terça-feira, 10 de outubro de 2023

JUAN LISCANO | La poesía de Harold Alvarado Tenorio

 


La Antología crítica de la poesía colombiana, [Bogotá, 1974] de Andrés Holguín—inteligencia tolerante en una república de grandes intolerancias entre los poetas, amigos de agruparse abruptamente para afirmar sus tendencias literarias y conceptuales— apareció en mil novecientos setenta y cuatro, después que Harold Alvarado Tenorio se diera a conocer con las poesías reunidas en Pensamientos de un hombre llegado el invierno (1972). Alvarado Tenorio tenía entonces unos veintiocho años. El título de su primer libro, por tanto, se refiere a un “invierno”de los sentimientos y no de la edad. De allí procede la calificación de “desencanto” que él mismo [“Una generación desencantada”, véase Ensayos, Cali, 1994] usó en un ensayo de mil novecientos ochenta y cinco.

Holguín, en su Antología, define a Alvarado Tenorio como un “hombre culto, de personalidad enérgica y comunicante”. Apunta “una ansiosa búsqueda, una febril penetración en el mundo de la poesía, con dominio del idioma, unas veces para expresar su desasosiego, teñido de humorismo, y otras, su emoción neta, auténtica”.

En 1991 con el título de Camorra fue publicada una monografía sobre Alvarado Tenorio, con apreciaciones referentes a su obra y personalidad. En este segundo aspecto, casi todas las opiniones coinciden en señalar por una parte, su cultura, su conocimiento de la literatura, su información poética, su ejercicio docente, su contagiosa cordialidad, y por otra, su militancia vital y erótica, las cuales integraba al rito y la celebración orgiástica, como en los retablos y capiteles de las catedrales, la presencia vigilante de la muerte, quizás lo único secular y sagrado en su poesía, porque la sexualidad, la fornicación desesperada, el vino y la ebriedad, el humor, la iconoclasia, los viajes no son sino temas de fuga, de tiempo libre salvado al tiempo rígido y tecnológico de nuestra civilización unidimensional.

En la Colonia, los amos de las haciendas cacaoteras, de café o de caña de azúcar concedían a los esclavos negros días de fiesta para que reencontraran sus memorias de África. Podían, entonces, jugar a ser amos, aristócratas o sacerdotes de sus cultos originarios. Era una terapia mediante la fiesta. Así, de pronto, me suena el desparpajo erótico y la celebración vitalista de los poemas desencantados de Alvarado Tenorio:

 

De la aristocracia

queda todo:

la buena voluntad,

el amor al prójimo,

las buenas maneras

y el calor humano.

 

Nosotros, los siervos

nos complacemos

en copiar.

 

Este sarcasmo, notable literariamente, termina en una terrible verdad: somos copia. La tecnología bis perfeccionará en fotocopias. ¿De qué? ¿De quiénes? De la realidad virtual creada por la tecnología, soñada por el técnico, por los sistemas de poder, democrático-capitalistas o totalitarios (se trata en cualquier caso del totalitarismo blando consumista o duro de la política). La mayor ofensa que se le puede hacer al científico, al político, al ideólogo, al guerrero, al poderoso, desde el origen de la aventura humana, es convivir con lo natural. Pareciera que el sentido de la vida de nuestra especie consiste en crear una naturaleza artificial para ocupar el puesto de Dios, destruyendo lo que nos fue dado.

Dentro de este cuadro, el poeta es un desorganizador exotérico o es la conciencia de la tribu. Hoy se desahoga de sus obsesiones y deseos personales, separado de la tribu. Antaño fue magno y sacerdote. Ya no vaticina ni dirige, ya no es el Gran Habla, el cronista de un pueblo, sino la conciencia desdichada del individuo o la de la persona, máscara del actor, actor en espera. No es, entonces, por casualidad que Alvarado Tenorio recoja gran parte de su producción poética en un libro titulado Espejo de Máscaras cuyo último poema, “En el valle del mundo”, alcanza la grandeza de un fresco-memorial, ontológico, existencial, desesperanzado y burlón.

Se dice —y lo dice el poeta Alvarado Tenorio— que uno de sus maestros es Jorge Luis Borges. No se entiende eso. Pero cuando se ahonda en la función borgeana de la memoria, única manera de encarar la realidad, o bien se estudia el estilo parco y rotundo del autor argentino, se descubre la afinidad entre el tímido escritor libresco y cegato, y este voluminoso, extrovertido y cultísimo poeta colombiano, situado en las antípodas del Nadaísmo, aun cuando en Historia de la Poesía Colombiana, Bogotá, 1991, se le haya ubicado como Post-nadaísta. Alvarado Tenorio no es propiamente un subversivo pese al atrevimiento de su poesía en momentos orgásmicos, escriturales o existenciales, o los dos a la vez:

 

En aquellos buenos tiempos

era bueno abrirte las piernas

y lamerte hasta el cansancio

y fornicarte hasta la última gota y partir.

 


Helena Araujo, en una nota sobre la poesía de Alvarado Tenorio [“La poesía de Alvarado Tenorio”, en Hora de Poesía, Nos. 23-24, Barcelona, 1984], cita con propiedad a Roland Barthes cuando escribe: “Hoy, el sentimentalismo del amor ha de asumirse por el sujeto como una transgresión fuerte, que lo deja solo y expuesto; un trastrocamiento de valores ha convertido este sentimentalismo actualmente en obscenidad”. Araujo, partiendo de esta observación barthiana intenta demostrar que la poesía de Alvarado Tenorio no es obscena. Llega hasta a hablar del verdadero sentido platónico asimilado a lo hermoso en sí, simbolizado por la hermosura del cuerpo. Penetra en el meollo de esta sedicente obscenidad viendo en ella un pronunciamiento lírico, “un orientalismo de tintes epicúreos lo erigen en predicador de enigmas que conciernen casi siempre la vivencia erótica”.

Nada tan cercano a la pequeña muerte orgásmica como dos revelaciones aparentemente opuestas: la renovación del microcosmo y la invocación a la muerte. Así entiende Alvarado Tenorio la sexualidad y así la sintió en su inteligencia ardiente mi amigo Jorge Gaitán Durán y así fue escrito en mi libro Cármenes dedicado a él. El coito puede reducirse, como está sucediendo, a una gimnasia hedonista destinada al consumo: moda, vestir-desvistiendo, preparación para la idolatría crematística del espectáculo, narcisismo o bien fuga, droga, espejo para arrojarse en él como en un río, inclusive supremo sadismo y hasta suicidio. Puede también ser un valor, un ascenso, una plenitud que abole tiempo e historia y ahonda el ser. Su papel está restringido, en el aspecto físico, a un ejercicio carnal intensísimo. Más allá de la madurez, cuando adviene el invierno, esa energía se reparte de abajo hacia arriba, satura la memoria, el sueño, las divagaciones del insomnio. Es alma.

Lo expuesto indica que lo erótico, en la poesía de Alvarado Tenorio constituye simultáneamente una motivación poético-literaria y un impulso existencial de consumación:

 

Cuando llegue

con sus alas y sus armas

cuida de cerrar mis ojos

y que mi boca no sea

violada por las moscas.

 

Ponme en el suelo

mirando hacia la tierra.

 

Lávame bien

peina mis cabellos

corta mis uñas

y hónrame

con aromáticos ungüentos.

 

Muerte alegórica medieval, la que danza con los humanos, la que mete la mano bajo la falda de una mujer, la que la desnuda frente al espejo. Una copla metafísica, recogida por mí en Buenos Aires en un tablado donde cantaba Manuel Vargas, decía: “¡Ay la muerte! ¡La muerte/ no se puede definir/ porque nadie sabe si vivir es la muerte/ o si la muerte es vivir!” Heredad del Siglo de Oro, cultura de sangre, tradición, desencanto milenario, estoicismo.


Aun cuando en la poesía de Alvarado Tenorio todo parece anotación febril inmediatista o realismo, la verdad es otra: todo es memoria y escritura de vivencias. No hay por qué engañarse puesto que su primer libro, escrito a los veintiséis años, recoge pensamientos de un hombre “llegado el invierno”. El poder memorioso y la escritura componen su mundo de persona actoral, autoral, teatral, “camorrosa”, en desacuerdo con la realidad y hasta con la vida. Su extenso poema dejando en cueros miserables a New York lo demuestra, así como su exhibicionismo verbal, libertino en el sentido subversivo, sadiano, andariego, internacional.

El ensayo de Gabriel Restrepo [“Esta presente ausencia”, en La palabra y el hombre, No. 77, Xalapa, 1991] sobre la poesía de Alvarado Tenorio resulta particularmente acertado. Allí establece una relación luminosa entre Gaitán Durán y Alvarado Tenorio, la atracción por China, [véase Poemas Chinos de Amor, Beijing, 1991] los griegos antiguos, el viaje entendido como regreso. Al referirse a esa suma poética reunida en Espejo de máscaras señala que el poeta “en acto solitario”, en duelo con su ángel o demonio, libra una guerra “desarmada” y “desalmada” contra la paz fundada en la injusticia. Exclama: “Su lucha es cósmica, sobrepasa los acotamientos propios de los Estados, las barreras de la lengua”. Buena observación. La poesía de Alvarado Tenorio no es regional ni nacional, sino internacional, abierta a la cultura universal, despojada de cualquier colombianismo limitador. Su poema “La patria” expresa su aceptación de ser sólo individuo en el mundo. Detrás de la diatriba, la osadía verbal, el desplante, la inmediatez, se oculta la nostalgia de la infancia, la tenaz melancolía, el lúcido desencanto de saber demasiado, la reciedumbre de saberse solo con su carga de delicadeza, recuerdos, distancia y finura de alma. La experiencia y el trato con la poesía china aviva esa cualidad:

 


Esta mañana,

una pluma ha llegado

hasta el libro que leía.

¿Qué significa esta pluma?

 

¿Este temporal de suavidad?

 

¿Este pensar en el futuro?

 

¿Estas dos ciudades,

estos dos espacios?

 

En cuanto al poder de la memoria para lograr la reencarnación en el poder del verbo, en cuanto al hechizo de la melancolía, pocas veces he leído algo tan hermoso, tan musical de adentro, tan evocador como el poema “Llama”, bolero y lied:

 

Ahora ella tenía veinticuatro años,

hablaba una lengua que ignoraba el bolero;

era color de nieve y una inmensa espiga coronaba su cabeza.

 

No se repite la historia, repitió.

 

Supo, no obstante, que la vida

está hecha de gestos.

 

Esa mañana, una aire, que venía del tiempo,

había mecido aquella cabellera

deteniéndolo todo.

 

NOTA

Publicación original: Gaceta, Bogotá, nº 30, Octubre 1995.




JUAN LISCANO (Venezuela, 1914-2001). Poeta y crítico, fue director del Servicio de Investigaciones Folklóricas Nacionales y se dedicó al rescate de las tradiciones culturales del pueblo venezolano. Fue organizador del Festival de la Tradición llevado a cabo en el Nuevo Circo de Caracas en ocasión de la ascensión al poder de Rómulo Gallegos. Fue editor de la revista Aravenei de Ford Motor Company, director del Papel Literario de El Nacional, la revista Zona Franca y Monte Ávila Editores.





KAREL DEMEL (República Checa, 1942). Diseñador gráfico e ilustrador, expone con frecuencia en países como Alemania, Bélgica y los Países Bajos. Su obra contempla un diálogo permanente con temas figurativos que el artista encuentra en ambientes teatrales, poéticos y musicales. Karel es el artista invitado de nuestra edición.






Agulha Revista de Cultura

Número 241 | outubro de 2023

Artista convidada: Karel Demel (República Checa, 1942)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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