteje
miradas hacia la violencia para ir formando hilados de testigos activos que son
los propios lectores.
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Mi relación casi fraternal con el café inició en los consabidos
e indispensables desayunos de mi infancia. En épocas de calor lo dejaba enfriar,
mientras que en la casi gélida temperatura de los otoños-invernales bonaerenses,
lo bebía con todo y vaho caliente, mientras sumergía el pan untado en mantequilla,
el cual dejaba pequeños círculos amarillos sobre el fondo amarronado de la bebida.
Y esos fueron mis encuentros memorables y memoriosos con el café. Más tarde llegaron
los expresos con todo y espuma en los espacios donde uno se sentaba a conversar
sobre política, alguna película, cierto texto marxista, y como se organizaban acciones
en la fábrica o la escuela donde se estudiaba o trabajaba. Deduzco que el papel
socio político cultural de la cafeína, fue de gran importancia organizativa y ayudó
en el hacer de posibles reflexiones en los años setenta. Después me tocó viajar
y bebí la experiencia del azucarado y cargado café árabe, en ese espacio de tiempo
en el cual soldados muy armados se dedicaban a acciones de expansión territorial,
con los significados dolorosos de miles de muertos, heridos y la creación de refugiados.
Años más tarde, ya en tierra mexicana, en una de esas tardes calurosas tropicales
y habiendo terminado de beber un café cargado, quedé observando el poso de esa taza
y éste comenzó a narrar algo de la larga historia, semi oculta, en muchos países
desde Brasil a México, de la existencia de un trabajo casi esclavo, en las grandes
fincas cafetaleras. La mezcla espesa, narraba sobre el duro trabajo de familias
enteras, con largas horas al sol, recogiendo los rojizos granos, teniendo que dormir
al descampado o en pocilgas malolientes, sin servicios médicos, obligados a comprar
los alimentos a los propios dueños de las fincas, en fin, tiendas de raya en siglos
pasados y en el actual. El aroma de un café recién hecho puede oler a dolor. El
otro lado de la luna cafetalera. Pero no fue todo, al remover suavemente la mezcla
húmeda y oscura saltaron palabras de alguien que llegó a decir que frente a una
taza de café se piensa. Pero también se discute, se recuerda o se argumenta. Frente
a la taza con café se reflexiona, se sueña, se imagina, se escribe, se conversa,
se enamora, se seduce, se rompe, se reconcilia, se halaga, se sugiere, se invita…
En fin, les incitamos a leer la revista acompañados con tragos cortos de café caliente
o tibio, como realmente les guste, en fin, disfruten, en estos tiempos deseosos
de esperanzas.
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Hay idiomas que nacen en las montañas y se encaraman buscando
aire, algunos en las planicies y huelen a viento, y hay otros que son producto del
mar y navegan entre olas letradas. Dicen que el catalán es el lenguaje del mediterráneo,
que inició su navegación por el siglo XIII y amplió su oleaje gracias a Lull, y
después su narrativa hizo primera historia en Europa, pero vadeando el tiempo fue
enfrentado a ominosos terremotos políticos castellanos, que buscaron a través de
prohibiciones y represalias impedir su existencia ciudadana. En el siglo XX con
la dictadura franquista fue prohibido y perseguido, decenas de años de salvaguardar
el idioma en la clandestinidad rural y urbana. Y los hablantes y filólogos lo reinventaron.
Antes y con el fin de la dictadura, el catalán fue canción poética y en la marea
de ola musical tuvo un presente moderno, y después llegaron las leyes y el idioma
se hizo país cultura y crecieron los lectores y los escritores, y en las escuelas
se hace educación en catalán, mientras bailan sardana, escuchan rock y votan y se
manifiestan en las calles republicanamente. Y ahí va este siglo pasado donde leemos
de un poeta: Ens escau un país, un llegat,
l’alt exemple/ de la claror dels àlbers i la finestra nua/ que veu la transparencia
de la buidor total. Un país per tornar-hi, mes endins/ que alló que mai podríem
arribar a somiar… Y aquí nos encontramos entre imágenes creadas en el barco
audaz de la literatura, en el mástil inquieto de las metáforas, en la proa que atraviesa
la realidad y crea otras en este universo de ciudades y viñedos, de pescadores urbanos
y de ciudadanos marinos, de banderas independentistas prendidas al mástil del futuro.
En fin, literatura intensa y mediterránea.
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Encontrarse ante el pastel con una velita es una forma
que tienen los adultos de celebrar el cumpleaños de un hijo, la sobrina, el nieto-nieta,
mientras los causantes de tal acto miran hacia cualquier lado, se babean un poco,
soplan en dirección equivocada y la mamá apaga la llama de la velita. Y así iniciamos
el camino, a trillarse, de las celebraciones. Y pasan los bautizos, en algunos se
hace fiesta al hecho de que le cortaron al hombrecito el prepucio, esto sin tomar
en cuenta el dolor del dueño del pene chiquitito, en otras visten de novia sacramental,
en vestido blanco o rosa, a esa niña que se siente contenta en esa especie de ensayo
de casamiento; el futuro espera impaciente, tamborileando en la esquina del atrio.
O cuando realizamos el primer paso de baile, tirando el temor por la borda de algún
ritmo sincopado. En fin, sin olvidar cuando en algún atardecer oscureciendo estrenamos
impacientes el reclamo de la sexualidad del cuerpo propio con el otro, revolviendo
las llamas internas, con cierto dolor en los testículos o en los pezones erectos,
sin hablar del olvidado clítoris. Y celebramos, envueltos en el conocimiento del
ritual, o simplemente nos sentimos alegres, sonreímos, y sí que festejamos. Entre
ondeantes banderas rojas, con hoz y martillo, algún cuatro pegado en alguna esquina,
marchábamos en nombre de la historia, en los primero de mayo o por el mes de octubre,
recuerdos y deseos, y nos sentíamos contentos, o en aquellas contra los bombardeos
en Vietnam, Panamá o Chiapas, y se formaba ese sentimiento de estar haciendo algo
en la historia, para la historia y celebrábamos por un futuro diferente. Entrar
en cierto cementerio, y pasear por la tumba del poeta preferido, dejar el ramillete
de flores, leer algún poema y marcharse contento con el sentimiento sonriente bajo
el sobaco o en la solapa del libro. Pero, también, lamentablemente, no pocas veces,
se hace difícil festejar, como cuando encontramos un niño envuelto en la miseria,
con el tizne en sus ojos del hambre y el frío, o cuando vemos esa foto de cadáveres
descompuestos, producto de alguna guerra local, mientras los millonarios se enriquecen
más, y duele el dolor y la tristeza penetra con la suavidad silenciosa del hecho
de morir. Pero también logramos toparnos con la sonrisa que se pinta en la cara
del sediento que sorbe trago a trago un poco de agua y vida. Y así, a tropezones
con las contradicciones vamos celebrando por esta vida los momentos o sucesos que
nos importan, además de los que dejamos pasar sin darnos cuenta, que desconocemos
o que ignoramos como el cumpleaños del vecino o de alguna publicación que está cumpliendo
veinticinco años, como ésta, en la que escribo lo que ustedes leen. Celebremos lo
que podamos y deseamos celebrar. Que no nos maten la alegría de vivir.
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Las calles de las ciudades se anudan angustiosamente, mientras
los cuerpos van resbalando, golpeados por una bala con aroma a cocaína, armando
nubes de codicia. De un lado al otro de las fronteras, cargando deseo e ilusiones
sobre el caparazón de un tren bestial, que deja regueros, muñones de piernas de
esos caminantes que buscaban senderos nuevos para vivir algo mejor, ellos y los
otros. Esperanza teñidas de esperas entre los montes, nubes plenas de automóviles
cargados de deseos, cambio de colores. Los golpean, sin misericordia entre bandas
de narcotraficantes y los fusiles oficiales de los guardias fronterizos, que sólo
resguardan a los usureros de la vida ajena. Dos países unidos por la pobreza, por
la insurgencia campesina, acunados entre los pobres y los nadies, por los dientes
descarnados de los ritmos musicales, que se hermanan entre cumbia norteña y cierta
ranchera apresurada. Algún poeta dice: Como
si el ruido de los cráneos en las fosas se pareciera al silencio… Estos dos
países, y su gente deambulando entre la alegría momentánea, la caña hecha licor
que se divierte los fines de semana, un aparato de justicia que es tortugamente
burocrático y solo funciona a favor, de un lado de la sociedad. La cultura del valor,
la angustia, el miedo. Como alguien ha dicho melancólico por lo perdido y festivo porque por lo menos estamos vivos.
Los cuerpos de jóvenes mujeres se encuentran en la arena seca y a veces pegajosa
del desierto, llegó el tiempo del horror,
la muerte de mujeres, las cruces rosadas en baldíos. La violencia se ha convertido
en una brutal e inmisericorde realidad diaria que conduce a un temor casi persistente,
que se canaliza hacia la sensación de un ámbito social amenazante y angustioso.
Duele soñar y dormir. Pero la palabra y el actuar sencillo, puede ser un poder para
vencer las angustias crecientes, el dolor por las víctimas, para intentar crear
una sociedad en que el temor se desvanezca, si unimos fuerzas, desde la visión de
los humanos, para no darnos a vencer, de ascender junto a las nubes de un café negro
y caliente y sonreír, con cierto dolor, pero sonreír. Caminar entre un Macondo y
un Comala. Resistir con la palabra y enfrentar a esta realidad brutal y amarga.
NOTA
Desde el número cero de Blanco Móvil, que apareció en 1985, los editoriales de la revista han
tenido un preciado rasgo que la distingue de otras publicaciones del género. Todos
llevan el mismo título, “Los Primeros Pasos”, están escritos por su editor, Eduardo
Mosches, y abordan, en una entrañable prosa poética, las singularidades de una visión
transgresora, los mecanismos subjetivos de su manera de enfrentarse al mundo. Son
textos valiosos que merecen ser recopilados en un solo volumen. Seleccionamos algunos
de estos editoriales.
EDUARDO MOSCHES. Mexicano de origen argentino. Nació en Buenos aires en 1944. Vivió en Israel de 1963 a 1970. Tomó un avión hacia Berlín, donde estudió Ciencias Sociales en la Universidad Libre de Berlín, Alemania Occidental y se dirigió hacia Argentina en 1974. Después en 1976, llega a México. Fue coordinador editorial en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México diez años, hasta el 2012. Fundador y director de la revista literaria Blanco Móvil, desde 1985. Ha publicado una decena de poemarios. Ha colaborado en periódicos y revistas en México, Argentina, Alemania, Brasil, España, Estados Unidos, Israel, Italia, Chile, entre otros. Ha recibido varios premios nacionales como poeta y editor de revistas literarias. Ha sido traducido al alemán, italiano, portugués, hebreo e inglés. Correo electrónico: blanco.19mosches85@yahoo.com.mx
IO ANGELI (Grecia, 1960). Estudió pintura en la Escuela de Bellas Artes de Atenas y continuó sus estudios de maestría con una beca en Londres en el Royal College of Art y Central – Saint Martin’s School of Art & Design (1988-1991). Ha presentado su trabajo en 17 exposiciones individuales y ha participado en muchas exposiciones colectivas en Grecia y en el extranjero y ha colaborado con la Galería Zoumboulakis desde 2013. Entre las muestras individuales más recientes se encuentran: Boundaries (2015); Is it a trap? (2019); y Slalom (2023), todas ellas en Zoumboulakis Galleries, en Atenas. Sus obras se encuentran en colecciones públicas y privadas. Trabaja como profesora en la Universidad de West Attica. Io Angeli es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 233 | julho de 2023
Artista convidada: Io Angeli (Grécia, 1960)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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