Nacido en Lima en 1921, Javier
Sologuren es no solo uno de los mejores poetas peruanos sino también uno de los
más representativos de la poesía peruana contemporánea. Pero no solo es de
destacar su excelente poesía, a la que dedicó sus mejores esfuerzos de largos y
laboriosos años de fidelidad poética, en alternancia con la enseñanza
universitaria, sino también al maestro auspiciador de tantas vocaciones de
poetas a los que dio a conocer bajo el sello de sus breves y preciosos
cuadernillos de las Ediciones de la Rama Florida que dirigió e imprimió en
forma manual a través de casi ciento cincuenta títulos que son un ejemplo para
cualquier editor. El poeta, y el maestro que anidaba en él, se virtió en
traducciones poéticas de maravillosa factura: Las uvas del racimo (1975; 2ª ed. aumentada, 1989), versiones de
autores suecos, italianos y franceses; Razón
ardiente (1988), poesía francesa contemporánea a partir de Apollinaire y
otros volúmenes de escritores franceses; varias antologías de poetas brasileños
contemporáneos; El rumor del origen
(1993) una generosa antología de la literatura japonesa de todos los tiempos,
al que debe añadirse Cuentos y poemas del
Japón, una nueva y diferente antología, realizada en forma conjunta con su
esposa Ilia; finalmente, la hermosa versión de Sombra del porvenir (1996) de la admirable poeta finlandesa de
lengua sueca Edith Södergran que yo tuve el honor de editar.
Javier Sologuren escribió
también valiosos ensayos y estudios literarios que se encuentran reunidos en
tres libros admirables, Gravitaciones y
tangencias (1988), Al andar del
camino y Hojas de herbolario.
En este homenaje, que queremos
brindar en recuerdo de su amistad y a su memoria, comentaremos en primer
término, su obra poética, luego, sus traducciones y, finalmente, su prosa.
I | Javier
Sologuren es conocido sobre todo por Vida
continua, libro en el que fue recogiendo el fruto de su obra poética
escrita a través de más de cincuenta años de inspirada creación. La primera
colección de Javier Sologuren, El morador
(1944), se caracteriza no solo por su apego a las formas clásicas españolas,
como la décima o el soneto, sino también por la búsqueda de un estilo y un gran
dominio formal que muestran el rigor con que Javier comenzó y continuó
escribiendo su poesía posterior.
Veamos, como ejemplo de lo que
afirmo, el hermoso soneto que da título a la colección:
Resplandeciente umbela el sueño vierte
entre perlas que el légamo detiene;
en leve ascenso de la tez se cierne
la tiniebla de seda de los peces.
Desde esa fuente que silencia el quieto
peso de la marea; caed, caed,
lentos caed glomérulos, desiertos
seres bermejos entre tenue verde.
Ved perfectas arenas los reflejos
de yedra en el silencio, sedimentos
de transparentes huesos en la piedra.
Ved el entero helecho en las paredes
de yacentes murciélagos, y ved
que en ese pez el tiempo se nivela.
Este soneto nos muestra una de
las características de Javier como poeta: el dominio de la forma, pero, sobre
todo, un uso magistral de los recursos sonoros del lenguaje. Javier escoge la
letra e para colocar en ella todos
los acentos rítmicos del poema logrando una extraña tonalidad con la más cálida
de las vocales con que cuenta la lengua española.
Detenimientos (1945-1947) a la vez que muestra un espacio poético
más amplio, guarda una de las características primordiales de Javier, escribir
sobre todo poemas más que conjuntos de poemas, bien que estos se agrupen en
núcleos perfectamente discernibles, que le otorgan a varios de sus libros
cualidades de variedad tanto formal como estilística y temática. Sería con Dédalo dormido (1949) con el que logró
Javier un conjunto orgánico, en el que es uno de sus libros mejores por el
mayor vuelo de inspiración con que fue tocado el poeta y que se expande en un
verso más rico y esplendente. En Dédalo
dormido, Sologuren penetra en las regiones del sueño ayudado por técnicas
vanguardistas en un aparente caos imagístico que no es sino producto de su
opulencia expresiva que se desborda en un verbo deslumbrante y musical:
Tejido con las llamas de un desastre irresistible,
atrozmente vuelto hacia la destrucción y la música,
gritando bajo el límite de los golpes oceánicos
el hueco veloz de los cielos llenándose de sombra.
Ramos de nieve en la espalda, pie de luz en la
cabeza,
crecimiento súbito de las cosas que apenas se
adivinan,
saciado pecho con la bulla que cabalga en lo
invisible.
Todo confluye para hacer de Dédalo dormido un gran libro donde
imperan la realidad y el sueño con su apertura a un insospechado y riquísimo
universo.
Vida continua (1948-50), Regalo
de lo profundo (1950) y Otoño,
endechas (1951-56) son breves colecciones con hermosos y memorables poemas
en los que encontramos siempre al mejor Javier Sologuren lírico, con todas las
virtudes del canto, pero cuyos conjuntos tienden a constituirse en misceláneas
con poemas de varios años y estilos unidos, más bien, por el decurso vital del
poeta que en libros orgánicos. Esta unidad del libro la lograría en Estancias (1959) breves poemas escritos
a su retorno a Lima luego de una larga estadía en Suecia dedicado a la
enseñanza universitaria y que constituyen breves himnos en los que se canta la
simple existencia humana. La gruta de la
sirena (1960-1966) es también otra colección con poemas misceláneos
destacables como “Memoria de Garcilaso el Inca”, que cierra una etapa en la poesía
de Javier:
En todo amor se escucha siempre
la soledosa vena de agua
donde se copia ausente
un rostro vivo que fue nuestro.
El agua surge, el agua nombra,
con suaves labios transparentes,
la vieja cuna sola
y unas palabras en rescoldo.
El amor es así. Nos siembra
sol en el alma, y con el agua
cánticos de la tierra
nos traen anhelos memoriosos.
Paloma triste de mi madre
abre en mi pecho la nostalgia;
Córdoba es adusta y cae
en mí un ocaso susurrante.
Mi padre cabalgando, en marcha,
en hierro gris, en enemiga;
el Cuzco, noble patria,
piedra viril ante el destino.
Oh corazón, sé pozo quieto
pero vivo de amor por ellos;
guarda sus sombras, guarda
sus muy humanos resplandores.
Por sobre ti pongo el oído
y siento el rumor del sol, la luz
del agua, el surco tibio,
la mano buena del labriego.
El amor es así. La sangre,
el país que me habla por dentro,
me hacen saber, y sabe
ser corriente agua el recuerdo
no circulaba nada
nada rodado nada oscilado
la muerte cayó de arriba abajo como un puño
inapelable
La rica simbología del poema
también puede llevarnos a interpretar este comienzo como la descripción del
mundo desenterrado en la Hélade o en el Perú por Schliemann o por el huaquero.
Al referirme a la rica simbología del poema me refiero también a lo que quizá
sea la estructura primordial de Recinto,
como también de gran parte de la obra de Javier, el ser una alegoría de la
creación poética. Este, uno de los tres poemas largos del poeta, contiene siete
partes nítidamente diferenciadas, marcadas por las acotaciones en que
intervienen los arqueólogos citados. La concepción, y el desarrollo de Recinto, es cíclica porque plantea una
serie de asociaciones partiendo de un primer verso cuya inmovilidad se repite,
invertida, en un final de puro movimiento:
y todo oscilando
rodando
circulando
Su impresionante comienzo está
marcado por la muerte que es, más que acabamiento, una como suspensión de la
vida –y de la poesía– esta última apuntada en el quebrado canto de la cuculí.
Pero Recinto está construido sobre un
eje polar de muerte y resurrección y, en su centro, atrayendo ambas tensiones,
“las cien mil hojas secas” de las cuales ha de brotar el poema. Recinto comporta un lugar de excepción
en su obra poética.
Luego, el poeta publicó Surcando el aire oscuro (1970) colección
en la que buscó un despojamiento verbal y una simplicidad expresiva anunciada
desde Estancias y que ha sido su
norma futura. La interioridad característica de su poesía se vierte en
brevísimos poemas de gran intensidad y como producto de una crisis agónica.
Esta brevedad e intensidad se sucede también en Corola parva (1973-1975) constituida en gran parte por jaikus (la
condensada forma japonesa que quiere apresar y darle forma al mundo
contemplado) que abren y cierran el volumen mientras en su sección central el
poeta juega con los espacios de la página en blanco. Pero estos poemas de
Sologuren no se satisfacen en el simple juego de los espaciamientos sino por
obtener, principalmente, efectos de irradiación ocultas en el significado de
las palabras:
La tinta en
el papel.
El pensamiento
deja su noche.
nos dice Javier en un
brevísimo poema en que, a la manera de un jaiku, el poeta alude en forma tan
sugerente al trabajo nocturno del poeta, solitario, con una leve luz,
enfrentado contra la página en blanco para dejar en ella la noche real pero
también la metafórica noche de la creación, de los sinsabores, de la esperanza,
la noche oscura y sin recompensas de la poesía que se atreve a manifestarse en
escritura en uno de sus poemas más turbadores y sugerentes.
Estas dos colecciones, Surcando el aire oscuro y Corola parva, menores si se quiere en
una obra toda ella mayor, anunciaban otra más rica y significativa: Folios de El enamorado y la muerte
(1974-1976) donde Javier intenta una nueva aventura, con un nuevo verso desnudo
y destilado. Desde el punto de vista formal, los blancos, los espaciamientos,
los llenados de página de este libro intentan crear una sensación plástica,
pero no es en este tipo de poemas donde tenemos al mejor Sologuren, sino en
aquellos poemas donde se delata al atento contemplador y al oyente de cada
destello y palpitación del planeta. La unión del amor y la muerte se vierte en
poemas de una concisión admirable, como puede observarse en un intento
resonante como el poema “el enamorado y la muerte”, o de una intensidad
espléndida como en “epitalamio”, es decir un canto nupcial, en que los amantes,
tornados ya “polvo enamorado” como decía Quevedo, nos hablan desde el más allá.
Folios de El enamorado y la muerte es
un libro de soledad, pero a la vez de intenso deseo de comunión cuya crisis
agónica tendría su solución en su obra siguiente El amor y los cuerpos (1978-1980). Javier Sologuren es uno de nuestros
grandes poetas del amor pues ha resumido a cabalidad esta inagotable
experiencia humana de la comunión del espíritu y la carne que denuncia el
título de su libro en poemas que siguen sin solución de continuidad la
intensidad del libro anterior.
Veamos el hermoso poema “en
ti”:
el césped cedía con blandura
la arena te moldeaba
ciegas sílabas puras
el cántico del agua
el agua espejo tornasol
un vino
rojo como el amor
trascendía la mañana
tu vientre era
un nido
un crisantemo
plumas doradas
un muslo se alejó del
otro muslo
para que
yo cantara
profundo
para que yo entrara
con el fuego
de la sangre
más quemante
que el sol
Pero esta colección
preludiaba, así mismo, un gran segundo poema largo: La hora (1980). Este es uno de sus más significativos y sinceros
poemas, una nueva maduración, y su escritura constituye el desgarramiento
patético de un lúcido poeta frente a lo absurdo del camino tomado por nuestra
actual civilización que se despeña, en forma inevitable, hacia su
autodestrucción. A la vez que la confesión de una frustración existencial, La hora es un cuestionamiento del estado
actual de la conciencia del hombre. Sin embargo, es aleccionador que el poeta
no pierda la esperanza pues sabe que aun en el ápice de la angustia y de la
desmoralización siempre existirá aquella “mente invicta del hombre” que cantaba
el gran poeta inglés William Wordsworth y esta confianza es, así mismo, su
confianza en la poesía en la cual, como bien lo dicen unos versos suyos citados
anteriormente, “el pensamiento deja su noche”. Después de La hora, la travesía poética de Sologuren continúa en nuevas
colecciones como los ingrávidos Jaikus
escritos en un amanecer de otoño (1981), compuestos durante su estadía en
Japón y, luego de un breve lapso de silencio, los luminosos sonetos de Catorce versos dicen… (1985-1988) así
como la colección Poemas 1988
(1985-1988) en los que la austeridad, y a veces la sequedad, desplazan toda
posible retórica hacia una forma del poema reconcentrada, carente de canto pero
no del sentimiento. Esta nueva forma de expresión le sirvió de bisagra al poeta
para embarcarse en una nueva aventura verbal y poética. Me refiero a Tornaviaje (1989) que constituye el
tercer poema largo de Javier Sologuren cuyo tema es el viaje, que constituye
toda vida, y el regreso, que constituye el detenerse a contemplarla,
testimoniados ambos en la fijación de una memoria por medio de la escritura. Es
notorio observar la importancia y sabio uso de las formas y tiempos verbales en
los tres poemas largos compuestos por el poeta a modo de tejidas estructuras
que sustentan los poemas. Si en La hora
los verbos se manifiestan en puro presente, en Tornaviaje su forma en pretérito nos señala el recuento largo y
fatigoso a través del viaje de la vida.
Pero Javier Sologuren nos deparó
una nueva sorpresa con Un trino en la
ventana vacía (1992), libro de una desnudez deslumbrante, en el que se
abandona toda posible retórica y en el que los poemas se nos presentan como
fragmentos depositados en las puras riberas del ser, naciendo de la pura nada y
deslizándose hacia el origen y hacia el abismo. Veamos el impresionante poema
“la vuelta”:
un cuerpo que es apenas nuestro donde
oscuramente triunfa el infortunio
una llama de sangre pronta exhausta
luego de su apartado canto y entre
el carnal terciopelo de las sombras
sueltas como una desflorada rosa
un cuerpo para quién o para qué
blanda semilla que el azar devuelve
con sigilosos signos y maneras
en postrer incremento de la tierra
un polvo tuyo y mío apenas nuestro
donde alza su vuelo el infortunio
El margen blanco
donde siempre germina
lo inexpresable.
En Vida continua, el gran libro que recoge toda la poesía de Javier
Sologuren, se evidencia la docilidad y maestría de su lenguaje, con la
espontaneidad del gran poeta que no necesita recurrir a gestos o a impostados
tics para abrir con anchura la senda de la poesía. Al poeta le basta solamente
la simplicidad de una expresión que, por sí misma, se expande y discurre por
hondos y ricos manantiales que otorgan, a Vida
continua, la inspirada gracia de lo verdadero y lo profundo en un libro
que, por su abundancia y variedad, por su oficio ejemplar y por su tenaz
constancia de más de medio siglo de escritura fiel y sostenida no tiene par
dentro de la poesía peruana contemporánea.
II | La
extensa labor de Javier Sologuren como traductor se ha vertido en varios libros
de verso y prosa. Entre los primeros hay que destacar el de sus traducciones
reunidas bajo el título común de Las uvas del racimo. En este libro
agrupó sus traducciones del sueco, del italiano y del francés. Pero a ello hay
que agregar otras múltiples traducciones de distintas tradiciones poéticas:
poesía sumeria, china, griega, flamenca, portuguesa, inglesa, norteamericana,
alemana, húngara, belga, canadiense, haitiana y brasileña.
Hay que mencionar que, en su
labor de traducción, Javier no acometía retos frente a obras que debía o tenía
que traducir. Más bien su frecuentación de determinados poetas y poemas lo
inducían a empezar la labor con ese sentido superior del acercamiento
imprevisto. Si la lectura de un poema lo inducía a su frecuentación, pasaba a
traducirlo. Es decir, la lectura pasiva se convertía luego en posesión activa.
Una vez traducido un poema de determinado autor, otros, con seguridad se
sumaban luego para constituir un manojo de versiones. Entendido de esta forma
su trabajo, ahora se advierte que esta tarea, gozosa como pocas para él, se
concretaba en la traducción de poemas con los que primero se había transfundido
a través de su lectura. Así, es un placer leer las traducciones de Javier, por
ejemplo, las de poesía sueca contemporánea que se fueron conformando durante su
estadía en Suecia como respuesta a esta excelente tradición. Estas versiones no
solo poseen una irreprochable forma castellana, que hasta la fecha no ha sido
superada, sino que también constituyen una empresa primordial. Ya en 1953
Javier había traducido y publicado una breve selección de la admirable poeta
finlandesa de lengua sueca Edith Södergran, una de las grandes poetas del siglo
XX. Esta labor luego se amplió con versiones que fueron apareciendo en
publicaciones periódicas.
De igual forma, se sucedieron
sus versiones de poesía francesa y poesía italiana: primero, por el gozo de
traducirlas, sin intención de formar una antología o un libro. Por tal motivo,
estas versiones, hijas del afecto, poseen una indudable brillantez en un
castellano irreprochable y musical. La oportunidad de reunirlas en un libro
solo se dio en 1975 cuando el Instituto Nacional de Cultura le propuso reunir
sus traducciones en un libro que se titularía Las uvas del racimo. Para esta primera edición del libro, que tuvo
una segunda edición, aumentada y disminuida, en el Fondo de Cultura Económica
en 1989, me consta que Javier tradujo una buena cantidad de poemas franceses e
italianos con el objeto de redondear las selecciones y rellenar algunas fisuras
cronológicas.
Algunas traducciones suyas se
han perdido. Por ejemplo, antes de viajar a Bélgica en 1971 realizó una
selección de poesía belga que constituía un breve libro y una especie de
preparación al encuentro de un país en el que iba a residir durante algún
tiempo. Recuerdo haber leído también traducciones suyas de poetas árabes, desde
la lengua francesa, que no se han encontrado entre sus papeles.
La traducción, pues, era para
él una tarea continua. Como buen lector en profundidad de poesía, luego pasaba
al momento de la acción cuando transvasaba los textos al castellano. Esta labor
de la traducción poética se amplió luego hacia textos en prosa especialmente de
literatura japonesa. Pero también, se le solicitaron en sus últimos años
traducciones de poesía brasileña, que constituye una vasta sección de sus
traducciones poéticas y, luego, de algunos narradores franceses.
El campo, pues, de sus
traducciones es muy amplio y abarca varias literaturas. Quizá el segmento mayor
lo ocupan sus traducciones de literatura japonesa (poesía, narrativa, teatro y
ensayo), la mayor parte de ella desde la lengua francesa, aunque también del
inglés con traducciones que realizó con su esposa Ilia que se encuentra reunida
en el libro titulado El rumor del origen.
El rumor del origen tuvo una larga concepción y posee rasgos que la
distinguen de otros trabajos suyos similares. El primero es que su concepción,
quizá no prevista, databa de mucho tiempo y puede sustentarse (como piden los
historiadores) en forma documental. El drama Isutzu, de Zeami Motokiyo, fue publicado en el primer número de la
revista Creación & Crítica, que
editamos Javier, el poeta Armando Rojas y yo en enero de 1971. Esta primera
versión fue luego seguida por otras nuevas y por dos viajes al Japón, gracias a
los cuales se verificó el encuentro inolvidable y enriquecedor de Javier con la
tierra del Yamato y, por supuesto, la obtención de nuevos textos y su
espléndida versión de Cinco amantes
apasionadas de Ijara Saikaku realizada en colaboración con Akira Sugiyama.
El rumor del origen se fue conformando lentamente. Por lo demás, es la
única forma de realizar a conciencia la agradable tarea literaria que es
preparar una antología de esta magnitud que comprende todas las épocas y todos
los géneros de una literatura. La propia lectura de las obras requiere de una
gran cantidad de tiempo de textos que, finalmente, no serán incorporados.
Cuando al poeta francés Paul Éluard le preguntaron cuánto tiempo se había
demorado en preparar un libro suyo sobre poesía, contestó, en forma muy seria,
que tres meses y veinticinco años. Algo similar ocurrió con El rumor del origen, cuya terminación
quizá no tomó tanto tiempo, pero que venía acompañado de una gran cantidad de
trabajo acumulado mediante traducciones preparadas a lo largo de veinte años,
muchas de las cuales debieron dejarse de lado al momento de la conformación y
equilibrio definitivo del libro.
Dos años después de la
publicación de El rumor del origen,
Javier preparó una nueva antología, más breve, titulada Poemas y cuentos del Japón (1995), que publicó el Centro Cultural
Peruano Japonés, y el libro La luna en el
agua (2000), una selección de teatro y cuento japoneses. Este último
incluía sus últimas traducciones publicadas en revistas con algunas otras
tomadas de El rumor del origen. Este
libro venía firmado conjuntamente con su esposa Ilia.
Creo que, llegados a este
punto, hay un tema que debe mencionarse porque, además de escoger los textos a
ser presentados, el antólogo debe realizar una tarea delicadísima y
controvertida como lo es la traducción de los textos escogidos. Pero, ¿cuáles
deben ser los requerimientos o cualidades de un buen traductor? En primer
lugar, y antes que nada, el conocimiento de su propia lengua (y esto lo afirmo
con el convencimiento con que hablaría de la ley de la gravedad). Es por eso
que el traductor tiene, entonces, un 33% a su favor para una buena traducción
si es un buen escritor. En el caso de Javier no solo es uno de nuestros grandes
poetas contemporáneos, sino también un sólido y elegante prosista colmado de
juicios penetrantes. Javier, pues, se manejaba con soltura en el campo poético
(que podemos adscribir a la imaginación) y en el de la prosa crítica (que
podemos adscribir a la razón) y ambos se conjugan a la perfección en su labor
de traductor.
El segundo 33% necesario para
una buena traducción es el conocimiento de lenguas diversas que Javier poseía
en distintos grados del francés, el italiano, el sueco y el inglés (este último
con la certera ayuda de su esposa Ilia que colaboró en varias de las
traducciones de El rumor del origen.
Por último, yo diría que,
precisamente en este país, el restante 34% imprescindible, es ese demonio
interior que nos impulsa a trasladar la creación literaria de una lengua
extranjera a la nuestra. Hago hincapié en mencionar que esta voluntad es
necesaria, sobre todo en el Perú, porque a los traductores literarios peruanos
no los impulsa nunca un interés crematístico, ni siquiera editorial (ya que
entre nosotros esta industria es prácticamente inexistente), sino que el único
pago que recibe en el Perú un traductor literario es su propia satisfacción de
la labor realizada. Esto lo menciono porque, como ya dije antes, El rumor
del origen comenzó a gestarse más que como un proyecto editorial como un
proyecto natural de la propia vida y desarrollo de un poeta deseoso de
compartir y difundir entre nosotros la importante literatura japonesa.
Aunque varias de las versiones
de que este libro se compone se publicaron en revistas peruanas y del
extranjero, primero fueron realizadas por la propia satisfacción del traductor.
Es decir, que estas traducciones han sido realizadas por amor, ese principio
universal que rige las relaciones humanas, pero también las literarias. Así, a
través de los muchos años de esfuerzo y dedicación, de azar y deliberación, las
versiones se fueron sumando como para formar un importante cuerpo que, con una
última fase de redondeo, de supresiones y adiciones se encarna en esta hermosa
y equilibrada antología de la literatura japonesa de todos los tiempos, la
primera en su género en nuestro idioma.
Ahora bien, muchos de los
puristas, esos seres terroríficos y estériles, podrán criticar que solo una
parte de este libro ha sido vertida directamente del japonés: en los casos de
la intervención de nuestro recordado Akira Sugiyama. [Con relación a este
punto, permítanme contarles una anécdota personal. Hace muchísimos años compré
un libro atribuido al poeta hindú Kalidasa titulado Ronda de las estaciones y la verdad que lo leí con placer infinito.
La publicación pertenecía a esas hermosas ediciones argentinas de la Editorial
Kraft de los años cincuenta, en papel magnífico, hermosa tipografía y márgenes
generosos, pero se trataba de una versión realizada no en forma directa del
idioma original sino del francés. Luego de muchos años apareció en la Editorial
Aguilar la esperada y, en teoría, superior versión directa del sánscrito. Pero,
al leerla, todo el espléndido erotismo, las imágenes resplandecientes de la
versión indirecta estaban, en la traducción directa y supuestamente fiel, por
completo secas y agostadas. Era como haber pasado de un bosque lujurioso a un
árido desierto. No sé qué ha sido de la versión directa del sánscrito, pues ya
no se encuentra en mi biblioteca, pero conservo hasta la fecha la versión
indirecta del francés que nunca he dejado de releer con placer. Y no es que
prefiramos a “las bellas infieles”, como se llama a veces a ciertas
traducciones, pero no sé por qué tendríamos que desairar a las “bellas” para
irnos con las “feas”.
Existen, pues, poetas y
escritores que amplían el radio de acción de su actividad al escribir no solo
poemas, sino también ensayos, estudios, crítica literaria, novelas, obras
dramáticas y, también, muchos de ellos, traducciones literarias. Aunque muchos
críticos prejuiciosos, o simplemente ignorantes, estiman, repito, el trabajo de
traducir como una tarea menor de la actividad literaria, hay que mencionar que
muchos grandes escritores de la literatura universal la han practicado con
orgullo, y la siguen practicando como una nueva y amplia posibilidad de la
escritura poética. Otras veces como un inapreciable ejercicio.
Es curioso, por ejemplo, cómo
un artista de la prosa como el Inca Garcilaso de la Vega comenzara,
precisamente, su gran obra de escritor con la traducción de Los tres diálogos de Amor de León
Hebreo. Como que Garcilaso hubiera pensado que la mejor manera de formar y
consolidar su estilo fuera trasvasando desde el italiano un libro que en su
lengua original no se caracteriza por los primores de su expresión literaria.
Pero lo más importante de esta labor de ejercicio y aprendizaje es que, como
afirma don Raúl Porras Barrenechea, “El artista [es decir Garcilaso] podía
estar seguro de la calidad de sus medios de expresión”. La tarea de traducción
de Garcilaso significó, pues, el primer peldaño seguro, el basamento de sus
obras maestras futuras La Florida y Los comentarios reales de los incas.
Pocos, sin embargo, como don Raúl Porras lo han advertido.
En el caso de Javier, no me
cabe la menor duda, que el intento fue similar y los frutos espléndidos los
tenemos no solo en su poesía original sino también en Las uvas del racimo.
III | En Gravitaciones &
tangencias,
Javier Sologuren recogió, en 1988, sus trabajos de más enjundia, constituidos
por conferencias, ensayos, prólogos, exégesis, artículos y notas. Si se observa
con cuidado, la colección puede dividirse hasta en seis o siete partes, de
acuerdo a como se agrupen. En primer lugar, los trabajos dedicados a la
literatura japonesa; luego, aquellos referidos a la poesía universal
(Hölderlin, Rilke, Edith Sodergran, Gérard de Nerval y poesía francesa y
brasileña). Después, los que estudian la poesía española e hispanoamericana. La
sección más extensa respecto a poetas es la peruana seguida por una cala sobre
la narrativa hispanoamericana. En esta sección, luego de estudiar la poesía
quechua y pasando por Eguren y Vallejo, llega hasta la poesía peruana del 60.
Antes de entrar a tratar sobre las artes plásticas, Javier estudia, comenta y
selecciona poemas peruanos y universales escritos en vituperio de la ciudad y
también la poesía que trata sobre el arte o las relaciones entre poesía y
pintura. Como coda a los trabajos de artes plásticas, también peruanas y
universales, se ofrece un interesantísimo estudio, “Lo que la letra nos dice”,
que une los intereses desarrollados en este libro mayor: la plástica y la
literatura.
Un poeta posee varias ventajas
sobre el simple crítico literario o profesor universitario: conoce el oficio
poético desde dentro y su sensibilidad es más afinada. Es probable que quizá sus
lecturas sean menos sistemáticas y su conocimiento de la llamada “teoría
literaria” no sea del todo satisfactorio, pero esta última cambia
constantemente como mutan las estaciones y los años: un poeta conoce su
esencia, pero no frecuenta, por lo general, el estéril conocimiento de las
distintas escuelas. Su interés va a la médula de la creación literaria y sus
lecturas poseen mayor profundidad. Le es más fácil, por tanto, advertir el
asunto central que trata un poeta y es mucho más imaginativo. Por eso se sigue
leyendo la crítica literaria de W.B. Yeats, Paul Valéry, T.S, Eliot, Hermann
Broch, Jorge Luis Borges, Octavio Paz o Emilio Adolfo Westphalen cuando ya se
ha olvidado a los críticos coetáneos que pertenecen solo a la historia. Por eso
leemos y continuaremos leyendo a Javier Sologuren cuando hayamos olvidado a los
ilustres críticos y profesores de su época.
Gravitaciones & tangencias es un libro riquísimo en
intuiciones poéticas y su lectura constituye un deleite. Javier tenía, además
de una gran preocupación por estilo (la forma de cómo decir las cosas), la de
expresar siempre algo luminoso respecto de la poesía o del poema. La prosa de
Javier Sologuren no solo es memorable, aun en sus notas más breves, solo por su
belleza formal, sino por estar preñada de ideas que le dan nervio a todo cuanto
expresa. Lo que logra Javier es una extraordinaria comunicación con el lector
ya se trate de meditaciones, comentarios, recuerdos, experiencias, agudezas,
citas. No intentaba forjar una teoría sino, más bien, comentar, interpretar,
echar luz cuando no simplemente instruir acerca de textos diversos. Así, en
este libro se encuentran sus mejores y más pensadas ideas acerca,
principalmente, de la poesía y de los poetas que frecuentó; pero también de una
cultura y una literatura como la japonesa que tan brillantemente comentó,
tradujo y gozó sobre todo desde su retorno a Lima en 1957.
Además, y siempre con
generosidad, escribió acerca de sus mayores, de sus coetáneos y de las
generaciones de poetas posteriores a la suya. Su visión universal, sin embargo,
del hecho poético, lo indujo a comentar, y en muchos casos a traducir, poetas
de otras literaturas extranjeras, incluidas la española y la hispanoamericana.
Gérard de Nerval y Rainer Maria Rilke, por ejemplo, en sus años jóvenes;
Friedrich Hölderlin y Guillaume Apollinaire durante su madurez. Tuvo también
una predilección y frecuentación constante por la poesía francesa, una de las
que más obras tradujo y divulgó.
Su predilección por la
plástica, complementa su círculo de intereses. Javier no solo era un gran
aficionado a la pintura, sino que también realizó trabajos plásticos y hasta
llegó a exponer algunas de sus obras. Sus trabajos sobre plástica no solo son
iluminadores, sino que también son penetrantes y originales. Ahí están, por
ejemplo, los espléndidos textos dedicados a ese gran pintor que es Fernando de
Szyszlo. Javier no era tampoco un previsible comentarista plástico, sino que
siempre tenía algo propio que decir. Él mismo me mostró muchos de sus trabajos
plásticos que, solo discretamente, utilizó en algunas de las cubiertas de sus
libros. De ahí, pues, que no sorprenda su buen gusto para el diseño de sus
ediciones de La Rama Florida. Además, sus estudios en Bélgica en 1971, cuando
fue becado por la Universidad de Lovaina, unidos a su intuición y buen gusto,
lo llevaron a profundizar acerca de la lectura de la imagen y, así, supo
ofrecernos pocas, pero trascendentales meditaciones acerca del hecho plástico.
Es ejemplar, finalmente, su estudio acerca de la letra que de un texto original
corto se fue ampliando hasta constituir uno de sus escritos más largos e
importantes como para tomar un lugar privilegiado de cierre del libro
excepcional que es Gravitaciones &
tangencias.
Al andar del camino fue el título elegido por Javier Sologuren para una
página del suplemento dominical La Imagen
del diario La Prensa, gracias a
la cordial invitación a colaborar en él del director del periódico Luis Jaime
Cisneros. Sin embargo, desde sus inicios literarios, Javier había colaborado en
distintas publicaciones (periódicos, revistas, suplementos, libros, etc.).
Estas colaboraciones juveniles se encuentran ahora reunidas bajo el título de Estación primera [1943-1949], es decir
los escritos que podemos considerar juveniles. Luego, deben mencionarse sus
trabajos académicos, dos presentados en El Colegio de México en 1949 y 1950,
que se coronan con su tesis Tres poetas,
tres obras con la que obtuvo el doctorado de letras en la Universidad de
San Marcos en 1969 y que se publicó, poco después, gracias a la iniciativa de
Jorge Puccinelli, bajo el sello del Instituto Raúl Porras Barrenechea. Luego de
una Varia [1957-1976] empieza la colaboración
continua de Javier en las páginas de Al
andar del camino con las que dio inicio a una colaboración semanal, al
margen de su labores como profesor en la Universidad Agraria de La Molina, con
la publicación regular de artículos, reseñas, comentarios, traducciones etc.,
con los que llenaba la página requerida por el suplemento.
Buena parte de estos textos,
los más enjundiosos, se encuentran seleccionados en Gravitaciones & tangencias. Quedaron, sin embargo, muchos otros
por recoger. Luego, Javier, al cerrarse el suplemento, continuó con la
publicación de artículos periodísticos en otros diarios y suplementos. Javier
escribió luego en los diarios y suplementos de
Expreso, El Observador, Gestión, Lundero, El Peruano y El Comercio. En el año 1998 se cierran sus colaboraciones en
publicaciones periódicas.
Los textos ensayísticos,
críticos o de simples reseñas de Javier son la más viva prueba de que no
interesa tanto el medio de difusión escogido sino, sobre todo, el de la pluma
dedicada a la escritura que no se deja atropellar ni claudica frente a la
escasez del espacio o a la mediatización de los temas. Javier nunca descendió
ni a la ligereza ni al lugar común. Ese es el motivo gracias al cual, hasta en
sus textos de menor importancia, se mantiene un vigor y una vitalidad
incomparables cuando se observa que las de otros escritores de publicaciones
periódicas envejecen a la semana de haber aparecido.
A toda esta labor aparecida en
publicaciones periódicas, debe agregarse también la de todos aquellos textos de
otras publicaciones como las de sus varios prólogos, las presentaciones de la
colección de Autores Clásicos, sus conferencias, y su ejemplar Antología general de la literatura peruana
que contiene, además de una extensa introducción y de los claros y ponderados
principios de su conformación, breves pero sustanciosas notas sobre los autores
seleccionados.
Hacia 1991 Javier me obsequió
una hoja, copia al carbón, con varios apuntes sobre temas diversos que
constituye el punto de arranque de ese libro singular que es Hojas de herbolario. Poco después, me
mostraba un cuaderno lleno de anotaciones manuscritas al que había puesto como
título Hojas de herbolario. Varias de
las notas de esta preciosa hoja pasaron a formar parte del conjunto así
titulado que apareció como separata de la revista Lienzo en 1992. Tres años después, volvería publicarse una segunda
edición con agregados. Finalmente, una tercera edición, también con nuevos
cambios, apareció en México en 1996 en la Colección Poesía y Poética, dirigida
por la experta mano de Hugo Gola, bajo el auspicio de la Universidad
Iberoamericana. Con toda seguridad, como un verdadero libro dinámico, y como
una frecuentada tienda de herbolario, en nuevas ediciones de Hojas de herbolario se habrían producido
nuevos cambios en su configuración.
Bajo el título de Otras hojas de herbolario existen muchos
textos no incluidos en estas ediciones y otros que fueron compuestos hasta el
mismo momento en que Javier dejó de escribir. El mismo Javier se encargó de
describir este tipo de escritura en forma diáfana en una de las hojas de
herbolario:
Piezas fragmentarias, esbozadas, compendiadas; cosas
que se quedaron a medio hacer y se rescatan; cosas ajenas que el autor hace
suyas en tanto las muestra; textos en verso y en prosa sobre temas diversos,
anotaciones y vislumbres: todo se codea sin distingos ni tensiones. Todo, así
mismo, un popurrí de vario sabor. Hojas redivivas que un paciente herbolario
destina al lector desconocido. [Gestión, 5 de noviembre
de 1992.]
Las mismas notas de Hojas de herbolario contienen, en su
brevedad, interesantes juicios sobre materias que el poeta sabía que ya no
podía desarrollar con mayor largueza por la misma multiplicidad de los temas.
Por tal motivo, escogió esta forma atomizada, pero interesantísima, cuya
virtud, paradójicamente, estriba en saltar de intereses muy diversos uno de
otro pero cuya sabiduría, permítaseme el uso de esta palabra tan cierta en el
caso de las notas escritas por Javier, resplandece en las esencias comprimidas
que constituyen y que se desarrollan en espacios verbales mínimos.
IV | Hemos intentado, en este homenaje, delinear brevemente la obra de Javier Sologuren, generosamente desarrollada en tres grandes espacios: su poesía original, su poesía traducida y su ejercicio de la prosa, dedicada especialmente a comentar creaciones poéticas de la literatura peruana y universal. Es indudable que cada una de estas fases de la creación de Javier contiene obras de primer nivel que lo afirman como uno de los grandes creadores de la literatura peruana contemporánea.
RICARDO SILVA-SANTISTEBAN (Perú, 1941). Poeta, editor, crítico literario, traductor. Estudioso de César Vallejo, cuya obra completa ha editado. Ha traducido a diversos autores ingleses y franceses y ha editado antologías de poetas, narradores y dramaturgos peruanos. Como poeta es autor de diversos poemarios, que ha reunido bajo el título genérico de Terra incógnita, el nombre de su primer poemario (la última edición es de 2016). También ha editado las obras de César Moro, en tres volúmenes y las de Martín Adán; por solo citar estos autores fundamentales.
CELINA PORTELLA (Brasil, 1977). Artista plástica invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura. Fue nominada a premios, como la Beca ICCO/SP-Arte 2016; EFG Bank & Art-Nexus Acquisition Award, en SP-Arte 2015 y Pipa Award 2013 y 2017. Fue premiada en Salón Acme/Casa Wabi Residence en Oaxaca, México (2020); en la XX Bienal Internacional de Artes Visuales de Santa Cruz, en Bolivia (2016), y también en el II Concurso de Videoarte Fundaj, en Recife (2008). Obtuvo la beca del Programa de Fomento a la Creación, Experimentación e Investigación Artística SEC+Faperj, en 2016; por el 1er Programa de Fomento de la Cultura Carioca en las Artes Visuales, en 2013; por la Beca de Apoyo a la Investigación y Creación Artística, de la Secretaría de Estado de Cultura, en 2012, y por la beca del Centro de Arte y Tecnología de la EAV Parque Lage, en Río de Janeiro, en 2010. Participó de residencias artísticas en Bag Factory Artists ‘Studios, en Johannesburgo, Sudáfrica; en el Centre International d'Accueil et d'Échanges des Récollets, en París; en LABMIS, en el Museo de Imagen y Sonido, en São Paulo; en Galeria Kiosko, en Santa Cruz de La Sierra, Bolivia, entre otros. Desarrolló proyectos y expuso en varias instituciones y galerías de Brasil y del exterior, entre las que se encuentran: Sesc São Paulo, Centro Cultural Banco do Brasil, EAV Parque Lage, Caixa Cultural, Centro Municipal de Arte Hélio Oiticica, MAC Santiago de Chile, Uj Art Galería, Galería Cremallera, Galería Kiosko, A Gentil Carioca. De las participaciones en exposiciones colectivas, se destacan Histórias da Dança no MASP, São Paulo, 2020; Salón Acme 08 | Ciudad de México, 2020; Crestas Trienal de Artes, en Sesc Sorocaba, 2017; III Muestra del Programa de Exposiciones del Centro Cultural São Paulo, 2012 y “Nova arte nova”, en el Centro Cultural Banco do Brasil en Río de Janeiro y São Paulo, 2009. Como bailarina y co-creadora, trabajó con las coreógrafas Lia Rodrigues y Joao Saldanha. Celina es de Río de Janeiro y actualmente vive en São Paulo. Estudió Diseño en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro y se graduó en Bellas Artes en la Université Paris VIII.
Agulha Revista de Cultura
Número 236 | agosto de 2023
Artista convidada: Celina Portella (Brasil, 1977)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
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