Control cómico: la subversión confinada
Cuando lo insostenible
ocurre, aumenta de volumen el humor. Y si el humor proviene del aparente afuera,
de los medios, su efecto lenitivo se agudiza. Pero la carcajada electrónica no es
mero festejo efímero o distracción vaporizante. Si indagásemos en el cuerpo del
Estado en busca del órgano del humor, sin duda, lo hallaríamos en el espectáculo.
El espectáculo mediático es el humor del Estado.
El humor actúa como un bloqueo que consigue hacer tolerable aquello que disgusta.
Colorear la realidad. Pero cuando el humor emerge evita la acción que efectivamente
eliminaría lo que resulta indeseable. El humor es entonces una manera de conservar
el status quo. Un rasgo esencial del humor
es que se considera a sí mismo suficiente. Subversivo. El humor como escape paliativo.
El humor como efectiva estrategia política.
El uso humorístico del espectáculo pretende volver simpáticas las carencias
sociopolíticas. Provee de hábiles fugas para el descontento público. La paridad
social se consigue con mayor facilidad utilizando el humor. Lo cómico crea la ilusión
de igualdad.
Al mofarse de sí mismo en el espectáculo, el personaje político se convierte
en un bufón. No es necesario combatir a un bufón; el bufón se combate a sí mismo.
Y esa es su estrategia más efectiva para manipular. Descalificándose, el bufón asegura
su poder.
Un buen ciudadano es, ante todo, pasivo.
La libertad de expresión autoaniquila su energía motora al no representar ningún
peligro de repercusión en la acción real. El discurso autoneutralizado es inofensivo.
Con el supuesto de una libertad legislada se apela simultáneamente a los deseos
de libre albedrío (ello) y a la necesidad de coerción (super-yo) del ciudadano.
En este choque de presunciones incompatibles, de fuerzas contrarias que al enfrentarse
se neutralizan, se paraliza la acción del yo. La burla se mantiene siempre dentro
de los límites. Con bloques de burla se erige lo limítrofe.
Los procesos de liberación de la energía subversiva de la población han sido
inteligentemente encauzados (confinados) en las sociedades posmodernas. En los países
de alto desarrollo, las luchas políticas se llevan a cabo con el guante blanco del
pensamiento público. Por otro lado, las mejores universidades del mundo son terreno
fértil para las ideas más insurrectas. Sólo que tales ideas son apresadas dentro
de las aulas, las publicaciones universitarias y revistas especializadas de los
países del primer mundo. Los límites de la subversión son acatados por aquellos
que no desean perder las comodidades que les reporta su cátedra o sus planes de
retiro. Qué mejor autocontrol que la revolución privada.
¿Qué sucede con el resto de la población? ¿Con los países de bajo desarrollo?
Aquí existen principalmente dos vías de fuga: el análisis político y el humor.
Hablar sobre política es un recurso de altos ratings mediáticos. Opinar, decir
y desdecir acerca de la situación actual del país, de los errores y aciertos de
los gobernantes, de lo que debiera y no debiera hacerse, brinda la sensación de
estar activamente contribuyendo al desarrollo de la nación. El Estado mismo promueve
la participación de sus personajes más populares en tales discusiones para emocionar
al pueblo. El poder bufón se expone a
la crítica.
El espectador conoce al dedillo los personajes de la política. Sigue su desempeño
de manera cercana a través de la información. Acude a distintas fuentes. Repasa
los noticieros para acopiar más información. Incluso está más enterado que los mismos
protagonistas del poder. Informado hasta la coronilla, cuando los debates políticos
se suceden en los medios, se imagina integrado a ellos; discute acaloradamente (y
en voz alta, pero a distancia) con los actores sociales. Se altera, se emociona
desde la tribuna de su auto, oficina o sillón. Convierte el sofá en la nueva ágora.
Si se hallan presentes, debate con sus acompañantes espectadores (hasta la pelea).
Participa desde el anonimato de su hogar con propuestas, posturas y juicios a la
construcción sociopolítica de su país. Se involucra con encuestas, llamadas, correos
electrónicos y de voz. La discusión (también a él) le pertenece. Él es parte del
programa.
Con estas actitudes entusiastas, el espectador garantiza su interpasividad (y
su catarsis). Al expresarse confinadamente, el ciudadano se excluye de la participación
real en la toma de decisiones. Ha ejercido ya su libertad de ex presión. Se ha deshecho
de su presión. Presión que le habría sido útil para involucrarse activamente. Así
funciona el análisis político en la democracia.
La otra vía de fuga, el humor, es aún más popular que el análisis político.
El humor es popular por ser un modo habitual de relación (negación) que el individuo
establece con su realidad y, por consiguiente, con su gobierno. El humor dentro
del espectáculo es la extensión de la práctica humorística que rige la vida cotidiana.
El descrédito cómico que hace el mexicano de sus gobernantes lo ha llevado a
soportar regímenes insoportables, como lo fue el priísta durante setenta años. La
descalificación humorística evita que lo burlado se transforme. Se le reduce a
inofensivo por medio de la risa. El humor puede incluso llegar al saboteo de una
acción, pero no a la creación de soluciones efectivas y frontales que generen una
transformación concreta. El control cómico mantiene a la agresión confinada. Una
acción subversiva no se completa cuando se mantiene en el plano del humor.
Muera el carnaval. ¡Viva el carnaval!
El espectáculo instaura
la permanencia del carnaval. Un carnaval light donde el simbolismo grotesco ha sido
desplazado por el humor de utilería. Escribe Lipovetsky: La ausencia de fe posmoderna, el neo-nihilismo que se va configurando no
es ni atea ni mortífera, se ha vuelto humorística. [1] La pusilanimidad que observa el filósofo francés en el humor insustancial
de nuestro tiempo que todo lo invade, proviene del resultado de una campaña permanente
del espectáculo contra los significados. Los significados se sustentan en un ámbito
espacio-temporal. Arrancados de su tiempo y espacio singular para cohabitar en un
Gran Espacio-Tiempo (el espectáculo), los significados se disuelven. Permanece únicamente
un exceso de signos. Frente a la ausencia de significado sólo queda la risa. La
risa timorata del absurdo.
Al analizar el humor del carnaval Mijail Bajtín advierte que:
Las leyes, prohibiciones y limitaciones
que determinan el curso de la vida normal, se cancelan durante el carnaval: antes
que nada se suprimen las jerarquías y las formas de miedo, etiqueta, etc., relacionándose
con ellas; es decir, se elimina todo lo determinado por la desigualdad jerárquica
y social entre los hombres. Se aniquila toda distancia (…) [2]
El carnaval es el momento en el que todo se vuelve humor, desapareciendo ilusoriamente
las diferencias y los yugos. Bajtín plantea al humor como un elemento subversivo
que puede desmontar las estructuras prevalecientes: pero esto es posible sólo a
nivel simbólico, cuando la práctica del carnaval tiene una carga ritual. En este
caso, el carnaval tiene una duración y una finalidad específicas, tal y como se
practicaba en la sociedad medieval. (Por ello a nuestra sociedad no puede aplicársele
la teoría de la carnavalización elaborada por Bajtín). En nuestra época, la carnavalización
ha pasado a ser una práctica permanente –la M posmodernidad–. El humor carnavalesco,
des provisto de la génesis de su significación, se ha convertido ahora en cohesión
de estructuras. La demolición (ilusoria) de las jerarquías de poder que brinda el
humor es ahora un artificio que favorece el control.
El espectáculo ofrece una quimera de igualdad. Crea el ensueño de que las jerarquías
y las diferencias sociales no existen. Primero porque las imágenes mediáticas están
al alcance de todos: del hogar más lujoso al más humilde se comparten las mismas
imágenes. Segundo, porque la temática de su programación –telenovelas, programas
de concursos, chismes del espectáculo, noticieros o sitcoms– mantiene la esperanza
de que lo anhelado será alcanzable. Moldeo de la percepción.
Al mofarse de las figuras de poder en un programa televisivo, el espectador
cumple el ideal democrático: el ciudadano por encima de sus gobernantes. Pero al
regreso a la existencia cotidiana, los dilemas sociopolíticos continúan agravándose,
y el Señor Presidente, tan disponible para la parodia televisada, está tan lejos
como el estudio de grabación. La resaca del carnaval del espectáculo está compuesta
de realidad.
La coerción de la risa
Una situación amenazante
se vuelve inofensiva cuando se transforma en un acto cómico. Al reírnos de la parodia
de un tirano –o de sus acciones chuscas– experimentamos como ficticia la amenaza
que supone su dominio. Posteriormente, al observarlo en actos oficiales, nuestra
tensión original hacia él habrá disminuido. El humor tiene un efecto destiranizante.
Desmond Morris explica que la risa es una derivación del llanto, una especie de
llanto atenuado. El bebé nace llorando; la risa aparece después. Inicia cuando la
madre, ya identificada por el bebé, juega a asustarlo; éste inmediatamente le teme,
pero no llora, porque la amenaza proviene de su protectora. En lugar de llorar realiza
una acción corporalmente muy similar al llanto, pero que muestra su comprensión
de que nada le sucederá: estalla en risa. Según Morris, un bebé al reír comunica:
Reconozco que el peligro no es real. [3] Posteriormente los padres refuerzan esta
conducta cuando el bebé se lastima, es agredido por alguien o se encuentra ante
una situación desagradable, persuadiéndolo con una sonrisa de que en realidad nada
sucede. Aquí el niño experimenta un doble mensaje: él siente el dolor, pero su padre
o madre le dicen que no pasa nada, que no es real. Los padres se internalizan en
el super-yo del adulto: cuando le sucede algo doloroso, ríe. Con el humor reproduce
la actitud paterna de no pasa nada. Ha
aprendido sus lecciones en evasión. Ha aprendido a reír.
El ejercicio del control cómico no es un acto inaudito o novedoso. Su difusión
se sofistica con el uso de lo mediático, pero ha sido una práctica inherente al
poder desde los antiguos imperios hasta las sociedades fascistas y la democracia
moderna. El humor reafirma al poder. En su obra Los anormales, Foucault señala la
relación del poder con lo grotesco, lo ridículo o lo humorístico como una manera
si no exactamente de gobernar, sí de dominar.
Y concluye:
Al mostrar explícitamente el
poder como abyecto, infame, ubuesco o simplemente ridículo, no se trata, creo, de
limitar sus efectos y descoronar mágicamente a quien recibe la corona. Me parece
que, al contrario, se trata de manifestar de manera patente la insoslayabilidad,
la inevitabilidad del poder, que puede funcionar precisamente en todo su rigor y
en el límite extremo de su racionalidad violenta, aun cuando esté en mano de alguien
que resulta efectivamente descalificado. [4]
Destronar al rey bufón es una práctica estructurante del carnaval. Pero en este
pasaje Foucault percibe el anverso del ridículo: no es ya una práctica que persiga
la transformación al aniquilar y renovar las jerarquías, como señala Bajtín, sino
una que las conserva, al mantener al rey bufón en el poder. El capitalismo tardío
se convirtió en una magnífica escuela para el éxito mediático de personajes políticos:
aprendieron que la ética se había convertido en obstáculo y que, si deseaban tener
tanta influencia como un cantante de pop o un alimento de McDonald’s, debían incluir
en su paquete de imagen pública una buena dosis de humor. Convertir al personaje
político incluso en un payaso. El grotesco
de alguien como Mussolini estaba inscripto en la mecánica de poder. Éste se atribuía
la imagen de tener su origen en alguien que estaba teatralmente disfrazado, modelado
como un payaso, como un bufón. Foucault advierte en el mismo ensayo las estrategias
humorísticas utilizadas por el dictador para refirmar su dominio. Lo mismo podría
afirmarse hoy de Hugo Chávez, Carlos Salinas de Gortari o George W. Bush.
Sin embargo, Foucault entiende lo grotesco como inherente al poder, [5] pero no contempla que, en una era de
pérdida de significados, incluso lo grotesco ha abandonado a los hombres de poder.
Hoy es necesario fingir lo grotesco. Las estrategias de poder se han sofisticado
hasta crear artificialmente una imagen ridícula de un gobernante laxo. Algunas figuras
políticas contratan incluso escritores de bromas para sus discursos públicos (Landon
Parvin es un escritor profesional de bromas
que ha trabajado para los republicanos George y Laura Bush, Arnold Schwarzenegger,
Ronald y Nancy Reagan, y George Bush padre). El gobernante finge ser grotesco porque
conviene a su control. Porque el pueblo aún requiere esa cualidad en su rey. En
este nivel opera el poder bufón.
Fue en tiempos del presidente Reagan cuando en Estados Unidos la parodia política
en televisión tuvo gran auge, es decir, cuando el fascismo tocaba ya con más insistencia
las puertas de la Casa Blanca. Hoy existe toda una industria televisiva de apoyo
al presidente George W. Bush y a otras figuras políticas que equilibran implícitamente
las carencias de su desempeño con unos cuantos sketches cómicos de sátira o parodia.
Los equilibran de una manera inofensiva: permiten al ciudadano reírse, desde la
comodidad de su sillón, de una equivocación verbal hecha por el presidente cuando
decidió enviar, por ejemplo, más soldados al Medio Oriente. La acción principal
del mandatario y, por ende, la más devastadora, queda diluida en la atención burlona
de un par de palabras. En septiembre de 2004, Jay Leno, conductor de The Tonight Show, declaró para L.A. Weekly:
Mira, no se cambia la mente de nadie con la
comedia. Solamente se refuerza lo que ya creían.
En los sistemas que Deleuze llama sociedades de control –sistemas totalitarios
sofisticados cuyo principal icono represivo se llama eufemísticamente libertad– la crítica se conserva como un
elemento indispensable del engranaje que mantiene funcionando las estructuras. Esta
es la función que desempeñan programas televisivos como los estadounidenses Saturday Night Live, [6] The
Late Show de David Letterman, The Tonight
Show de Jay Leno o el desaparecido Denise
Miller Live, y los mexicanos La Parodia,
Hechos de peluche en el noticiero de TV
Azteca, Las mangas del chaleco en el noticiero
de Televisa, El Notifiero con Brozo (Víctor
Trujillo), e incluso los cada vez más populares programas de análisis político en
todas las televisoras. Todos ellos funcionan a la perfección como catalizadores
del descenso de la tensión ciudadana; tensión generada por la frustración diaria
del choque con su realidad sociopolítica. Todos ellos: mecanismos del poder bufón.
Pero así como limita, el humor posee también un límite. El límite de la cordura.
Una vez que todos los actos sean invadidos de humor, una vez que todos los actos
sean comediantes, ¿conservará aún el bufón su poder? No mediante la lógica cómica.
En la actual escalada humorística del espectáculo, tanto humorista como humorado
caminan sobre ese borde donde el humor desaparece y surge la histeria. Donde la
irrealidad permea la totalidad de los actos. Marchando en ese límite, el control
cómico perfila su poder a la cuenca de la psicosis.
NOTAS
1. Lipovetsky, Gilles, La era del vacío, Barcelona, Anagrama, 2003.
2. Bajtín, Mijail, Problemas de la poética de Dostoievski, México, FCE, 2003.
3. Morris, Desmond, El mono desnudo, Plaza y Janés, Barcelona, 1975.
4. Foucault, Michel, Los anormales, Madrid, Ediciones Akal, 2001.
5. El terror
ubuesco, la soberanía grotesca o, en otros términos, más austeros, la maximización
de los efectos de poder a partir de la descalificación de quien los produce: esto,
creo, no es un accidente en la historia del poder, no es una avería de la mecánica.
Me parece que es uno de los engranajes que forma parte inherente de los mecanismos
del poder. Ibid.
6. En una aparición en el programa Saturday Night Live, días después de los
ataques del 11 de septiembre, el entonces alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani
exclamó: El tener a las instituciones de nuestra
ciudad funcionando a la perfección significa que Nueva York está abierta para trabajar.
Saturday Night Live es una de nuestras
grandes instituciones en Nueva York, y por ello es importante que ustedes hagan
el show esta noche.
7. Lewis, Paul, Cracking Up. American Humor in a Time of Conflict, The University of
Chicago Press, 2006.
MAYRA LUNA (Tijuana, 1974) es narradora, ensayista y traductora. Ha publicado en revistas como Replicante, La Tempestad, Cross Cultural Poetics, Emeequis, Blanco Móvil, Tierra Adentro, Literal y TextoS, entre otras, y en la página electrónica www.mayraluna.blogspot.com›. Está incluida en la compilación El hacha puesta en la raíz (2006). Es autora de Lo peor de ambos mundos. Relatos anfibios (2006). Tiene la maestría en psicoterapia Gestalt.
IO ANGELI (Grecia, 1960). Estudió pintura en la Escuela de Bellas Artes de Atenas y continuó sus estudios de maestría con una beca en Londres en el Royal College of Art y Central – Saint Martin’s School of Art & Design (1988-1991). Ha presentado su trabajo en 17 exposiciones individuales y ha participado en muchas exposiciones colectivas en Grecia y en el extranjero y ha colaborado con la Galería Zoumboulakis desde 2013. Entre las muestras individuales más recientes se encuentran: Boundaries (2015); Is it a trap? (2019); y Slalom (2023), todas ellas en Zoumboulakis Galleries, en Atenas. Sus obras se encuentran en colecciones públicas y privadas. Trabaja como profesora en la Universidad de West Attica. Io Angeli es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 233 | julho de 2023
Artista convidada: Io Angeli (Grécia, 1960)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
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