domingo, 23 de julho de 2023

TATIANA OROÑO | Dos veces Amanda Berenguer

 



Todo era, resultaba alusivo.

 

JOSÉ PEDRO DÍAZ (“La cultura silenciosa”)

 

El mundo es el sentido que transparece en la

intersección de mis experiencias con las de los otros.”

 

MARÍA LUCRECIA ROVALETTI (“El cuerpo que somos”)

 

1. A propósito de Los signos sobre la mesa

Los signos sobre la mesa, de Amanda Berenguer, [1] es un extenso poema [2] escrito a la salida de la dictadura (está fechado en “invierno 1985”) y fue premiado en 1986 por Carlos Maggi y Eduardo Galeano, jurados del premio Reencuentro convocado por la Universidad de la República. La primera edición es uruguaya (Universidad de la República., Colección Reencuentros, 1987) y las tres siguientes estadounidenses. [3]

Podría considerarse articulado en cuatro núcleos o momentos.

La pregunta retórica inicial yuxtapone “metáfora” y “violación” (“esa vagina forzada y deshecha […]”) para dar cuenta de la incompatibilidad radical entre signos y referentes: [4]

 

¿qué metáfora podría trasladar / el trueno degollado del dolor […]?

 

Se denuncia un exceso: la violencia, y una insuficiencia: la del lenguaje como registro de aquella (“y me rompo el cuello […] contra el umbral de cada violación […] y me descoyunto el habla”). Esta doble denuncia es redoblada por la segunda pregunta (“¿qué metáfora podrá enviar […] noticias ululantes?”). Este primer núcleo está estructurado siguiendo un movimiento interrogativo de cuatro preguntas que interpelan el código de la palabra y el poder de representación que ella inviste: “¿la palabra dónde / la justa?” […] ¿la palabra para el cuerpo montado / cabalgando un cuchillo entre las piernas?”.

Luego, tras el verso “caigo vencida y balbuceo”, donde culmina el núcleo introductorio con la confesión de caída (o pérdida, estuporosa, de su autoconfianza letrada) vencida por la dimensión del tema que excede las capacidades expresivas de la lengua, se suceden dos pasajes en los cuales versificación y sintaxis han sufrido dislocaciones. Un breve fragmento, de fraseo alucinatorio, constituido por imágenes y frases truncas entrecortadas por barras de separación, es el primero (“[…] llora lágrimas / llora sangre / madre / madre mía lame las entrañas […]”). Y después una estructura semejante a la del poema en prosa, sin signos de puntuación, que denuncia dos hechos: la parafernalia de tormentos que a lo largo de la historia fueron infligidos por distintos aparatos represivos, y la objetividad descriptiva del arte gráfico que los representó, sin pasión y sin participación (“yo observaba los detalles de las llamas como lagartos dorados como varas floridas rojiazules que consumieron a Juana de Arco”). Quizá debiéramos agregar que habría una tercera denuncia (auto acusatoria) dado que el yo lírico confiesa haber borrado de su memoria (por consecuencia, también vetado a su escritura) hasta ahora, los asuntos que acaba de evocar (“había mirado ilustraciones/ recorrí lugares/ leí los textos/ pero inventé vendas/ borré imágenes/ borré vías de acceso/ lo supe alguna vez y lo escondí”).

El poema ingresa a un tercer momento claramente localizado por el verbo “saber” y el adverbio “ahora”: “lo sé ahora”. Asumida la insuficiencia del código de la palabra para representar el horror, y también asumido el propio silencio como respuesta horrorizada al contacto con ese mundo, el texto se enfrenta al desafío de: “apalabrar la extensión de ese hilo de vida” aunque en la convicción de su –casi – imposibilidad última (“¿quién se atreve a apalabrar la extensión / de ese hilo de vida / baba quemante / saliendo por las órbitas […]?”). Se trata de un suntuoso fragmento –escalas de sonoridad simultáneas, exuberancia de vocabulario, alternancias rítmicas– tan extenso como la suma de los dos anteriores. Hay una tentativa de aproximación vicaria al sufrimiento de las víctimas en la textualidad visionaria. De modo que mientras “los minutos se revuelcan entre alacranes / que succionan en el ombligo siempre oscuro / y se cae / y se espera manoteando en el vacío”, ocurre que “la palabra también cae de sus andamios / queda inválida […]”. La “palabra” busca identificarse o hermanarse con el padecimiento, aunque ajeno, evocado con voluntad de apropiación. Es oportuno recordar aquí que el paratexto inicial –epígrafe del texto– desde su segunda versión reza: “ante mis hermanos torturados”. Se trata de decir el caer, la caída o catástrofe, la pérdida de equilibrio y dominio de sí, el estupor que anonada, recurriendo a ritmos, períodos y espacialidad textual que va modificando constantemente la silueta espacial con signos irregulares, de curso entrecortado y acoplamiento heterogéneo los cuales juegan sobre la mesa (y el papel, donde se escribe) su partida contra la magnitud del tema.

Es ante hermanos ausentes, pero es sobre todo es ante sí misma que la escritura revela su rebeldía epistémica. Así se manifiesta en este tercer momento del poema. Su rebeldía –hallazgo de estrategias suplementarias, otredad y multiplicidad de recursos – es revelación del poder de escritura sobreponiéndose al desvalimiento de la letra expresado antes.

Por último la conclusión, en el cuarto fragmento, es curiosamente compleja y breve. Son siete versos que remiten a instancias anteriores del texto: “me trago la saliva” (al principio leímos: “me atraganto”); la repetición anafórica “ante […]/ ante […]/ ante […]evoca lo primero: el epígrafe (“ante mis hermanos torturados”). El verso (etimológicamente: versus = retorno) retorna a la oposición dialéctica original y promotora del texto: hechos vs. signos, desmesura fáctica, inconmensurabilidad del horror, insuficiencia del lenguaje, incompatibilidad radical entre signos y referentes. El segundo verso de este fragmento advierte casi abruptamente: “la palabra me traiciona”.

La voz lírica, después de haber recorrido con imágenes infernales lo que sabe, desiste de la palabra (¿ahogada por la emoción?) en asunción de la imposibilidad de abarcar –menos aún cerrar – el tema: ya no es dueña de un asunto que anega y desborda el umbral de recepción. La expresión por tanto recodifica, metaforizándola por inversión, la frase hecha: “ser traicionado(a) por sus palabras”, que significa decir involuntariamente algo que se pretendía ocultar. En este caso la palabra también traiciona la voluntad autoral de dominio de su instrumento por el hecho de ser portadora, como vimos, de una pesada carga emocional, así como de hondo calado ético. La conciencia de la lesión sufrida en el cuerpo social de la lengua, por sometimiento al silencio, limita y redefine éticamente el uso particular, ya que (tal como expresara en versos del extenso tercer momento): “ni la matriz vertiginosa / ni la imaginación entera desplegada / lograrían concebir / el sufrimiento de otro / el dolor ajeno”.

Ahora bien, admitido que es por razón de responsabilidad que la palabra se inclina ante el silencio, también hay evidencia de que el silencio se asume por (y con) piedad. En la conclusión del texto confluyen varios hilos tendidos y en tensión.

 La cancelación del texto sobreviene ante la evocación del silencio represivo ejercido sobre y contra sus (tan) distantes víctimas. Es cuando la voz lírica se dispone a hacer también silencio. Se trata de un silencio vinculante, dialógico. Asistimos a la transformación de la lengua en lenguaje solidario, en duelo de la palabra, en silencio de reciprocidad. Es cedida entonces la palabra a Dostoievski (así como una página antes lo hiciera con reconocibles fragmentos de Miguel Hernández): “ante la miseria humana yo me humillo”. La palabra que traiciona al ser trocada por la palabra de otro cambia de signo: por simbolismo de inversión se sustancia en palabra de fidelidad. La intertextualidad oficia como comunión –eucaristía – verbal.

Otro dispositivo intertextual –el empleo de ciertos giros, aunque modificados, de la lengua popular, como el del título – puede ser considerado también a la luz de la interpretación anterior. Creo oportuno vincular además este punto con ciertas orientaciones de la filosofía del lenguaje –como la de John L. Austin – que pueden resultar clarificadoras del sentido de la selección idiomática realizada por la autora:

 

Por cierto que el lenguaje ordinario no puede pretender ser la última palabra, si es que existe tal cosa. Pero sin duda lleva en sí la experiencia y el ingenio heredados a través de muchas generaciones. Recuerden: es la primera palabra. [5]

 

La función autoral parece haber adoptado la técnica que en el testimonio se denomina “función –editorial” y que consiste en dar la palabra. Al ceder espacio a las voces “registradas” (Miguel Hernández, Dostoievski) queda, por omisión, abierto el espacio ocluso del celdario donde fueron aprisionadas las otras voces:

 

y quedo postrada / ante la puerta de la celda / ante mis hermanos torturados.

 

Lo que poéticamente se testimonia, con la clausura así textualizada, es el silencio de los sin voz. No hay otro “más allá” para el poema.

 

Subvertir e hibridar. Dialéctica de tensiones: olvido –memoria; silencio –palabra.

Se trata de un texto que combina recursos de clásico linaje retórico con otras estrategias discursivas (entre las que podría subrayarse elementos del discurso testimonial y el argumentativo). Es cierto que si pensamos en el testimonio en tanto género muy codificado desde la década del 70, las premisas –en valores de verdad, exigencia de narrar hechos y relación subalterna de la escritura respecto al referente – serían prácticamente las opuestas a las del género lírico. Sin embargo, es posible hacer aproximaciones observables: todo el poema de Berenguer –portador eminente de la ética de una política– es introducido por referencia a la represión política (del cuerpo y las palabras), está estructurado sobre la descripción de hechos de violencia contra aquéllos, y se realiza por asunción –en imágenes y lengua – de una historicidad colectiva. Al igual que el testimonio es animado por la voluntad de operar un cambio. Empero, también es pertinente recordar aquí que esta voluntad, la de operar cambios de sentido que operen como “metamorfosis mental” en el receptor, ha sido finalidad histórica específica del lenguaje poético. Según Jean Cohen, “obtener una mutación de la lengua que al mismo tiempo sea una metamorfosis mental [es] el fin de toda poesía”. [6]

Como primer dato específico se ofrece a la observación una disposición estructural en silueta discontinua. Esa discontinuidad espacial tendría que ver tanto con el aludido carácter híbrido como con las tensiones que lo traman. Una de éstas sería la pulsión identitaria actuante como necesidad de reconocerse signo a interpretar entre los signos sobre la mesa, por parte del yo hablante. La poesía lírica –heredera de la oralidad – es la que encarna desde el punto de vista de la enunciación, con más dramatismo, la diferencia entre el yo de la enunciación y el yo del enunciado. Aquí, por ejemplo, mientras éste supo y escondió su saber –aunque no se explicita por qué, queda sugerido por contexto –, el yo de la enunciación exculpa, al corregir el gesto: “lo sé ahora / muy cerca está ocurriendo/ […]”. Donde uno hizo silencio, el otro denuncia. Habría un yo del hecho (alguien que vio – por tanto, supo – y escondió) y un yo del gesto (alguien que ve y oye con su imaginación, sabe con su naturaleza y oficio; y, además, escribe).

La selección léxica configura el texto como instancia y evidencia jurídica (“ante mis hermanos…”, “ante el dolor…”, “ante la puerta…”; “testigo”; “sentencia”; “testimonio”). Este campo semántico remite al ámbito del juicio, instancia reguladora del derecho. El juicio es público, pero también privado: “cada cuerpo es su propio testimonio”. Son implicadas por el texto dos situaciones de demanda: se inculpa a quienes flagelan a los prisioneros y se confiesa un olvido culpabilizador. Las prisiones son públicas, el saber aprisionado por el inconsciente es privado, pero hay interdependencias ya que los cuerpos son atravesados por ambos espacios. El cuerpo es polítíco. [7] Lo que concierne al cuerpo también: este caso la escritura, y el olvido.

El poema se refiere al cuerpo colmado de dolores, y lo hace visible desde el cuerpo de la escritura, singularmente expandido y contraído. Hay un fraseo repetitivo inicial (“¿qué metáfora…?”) continuado por un movimiento interrogativo más prolongado. Una dispersa pero estructurante organización proposicional (“digo […] y me atraganto”; “digo […] y me rompo el cuello”, etcétera). Son elementos que conforman, junto a la discontinuidad de la silueta textual, una discursividad y una espacialidad podríamos decir que enjuiciadas, puestas a prueba o en tela de juicio, sometidas a tensión formal por efecto de tensiones morales y emocionales. Éstas están intervenidas por la conflictiva dialéctica de silencio y palabra. La función identitaria se escribe en palimpsesto sobre los signos de una cultura silenciosa. [8] Los signos verbales se inscriben sobre las huellas del silencio represivo; no pueden dibujarse sino sobre la memoria de aquél: sobre la evocación de lo que no fue dicho, sobre lo que no se pudo decir.

 

Paratextos y polaridades. Autoridad y alteridad.

Los signos sobre la mesa glosa la frase hecha “poner las cartas sobre la mesa”: literalmente, mostrar “las cartas” (tapadas) y, por extensión, hablar sin tapujos de algo, estar en disposición de encarar toda la verdad de un asunto que se mantuvo en secreto. En su origen la expresión significa, y por eso nos interesa más aquí, terminar con un juego de encubrimientos. La operación desconstructiva es obtenida por permutación léxica –”cartas”, por “signos” –, más supresión del infinitivo. El término sustituyente es connotativo del campo semántico de las ciencias del lenguaje, desarrolladas a partir del concepto de signo. Por lo tanto, el sustantivo signos en función paratextual oficiaría como inductor de lectura de los signos (el texto) que, de acuerdo al sentido proposicional ya mencionado, significan en un contexto de ruptura de la mala conciencia vivida bajo el terrorismo de estado (ya que se ponen sobre la mesa, gesto que de por sí ya es señal y, genéricamente, signo). Al poner estos signos sobre la mesa, son desplazados otros, precedentes. Esta escritura –cabe señalar que la frase titular aun puede leerse como perífrasis de escritura – está en lugar de otras (cosas, que pueden ser inclusive silencios) porque ha habido un movimiento de sustitución no mecánico: la escritura recupera su lugar, que es el de la verdad. [9] Por lo tanto, esta escritura recupera y reivindica para sí el lugar del valor.

Dicho paratexto amplía los contextos de recepción de la comunidad inscripta en el circuito de estos signos ya que su interpretación, por ejemplo, podría prolongarse en asociaciones intertextuales remitentes al distingo “palabras/cosas” de Michel Foucault. [10] Aquí se ha sustituido “cartas” (cosas) por “signos” (palabras).Toda vez que este texto datado, como ya señalé, en el “invierno 1985” se pregunta por los derechos de la palabra en ausencia de los cuerpos “de los hermanos torturados” y quizá, también, por los derechos a la toma de la palabra después del silencio en el que su propio saber había sido “escondido” (ocluído), la asociación “palabras/cosas” es evocadora del paradigma de la ausencia (el hueco, la desaparición, la obturación de memoria) reconfigurador de las imágenes de realidad durante el período represivo.

Son estas algunas de las sugerencias de que es portador el título.

Veamos el epígrafe que completa el paratexto en consideración: “ante mis hermanos torturados” (“supliciados”, en la primera edición). El nivel coloquial verificable en el título es confirmado por la sustitución léxica: “supliciados” por “torturados”. Este adjetivo se propone una vez que los usos lingüísticos posteriores al fin de la dictadura habilitaron la circulación de la palabra “tortura”. El adjetivo de la primera versión ya suena, poco después, como un eufemismo literario. La voz se asume como operadora de signos de desocultación al sustituir la palabra del código retórico por la que circula a nivel de lengua corriente. Tal operación de sustitución representa elocuentemente el gesto plasmador de la escritura: poner la palabra sobre el silencio; poner la memoria sobre el olvido.

No podemos dejar de señalar hacia una de las contradicciones que tensan el texto y orientan esta interpretación antes de seguir adelante. Porque, si lo propio de la escritura testimonial es el ansia de traer a la literatura las voces de “aquellos que han sufrido el dolor, el terror, la brutalidad de la tecnología del cuerpo” así como también “la visión de los vencidos y de los sin voz”, [11] hay que preguntarse si no entraría en contradicción ese designio –dar espacio a la alteridad – con la función autoral fuertemente investida por estos paratextos que venimos analizando en los cuales –si seguimos a Gérard Genette – [12] estaría siendo sellado el pacto de lectura por efecto de la autoridad letrada.

Aunque portadora de la señalada conflictividad, podemos aceptar que la palabra se emplea como operadora de signos de desocultación. Si es así cabe preguntarse qué es lo que la palabra poética viene, o va, a desocultar.

 

Balbucear fraternidad

Varias respuestas están sugeridas por la sintaxis adverbial del epígrafe “ante mis hermanos…”. Este giro remite por un lado al marco jurídico del testimonio que presta un testigo ante juez y jurado (‘declarar ante’), y también –sin ser excluyente de lo anterior – a los discursos que tienen por marco las prácticas litúrgicas de la oración, la confesión, el ruego (‘arrodillarse ante’, ‘suplicar ante’). En tanto epígrafe esta frase es inductora de lectura de la totalidad del poema pero está directamente cohesionada especialmente a la primera serie enumerativa (“digo […] y me atraganto” / “digo […] y me rompo el cuello”). En ella se enumeran las tentativas signadas por la desproporción entre el esfuerzo articulatorio y el fracaso comunicativo. La palabra poética viene a desocultar un fracaso comunicativo proveniente del silencio represivo, mediante la toma de la palabra por pleno derecho y no sólo a título personal, sino también vicario (digo […]/ esa vagina forzada y deshecha / y me rompo el cuello / la palabra / contra el umbral de cada violación”). La secuencia describe la situación locutiva del yo lírico (quien declara que dice tal fraseo del poema) pero, siguiendo a J. L. Austin, el enunciado adquiere dimensión ilocutiva ya que la enunciación de la acción locutiva equivale al cumplimiento de esa acción: “digo rosetas en carne viva”. Por lo tanto, al decir el acto de decir se lleva a cabo otro acto: la construcción de un verso. La función ilocutiva es determinada por la manera de uso de la locución. El efecto es que como el sentimiento de desarticulación comunicativa invade el discurso se percibe que, para evitar el fracaso del texto, es necesaria una estrategia de reconfiguración verbal autónoma. El balbuceo es un signo “zozobrante” y por lo tanto pone en tela de juicio el lenguaje, pero a la vez prueba la necesidad de articular lenguaje que anima el discurso. O, mejor dicho, que acicatea a esa voz, la cual al textualizar la lucha entre lo que la desestructura y lo que la estructura, logra efectos de un tercer tipo: perlocutivos. Estos efectos serían intrínsecos al discurso poético ya que consisten, según Austin en “el propósito, intención o designio de producir ciertos efectos o consecuencias sobre los sentimientos, pensamientos o acciones del auditorio”. [13] Poco antes del cierre del texto el balbuceo se articulará en un gesto corporal elocuente: “y quedo postrada / ante la puerta de la celda / ante mis hermanos torturados”.


El texto comienza con la pregunta retórica: ¿qué metáfora podría trasladar/ el trueno degollado del dolor / y poner los signos sobre la mesa? Tanto el violento oxímoron metafórico del segundo verso, como el desarrollo expositivo descriptivo siguiente implican una respuesta negativa: “Ninguna”, se piensa. Sin embargo, la pregunta tiene efectos perlocutivos, puesto que el lector, frente a la cruenta expresividad de la primera imagen, es posible que se responda –“Ésta”, – refiriéndose al texto abordado. Es decir que no hay una respuesta implícita sino dos que, como se excluyen, exigen una toma de partido por parte del lector implicado.

Motivo de la clásica queja de la “Rima I” de Gustavo Adolfo Bécquer [14] era que la palabra no fuese coextensiva al sentimiento. Aquel tópico es reformulado en este caso: la palabra no puede ser coextensiva al dolor del cuerpo. El dolor es intransferible. No obstante, es posible una estrategia de significación en la que el cuerpo textual se pliegue al cuerpo sitiado (“el perseguido el inquirido el apaleado / el destrozado el arrastrado por una soga / el aislado el arrojado a la sombra sin día ni noche”). A través de un lenguaje que resista la violencia de las operaciones configuradoras de sentido es posible la representación de la violencia. El grupo sintáctico nominal trueno degollado del dolor es un ejemplo conspicuo de esa operación, ya que la relación sintáctica entre antónimos es intensificada por los campos semánticos puestos en contacto: atmósfera y sangre humana; mundo natural/sobrenatural y cuerpo humano. El trueno, atributo por antonomasia de la violencia natural (y divina en casi todas las religiones), y el degüello, sangriento método de aniquilación ejemplarizante. La connotación de efecto fulmíneo es acumulativa: “trueno” se asocia a masiva descarga eléctrica, al rayo; “degollado” –cuello cercenado – se bifurca en imagen de efusión de sangre expelida a chorros, pero también en la cara contraria: reducción material, mutilación, décalage. “Trueno degollado”: ¿tronar que no se descarga en rayo e implosiona, rugiente?; ¿tronar que se desangra en turbulencias ígneas? La escala de violencia terrena amenaza distorsionar fenómenos cósmicos y desestabilizar la naturaleza (tal como en la tragedia shakespeareana). Se desencadena un cuadro de apocalipsis que será atribuido al “torturador con su lámpara de tubos quebrados / por donde sopla la nada”.

También la citada segunda pregunta del primer núcleo – ¿qué metáfora podrá enviar navíos/ a rescatar noticias ululantes? – refuerza por disonancia este contexto consolidando el marco de trastorno cósmico en que se inscriben los signos textuales. Ella logra permutar de modo inquietante las cualidades de las entidades relacionales y con ello desrealiza la imagen: no son los navíos que parten al rescate quienes ululan, sino las noticias, a las que todavía no se llegó porque aún no han sido rescatadas. La imagen navega en aguas oníricas, surca el irracionalismo.

El sustantivos signos resulta resemantizado: puede ser leído como signos/ huella de la violencia contra el cuerpo impotente; o como signos/prueba de la impotencia de los códigos lingüísticos ante la violencia represiva. En cualquier caso, los signos resultan refuncionalizados por contexto y no dependen de sus significados ni de sus significantes: es preciso resignificarlos. [15] Ello implica volver sobre sus semas, reunirlos sobre la mesa.

Estamos en los límites del lenguaje.

Digo rosetas en carne viva (…)”: el desarrollo descriptivo evoca el cuerpo fragmentado, disociado por zonas (“círculos rojo –brasa […] / se hacen crepitar los pezones / […] / vagina forzada y deshecha”). Se trata de ‘signos’ corporales que aparecen asociados a nuevos sistemas, los de los instrumentos y técnicas de suplicio: “el vómito que se respira / para el agua de la cloaca en los pulmones / [..] / el aullido que ata las entrañas con el aire”. La onde expansiva del dolor es textualizada por la prolongación del cuerpo en cosa inánime. Se detalla una microfísica del poder con base en el “arte de las sensaciones insoportables”, según expresión de M. Foucault (op.cit., 18). La vagina como espacio representativo de todas las violaciones y escarnios estatuye la inversión de la ley natural (mucosa […] a la intemperie) que se ha naturalizado por efecto de las prácticas de tortura. Los signos de la corporalidad violentada ingresan a recodificaciones enajenadas por el dolor, rozando el sinsentido: “¿la palabra para el cuerpo montado / en el caballete de hierro / jinete cabalgando un cuchillo entre las piernas […]?”

Balbucear señala los límites éticos del empleo del código. Hay realidades como la vida y el cuerpo de las cuales la palabra es subsidiaria. El yo lírico viene a denunciar la violencia ejercida sobre los cuerpos de sus “hermanos torturados”. Es la voz que “da” y “toma”, por grado de proximidad, las voces hermanas. Es quien dice en imágenes verbales un imaginario del terror (“se retuercen bajo la chispa de los electrodos / y crecen las uñas arrancadas”). Los signos poéticos son signos vicarios: proporcionan los signos de la autopercepción fragmentada del cuerpo martirizado (vaginas, testículos, huesos, pulmones). “Ya se trate del cuerpo del otro o de mi propio cuerpo, no dispongo de ningún otro medio de conocer el cuerpo humano más que vivirlo, es decir, retomar por mi cuenta el drama que lo atraviesa y confundirme con él” – escribe Maurice Merleau-Ponty. [16] La obra devastadora del choque eléctrico está dada en la brevedad del sintagma: “los recios seminarios indefensos”. La reciedumbre del cuerpo sexuado masculino muta en indefensión a causa de la descarga infligida sobre los órganos viriles. El lenguaje es más explícito al referirse a la tortura aplicada a los genitales masculinos que a los femeninos. Hay más economía y menos elusividad. Esa subjetivación del punto de vista otorga autenticidad. (“El cuerpo no es un objeto, por la misma razón, la conciencia de él no es un pensamiento. Su unidad siempre es implícita y confusa” – escribe también Merleau –Ponty en el mismo pasaje.) Pero la voz poética además es solidaria, y por eso su intermediación está legitimada, es representativa. En este caso la ubicuidad del punto de vista oficia como inductor de lectura testimonial: la voz del texto habla de y por las voces mudas.

Como ya señalé, es en el segundo momento (o núcleo de la estructura interna) que es puesto en escritura el “balbuceo”, el no poder decir de corrido. Allí la escritura es interferida por el tema a través de una profusión de barras de estilo gelmaniano. El pasaje adopta la estructura de un llamado a la madre. Esa invocación íntima tiene lugar en el marco de la evocación genérica a los “hermanos”. El campo semántico de los lazos de pertenencia a la misma especie humana los vincula. Aquí hemos encontrado si se quiere respuesta a la pregunta que nos formulábamos antes respecto a la tensión entre la toma de la palabra y el gesto de dar la palabra. A semejanza de lo que ocurre en el “género” del testimonio, la voz poética toma a través del procedimiento de “generalización por sinécdoque” [17] la representación del grupo. En ese sentido también el poema crea y ocupa un espacio de legalidad simbólica al inscribir la situación de enunciación en un horizonte colectivo, y desde una conciencia subjetiva.

La toma de la palabra está ritualizada iniciáticamente. Se busca balbuceando en los moldes desarticulados de las estructuras discursivas hasta encontrar el principio estructurador del texto: la expansión de la voz propia, representativa de las otras.

La palabra poética equivale a un acto de habla inscripto en el marco de un juicio, el juicio de la historia y el juicio de valor, cuyo jurado en ambos casos no puede ser sino el lector .

 

El “cuerpo vivido” en el cuerpo del texto

 

Hay un profundo cambio de ese otro cuerpo que la fenomenología ha venido describiendo en los últimos 50 años, del cuerpo que soy, cuerpo vivido o intracuerpo.

 

OTTO DÖRR ZEGERS, La corporalidad en las psicosis [18]

 

La palabra poética es la de una testigo implicada: “digo entonces el aliento el resuello primitivo / […] / y me rompo el cuello / la palabra / digo […] / y me descoyunto el habla”. Implicada no solo en el decir sino también en el vivir su cuerpo como cuerpo vicario. En él operan los efectos de los suplicios que son infligidos a los cuerpos de las víctimas pero sin que hayan operado previamente las causas. Su causalidad es la de un “cuerpo vivido” [19] por el espanto moral, por el miedo físico. ‘Vivido’ también por la experiencia de pérdida de la palabra (“la garganta reseca no es fuente de palabras”). La imagen hace referencia a las víctimas cuya garganta está agotada por el grito sostenido (“la voz extrema informe expulsada del cuerpo”), pero también a los testigos de nudo en la garganta, como el yo lírico. En ambos casos la palabra falta. Esta pérdida es la peripecia prototextual motivadora del texto. La productividad poética proviene de aquella coactiva improductividad. De ahí que la primera acción de la palabra consista –como ya señalé – en ser portavoz de la insuficiencia de la palabra en situaciones indecibles. En esa declaración y prueba se solventa buena parte del texto que de esta manera también engarza con autorizados tópicos genéricos (como el del “rebelde, mezquino idioma” de la “Rima I” de G. A. Bécquer ).

Esta voz es testigo, pero también (auto)acusada y juez. Elabora por lo menos dos acusaciones –como ya señalé–, una defensa y un fallo. Hace su defensa en el poema. En él hace también su penitencia, ya que balbucea (sufre) para lograrlo. Purga en él la “culpa” de haber sido inducida/obligada a callar. La escritura del poema representa la diferida toma de la palabra y con ella el acceso al poder de representación por parte de la hablante.

Es ineludible observar que, si bien el contexto histórico inmediato contra el cual se recorta el texto es el de la represión política de estado impuesta por la dictadura cívico militar uruguaya (1973-1985), hay una historicidad represiva mucho más extendida en tiempo y espacio: la de construcción de género y subalternidad femeninos. Esto ha gravitado secularmente sobre el habla y la escritura femeninas como lo ha demostrado Jean Franco. [20] Resulta operativo tomar en cuenta la actualización de memoria de género implicada en el texto como forma de contribuir a una interpretación más exigente. (Es posible tomar en cuenta toda la serie de imágenes iniciales en las que está metaforizada la genitalidad femenina a través de un repertorio de referentes domésticos que, por desplazamiento metonímico, configurarían al espacio de reclusión y a la mujer como sujeto recluido en ese campo.) En esa dirección de lectura, el sintagma “la mesa” es resignificado por constituir el espacio donde es servida la comida. Viene a propósito recordar aquí un verso o frase, sin localización en el archivo, que atribuyo con certidumbre a Berenguer: “la cocina, el origen de la comida y de todo lo que somos. Y también es posible considerar la última imagen de la misma serie – “la escena queda despellejada / es un rostro con las cuencas vacías / me rodean apenas imágenes mudas / sin cuerdas vocales”– donde el absurdo se solventa en la alegoría de devastación corporal asociada a este otro verso del poema: “una ferocidad doméstica rutinaria”. Una alegoría que se prolonga, asimismo, o dialoga, con los siguientes versos: “es la hoja cortante velocísima […] es el temblor en las agallas / es el lugar en crudo / donde todavía se sabe que hay latido”. El referente es el cuerpo de los prisioneros políticos, pero la referencia (“en crudo”, “las agallas”) está impregnada de otras connotaciones de violencia doméstica y rutinaria tal como la violencia culinaria que, en la distribución tradicional de roles, tuvo como agente (triturador, despellejador) a la mujer, destinada por mandato secular a esas, entre otras, tareas sucias

El texto propone una asociación mental entre la sordidez de las mazmorras y el templo del alimento –entre aniquilación y nutrición– que satura de notas inquietantes, siniestras, desfamiliares para usar el término freudiano (unheimlich), el espacio familiar por antonomasia: la cocina. Una cocina espacio de extrañamiento al trasluz de una mirada que tiende emboscada a rituales femeninos de acatamiento. Hasta en el corazón de lo familiar (heimlich) se cierne la sombra ominosa de aberrantes prácticas de dominación política (y más sutiles, de género sexual) que cercan y contagian la vida cotidiana.

 

Argumentar; denunciar; poetizar. El buen decir sobre el mal hacer.

Asediar el sentido de un texto que se interroga sobre su propio estatuto implica observarlo. Por eso hay que decir que Los signos sobre la mesa se organiza alrededor de un leit –motiv y sus desarorrollos que podríamos resumir en la proposición siguiente: decir –en el sentido de poner en orden los signos de la escritura y con ellos los del universo representado– no es posible porque la asimetría entre el mundo tal como se manifiesta, y la palabra, resulta insalvable. (Además, oír es previo a decir, y no es posible oír las voces que son abortadas: “oigo un alarido abortado de pronto”.) Sin embargo, la interrogación subsiste. Dado que el mundo de los signos es relacional se continúa tras las huellas de la reconfiguración de relaciones posibles. La pregunta implícita sería “¿qué hacer con las figuras privilegiadas de la tradición poética, como la metáfora?” (“¿qué metáfora podría trasladar []?”). ¿Será posible hacer cosas con palabras poéticas? ¿Puede ser compensado el silencio por la palabra que lo justifique? El texto se interroga a la búsqueda de respuestas.

Podría reconocerse en el texto una estructura argumentativa que postula la inocencia de la voz lírica a pesar del sentimiento culpabilizador que la embarga. (La escritura hace su propia arqueología al presentarse como reparación del encubrimiento del horror contemplado en láminas.) Además, se denuncian hechos que han vulnerado la condición humana como medio de hacer, simbólicamente, justicia. Uno de sus procedimientos consiste en avanzar señalando las regresiones, imputables en el presente histórico a la violencia de Estado, con respecto a los paradigmas del progreso y del humanismo que informan los ideales de la modernidad. La tortura no sólo es inhumana, también es anacrónica: “tórax vientre cabeza miembros delimitan / un minucioso circo romano”. El texto se demuestra en condiciones de operar funciones de memoria crítica en la que se distinguen oposiciones reconfiguradoras del discurso: signo/referente; silencio/palabra; femenino/masculino; poder/opresión; olvido/memoria. La confrontación entre las variedades del silencio producido en las cárceles (resuello, alarido; la garganta / por donde saldrían los signos y los nombres / que nadie confesará) con el silencio de autocensura cuya experiencia confiesa el yo lírico (“pero inventé vendas / borré imágenes / borré vías de acceso / lo supe […] y lo escondí”), es la prueba demostrada (poéticamente) de los atenuantes que justifican el sobreseimiento de su causa. Tanto por la selección léxica, como por la cruda referencialidad y tensión metafórica de las imágenes, el texto pone de manifiesto su voluntad de pertenencia al campo de lo que pide ser laudado en el marco de la justicia. Pero estatuye su pertenencia al campo de la poesía con versos de construcción acentual, asonantada, aliterada y métrica: “lanzan látigos eléctricos / golpes de fuego rígido / y lo atizan”. La metaforización suena impecable e implacablemente ajustada a moldes lingüísticos y fines propios.

En el trazado de un eventual esquema tipológico el discurso poético se distinguiría por ofrecer el máximo de semiosis, el máximo de representación de sí mismo y sería, por lo tanto, el menos representativo de objetos y acciones. Si bien este hecho hace problemática la aproximación al discurso de género testimonial que he sugerido, creo haber fundamentado mi interpretación, la cual sólo pretende tomar en cuenta ciertos indicios de transgresión retórica que tenderían a refuncionalizar la propia retórica del discurso poético. El discurso poético de Berenguer vuelve por sus fueros. Es posible entender por tanto que objetos y acciones mentados –escenarios de los tormentos infligidos– sean fundamentalmente referenciales del clima vivido por las víctimas del terror, clima en el que se incluye el yo lírico. Esa escena paralizante (“la escena […] /es un rostro con las cuencas vacías / […] imágenes mudas / sin cuerdas vocales”) es el mejor argumento a favor de la inocencia del yo confesional, es elemento constituyente de la emoción que informa al texto y, en cierto modo, acredita a la voz testigo. Un fino y complejo mecanismo de autolegitimación que se solventa en su misma fineza de recursos: admitido que hay un saber culpógeno en el centro de productividad del texto –culpabilizador por no dicho–, hay también, como se demuestra y queda admitido, un saber decir que por su misma oposicionalidad, exculpa. Y por su compleja y orquestada configuración estilística –una salmodiada estructura de recurrencias siempre recuperada tras los cortes–, persuade de sus poderes salvíferos. Quizá el texto pueda leerse (en cierto modo a contrapelo de sus protestas de impotencia epistémica del decir frente al doler del cuerpo) como prueba de la dignidad del buen decir sobre el mal hacer.

Si observamos la datación del texto comprobamos que, históricamente, la tortura política uruguaya era pasado reciente porque ya había pasado la dictadura. (Por lo tanto, el presente de la enunciación textual no coincide con el presente paratextual.) Lo sugerido por este último (“invierno 1985”) sería que la categoría de verdad poética no está subordinada al calendario. Que la fecha no importa en un texto cuya poética es de despliegue –y recuperación agónica – del buen decir.

 

2. La fluidez de la escrita en Amanda Berenguer (entrevista)

 

Amanda Berenguer escribe casi sin parar en una habitación que da al jardín. “Si no escribiera no sé qué me pasaría, escribo desde que me conozco”, dice en mi grabador su voz de niña. “Tengo además cinco o seis cuentos… Uno trata sobre las inundaciones y se llama “Un negocio redondo”, [21] me lo va a publicar Brecha”, anuncia con un repliegue introvertido del tono expectante como si la enunciación acompañara, en sus matices, el afán perseguido por toda su obra: abrazar el todo y la parte, hacer reversibles afuera y adentro a partir del ángulo o el encuadre, es decir, desde un calculado punto de vista, siempre al acecho. Lo cual explica su ambición de interlocutores, prójimos, lectores. “Sola no soy nada”, registra en las últimas páginas de su cuaderno de notas cerrado sobre la mesa, cubierta por un mantel con diseño de girasoles. En Canto de amor y muerte [22] en memoria de su compañero de vida, José Pedro Díaz (1921 –2006), escritor y catedrático, a quien dedicara tempranamente El río (1952) – “Así vamos los dos como dos noches / funerales y alegres…” – volumen cuyos primeros textos datan de 1949, esa habitación entra a la literatura señalada por su dos “palos de agua que buscan el cielo”. Allí, arrimadas a esos mástiles vivos, conversamos.

 

Una sola palabra donde apoyar el fondo del océano [23]

 

Palabra, te necesito, ayúdame a llevar el peso de la angustia –de la soledad – de la sombra de las cosas”– escribió en la última página de su bitácora, fechada el 1º de abril de 2007. Una de sus obras mayores lleva como lema “el vocablo es el viaje”. Es “más que eso”, puntualiza durante nuestra conversación: la palabra “es el viaje de la vida”. Y en su último libro me entrega al despedirnos en dedicatoria: “la palabra es resurrección”. “Escribo en unos cuadernos de muchas páginas que vienen con animales en la tapa: la jirafa, el tigre, el mono…” – me había advertido tiempo atrás por teléfono. Éste no tiene fotografía de tapa, pero sí muchas páginas y, dado que lleva escritas solo las primeras, su dueña lo abrirá por el medio a fin de demostrar cómo se hace para escribir a dos manos sobre sendas páginas en escritura espejo. Una habilidad adquirida a causa de Leonardo da Vinci. (“Es fácil, hacés los mismos movimientos.”) A derecha e izquierda o si se quiere, al derecho y al revés, simultáneamente, como si tal cosa vi crecer, desplegarse, las dos líneas de escritura. “Maripósate” – pensé, repitiéndome un verbo de la propia Amanda. Pero eso ocurrió ya al final de la visita, cuando declinaba la tarde del 29 de abril [24] y no se veía más a los gorriones del otro lado del vidrio.

 

Punta Gorda, labio del planeta

Montevideo se ha extendido tanto que ya Punta Gorda no queda tan “cerca de un labio del planeta” como en 1966, cuando Amanda Berenguer publicó “Las Nubes Magallánicas” en Materia prima. Vivía ya en esta casa, pero entonces su calle tenía nombre guaraní. Allí estuvo Juan Ramón Jiménez en 1947, cuando aún la rodeaban arenales, en una visita que todavía le hace revivir los apremios de la sorpresa. “¡No sabía qué les iba a servir!” Allí leyó él con voz de bajo, “rodeado de los que vinieron, ni sé cuántos eran, sentados en el suelo”, fragmentos de Animal de fondo. Y fue, lo recuerda, “muy caballero”, porque pasó frente a la foto de José Bergamín, “a quien él no quería nada” (y sí mucho la dueña de casa) sin hacer un gesto.

 No puedo resistirme a preguntar qué terminó sirviéndole al ilustre Juan Ramón y su tribuna de oyentes. “Oporto” –contesta–, “una bebida que ya no se toma. Y masitas”.

Amanda Berenguer es una de las grandes voces de la poesía del 45 uruguayo y del siglo XX en lengua castellana. Publicó poesía a partir del mismo período que Idea Vilariño (1920) [25] e Ida Vitale (1923), [26] poetas mayores e inconfundibles. Sus primeras publicaciones, [27] de muy escasa circulación y de las cuales abjurara luego, preceden a la Elegía por la muerte de Paul Valéry (1945) evocada por ella durante nuestro diálogo, así como también a El río, ya citada, la plena obra de juventud, amor y viaje. Fragmentos de su lectura in voce en 1977, cuando pisé por primera vez el estar donde ahora conversamos mientras transcurre el otoño, me conmovieron. Nunca los había leído y menos oído. Salí herida, bienherida. Iba sentada atrás –me coloqué en medio de los respaldos de los asientos delanteros del auto de José Pedro Díaz, mi profesor de Literatura Universal y de Metodología y Didáctica en 1969 en el Instituto de Profesores Artigas–, y con el alma húmeda. En estado líquido la volqué en un poema, “Aquí”, el primero de mi primer libro [28] publicado dos años después. Porque en El río la voz lírica nombraba uno por uno a sus jóvenes amigos, preguntaba dónde estarían en el futuro. Amanda me regaló ese libro. En 1977 los jóvenes de entonces también nos preguntábamos, sin respuesta, por los nuestros, perseguidos o ya desaparecidos, dónde y cómo los encontraríamos, cuándo bajarían las aguas del diluvio de terror que el estado había desencadenado. La pregunta no era exactamente la misma, la circunstancia era otra, pero era inevitable lo que aquella poesía hacía sentir. Espinas en el corazón.

Cuando toco a su puerta se asoma el pelo y, tras él, los ojos de la figura pequeña, y ahora frágil, al ventanillo. Me reconoce y con leves movimientos abre, musita el saludo y me da paso, alegre. La que escucho es y no es la voz marítima de sus casetes y discos compactos (Dicciones; La estranguladora). Vocaliza con nitidez morosa como si acampanara la boca para emitir sus palabras, pero es otro el volumen. Son palabras sin velamen. Parece hablar al oído, aunque esté de lado o de espaldas. Se ha apagado el volumen. Y el timbre es algo más agudo. Para mi sorpresa topo con el original de tapa de Declaración conjunta, [29] a la entrada. Un dibujo a tinta sobre papel de gran formato, no un grabado en linóleo como se informa por error en las sucesivas ediciones del volumen, en forma de espiral de escritura. La geometría, el cálculo de dimensiones de cada letra, de las cuales algunas a doble escala, otras a la mitad de la mitad, es la urdimbre en la que la poeta trama su discurso a dos voces, la del “tú” – que es el hombre –, y la de ella – “yo araña”, “yo caverna” –. Un discurso de reelaboración caligramática cuya imagen visual evoca la telaraña, y una perspectiva de embudo, cavernosa. Ese libro y el siguiente ya mencionado, Materia prima, fueron caracterizados por Enrique Fierro en su momento como “arriesgada aventura de rechazo y destrucción del mundo tradicional”. Y aventura es la palabra justa para referirse a una obra incesante en alquimias de hallazgos y en combinatorias de búsqueda. Ejemplo conspicuo es Composición de lugar. [30] Sobre el motivo, clásico para el romanticismo, de los ponientes, hay sucesivas vueltas de tuerca: la producción textual, en su primera versión, buscó sincronizarse a la puesta de sol (ella corría a escribir); luego, un texto en segunda versión, libre del acicate cósmico de la hora; y una tercera versión de cada texto, en clave de poesía visual, enlaza códigos tipográfico y poético en el blanco de la página. La tapa, como muchas otras antes y después, también es de la autora: sobre fondo blanco mecanografió una gráfica, enmarcada en rojo a su vez enmarcado en negro, donde se cruzan coordenadas de “horizonte” y “tiempo” / “mar” y “horas”, con la vertical de “luz”. En una entrevista de 1986 ella la caracterizó, a esta obra, como “una hipótesis sobre la relatividad del encuadre”.

He leído casi toda la obra de Amanda de modo irregular. Al menos lo creo hasta que me decido a recorrer las más de 680 páginas de su obra reunida en Constelación del Navío y constato que el largo poema y el libro inéditos que inauguran el volumen me los he leído sólo a medias desde su aparición a la fecha. Que aparece El tigre alfabetario en primera edición completa, y no lo leí. Y todavía, que hay zonas que desconozco de ciertos libros que he abierto muchas veces. El voluminoso y bello tomo reúne casi veinte. Además, para completar, Amanda ha seguido editando. Y no tengo los últimos dos volúmenes. De modo que preparo la entrevista con sobredosis de lecturas disponibles, ansiedad y fatalismo. Lo primero que estoy resuelta a decirle es que es difícil entrevistarla, dificilísimo dar con un punto de partida, encontrar un hilo conductor flexible que guíe las preguntas.

Y entonces se me ocurre que lo mejor será ir proponiendo palabras suyas, versos suyos como provocación al diálogo. “La palabra tiene una profunda abertura por donde se escapan los propios sentidos”, dijo alguna vez Amanda Berenguer refiriéndose a esa criatura del lenguaje. “El monstruo incesante” llamó a esa palabra entreabierta, como la mujer, o el oráculo. Y ese fue el título de su único libro de textos en prosa. [31] Libro suyo y no suyo porque está hecho de reportajes y notas además de ensayo y crónica autobiográfica.

Cuando toco a su puerta, menos intranquila ya, pienso que las cosas serán como tengan que ser. Hace cinco años publiqué un trabajo [32] sobre uno de sus poemas largos, el libro Los signos sobre la mesa. Entonces también la entrevisté. Pero, a diferencia de aquella vez durante la cual pasé por la sala –escritorio antes de entrar a la habitación de estar y trabajar, ahora la sala, brevemente soleada y solitaria, vuelve pormenor cada paso, y cada paso, presentación de callados objetos. Desnudos, retrato, bodegón con flores y un pequeño Nocturno pintados por la jovencita cuyo nombre ([le] dijeron) significa “digna de ser amada”. Sorpresas que Amanda multiplica ante el “Orante mutilado”, una escultura en madera dura, de desecho, sustraída al padre y tallada quién sabe con qué. Ya adulta, lo “coronó” con un regalo recibido de Ángel Rama como recuerdo de viaje: un aro metálico del que penden menudas réplicas de instrumentos de labranza – un arado, una pala – a modo de ínfulas sagradas. Bajito, como si rezara, me dice que rompió el Molino del equilibrio. Que lo rompió y lo tiró y que no sabe por qué. Prendo el grabador junto al “Orante mutilado” y le pregunto cómo era el Molino.

Era un libro. Contenía una pieza de teatro. “Era lindísimo. Lo escribí a los 17. No sé por qué el otro día lo rompí. Pero guardé las tapas para que se vea que existió. 

 

Adentro y afuera

La conversación continúa, pero ya en la sala de estar.

“[…] yo estaba afuera y adentro / era la espectadora y el museo / era la piedra y su caverna y su oreja […] y entro en los ruidos de la calle / de la casa / […] sentí que salía por sus ojos / el aleteo asordinado de una torcaza”, son versos de “La Dama de Elche” que rememoro con incertidumbre.

Tras la puerta –ventana pequeños pájaros veloces recorren el césped, revolotean en torno al sauce llorón. Los pájaros siempre han estado presentes en la obra de Amanda (“un adónde de sombra, un pozo vivo / graznando como un pájaro violento”), [33] pero los pajaritos casi nunca, creo. Un borbollón de píos y aletazos muy cerca del vidrio corredizo. ¿Grescas o euforia unánime? Oprimo el botón y titila la luz roja del grabador, el micrófono orientado hacia la voz de pájaro de Amanda. (“Pero otra vez el pájaro, este pájaro / en mi esqueleto, como una bujía / prendida en la implacable oscuridad […]”) [39]

 

Oh verbo enmadejado

TO | Te propongo dejar que las palabras elijan qué caminos tomar… Resulta difícil dirigir la conversación hacia algún punto de tu obra “rizomática”, según Hugo Achugar. Pero hay palabras [35] que podrían leerse como umbrales de tu poesía: “[…] oh verbo enmadejado / átame al mástil / al tótem de la especie / al árbol de la ciencia […]”. Vamos a empezar por ahí, ¿cómo hiciste para hacer congeniar ciencia con poesía?, ¿astronomía y métrica?, ¿física con lírica…?

(Abre el último de sus libros, [36] me muestra la foto de solapa y lee el pie de foto: “Amanda por teléfono, un poco antes de la Era Telepática”.)

AB | ¡La inteligencia humana es tan poderosa! Opino que vamos hacia ese terreno: todo a nivel de mente. Yo no creo en brujas…, pero creo en la comunicación cerebral, en esas ondas que hacen que yo pueda hablar contigo, o comunicarme con alguien que no está. Van a aparecer los científicos que lo abarquen al fenómeno. Eso se va a conseguir.

TO | ¿Y qué suerte les tocará correr a los poetas – pobres – en la era telepática?

AB | Y…, no sé. No sé cómo va a ser la transmisión de esas ondas. Va a cambiar el mundo entero. Será un desacomodo feroz.

TO | Volvamos a tu poesía en conexión con el conocimiento físico, astronómico. Tu Constelación del Navío remite a la galaxia, al planeta y a los oficios, entre otros, al de navegar. Escribiste en el año 2000: “nombro y anoto aquí en la Tierra / cosas que pasan / cosas de entrecasa / y otras / con un ojo aquí / y otro allá”. Hablame de esos ojos que no se conforman con mirar para el mismo lado.

AB | Sí. Eso lo escribí porque mientras comíamos había tanto que sobraba…, y hay tanta hambre en el mundo. (Toma el libro y lee: “tanto sobraba / cuando hay tanta / tanta hambre sobre la tierra / […] nos pasaba el tiempo / corriendo entre las piernas / […] sin dioses ni cartas de larga vida / y nos parece posible y seductora / la estrella […] que todavía no descubrió el ojo avizor / de mi amigo apodado el Hubble / que anda / viajando en el espacio exterior / ¿qué o quién lo reemplazará? / […] ¿o misiles con pupilas de carga telepática / apuntando al infinito?)

TO | ¿Ves? Es lo que yo digo: un ojo en la mesa familiar, otro en la sociedad y otro en el telescopio…

AB | Lo que pasa es que el infinito me apasiona. Las matemáticas son las que te llevan al infinito. Las matemáticas no tienen fin. La numeración no tiene fin. Las matemáticas me deslumbran. Implican la noción de futuro que siempre me cautivó. Por eso la ciencia me importó siempre, desde que me conozco. En mi casa, cuando era niña y después, se recibía El Día con el suplemento en huecograbado. Y aparecía Leonardo da Vinci: pintura, dibujos, cálculos. Yo había tapizado totalmente mi cuarto con la obra de Leonardo. Me había conquistado.

TO | ¿Y empezaste a escribir sobre él? ¿Sobre qué escribiste por primera vez?

AB | Sobre tres cosas simultáneas que vi en el cielo, tres cosas diferentes ¡y tan juntas…! Tenía 10 o 12 años, salí a la azotea y vi una cometa que estaba remontando un muchacho y al mismo tiempo un sol voluminoso y pasando, en medio de eso, una gaviota. Una cometa, un sol y una gaviota. Salí corriendo a escribir por necesidad. Nunca me olvidaré. Es así, ves algo, y lo escribís. Después escribí sobre un perro muerto en la vereda. Esas son las primeras cosas que escribí. Si me quitaran las manos no sé qué haría. Escribir me pone los pies sobre la tierra. Para mí la escritura es una forma de salvación. Si no hubiera podido escribir no sé si hubiera podido estar viva. Por eso sigo escribiendo en estos cuadernos, ¿ves? (Abre el último, iniciado el 23 de febrero de 2007 y lee: “¿Acaso el abrazo de la soledad es tan venenoso como el de una serpiente que aprieta sus anillos hasta ahogarnos? Sentir la soledad absoluta transforma en Nada. Qué poderosa la presencia del mundo vacío. […] He perdido la noción de estar viva. ¿Dónde? ¿Dónde la dejé? La soledad se encargará de encontrarla. […] ¿Somos uno o todos en el Universo? Uni –verso – un único verso”) Es una escritura al vuelo, escribo lo que voy sintiendo… ¡Estos sí que son “originales!”, ¿eh?

TO | ¡Originales – originales! – confirmo con entusiasmo.

AB | Bueno, si querés te llevás uno… O mejor, me lo dejás corregir un poco.

TO | No, no. ¿Corregir qué? Me fotocopiaría dos, los últimos. Y me llevaría grabado este fragmento de otro, ¿te animás a leer aquí? Parece que aquí discreparas con aquello que escribiste en “Autobiografía”:me disgusta recordar”…

AB | No sé en qué vuelta del tiempo la memoria quedó enredada, ella, la segura y valiente, que lleva nuestra noción de ser y el olvido que la cubre con ojales sin botones. No sabía yo que era así. Perder el recuerdo es perderse en un bosque de niebla cerrada. ¿Ayer? ¿Era hoy? ¿Y hace un rato? ¿Qué pasó que no encuentro nada? Vivir sin memoria es vivir un presente desarraigado en medio de pálidos relámpagos. ¿Dónde? Y el presente se hace enorme como una catedral vacía. […] El ayer y el mañana juegan con esa diosa Memoria, ella, la que no conoce el agua amarga del olvido.[…]” Para mí la literatura es un refugio, es una necesidad. Una necesidad muy especial que tiene que ver con el adentro y con el afuera. Cuando escribís dejás algo tuyo, afuera. Es un modo de salir. De no dejarme arrastrar toda hacia la nada. La escritura tiene mucho de esperanza, de una cierta permanencia que nosotros no la tenemos porque la vamos perdiendo segundo a segundo, como seres vivos que somos. Hay que pensar hasta dónde es decisiva, ¿no?

TO | La literatura es un refugio muy especial porque tiene que ver con lo de adentro y lo de afuera, dijiste. Adentro y afuera ¿a la vez?, ¿como la Cinta de Moebius?

AB | ¡Ahí está! ¿Por qué me apasiona la Cinta de Moebius a mí? Porque al mismo tiempo estás adentro y afuera. Los que la descubren son matemáticos. Y ya te dije que las matemáticas me apasionaron siempre. Por ejemplo, la famosa carrera entre Aquiles y la tortuga, “me puede”. Tiene una fuerza, una potencia…. Porque además tiene, contenido, el infinito. Cosa que consiguen las matemáticas. Aquiles es el de “los pies ligeros” y la tortuga es lentísima. Pero si le das un metro de ventaja a ella, él no le puede ganar nunca. Cuando Aquiles hace un metro, la tortuga hace un centímetro; cuando Aquiles hace un centímetro, la tortuga hace un milímetro. Termina todo convertido en un abismo del que no podés salir. El tiempo se les interpone a los dos de manera matemática. Y te caés en un abismo que no se puede resolver. Te digo que los griegos se las traían, ¿eh?…

TO | Se puede decir que hiciste alianza con la bibliografía científica…

AB | Siempre me apasionó, desde chica.

TO | ¿Y cuándo o cómo descubriste la Cinta de Moebius?

AB | Ah, fue un descubrimiento por partida doble. Moebius y Klein, dos sabios geniales. Ya lo conté otras veces. Los titiriteros de la Edad Media jugaban con la cinta unilátera que torneada se corta a lo largo y queda anillada a la primera. Y quedaba enloquecida la gente porque los aros no se separaban, aunque los siguieran cortando. Así que el problema ya venía de lejos… Pero Moebius piensa el tema desde las matemáticas. Y el otro genio, Félix Klein, piensa el problema de la Botella de Klein que es un volumen sin separación entre afuera y adentro… En realidad el asunto es semejante al de la Cinta. Sólo que la Cinta es un plano. Los dos, desde que los conocí: amigos míos ¡así!, ¡a muerte!

TO | Es decir que el interés por la ciencia fue correlato inseparable de la invención poética.

AB | Creo que sí. Y sale de la lectura. Leí mucho desde muy joven. Era sobrina de José Pedro Bellán [37] y en mi casa los libros eran muy respetados. Me pasaba la mañana leyendo. Y mirando aquellas láminas – la obra toda de Leonardo – que recortaba y pegaba en las paredes. Después cuando viajé…, y fui a mirarlas, ¡no te digo! Con José Pedro hemos viajado. Mucho.

TO | Y esa amistad tuya con los sabios, ¿la compartía él?

AB | Creo que no. No le atraía. Su mundo era mucho más abierto.

TO | ¿Y tu mundo no es abierto? ¡Si vas desde el vaso de whisky a la nebulosa de Andrómeda!

AB | No, lo que quiero decir es otra cosa. José Pedro se ponía a escribir un libro y lo escribía. Hacía un trabajo ordenado en una forma accesible a todos. Muy poca gente se ocupa de Klein o de Moebius.

 

Amandas

TO | Soy Amanda y voy hacia Amanda sin destino / apátrida / perseguida por un tábano dorado, escribiste en La Dama de Elche, libro subtitulado “el vocablo es el viaje”. En el mismo poema [38] hay otros datos – “Amanda hija de Amanda; Amanda madre de Álvaro” –, aportes a la filogenia del nombre autodesignado junto a otros, otros nombres, otras personas. Una historia puesta en circulación, la del nombre y la del ser, que posibilita el viaje hacia desprendimientos transformadores y vitales. Pero hay un dato que por contexto singularizo: “soy Amanda mujer de José Pedro”. A lo largo de tu obra y de tu conversación se destaca el arraigo a ese vínculo. Por eso te pregunto con indiscreción: ¿José Pedro fue tu primer amor?

AB | Sí, mi primer amor. (Pausa) El gran amor de mi vida. Nos conocimos en Preparatorios, yo hacía Medicina y él Derecho. A los dos nos gustaba la literatura. Y la declaración de amor de él, me acuerdo, fue el día que se presentaba a un examen de Filosofía. Eran muy pocos alumnos y el Instituto Vázquez Acevedo estaba desierto, arriba. La declaración de él fue con un pantum… [39] Un tipo de poema que va repitiendo la misma frase con variantes. La va repitiendo, y repitiendo. Lindísimo… Qué lástima que no me acuerdo, que no me puedo acordar ahora. Lo recordé mucho siempre… A ver… (Mueve los labios.) “Tu carne de lunas morenas celebra litúrgicos himnos frutales”. Ese era el primer verso. Después seguía… Era lindo.

Íbamos a bajar las escaleras aquellas de mármol – estoy contando esto que son intimidades pero bueno…, a la larga… – y entonces José Pedro me va a dar un beso. Y a mí lo único que se me ocurrió decirle fue “¡cuidado con la pintura!”. (Risas) Nunca me olvidaré. Era la época en que uno se pintaba mucho los labios. Todavía me río. ¡Qué horrible!, ¡las cosas que uno es capaz de decir…!

TO | Y ya que entramos en intimidades, ¿tuvo cuidado con la pintura?

AB | No, no tuvo cuidado con la pintura.

TO | Perfecto. Otra cosa: en ese mismo libro hay un poema, “Enamorada”, en el que Amanda inventaría tres amores tempranos. Justo ahora no nos vamos a andar con vueltas para confesar a quiénes amó Amanda.

AB | (Risas) Ah, es que me enamoré de todos, y en ese poema los puse a todos juntos. A Leonardo, a Bolívar, llamado El Libertador y al otro, el del submarino…, el Capitán Nemo de Julio Verne. Tres pasiones.

TO | Es un hermoso poema. Pero tu memoria ha sido un poco ingrata con ellos al hacer el repaso. ¿Podrías leer unos fragmentos para hacerles plena justicia a los númenes y a tu texto?

AB | me enamoré de Bolívar a los 11 / en la escuela del Reducto / en 6º año / rendida / medité sobre su biografía / nadie nos encontraría en esas horas […] // quise con pasión al Capitán Nemo a los 13 / rostro / ilustraciones / cámaras sumergidas / y el ojo asombrado del Nautilus […] me abracé a tus aparatos científicos / mis ojos te miraban Capitán / y había navegaciones […] // caí en amor de Leonardo de Vinci a los 15 / caí en claroscuro dulcísimo / […] yo estaría entre sus discípulos predilectos / era como su joven ama de casa / que hiciera trabajos de telepatía / y le sirviera inventos prematuros / […] habité su color de bosque húmedo / su color para amarse sombríamente / yo estaba enamorada de ti / Leonardo / y aunque eras sabio / nunca lo supiste / me hubiera gustado ponerme tus alas mecánicas / y contigo sobrevolar Florencia / tan fácil era amarte desde Montevideo / hasta Vinci a los 15”

TO | ¿Y tus poetas?, ¿cuáles fueron?

AB | Valéry, Delmira Agustini, Emily Dickinson, Neruda, y todos los españoles, como Machado, Juan Ramón Jiménez… Ay, vienen y se van los recuerdos y los nombres. No pueden aparecer todos de golpe. …En España, durante el primer viaje a Europa, en los años 50 –51, nos salvó el pasaporte diplomático… ¿sabés de qué? ¡De la poesía! De leer a Machado. Por haber comprado las Obras Completas de Antonio Machado. Un libro azul, un precioso libro. Éramos sospechosos. ¡Increíble! No recuerdo en qué provincia – íbamos hacia el sur – vimos por esos días a un hombre sentado en algo así como un anfiteatro. Estaba solo y nos acercamos a preguntar algo. “No hablen conmigo” – nos advirtió – “porque contagio lepra política”. ¿Te das cuenta? En aquel viaje tuvimos algunas experiencias temibles con la palabra. Otras risueñas, como en Grecia…

TO | ¿Una de las risueñas?

AB | En Grecia estábamos en un hotel chiquito enfrente a una pequeña playa y José Pedro veía que se paraba un camioncito. Bajaba un hombre, se bañaba, se subía y se iba. Entonces un día, con cuidado porque estaba todo en griego, empezó a leer lo que decía. Decía “Me –ta –fo –ré”.

TO | Y él que ya sabía que metáfora quería decir traslación…

AB | ¡Exactamente!, ¡era un camión de mudanzas! ¡Con la palabra “metáfora”!, que para nosotros tenía un sentido extraordinario….. Fue como vivir aquello de no saber “a dónde vamos ni de dónde venimos”. José Pedro leía y no podía salir de su asombro. (Ríe) ¡Ni yo! (Apago el grabador y ella prende su reciente “portable”. Entonces escuchamos música griega antigua, una música rara que cierra la jornada mientras cierra la noche tras los vidrios y en las manos friolentas de Amanda, quebradizas sobre la caja del CD de bello diseño, tímidas y posadas como pajaritos.).

 

NOTAS

La primera parte es un abordaje analítico de Los signos sobre la mesa; seguida de la última entrevista concedida a Amanda Berenguer. y adjunté fotocopia de las últimas páginas de su bitácora de vida hasta aquella fecha.

1. Perteneciente a la Generación crítica o del 45, Amanda Berenguer (1921) se caracteriza por su incansable investigación experimental. Siempre a la búsqueda de nuevas estructuras hizo elaboraciones caligramáticas (Composición de lugar, 1976), exploraciones del sonido (Dicciones, en disco, 1973; La estranguladora, en cassette, 1998), así como el diseño en totalidad de varios de sus libros (Identidad de ciertas frutas, 1983; La botella verde, 1995; La estranguladora). “Amanda Berenguer presenta enigmáticos paisajes que son reales y a la vez oníricos; que son ordenaciones abstractas y a la vez, concretas”, escribió Ángel Rama. En julio de 2002 tiene en preparación un volumen de poesía que reunirá “dieciocho de [sus] libros éditos”. Se titulará Constelación del Navío e incluirá Los signos sobre la mesa con nuevas correcciones.

2. El librillo de la primera edición consta de dieciocho páginas numeradas, once de ellas incluyen el texto poético.

3. Represión, Exilio y Democracia: La Cultura Uruguaya, Saúl Sosnowski, comp., Universidad de Maryland, 1986. Repression, Exile and Democracy: Uruguayan Culture, Saúl Sosnowski, Louise B. Popkin, eds., Duke University Press, Durham, 1993 [poema en versión bilingüe; traducción de Louise B. Popkin]. They are not sweet girls, Marjorie Agosin ed., White Pine Press, Fredonia, N.Y., 1994.

4. “Según la vieja definición escolástica […] el signo es “aliquid pro aliquo”, es decir, dos términos, uno de los cuales remite al otro y este proceso de “remitir a” constituye lo que se llama significación.” (Jean Cohen, Estructura del lenguaje poético, 27. Gredos, Madrid, 1977.)

5. A Plea for Excuses, Phil.Papers, 133 (En “La filosofía de J.L. Austin”, G.Carrió y E. Babossi. Prólogo. Austin, John L. Cómo hacer cosas con palabras. Paidós, Barcelona, 1990.)

6. Todas las figuras tienen por fin provocar procesos metafóricos. La estrategia poética tiene por fin único el cambio de sentido. Obtener una mutación de la lengua que al mismo tiempo sea una metamorfosis mental, tal es el fin de toda poesía.” (Jean Cohen, ob.cit.)

7. “El cuerpo está imbuido de relaciones de poder y de dominación. Este poder no se aplica a quienes “no lo tienen”; los invade, pasa por ellos y a través de ellos, se apoya sobre ellos […]. Se trataría del “cuerpo político” como conjunto de los elementos materiales y de las técnicas que sirven de armas, de relevos, de vías de comunicación y de puntos de apoyo a las relaciones de poder y de saber que cercan los cuerpos humanos y los dominan […].” Michel Foucault, Vigilar y castigar. México, 1976. [1975]

8. “La cultura silenciosa” es el título de la exposición de José Pedro Díaz al Congreso de la Universidad de Maryland, en el cual Amanda Berenguer hizo lectura del poema que analizo. En su ponencia el clima de los años de dictadura es evocado como el de “una vida cultural sumamente empobrecida, casi secreta” (y que rechaza considerar bajo el título que le fuera propuesto por los organizadores: “Cultura resistente”). A partir de la determinación del silencio como su tema eje (“y de eso es de lo que creo que debemos ocuparnos ahora: de ese silencio, de las heridas que ese silencio pudo provocar y de sus consecuencias”), Díaz examina comportamientos de autocensura y sentimientos de miedo y culpa registrados en el período. (Edición de Maryland.)

9. La de “verdad” es una categoría problemática. Los conceptos más difundidos han sido dos: el de correspondencia de palabra y pensamiento con la cosa (“referente”); y el de revelación. Según Nicola Abbagnano (Diccionario de Filosofía, FCE, México, 1966): “El concepto de verdad como correspondencia es el más antiguo. Presupuesto por muchas escuelas presocráticas, fue formulado por primera vez explícitamento por Platón en el Cratilo: “verdadero es el discurso que dice las cosas como son, falso el que las dice como no son”. El marco al que remite la categoría de “verdad” tal como la empleo en el análisis concierne al concepto fenomenológico de cuerpo vivido (“el cuerpo vivido está también allí donde la mirada se posa”, escribe Otto Dörr (ob.cit); al modo de conciencia afectiva del mundo plasmada en la escritura y en sus signos. En suma, al campo de los referentes codificados –significadoss– por la conciencia del yo lírico y su cuerpo vivido, es decir, por su mirada.

10. El distingo pertenece a M. Foucault (Las palabras y las cosas, París, 1966). A él alude Ángel Rama en La ciudad letrada. Arca, Montevideo, 1984): “Las ciudades, las sociedades que las habitarán, los letrados que las explicarán, se fundan y desarrollan en el mismo tiempo en que el signo “deja de ser una figura del mundo, deja de estar ligado por los lazos sólidos y secretos de la semejanza o de la afinidad a lo que marca”, [cuando] empieza a “significar dentro del interior del conocimiento” y toma de él “su certidumbre y probabilidad”.

11. Jara, René y Hernán Vidal, eds. Testimonio y Literatura. Minneapolis, Minnesota. Institute for the Study of Ideologies & Literature, 1986.

12. Citado por Elzbieta Sklodowska: “Este que ves engaño colorido”. Testimonio hispanoamericano: historia, teoría, poética. Publicaciones Universitarias, Montevideo, 2001. [Peter Lang, N.Y., 1992]

13. J. L. Austin, ob. cit.

14. Yo quisiera escribirlo, del hombre / domando el rebelde, mezquino idioma […] pero en vano es luchar […]”. Rimas y Leyendas, 13. Espasa Calpe, Argentina, Buenos Aires, 1965. Por singular coincidencia el motivo de “las difíciles circunstancias de la expresión poética” que ya perturbara al poeta español, fue tema abordado por José Pedro Díaz en memorable estudio publicado por Gredos. en 1964 (Gustavo Adolfo Bécquer. Vida y poesía.)

15. El verso es antigramatical. Es una desviación respecto a las reglas del paralelismo entre sonido y sentido imperante en toda prosa. Desviación sistemática y deliberada, ya que se ha acentuado con el correr de los siglos. […] El verso es la antifrase. […] Nada manifiesta mejor que la palabra “equívoco” el fin oscuramente perseguido por el poeta. Se trata de invertir el paralelismo fonosemántico haciendo que las semejanzas intervengan en el sentido contrario al de la significación habitual. El verso es el antiparalelismo.” (Jean Cohen, ob.cit.).

16. Merleau –Ponty, Maurice. Phénomenologie de la Perception, 231. Paris, 1945. (Citado por María Lucrecia Rovaletti, “El cuerpo que somos”, Revista Relaciones 138, Montevideo, 1995.)

17. Elbieta Sklodowska define la operación: “[…] el empleo de la Voz de la Persona (sinécdoque de un grupo marginado) para contrarrestar o desmentir la Voz del Sistema, o sea la versión oficial […].” E. Sklodowska, ob.cit.

18. Revista Relaciones 210, Montevideo, 2001.

19. “El intracuerpo es el cuerpo vivido, el cuerpo que soy. Es subjetividad encarnada. […] Este cuerpo ocupa un espacio mayor que el cuerpo objeto. […] El cuerpo vivido está también allí donde la mirada se posa, o en el lugar de donde proviene la voz que se escucha, o más aun en aquel sitio lejano donde se encuentra la persona […] a quien se le escribe.

20. “La distinción entre masculino y femenino no es una entre otras, sino que apoya toda una serie de dicotomías –mente/cuerpo, orden/desorden, sol/luna, espíritur/materia, elemento activo/ elemento pasivo– sobre las cuales se han basado prácticas culturales y políticas hegemónicas. Entender el funcionamiento de la diferenciación masculino/femenino nos lleva a un entendimiento de la articulación entre saber y poder. […] El término “género” en español cubre dos sitstemas diferentes y sin embargo conexos: el de género sexual y de de los géneros de discurso. […] La palabra siempre demarca relaciones no duales sino un trío de relaciones: hablante, escuchante y antecesores cuya presencia todavía marca el género. La importancia de estas reflexiones para cualquier grupo denominado marginal es inmensa: en primer lugar, porque elimina la noción maniquea de víctima, y porque nos ofrece la posibilidad de entender cómo la acentuación de ciertos términos nos remite a la posición del autor o la autora en la lucha por el poder interpretativo.” (Jean Franco, “Si me permiten hablar: la lucha por el poder interpretativo”. Ficha 5, curso “Problemas y debates actuales de los estudios literarios en Latinoamérica”, Publicaciones Universitarias, Montevideo, 2001. [Revista Casa de las Américas, Año XXIX, Nº 171.]

21. “Una buena inversión”, Brecha, 11 de mayo 2007 (contratapa).

22. Revista de la Academia Nacional de Letras, Cuarta Época, Nº 1, octubre 2006, Montevideo, Uruguay.

23. “[…] escribir una sola palabra / y apuntalar el hueco / el desierto/ […] una palabra por favor! / una sola palabra / donde apoyar esta terrible olla vacía / con el fondo seco del océano a la vista /”, “Desde Arquímedes”, Escritos (2000), Constelación del Navío, (Poesía 1950-2002), H Editores, Montevideo, 2002.

24. 29.04.2007.

25. La Suplicante (1945).

26. La luz de esta memoria (1949).

27. A través de los tiempos que llevan a la gran calma (1940); Canto hermético (1941).

28. El alfabeto verde (1979).

29. Ed. Arca, Montevideo, 1964.

30. Ed. Arca, Montevideo, 1976.

31. El monstruo incesante (expedición de caza), Arca, Montevideo, 1990. Prólogo de José Pedro Díaz.

32. “Los fueros del buen decir sobre los desafueros del mal hacer”, El cuerpo como espacio político, Sylvia Lago comp. Serie Escritores Uruguayos, Universidad de la República, Montevideo, 2002.

33. “La invitación”, La invitación (1957), Constelación del Navío (op. cit).

34. “La puerta abierta”, La invitación (op. cit.).

35. Poner la mesa del tercer milenio (2002) en Constelación del Navío (op. cit.).

36. Las mil y una preguntas y propicios contextos, Linardi y Risso, Montevideo, 2005.

37. Narrador y dramaturgo (1889 –1930). Su obra de madurez comenzó con Doñarramona (relatos) en 1918.

38. “Avec les gémissements graves du Montevidéen” (Lautréamont), La Dama de Elche ([1987], Madrid; 1989, Arca, Montevideo), Constelación del Navío (op. cit.).

39. Según Lázaro Carreter “Pantum es forma muy usada por los románticos franceses, a la manera de ciertas estrofas malayas, consistente en una serie de cuartetos de rima cruzada ABAB, BCBC y XAXA. El primer verso y el último se repiten por lo que la estructura es cíclica.”

 



 En la revista Altazor se puede encontrar otra entrevista a Amanda Berenguer:

https://www.revistaaltazor.cl/amanda-berenguer-3/


 


TATIANA OROÑO (Uruguay, 1947). Poeta, professora de Língua e Literatura Espanhola, com mestrado em Literatura Latino –americana. Obra poética publicada: El alfabeto verde (1979), Poemas (1982), Tajos (1990), Bajamar (1996), Tout fut ce qui ne fut pas (2004). Sobre ela comenta o poeta e ensaísta uruguaio Luis Bravo: “Tatiana Oroño é uma voz referencial na poesia uruguaia atual. A contenção formal, a sensibilidade precisa e a intimidade pensante nutrem o corpo de sua escrita. A consciência da linguagem como seu próprio corpo faz com que sua poesia apareça como (in) carne de si: escreva para ser um, tome corpo. Sua poética aborda o emocional a partir de uma certa distância enunciativa.”



 

ABY RUIZ (Puerto Rico 1971). Artista visual que trabaja con pintura al óleo, dibujo e instalaciones. Su obra explora la naturaleza humana en diferentes situaciones en las que se expone el comportamiento de cada individuo. El cuerpo es la principal fuente de expresión en composiciones muy intensas donde en ocasiones aparece algún elemento de humor. Los temas más desarrollados por el artista están relacionados con la infancia, la sexualidad, la mortalidad, la inocencia, la violencia y la ternura, y son abordados en espacios indefinidos e imágenes recortadas. Ruiz se involucró en las artes desde temprana edad, tomó clases de pintura con Pablo San Segundo y estudió pintura, dibujo y grabado en la Escuela Especializada de Bellas Artes de Arecibo bajo la tutela del profesor y artista Rolando Borges Soto. Su obra ha sido presentada en numerosas exposiciones internacionales en Estados Unidos, Panamá, Canadá y República Dominicana. Aby Ruiz es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.

 

 

 



 

 Agulha Revista de Cultura

Número 34 | julho de 2023

Artista convidada: Aby Ruiz (Puerto Rico, 1971)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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