¿Cuál es el misterio que navega
por los ríos internos del poema? Seguramente se lo habrá preguntado Aguirre en
medio de sus profundos silencios. Hablar desde la poesía, para dilucidar la
verdad que está contenida en las mismas palabras, porque sólo de ellas se vale
el poema. No hay mayor pretensión para el poeta
que aquella de emocionar a través de la belleza y la reparación. A pesar de por
lo que acontece a su alrededor, la poesía siempre ha buscado proyectarse a puro
deslumbramiento, lejos de todo vínculo con las verdades absolutas y el tiempo
estéril.
Conocí al hacedor del movimiento Poesía Buenos Aires a
finales de 1973, cuando lo fue a visitar a su oficina de la biblioteca Domingo
Faustino Sarmiento, que funcionaba en el subsuelo de la Caja Nacional de Ahorro
y Seguro, frente a la Plaza del Congreso. Un
puñado de textos fueron mi carta de presentación ante el hombre sereno y
afectuoso que, desde la hondura de su conocimiento, me abría las puertas del
universo poético. Estar radicado en la Capital Federal, donde cumplía el
servicio militar obligatorio, me permitió dar forma a una intensa comunicación
generacional, intentando aprehender los conocimientos literarios que Aguirre
desgranaba pausadamente desde el vórtice de su ordenado escritorio. Aguirre
creía a conciencia, aún con cierto candor, en la escritura de los jóvenes
poetas que frecuentaban los cafés literarios porteños o aquellos que enviaban a
su despacho los primeros textos impresos o los que teníamos el placer de
visitarlo con frecuencia. Observaba que la juventud literaria tenía la
intuición de cuál era el verdadero camino, porque experimentaban con nuevos
estilos, buscaban otras maneras de expresarse, se informaban acerca de la
realidad del mundo, tratando de ver y resistir a través del pensamiento y del
ejercicio de la palabra poética. Aguirre consideraba que para esa época algunos
caminos ya estaban abiertos, desde la obra poética de notables poetas
nacionales como Juanele Ortíz, Oliverio Girondo, Antonio Porchia, Alejandra
Pizarnik, Jacobo Fijman, Enrique Molinas, Edgar Bayley, Francisco Madariaga,
Olga Orozco, Alberto Vanasco, José Pedroni, Manuel J. Castilla; y desde la
ensayística de Aldo Pelegrini, entre otras. A pesar de las cruciales
circunstancias históricas que nos tocaba vivir, los poetas jóvenes sustentaban
grandes posibilidades de realización. Pero, Aguirre también tenía en cuenta la
técnica como algo muy personal; es decir, esa capacidad única para decir
que define al verdadero creador. Para salir de los “pantanos de lenguaje” -
expresión que utilizaba como ejemplo-, que indefectiblemente se forman cuando
el agua de la inspiración no circula, es imperioso que el poeta tenga el mayor
contacto posible con la poesía de todas partes y de todos los niveles y
tendencias. Recomendaba leer con la misma intensidad a Whitman, Kavafis,
Rimbaud, Huidobro y Rilke, para citar algunos de los tantos “faros” que
iluminaron los mares de la creación y orientaron a poetas impedidos de resurgir
del aislamiento cultural que conllevaba la exaltación del nacionalismo, como
único referente para comprender el mundo. Para él era un verdadero suicidio si
dejaban de lado lo universal para limitarse a lo autóctono. Hasta ese punto
llegaba el temor estético de Aguirre que nos proponía una incursión por las zonas más límpidas de
la razón, porque comprender no significaba certeza y la mera observación no era
el manifiesto de la realidad. Un poeta siempre debe actuar frente a los otros,
pero antes debe aprender a mirar. A pesar de
tanta incertidumbre, cuando se decidió antologar aquellos tres voluminosos
tomos para Ediciones Fausto, no dudó en incorporar a muchos de sus “nuevos
poetas”, quienes a finales de la década del setenta exhibían sus primeros
textos, como Oscar Portela, Norberto Antonio, Carlos Vladimirsky, Luis Alberto
Laporta, Daniel Chirom, Juan Carlos Moisés y quien escribe estas líneas, para
nombrar sólo a los nacidos en los años 50’.
Recuerdo que, en una conversación epistolar que
mantuvimos por octubre del año siguiente, Aguirre analizaba el advenimiento de
la poesía social en nuestro país, que sufría los embates de fuertes
contradicciones ideológicas y violentas convulsiones políticas. Aquella época
oscilaba entre la literatura “urgente” y las cruciales circunstancias
históricas. Y frente a ese tumultuoso devenir, había que soportar la vergüenza
de ser poeta en un tiempo donde los problemas más acuciantes eran hasta los de
la simple supervivencia. Conjeturaba Aguirre: “¿Qué es lo que más vale en
César Vallejo? ¿Qué hable de un obrero ferroviario republicano o su manera de
hablar de él? Es cierto que si hablara tan bellamente de Franco (Francisco) no
nos agradaría del mismo modo, pero en poesía el tema sólo es un significante
más, como dicen los estructuralistas. Si mi tarea fuese hablar en favor de los
obreros ferroviarios, escribiría un panfleto político: es mucho más efectivo y
puede ser comprendido por mucha más gente que un poema. Y aquí tenemos un dato
no desdeñable: algunos poetas no tienen la paciencia de soportar que lo que
hacen es por el momento inútil, irrisorio, impotente y minoritario. Entonces se
lanzan a la falsificación, en un intento por llegar a todos. Todos es algo que
no existe”.
Conversar era algo que Aguirre sabía hacer muy bien y
lo transformaba en verdadero arte. Algunas reflexiones surgidas sobre el
espacio y el tempo poético, logré exponerlas en publicaciones culturales
locales de la época. En sus respuestas defendía el don sagrado de la Diosa
Blanca: “creo que, como en todas partes, hay una poesía que imita a la
poesía: oficiantes, retóricos, escritores, no poetas. Aunque también están
quienes buscan la poesía, antes que nada, como una forma de vivir, de la que
los poemas son huellas y no demostraciones”. Era un poeta/pensador
fascinante. En tiempos tan complejos para todos los argentinos, Aguirre se
mostraba sumamente preocupado por la situación política y social que comenzaba
a tallar muy fuerte en la vida cotidiana y repercutía en la escritura
literaria. Su postura se situaba entre la comprensión de una realidad abrumante
y el análisis severo acerca del uso de las formas poéticas en tales
circunstancias. Argumentaría que el momento actual se caracterizaba por una
gran confusión, donde muchos creadores, –bien intencionados sin duda- confundían
los reinos: los intensos y urgentes problemas sociales, económicos y políticos
repercutían en la poesía (está muy bien que sea así, porque ella debe estar
arraigada en una realidad concreta) pero la cuestionaban, la limitaban, la
adulteraban. Decía Aguirre: “se necesita hoy particular entereza y lucidez
para seguir viendo claro el límite entre los lenguajes de la prosa proselitista
y una experiencia poética que requiere su propio lenguaje, sin que ello quiera
significar que el poeta no participe, por ello, de la imperiosa realidad que lo
circunda. La poesía está siempre a favor de la vida, es por lo tanto una fuerza
liberadora, pero en un sentido y con unos alcances que no siempre concuerdan
con el registro de los hechos cotidianos”.
Más allá de ser
partícipe y testigo de un tiempo ensombrecido, su oficio poético nunca fue
consuetudinario. El fervor de Aguirre siempre estuvo aferrado al activismo de
la palabra y no al de los hombres y, es por eso, que muchos creadores -jóvenes
y maduros- encontraron en él al guía luminoso que podía alumbrar el destino de
la poesía ante la impotencia por decir algo diferente desde la verdad y la
belleza. Así, pretendieron merecer la transparencia intelectual de un poeta sin
enemigos, para no apartarse de los efluvios del invencionismo. Para él,
la participación del creador en la construcción de su sociedad nunca dejó
de ser una experiencia genuina y trascendente. Porque siempre tuvo la capacidad
de actual intencionalmente sobre las estructuras del sistema, ya sea para
reproducirlas o transformarlas. El poeta que Aguirre rescata de la historia -en
este caso representada en la década del 70’- conservaba para sí la característica
de haber actuado, consciente y activamente, sobre la realidad social y
política. Más allá de su preocupación existencial, el poeta necesitó
reivindicar el rol del individuo como sujeto creador y, por ende, las
posibilidades de cambiar el mundo desde su modo de conocer, pensar y actuar. La
gran duda que dejó aquella experiencia es valorar si realmente la poesía social
pudo traspasar por encima de los cánones que controlaban y limitaban las
intenciones estéticas del poeta.
Triste devenir
Regreso al recuerdo de aquellas visitas que se sucedieron semana tras
semana hasta marzo del año siguiente, cuando Aguirre emprendió un largo viaje
por Europa. Al poco tiempo, yo pegaba la vuelta a mis pagos santafesinos. Y
luego de once meses de silencio, recibo una carta suya: “mucha agua bajo los
puentes ha corrido desde que nos vimos la última vez... usted se fue de “baja”
y yo me fui a Europa”. Y proseguía: “pero, después de dos meses de un viaje
maravilloso, dos días antes de volver, los dioses del Destino se cobraron su
cuota: tuve en Londres una seria y repentina trombosis coronaria”. Aguirre
tuvo que superar más de treinta días de hospital y convalecencia, hasta poder regresar
a Buenos Aires y proseguir con otros ocho meses de extremos cuidados. Apenas se
sintió levemente repuesto, abandonó la prohibición del “escritorio y los
papeles”, sugerida por médicos y familiares, que deseaban más tiempo de reposo
y silencio. Pero don Raúl sólo quería regresar a sus libros y al arte del
decir. Entonces, comenzó a escribir cartas a los amigos, recuperando poco a
poco ese ímpetu que caracterizaba su andar cotidiano.
Durante nueve años estuve en contacto con el autor de Asteroides, ya sea
a través de cartas o breves encuentros concertados durante mis esporádicos
viajes a la Capital Federal. Hasta
que el destino se hizo cargo de su cansado corazón, un 18 de enero de 1983,
pocos meses antes del regreso a la democracia y una demorada esperanza. Sospecho
que hoy, el invencionista porteño, seguiría atesorando surrealismo criollo y
traduciendo nuevas voces del francés al español, pero, a la vez, padeciendo un
presente siniestro, azorado por la dictadura de las imágenes, el avasallamiento
de las redes sociales, la distorsión de la verdad a través de incontables
impostores, el asombro por el paradigmático lenguaje inclusivo y la perseverante
obscenidad del Poder. Seguramente se tomaría todo con esmerada caballerosidad
-tal su virtuosa costumbre- y volvería a celebrar por la defensa de la experiencia
poética, siempre abierta a cualquier persona de cualquier condición, en
cualquier parte del mundo, a pesar de las determinaciones socioeconómicas y
culturales existentes. Sin distinción ideológica, hoy le seguiría importando
mucho más la territorialidad conceptual de la poesía, que el territorio
simbólico que pudiera ocupar el poeta. Porque, según Aguirre, “la auténtica
poesía, por caminos misteriosos, de alguna manera ayuda a que el mundo sea más
habitable, la vida más valiosa y el hombre más humano. Muestra adónde tenemos
que ir”.
ALGUNOS POEMAS DE RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
OSCILACIÓN
Podría decir: es el viento. Podría decir: es la noche,
la lluvia, la
tierra antigua que soporta y que sabe
que todo pasará.
Pero no puedo decir: estoy
solo.
Y no puedo por causa del amor, ceniza suave que
introduce en todo
su secreto sin límites.
Y no puedo, porque es enorme la distancia entre el
canto de una gota
que muere y el canto vivo de
los hombres.
EL BALLET INFINITO
Somos, yendo y viniendo
por nuestro propio escándalo,
amantes presurosos
en un bosque incendiado,
insensatas criaturas
que se olvidan del tiempo,
el tiempo sin piedad
que le falta a la muerte
para ser importante.
A LA POESÍA
Si yerta o estallada
la tierra azul en el azul perdida,
algo quedará aún: temblor o música
en las puras esferas,
Tú vivirás, no yo,
que fuiste tú la que me hirió,
tú la que por mi boca habló.
CASANDRA
Puede caer la lluvia
tercamente
siglo tras siglo sobre las
playas del país desolado.
Pueden las olas roer, ladrar
enfurecidas,
o rogar, adular, musitar la
limosna
junto al niño descalzo del
sur,
volver indiferentes
como el pez que dejó su
huevo, una tras otra,
en el cráneo resonante y
vacío.
Puede llorar la lluvia, tan
débil, tan eterna.
Puede también tu voz alzar
un miserable
porqué sobre los mudos
faraones y los desiertos impasibles.
Puedes gemir, gemir, reptar,
y silenciosa,
irte por donde quieras hasta
el fondo del tiempo.
Puedes yacer o levantarte
y arrasar las maderas o los
tallos desechos,
los rotos subterfugios del
amor sepultado.
Y seguirás allí, donde ella
cae,
clavada en esa muerte.
HIPÍAS
La ambigüedad es mi reino.
Entre las complacencias de
la noche
vivo sin iluminar
como un insecto que no tiene
fosforescencia sino mente
y silencio.
BUENAS RELACIONES
Los prisioneros se detestan
pero a pesar de su rencor
se tratan con educación.
Los prisioneros se detestan
pero no obstante, por
dignidad,
jamás conversan con el
guardián.
Los prisioneros se detestan
pero de noche mantienen
diálogos
fingiendo que hablan solos.
POEMA DE MI MUERTE
Oscurecido voy
a manos de la muerte.
Nada le levo, nada
arrancado a este sol, a
estas arenas,
o cuidadosamente
guardado para mí, para
después.
Haber estado en el amor.
Haber mirado ríos, rostros,
cielos.
Haber hablado con los otros
y haber hablado a solas.
Haber seguido haciendo
cuando ya no importaba.
Oh, ni tengo de mí más que
unas pocas
referencias efímeras.
No sé de dónde vengo, qué
papeles
registraron mi nombre, ya
olvidados,
qué historias sucedieron
o qué preguntas hice.
Y si había en mi vida
algo que fuera eterno,
tal vez lo di, tal vez se me
perdió.
CÉSAR BISSO (Argentina, 1952). Poeta y ensayista. Ha publicado los siguientes libros: La agonía del silencio; El límite de los días; El otro río; A pesar de nosotros; Contramuros; Isla adentro (Primer premio de poesía José Pedroni); De lluvias y regresos; Las trazas del agua (antología); Permanencia; Coronda (antología); Cabeza de Medusa (ensayo); Un niño en la orilla (Segundo premio municipal de poesía Ciudad de Buenos Aires); Andares; La jornada (Tercer premio Fundación Argentina para la Poesía); De abajo mira el cielo. Fue invitado a participar en diferentes ediciones de ferias de libros, festivales de poesía y encuentros culturales realizados en ciudades de Argentina, América Latina y Europa. Algunos de sus escritos han sido incluidos en diversas antologías publicadas en el país y en el extranjero; otros textos fueron traducidos al inglés, portugués, francés, alemán, italiano y árabe.
ZUCA SARDAN (Brasil, 1933). Erroneamente situado no casulo que a crítica achou por bem batizar de poesia marginal, sua obra é marcada por uma fusão de linguagens, onde poemas, fábulas, sátiras, desenhos, colagens, agitam as plateias mais dispersas e distintas possíveis. Entre seus livros, estão: Aqueles papéis, poesia (1975), Os mystérios, fábulas (1979), Visões do bardo, graffitti (1980), Ás de colete, poesias, desenhos (1994). Ao lado de Floriano Martins escreveu, a quatro mãos, inúmeras peças de um teatro automático, reunidas nos livros: O Iluminismo é uma baleia (2016) e A volta da baleia Beluxa (2022). Artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.
Número 240 | setembro de 2023
Artista convidada: Zuca Sardan (Brasil, 1933)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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