terça-feira, 10 de outubro de 2023

HELENA ARAUJO | La poesía de Harold Alvarado Tenorio

 


Hoy, el sentimentalismo del amor ha de asumirse por el sujeto como una transgresión fuerte, que lo deja solo y expuesto; un trastrocamiento de valores ha convertido este sentimentalismo actualmente en una obscenidad [Roland Barthes, Fragments d’un Discours D’Amoreux. Paris, 1977]. La poesía de Alvarado Tenorio parece destinada a rechazar tal “obscenidad”. Si en su obra temprana, la temática amorosa surge como un entretenimiento lúdico del cuerpo; luego será una evasión necesaria, adscrita al instinto, ajena al sentimiento. En sus primeros poemas las fuentes son arcaicas: tradición gnómica que exhorta a través del aforismo, tradición sapiencial que prefiere a lo religioso una predicación de experiencias simplemente humanas. Se trata de textos breves, leves, concisos, donde la definición pronominal de un yo no impide una cierta libertad connotativa. Allí el ánimo de claridad implica un despojo voluntario y la versión de lo real se mezcla en proyecciones dosificadas en función del amor y el deseo. Las imágenes, sometidas a una rigurosa depuración y dispuestas en lugares significativos, hallan peso y esencialidad en un lenguaje de invocaciones. Para el poeta la exuberancia del mundo extravía y lleva a la dispersión; lo conjetural trae el convencimiento de límites a partir de los cuales se ha de reconocer el propio valor. Al pronunciarse, penetra en lo lírico propiamente dicho, haciéndose a la vez exhortativo y descriptivo. Un orientalismo de tintes epicúreos le erige en predicador de enigmas que conciernen casi siempre la vivencia erótica. Quien llega al invierno, quien anota en el libro de los muertos, puede enfrentarse a la vejez luego de haber aspirado a ese conocimiento que, en el verdadero sentido platónico, brota de los hermosos cuerpos hasta asimilarse a lo “hermoso en sí”.

Más adelante, El sur definirá un aprendizaje de la belleza como aprendizaje del placer, admitiendo lo efímero. La curva del camino, el rastro del ave, el revés de la luz, invitaran a sensaciones rememoradas en función del amor. Algo recuerda aquí una cita de Bataille: “mi amor es un órgano sexual de una sensibilidad inaudita”. Al pedir u otorgar gozo, un cuerpo busca en otro saciedad y respuesta. Pero la adhesión incondicional al deseo, la disponibilidad continua, pueden también dar lugar a la melancolía:

 

No conozco nada que tenga mi amistad,

sólo el mar

y el viento

porque mis lágrimas aumentan su vida

porque mis suspiros aumentan sus pasos.

 

En estos poemas, la utilización metafórica de signos abarca la subjetividad y la expresión de lo vivenciado se inscribe en la experiencia de los límites: una lírica que guarda relación entre la imagen textual y la imagen personal, impone el tono autobiográfico. Así, la figura del poeta se confunde con el acto de escribir, como si los símiles conectaran su peregrinar por los cuerpos con su peregrinar por las palabras y las figuras. De nuevo, es necesario dar preeminencia al lenguaje, rescatándolo de la retórica en función de lo filosófico y lo concreto. El discurso amoroso, articulado en fantasmas y obsesiones, tiende a aclararse en lo real:

 

El cuerpo será la morada del cuerpo,

el vestido de la cabeza y la guía del deseo

y el vehículo de la luz.

 


En Recuerda cuerpo, la lírica se hace mucho más sincera, adscribiéndose a una identidad que se compromete actualizándose. Tópicos correspondientes a un país, un continente, un clima dado, propician la anécdota o el detalle cotidiano. Se diría que la confrontación de un pasado ya lejano, aparejada a la rememoración de lo erótico, crea una fluencia del ser como búsqueda y transcurso. Poco a poco la reminiscencia de una infancia campesina, de una adolescencia en provincia, se anteponen al continuo deambular por suburbios y arrabales. El niño que crece en uno de tantos “pueblos de olvido”, donde

 

Borrachos de camisas usadas

eructan y eyaculan solitarios

 

será el muchacho que más tarde viaja, vagabundea, se da a “la pasión por los vicios de los olvidados”. Así, una escala en Génova o Ámsterdam puede alternar con la visión desolada y yerma del altiplano andino o con la fantasía sórdida del trópico.

 

Horas de polvo y sudor y de repente mar,

océano sucio y negro como los vecinos,

sopor de sales, cayucos, plátanos

coco y peces nunca vistos.

 

Pero al lado de este exotismo tropical hay la concentración masiva de un paisaje manufacturado, la anti naturaleza de asfalto y concreto. Al asumir su pasado, el poeta asume también su contemporaneidad y se compromete. Aquí finalmente, las imágenes sobre el consumo y la técnica que disonaban con torpeza en una poesía de referencias culturales arcaicas o mitológicas, hallan sitio dentro de un contexto en que la industrialización y el subdesarrollo vulneran tanto al colegial pueblerino de ayer como al muchacho que hoy viaja y vagabundea, entregándose a “la mala vida, el abuso y los excesos del alcohol”. Un proceso de simbolización consciente parece exigir el precio de la contingencia, admitiendo la propia persona como elemento de circunstancias aleatorias. Son poemas en que se limita los significados y las metáforas remiten a ciertos ambientes. Allí el signo lírico se acerca al discurso subjetivo, traduciendo lo inmediatamente percibido a un sensualismo lúbrico. De nuevo la avidez y la intensidad sexual enseñan “como se hiere la carne/ con un placer inútil”.

Sin embargo, se diría que en el desordenado deambular del poeta los valores van perdiendo cohesión: lo inevitable de su temperamento hace la realidad cada vez más difícil de descifrar. Hay sugestión, expresividad y propósito de conformidad con lo táctico, pero al mismo tiempo una suerte de narcisismo sexual conforma una identidad que la desorientación vital afecta progresivamente. Así el cuerpo, dentro del ensimismamiento, llega a convertirse en caja de resonancias de un carácter y de una visión cambiante. Lenta, fatalmente, la autonomía va adquiriendo rasgo de dominación: en el encuentro amoroso, la risueña androginia de los apareamientos iniciales puede ceder a transacciones en que media el dinero o el machismo. Aunque supuestamente, “la carne que respira humores de vino/ No sabe distinguir entre uno y otro sexo”, se hace evidente que los encuentros homosexuales resultan más gratos que los heterosexuales. Una inevitable metonimia traduce lo inmediatamente percibido a figuras de genitalidad fálica. La voluptuosidad se reconoce en la indefensión del cuerpo femenino, casi siempre comerciable, torpe o grotesco. Mientras que de un amante efebo se evocan las carnes “salitrosas y bellas”, de una mujer se recuerda

 

el paso de la hembra

levantándose para no volver

 

los “lamentosos besos de cartón” ó

 

el horror de su rostro

al verse penetrada por un placer

como nunca antes

miserable alguno la había tocado.

 


Se diría que el credo pagano de los primeros poemas cede el lugar poco a poco a una “mala vida” cuya irreverencia, por reiterativa, sabe a escrúpulo y remordimiento. Agotado “lo infinito, la nostalgia y la solidaridad” de la juventud, las experiencias se van vaciando de contenido. En la obsesiva desacralización, en el desorden y el desarreglo de los sentidos, está la paradoja de un absurdo positivo que reivindica el placer y un absurdo negativo que señala su fatuidad. Fatalmente, el ensanchamiento de la conciencia acarrea confrontaciones y el tiempo surge como un disolvente que todo lo disocia o desvaloriza. Así, la plenitud resulta utópica y la personalidad, escindida, vacila entre una evasión ilusoria aún. Obviamente, el subconsciente es el antagonista, el revelador de la insuficiencia o inconsistencia de los propósitos. A medida que el texto lo confirma, se llega a un proceso de agotamiento temático con respecto a la futilidad de lo que se vive. El poeta carece de intención, pero hay una intención en esa misma carencia. Ya ha principiado a dudar de “La frágil memoria de la carne/ que ignora su vicio por las ideas y las palabras” y a preguntarse si al fin y al cabo ésta “importa tanto o menos que las emociones de Poggio Bracciolini al descubrir los antiguos manuscritos”. Sí, poco a poco, en un tiempo que siempre “pasa en vano”, los vagabundeos y viajes se han hecho gratuitos. Inútilmente, ha de seguir

 

Mirando cuerpos, disecando miradas

con la frialdad de los solitarios,

con su dureza, su desdén por unir cabos

olvidados.

 

Un renovado intento de identidad surgirá al insertar la experiencia dentro de un marco social asumido subjetivamente: tiempo histórico y tiempo personal interrelacionándose al dar forma real a elementos inconscientes. A través del vidrio y los últimos poemas de Recuerda cuerpo, conforman un collage de impresión— sensación en que las figuras explícitas alternan con metáforas o alegorías expresadas en elipsis. Allí, la evocación de Colombia y Latinoamérica, lleva el estigma de un ancestro, una condición, una colectividad misérrima y desarraigada. La “tierra trabajada para nada y para pocos” es la tierra del poeta, y al contemplarla contempla en sí mismo “la miseria del ombligo que no cesa el ritmo de la vida”. Una vez más la estética del fracaso y la derrota reduce todo lo factible a un sentido explicitado metafóricamente: se trata de un discurso que degrada, decae, conlleva una capitulación. ¿Cómo mantenerse en vida? Alvarado Tenorio, por afinidad, emplea la misma corrosiva ironía que su contemporáneo J. G. Cobo Borda, al dar “consejos para sobrevivir” Sí, el suyo es un inútil país “donde hay que salir bien de mañana/ con la máscara aceitada de sonrisas/ y mala leche”. Sí, allí será un perpetuo exiliado y su desarraigo no solo abarcará el concepto de patria sino de existencia. En el ejercicio mismo de la poesía, reconocerá lo inaudito de su situación, anunciando finalmente que

 

Un hombre, joven todavía,

con los ojos arqueados de sueño

está esperando la hora de repetir las palabras.

 


NOTA

Publicación original: Hora de Poesía, Barcelona, nos 23-24, 1984.



HELENA ARAUJO (Colombia, 1934-2015). Estudió literatura en la Universidad de Maryland y Nacional de Colombia. Vivió casi medio siglo en Lausanne donde enseñó cultura hispánica en la Université Populaire. Fue Premio Platero de las Naciones Unidas.






KAREL DEMEL (República Checa, 1942). Diseñador gráfico e ilustrador, expone con frecuencia en países como Alemania, Bélgica y los Países Bajos. Su obra contempla un diálogo permanente con temas figurativos que el artista encuentra en ambientes teatrales, poéticos y musicales. Karel es el artista invitado de nuestra edición.




Agulha Revista de Cultura

Número 241 | outubro de 2023

Artista convidada: Karel Demel (República Checa, 1942)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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