domingo, 23 de julho de 2023

MARISA TREJO SIRVENT | Rosario Castellanos: fuego de mil cambiantes llamaradas

 

 


Y yo que me soñaba nube, agua,

aire sobre la hoja,

fuego de mil cambiantes llamaradas.

 

ROSARIO CASTELLANOS

 

Una niña de amplios ojos negros camina por la ciudad de Comitán de Domínguez, Chiapas. No recuerda la gran urbe en la que nació un 25 de mayo de 1925. México D. F., fue para ella, como alguna vez lo aclaró, una ciudad de paso. Su vista observa minuciosamente las baldosas y adoquines por las que camina junto a su nana que la lleva a escondidas al parque. Sus padres han salido a visitar sus haciendas. Su mirada se vuelve de vez en cuando a observar los detalles del empedrado de las calles, los muros de las casas, donde en sus hendiduras imagina seres misteriosos; las mecedoras y los ajuares, los ancianos y las mujeres platicando sobre asuntos cotidianos. Cuando ve de espaldas a un chiquillo que entra corriendo a una casa, recuerda a su hermanito recién muerto, quien a veces la acompaña en juegos imaginarios, por los amplios corredores o en el traspatio de la casa. Rosario le dice que lo siente tan lejos, que la perdone. Él le dice al oído que no se sienta culpable, que él nunca estará solo porque siempre está a su lado, aunque ella no pueda verlo.

Rosario sale de sus cavilaciones cuando su nana le dice que ya jugó mucho rato y que deben volver a la casa. De la mano de su nana indígena vuelve a su casa mientras observa con detalle los rostros de los indígenas con los que se topan. Su nana le hace ver lo elegante de sus trajes, el orgullo de su raza y lo entrañable de las costumbres y tradiciones del mundo indígena. Mientras la trenza le enseña oraciones en su lengua. Ella aprende así a respetarlos y admirarlos. No comprende cómo los ladinos, comerciantes, sobre todo, les impiden la entrada a sus tiendas mientras están atendiendo a algún ladino o caxlán. Ese mundo confuso en el que vive, tratando de entender dos realidades, la vida de los ladinos y la de los indígenas se va ordenando y adquiriendo lucidez, al acercarse, a fuerza de vivir sobreprotegida y aislada, a la biblioteca paterna que había ido conformando, poco a poco, luego de sus estudios de ingeniero en los Estados Unidos, Don César Castellanos, su padre, un hombre culto de gran posición social, casado con una sencilla mujer dedicada al hogar, Adriana Figueroa. Rosario toma los libros cada vez que sus padres viajan a los ranchos El Rosario y Chapatengo, que formaron parte de las propiedades que se perderían en gran parte por la repartición de tierras en la época de Lázaro Cárdenas. Rosario ha dejado ya la escuela primaria donde todas las niñas estudian en una misma aula y ha entrado a su primer año de secundaria. Cada día lee más. Huye de los bailes de quinceañeras. Comienza a escribir poemas llenos de ingenuidad y pequeños poemas de amor que más tarde publicará: “Inútil aturdirse y convocar a fiesta pues cuando regresamos, inevitablemente, alta la noche, al entreabrir la puerta la encontramos inmóvil esperándonos”.

Los negros ojos de Rosario ven nuevamente la ciudad donde nació, tiene dieciséis años. Vive en un departamento de la Colonia Roma. Termina la secundaria y continúa sus estudios de preparatoria en el Colegio Luis G. de León donde conoce a Dolores Castro, su mejor amiga, con quien comparte sus orígenes provincianos y el acceso a bibliotecas paternas que despertaron sus intereses hacia lo literario. Ambas habían comenzado a escribir tempranamente.

Rosario no sabe por qué se inscribió en la carrera de leyes. Pocos meses después, decide cambiarse, en 1944 a la Facultad de Filosofía. Ahí coincide primeramente con Dolores Castro, Augusto Monterroso, Otto Raúl González y Carlos Illescas, de Guatemala, Ernesto Cardenal y Ernesto Mejía Sánchez de Nicaragua y con Manuel Durán Gili, un español. Vuelve más tarde a Chiapas acompañada de sus amigos y participa en un recital poético. Poco antes había enviado poemas que se publicaron en El estudiante de Tuxtla Gutiérrez y en el periódico Acción de Comitán. Rosario se reúne en el café de la Facultad, en el edificio de Mascarones, con otros destacados escritores: Fernando Salmerón, Luis Villoro, Sergio Galindo, Emilio Carballido, Jaime Sabines, Luisa Josefina Hernández, Miguel Guardia y Sergio Magaña. Con Sabines la une el hecho de ser de Chiapas y de que sus familias se conocen desde que eran niños: “En Jaime Sabines admiro la sensibilidad, la capacidad de ternura, que es muy rara de encontrar entre los poetas mexicanos. Admiro su musicalidad…”

Empieza a publicar en las revistas América, Litterae, Barco de papel, La palabra y el hombre y Estaciones. Encuentra en sus amigos, el cariño, la compresión a sus intereses literarios y el reconocimiento a su talento creativo. El café en Mascarones era obligado punto de reunión donde se discutía y se aprendía muchísimo. Fue la época más feliz de su vida. Pero más adelante, observará el bosque de Chapultepec, se llenará de melancolía al recordar los bosques de los Lagos de Montebello, en Chiapas. Las aves traídas de su tierra le traerán recuerdos lejanos que querrá olvidar, pequeños silbidos que romperán de cuando en cuando el silencio y la soledad. Surgirá en ellos la ternura de los indios, en especial, la de su nana que la acompaña siempre. Una voz le repite mientras camina por los senderos del Bosque de Chapultepec: “Nunca olvides el bosque, ni el viento, ni los pájaros”. Vuelven a su mente los acontecimientos tristes de la muerte de su hermano y el despojo de sus tierras. Tampoco le ayuda a sobreponerse la relación fría que ha mantenido siempre con sus padres. Eran épocas de incertidumbre económica para su familia. Se refugia en la lectura luego de la muerte súbita de su madre en 1948, y de su padre, con pocos días de diferencia. “¡Qué tremendo es el rostro del amor cuando lo contemplamos con los ojos sin lágrimas! su visión nos destruye. Sólo queda una ceniza oscura como la de un papel escrito por el fuego”. Días de tristeza y soledad. Vuelve a releer Muerte sin fin de Gorostiza, la que le produjo “una conmoción de la que no me he repuesto nunca”, según sus propias palabras. Bajo su influjo escribió Trayectoria del polvo. Poco después se editan sus dos primeros libros: Apuntes para una declaración de fe y Trayectoria del polvo. Rosario se gradúa como Maestra en Filosofía en 1950 con su tesis “Sobre cultura femenina”.


El cuchillo bajo el que se quebró su cerviz” fue un hombre llamado Ricardo Guerra, un existencialista sartreano, con el que se casó en 1957 y tuvo un hijo, en 1961, Gabriel. Lo había conocido desde 1950, en el IFAL. A él le escribió siete decenas de cartas donde expresó su amor, la desesperación, el dolor y la angustia de no sentir jamás el sentimiento recíproco, sino únicamente la triste unilateralidad de no recibir más que escuetas tarjetas postales o cartas espaciadas que no alcanzaban a brindarle el cariño, la seguridad y el apoyo que siempre necesitó. En ellas se percibe a una Rosario que hubo de soportar y resignarse a la infidelidad y a vivir la soledad de ese gran amor frustrado.

Luego de breves encuentros con su amado del que sentía no le correspondía, regresa durante el verano de 1950 a Chiapas donde la espera su medio hermano Raúl. Le escribe cartas donde se percibe a una Rosario completamente enamorada. Regresa a la ciudad de México y consuma su amor con Ricardo. Se da el anuncio de su beca que le permitirá irse a España. Prosigue sus estudios de Filosofía y estilística en Madrid, España, donde comparte la beca del Instituto de Cultura Hispana con Dolores Castro desde septiembre de 1950 a fines de 1951. Rosario sueña con que Ricardo la alcanzará, terminará su tesis y pedirá una beca como ella. Lolita y ella viven tiempos difíciles, de hambruna y carestía, pero conocen España, Francia, Italia, Suiza, Austria (donde pasan frío y penurias); al fin regresan por Nueva York donde permanecen un mes. Escribe en esos viajes los libros de poesía: De la vigilia estéril y Dos poemas. A su regreso, se hospeda en casa de Lolita, y un mes después, enferma de tuberculosis. Sin saberlo, en 1952, retorna a Chiapas donde es promotora de cultura del Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas. Publica Presentación al templo y Tablero de Damas.

Vuelve a México un año después y pasa varios meses en un Hospital y luego se muda a un departamentito en la casa de un tío suyo. En Chiapas ordenan quemar algunos objetos, documentos y libros que habían estado en contacto con la escritora. Dedica casi todo su tiempo a la lectura de Gabriela Mistral y de la Biblia, Jorge Guillén, Saint-John Perse y Paul Claudel. Así se ve impulsada a crear una obra rica y vasta. Obtiene la beca Rockefeller del Centro Mexicano de Escritores en 1953. En esa época, forma también parte del grupo literario de “Los Ocho” donde coincide semanalmente con otros escritores y con Dolores Castro. En 1953 y 1954 sigue escribiendo poesía y ensayo. Se publican Misterios gozosos y El resplandor del ser en la Antología Ocho poetas mexicanos. Escribe “Lamentación de Dido”, reconocido como uno de los grandes poemas mexicanos del Siglo XX: “Y cada primavera, cuando el árbol retoña, Es mi espíritu, no el viento sin historia es mi espíritu el que estremece y el que hace cantar su follaje”.

Los dos siguientes años trabaja en San Cristóbal de las Casas, Chiapas donde dirige el Teatro Petul (guiñol) en el Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil del Instituto Nacional Indigenista. Forma parte del famoso Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas. En 1956 escribe sus novelas: Balún-Canán (con la que obtendría el Premio Chiapas en 1957 y sería publicada en 1958, año en que contrajo matrimonio con Ricardo Guerra) y Oficio de Tinieblas. Publica en ese último año, Salomé y Judith y Al pie de la letra. En 1960 se edita el libro de cuentos Ciudad Real (con el que obtiene el Premio Xavier Villaurrutia) y el poemario Lívida luz. Es invitada por el Dr. Ignacio Chávez, Rector de la UNAM, a colaborar como Jefa de Información y Prensa donde trabaja hasta 1966. Durante una década imparte diversas cátedras en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma institución, interrumpiendo esta labor por dos años porque fue distinguida como maestra invitada en universidades de los Estados Unidos. Acepta este trabajo con la ilusión de mejorar sus problemas económicos y de reflexionar sobre su relación matrimonial que ya había entrado en crisis en los últimos años. Colaboró posteriormente en infinidad de revistas y periódicos, estatales, nacionales y latinoamericanos. Obtiene también la distinción Sor Juana Inés de la Cruz en 1962, el Premio Carlos Trouyet de Letras en 1967, año en que también se le reconoce como Mujer del año y el Premio de Letras Elías Sourosky en 1972, cuando se publica Poesía no eres tú (su obra poética, 1948-1971). Su bibliografía abarca poesía, cuento, novela, ensayo y teatro y su hemerografía muestra una diversidad de ensayos y artículos periodísticos.

Juan Domingo Arguelles ha dicho que “Rosario Castellanos es, sin duda, uno de los más altos nombres de la literatura mexicana, sin que en ello haya que distinguir entre escritores y escritoras, pues en talento igualó, y aún superó, a muchos hombres de letras y, junto con ese talento, mostró una inteligencia y una modestia poco frecuentes. Su muerte, prematura y por demás extraña, ha sido un momento doloroso en la cultura mexicana de siglo XX”.

Rosario Castellanos fue nombrada embajadora de México en Israel, en 1971 donde murió trágicamente en 1974, a 49 años, según versión oficial, al conectar una lámpara fulminada por una descarga eléctrica. Curiosamente, decía Dolores Castro, por primera vez se sentía libre de su relación tormentosa con Ricardo Guerra, luego de su divorcio en 1968, estaba tranquila y feliz, mantenía una relación mejor con su hijo, a la vez que reunía sus ensayos y escritos, impartiendo clases de literatura en la Universidad de Tel Aviv y preparando nuevas publicaciones. Siempre nos quedará la duda sobre su temprana muerte. Aquella voz que buscaba “otro modo de ser humano y libre. Otro modo de ser”. En sus palabras persiste la humanidad, en ellas, permanecemos todos. Rosario Castellanos, escritora, poeta comprometida con Chiapas, un día de agosto, quiso morirse de amor y llamarse "árbol de muchos pájaros: "Voy a morir de amor, voy a entregarme al más hondo regazo… En los labios del viento he de llamarme árbol de muchos pájaros”.

 

 

Otro estudio sobre la poesía de Rosario Castellanos se puede encontrar en nuestra Conexión Hispana:

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2020/12/conexao-hispanica-rosario-castellanos.html


MARISA TREJO SIRVENT (México, 1956). Escribe poesía, cuento, ensayo, crítica literaria y artículo periodístico. Ha publicado diez poemarios, cinco libros de ensayos y compilado tres antologías poéticas, además de sus publicaciones académicas. Entre sus libros se encuentran: en ensayo, Una introducción a Sor Juana Inés de la Cruz, Chiapas biográfico y Páramo de Espejos. Vida y obra de José Gorostiza; en poesía, Rojo que mide el tiempo, Jardín del paraíso, La señal de la noche, Dame mi soledad, La Hora en que despertamos juntos, Tiempo de cantos, Canciones del mar de la luna y Luz de papel. Ha obtenido varios premios y reconocimientos literarios en México y en España. Su poesía ha sido traducida a cuatro lenguas e incluida en veinte antologías. Jurado en certámenes nacionales e internacionales de poesía. Es Coordinadora del Proyecto Internacional Cultural Sur y Cónsul del Movimiento Poetas del Mundo (en Chiapas), Miembro del Seminario de Cultura Mexicana y del Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas.

 

 

ABY RUIZ (Puerto Rico 1971). Artista visual que trabaja con pintura al óleo, dibujo e instalaciones. Su obra explora la naturaleza humana en diferentes situaciones en las que se expone el comportamiento de cada individuo. El cuerpo es la principal fuente de expresión en composiciones muy intensas donde en ocasiones aparece algún elemento de humor. Los temas más desarrollados por el artista están relacionados con la infancia, la sexualidad, la mortalidad, la inocencia, la violencia y la ternura, y son abordados en espacios indefinidos e imágenes recortadas. Ruiz se involucró en las artes desde temprana edad, tomó clases de pintura con Pablo San Segundo y estudió pintura, dibujo y grabado en la Escuela Especializada de Bellas Artes de Arecibo bajo la tutela del profesor y artista Rolando Borges Soto. Su obra ha sido presentada en numerosas exposiciones internacionales en Estados Unidos, Panamá, Canadá y República Dominicana. Aby Ruiz es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 

 



 

 Agulha Revista de Cultura

Número 34 | julho de 2023

Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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