segunda-feira, 21 de agosto de 2023

RICARDO SILVA-SANTISTEBAN | Homenaje a Javier Sologuren

 


Para mí Javier Sologuren ha sido el poeta más querido y admirado de cuantos he conocido. No solo un amigo incomparable sino, además, un ejemplo de toque humano, de generosidad, de finesse d’esprit, de nobleza, de modestia y de sinceridad que lo hacían tan estimado por todos cuantos se acercaban a él. En resumen, una persona a quien conocer y gozar de su amistad fue un privilegio que la vida nos otorga una sola vez.

Nacido en Lima en 1921, Javier Sologuren es no solo uno de los mejores poetas peruanos sino también uno de los más representativos de la poesía peruana contemporánea. Pero no solo es de destacar su excelente poesía, a la que dedicó sus mejores esfuerzos de largos y laboriosos años de fidelidad poética, en alternancia con la enseñanza universitaria, sino también al maestro auspiciador de tantas vocaciones de poetas a los que dio a conocer bajo el sello de sus breves y preciosos cuadernillos de las Ediciones de la Rama Florida que dirigió e imprimió en forma manual a través de casi ciento cincuenta títulos que son un ejemplo para cualquier editor. El poeta, y el maestro que anidaba en él, se virtió en traducciones poéticas de maravillosa factura: Las uvas del racimo (1975; 2ª ed. aumentada, 1989), versiones de autores suecos, italianos y franceses; Razón ardiente (1988), poesía francesa contemporánea a partir de Apollinaire y otros volúmenes de escritores franceses; varias antologías de poetas brasileños contemporáneos; El rumor del origen (1993) una generosa antología de la literatura japonesa de todos los tiempos, al que debe añadirse Cuentos y poemas del Japón, una nueva y diferente antología, realizada en forma conjunta con su esposa Ilia; finalmente, la hermosa versión de Sombra del porvenir (1996) de la admirable poeta finlandesa de lengua sueca Edith Södergran que yo tuve el honor de editar.

Javier Sologuren escribió también valiosos ensayos y estudios literarios que se encuentran reunidos en tres libros admirables, Gravitaciones y tangencias (1988), Al andar del camino y Hojas de herbolario.

En este homenaje, que queremos brindar en recuerdo de su amistad y a su memoria, comentaremos en primer término, su obra poética, luego, sus traducciones y, finalmente, su prosa.

 

I | Javier Sologuren es conocido sobre todo por Vida continua, libro en el que fue recogiendo el fruto de su obra poética escrita a través de más de cincuenta años de inspirada creación. La primera colección de Javier Sologuren, El morador (1944), se caracteriza no solo por su apego a las formas clásicas españolas, como la décima o el soneto, sino también por la búsqueda de un estilo y un gran dominio formal que muestran el rigor con que Javier comenzó y continuó escribiendo su poesía posterior.

Veamos, como ejemplo de lo que afirmo, el hermoso soneto que da título a la colección:

 

Resplandeciente umbela el sueño vierte

entre perlas que el légamo detiene;

en leve ascenso de la tez se cierne

la tiniebla de seda de los peces.

 

Desde esa fuente que silencia el quieto

peso de la marea; caed, caed,

lentos caed glomérulos, desiertos

seres bermejos entre tenue verde.

 

Ved perfectas arenas los reflejos

de yedra en el silencio, sedimentos

de transparentes huesos en la piedra.

 

Ved el entero helecho en las paredes

de yacentes murciélagos, y ved

que en ese pez el tiempo se nivela.

 

Este soneto nos muestra una de las características de Javier como poeta: el dominio de la forma, pero, sobre todo, un uso magistral de los recursos sonoros del lenguaje. Javier escoge la letra e para colocar en ella todos los acentos rítmicos del poema logrando una extraña tonalidad con la más cálida de las vocales con que cuenta la lengua española.

Detenimientos (1945-1947) a la vez que muestra un espacio poético más amplio, guarda una de las características primordiales de Javier, escribir sobre todo poemas más que conjuntos de poemas, bien que estos se agrupen en núcleos perfectamente discernibles, que le otorgan a varios de sus libros cualidades de variedad tanto formal como estilística y temática. Sería con Dédalo dormido (1949) con el que logró Javier un conjunto orgánico, en el que es uno de sus libros mejores por el mayor vuelo de inspiración con que fue tocado el poeta y que se expande en un verso más rico y esplendente. En Dédalo dormido, Sologuren penetra en las regiones del sueño ayudado por técnicas vanguardistas en un aparente caos imagístico que no es sino producto de su opulencia expresiva que se desborda en un verbo deslumbrante y musical:

 

Tejido con las llamas de un desastre irresistible,

atrozmente vuelto hacia la destrucción y la música,

gritando bajo el límite de los golpes oceánicos

el hueco veloz de los cielos llenándose de sombra.

Ramos de nieve en la espalda, pie de luz en la cabeza,

crecimiento súbito de las cosas que apenas se adivinan,

saciado pecho con la bulla que cabalga en lo invisible.

 

Todo confluye para hacer de Dédalo dormido un gran libro donde imperan la realidad y el sueño con su apertura a un insospechado y riquísimo universo.

Vida continua (1948-50), Regalo de lo profundo (1950) y Otoño, endechas (1951-56) son breves colecciones con hermosos y memorables poemas en los que encontramos siempre al mejor Javier Sologuren lírico, con todas las virtudes del canto, pero cuyos conjuntos tienden a constituirse en misceláneas con poemas de varios años y estilos unidos, más bien, por el decurso vital del poeta que en libros orgánicos. Esta unidad del libro la lograría en Estancias (1959) breves poemas escritos a su retorno a Lima luego de una larga estadía en Suecia dedicado a la enseñanza universitaria y que constituyen breves himnos en los que se canta la simple existencia humana. La gruta de la sirena (1960-1966) es también otra colección con poemas misceláneos destacables como “Memoria de Garcilaso el Inca”, que cierra una etapa en la poesía de Javier:

 

En todo amor se escucha siempre

la soledosa vena de agua

donde se copia ausente

un rostro vivo que fue nuestro.

 

El agua surge, el agua nombra,

con suaves labios transparentes,

la vieja cuna sola

y unas palabras en rescoldo.

 

El amor es así. Nos siembra

sol en el alma, y con el agua

cánticos de la tierra

nos traen anhelos memoriosos.

 

Paloma triste de mi madre

abre en mi pecho la nostalgia;

Córdoba es adusta y cae

en mí un ocaso susurrante.

 

Mi padre cabalgando, en marcha,

en hierro gris, en enemiga;

el Cuzco, noble patria,

piedra viril ante el destino.

 

Oh corazón, sé pozo quieto

pero vivo de amor por ellos;

guarda sus sombras, guarda

sus muy humanos resplandores.

 

Por sobre ti pongo el oído

y siento el rumor del sol, la luz

del agua, el surco tibio,

la mano buena del labriego.

 

El amor es así. La sangre,

el país que me habla por dentro,

me hacen saber, y sabe

ser corriente agua el recuerdo

 


La siguiente creación de Javier, Recinto (1967), constituye un gran poema que, además, abre un ciclo desarrollado posteriormente en experimentos espaciales. El comienzo de Recinto es el testimonio del origen falto de movimiento que se iguala a la muerte, en una imagen que a la vez es traslación desde la nada concretada en el descenso:

 

no circulaba nada

nada rodado nada oscilado

la muerte cayó de arriba abajo como un puño

 inapelable

 

La rica simbología del poema también puede llevarnos a interpretar este comienzo como la descripción del mundo desenterrado en la Hélade o en el Perú por Schliemann o por el huaquero. Al referirme a la rica simbología del poema me refiero también a lo que quizá sea la estructura primordial de Recinto, como también de gran parte de la obra de Javier, el ser una alegoría de la creación poética. Este, uno de los tres poemas largos del poeta, contiene siete partes nítidamente diferenciadas, marcadas por las acotaciones en que intervienen los arqueólogos citados. La concepción, y el desarrollo de Recinto, es cíclica porque plantea una serie de asociaciones partiendo de un primer verso cuya inmovilidad se repite, invertida, en un final de puro movimiento:

 

y todo oscilando

rodando

circulando

 

Su impresionante comienzo está marcado por la muerte que es, más que acabamiento, una como suspensión de la vida –y de la poesía– esta última apuntada en el quebrado canto de la cuculí. Pero Recinto está construido sobre un eje polar de muerte y resurrección y, en su centro, atrayendo ambas tensiones, “las cien mil hojas secas” de las cuales ha de brotar el poema. Recinto comporta un lugar de excepción en su obra poética.

Luego, el poeta publicó Surcando el aire oscuro (1970) colección en la que buscó un despojamiento verbal y una simplicidad expresiva anunciada desde Estancias y que ha sido su norma futura. La interioridad característica de su poesía se vierte en brevísimos poemas de gran intensidad y como producto de una crisis agónica. Esta brevedad e intensidad se sucede también en Corola parva (1973-1975) constituida en gran parte por jaikus (la condensada forma japonesa que quiere apresar y darle forma al mundo contemplado) que abren y cierran el volumen mientras en su sección central el poeta juega con los espacios de la página en blanco. Pero estos poemas de Sologuren no se satisfacen en el simple juego de los espaciamientos sino por obtener, principalmente, efectos de irradiación ocultas en el significado de las palabras:

 

 La tinta en el papel.

El pensamiento

deja su noche.

 

nos dice Javier en un brevísimo poema en que, a la manera de un jaiku, el poeta alude en forma tan sugerente al trabajo nocturno del poeta, solitario, con una leve luz, enfrentado contra la página en blanco para dejar en ella la noche real pero también la metafórica noche de la creación, de los sinsabores, de la esperanza, la noche oscura y sin recompensas de la poesía que se atreve a manifestarse en escritura en uno de sus poemas más turbadores y sugerentes.

Estas dos colecciones, Surcando el aire oscuro y Corola parva, menores si se quiere en una obra toda ella mayor, anunciaban otra más rica y significativa: Folios de El enamorado y la muerte (1974-1976) donde Javier intenta una nueva aventura, con un nuevo verso desnudo y destilado. Desde el punto de vista formal, los blancos, los espaciamientos, los llenados de página de este libro intentan crear una sensación plástica, pero no es en este tipo de poemas donde tenemos al mejor Sologuren, sino en aquellos poemas donde se delata al atento contemplador y al oyente de cada destello y palpitación del planeta. La unión del amor y la muerte se vierte en poemas de una concisión admirable, como puede observarse en un intento resonante como el poema “el enamorado y la muerte”, o de una intensidad espléndida como en “epitalamio”, es decir un canto nupcial, en que los amantes, tornados ya “polvo enamorado” como decía Quevedo, nos hablan desde el más allá. Folios de El enamorado y la muerte es un libro de soledad, pero a la vez de intenso deseo de comunión cuya crisis agónica tendría su solución en su obra siguiente El amor y los cuerpos (1978-1980). Javier Sologuren es uno de nuestros grandes poetas del amor pues ha resumido a cabalidad esta inagotable experiencia humana de la comunión del espíritu y la carne que denuncia el título de su libro en poemas que siguen sin solución de continuidad la intensidad del libro anterior.

Veamos el hermoso poema “en ti”:

 

el césped cedía con blandura

la arena te moldeaba

 

ciegas sílabas puras

el cántico del agua

 

el agua espejo tornasol

 

un vino

 

rojo como el amor

trascendía la mañana

 

tu vientre era

un nido

un crisantemo

plumas doradas

 

un muslo se alejó del

otro muslo

para que

yo cantara

profundo

 

para que yo entrara

con el fuego

de la sangre

más quemante

que el sol

 

Pero esta colección preludiaba, así mismo, un gran segundo poema largo: La hora (1980). Este es uno de sus más significativos y sinceros poemas, una nueva maduración, y su escritura constituye el desgarramiento patético de un lúcido poeta frente a lo absurdo del camino tomado por nuestra actual civilización que se despeña, en forma inevitable, hacia su autodestrucción. A la vez que la confesión de una frustración existencial, La hora es un cuestionamiento del estado actual de la conciencia del hombre. Sin embargo, es aleccionador que el poeta no pierda la esperanza pues sabe que aun en el ápice de la angustia y de la desmoralización siempre existirá aquella “mente invicta del hombre” que cantaba el gran poeta inglés William Wordsworth y esta confianza es, así mismo, su confianza en la poesía en la cual, como bien lo dicen unos versos suyos citados anteriormente, “el pensamiento deja su noche”. Después de La hora, la travesía poética de Sologuren continúa en nuevas colecciones como los ingrávidos Jaikus escritos en un amanecer de otoño (1981), compuestos durante su estadía en Japón y, luego de un breve lapso de silencio, los luminosos sonetos de Catorce versos dicen… (1985-1988) así como la colección Poemas 1988 (1985-1988) en los que la austeridad, y a veces la sequedad, desplazan toda posible retórica hacia una forma del poema reconcentrada, carente de canto pero no del sentimiento. Esta nueva forma de expresión le sirvió de bisagra al poeta para embarcarse en una nueva aventura verbal y poética. Me refiero a Tornaviaje (1989) que constituye el tercer poema largo de Javier Sologuren cuyo tema es el viaje, que constituye toda vida, y el regreso, que constituye el detenerse a contemplarla, testimoniados ambos en la fijación de una memoria por medio de la escritura. Es notorio observar la importancia y sabio uso de las formas y tiempos verbales en los tres poemas largos compuestos por el poeta a modo de tejidas estructuras que sustentan los poemas. Si en La hora los verbos se manifiestan en puro presente, en Tornaviaje su forma en pretérito nos señala el recuento largo y fatigoso a través del viaje de la vida.

Pero Javier Sologuren nos deparó una nueva sorpresa con Un trino en la ventana vacía (1992), libro de una desnudez deslumbrante, en el que se abandona toda posible retórica y en el que los poemas se nos presentan como fragmentos depositados en las puras riberas del ser, naciendo de la pura nada y deslizándose hacia el origen y hacia el abismo. Veamos el impresionante poema “la vuelta”:

 

un cuerpo que es apenas nuestro donde

oscuramente triunfa el infortunio

una llama de sangre pronta exhausta

luego de su apartado canto y entre

el carnal terciopelo de las sombras

sueltas como una desflorada rosa

 

un cuerpo para quién o para qué

blanda semilla que el azar devuelve

con sigilosos signos y maneras

en postrer incremento de la tierra

 

un polvo tuyo y mío apenas nuestro

donde alza su vuelo el infortunio

 


Luego de la aparición de este último libro, Javier Sologuren solo escribió dos breves colecciones, Lejano (1995), que sigue la huella de Un trino en la ventana vacía, y Haikus, brevísima serie compuesta por doce poemas, y que es su canto de cisne, en el cual retoma temas anteriores, siempre con su prodigiosa manera de decir las cosas:

 

El margen blanco

donde siempre germina

lo inexpresable.

 

En Vida continua, el gran libro que recoge toda la poesía de Javier Sologuren, se evidencia la docilidad y maestría de su lenguaje, con la espontaneidad del gran poeta que no necesita recurrir a gestos o a impostados tics para abrir con anchura la senda de la poesía. Al poeta le basta solamente la simplicidad de una expresión que, por sí misma, se expande y discurre por hondos y ricos manantiales que otorgan, a Vida continua, la inspirada gracia de lo verdadero y lo profundo en un libro que, por su abundancia y variedad, por su oficio ejemplar y por su tenaz constancia de más de medio siglo de escritura fiel y sostenida no tiene par dentro de la poesía peruana contemporánea.

 

II | La extensa labor de Javier Sologuren como traductor se ha vertido en varios libros de verso y prosa. Entre los primeros hay que destacar el de sus traducciones reunidas bajo el título común de Las uvas del racimo. En este libro agrupó sus traducciones del sueco, del italiano y del francés. Pero a ello hay que agregar otras múltiples traducciones de distintas tradiciones poéticas: poesía sumeria, china, griega, flamenca, portuguesa, inglesa, norteamericana, alemana, húngara, belga, canadiense, haitiana y brasileña.

Hay que mencionar que, en su labor de traducción, Javier no acometía retos frente a obras que debía o tenía que traducir. Más bien su frecuentación de determinados poetas y poemas lo inducían a empezar la labor con ese sentido superior del acercamiento imprevisto. Si la lectura de un poema lo inducía a su frecuentación, pasaba a traducirlo. Es decir, la lectura pasiva se convertía luego en posesión activa. Una vez traducido un poema de determinado autor, otros, con seguridad se sumaban luego para constituir un manojo de versiones. Entendido de esta forma su trabajo, ahora se advierte que esta tarea, gozosa como pocas para él, se concretaba en la traducción de poemas con los que primero se había transfundido a través de su lectura. Así, es un placer leer las traducciones de Javier, por ejemplo, las de poesía sueca contemporánea que se fueron conformando durante su estadía en Suecia como respuesta a esta excelente tradición. Estas versiones no solo poseen una irreprochable forma castellana, que hasta la fecha no ha sido superada, sino que también constituyen una empresa primordial. Ya en 1953 Javier había traducido y publicado una breve selección de la admirable poeta finlandesa de lengua sueca Edith Södergran, una de las grandes poetas del siglo XX. Esta labor luego se amplió con versiones que fueron apareciendo en publicaciones periódicas.

De igual forma, se sucedieron sus versiones de poesía francesa y poesía italiana: primero, por el gozo de traducirlas, sin intención de formar una antología o un libro. Por tal motivo, estas versiones, hijas del afecto, poseen una indudable brillantez en un castellano irreprochable y musical. La oportunidad de reunirlas en un libro solo se dio en 1975 cuando el Instituto Nacional de Cultura le propuso reunir sus traducciones en un libro que se titularía Las uvas del racimo. Para esta primera edición del libro, que tuvo una segunda edición, aumentada y disminuida, en el Fondo de Cultura Económica en 1989, me consta que Javier tradujo una buena cantidad de poemas franceses e italianos con el objeto de redondear las selecciones y rellenar algunas fisuras cronológicas.

Algunas traducciones suyas se han perdido. Por ejemplo, antes de viajar a Bélgica en 1971 realizó una selección de poesía belga que constituía un breve libro y una especie de preparación al encuentro de un país en el que iba a residir durante algún tiempo. Recuerdo haber leído también traducciones suyas de poetas árabes, desde la lengua francesa, que no se han encontrado entre sus papeles.

La traducción, pues, era para él una tarea continua. Como buen lector en profundidad de poesía, luego pasaba al momento de la acción cuando transvasaba los textos al castellano. Esta labor de la traducción poética se amplió luego hacia textos en prosa especialmente de literatura japonesa. Pero también, se le solicitaron en sus últimos años traducciones de poesía brasileña, que constituye una vasta sección de sus traducciones poéticas y, luego, de algunos narradores franceses.

El campo, pues, de sus traducciones es muy amplio y abarca varias literaturas. Quizá el segmento mayor lo ocupan sus traducciones de literatura japonesa (poesía, narrativa, teatro y ensayo), la mayor parte de ella desde la lengua francesa, aunque también del inglés con traducciones que realizó con su esposa Ilia que se encuentra reunida en el libro titulado El rumor del origen.

El rumor del origen tuvo una larga concepción y posee rasgos que la distinguen de otros trabajos suyos similares. El primero es que su concepción, quizá no prevista, databa de mucho tiempo y puede sustentarse (como piden los historiadores) en forma documental. El drama Isutzu, de Zeami Motokiyo, fue publicado en el primer número de la revista Creación & Crítica, que editamos Javier, el poeta Armando Rojas y yo en enero de 1971. Esta primera versión fue luego seguida por otras nuevas y por dos viajes al Japón, gracias a los cuales se verificó el encuentro inolvidable y enriquecedor de Javier con la tierra del Yamato y, por supuesto, la obtención de nuevos textos y su espléndida versión de Cinco amantes apasionadas de Ijara Saikaku realizada en colaboración con Akira Sugiyama.

El rumor del origen se fue conformando lentamente. Por lo demás, es la única forma de realizar a conciencia la agradable tarea literaria que es preparar una antología de esta magnitud que comprende todas las épocas y todos los géneros de una literatura. La propia lectura de las obras requiere de una gran cantidad de tiempo de textos que, finalmente, no serán incorporados. Cuando al poeta francés Paul Éluard le preguntaron cuánto tiempo se había demorado en preparar un libro suyo sobre poesía, contestó, en forma muy seria, que tres meses y veinticinco años. Algo similar ocurrió con El rumor del origen, cuya terminación quizá no tomó tanto tiempo, pero que venía acompañado de una gran cantidad de trabajo acumulado mediante traducciones preparadas a lo largo de veinte años, muchas de las cuales debieron dejarse de lado al momento de la conformación y equilibrio definitivo del libro.

Dos años después de la publicación de El rumor del origen, Javier preparó una nueva antología, más breve, titulada Poemas y cuentos del Japón (1995), que publicó el Centro Cultural Peruano Japonés, y el libro La luna en el agua (2000), una selección de teatro y cuento japoneses. Este último incluía sus últimas traducciones publicadas en revistas con algunas otras tomadas de El rumor del origen. Este libro venía firmado conjuntamente con su esposa Ilia.

Creo que, llegados a este punto, hay un tema que debe mencionarse porque, además de escoger los textos a ser presentados, el antólogo debe realizar una tarea delicadísima y controvertida como lo es la traducción de los textos escogidos. Pero, ¿cuáles deben ser los requerimientos o cualidades de un buen traductor? En primer lugar, y antes que nada, el conocimiento de su propia lengua (y esto lo afirmo con el convencimiento con que hablaría de la ley de la gravedad). Es por eso que el traductor tiene, entonces, un 33% a su favor para una buena traducción si es un buen escritor. En el caso de Javier no solo es uno de nuestros grandes poetas contemporáneos, sino también un sólido y elegante prosista colmado de juicios penetrantes. Javier, pues, se manejaba con soltura en el campo poético (que podemos adscribir a la imaginación) y en el de la prosa crítica (que podemos adscribir a la razón) y ambos se conjugan a la perfección en su labor de traductor.

El segundo 33% necesario para una buena traducción es el conocimiento de lenguas diversas que Javier poseía en distintos grados del francés, el italiano, el sueco y el inglés (este último con la certera ayuda de su esposa Ilia que colaboró en varias de las traducciones de El rumor del origen.

Por último, yo diría que, precisamente en este país, el restante 34% imprescindible, es ese demonio interior que nos impulsa a trasladar la creación literaria de una lengua extranjera a la nuestra. Hago hincapié en mencionar que esta voluntad es necesaria, sobre todo en el Perú, porque a los traductores literarios peruanos no los impulsa nunca un interés crematístico, ni siquiera editorial (ya que entre nosotros esta industria es prácticamente inexistente), sino que el único pago que recibe en el Perú un traductor literario es su propia satisfacción de la labor realizada. Esto lo menciono porque, como ya dije antes, El rumor del origen comenzó a gestarse más que como un proyecto editorial como un proyecto natural de la propia vida y desarrollo de un poeta deseoso de compartir y difundir entre nosotros la importante literatura japonesa.

Aunque varias de las versiones de que este libro se compone se publicaron en revistas peruanas y del extranjero, primero fueron realizadas por la propia satisfacción del traductor. Es decir, que estas traducciones han sido realizadas por amor, ese principio universal que rige las relaciones humanas, pero también las literarias. Así, a través de los muchos años de esfuerzo y dedicación, de azar y deliberación, las versiones se fueron sumando como para formar un importante cuerpo que, con una última fase de redondeo, de supresiones y adiciones se encarna en esta hermosa y equilibrada antología de la literatura japonesa de todos los tiempos, la primera en su género en nuestro idioma.

Ahora bien, muchos de los puristas, esos seres terroríficos y estériles, podrán criticar que solo una parte de este libro ha sido vertida directamente del japonés: en los casos de la intervención de nuestro recordado Akira Sugiyama. [Con relación a este punto, permítanme contarles una anécdota personal. Hace muchísimos años compré un libro atribuido al poeta hindú Kalidasa titulado Ronda de las estaciones y la verdad que lo leí con placer infinito. La publicación pertenecía a esas hermosas ediciones argentinas de la Editorial Kraft de los años cincuenta, en papel magnífico, hermosa tipografía y márgenes generosos, pero se trataba de una versión realizada no en forma directa del idioma original sino del francés. Luego de muchos años apareció en la Editorial Aguilar la esperada y, en teoría, superior versión directa del sánscrito. Pero, al leerla, todo el espléndido erotismo, las imágenes resplandecientes de la versión indirecta estaban, en la traducción directa y supuestamente fiel, por completo secas y agostadas. Era como haber pasado de un bosque lujurioso a un árido desierto. No sé qué ha sido de la versión directa del sánscrito, pues ya no se encuentra en mi biblioteca, pero conservo hasta la fecha la versión indirecta del francés que nunca he dejado de releer con placer. Y no es que prefiramos a “las bellas infieles”, como se llama a veces a ciertas traducciones, pero no sé por qué tendríamos que desairar a las “bellas” para irnos con las “feas”.


Uno de los grandes problemas de nuestro difícil acercamiento a la literatura oriental (y hoy en día hasta a los clásicos grecolatinos) es que las traducciones son realizadas apenas por filólogos que conocen bien el idioma original del que traducen, conocen su gramática, etc., pero no pueden alcanzar, ni por pienso, a reproducir en su propio idioma (aunque sea lejanamente) la poesía que contiene tanto el verso como la prosa de los originales. Carecen de oficio, de artificio, pero, sobre todo, de sensibilidad. Es por eso que las publicaciones editoriales de la actualidad se encuentran estragadas de traducciones literales, labor que, como bien afirma Octavio Paz, se encuentra más cerca del diccionario que de la literatura. Pero, como dice Javier en su prólogo, la fidelidad de los textos se encuentra garantizada en esta antología porque se ha basado en las obras más solventes de distinguidísimos yamatólogos de prestigio internacional y de espléndidos traductores tanto al francés como al inglés de donde proceden mayormente las versiones: René Sieffert, Donald Keene, Edward Seindensticker, George Renondeau, Arthur Waley, Burton Watson, etc., traductores que constituyen verdaderas instituciones y que nos han dado a conocer grandes textos y hermosas páginas de la literatura japonesa. Por otro lado, con su reconocida humildad, Javier consideraba esta antología solo como un trabajo supletorio. Sin embargo, este trabajo supletorio continúa llenando un gran vacío pues sigue siendo la única antología de su tipo en el ámbito castellano dedicada a esta rica e importante literatura.

Existen, pues, poetas y escritores que amplían el radio de acción de su actividad al escribir no solo poemas, sino también ensayos, estudios, crítica literaria, novelas, obras dramáticas y, también, muchos de ellos, traducciones literarias. Aunque muchos críticos prejuiciosos, o simplemente ignorantes, estiman, repito, el trabajo de traducir como una tarea menor de la actividad literaria, hay que mencionar que muchos grandes escritores de la literatura universal la han practicado con orgullo, y la siguen practicando como una nueva y amplia posibilidad de la escritura poética. Otras veces como un inapreciable ejercicio.

Es curioso, por ejemplo, cómo un artista de la prosa como el Inca Garcilaso de la Vega comenzara, precisamente, su gran obra de escritor con la traducción de Los tres diálogos de Amor de León Hebreo. Como que Garcilaso hubiera pensado que la mejor manera de formar y consolidar su estilo fuera trasvasando desde el italiano un libro que en su lengua original no se caracteriza por los primores de su expresión literaria. Pero lo más importante de esta labor de ejercicio y aprendizaje es que, como afirma don Raúl Porras Barrenechea, “El artista [es decir Garcilaso] podía estar seguro de la calidad de sus medios de expresión”. La tarea de traducción de Garcilaso significó, pues, el primer peldaño seguro, el basamento de sus obras maestras futuras La Florida y Los comentarios reales de los incas. Pocos, sin embargo, como don Raúl Porras lo han advertido.

En el caso de Javier, no me cabe la menor duda, que el intento fue similar y los frutos espléndidos los tenemos no solo en su poesía original sino también en Las uvas del racimo.

 

III | En Gravitaciones & tangencias, Javier Sologuren recogió, en 1988, sus trabajos de más enjundia, constituidos por conferencias, ensayos, prólogos, exégesis, artículos y notas. Si se observa con cuidado, la colección puede dividirse hasta en seis o siete partes, de acuerdo a como se agrupen. En primer lugar, los trabajos dedicados a la literatura japonesa; luego, aquellos referidos a la poesía universal (Hölderlin, Rilke, Edith Sodergran, Gérard de Nerval y poesía francesa y brasileña). Después, los que estudian la poesía española e hispanoamericana. La sección más extensa respecto a poetas es la peruana seguida por una cala sobre la narrativa hispanoamericana. En esta sección, luego de estudiar la poesía quechua y pasando por Eguren y Vallejo, llega hasta la poesía peruana del 60. Antes de entrar a tratar sobre las artes plásticas, Javier estudia, comenta y selecciona poemas peruanos y universales escritos en vituperio de la ciudad y también la poesía que trata sobre el arte o las relaciones entre poesía y pintura. Como coda a los trabajos de artes plásticas, también peruanas y universales, se ofrece un interesantísimo estudio, “Lo que la letra nos dice”, que une los intereses desarrollados en este libro mayor: la plástica y la literatura.

Un poeta posee varias ventajas sobre el simple crítico literario o profesor universitario: conoce el oficio poético desde dentro y su sensibilidad es más afinada. Es probable que quizá sus lecturas sean menos sistemáticas y su conocimiento de la llamada “teoría literaria” no sea del todo satisfactorio, pero esta última cambia constantemente como mutan las estaciones y los años: un poeta conoce su esencia, pero no frecuenta, por lo general, el estéril conocimiento de las distintas escuelas. Su interés va a la médula de la creación literaria y sus lecturas poseen mayor profundidad. Le es más fácil, por tanto, advertir el asunto central que trata un poeta y es mucho más imaginativo. Por eso se sigue leyendo la crítica literaria de W.B. Yeats, Paul Valéry, T.S, Eliot, Hermann Broch, Jorge Luis Borges, Octavio Paz o Emilio Adolfo Westphalen cuando ya se ha olvidado a los críticos coetáneos que pertenecen solo a la historia. Por eso leemos y continuaremos leyendo a Javier Sologuren cuando hayamos olvidado a los ilustres críticos y profesores de su época.

Gravitaciones & tangencias es un libro riquísimo en intuiciones poéticas y su lectura constituye un deleite. Javier tenía, además de una gran preocupación por estilo (la forma de cómo decir las cosas), la de expresar siempre algo luminoso respecto de la poesía o del poema. La prosa de Javier Sologuren no solo es memorable, aun en sus notas más breves, solo por su belleza formal, sino por estar preñada de ideas que le dan nervio a todo cuanto expresa. Lo que logra Javier es una extraordinaria comunicación con el lector ya se trate de meditaciones, comentarios, recuerdos, experiencias, agudezas, citas. No intentaba forjar una teoría sino, más bien, comentar, interpretar, echar luz cuando no simplemente instruir acerca de textos diversos. Así, en este libro se encuentran sus mejores y más pensadas ideas acerca, principalmente, de la poesía y de los poetas que frecuentó; pero también de una cultura y una literatura como la japonesa que tan brillantemente comentó, tradujo y gozó sobre todo desde su retorno a Lima en 1957.

Además, y siempre con generosidad, escribió acerca de sus mayores, de sus coetáneos y de las generaciones de poetas posteriores a la suya. Su visión universal, sin embargo, del hecho poético, lo indujo a comentar, y en muchos casos a traducir, poetas de otras literaturas extranjeras, incluidas la española y la hispanoamericana. Gérard de Nerval y Rainer Maria Rilke, por ejemplo, en sus años jóvenes; Friedrich Hölderlin y Guillaume Apollinaire durante su madurez. Tuvo también una predilección y frecuentación constante por la poesía francesa, una de las que más obras tradujo y divulgó.

Su predilección por la plástica, complementa su círculo de intereses. Javier no solo era un gran aficionado a la pintura, sino que también realizó trabajos plásticos y hasta llegó a exponer algunas de sus obras. Sus trabajos sobre plástica no solo son iluminadores, sino que también son penetrantes y originales. Ahí están, por ejemplo, los espléndidos textos dedicados a ese gran pintor que es Fernando de Szyszlo. Javier no era tampoco un previsible comentarista plástico, sino que siempre tenía algo propio que decir. Él mismo me mostró muchos de sus trabajos plásticos que, solo discretamente, utilizó en algunas de las cubiertas de sus libros. De ahí, pues, que no sorprenda su buen gusto para el diseño de sus ediciones de La Rama Florida. Además, sus estudios en Bélgica en 1971, cuando fue becado por la Universidad de Lovaina, unidos a su intuición y buen gusto, lo llevaron a profundizar acerca de la lectura de la imagen y, así, supo ofrecernos pocas, pero trascendentales meditaciones acerca del hecho plástico. Es ejemplar, finalmente, su estudio acerca de la letra que de un texto original corto se fue ampliando hasta constituir uno de sus escritos más largos e importantes como para tomar un lugar privilegiado de cierre del libro excepcional que es Gravitaciones & tangencias.

Al andar del camino fue el título elegido por Javier Sologuren para una página del suplemento dominical La Imagen del diario La Prensa, gracias a la cordial invitación a colaborar en él del director del periódico Luis Jaime Cisneros. Sin embargo, desde sus inicios literarios, Javier había colaborado en distintas publicaciones (periódicos, revistas, suplementos, libros, etc.). Estas colaboraciones juveniles se encuentran ahora reunidas bajo el título de Estación primera [1943-1949], es decir los escritos que podemos considerar juveniles. Luego, deben mencionarse sus trabajos académicos, dos presentados en El Colegio de México en 1949 y 1950, que se coronan con su tesis Tres poetas, tres obras con la que obtuvo el doctorado de letras en la Universidad de San Marcos en 1969 y que se publicó, poco después, gracias a la iniciativa de Jorge Puccinelli, bajo el sello del Instituto Raúl Porras Barrenechea. Luego de una Varia [1957-1976] empieza la colaboración continua de Javier en las páginas de Al andar del camino con las que dio inicio a una colaboración semanal, al margen de su labores como profesor en la Universidad Agraria de La Molina, con la publicación regular de artículos, reseñas, comentarios, traducciones etc., con los que llenaba la página requerida por el suplemento.

Buena parte de estos textos, los más enjundiosos, se encuentran seleccionados en Gravitaciones & tangencias. Quedaron, sin embargo, muchos otros por recoger. Luego, Javier, al cerrarse el suplemento, continuó con la publicación de artículos periodísticos en otros diarios y suplementos. Javier escribió luego en los diarios y suplementos de Expreso, El Observador, Gestión, Lundero, El Peruano y El Comercio. En el año 1998 se cierran sus colaboraciones en publicaciones periódicas.

Los textos ensayísticos, críticos o de simples reseñas de Javier son la más viva prueba de que no interesa tanto el medio de difusión escogido sino, sobre todo, el de la pluma dedicada a la escritura que no se deja atropellar ni claudica frente a la escasez del espacio o a la mediatización de los temas. Javier nunca descendió ni a la ligereza ni al lugar común. Ese es el motivo gracias al cual, hasta en sus textos de menor importancia, se mantiene un vigor y una vitalidad incomparables cuando se observa que las de otros escritores de publicaciones periódicas envejecen a la semana de haber aparecido.

A toda esta labor aparecida en publicaciones periódicas, debe agregarse también la de todos aquellos textos de otras publicaciones como las de sus varios prólogos, las presentaciones de la colección de Autores Clásicos, sus conferencias, y su ejemplar Antología general de la literatura peruana que contiene, además de una extensa introducción y de los claros y ponderados principios de su conformación, breves pero sustanciosas notas sobre los autores seleccionados.

Hacia 1991 Javier me obsequió una hoja, copia al carbón, con varios apuntes sobre temas diversos que constituye el punto de arranque de ese libro singular que es Hojas de herbolario. Poco después, me mostraba un cuaderno lleno de anotaciones manuscritas al que había puesto como título Hojas de herbolario. Varias de las notas de esta preciosa hoja pasaron a formar parte del conjunto así titulado que apareció como separata de la revista Lienzo en 1992. Tres años después, volvería publicarse una segunda edición con agregados. Finalmente, una tercera edición, también con nuevos cambios, apareció en México en 1996 en la Colección Poesía y Poética, dirigida por la experta mano de Hugo Gola, bajo el auspicio de la Universidad Iberoamericana. Con toda seguridad, como un verdadero libro dinámico, y como una frecuentada tienda de herbolario, en nuevas ediciones de Hojas de herbolario se habrían producido nuevos cambios en su configuración.

Bajo el título de Otras hojas de herbolario existen muchos textos no incluidos en estas ediciones y otros que fueron compuestos hasta el mismo momento en que Javier dejó de escribir. El mismo Javier se encargó de describir este tipo de escritura en forma diáfana en una de las hojas de herbolario:

 

Piezas fragmentarias, esbozadas, compendiadas; cosas que se quedaron a medio hacer y se rescatan; cosas ajenas que el autor hace suyas en tanto las muestra; textos en verso y en prosa sobre temas diversos, anotaciones y vislumbres: todo se codea sin distingos ni tensiones. Todo, así mismo, un popurrí de vario sabor. Hojas redivivas que un paciente herbolario destina al lector desconocido. [Gestión, 5 de noviembre de 1992.]

 

Las mismas notas de Hojas de herbolario contienen, en su brevedad, interesantes juicios sobre materias que el poeta sabía que ya no podía desarrollar con mayor largueza por la misma multiplicidad de los temas. Por tal motivo, escogió esta forma atomizada, pero interesantísima, cuya virtud, paradójicamente, estriba en saltar de intereses muy diversos uno de otro pero cuya sabiduría, permítaseme el uso de esta palabra tan cierta en el caso de las notas escritas por Javier, resplandece en las esencias comprimidas que constituyen y que se desarrollan en espacios verbales mínimos.

 

IV | Hemos intentado, en este homenaje, delinear brevemente la obra de Javier Sologuren, generosamente desarrollada en tres grandes espacios: su poesía original, su poesía traducida y su ejercicio de la prosa, dedicada especialmente a comentar creaciones poéticas de la literatura peruana y universal. Es indudable que cada una de estas fases de la creación de Javier contiene obras de primer nivel que lo afirman como uno de los grandes creadores de la literatura peruana contemporánea. 

 

 


RICARDO SILVA-SANTISTEBAN (Perú, 1941). Poeta, editor, crítico literario, traductor. Estudioso de César Vallejo, cuya obra completa ha editado. Ha traducido a diversos autores ingleses y franceses y ha editado antologías de poetas, narradores y dramaturgos peruanos. Como poeta es autor de diversos poemarios, que ha reunido bajo el título genérico de Terra incógnita, el nombre de su primer poemario (la última edición es de 2016). También ha editado las obras de César Moro, en tres volúmenes y las de Martín Adán; por solo citar estos autores fundamentales.

 

 


CELINA PORTELLA (Brasil, 1977). Artista plástica invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura. Fue nominada a premios, como la Beca ICCO/SP-Arte 2016; EFG Bank & Art-Nexus Acquisition Award, en SP-Arte 2015 y Pipa Award 2013 y 2017. Fue premiada en Salón Acme/Casa Wabi Residence en Oaxaca, México (2020); en la XX Bienal Internacional de Artes Visuales de Santa Cruz, en Bolivia (2016), y también en el II Concurso de Videoarte Fundaj, en Recife (2008). Obtuvo la beca del Programa de Fomento a la Creación, Experimentación e Investigación Artística SEC+Faperj, en 2016; por el 1er Programa de Fomento de la Cultura Carioca en las Artes Visuales, en 2013; por la Beca de Apoyo a la Investigación y Creación Artística, de la Secretaría de Estado de Cultura, en 2012, y por la beca del Centro de Arte y Tecnología de la EAV Parque Lage, en Río de Janeiro, en 2010. Participó de residencias artísticas en Bag Factory Artists ‘Studios, en Johannesburgo, Sudáfrica; en el Centre International d'Accueil et d'Échanges des Récollets, en París; en LABMIS, en el Museo de Imagen y Sonido, en São Paulo; en Galeria Kiosko, en Santa Cruz de La Sierra, Bolivia, entre otros. Desarrolló proyectos y expuso en varias instituciones y galerías de Brasil y del exterior, entre las que se encuentran: Sesc São Paulo, Centro Cultural Banco do Brasil, EAV Parque Lage, Caixa Cultural, Centro Municipal de Arte Hélio Oiticica, MAC Santiago de Chile, Uj Art Galería, Galería Cremallera, Galería Kiosko, A Gentil Carioca. De las participaciones en exposiciones colectivas, se destacan Histórias da Dança no MASP, São Paulo, 2020; Salón Acme 08 | Ciudad de México, 2020; Crestas Trienal de Artes, en Sesc Sorocaba, 2017; III Muestra del Programa de Exposiciones del Centro Cultural São Paulo, 2012 y “Nova arte nova”, en el Centro Cultural Banco do Brasil en Río de Janeiro y São Paulo, 2009. Como bailarina y co-creadora, trabajó con las coreógrafas Lia Rodrigues y Joao Saldanha. Celina es de Río de Janeiro y actualmente vive en São Paulo. Estudió Diseño en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro y se graduó en Bellas Artes en la Université Paris VIII.

 



Agulha Revista de Cultura

Número 236 | agosto de 2023

Artista convidada: Celina Portella (Brasil, 1977)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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