El tema, aún acotado al vínculo entre ciudad y poesía, es vasto en abordajes
dispares y expresiones que van de la urbanidad incipiente descrita por Baudelaire
a la urbe mecánica de los vanguardistas de inicios de los años 20; de esa Nueva
York que García Lorca veía como una Babilonia
trepidante y enloquecedora a la Estridentópolis que los poetas de México sentían
vibrando en sus pentagramas eléctricos. Esa ciudad plasmada desde el amor o el odio,
la cercanía o la nostalgia, tomada como mero escenario o resonando en alma; esa
urbe muchas veces personificada con rasgos humanos, convertida en interlocutor que
dialoga mano a mano con el poeta, permite un desglose de sus personajes: un prototipo
de ciudadano moldeado en sus rutinas, pero tamién aquel que habita sus márgenes
y asume una especie de contravía. De esa gama sobresale el flaneur, esa especie
de topógrafo urbano –según Walter Benjamín–
que explora la urbe con un tránsito y una mirada propia, poseedor por tanto de una
identidad definida frente al hombre seriado de la muchedumbre. Le toca al flaneur
descifrar los pliegues de la urbe en apuntes mentales, disquisiciones conceptuales
que no excluyen la inventiva. Podrían encarnar en esta figura personajes como Juancito Caminador –alter ego del poeta Raúl
González Tuñón– deambulando por plazas, ferias, puertos, mercados y grandes estaciones
ferroviarias; o poetas como Jorge L. Borges: un flaneur casi ciego adelantando un
paso tembloroso por esquinas, pulperías y almacenes de su barrio, Palermo.
Además de lo expuesto, hay un núcleo que se impone en el vínculo entre ciudad
y poesía: el habla. La urbe conlleva una oralidad empujada por nuevos modos de relacionarse:
un trato diferente, otro diálogo, otra comunicación. Los antecedentes de la nueva
expresión derivada de los ámbitos urbanos ya estaban expresados en un libro de Baudelaire
de 1857: Spleen de París, en la que no
falta el hastío hacia esa ciudad perturbadora que le arranca al poeta líneas irónicas:
No a todos les es dado tomar un baño de multitud:
gozar de la muchedumbre es un arte. Multitud, soledad, términos convertibles… Quien
no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo en medio de una muchedumbre atareada.
La ciudad, entonces, vivida, soñada y aborrecida (Apollinaire le dispensa el
trato de: hospital, lupanar, purgatorio, infierno,
prisión), pasaría ser un excitante de todos los ismos de la vanguardia que encontraron en el trazado urbanístico y el
cosmopolitismo el correlato de aquello que buscaban plasmar en sus creaciones: movimiento,
dinamismo, simultaneísmo, imaginación sin
hilos.
Una de las proclamas del Futurismo que lidera Filippo Tomasso Marinetti, enfatiza:
Con nosotros empieza el reinado del hombre
sin raíces, el hombre multiplicado que se mezcla al hierro, se nutre de electricidad.
Los poetas innovadores hablan de ciudades tentaculares, dinámicas, con una batería de chimeneas de fábrica y desarrollan
incluso teorías arquitectónicas: La arquitectura
del cálculo, del cemento armado, del hierro, del cristal, del cartón, de las fibras
textiles, permiten obtener el máximo de elasticidad y ligereza. Imaginan así
ciudades polirrítmicas y estridentes con
enormes centros industriales, hoteles y mercados cubiertos, estaciones ferroviarias,
grandes talleres metalúrgicos, túneles espirales, puentes de hierro, poleas, grúas,
calles en distintos niveles con pasarelas mecánicas y tranvías de doble piso, todo
sobre el gran riel futurista. Una urbe semejante a un inmenso edificio en construcción, tumultuoso ágil, móvil, dinámico,
en cada una de sus partes, y la casa futurista parecida a una gigantesca máquina.
Apenas un par de décadas después, los estridentistas de México hacen de la metrópoli
moderna uno de sus ejes. Sus libros –Urbe, Esquina, Pentagrama eléctrico, Andamios
interiores– reivindican lo multitudinario, la ciudad de hierro y cemento poblada
de anuncios luminosos. Cuando en 1925 se trasladan a Xalapa, Veracruz, para refundarla
como Estridentópolis, suelen reunirse en el Café de Nadie donde pergeñan una de
sus publicaciones principales: Horizonte. Por ese tiempo anuncian que el líder del
grupo, Manuel Maples Arce, comprará un automóvil
y un edificio de cincuenta pisos para instalar las oficinas del movimiento.
En 1926, en Xalapa, otro de los protagonistas del Estridentismo, el poeta List Arzubide,
celebra la inauguración del estadio en las páginas de Horizonte: sobre las gradas de la gigantesca herradura,
sesenta mil personas se estremecen bajo la amplitud de un cielo donde los aeroplanos
cantan la victoria del esfuerzo. En la misma revista presenta los coches autovías –especie de buses que marchan sobre
rieles–, mientras en la misma revista Maples Arce publica el artículo La estética del sidero-cemento: los caminos de hierro entrecruzan los continentes
y es casi una realidad la yuxtaposición de las perspectivas internacionales que
simultanean la inquietud de la vida contemporánea. El poeta se prodiga en información
sobre un material de cemento armado: el sidero-cemento, al que presenta como decisivo
en la construcción de puentes, hangares, fábricas y estaciones, al garantizar resistencia, adherencia y estabilidad.
En su libro Urbe –que los críticos ven como detonante de la vanguardia en México
y que traduce al inglés John Dos Pasos como Metrópoli– Maples Arce describe el paisaje
urbano como si lo observara desde un vehículo en movimiento: Pasan las avenidas del otoño/ bajo los balcones
marchitos de la música/ y el jardín es como un destello rojo… esquinas flameadas
de poniente/ a veces pasan ráfagas, paisajes estrujados… en el motor/ hay la misma
canción… hay un tráfico ardiente de avenidas.
A fines de los 20 García Lorca, que había arribado a Estados Unidos luego de
atravesar parte de Europa, escribe a sus padres:
París me produjo una gran impresión, Londres mucho más, y ahora Nueva York me ha dado como un mazazo en la cabeza… El puerto y los rascacielos iluminados confundiéndose con las estrellas, las miles de luces y los ríos de autos ofrecen un espectáculo único en la tierra. Los inmensos rascacielos se visten de arriba y debajo de anuncios luminosos de colores que cambian y se transforman… chorros de luces azules, verdes, amarillas, rojas, cambian y saltan hasta el cielo. Más altos que la luna, se apagan y se encienden los nombres de bancos, hoteles, automóviles y casas de películas, la multitud abigarrada de jersey de colores y pañuelos atrevidos sube y baja en cinco o seis ríos distintos, las bocinas de los autos se confunden con los gritos y músicas de las radios, y los aeroplanos encendidos pasan anunciando sombreros, trajes, dentífricos, cambiando sus letras y tocando grandes trompetas y campanas. Es un espectáculo soberbio, emocionante, de la ciudad más atrevida y más moderna del mundo. Pronto iba a conocer la contracara, el gran pánico financiero, cuando el crak del 29 –ese espectáculo del dinero en todo su esplendor, su desenfreno, su crueldad– que dará paso a su gran libro Poeta en Nueva York publicado
Como dije al inicio, lo urbano le dio a la poesía un tema, pero más, le otorgó
además un habla, un coloquio que en muchos países latinoamericanos ensanchó hacia
los años ‘60 los registros expresivos merced a una orquestación, un cruce de discursos.
Habrá que analizar el modo en que ese fraseo ciudadano –una cadencia, un tono confidencial,
la jerga, las locuciones populares– consolidan un contexto vuelto identidad y cobra
espesor y diversidad en sucesivas generaciones.
En el álbum de la poesía ciudadana quedarán para siempre esos versos que Borges dedicó a su ciudad en un texto que tituló precisamente como “Buenos Aires”: Y la ciudad, ahora, es como un plano/ de mis humillaciones y fracasos… No nos une el amor sino el espanto;/ será por eso que la quiero tanto.
JORGE BOCCANERA (Argentina, 1952) publicó, entre otros libros de poesía, Música de fagot y piernas de Victoria, Los ojos del pájaro quemado, Polvo para morder, Sordomuda y Bestias en un hotel de paso. Es autor de los libros de ensayo Confiar en el misterio y Sólo venimos a soñar, sobre las poéticas de Juan Gelman y Luis Cardoza y Aragón, respectivamente. Dirige la revista cultural Nómada de la Universidad Nacional de San Martín.
IO ANGELI (Grecia, 1960). Estudió pintura en la Escuela de Bellas Artes de Atenas y continuó sus estudios de maestría con una beca en Londres en el Royal College of Art y Central – Saint Martin’s School of Art & Design (1988-1991). Ha presentado su trabajo en 17 exposiciones individuales y ha participado en muchas exposiciones colectivas en Grecia y en el extranjero y ha colaborado con la Galería Zoumboulakis desde 2013. Entre las muestras individuales más recientes se encuentran: Boundaries (2015); Is it a trap? (2019); y Slalom (2023), todas ellas en Zoumboulakis Galleries, en Atenas. Sus obras se encuentran en colecciones públicas y privadas. Trabaja como profesora en la Universidad de West Attica. Io Angeli es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 233 | julho de 2023
Artista convidada: Io Angeli (Grécia, 1960)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
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ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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