EDMUNDO CAMARGO
La escritura de este artículo ha significado la lectura de mi libro La escritura transcursiva de Edmundo Camargo
(Prada, 1984). Leerse a sí mismo después de casi 40 años es un reencuentro con las
huellas, discursivas y existenciales, a veces tenues, de uno mismo, pero es también
el extrañamiento de un yo en metamorfosis continua, reconocerse y también asombrarse
de uno mismo, los muchos que era y soy. Un devenir otro y una búsqueda de un yo
escrito que es esquivo y, a veces, irreconocible, súbito, pero también permanente,
sorpresa y memoria.
Sin embargo, desde los resquicios de ese antiguo texto
ahora he cedido a la tentación de una nueva escritura, a la alegría de buscar nuevos
sentidos en un texto que ya estaba supuestamente determinado por la imprenta, destinado
a la inmovilidad de la publicación y que ahora tenía la oportunidad de volverse
nuevamente vivo, borrador y felicidad de lo inconcluso, del fragmento como expresión
del pensamiento. He cedido a esa tentación y he reescrito unos pocos párrafos del
libro y, aunque sabía de la transgresión, los he vivido como una resurrección, cobijado
lejos de la forma pétrea de la imprenta y nuevamente he hecho vivo un lenguaje entretejido
a los versos de Camargo. Se ha buscado otro ritmo para el texto, otra aparición
en sus metáforas, diferentes pausas y silencios en las comas y los puntos, distinto
el aliento del pensamiento. En este sentido, escribir este artículo fue ese nuevo
natalicio al que se refiere Camargo en su obra llena de resurrecciones.
Me reconozco en algunos fragmentos que escribí hace tanto
tiempo, pero, ante esta nueva lectura de la obra de Camargo, ha emergido la necesidad
de decir otras palabras y crear otro discurso más atento a la vida que a la muerte,
al acontecer erótico que al testimonio del desgarramiento. Ha surgido otra escucha
del verso, de la densa y hasta contradictoria obra de Camargo. La atención se ha
descentrado de una preocupación filosófica del antiguo libro a fijarse más en el
nacimiento desnudo de la palabra y el tejido de la vida y la escritura poética.
Se ha dejado resonar el lenguaje con otro filtro teórico y sobre todo con una larga
vida transcurrida y transfigurada. “Un libro nos echa sus raíces”. [1]
Ahora tampoco pretendo
interpretar su poesía, sino hacerla funcionar en los flujos poéticos y, al mismo
tiempo, producir al lado, con mis palabras, un texto que se acople al lenguaje de
Edmundo Camargo, intercambiando sus sentidos y creando un verdadero tejido de lectura
y vidas, telaraña de deseo y sentido. Producir un palimpsesto en torno a la obra
de Camargo, otro discurso que produzca conjunciones, resonancias en varias direcciones,
ecos trémulos en los huesos y la piel de los lectores, afirmaciones en los cuerpos.
En este artículo también he pretendido crear otro lenguaje en torno a la obra de
Camargo, otro texto que entreteja los sentidos poéticos de su libro y que también
se acerque más a escuchar la vida y sus aconteceres concretos y reales, más allá
del título Del tiempo de la muerte de la recopilación póstuma que realizó
Jorge Suarez y cifró las posteriores lecturas críticas de la obra de Camargo al
sentido de la muerte. Ahora pretendemos escuchar el canto a la vida entretejida,
como en todos nosotros, a la muerte que siempre se aproxima. Esa prójima.
La vida es un jardín de senderos que se bifurcan y por
los cuales vamos, pero también volvemos, elecciones, recorridos, recuerdos y ecos
sonoros porque son lenguaje y existenciales porque es nuestro ser comprometido.
La escritura es vida y la lectura es también ese sistema de transformaciones ontológicas,
otro yo que nos crean las palabras en este antiguo cuerpo que envejece, pero no
deja de asombrarnos. Todos llegamos algún momento a nuestra isla de Creta. Una vida
que es más bien laberinto que línea recta tendida en el tiempo, miedo a perderse
y la alegría de salir. Pero el laberinto personal no es un destino, es una creación:
el Minotauro son nuestros deseos irracionales, crímenes y vicios que hemos construido
en nuestra vida, se requiere del valor para entrar y enfrentarlos y del amor de
Ariadna para salir, la fuga salvadora… No salimos como Teseo, sino como cada uno
que somos en nuestra vida entre otras personas y lecturas diversas. Todos albergamos
el Minotauro en nuestra alma y la piel asombrada cuando Ariadna nos entrega antes
de entrar al laberinto el sutil hilo rojo que nos llevará a la salida, a encontrar,
como ella, la risa de Dionisio, el dios de las transfiguraciones y el deseo. El
laberinto es también diferente, desde el clásico construido por una geometría del
caos, hasta el infinito desierto del cuento de Borges del que es difícil salir vivo.
Cada uno crea su laberinto. Yo es otro de Rimbaud y el eterno río de Heráclito que
sigue fluyendo y no nos permite nunca bañarnos en las mismas aguas. En esas transfiguraciones
del tiempo transcurrido esta nueva lectura de Camargo busca otro hilo de Ariadna
para salir de mi laberinto leído y encontrar a otro Camargo, más allá de la muerte,
en la afirmación sagrada de la vida ocurrida.
Ahora el hilo no es único, ni de un mismo color, es una
lectura polisémica de los muchos sentidos que posee la poesía de Camargo. Presenciamos
“el tránsito de los enjambres solares”. Un mundo en el cual el sol no es único,
por lo tanto, no está centrado ni conforma la armonía de las esferas del mundo griego
y la física newtoniana, sino que es un enjambre de soles que más se acerca a las
representaciones actuales del universo y del acontecimiento primigenio del Big Band
y su dinámica de dispersión. Ese universo que crea Camargo en su escritura, al mismo
tiempo de crearse a sí mismo, es centrífugo, dispersión a partir de la mujer y el
polimorfo deseo. Más que un nacimiento es un aborto, o sea un mundo ya marcado desde
el origen por la muerte. “la mujer que aborta centrifuga el planeta”. Nótese que
es un verbo, es decir, la mujer que centrifuga el planeta. Diseminación ontológica
pero también los sentidos múltiples del rizoma deleuziano que establece principios
de conexión y heterogeneidad diferentes a la raíz o el árbol que establecen un punto
y un orden. El rizoma establece regímenes de signos diversos y eslabones semióticos
múltiples, flujos de sentido en las más diversas direcciones, líneas de desterritorialización
que abarcan el universo, desde las constelaciones hasta la sangre y el hueso tierno
que endulza la tierra. Un sistema poético abierto que se conecta en todas sus dimensiones
y es susceptible de recibir constantes modificaciones (Deleuze). “Pentagrama y arpa
de silencio / brújula de la araña, red extendida. / Venas entrelazadas por donde
corre / la linfa de los muertos huidos de sus nombres”. Un permanente huir de los
nombres para hacer de la poesía un verbo de recorridos súbitos y múltiples, un acontecer
en el cuerpo y el calor de la sangre, con la orientación de la brújula de la araña
en nuestro caminar nómada por el mundo y la contemplación del universo. En este
caso, más que una poesía de nominación, es una poesía de conjugación.
Sin embargo, hay que señalar que esa dispersión es también
hacia la nada y el dolor. En esa fuerza femenina centrifuga el mundo y, al mismo
tiempo que se constituye, también se diluye. “acaso tu vacío pueda zurcir las redes
de la noche / que aprisionan los astros / y que hoy un mundo deshizo la huir de
la nada”. Esta dinámica de la presencia y la desaparición, de la vida y la muerte,
del amor y el dolor configuran esta obra poética. Pero la poesía tiene el sentido
final de la reconciliación y la afirmación “y alcancemos la mano que nos cobra a
diario / el arriendo del cuerpo”. Pero es una reconciliación con el mundo por un
sistema de transformaciones, por un permanente deseo de metamorfosis “y la perseverancia
de la piedra por ser pájaro”.
Como señala el título de este artículo, la escritura
de Camargo busca crearse en el lenguaje a sí mismo, palabras que construyen una
persona y versos que cobijan al ser. Pero, en ese intento de crearse un yo escrito,
que se acerca al estilo personal del poeta, Camargo crea también una escritura del
mundo, un sentido del universo donde vive y habita el cuerpo. Para eso primero tiene
que crear el cuerpo del mundo, la carne que dé morada al significado, de tal manera
que se transforme en un significante deseante. “para los natalicios / primordiales
/ soplo en tu hueso océano”.
1. El mundo corpóreo
Y
que una bestia un día
nos
endulce los huesos con su lengua
cálida
como un sol sin movimiento.
EDMUNDO
CAMARGO
Yo tuve que nacer
después de tanta herida
entre el ángel sanguinario
cuya espada abrió
arpas de sangre…
Yo tuve que llegar
rompiendo las palabras,
las formas
atravesar primaveras
oliendo a azúcar
entre una población
innominada
hallar arcilla para
mi voz
manchar los lienzos
puros de la nada
…
Hemos quedado ahí
donde el tiempo nos
colmó
los ojos
de imágenes comparables
a la hora chirriante
en un olvidado abecedario
Desde una población
innominada Camargo dice en lo profundo de la tierra y dibuja la nada. En su poesía,
las palabras ya no tienen un valor de intercambio, ya no representan una cosa o
un fenómeno, sino que se conectan y repiten en la lluvia y la arcilla, fluyen en
las pluralidades del yo y la palabra. En la poesía camarguiana, el lenguaje no está
apaciguado en las dos caras del significante y un significado y la representación
del mundo, sino que se juntan el discurso y la vida, la realidad y el lenguaje;
un recorrido repentino que produce sentidos polívocos y fugaces, siempre rozando
la dulzura del cuerpo y la piedra en la sombra de la tierra. El verdadero peligro
de la escritura, la más cierta grieta, y también su posibilidad de huida y realización
poética plena es esa distancia que supone todo lenguaje, esa diferencia chirriante
entre la palabra y el objeto, del enunciado y la cosa. En medio de esa distancia
se sitúa la poesía de Camargo. La voz no se repite en sí misma, la lectura es activa,
no es un eco, sino un desplazamiento; la voz se prolonga en el rumor de la lluvia,
en las chimeneas con escritura, en los pergaminos de la noche. Las palabras tienen
la misma presencia que las cosas y son también acontecimientos, ya no las repiten,
no son representaciones fantasmales o imaginarias sino una realidad, una respiración
y un cuerpo que cobija o agrede. No son discursos, son transcursos, de la voz a
la lluvia, y de la lluvia a las chimeneas lejanas, a la tierra que nos sostiene;
las palabras son series, flujos veloces y distantes, sentidos que no cesan de conectarse
y funcionar con lo más diverso y externo, con la vida real sentida y los acontecimientos
súbitos y fugaces. La voz ya no se repite en los flujos de un solo sentido del intercambio
de la nominación, sus desplazamientos no son lineales como el río y la representación,
sino como la lluvia; flujos de mil puntos, de innumerables gotas, de infinitos cursos;
una multiplicidad de líneas que se deslizan por los cuerpos, los árboles, los techos,
la piedra y la tierra húmeda. En Camargo no se navega por el río, se pasea bajo
la lluvia siendo todas las gotas, todos los puntos, todas las pequeñas corrientes
que se forman en la vida y la escritura. El lenguaje ya no es una representación
de lo real, es una producción de realidad. La escritura de Camargo es la morada
múltiple de la lluvia, debajo de la cual se fluye, no como el río, al que se puede
poner diques porque su corriente es de un sentido, sino dispersos como la lluvia,
a la cual no se detiene nunca, sino que de pronto cesa y desaparece como el que
olvida y parte. Allá lejos yo lluevo, parece decirnos Camargo, en una decodificación
del yo único, a través de la diseminación del ser. “Hoy eres lluvia en mí”. No el
lecho del río que nos impide bañarnos en la misma agua, sino la multiplicidad creciente
de las gotas de lluvia, la diseminación del ser por la convivencia erótica de los
cuerpos. “Nutriría las iglesias de palabras enormes / cálidas
y sencillas como aliento de bestia”. Sentido latente de la
transfiguración permanente del ser, “la piedra en tentativa de soñar”.
El acontecer del cuerpo y el lenguaje son sucesos del
universo. “Tu pequeña palabra hoy me amanece. La materia de la escritura en Camargo
es el cuerpo o la sombra que él proyecta ante la iluminación profana, fusión entre
la piel y la tierra, comunicación con la otra persona “la tierra me descubre siguiéndome
los pasos / y te escribo / con la tinta estancada de mi sombra”. Pero esa escritura
de carne y sombra es también aullido al olfatear el universo. “Siento un ladrido
largo entre mi sombra / cansada de olfatear detrás de las cosas”. Pero esa escritura
carnal es también plegaria, palabra sagrada y diálogo con el otro “No quiero entrar
a verte entre tanta plegaria / y tanta biblia ajada de mi mano, “cuando mis manos
han tocado en ti / la forma de mi alma”. “Mi cuerpo era badajo de campana / raíz
en otro cuerpo. El erotismo es un acontecer del universo:
entre los engranajes
de la estrella
te
amo
2. La escritura del Universo
La morena montaña se ha vestido
de novia
sinfoniza la fronda su alado abecedario
EDMUNDO CAMARGO
Somos los pastores
del mundo, pero que perturbado por nuestras pequeñeces no lo percibimos en la impresionante
belleza de su armonía, lo abandonamos y nos perdemos; el signo del pecado radical
no sería nacer, sino la barbarie de la desatención, porque percibir todo lo viviente,
la atención, constituye “la plegaria natural del alma” capaz de purificarnos de
cualquier desdicha.
Camargo en su escritura
tiene ese cuidado de escuchar el mundo por eso lo puede leer: Camargo fue un escritor
atento a la vida y aunque experimentó muchísimo con el lenguaje, no fue para que
la técnica del lenguaje y el formalismo lo desvíen de la atención primordial al
mundo y al hombre. Fue un poeta “cansado de olfatear detrás de las cosas” y en su
alma anclaron las cosas. Por eso percibe la conexión de manuscritos y sillas, la
garganta y el galope, el idioma y el fósforo, la lengua y el badajo de campaña,
la voz y la lluvia. Siempre una escritura dispersa en las cosas y el oído atento,
en plegaria. Habitando el mundo, Camargo se encuentra de pronto en medio de páginas
de agua, de pergaminos grabados en hueco, leyendo campanarios foscos y cartas de
peces; mientras el poeta recurre al balbuceo del insecto y el libro de la noche
se escribe. Por todas partes, el mundo es acontecimiento de sentido: “La noche te
leía por páginas de luna”. Camargo escribe el mundo: “herborizo su nombre / entre
las páginas puras que lindan los cometas”.
Queda el recuerdo
permanente.
Grabado en lo profundo
queda
en archivos de agua
en cartapacios
en pergaminos olorosos
quedan las cosas
dibujadas por el agua
para siempre.
Al hojearla
no solamente se leen
los planetas
En sus raíces múltiples
en su estantería de
cristal
mirase la historia
de las estaciones ajadas
el tránsito de los
enjambres solares
las cosas que nuestra
infancia reflejó en su fondo.
En estos versos, vemos
que la escritura de la naturaleza se inscribe en el agua; la memoria es ahora grabada
en lo fluctuante de la materia, en la corriente que no se detiene en las riberas,
fluye por todas ellas y no es nunca la misma, sino una multiplicidad que se transforma
en su recorrido del origen del lenguaje, el silencio, al punto del poema. Una escritura
que es como el deseo, nace a cada instante, y sin estar nunca más obligada a leer
el significante despótico grabado en la piedra, sigue los trazos, los transcursos
de los fragmentos y las corrientes con remolinos y olas. Escrito en pergaminos olorosos,
este lenguaje se vuelve flujo intenso, proceso para el olfato y el cuerpo, corriente
de sentido que lo inunda todo. En la obra de Camargo asistimos a una escritura que
antes de grabarse en la piedra como hace la ley o los mandamientos de las grandes
religiones con sus dioses únicos y libros sagrados, es un dibujo en el agua, la
lectura de la transparencia y la superficie, su transcurso y recorrido, es una escritura
que no quiere establecer normas, sino fluir en los deseos.
“A veces subo mi alma donde anclaron las cosas. “Soy
como un viejo santo / acabando de descubrir que dios no existe”. “Universidades
de otoño / concurridas de tarde por un viento docente”. Como en las grandes culturas
del origen, la naturaleza es un acontecer gnoseológico, si tenemos la atención para
oírla aprendemos de ella. “en esos pergaminos / grabado en hueco / con países /
donde el viento / tiene barbas de apóstol”. El mundo es espacio de aprendizaje y
escenario de prédica. Una escucha atenta y activa que cobija la diversidad poética
de Camargo y le otorga esa riqueza de imágenes singular en el panorama de la poesía
boliviana. A una distancia trágica del maestro Alberto Caeiro, Camargo nos dice
también de ese sentir místico de la naturaleza que es estar profundamente de acuerdo
con el mundo:
Porque lo veo. Pero
no pienso en él
Porque pensar es no
comprender nada…
El mundo no se hizo
para pensar en él
(Pensar es estar enfermo
de los ojos)
Sino para mirarlo
y estar de acuerdo…
Yo no tengo filosofía:
tengo sentidos …
Amar es la eterna
inocencia
Camargo cumple profundamente la sentencia heideggeriana
del “hombre es el pastor del ser”, en su poesía es el cuidador del mundo, el que
lo cobija y se preocupa. Esto es posible porque, siguiendo con Heidegger (1959),
el lenguaje es la casa del ser, es la escritura que permite ese cuidado del ser
de las cosas y los hombres, pero no es una escritura que representa, sino que acontece.
Como si escribir no
fuese una cosa hecha de gestos,
Como si escribir fuese
una cosa que me ocurriera
Como darme el sol.
La escritura no es una representación del mundo, sino
un acontecer. Una escritura del verbo antes que el sustantivo. Profunda afirmación
de Pessoa que también sigue Camargo: “Pensar una flor es verla y olerla/ Y comer
una fruta es conocerle el sentido”. Ese erotismo en el mudo lo encuentra también
la escritura de los versos de Camargo: “Si estás hecha de la plegaria que repiten
los árboles / cuando juntan las hojas de sus manos / y eres dulce como el verso
desnudando la piedra”. El mundo es escritura y plegaria, piel desnuda y verso.
En la poética de Camargo presenciamos esa escritura del
mundo. El poeta y el mundo se crean en la escritura. Hay libros y voces en la naturaleza
que el poeta escucha “El tiempo te recorta del libro de la noche / y sólo queda
un hueco por donde pasan roncos los / planetas” (Idem). “Cómo estarás oyendo
la concertina del viento / tras un coro de hojas / en la noche que arrastra nuestros
muertos / de los marcos de polvo del recuerdo”. El canto que abre el secreto lejano
del universo “Cantaron piedras en la voz. / Llave de fierro en la lengua”. Camargo
presencia y escucha la permanente escritura del mundo que otorga sentido: “Viejo
el planeta tiene la forma de una lágrima / que algún Dios lloraría de un ojo ya
sin llanto. / La sombra da su sermón de fraile a la tierra mendiga”. El sermón de
la sombra a la tierra y la plegaría de los árboles cuando juntan sus hojas dan un
sentido sagrado al mundo, que Camargo escucha atento y es el sustrato de su singular
poesía que brinda una erótica al universo que desnuda la piedra y se convierte en
un acontecimiento amoroso. “Nutriría las iglesias de palabras enormes / cálidas
y sencillas como aliento de bestias”. La escritura, en un profundo sentido religioso,
originario, religa la naturaleza y el espíritu, lo animal y lo humano, las palabras
y el silencio: “Tu simple luz bautizando las cosas”.
Ese mundo poblado de voces y transformaciones creado
por Camargo es el que más adelante, en esa última metamorfosis que es la muerte,
le brindará una morada dulce. “Los niños encendían su voz como una lámpara exangüe.
/ En las noches se balanceaban las lámparas de sus voces”. Un mundo lleno de mensajes
y en constante deseo de transformación “el agua como una concertina de barro derramada
/ la piedra en tentativa de soñar”. Ese símbolo de la materialidad pura que es la
piedra, en Camargo se transforma en acontecimiento erótico cuando se desnuda y desea
soñar.
3. La vida, el erotismo y la muerte
Toda alegría transfigura el hueso.
EDMUNDO CAMARGO
Horrible es esta fuerza
vidente,
de estar ciego hacia
dentro
en este anfiteatro
al que se cae al fin
con el alma sonando
a rajaduras
No es tanto la muerte la cifra de la obra de Camargo
como le impuso, tal vez desafortunadamente, el título de su libro póstumo, sino
la tragedia. Es un hermano de Vallejo:
Yo he de morir un
día
en que no encuentre
mi soledad junto a mi sombra...
Llevo un entierro
en mi alma
y el recuerdo de un
día que llegué sobre el mundo
a la muerte de un
dios en orfandad
que solo tuvo cielo…
Si han venido a cobrar
mi soledad
Sólo ha de ser el
día sangrando entre los dientes
De los perros.
En el acontecer escrito en Camargo es notoriamente corpóreo
y hay pesar y júbilo.
4. La eternidad terrena y el cuerpo
Ya los dioses no cuidan de nosotros
ETEOCLES
La poesía de Camargo es un volver a la tierra, vencer a la muerte por traspasarla
hasta la placenta germinal de la arcilla, la inmortalidad de la piel por volver
a la raíz que se transfigura, a la morada demorada de la tierra y las sales en su
coro de voces. Es inseparable esa unión de los vivos y muertos que Juan Rulfo recreó
al extremo en los diálogos de Pedro Páramo: “Los vivos y los muertos habitan espacios
superpuestos”. La vida y la muerte son las dos caras de un mismo significante y
una racionalidad lejana y súbita en la piel de la tierra: “Porque te amo en esa
consonancia que tienes con la/tierra; “cuando desenterrados nos encuentra la muerte”
“y estas últimas sílabas robadas a la muerte”; “al fin entre cenizas / levantaría
mi ronco vocerío sanguíneo”. Camargo canta más allá de la muerte, en lo profundo
de la tierra, “arcilla mis palabras”.
Eternidad terrena y corpórea que, a diferencia de la
tradición cristiana, más que espiritual es de la carne. Al principio fue el verbo
del mundo y al final es la deseante piel de la tierra.
Amor, no dejes ya
tu paso junto al pozo,
allí se ahogó la luna
y flota muerta.
Pasa de largo hasta
encontrar mi sangre
creciendo hacia mi
alma hasta tocar el sueño
La gran paradoja de la obra de Camargo y la destrucción
del paradigma religioso cristiano es la afirmación de la eternidad de la carne y
la mortandad del alma y de los dioses.
Hoy la sombra se estira
de ladrido en ladrido
y ahogase en el alma
la piedra
que construyó un dios
mortal
cuyo rostro jamás
conoceremos
El universo poético de Camargo es palpable y vence a
la muerte por la velocidad y la huida. Al crear el mundo como un cuerpo, se crea
una morada para refugiarse en la muerte germinal que nos retorna a la infancia y
la placenta: “Huiría hasta dejar de ser / hasta escuchar mi propia nada y palpar
mi vacío / y al tiempo que nos retorna niños”. Activa erótica del universo, abrazados
a las cosas y lamiendo el tiempo alcanzamos la sobrevivencia el fondo de la tierra:
“el deseo de abrazarse a las cosas, / de lamer los ácidos del tiempo que nos gasta
/ este sobrevivirse en medio de la tierra”. Un acontecer permanece presente en esta
poesía y es recurrente encontrar en los versos de Camargo la imagen de la muerte
como cuerpo, como una sustancia palpable en la calidez de la tierra: “Acaso sus
raíces / han palpado el rostro / de muertos inefables”.
Hoy todavía está el poema en su tumba en el cementerio
de Cochabamba, como en una admirable performance poética cuando uno lo lee sobre
la piedra:
Quiero morar debajo de la tierra
En un diálogo tierno con las sales, raíces mis
cabellos,
arcilla mis palabras,
donde nunca me hieran tus ojos sembradores
entre un pueblo de muertos tabicada mi boca
Es un mundo de lluvia endurecida
y de canas más dulces que el recuerdo del hombre
será un espeso día que me toque la lengua
y una mano muy tierna que me junte los huesos
Quiero sentir la tierra circular por mis venas
morderla fríamente, clavarla con mis tibias
sintiéndome en su inmensa placenta, adormecido
como un niño a la espera de su nuevo natalicio.
“La tierra adentro le descubre un sexo manso”, continúa.
La muerte es percibida por Camargo más como un regreso que como una resurrección,
profano, con los dioses huérfanos, solo espera la muerte como un suceder de dioses
estremecidos.
Y saben que al tiempo
de las metamorfosis
una voraz primavera
los brotará del fondo
de la tierra donde
cadáveres segregadores
de minerales venenosos
estarán esperando
a un dios estremecido
de sangrientas linfas.
Existe un vaso comunicante entre la rigidez de la muerte
y la azarosa vida: el amor es ese vínculo, “el dios de los sin dioses” [2] que tañe su nuevo deseo. Tanto como la
piedra, el hueso en la poesía de Camargo es una presencia viva. El badajo del cuerpo
que tañe tanto en la rigidez de la muerte como en el temblor trémulo de la vida.
Rumores. Ahí, en ese intersticio, surge la poética camarguiana y nos entrega sus
singulares sentidos.
Tañó el hueso con un nuevo ropaje de deseo
y los hombres prolongaron su muerte
al acoplarse
sobre los crematorios de su sangre antigua.
La hembra entrego sus húmedas campanas interiores
y el Ángel hiló en su nueva sustancia alucinada.
“Bajo la tierra el ojo guarda una imagen”. Que sea la
tuya.
La vida y la muerte germinan una en la otra, dando la
una el sentido de nuestras vidas finitas y nuestros actos únicos, cuando la elección
y la libertad son fundamentales para vivir y, también, cuando la vida moldea ese
inevitable instante final que siempre llega, lo cobija en la preocupación constante
antes que llegue el olvido. “Mi cuerpo era badajo de campana / raíz en otro cuerpo”
escribe Camargo, badajo que fluctúa y resuena entre la muerte y la afirmación de
la vida, raíz de vida en otro cuerpo, celebración del pan cotidiano, la primordial
saliva y las bocas que lo ansían, “la tierra en su extensión de pan alza su órbita
/ hacía la nueva boca del destino”. Se cumple la vida en ese mordisco, la obra de
Camargo es también celebración, además de esa visible premonición de la muerte de
la cual se han ocupado tanto algunos de sus críticos.
En Camargo existe un
cambio de actitud ante la muerte, una nueva forma de relacionarla con la vida y
la escritura. Kafka hizo patente una de estas actitudes distinta ante la muerte.
El escritor de Praga inscribe los obstáculos, los laberintos para despistar a la
muerte y prolongar la vida. Bajo estas condiciones, Benjamín (1970) lee la obra
de Kafka también bajo la imagen de un viaje, pero ahora el viajero, el propio Kafka,
no quiere, en verdad, ir hacia delante, trata de postergar a lo máximo la irremediable
llegada a su destino final. Los múltiples obstáculos que inscribe no son otra cosa
que otras tantas maneras de resistirse a avanzar. Pues, como a todos los hombres,
al final de este viaje que es la vida, la que nos espera es la muerte y Kafka habría
creado sus laberintos escritos para confundirla, para poner entre ella y él la mayor
cantidad de interferencias y laberintos. En la historia de la literatura es también
memorable el intento de Scherezada en Las
mil y una noche (Blasco Ibáñez, 1959) de prolongar cada noche su vida, amenazada
por el califa, narrando cada noche un cuento para crear el suspenso y evitar así
la ira y la ejecución presentida. La actitud de Camargo también es una afirmación
de la vida y prolongación de la muerte, sin embargo, su relación con la muerte tiene
un sentido distinto a la de Kafka y Scherezada; ya que él no vence a la muerte por
la postergación infinita, sino por la velocidad que la atraviesa, por el paso y
la fuga, por la producción y el acoplamiento sin término. Camargo, no hace como
Kafka, un laberinto de la vida para que la muerte no llegue (Antezana, 1982), sino
que al morir le roba algo a la vida y se la lleva en el fondo de los ojos bajo la
tierra. La muerte, no es tanto aniquilación, como una forma de ternura lejana, un
ocurrir último dentro de la tierra: “Bajo la tierra
el ojo guarda una imagen” “bajo la tierra el ojo guarda una llave”.
Seguimos
mirando, abriendo puertas, no en el más allá, cuando nos encuentra la muerte, sino
en más aquí que crea la escritura en una muerte palpable y visible. Continua sorpresa
y súbita producción de lo distinto, en la muerte no hay ninguna conclusión, ninguna
ausencia, sino formas de recuerdo y olvido, el devenir incesante de la realidad
y los cuerpos. La muerte no cesa, es un eterno diálogo y un deseo, una mano muy
tierna que nos junta los huesos y un día nos toca la lengua para decir. La poesía
de Camargo no detiene ningún impulso, no pone barreras y límites, deja pasar, atraviesa
y fluye hasta en la muerte. No negarse a nada, sino transformarlo, no detener ninguna
pulsión, ninguna latencia, nos dice Camargo, realizar todas las posibilidades en
todos los sentidos, convertir en acto todas las potencias, hacer realidad los deseos,
dejar que cualquier energía fluya y se conecte con la vida, funcionar junto a ella
produciendo procesos de metamorfosis súbita e intensa. Vista así, la vida no es
un proceso que marcha a su aniquilación, sino una constante prolongación, un dispersarse
permanente de las corrientes vitales y una transcursividad que sin cesar funciona
en la realidad y la historia, en la respiración y el hueso, formando así un gran
tejido de múltiples direcciones, un conglomerado de intensidades que no proceden
linealmente sino transversalmente, en forma oblicua y lateral, como la lluvia que
nos amanece, dando saltos y apareciendo en los lugares más distintos y lejanos.
Camargo vence a la muerte por atravesarla y huir en la arcilla y las sales primordiales.
En la poesía
de Camargo, la muerte es también un habitar, morar bajo la tierra y fluir en la
boca del gusano y la lluvia endurecida; el cuerpo mordiendo la tierra y las palabras
que son arcilla, raíz y deseo. Nunca tanta ternura para morir. Camargo ve la muerte,
no como la anulación de las fuerzas, sino al contrario, como el desperdicio y el
exceso necesarios para la continuación de la vida. La muerte ya no es la anulación
de las fuerzas, el equilibrio de las tendencias opuestas, la entropía, es una extraña
alegría, un deseo lejano que es devenir continuo y un verterse en la otredad del
mundo.
Pero debemos
notar claramente que este sentido de muerte presente en Camargo es opuesto al sentimiento
religioso, ya que la inmortalidad no es para el alma sino para el cuerpo, escribe
Camargo en el último poema de su libro “Paso mi pie / más se quedó mi alma / como
perro guardián / a la orilla de una tumba”. El cuerpo pasa y sigue viviendo. Diferenciándose
de las religiones, Camargo no pregona la inmortalidad del alma que siempre ha establecido
prisiones para el cuerpo, en él, la inmortalidad es del cuerpo, los infinitos flujos
del deseo y la carne. El cuerpo pasa, el alma queda. Aún en la muerte, Camargo encuentra
una salida, una forma de huir y seguir siendo transcurso, no necesita de la conciencia
del juicio final, el sentirse uno mismo y diferente de la naturaleza, al contrario,
necesita del gusano, de la sal y la tierra para seguirse transformando. Son los
huesos que se entregan a una mano muy tierna y los cabellos que se vuelven raíces
que alimentan las hojas iluminadas. Aunque la ausencia duela siempre, la vida entrega
su materia a la muerte precisamente para no morir, para seguir generando y transformándose.
Vistas así, la muerte y la vida son un constante intercambio, un acoplarse continuo
en las corrientes del deseo y el tiempo; es el propio Camargo que nos dice: “Los
vivos y los muertos habitan espacios superpuestos”, la vida y la muerte forman un
eterno palimpsesto de los aconteceres, la constante telaraña de transcursos y el
tejido siempre latente de los procesos de producción súbita de lo otro.
Las palabras de Zaratustra bien pudieron haber sido dichas
por Edmundo Camargo: “redimir a los que han pasado, y transformar todo ‘fue’ en
un ‘así lo quise’ sólo eso sería la redención” (Nietzsche, 1981). Nietzsche hablaba
del “querer hacia atrás” y decía “todo ‘fue’ es un fragmento, un enigma, un espantoso
azar – hasta que la voluntad creadora añade: ¡pero yo lo quise así!... Pero yo lo
quiero así, yo lo querré así” (Idem). Es el amor fatti, die eilige Behaung, la afirmación sagrada, amar la vida tal como es, desear lo que uno
es y a ti como eres. La consagración profana de la vida, ya sin dioses, lo que nos
queda es el amor a nosotros y nuestra vida sin pecado original frente a la ausencia
de dioses. En ese sentido, Camargo comparte la sentencia nietzscheana “aprender
a amarse a uno mismo” es la gran labor del pensar y la poesía.
La obra de Camargo es evidentemente breve y muy intensa.
No olvidemos que Rimbaud, ya a los 17 años, cambió la poesía para viajar en el desierto
africano. Camargo también sabía del poco tiempo que tenía para crear, esa fue para
él una certeza, murió a los 31 años y ya antes escribió ese destino de aparición
fugaz referida a su obra: “la piedra en tentativa de soñar / y estas últimas sílabas
robadas a la muerte”. La muerte siempre presente, pero también la tentativa de soñar
hasta lo más inerte como es la piedra. Augurio del fin, pero también celebración
es el sentido de la obra de Camargo. La premonición de la muerte fue parte de su
escritura. Fue una prójima, la muerte, que hacía frecuentemente sus apariciones
en los rincones de sus versos, siempre aguaitaba detrás de las palabras, surgía
su presencia efímera en el desarrollo de la escritura y del poema, hasta cuando
parecía ausente se expresaba la perpetua.
Premonición de la muerte en la escritura, pero también
profunda celebración de la vida desdichada y su deshilachada trama, cuando los versos
son esos finos hilos y el velo que se aferran al sentido perdido, pero presentido
en lo profundo del cuerpo, cuando el amor se superpone a la pena y el sinsentido
del olvido, se consuma, cuando tú eres una plegaria y el hueco que deja la vida
tiene el sentido ronco de los planetas, del universo que testigo permanece y en
silencio testimonia la dulzura tuya y de la desnuda piedra.
Yo quisiera esperarte sin este pergamino de pena
escrito con tu nombre.
El tiempo te recorta del libro de la noche
y sólo queda un hueco por donde pasan roncos los planetas.
Si estás hecha de la plegaria que repiten los árboles
cuando juntan las hojas de sus manos,
y eres dulce como el verso desnudando la piedra…
Esta poesía abisma la
carne en lejanías, la produce más allá del cuerpo, en el papel y la tinta, en el
oído y el silencio blanco. En la escritura de Camargo nuestra carne es extendida
y desplazada más allá de cualquier límite; nuestro cuerpo es también travesía y
lejanía, horizonte y hueso. Allá lejos, nuestra carne vuelve a tocarse y a pronunciarse;
más allá de nosotros, en la luz distinta, nace de nuevo el deseo en la página escrita.
Así hablaba Zaratustra: “La grandeza del hombre está en ser puente y no una meta:
lo que en el hombre se puede amar es que es tránsito…Yo amo a quienes no saben vivir
más que para desaparecer. Pues son ellos los que pasan al otro lado… flechas de
anhelo hacia la otra orilla (Nietzsche 1981). Al abandonar el eje representativo
del lenguaje, la poesía camarguiana se hace realidad viviente, intensidad deseante
que multiplica el sentido y el cuerpo. Es así que la función de este lenguaje poético
ya no será tanto designar o significar, como desvestir. “Y eres dulce, como el verso
desnudando la piedra” escribe Camargo; afirmando el carácter erótico de la poesía
y el acontecer del lenguaje junto al sentido del tacto y la vista, el erotismo del
mundo, que se escribe a sí mismo.
La poesía de Camargo
tiene también como principio esta destrucción del ser cerrado en sí mismo; en él,
la palabra no es idéntica y representativa, la palabra deviene, se transforma en
cuerpo, suena, respira, y no solo se la lee, sino que también se la lame y muerde.
Un lenguaje que ya no detiene en la representación, constantemente se transforma
en cuerpo y verbo, en letra y carne, en jadeo y silencio, salta de un lado a otro,
deviene una cosa ahora otra, parecía piedra desnuda, es pájaro y sueño; una metamorfosis
que no cesa, una fiesta, una comparsa del ser que ahora no es único e idéntico,
sino horda y jauría, tiene mil rostros y es río, es eyaculación y flujo: es deseo.
El poema es el lugar de la producción deseante, es la intensidad que constantemente
incita a franquear los límites, a pasar umbrales y producir puertas y fugas; transcursos
en lugar de discursos, cuerpos en lugar de significados, alegría de la carne indómita
en vez de los sentidos dóciles que permiten la interpretación y el comentario. El
poema nos hace nómadas y no exegetas, nos incita al viaje y al transcurso; nos manda
a los caminos, a los ríos y al mar, al fondo de la tierra y el diálogo de arcilla
Se trata de salir del
ámbito metafísico del ser, de fugar de su carácter unívoco e idéntico; sin embargo,
no se trata de una huida de abandono, sino de una huida de reencuentro. “Huiría
de la sombra como del muro denso… huiría hasta dejar de ser / hasta escuchar mi
propia nada y palpar mi vacío”, nos dice. La salida de Camargo es para hallarnos
fuera del ámbito de la identidad del ser, alejados del círculo metafísico y su poder
codificador de aconteceres; huir hasta dejar de ser, a un lugar donde las cosas
puedan ser otras, donde exista una constante transformación de los seres, un perpetuo
devenir otro y cumplir su deseo. La piedra en tentativa de soñar. El poema ya no
dirá; no tendrá significados ni mensajes, pero será la producción de salidas. La
construcción salvaje de puertas y umbrales; la palabra yo no será representación
sino barco, camino y ala y, a veces, un hueco por donde pasan raudos los sentidos
y los deseos.
La fuga de Rimbaud tiene
el sentido inverso a la de Camargo; mientras el primero sale abandonando, dejando
Europa, pasando puertos y umbrales, Camargo fuga aquí y no allá, su fuga no es de
abandono sino de encuentro, su viaje no es a otros lugares sino a lo profundo de
esta tierra, en estos surcos, entre las manos de esta gente. No es navegante, sino
cangaceiro, nómada de tierra adentro, su huida no es hacia lo otro, sino que lo
mismo lo ve devenir otro, lo produce distinto, le pone la máscara lejana de extrañamiento,
la máscara que está detrás del muro, la que reposa en el jardín, allí afuera. “Don
Edmundo Camargo Ferreira comandante en jefe de los cangaceiros” firma en una carta
a su amigo, el poeta Mario Lara. Es Camargo deambulando por una ciudad: Cochabamba,
perdida, en Bolivia; escribiendo donde abogados, donde poetas; siendo navegante
de calles, de aceras, viajero de puerta y noches. Cangaceiro, paseante que siempre
quiere huir, salir, aunque sea a palpar el vacío, a escuchar la nada.
“Yo ando en ti elegida / el amor teje en tu hueso”. En
medio de dioses huérfanos, el sexo es lo último sagrado.
El dios golpeó las húmedas estatuas
unió miembros con miembro
a dos gargantas dio el mismo signo
los órganos se confundieron
como barro enredando sus reptiles
los sexos fueron uno
Es la única vez que dios interviene en la obra de Camargo,
pero permanentemente acontece la iluminación profana, la epifanía del cuerpo que
nos descubre a un nuevo Camargo como poderoso poeta erótico, para quien su sentido
ya no es la muerte, sino el deseo y la piel. Esta nueva erótica de Camargo puede
ser una vía para nuevos escritos.
Al roce del crepúsculo dijiste que me tenías miedo
porque yo era fuerte como el deseo y mi mano
cimbraría tu piel como un trigal convulso.
Yo te alumbraba los ojos misteriosamente.
La tierra estaba humedecida por el canto
Del grillo
Hoy eres lluvia en mí, estrella habitada en las noches
La luz nace del otro, la tierra húmeda es canto, mientras
tú eres estrella habitada y lluvia.
Amor no dejes ya tu paso junto al pozo
allí se ahogó la luna y flota muerta.
Pasa de largo hasta encontrar mi sangre
creciendo hacia mi alma hasta tocar el sueño
Tránsito a la consagración del instante que redime y
que sin esa dimensión poética cualquier análisis de la obra de Camargo se torna
incompleto. No nos podemos quedar ya solamente en la imagen de la muerte, sin escuchar
la vida que se celebra plena, en los resquicios de la desgracia, en la afirmación
circunstancial de algo que ya no es la nada y que crea en la obra de Camargo una
ética de las apariciones y las afirmaciones. Aunque mendiga la tierra, existe la
dádiva en el cuerpo y el verbo, en la noche, a la luz de la luna, también acontece
el encuentro, se consuma el universo al fondo de la tierra desnuda. El estar desahuciado,
conocimiento que a ciencia cierta no sabemos desde cuando determinó su obra, le
hace amar el cuerpo de otra manera.
Mi dolor sale a gritos a predicar tu nombre en el camino
más la tierra mendiga sólo extiende la mano
donde cae
la moneda de estaño de la luna
La actitud de espera de la mano extendida de la tierra
ya garantiza el encuentro. Como decía Cortázar esperar es ya de alguna manera recibir.
Ya vimos que la atención del mundo es la plegaria natural del alma y Camargo fue
un hombre y un poeta atento a los aconteceres de la vida y sus celebraciones.
Pero allí donde hay encuentro también ronda la separación.
Lenta transcurre la pena y es efímera la alegría. En el amor también nos aguarda
el dolor, cuando el amor se cumple y el sufrimiento es otro de sus rostros.
el mismo amor que nos fundió
nos desune y nos mezcla en el espanto
El seno que ayer tuvo sabor a estrella humeante
hoy nos mancha los labios de ácidos
desciende al corazón como un metal hirviendo
Como aparece, el amor también suele ausentarse y, peor
aún desgastarse. Entonces Camargo escribe uno de sus versos más tristes:
Palomas de cal devorarían tus senos
y mi mano
estrella de cinco puntas mutiladas
bajaría a palpar en tu costado
los pegajosos fósforos
el perfil lacerado de un gorjeo ya muerto
y mi boca en tu boca aspiraría
el venenoso jugo de la sombra
Hay una tragedia en la obra de Camargo, sus versos visten
la desgracia, la tristeza y es frecuente encontrarse con el sentido de la nostalgia
y la pena: “Yo tuve que nacer después de tanta herida / entre el ángel sanguinario
/ cuya espada abrió arpas de sangre”. Esa es la música de la poesía de Edmundo Camargo:
arpas de sangre que nos dicen de la pena. Desheredado. “Un tiempo mesurado / por
este cementerio de sangres / que aún no es mío.” (Idem). El sentido de lo ajeno,
la amenaza de la nada en la vida, la muerte, asedian sus versos. Camargo es evidentemente
impensable sin el sufrimiento, pero también lo es sin el amor. Son los otros dos
extremos donde repica el lenguaje del badajo de campana; el repiqueo de la vida
a la muerte, de la dicha a la pena. Entre el sufrimiento y el amor se teje el sentido
de nuestras vidas y de su obra poética que nos acompaña. El amor duele, pero también
redime:
El agua se pliega entre tus piernas dulcemente
somos como dos pálidos ahogados
de otro tiempo
remontando el río vertical clavado al cielo
El cuerpo, el hueso y la tierra son consuelo y la muerte
un acontecimiento erótico: “La tierra adentro le descubre un sexo manso”. La vida
en la muerte es permanente deseo erótico, transfiguración de los cuerpos en el amor
de la tierra húmeda: “sus voces subterráneas han anclado el amor a las cosas”; “en
tu reino cantan los muertos lavados por la lluvia / y mi lengua es un badajo / diciendo
un nombre oscuro”. Camargo sigue cantando al fondo de la tierra como nos recuerda
siempre su poema en su tumba y este verso: “y el coro aún al fondo de la tierra”.
Pero ese canto al fondo de la tierra es una transgresión erótica: “la tierra poseía
tus muertos en un coito / de óxidos y raíces”.
Tañó el hueso con
un nuevo ropaje de deseo
y los hombres prolongaron
su muerte
al acoplarse
sobre crematorios
de su sangre antigua.
La hembra entregó
sus húmedas campanas interiores
y el Ángel hiló en
su nueva sustancia alucinada.
Hölderlin en la ya célebre
carta a su madre, dice que el lenguaje es el más inocente y peligroso de todos los
bienes, así también, la poesía en Camargo es una ocupación peligrosa, trabajo que
deja huella en la carne y la memoria. En este sentido, sus versos son su vida, su
rostro más real, su alegría más intensa. “Poesía es todo lo que impide el derrumbe
interno”.
NOTAS
2. Canción de Chico César (“Invocación”),
en la voz de María Betania.
Bibliografía
Antezana, Luis
H (1982): Función de la escritura. Presencia literaria, domingo 27 de junio
de 1982.
Benjamín, Walter
(1970): Sobre el programa de la filosofía futura y otros ensayos. Monte Ávila
Editores, Caracas.
Blasco Ibañez,
Vicente Versión castellana (1959): La mil y una noches. Editorial Schapire,
Buenos Aires.
Deleuze, Gilles.
Guattari Felix (1977): Rizoma. Pre Textos, España.
Heidegger,
Martín (1959): Carta sobre el humanismo. Taurus editores,
Madrid.
Mitre, Eduardo Editor
(2002): Edmundo Camargo. Obras completas. Poesía y Prosa. Editorial Nuevo
Milenio, La Paz.
Murena, H.A
(1972): F.G. un bárbaro entre la belleza. Editorial Tiempo Nuevo, Buenos
Aires.
Nietzsche,
Friedrich (1981): Así habló Zaratustra. Alianza Editorial, Madrid
Prada, Fernando
(1984): La escritura transcursiva de Edmundo Camargo. Ediciones Altiplano,
La Paz.
FERNANDO PRADA RAMÍREZ (Bolivia, 1955). Fue profesor e investigador del Programa de Educación Intercultural Bilingüe y del Centro de Estudios Superiores Universitarios de la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba. Sus últimas publicaciones son: Biomemorias climáticas y tejido social (2018); “Pensamiento de frontera y epistemologías en la educación superior”, en Pluralismo epistemológico. Reflexiones sobre la educación superior en el estado plurinacional de Bolivia (2014); Biogeografías. Soberanía alimentaria y diversidad (2013); “Pluralismo metodológico y las sendas del monte” en Hacia una educación intracultural, intercultural y bilingüe: metodologías y estrategias interculturales de enseñanza y de aprendizaje (2013); “De la sal al ají. El ayuno y el carnaval” en Coplas y Sabores. Ensayos y análisis del carnaval (2013). En 1984 publicó La escritura transcursiva de Edmundo Camargo (Ed. Altiplano, La Paz).
LAURA AIDAR (Brasil, 1984). Artista visual y fotógrafa. Licenciada en Educación Artística por la Universidade Estadual Paulista (Unesp) y graduada en Fotografía por la Escola Panamericana de Arte e Design. Fue docente en las escuelas municipales y estatales de São Paulo durante 6 años. Trabaja en proyectos sociales y otras instituciones (como el Sesc) impartiendo cursos de arte y fotografía para jóvenes y adultos. Realiza investigaciones y trabajos artísticos de autor utilizando lenguajes híbridos. Crea contenidos online sobre temas relacionados con el arte, la cultura y la comunicación desde 2019. En 2021 realizó la exposición Linhas Imaginadas, en la Galeria Casa Lebre, en Bragança Paulista. Según ella, esta exposición se caracteriza por ser un manifiesto a favor de la autonomía femenina, la expresión genuina, la elección consciente, lúcida y desilusionada. Laura es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Número 243 | outubro de 2023
Artista convidada: Laura Aidar (Brasil, 1984)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário