terça-feira, 10 de outubro de 2023

CARLOS JIMÉNEZ MORENO | La esencia de la destilería en Harold Alvarado Tenorio



1. Daguerrotipos que lo señalan entresacados del tiempo con una vieja pentax de los años del foxtrot

A pesar de su barba azul no es personaje de ficción. Su mal aliento y el tamaño desmesurado de sus pies que crecen en torpes sandalias nazarenas, nos educan, irrecusables, [en la naturaleza de sus cuatrocientos veintinueve quilos de sueñera y espanto], que fue ensoñado por su madre de ojos grises en el centro de un simún que desdibujaba hombres y dromedarios como si se tratara de tinta azul cobalto en un torrente de aguas amarillas agitadas, cuando buscaba a tientas la herida que la real ciudad de Tombuctú abre al desierto.

En el recuento de los tres mil niños de Essex, que vaciaron sus ojos en procura de alimentos para el marino mongol que importó a Soho, Gloucester, Liverpool, Chelsea & London Proper los secretos del Hot Dog, su cuerpo se adelgaza hasta copar el espacio de la voz que en el vigésimo séptimo canto de Ezra Pound recita a Propertius y a Guido en provenzal.

La insistente misericordia que acosa esta figura nos libra de ella, pero nos arroja a un terreno donde las opciones se multiplican en juegos de espejos. Lo vemos en Uganda estudiando diligente por once años las costumbres de los proboscídeos, o de afanado chalador en Quai D’orsay, mientras hay versiones que recogen la suplantación que hizo en Shangai de Wong, en la página ochenta y tres de La Condición Humana.

Su adolescencia ingenua, dilapidada en los campos de Kioto y el rasgueo memorioso del sitar en Singapur, le ofreció la virtud que más estimamos: esa capacidad de entrar o salir de una habitación en el seno de un tiempo que iguala la materia de sus movimientos tornándolos en las pompas blancas con patitas agudas en cursivas negras de ocho puntos en ocho que salen de su boca para ilustrar las desventuras de Carlitos Brown perdido en los trabajados dibujos de Gustavo Doré.

Pero como la perplejidad de otros enturbia la pureza de estas imágenes, y aún no hemos relatado cuál es la altura de su cuerpo, ni su calidad de poeta ni el número de su cédula o de los dedos de su mano derecha, recurro al Larousse de este año que en la página correspondiente recorta con implacable exactitud su figura protozoica.

Harold: Dícese de quién hizo de navegante sin manos en los barcos negreros que cruzaban el estrecho. Adj. Que califica las voces que desde los picos del Himalaya desorientan a los viajeros con tormentos. Sust. Macho de especie casi extinguida que es habitual viajero en los coches de segunda del subterráneo neoyorquino. Voz. Del infinitivo de un verbo sánscrito que nombra el acto de tropezar en la oscuridad de un cuarto con una calavera rebosante de limonada.

Hasta aquí las variantes recogidas en el diccionario. Sus poemas proponen muchas otras.

 

NOTA

Publicación original: Gaceta de la Federación de Estudiantes de la Universidad del Valle, n° 7, Cali, 1969.

 

 

2. El diario de Alvarado Tenorio

Los diarios, sabemos, nos exponen cada día a toda clase de sobresaltos, menos al que supondría abandonar las inexorables rutinas con que seleccionan la  información. Ayer sorprendieron con un alumbramiento múltiple en Escandinavia; hoy, con la decisión de los norteamericanos de fabricar un submarino más letal y costoso; mañana con las imágenes de una pavorosa sequía en África.

Jamás sabremos por ellos, sin embargo, que antes de ayer, al mediodía, y gracias a los buenos oficios de un conductor de trenes, la señorita Sylvia Beach entregó a su autor —ese mismo día cuarentón— el primer ejemplar, más bien grueso, de una novela que escrita en inglés es griega pues en ella resuena como en Scoto, lo que es, por ser Logos.

Alvarado Tenorio, en cambio, ha tenido en este pequeño volumen, el ojo puesto en esos peces que saltan de la malla de los reporteros y las agencias de noticias y ha sabido encontrar la pelvis de Presley, aislar el virus que estropea la novela de uno de sus coetáneos o captar uno de los muchos rostros de Bacon. Con todo, esta virtud entre ocular y olfativa quizás no habría justificado la selección. Afortunadamente a la par con ella creció en Alvarado Tenorio otra, vinculada a su estilo, que un crítico calificó de elegancia.

Es arriesgado volver sobre esta calificación cuando nos inclinamos por la crudeza o los laberintos conceptuales y cuando parece pertenecer en exclusiva a la esfera de la moda, donde se la usa olvidando su función aristotélica. Aún así, en elegancia está la medida y la falta de estridencia, aun que circunscrita al ajuste entre las prendas y quien las ciñe.


En la prosa de Alvarado Tenorio la elegancia es ceñimiento, pero sobre todo —y aquí recuperamos la dirección primitiva de la palabra— congruencia de la escritura con la tarea de establecer y renovar el sentido. De allí que su fuerza radique en el mismo despliegue del texto, y no en adjetivos que lo ornamentan. Esto, además, tiene poco que ver con el ascetismo, como podrían creer quienes suponen que la elegancia es una con los votos de castidad.

Según muestran estas páginas, la prosa de Alvarado Tenorio, fuera de interpretaciones y diversos temas, admite una poderosa corriente de sensualidad que es a la vez franca invitación a los goces del cuerpo. Y justamente, por este radical apartamiento de la corrupción que el cristianismo introdujo en las palabras que sobrevivieron al desastre final de lo griego, la elegancia que con su obra actualiza Alvarado Tenorio es virtud, valor para asumir lo que propiamente es.

Tal vez en otros países donde este libro pueda leerse las cosas sucedan de manera diferente y sorprenda esta asociación entre elegancia y valor. En la patria de Alvarado Tenorio, que es la mía, no. Allí como en pocos sitios, la destrucción del lenguaje que hoy practica la publicidad fue precedida y está acompañada por el recurso sistemático de la demagogia, y las palabras son víctimas de las estrategias del poder que las emplea para enmascarar sus intenciones. El resultado es un lenguaje enfermo de logomaquia donde suele llamarse general a un carnicero. Falta entonces valor para decir esa palabra ajustada a nuestra vida y a nuestras intenciones, a nuestro lugar en el mundo.

 

NOTA

Publicación original: Lecturas Dominicales, de El Tiempo, Bogotá, enero 20, 1984.

 

3. Literaturas de América Latina

Literaturas de América Latina, el libro del poeta y ensayista Harold Alvarado Tenorio, hará época. Empezando por su ambición, que no es poca, y que no es otra que intentar hacer una historia de las literaturas de nuestro continente en los dos siglos que nos separan de las guerras de Independencia. La sola enunciación del propósito impresiona a quienes tenemos alguna noticia de la vastedad, diversidad y riqueza, tanto literaria, como cultural, de la veintena de países en los que se fragmentaron los imperios coloniales de España y Portugal a comienzos del siglo pasado. Acopiar, leer, clasificar y describir e interpretar todo lo que los escritores nuestros, de Méjico a la Argentina, han compuesto y publicado en un periodo tan dilatado de tiempo, parece, aún en su mera enumeración, una tarea tan vasta y exigente que muchos creíamos reservada a equipos multidisciplinarios de los que los angloparlantes llaman Scollars, antes que a los empeños solitarios de un solo hombre, por mucho que este hombre tenga la inteligencia, la energía y la tenacidad que exhibe Alvarado Tenorio.

El inventario de algunas de las características de su obra corrobora el tamaño del monumental desafío. Son tres tomos, 948 páginas, sin contar el medio centenar destinado a la relación de los títulos de las obras citadas, parcial o totalmente, en el texto, y un aparato crítico tanto o más abrumador que la certeza que adquiere el lector que Alvarado Tenorio leyó efectivamente las obras de los 107 autores estudiados en extenso. Y no sólo esas obras sino, muy probablemente, las de muchos de los autores excluidos de su selección definitiva, algunos tan notables como José Carlos Mariátegui, Gilberto Owen o Augusto Monterroso.

Con una masa documental tan inmensa entre manos, Alvarado Tenorio ha escrito un libro que es por lo menos tres simultáneamente. El primero es una colección de ensayos críticos sobre los autores de su predilección, donde son comunes la prosa depurada y la ya muy educada aptitud de su autor para descubrir la literatura allí donde la haya, ya se trate de una proclama política, una crónica periodística, un ensayo sociológico, un breve poema metafísico o una casi ingobernable novela barroca. Alvarado Tenorio declara en el prefacio a su obra desapego a las teorías filosóficas y estéticas, tan en boga entre los estudiosos e investigadores de la literatura en nuestro país, quienes aparentemente no consiguen en muchos casos otra cosa que apartar a los jóvenes de la lectura de los textos literarios que pretenden interpretar o descifrar. En ninguna otra parte ese desapego es más fructífero como aquí, en esa colección de ensayos críticos que contienen invariablemente una y la misma invitación a leer a los escritores que estudian e interpretan. Ese solo mérito basta para perdonar a Alvarado Tenorio que su antiteoricismo militante le lleve a tropezar a veces a la hora de intentar la conceptualización de periodos históricos, de tendencias de pensamiento o de esquemas generales de clasificación literaria.

El segundo libro es una prolongación del primero pero ni se agota ni se reduce a él. Se trata de una antología de textos que logran el efecto inmediato de poner al lector en contacto directo con los escritores que son en definitiva la auténtica materia de esta obra. Antología que, además, está hecha no sólo con sapiencia sino también con ironía. Por ejemplo, el primer texto citado de un autor como Borges, a quien gestos como el de viajar a Chile poco después del golpe militar para recibir una condecoración del general Pinochet, o el de suprimir la dedicatoria a Richard Nixon de una traducción del "Canto a mí mismo" de Walt Whitman, por haber firmado el presidente la paz con los comunistas en Vietnam, le dieron la triste fama de autor reaccionario. El primer texto citado de Borges es, repito, precisamente un poema juvenil suyo que es simultáneamente un canto a la Revolución Rusa. La ironía se vuelve traviesa, e incluso tramposa, en la desenfadada versión en prosa que Alvarado Tenorio da de "En Novgorod la Grande", poema de Alvaro Mutis.


El tercero es el libro de notas, que contiene reseñas biográficas y bibliográficas muy precisas sobre los autores incluidos en la obra. Por su claridad, complejidad y actualidad no me cabe la menor duda que será un apoyo valiosísimo tanto para  investigadores  y estudiosos como para profesores de literatura latinoamericana de la secundaria y las universidades de Colombia y del resto de los países castellano-parlantes. Este tercer libro es en definitiva, una obra de referencia y consulta desde ahora imprescindible. ¿Cuáles fueron las ideas de la literatura que Alvarado Tenorio puso en juego a la hora de redactar Literaturas de América Latina?

La primera idea de la literatura de todo escritor es la que se transparenta en su propia escritura. Como ya dije, la de Alvarado Tenorio es diáfana y más que diáfana, senequiana. Quiero decir de la misma tradición a la que pertenece Séneca, quien, al decir de Borges, es el único escritor español realmente estimable así haya escrito en latín. Un latín troquelado según el Peri Hermeneia de Aristóteles, donde la estructura sujeto, verbo y predicado alcanzan una conceptualización tan diáfana como que alcanza la prosa que se ciñe a este solidísimo arquetipo. La de Alvarado Tenorio es una prosa de esa estirpe, donde el sentido circula por vías fluidas, expeditas y claras y, en ningún caso, estropeadas o demoradas por las elipses, los retruécanos y restantes meandros retóricos en los que el manierismo, primero, y el barroco, después, empozaron el sentido y en el peor de los casos, lo empantanaron.

De allí, de esa toma de partido por su propia escritura, le viene a Alvarado Tenorio la distancia irónica con que trata a los barrocos y, en especial, a aquellos que como Oliverio Girondo, Oquendo de Amat o Vicente Huidobro han tratado de manera experimental la lengua, retorciéndole el cuello al cisne, no de la belleza, sino del sentido, la claridad y el equilibrio en beneficio de la forma pura, o el imperio de la expresión o del delirio.

Alvarado Tenorio ha puesto su prosa (clásica o neoclásica) al servicio de una concepción de la historia y la vida que habría que clasificar de trágica o, al menos, fatalista. Para Alvarado Tenorio, como para su admirado Borges, la vida y ya no solo la literatura, es la repetición de unos cuantos arquetipos, que si en algo se diferencian de los que les antecedieron en el curso perfectamente circular de esa noria que es el destino, es sólo en los modos, los acentos y los tonos. No es casual entonces la definición que Alvarado Tenorio, pensando en Borges más que citándolo, da de poesía. La poesía, tiene escrito en alguna parte de Literaturas de América Latina, es una cuestión de tono.

Pero Alvarado Tenorio no se confunde con Borges. En el propio ensayo que escribe sobre éste se queja de la atención y la fe que el escritor argentino puso en todas esas construcciones con las que la filosofía europea, de Duns Scotto a Schopenhauer, pasando por Berkeley y Hume, ha levantado para sostener el escepticismo radical de quienes creen que el mundo sólo existe en la cabeza de Dios o de los hombres, que sólo es voluntad y representación, o como dijo el poeta, "aire, sueños, nada". Alvarado Tenorio es un escéptico pero de otro tipo. Escéptico que desconfía de las ideas y más si éstas se presentan bajo la forma de un sistema articulado, con la capacidad adicional de explicar el mundo, su curso y sus determinaciones. Escéptico también de los paraísos celestes y, más todavía, de los terrenales, convencido como está, desde que lo conozco, que esta Tierra es un desastre, empeorado por el hecho de que después de esta vida no hay ninguna otra. Escepticismo más de labriego que de clérigo.

Estas convicciones de las que está hecha toda su poesía y no exclusivamente este extraordinario libro de investigaciones es la misma que le permite tomar distancia con respecto de su amado Borges y escuchar con fruición, dar cabida y resaltar en su libro a todos esos escritores que se han ocupado de la cruenta y conflictiva materia de la que estuvo y está hecha la historia de este continente, tan miserable. Por eso, en las páginas de Literaturas de América Latina han tenido tanta y tan bienvenida cabida los escritores y las obras que han hablado de la miseria y las humillaciones de los indios, los negros, los mulatos, y, en definitiva, de todos aquellos para quienes la vida en estos engañosos paraísos tropicales ha sido dominada por la pena, el agobio y la desesperanza. A ellos es a quien en realidad está dirigido este libro, esta portentosa tour de force del poeta y ensayista Alvarado Tenorio.

 

NOTA

Publicación original: La Palabra, Cali, 1 de Diciembre de 1996.

 

4. El tío y el sobrino

O sea Rogerio Tenorio y Harold Alvarado Tenorio, ambos de Buga, ambos tan distintos y sin embargo tan próximos. ¿Qué los une? La sangre, desde luego, es una respuesta, conservadora por más señas, con la que seguramente ambos en su conservadurismo estarán de acuerdo a pesar de que hoy día tantos dirigentes de su partido hayan abandonado la defensa prioritaria de las tradiciones reemplazándola por la defensa incondicional de la libertad de inversión extranjera. En cambio yo prefiero poner en segundo plano la consanguinidad entre el tío y el sobrino y traer al primer plano ahora que ambos son escritores y que como escritores los dos merecen atención y aprecio. Aunque por diferentes motivos, como no podría ser de otro modo, no sólo porque son escritores de estilos y calidades entre sí muy distintas sino, sobre todo, porque sus biografías, sus dedicaciones, sus ambiciones y sus logros son igualmente distintos.


Rogerio Tenorio, que viene de cumplir recientemente 80 años de edad (celebrados con júbilo en una gran fiesta por las autoridades de su ciudad y por quienes somos sus amigos), es en definitiva un cronista y un poeta esencial, radicalmente provinciano. Alguien para quién la literatura no es una profesión moderna sino una vocación clásica, religiosa si se quiere, cuyo ejercicio nunca ha sido para él incompatible con su condición de hombre de bien y menos con las obligaciones derivadas de sus compromisos políticos y empresariales. Rogerio ha sido entre otros cargos concejal y alcalde de Buga, además de un empresario self made man, tan afortunado que su nombre ya figura en la historia de quienes en el Valle del Cauca introdujeron con éxito esa industria avícola que ya es parte inseparable de su economía y de su paisaje.

Por eso su literatura ha sido y sigue siendo una literatura de destilería, a cuenta gotas, que reunida en dos tomos, el primero dedicado a su poesía y el segundo a sus crónicas periodísticas, es morosa, reposada, medida y más dada a la reflexión que al ingenio, aunque no falten en ella intensidades nerudianas, sobrecogedoras, como la que se agolpa en estos versos memorables: Vengo desde los lindes de tu ausencia / borracho con el vino de tu olvido. Lo dejó escrito en alguna parte Borges: a un poeta la basta un sólo poema para incorporarse al caudal inagotable de la lengua.

Alvarado Tenorio, el sobrino, es, en cambio, un poeta cosmopolita. Un académico, un intelectual, un políglota. Alguien cuya carne no es la carne sino la letra, o mejor, la literatura, a la que se ha dedicado con un ahínco ejemplar desde cuando obtuvo su título de bachiller en un colegio de estudiantes vagos de Bogotá y se vino a Cali a hacer su licenciatura en letras. Ahínco que la literatura le ha retribuido con creces convirtiéndole en uno de los mejores poetas no sólo del Valle - que ese es un título como para Jotamario Arbeláez- sino del país e incluso de la actual literatura en lengua castellana. Poeta del erotismo y de las euforias y las tristezas que los amantes alcanzan y padecen en el final irremediable de sus cópulas y desafueros. Y defensor de esta lengua nuestra, tan expuesta y acosada. Y de su diálogo con la más emparentada: el portugués, y con la más obligatoria: el inglés. Además, y pese a todos sus esfuerzos en contra, Alvarado es un desarraigado, un hombre ajeno a su pesar a la patria que tanto ama, un nómada irreparable que busca finalmente asentarse en una calle del barrio El Peñón.

 

NOTA

Publicación original: El Pais, Cali, 7 de septiembre de 2001.




CARLOS JIMENEZ MORENO (Colombia, 1947). Arquitecto, escritor y crítico de arte, profesor titular de la cátedra de teoría e historia del arte de la Universidad del Valle, maestro en teoría e historia del arte y la arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, es profesor de estética de la Universidad Europea de Madrid. Miembro del comité editorial de la revista Brumaria, ha escrito para El Pais y El Mundo de Madrid, en ArtNexus de Miami, y Third Text y Contemporary Art de Londres.





KAREL DEMEL (República Checa, 1942). Diseñador gráfico e ilustrador, expone con frecuencia en países como Alemania, Bélgica y los Países Bajos. Su obra contempla un diálogo permanente con temas figurativos que el artista encuentra en ambientes teatrales, poéticos y musicales. Karel es el artista invitado de nuestra edición.






Agulha Revista de Cultura

Número 241 | outubro de 2023

Artista convidada: Karel Demel (República Checa, 1942)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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