ANA
ENRIQUETA TERÁN
Rara,
magnética, extraña, exigente, oracular, heráldica, barroca, densa, deslumbrante,
sabia, hechicera, críptica, rítmica, musical, son palabras que le encajan bien a
la orfebrería espiritual de Ana Enriqueta Terán (1918-2017) le convienen, y así
lo han dicho varios. ¿Y qué se quiere decir con eso?, pues seguramente muchas cosas
diversas acerca de varios asuntos neurálgicos. Para dar una idea de estos habría
entonces que abrir la lectura, darle cauce a la investigación y navegar por esas
sorpresivas páginas suyas, y así avanzar con algunos esbozos de respuesta a su hermoso
transcurrir en la poesía.
Apunto que las lecturas de sus versos
a través del tiempo coinciden al resaltar el vasto mundo interrogante que nos espera
al abrir cualquiera de sus libros, unos más cercanos que otros, ciertamente. Y al
mencionar la palabra interrogante quiero también decir mundo incógnito, enigmático,
problemático. La claridad no predomina desde el punto de vista de los significados,
ni lo unívoco, ni lo tenido por cierto, por sólido, por común, por verdadero. En
su poesía vamos, no a la claridad del sentido, sino al esplendor de los hallazgos
y también a reconsiderar, a replantear, a darle un sacudón a las cosas, a inventar
novedosas aproximaciones al espíritu, a dejar de lado lo previsible, pues algo recomienza
desde otra perspectiva o con la vista puesta en otro punto.
Con estas señales previas, me he propuesto
escribir algunos comentarios de lectura de un libro de la poetisa que lleva por
título Construcciones sobre basamentos de
niebla, del año 2006, publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana con
prólogo de otro gran poeta trujillano: Ramón Palomares, que la quiso y admiró toda
la vida (ella vivió 99 años, siempre lúcida y con memoria excepcional).
Este libro es una publicación que incorpora
varios de los dibujos que la poeta firmó como hechos por TEA, descolocando y jugando
con un nombre al que ella quiso tanto y le dio la vuelta a las letras iniciales;
dibujos no solo en sintonía de enigma con el ágil estilo de sus versos, sino también
son una especie de prisma para allegarse a estos. Ojalá que un día los tengamos
reunidos en un solo texto. Quiero mencionar también que esta elección de libro descansa
en lo fortuito, en tanto no planificado; es fruto del encuentro menos previsible
y pienso que esto tenía que ocurrir y me parece muy bueno que suceda ahora, cuando
entiendo estas palabras a modo de homenaje a la soberbia artista de Valera.
El título de este poemario, Construcciones sobre basamentos de niebla,
apunta de inmediato a la condición productiva, laboriosa, hacedora de lo específico
humano. Especificidad que en ella iba, sobre todo, por el lado destacado de la escritura,
pero también era dibujante, orfebre y modista. Es así, era una constructora de muy
alto nivel. Los basamentos de niebla vienen a complejizar el asunto del hacer, pues
al poco de acercarnos a esas bases de niebla, uno puede asociar esto con espejismos,
inconsistencias, debilidades de origen, fracturas, inestabilidades, que además producen
incertidumbre, miedo, angustia. Pues eso de niebla es justamente lo que debería
ser sólido para sostener, para mantener algo en pie.
Desde un comienzo, desde el título, este
libro puede ir en la vía del preguntarse acerca de las mitologías de la personalidad:
Alguien crece opaco en deslucido
pedestal,
Irreconocible propio rostro,
por la supuesta estabilidad que proporciona
la experiencia:
Cansan dados sobre tapetes
deslucidos de tanta ofensa,
por la fragmentación del ser y su dispersión
congénita:
secreta y fría, dividida en
uno y otro lugar,
Asirse a nada. No saber cómo
sostener el espejo. Ni si lluvia
ni si águila extendida en
muro profundamente deseado,
por la angustia que produce el avance
de una presencia terrible:
Pero están edad, despego y
este sabor a morir a trocitos,
por la sensación de extravío:
por la conciencia de las diarias estrategias
para pasar iluminada de cara al público y sin ser vista:
No
plasmar. No encender líneas para dibujo de bestia esencial,
dejarla libre, abrigada de luz para esconder tiniebla
de fondo.
Ramón Palomares describe de forma notable
lo que aquí ocurre en términos de experiencia interior:
He
aquí un magnífico regalo, un bello enigma, una rara sorpresa. Su metáfora se llama
Construcciones sobre basamentos de niebla
y su arquitectura se inscribe en la verdad; y esta en el monólogo de quien se resiste
hasta el último aliento a desfallecer. La protagonista se retira a un lugar solo
y único reconocido por ella –torre de poesía–, y en su sala secreta levanta una
hoguera de niebla y se contempla.
Creo también que este es un episodio
contemplativo del devenir de alguien que quiere sostenerse en lo más verdadero,
en lo más sólido, aunque sea a descampado, pues es un libro de 2006, cuando la escritora
tiene para ese momento la edad increíble de ochenta y ocho años, que a primera vista
no parece el tiempo ideal para pensar poética y filosóficamente con vigor sobre
cuestiones y preguntas tan radicales como esenciales. Y no solo es que lo hizo,
sino que lo logró de una manera espléndida. Un Maestra de la vida donde la escritura
tiene lugar estelar a partir de la autenticidad y el ir a fondo en lo tocante al
saber como privilegio de lo humano.
De
casa en casa
Hay
como mínimo dos vías para imaginar por dónde puede ir la poeta en estas páginas,
uno es el de la arquitectura como diseño de un referente para ella muy importante
como “LA CASA” (sabemos de su gusto por el paisaje venezolano y que vivió efectivamente
en varias casas y lugares como Valera, Valencia, Jajó, Margarita, Chichiriviche),
y también la arquitectura como hacer apropiado para la realización y la contemplación
de su arte mayor: la escritura poética, en la que ella trabajó especialmente, rigurosamente.
Esta “casa del lenguaje” de Ana Enriqueta se despliega, se desenvuelve, se transmuta
en reflexión desde y sobre la materia de sus versos (es importante recordar ese
título tan revelador de uno de sus libros: CASA
DE HABLAS).
Quiero citar de nuevo a Ramón Palomares
cuando advierte en el pórtico de Construcciones…
lo siguiente:
…
en este acto de confrontarse con su devenir, estos aconteceres, construidos en la
niebla, constituyen la proposición, muchas veces urgente y compulsiva, de objetivar
su propia conciencia.
Ella, con máxima atención exploratoria
y vivencial, en este poemario le sigue el paso a la respiración, al jadeo de sus
palabras, a esa materia a la que le dedicó lo mejor de su existencia, y encuentra
estados emocionales muy diversos que pasan de la tristeza a la alegría, o del rumor
escéptico al optimismo en un vaivén inseparable. Esto confluye, además, en el deseo
de “objetivar su propia conciencia”. Escuchémosla un poco para tener su voz presente.
Primero, el poema “Bocas formadas a punta de piel”:
Estuve
cerca de mis edades. Primavera entornó rosas a ras de suelo.
Veranos
oficiaron tatuajes de bocas formadas a punta de piel.
Otoño
anduvo escueto en cabalgatas sobre endurecidas arenas.
Invierno
reconoce daños en fugaces deleites.
Estas son sus cuatro estaciones. Las
rosas de la juventud. Después, las huellas de la vida en la piel, en la boca por
donde hablamos, por donde decimos, y esos tatuajes de un lenguaje que debemos interpretar
y escuchar siempre y nunca lo haremos del todo. En el otoño, un andar a caballo
por terrenos duros y ásperos. Y en el invierno el arte de reconocer los daños, también,
como fugaces deleites, y con la constante elaboración verbal como lugar de estar
en lo preferible del mundo, de su mundo:
Deslices, suaves aromas incursos
en espacios novísimos,
Apuntalados por años y gestos
imperfectos a través de aligerarse, mandar.
Cubrir piel con tatuajes de
buen decir.
Y también oír el poema “Reclamos de tiempo”:
Qué
ramajes incluso sed nubla este instante
coronado de aves nunca vistas,
inobjetables
en ritmos,
gracias
menores, acompañadas de un no desear,
no
acostumbrarse a premuras de viaje último.
Alguien
se desliza bajo mantas de miedo.
Alguien
quiere salir, asomarse a balcones de humo
y volar en lo escrito.
Al leer estos poemas uno sabe de inmediato
que ha ingresado en un espacio que tiene sus propias reglas, códigos, planos. Es
un cosmos particular de imágenes, sonidos, palabras y al leerlos, al entrar con
ellos a los pasillos del alma y del cuerpo, nos detenemos en esas aves nunca vistas,
las gracias menores, cierta quietud que roza el nirvana en el inminente e inevitable
viaje al que se le teme, mantas de miedo, alguien aquí quiere salir volando, alguien
que sabe que todo es efímero, e insiste en la escritura como pasaporte a cierta
eternidad, por mínima que esta sea.
Construcciones sobre basamentos de niebla es un libro múltiple e inagotable.
Y nosotros sabemos que su realidad es un prodigio que nos seduce y nos encanta.
Es por esto que iremos poco a poco entre sus versos, para intentar tener una idea
inicial, un trazo lumínico de lo que nos atrapa en él, además de la presencia visual
y sonora de este organismo.
Escribe Juan Liscano sobre
Ana Enriqueta: “tiene una penetrante mirada, es decir, una esclarecida conciencia
de la creación”.
Escribe Patricia Guzmán sobre
este libro lo siguiente: “libro impactante por cuanto radicaliza la exploración
de su subjetividad y de la búsqueda de esa dimensión otra de la palabra”.
José Napoleón Oropeza, que
la ha leído tanto, y bien, escribió esta reflexión sobre su obra en general que
me gustaría tengamos presente: “Una extraña belleza se apodera de los textos al
revestir la imagen de una atmósfera onírica, al oponer, a lo real, las veladuras
del sueño. La imagen, su música, las cadencias del ritmo, tienden, esta vez, al
tramado de realidad y sueño, fantasía y mundo real en una misma imagen”.
Atada
a incertidumbres
Ascensos
y aun distancias
Desencaje
de paso y habla
Bocanada
de vacío
Suplicio
sin ofensa
Nudos
de fuego
Saberse
en deuda
Cambios
y deudas menores
Rosa
abismal
Asumida
en propio derrumbe
Extrañezas
y duelos
Selecciono algunas palabras que aparecen
en el libro para tenerlas presentes en la lectura:
incertidumbre,
distancia, desencaje, vacío, suplicio, nudo, deudas, abismo, derrumbe, extrañeza,
duelo…
La poesía misma, con esas síntesis que
intentan abreviar o condensar algo significativo en los títulos de los poemas, son
pequeños faros que iluminan cierta manera de entender lo que compone la autora,
nos ofrece algunas pistas para viajar en este terreno.
Vamos también a sus poemas para agudizar
el oído y la mirada. Escojo al azar uno que me gusta mucho:
Apariencia
de mesa servida.
Sobre
manteles inauditos, platos, copas voraces, señalando hambre final.
Hambre
inmensa como bocanada de vacío.
Alas
sin enredo posible en aire inmóvil.
¿Acaso
costumbre de inquietud frente al vaso sagrado?
Ya la frase “Costumbre de inquietud”
parece el título de un libro (Costumbre de sequía es el nombre de un libro
de Luis Alberto Crespo), y ese vaso, ¿cuál será ese vaso sagrado y qué contiene
ese vaso?, ¿por qué la inquietud?
En todo caso, este poema es un buen ejemplo
para saber que nada podrá suplantar la belleza misteriosa del poema por una especie
de respuesta a una adivinanza tentativa. Pareciera que más que respuestas definitivas,
nos genera preguntas y dibujos de escenarios existenciales. Y el poema puede ser
aquello que queda resonando en la cámara nupcial de la sorpresa y el entusiasmo.
Un
respiro en torno a la historia
Leyéndola
ahora, escuchándola, tratando de hacer más cercanas sus palabras, quiero hacer un
inciso a partir de cómo la recuerdo a ella en lo personal: apasionada, hermosa,
orgullosa, devota, despiertísima, femenina, brillante, seductora. Me decía, por
ejemplo, “Sol del mundo”, y en momentos de ficciones protectoras me llamaba “arbolón”…
Era un verdadero caso. Un caso encantador sin duda alguna, que podía pasar de la
mayor inteligencia elaboradora de ideas al susurro del cuento picante entre dos,
a la sonrisa, a la complicidad, a la franca sabrosura de vivir, a sus investigaciones,
sonetos, dibujos, oraciones; a su altar, sus dibujos, su familia; a la comida, a
sus ríos de siempre, a sus paisajes más constantes, a su memoria maravillosa. Ella
siempre estuvo rodeada de tantas cosas…
Era un lujo de la vida. Un collar magnífico
con formas imposibles. Con trajes que ella misma confeccionaba para que el esplendor
llevara la mejor parte. Y claro, mandaba con la tiranía de una reina de pétalos
sonrientes. Ana Enriqueta Terán Madrid, decía a veces en voz alta, y era cuando
sentía imprescindible recalcar esas palabras en circunstancias especiales. Y por
los Madrid es que éramos familia, pues su mamá era Madrid Carrasquero, y mi abuelo
era Martín Márquez Carrasquero. Quiso mucho a mi abuela Trina Áñez Bustillos, mujer
recia y reconocida maestra de la ciudad portátil (Trujillo, estado Trujillo).
La poeta y quien escribe, además, tenemos
en común a un viejo brillante que fue gobernador de Trujillo en 1850: Manuel María
Carrasquero Vethencourt, periodista y poeta que goza todavía de mucha estima y consideración
en las tierras andinas (Ana Enriqueta me regaló unas cartas preciosas de él a una
novia que luego sería su esposa); estima regional que asimismo me la comentó el
historiador trujillano, bibliófilo y amigo al que admiré particularmente por su
memoria y por el interés por lo que yo escribía, Rafael Ramón Castellanos.
Sin embargo, ¿qué hacen estos dos párrafos
de historia en este escrito? Bueno, primero, porque en la elaboración de este escrito
en homenaje a ella consideré también incorporar algo de este estilo personal con
Ana Enriqueta, pues esa relación es para mí significativa a la hora de pensar en
sus versos, al leerlos, al interpretarlos. Y tal vez también porque en esos fragmentos
de la memoria leo, me topo, encuentro caminos donde los versos funcionan como configuración
de direcciones, de sendas que nos han hecho meditar bastante en esa antigua y no
menos complicada historia de vivir.
Y algo muy importante que debo decir
acá: ella fue una mujer preciosa, y más que preciosa, bellísima. En este sentido,
el tema de los años para ella no era cualquier cosa. Y es una cosa que debe tenerse
presente en cierto nivel de lectura, porque lo que va a enfrentar realmente Ana
Enriqueta, a esa edad en la que la mayoría está por completo jubilada, son los propios
temas de la sustancia y el sentido de la existencia: la poesía, la escritura, Dios,
la conciencia, la muerte, el cuerpo, lo estable, lo residual, la verdad, lo auténtico.
De lo que pasa y lo que ocurre
Quiero
señalar entonces que en mi aproximación a este libro veo que se activan “vasos comunicantes”
con sus letras, y por otro lado, en estos poemas escucho también una demanda, una
añoranza, una nostalgia en tono de reclamo, una pasmosa verificación de evidencias
anonadantes.
Escuchémosla para tenerla siempre en
el punto de mira:
Sobre
manteles inauditos, platos, copas voraces, señalando hambre final.
Hambre
inmensa como bocanada de vacío.
Selecciono y transcribo algunos versos
de distintos poemas para seguir un poco la marca que nos dejan en relación a la
inquietud y al fragmento, a la división y el desconcierto:
Irreconocible
propio rostro,
en
paso divorciado de lo que afirma centro sin tener centro,
¿Es
pues, soledad o nada más usar pañuelos para despedirse de nadie?,
Sometimiento
a escalones de humo. Alma en desorden.
Caer
de espalda. Solamente caer de espalda,
deudas,
irse sin pagos a uno ni otra. SABERSE EN DEUDA.
Contar
hasta tres y no borrar la desolación.
Bien
persignarse ante miedos de no saber conducir propia alma.
Me
absuelvo o aparecen de nuevo culpas.
Por otro lado, y en un intento de ir
dándole la forma a la curva de las ideas en el final, encuentro en la mención del
derrumbe una relación importante con los basamentos de niebla. Que lo diga la poetisa:
No
cambiaron modales, ni barajar arreglos frente a dureza única.
Ella
deglutía ceniza de rosas pero era ceniza.
Era
desgajarse en dos partes para sumergirse en aguas de memorias.
Por
último, roca de apoyo. Roca de apoyo que no existió jamás.
Y comento que, sin esa roca, sin esa
dureza en el epicentro que no existió jamás, sin esa fuerza de columna, de sostén,
el basamento de niebla se convierte en humo, y la arquitectura tambalea, la casa
tiembla física, psíquica y ontológicamente.
Si esta casa es la subjetividad de la
que habla Patricia Guzmán o Juan Liscano o Ramón Palomares, lo que está aquí tambaleándose
es la conciencia misma, o una manera de entenderla que ahora se percibe desgajada,
inquieta, separada, extrañada, distante, incierta, culpable, dubitativa, suplicante,
endeudada, y ante esas rosas de cenizas, dice el poema, ante esa división, es posible
y a lo mejor preferible hundirse en aguas de memorias, en aguas de la interioridad para ver qué pasa allí, qué se encuentra, quién
vive en la cueva, en las grutas que también existen en esta subjetividad.
En este momento me pregunto, ¿será que
esa percepción del vacío, del derrumbe, de la fisura, de la niebla, del humo, la
llevó a encontrarse y sentirse en la escritura como respuesta útil a la hora de
otorgarle sostén a la casa que se sostiene en el aire?, ¿para encontrar un poco
de quietud en la niebla de lo incierto?
Centros
de luz
El
poema con el que finaliza este libro se llama “Ensimismada lucidez”, vale la pena
leerlo para constatar que ella sabía muy bien de lo que hablaba. Aquí, esta música
tiene una escritura bien trenzada, un pentagrama cruzado por su propia manera de
interpretar la vida. El poema dice así:
Borra
símbolos para hallar centro de luz en presencia fija.
Intuye
presencia y nunca tanto caracol asfixiado en espirales de nada,
ideando
modos, gesto o palabra, para ver, solamente ver…
Nunca
tanto implorar por tactos que tropiecen en algo,
alguna
señal de textura ardida
para ver, solamente ver.
Más allá de lo que da a pensar este poema,
es interesante esto de que después de mucho escribir, de mucho pensar y sentir,
sea la visión aquello que parece tender un puente a ese posible más allá de ella,
a esa tal vez única promesa tangible de novedad que entraña el sentido de la vista
bajo la noción del fruto, sin importar ya tanto la nada sino la ideación de aquello
que nos descubre lo sensorial subjetivado en voz primera y satisfacción que traspasa
e ilumina. La lucidez del poema entendida como descubrimiento de una posibilidad
de relacionarse con el mundo a partir de vías inéditas para dar consigo y con lo
Otro. Se trata de entender este libro como una experiencia de aprendizaje, como
una investigación, como un viaje interior.
Retomo el contexto de casa y conciencia,
pues aquí me parece que puede resultar iluminadora una frase de Sigmund Freud que
dice así:
El
yo no es amo en su propia casa.
Sí, sería interesantísimo hacer una lectura
de la poesía de Ana Enriqueta Terán desde la tensión entre la conciencia y lo Otro,
que sin duda conoció muy pronto, y tensión de la que aprendió mucho acerca de lo
que todavía hay que esclarecer en sus versos, y le da ese registro de grieta, de
rajadura, de abismo, de misterio, tan contemporáneo en su obra.
Ana Enriqueta Terán es una escritora
que tiene muchas cosas que decirnos. Leerla es entrar en los dilemas propios de
la actualidad. Y esto hay que subrayarlo, porque a veces uno encuentra miradas de
su obra que por el acercamiento a la poesía clásica española que existe en los versos
de la poetisa trujillana, la ubican en una especie de recreadora virtuosa del idioma
con tintes arcaizantes, pero en realidad no saben qué hacer con estas letras.
Y en cuanto a:
Borra
símbolos para hallar centro de luz en presencia fija.
Intuye
presencia y nunca tanto caracol asfixiado en espirales de nada,
ideando
modos, gesto o palabra, para ver, solamente ver…
Aquí parece que la poeta habla con libertad
de esa lucidez especial, la del cuerpo hacia adentro, la de la ensimismada, la metida
en sí, en notoria distancia con el Yo. Se trata posiblemente de borrar símbolos
(discursos al día) para hallar centros de luz en presencia fija. Una presencia que
hay que intuir más abajo y pasando de lado por el lugar preferencial de la sonoridad
caracoleada en la escritura (“nunca tanto caracol asfixiado en espirales de nada”)
con el objetivo de ver, solamente ver, que es como decir: pensar en claro.
Es entonces, al decir los versos, al
hacerlos surgir en el cuarto acústico del alma, el cuarto quizás más humilde y cierto,
cuando es posible ver mejor, pensar con menos estorbos. Buscar en uno el centro
de lo oscuro y dar con las necesarias fuentes de luz para intuir presencias estables,
en tanto que posibles respuestas a una subjetividad que se escucha, se ausculta,
se acompaña y se da ánimo, desde visiones especiales, diferenciadas, en la atención
mayor a lo más íntimo, a la visión que quiere abrirse paso, que insiste para hacer
sentir su voz más auténtica, más vaciada (sin apoyos fantasmáticos), y escribir
sobre lo que pasa y lo que no termina de pasar en esta vida, que, efectivamente,
dramáticamente, es dura, contradictoria, compleja, dolorosa, hipercostosa en varios
sentidos. Y también hermosa.
Así también leo este poemario, desde
un lugar necesario para entender y darle algún sentido a la existencia en contacto
profundo con las palabras. Esta convocatoria a ver, a pensar en claro, la encuentro
en ella, en esta poeta admirada y querida.
Por todo lo dicho hasta acá, resumo:
leer a Ana Enriqueta es siempre un trabajo exigente, ya que nos moviliza y nos compromete
por entero con su presencia, con ese a través bien trazado y radiante de sus palabras.
A TEA, nuestro mayor cariño por esos
dibujos que parecen ser portadores de más de una pequeña lámpara para entrar y disfrutar
en estos sitios tan especiales. Son como un oráculo.
MIGUEL MÁRQUEZ (Venezuela, 1955). Escritor, poeta, editor. Creador y director de la Fundación Editorial El Perro y La Rana, importante editorial de su país. Autor de los siguientes libros de poesía: Cosas por decir (1982), Soneto al aire libre (1986), Poemas de Berna (1991), La casa, el paso (1992), A salvo en la penumbra (1998), Linaje de ofenda (2001), La memoria y el anzuelo (2006), Fragmentos de la batalla (2010), Poemas de la independencia y el escarnio (2010), Reserva y esplendor (2011), Trinitarias de la cara y el envés (2014), Campana en el fondo del río (2015), Creyones sobre el asfalto (2016).
ZUCA SARDAN (Brasil, 1933). Erroneamente situado no casulo que a crítica achou por bem batizar de poesia marginal, sua obra é marcada por uma fusão de linguagens, onde poemas, fábulas, sátiras, desenhos, colagens, agitam as plateias mais dispersas e distintas possíveis. Entre seus livros, estão: Aqueles papéis, poesia (1975), Os mystérios, fábulas (1979), Visões do bardo, graffitti (1980), Ás de colete, poesias, desenhos (1994). Ao lado de Floriano Martins escreveu, a quatro mãos, inúmeras peças de um teatro automático, reunidas nos livros: O Iluminismo é uma baleia (2016) e A volta da baleia Beluxa (2022). Artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.
Número 240 | setembro de 2023
Artista convidada: Zuca Sardan (Brasil, 1933)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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