sexta-feira, 29 de setembro de 2023

CÉSAR BISSO | Raúl Gustavo Aguirre, el invencionista porteño

 


Expresarse poéticamente equivale a mostrarse desde la concepción misma del lenguaje. Esta expresividad ayuda a paliar la desolación y la impotencia que acompaña al poeta a lo largo de su vida. Raúl Gustavo Aguirre (Buenos Aires, 1927 – Olivos, 1983) nos quiso decir desde la poesía que el mundo simula buscar la verdad. Paralelamente, las grandes dudas, aquellas que emocionalmente no encuentran respuesta, pretenden trascender a través desde la soledad de un poema. El punto de partida del poeta siempre recayó en la intuición de saber que el mundo no tiene respuesta a ninguna de sus preguntas. Entonces, las posibilidades reales de su existencia es aceptar las revelaciones que la escritura poética le ofrece, revelando por un lado la extrañeza que experimenta frente a la vida y, por el otro, expresando su rebeldía por ser reducida a una comprensión racional. Para el creador, la idea que subyace es que la constitución de la belleza tiene una forma interior, lo que implica una necesidad de expresarse en dos registros (lo real y lo intangible) para manifestar exhaustivamente lo que intenta advertir a los demás.

¿Cuál es el misterio que navega por los ríos internos del poema? Seguramente se lo habrá preguntado Aguirre en medio de sus profundos silencios. Hablar desde la poesía, para dilucidar la verdad que está contenida en las mismas palabras, porque sólo de ellas se vale el poema. No hay mayor pretensión para el poeta que aquella de emocionar a través de la belleza y la reparación. A pesar de por lo que acontece a su alrededor, la poesía siempre ha buscado proyectarse a puro deslumbramiento, lejos de todo vínculo con las verdades absolutas y el tiempo estéril.

Conocí al hacedor del movimiento Poesía Buenos Aires a finales de 1973, cuando lo fue a visitar a su oficina de la biblioteca Domingo Faustino Sarmiento, que funcionaba en el subsuelo de la Caja Nacional de Ahorro y Seguro, frente a la Plaza del Congreso. Un puñado de textos fueron mi carta de presentación ante el hombre sereno y afectuoso que, desde la hondura de su conocimiento, me abría las puertas del universo poético. Estar radicado en la Capital Federal, donde cumplía el servicio militar obligatorio, me permitió dar forma a una intensa comunicación generacional, intentando aprehender los conocimientos literarios que Aguirre desgranaba pausadamente desde el vórtice de su ordenado escritorio. Aguirre creía a conciencia, aún con cierto candor, en la escritura de los jóvenes poetas que frecuentaban los cafés literarios porteños o aquellos que enviaban a su despacho los primeros textos impresos o los que teníamos el placer de visitarlo con frecuencia. Observaba que la juventud literaria tenía la intuición de cuál era el verdadero camino, porque experimentaban con nuevos estilos, buscaban otras maneras de expresarse, se informaban acerca de la realidad del mundo, tratando de ver y resistir a través del pensamiento y del ejercicio de la palabra poética. Aguirre consideraba que para esa época algunos caminos ya estaban abiertos, desde la obra poética de notables poetas nacionales como Juanele Ortíz, Oliverio Girondo, Antonio Porchia, Alejandra Pizarnik, Jacobo Fijman, Enrique Molinas, Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Olga Orozco, Alberto Vanasco, José Pedroni, Manuel J. Castilla; y desde la ensayística de Aldo Pelegrini, entre otras. A pesar de las cruciales circunstancias históricas que nos tocaba vivir, los poetas jóvenes sustentaban grandes posibilidades de realización. Pero, Aguirre también tenía en cuenta la técnica como algo muy personal; es decir, esa capacidad única para decir que define al verdadero creador. Para salir de los “pantanos de lenguaje” - expresión que utilizaba como ejemplo-, que indefectiblemente se forman cuando el agua de la inspiración no circula, es imperioso que el poeta tenga el mayor contacto posible con la poesía de todas partes y de todos los niveles y tendencias. Recomendaba leer con la misma intensidad a Whitman, Kavafis, Rimbaud, Huidobro y Rilke, para citar algunos de los tantos “faros” que iluminaron los mares de la creación y orientaron a poetas impedidos de resurgir del aislamiento cultural que conllevaba la exaltación del nacionalismo, como único referente para comprender el mundo. Para él era un verdadero suicidio si dejaban de lado lo universal para limitarse a lo autóctono. Hasta ese punto llegaba el temor estético de Aguirre que nos proponía una incursión por las zonas más límpidas de la razón, porque comprender no significaba certeza y la mera observación no era el manifiesto de la realidad. Un poeta siempre debe actuar frente a los otros, pero antes debe aprender a mirar. A pesar de tanta incertidumbre, cuando se decidió antologar aquellos tres voluminosos tomos para Ediciones Fausto, no dudó en incorporar a muchos de sus “nuevos poetas”, quienes a finales de la década del setenta exhibían sus primeros textos, como Oscar Portela, Norberto Antonio, Carlos Vladimirsky, Luis Alberto Laporta, Daniel Chirom, Juan Carlos Moisés y quien escribe estas líneas, para nombrar sólo a los nacidos en los años 50’.

Recuerdo que, en una conversación epistolar que mantuvimos por octubre del año siguiente, Aguirre analizaba el advenimiento de la poesía social en nuestro país, que sufría los embates de fuertes contradicciones ideológicas y violentas convulsiones políticas. Aquella época oscilaba entre la literatura “urgente” y las cruciales circunstancias históricas. Y frente a ese tumultuoso devenir, había que soportar la vergüenza de ser poeta en un tiempo donde los problemas más acuciantes eran hasta los de la simple supervivencia. Conjeturaba Aguirre: “¿Qué es lo que más vale en César Vallejo? ¿Qué hable de un obrero ferroviario republicano o su manera de hablar de él? Es cierto que si hablara tan bellamente de Franco (Francisco) no nos agradaría del mismo modo, pero en poesía el tema sólo es un significante más, como dicen los estructuralistas. Si mi tarea fuese hablar en favor de los obreros ferroviarios, escribiría un panfleto político: es mucho más efectivo y puede ser comprendido por mucha más gente que un poema. Y aquí tenemos un dato no desdeñable: algunos poetas no tienen la paciencia de soportar que lo que hacen es por el momento inútil, irrisorio, impotente y minoritario. Entonces se lanzan a la falsificación, en un intento por llegar a todos. Todos es algo que no existe”.

Conversar era algo que Aguirre sabía hacer muy bien y lo transformaba en verdadero arte. Algunas reflexiones surgidas sobre el espacio y el tempo poético, logré exponerlas en publicaciones culturales locales de la época. En sus respuestas defendía el don sagrado de la Diosa Blanca: “creo que, como en todas partes, hay una poesía que imita a la poesía: oficiantes, retóricos, escritores, no poetas. Aunque también están quienes buscan la poesía, antes que nada, como una forma de vivir, de la que los poemas son huellas y no demostraciones”. Era un poeta/pensador fascinante. En tiempos tan complejos para todos los argentinos, Aguirre se mostraba sumamente preocupado por la situación política y social que comenzaba a tallar muy fuerte en la vida cotidiana y repercutía en la escritura literaria. Su postura se situaba entre la comprensión de una realidad abrumante y el análisis severo acerca del uso de las formas poéticas en tales circunstancias. Argumentaría que el momento actual se caracterizaba por una gran confusión, donde muchos creadores, –bien intencionados sin duda- confundían los reinos: los intensos y urgentes problemas sociales, económicos y políticos repercutían en la poesía (está muy bien que sea así, porque ella debe estar arraigada en una realidad concreta) pero la cuestionaban, la limitaban, la adulteraban. Decía Aguirre: “se necesita hoy particular entereza y lucidez para seguir viendo claro el límite entre los lenguajes de la prosa proselitista y una experiencia poética que requiere su propio lenguaje, sin que ello quiera significar que el poeta no participe, por ello, de la imperiosa realidad que lo circunda. La poesía está siempre a favor de la vida, es por lo tanto una fuerza liberadora, pero en un sentido y con unos alcances que no siempre concuerdan con el registro de los hechos cotidianos”.


Probablemente, el lenguaje revolucionario de muchos escritores era observado por Aguirre con la preocupación de un esteta invulnerable. El florecimiento de la poesía social fue percibido por el autor de Señales de vida como “prosa”, por más hábilmente preparada que fuera su apariencia de poesía. No hallaba motivos suficientes para suscribir a las nuevas doctrinas poéticas que emergían por entonces. Supo confesar por aquellos días que “la experiencia poética es una sola desde que el hombre comenzó. Si hay algo nuevo, entre nosotros, es el trabajo de algunos poetas para extraerla de la confusión en que de continuo está expuesta a caer: los peores enemigos de la poesía son a mi entender, por un lado, la literatura como institución; por el otro, la política”.

Más allá de ser partícipe y testigo de un tiempo ensombrecido, su oficio poético nunca fue consuetudinario. El fervor de Aguirre siempre estuvo aferrado al activismo de la palabra y no al de los hombres y, es por eso, que muchos creadores -jóvenes y maduros- encontraron en él al guía luminoso que podía alumbrar el destino de la poesía ante la impotencia por decir algo diferente desde la verdad y la belleza. Así, pretendieron merecer la transparencia intelectual de un poeta sin enemigos, para no apartarse de los efluvios del invencionismo. Para él, la participación del creador en la construcción de su sociedad nunca dejó de ser una experiencia genuina y trascendente. Porque siempre tuvo la capacidad de actual intencionalmente sobre las estructuras del sistema, ya sea para reproducirlas o transformarlas. El poeta que Aguirre rescata de la historia -en este caso representada en la década del 70’- conservaba para sí la característica de haber actuado, consciente y activamente, sobre la realidad social y política. Más allá de su preocupación existencial, el poeta necesitó reivindicar el rol del individuo como sujeto creador y, por ende, las posibilidades de cambiar el mundo desde su modo de conocer, pensar y actuar. La gran duda que dejó aquella experiencia es valorar si realmente la poesía social pudo traspasar por encima de los cánones que controlaban y limitaban las intenciones estéticas del poeta.           

 

Triste devenir

Regreso al recuerdo de aquellas visitas que se sucedieron semana tras semana hasta marzo del año siguiente, cuando Aguirre emprendió un largo viaje por Europa. Al poco tiempo, yo pegaba la vuelta a mis pagos santafesinos. Y luego de once meses de silencio, recibo una carta suya: “mucha agua bajo los puentes ha corrido desde que nos vimos la última vez... usted se fue de “baja” y yo me fui a Europa”. Y proseguía: “pero, después de dos meses de un viaje maravilloso, dos días antes de volver, los dioses del Destino se cobraron su cuota: tuve en Londres una seria y repentina trombosis coronaria”. Aguirre tuvo que superar más de treinta días de hospital y convalecencia, hasta poder regresar a Buenos Aires y proseguir con otros ocho meses de extremos cuidados. Apenas se sintió levemente repuesto, abandonó la prohibición del “escritorio y los papeles”, sugerida por médicos y familiares, que deseaban más tiempo de reposo y silencio. Pero don Raúl sólo quería regresar a sus libros y al arte del decir. Entonces, comenzó a escribir cartas a los amigos, recuperando poco a poco ese ímpetu que caracterizaba su andar cotidiano.

Durante nueve años estuve en contacto con el autor de Asteroides, ya sea a través de cartas o breves encuentros concertados durante mis esporádicos viajes a la Capital Federal.  Hasta que el destino se hizo cargo de su cansado corazón, un 18 de enero de 1983, pocos meses antes del regreso a la democracia y una demorada esperanza. Sospecho que hoy, el invencionista porteño, seguiría atesorando surrealismo criollo y traduciendo nuevas voces del francés al español, pero, a la vez, padeciendo un presente siniestro, azorado por la dictadura de las imágenes, el avasallamiento de las redes sociales, la distorsión de la verdad a través de incontables impostores, el asombro por el paradigmático lenguaje inclusivo y la perseverante obscenidad del Poder. Seguramente se tomaría todo con esmerada caballerosidad -tal su virtuosa costumbre- y volvería a celebrar por la defensa de la experiencia poética, siempre abierta a cualquier persona de cualquier condición, en cualquier parte del mundo, a pesar de las determinaciones socioeconómicas y culturales existentes. Sin distinción ideológica, hoy le seguiría importando mucho más la territorialidad conceptual de la poesía, que el territorio simbólico que pudiera ocupar el poeta. Porque, según Aguirre, “la auténtica poesía, por caminos misteriosos, de alguna manera ayuda a que el mundo sea más habitable, la vida más valiosa y el hombre más humano. Muestra adónde tenemos que ir”.

 



ALGUNOS POEMAS DE RAÚL GUSTAVO AGUIRRE

 

OSCILACIÓN

 

Podría decir: es el viento. Podría decir: es la noche,

la lluvia, la tierra antigua que soporta y que sabe

que todo pasará. Pero no puedo decir: estoy

solo.

 

Y no puedo por causa del amor, ceniza suave que

introduce en todo su secreto sin límites.

 

 

Y no puedo, porque es enorme la distancia entre el

canto de una gota que muere y el canto vivo de

los hombres.

 

 

EL BALLET INFINITO

 

Somos, yendo y viniendo

por nuestro propio escándalo,

amantes presurosos

en un bosque incendiado,

insensatas criaturas

que se olvidan del tiempo,

el tiempo sin piedad

que le falta a la muerte

para ser importante.

 

 

A LA POESÍA

 


Si yerta o estallada

la tierra azul en el azul perdida,

algo quedará aún: temblor o música

en las puras esferas,

Tú vivirás, no yo,

que fuiste tú la que me hirió,

tú la que por mi boca habló.

 

 

CASANDRA

 

Puede caer la lluvia tercamente

siglo tras siglo sobre las playas del país desolado.

Pueden las olas roer, ladrar enfurecidas,

o rogar, adular, musitar la limosna

junto al niño descalzo del sur,

volver indiferentes

como el pez que dejó su huevo, una tras otra,

en el cráneo resonante y vacío.

Puede llorar la lluvia, tan débil, tan eterna.

Puede también tu voz alzar un miserable

porqué sobre los mudos faraones y los desiertos impasibles.

Puedes gemir, gemir, reptar, y silenciosa,

irte por donde quieras hasta el fondo del tiempo.

Puedes yacer o levantarte

y arrasar las maderas o los tallos desechos,

los rotos subterfugios del amor sepultado.

Y seguirás allí, donde ella cae,

clavada en esa muerte.

 

 

HIPÍAS

 

La ambigüedad es mi reino.

Entre las complacencias de la noche

vivo sin iluminar

como un insecto que no tiene

fosforescencia sino mente

y silencio.

 

 

BUENAS RELACIONES

 

Los prisioneros se detestan

pero a pesar de su rencor

se tratan con educación.

 

Los prisioneros se detestan

pero no obstante, por dignidad,

jamás conversan con el guardián.

 

Los prisioneros se detestan

pero de noche mantienen diálogos

fingiendo que hablan solos.

 

 

POEMA DE MI MUERTE

 

Oscurecido voy

a manos de la muerte.

 

Nada le levo, nada

arrancado a este sol, a estas arenas,

o cuidadosamente

guardado para mí, para después.

 

Haber estado en el amor.

Haber mirado ríos, rostros, cielos.

Haber hablado con los otros

y haber hablado a solas.

Haber seguido haciendo

cuando ya no importaba.

 

Oh, ni tengo de mí más que unas pocas

referencias efímeras.

No sé de dónde vengo, qué papeles

registraron mi nombre, ya olvidados,

qué historias sucedieron

o qué preguntas hice.

 

Y si había en mi vida

algo que fuera eterno,

tal vez lo di, tal vez se me perdió.




CÉSAR BISSO (Argentina, 1952). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: La agonía del silencio; El límite de los días; El otro río; A pesar de nosotros; Contramuros; Isla adentro (Primer premio de poesía José Pedroni); De lluvias y regresos; Las trazas del agua (antología); Permanencia; Coronda (antología); Cabeza de Medusa (ensayo); Un niño en la orilla (Segundo premio municipal de poesía Ciudad de Buenos Aires); Andares; La jornada (Tercer premio Fundación Argentina para la Poesía); De abajo mira el cielo. Fue invitado a participar en diferentes ediciones de ferias de libros, festivales de poesía y encuentros culturales realizados en ciudades de Argentina, América Latina y Europa. Algunos de sus escritos han sido incluidos en diversas antologías publicadas en el país y en el extranjero; otros textos fueron traducidos al inglés, portugués, francés, alemán, italiano y árabe.



ZUCA SARDAN (Brasil, 1933). Erroneamente situado no casulo que a crítica achou por bem batizar de poesia marginal, sua obra é marcada por uma fusão de linguagens, onde poemas, fábulas, sátiras, desenhos, colagens, agitam as plateias mais dispersas e distintas possíveis. Entre seus livros, estão: Aqueles papéis, poesia (1975), Os mystérios, fábulas (1979), Visões do bardo, graffitti (1980), Ás de colete, poesias, desenhos (1994). Ao lado de Floriano Martins escreveu, a quatro mãos, inúmeras peças de um teatro automático, reunidas nos livros: O Iluminismo é uma baleia (2016) e A volta da baleia Beluxa (2022). Artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.




Agulha Revista de Cultura

Número 240 | setembro de 2023

Artista convidada: Zuca Sardan (Brasil, 1933)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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