En ese sentido, podemos recordar también a personajes tan
suyos como ángeles, amarus, unicornios y neblíes que emergen de un extraño mundo,
íntimo y reverberante, así como lo hacen esos hombres enigmáticos y solitarios,
siempre de paso entre nevados luminosos o ciudades de neblina, extasiados ante la
belleza de las cosas y de sus nombres, y envueltos por una misteriosa música o por
un silencio aún más misterioso. “Hoy sólo
sé/ que camino a tientas,/ y que siempre será noche,/ siempre su silencio” leemos
en este libro, y podrían ser palabras del Ángel de Ocongate, o de Mariano de los
Ríos, o Juan Clodoveo, o Juan Simón, o Amadeo Marcelo… Seres, paisajes, atmósferas
que en cuentos y novelas conforman un universo en movimiento, “líquido”, en el que
–como en la poesía– la sugerencia y los matices deslavan las certezas; lo fantástico
y lo mítico entran y salen por los poros de la realidad; la gracia y el amor iluminan
o se apagan entre las mezquindades y vilezas de lo humano.
Del amor y la alegría
y otros poemas (Hipocampo, 2015)
compila tres breves poemarios: “Casa de Jauja”, “Elementos” y “Del amor y la alegría”.
Los dos primeros habían sido publicados anteriormente [1] en tirajes tan reducidos que puede decirse que son tan inéditos como
el tercero, que da nombre hoy al conjunto. Los versos breves y los poemas sencillamente
demarcados con números romanos crean una sensación de unidad natural que nos encamina
junto con el yo poético desde el pasado hasta el presente, desde la melancolía de
“Casa de Jauja”, hasta la celebración de “Del amor y la alegría”.
En el medio, como una fuente que fluyera en secreto hacia
los flancos, se encuentra el conjunto de “Elementos”, sorprendentes poemas dedicados
a cuerpos químicos, metales, gases o cristales de roca esenciales en la constitución
física de nuestro planeta y el universo entero (de hecho, se escribe aquí también
sobre la estrella Aldebarán o la galaxia Andrómeda). Estas formas elementales de
la materia son algo así como los hados o demiurgos que rigen desde sus purísimas
alturas o profundidades insondables los paisajes y las emociones que se despliegan
o transcurren en el libro. A la vez, patentizan el contraste entre lo eterno imperturbable
y lo que se halla angustiosamente marcado por el tiempo y la muerte. Desde el silencio
(que es también un “elemento”, y quizá el más esencial de todos), estos cuerpos
inorgánicos actúan como resonadores de la condición humana. Así, un metal radiactivo
como el neptunio, con todo lo que supone de volátil o inasible, se convierte en
metáfora de la vida en tanto juego de sombras, sueño sin consistencia real: “Neptunio,/ identidad inalcanzable,/ espejismo/
que incesante nos acecha./ Sombras, sólo sombras/ alcanzamos./ La flor, el agua,
la mañana,/ nos muestran su pureza/ y la vida nos circunda,/ mas solo imaginar/
es nuestro sino.” (I)
Juegos, canciones, frases son evocados con afecto y pesar
dentro de esa casa –que es también terruño y paisaje psicológico–, o desde la distancia,
porque la voz está entre esas paredes, pero también está en la costa, añorándola,
sintiendo incluso que la casa de Jauja “camina” por una ciudad desapacible, acompañándolo:
“y es como si a nuestro lado/ caminara esa
casa tan hermosa,/ por una calle gris, inexorable.” (VIII)
El sentimiento de viaje, de movimiento, es constante entre
las páginas de todo el volumen. Viaja el poeta, “viaja” la casa, viajan sus habitantes
dentro o fuera de ella, viaja la memoria hacia atrás o la ilusión hacia adelante,
viaja la imaginación de los pequeños (como cuando el hijo, después de un paseo por
la playa con su padre, le propone jugar a imaginar juntos la casa de Jauja: “La lámpara será el aliso,/ y los lápices retamas./
Aquí están los libros, la mesita”(VIII)). En “Del amor y la alegría”, el poema VI nos muestra una realidad en
eterna traslación: “Viaje es el paso/ de los
días y los meses,/ de los años y los siglos./ Viaje es el tránsito/ entre el nacimiento
y la agonía./ Viaja el agua/ entre la nube y la tierra,/ entre la nieve y el océano./
Viaja el pájaro entre el árbol/ y las alturas./ Viajan los meteoros/ y viajan las
libélulas…” –y continúa así hasta llegar a la pregunta–: Y el hombre, ¿qué es,/ sino un puro viaje…?”.
En “Casa de Jauja” surgen sugestivas reflexiones sobre la
escritura. Precisamente, en el poema I, el yo poético atrapado por el desaliento
dice: “Y yo, talvez,/ aquí en la sombra,/
exhausto y salmodiando/ nombres y nombres,/ como Job en el desierto…”. Esta
visión desencantada, sin embargo, da paso, en “Epílogo”, a una nota de reconciliación
con la palabra que será, después de todo y de tanto, la única entidad capaz de revivir
para siempre el paraíso perdido: “Solo estoy/
en mi casa de Jauja,/ en su silencio, en su quietud/ en su tristeza, en su alegría./
Solo estoy/ y es tan hermosa la palabra…”.
Particularmente perturbadora, en Casa de Jauja”, es la imagen
de un Ojo que acecha sin pausa y malogra las pequeñas alegrías. ¿Dios, la muerte,
una tristeza irremontable, el mal? Desconocemos su identidad, pero no su poder de
hacer daño: “Ojo que yo mismo/ até a mis días./
Ave que es mi sombra,/ clavada su zarpa/ para siempre a mi costado.” (XI)
El paisaje entrañable, recuperado al fin a través de la mujer
amada, está poblado de música, colores, danzas. La armonía de la pareja llena de
armonía todo lo que la rodea, y distintos elementos naturales se unen en imágenes
de bello sincretismo entre el Ande y la costa: “Llevar al mar/ como ofrenda/ una azucena de colores,/ y una sullahuayta./ Y una caracola/ a la cumbre nevada/ del Lasontay./
Enlazando nuestras manos/ al son de la huaylijía/ en celebración/ del tiempo y de
la vida.” (IX)
Hermoso libro el que nos acaba de entregar Edgardo Rivera
Martínez. Emocionan sus poemas desnudos de artificio, en los que confluyen con tanta
gracia la música y el silencio, la hondura reflexiva y la sencillez, los dones de
la tierra y los goces de un espíritu que sabe recogerse en el “fuego oscuro” de la soledad creadora y abrirse
desde allí a las fiestas del amor.
NOTA
1. Casa
de Jauja. Lima: Lasontay, 1980. / Elementos.
En: Revista Telúrica y Magnética.
Facultad de Letras de la UNMSM, nº 2, nov. 2009.
ROSSELLA DI PAOLO (Perú, 1960). Estudió Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú y pertenece al grupo de poetas surgidos en los años ochenta. Participa en exhibiciones multidisciplinarias de poesía, pintura y fotografía. Poemarios: Prueba de galera (1985 y 2017), Continuidad de los cuadros (1988 y 2018), Piel alzada (1993 y 2019), Tablillas de San Lázaro (2001 y 2020), La silla en el mar (2016), que recibió el premio Luces de El Comercio al Mejor Libro de Poesía 2016, y Cielo a tierra (2023). Fue docente universitaria y dirige talleres de poesía. Sus poemas aparecen en antologías de poesía peruana e hispanoamericana. Fue Premio Casa de la Literatura Peruana 2020. Fue reconocida como Personalidad Meritoria de la Cultura (Ministerio de Cultura, 2020).
ZUCA SARDAN (Brasil, 1933). Erroneamente situado no casulo que a crítica achou por bem batizar de poesia marginal, sua obra é marcada por uma fusão de linguagens, onde poemas, fábulas, sátiras, desenhos, colagens, agitam as plateias mais dispersas e distintas possíveis. Entre seus livros, estão: Aqueles papéis, poesia (1975), Os mystérios, fábulas (1979), Visões do bardo, graffitti (1980), Ás de colete, poesias, desenhos (1994). Ao lado de Floriano Martins escreveu, a quatro mãos, inúmeras peças de um teatro automático, reunidas nos livros: O Iluminismo é uma baleia (2016) e A volta da baleia Beluxa (2022). Artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.
Número 240 | setembro de 2023
Artista convidada: Zuca Sardan (Brasil, 1933)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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