terça-feira, 31 de outubro de 2023

FERNANDO PRADA RAMÍREZ | Edmundo Camargo y la escritura de sí mismo

 


Yo vengo a dictarte al oído un rostro.

EDMUNDO CAMARGO

 

La escritura de este artículo ha significado la lectura de mi libro La escritura transcursiva de Edmundo Camargo (Prada, 1984). Leerse a sí mismo después de casi 40 años es un reencuentro con las huellas, discursivas y existenciales, a veces tenues, de uno mismo, pero es también el extrañamiento de un yo en metamorfosis continua, reconocerse y también asombrarse de uno mismo, los muchos que era y soy. Un devenir otro y una búsqueda de un yo escrito que es esquivo y, a veces, irreconocible, súbito, pero también permanente, sorpresa y memoria.

Sin embargo, desde los resquicios de ese antiguo texto ahora he cedido a la tentación de una nueva escritura, a la alegría de buscar nuevos sentidos en un texto que ya estaba supuestamente determinado por la imprenta, destinado a la inmovilidad de la publicación y que ahora tenía la oportunidad de volverse nuevamente vivo, borrador y felicidad de lo inconcluso, del fragmento como expresión del pensamiento. He cedido a esa tentación y he reescrito unos pocos párrafos del libro y, aunque sabía de la transgresión, los he vivido como una resurrección, cobijado lejos de la forma pétrea de la imprenta y nuevamente he hecho vivo un lenguaje entretejido a los versos de Camargo. Se ha buscado otro ritmo para el texto, otra aparición en sus metáforas, diferentes pausas y silencios en las comas y los puntos, distinto el aliento del pensamiento. En este sentido, escribir este artículo fue ese nuevo natalicio al que se refiere Camargo en su obra llena de resurrecciones.

Me reconozco en algunos fragmentos que escribí hace tanto tiempo, pero, ante esta nueva lectura de la obra de Camargo, ha emergido la necesidad de decir otras palabras y crear otro discurso más atento a la vida que a la muerte, al acontecer erótico que al testimonio del desgarramiento. Ha surgido otra escucha del verso, de la densa y hasta contradictoria obra de Camargo. La atención se ha descentrado de una preocupación filosófica del antiguo libro a fijarse más en el nacimiento desnudo de la palabra y el tejido de la vida y la escritura poética. Se ha dejado resonar el lenguaje con otro filtro teórico y sobre todo con una larga vida transcurrida y transfigurada. “Un libro nos echa sus raíces”. [1]

Ahora tampoco pretendo interpretar su poesía, sino hacerla funcionar en los flujos poéticos y, al mismo tiempo, producir al lado, con mis palabras, un texto que se acople al lenguaje de Edmundo Camargo, intercambiando sus sentidos y creando un verdadero tejido de lectura y vidas, telaraña de deseo y sentido. Producir un palimpsesto en torno a la obra de Camargo, otro discurso que produzca conjunciones, resonancias en varias direcciones, ecos trémulos en los huesos y la piel de los lectores, afirmaciones en los cuerpos. En este artículo también he pretendido crear otro lenguaje en torno a la obra de Camargo, otro texto que entreteja los sentidos poéticos de su libro y que también se acerque más a escuchar la vida y sus aconteceres concretos y reales, más allá del título Del tiempo de la muerte de la recopilación póstuma que realizó Jorge Suarez y cifró las posteriores lecturas críticas de la obra de Camargo al sentido de la muerte. Ahora pretendemos escuchar el canto a la vida entretejida, como en todos nosotros, a la muerte que siempre se aproxima. Esa prójima.

La vida es un jardín de senderos que se bifurcan y por los cuales vamos, pero también volvemos, elecciones, recorridos, recuerdos y ecos sonoros porque son lenguaje y existenciales porque es nuestro ser comprometido. La escritura es vida y la lectura es también ese sistema de transformaciones ontológicas, otro yo que nos crean las palabras en este antiguo cuerpo que envejece, pero no deja de asombrarnos. Todos llegamos algún momento a nuestra isla de Creta. Una vida que es más bien laberinto que línea recta tendida en el tiempo, miedo a perderse y la alegría de salir. Pero el laberinto personal no es un destino, es una creación: el Minotauro son nuestros deseos irracionales, crímenes y vicios que hemos construido en nuestra vida, se requiere del valor para entrar y enfrentarlos y del amor de Ariadna para salir, la fuga salvadora… No salimos como Teseo, sino como cada uno que somos en nuestra vida entre otras personas y lecturas diversas. Todos albergamos el Minotauro en nuestra alma y la piel asombrada cuando Ariadna nos entrega antes de entrar al laberinto el sutil hilo rojo que nos llevará a la salida, a encontrar, como ella, la risa de Dionisio, el dios de las transfiguraciones y el deseo. El laberinto es también diferente, desde el clásico construido por una geometría del caos, hasta el infinito desierto del cuento de Borges del que es difícil salir vivo. Cada uno crea su laberinto. Yo es otro de Rimbaud y el eterno río de Heráclito que sigue fluyendo y no nos permite nunca bañarnos en las mismas aguas. En esas transfiguraciones del tiempo transcurrido esta nueva lectura de Camargo busca otro hilo de Ariadna para salir de mi laberinto leído y encontrar a otro Camargo, más allá de la muerte, en la afirmación sagrada de la vida ocurrida.

Ahora el hilo no es único, ni de un mismo color, es una lectura polisémica de los muchos sentidos que posee la poesía de Camargo. Presenciamos “el tránsito de los enjambres solares”. Un mundo en el cual el sol no es único, por lo tanto, no está centrado ni conforma la armonía de las esferas del mundo griego y la física newtoniana, sino que es un enjambre de soles que más se acerca a las representaciones actuales del universo y del acontecimiento primigenio del Big Band y su dinámica de dispersión. Ese universo que crea Camargo en su escritura, al mismo tiempo de crearse a sí mismo, es centrífugo, dispersión a partir de la mujer y el polimorfo deseo. Más que un nacimiento es un aborto, o sea un mundo ya marcado desde el origen por la muerte. “la mujer que aborta centrifuga el planeta”. Nótese que es un verbo, es decir, la mujer que centrifuga el planeta. Diseminación ontológica pero también los sentidos múltiples del rizoma deleuziano que establece principios de conexión y heterogeneidad diferentes a la raíz o el árbol que establecen un punto y un orden. El rizoma establece regímenes de signos diversos y eslabones semióticos múltiples, flujos de sentido en las más diversas direcciones, líneas de desterritorialización que abarcan el universo, desde las constelaciones hasta la sangre y el hueso tierno que endulza la tierra. Un sistema poético abierto que se conecta en todas sus dimensiones y es susceptible de recibir constantes modificaciones (Deleuze). “Pentagrama y arpa de silencio / brújula de la araña, red extendida. / Venas entrelazadas por donde corre / la linfa de los muertos huidos de sus nombres”. Un permanente huir de los nombres para hacer de la poesía un verbo de recorridos súbitos y múltiples, un acontecer en el cuerpo y el calor de la sangre, con la orientación de la brújula de la araña en nuestro caminar nómada por el mundo y la contemplación del universo. En este caso, más que una poesía de nominación, es una poesía de conjugación.

Sin embargo, hay que señalar que esa dispersión es también hacia la nada y el dolor. En esa fuerza femenina centrifuga el mundo y, al mismo tiempo que se constituye, también se diluye. “acaso tu vacío pueda zurcir las redes de la noche / que aprisionan los astros / y que hoy un mundo deshizo la huir de la nada”. Esta dinámica de la presencia y la desaparición, de la vida y la muerte, del amor y el dolor configuran esta obra poética. Pero la poesía tiene el sentido final de la reconciliación y la afirmación “y alcancemos la mano que nos cobra a diario / el arriendo del cuerpo”. Pero es una reconciliación con el mundo por un sistema de transformaciones, por un permanente deseo de metamorfosis “y la perseverancia de la piedra por ser pájaro”.

Como señala el título de este artículo, la escritura de Camargo busca crearse en el lenguaje a sí mismo, palabras que construyen una persona y versos que cobijan al ser. Pero, en ese intento de crearse un yo escrito, que se acerca al estilo personal del poeta, Camargo crea también una escritura del mundo, un sentido del universo donde vive y habita el cuerpo. Para eso primero tiene que crear el cuerpo del mundo, la carne que dé morada al significado, de tal manera que se transforme en un significante deseante. “para los natalicios / primordiales / soplo en tu hueso océano”.

 

1. El mundo corpóreo

 

Y que una bestia un día

nos endulce los huesos con su lengua

cálida como un sol sin movimiento.

EDMUNDO CAMARGO

 


Como acontece en los grandes poetas, Camargo primero tuvo que recrear el lenguaje, transformarlo radicalmente para poder pronunciar su sentido singular de la vida y la palabra poética. Pero esta ruptura no busca reconfigurar el lenguaje en los aspectos formales como por ejemplo hizo Mallarmé con el francés o reanimar la gran tradición de la poesía en lengua castellana como hizo el modernismo latinoamericano con Rubén Darío y Jaimes Freyre, al abrir puertas y ventanas, y crear una nueva vivencia al mismo tiempo verbal y espiritual en América y el mundo. Camargo también necesita destruir el lenguaje de sus antecesores para encontrar sentidos nuevos a su poesía y construir una constelación de símbolos que se diseminan en el dolor de las arpas de la sangre y en el tiempo encuentran el ahora, el instante, la presencia del mundo.

 

Yo tuve que nacer después de tanta herida

entre el ángel sanguinario

cuya espada abrió arpas de sangre…

Yo tuve que llegar

rompiendo las palabras, las formas

atravesar primaveras oliendo a azúcar

entre una población innominada

hallar arcilla para mi voz

manchar los lienzos puros de la nada

Hemos quedado ahí

donde el tiempo nos colmó

los ojos

de imágenes comparables

a la hora chirriante

en un olvidado abecedario

 

Desde una población innominada Camargo dice en lo profundo de la tierra y dibuja la nada. En su poesía, las palabras ya no tienen un valor de intercambio, ya no representan una cosa o un fenómeno, sino que se conectan y repiten en la lluvia y la arcilla, fluyen en las pluralidades del yo y la palabra. En la poesía camarguiana, el lenguaje no está apaciguado en las dos caras del significante y un significado y la representación del mundo, sino que se juntan el discurso y la vida, la realidad y el lenguaje; un recorrido repentino que produce sentidos polívocos y fugaces, siempre rozando la dulzura del cuerpo y la piedra en la sombra de la tierra. El verdadero peligro de la escritura, la más cierta grieta, y también su posibilidad de huida y realización poética plena es esa distancia que supone todo lenguaje, esa diferencia chirriante entre la palabra y el objeto, del enunciado y la cosa. En medio de esa distancia se sitúa la poesía de Camargo. La voz no se repite en sí misma, la lectura es activa, no es un eco, sino un desplazamiento; la voz se prolonga en el rumor de la lluvia, en las chimeneas con escritura, en los pergaminos de la noche. Las palabras tienen la misma presencia que las cosas y son también acontecimientos, ya no las repiten, no son representaciones fantasmales o imaginarias sino una realidad, una respiración y un cuerpo que cobija o agrede. No son discursos, son transcursos, de la voz a la lluvia, y de la lluvia a las chimeneas lejanas, a la tierra que nos sostiene; las palabras son series, flujos veloces y distantes, sentidos que no cesan de conectarse y funcionar con lo más diverso y externo, con la vida real sentida y los acontecimientos súbitos y fugaces. La voz ya no se repite en los flujos de un solo sentido del intercambio de la nominación, sus desplazamientos no son lineales como el río y la representación, sino como la lluvia; flujos de mil puntos, de innumerables gotas, de infinitos cursos; una multiplicidad de líneas que se deslizan por los cuerpos, los árboles, los techos, la piedra y la tierra húmeda. En Camargo no se navega por el río, se pasea bajo la lluvia siendo todas las gotas, todos los puntos, todas las pequeñas corrientes que se forman en la vida y la escritura. El lenguaje ya no es una representación de lo real, es una producción de realidad. La escritura de Camargo es la morada múltiple de la lluvia, debajo de la cual se fluye, no como el río, al que se puede poner diques porque su corriente es de un sentido, sino dispersos como la lluvia, a la cual no se detiene nunca, sino que de pronto cesa y desaparece como el que olvida y parte. Allá lejos yo lluevo, parece decirnos Camargo, en una decodificación del yo único, a través de la diseminación del ser. “Hoy eres lluvia en mí”. No el lecho del río que nos impide bañarnos en la misma agua, sino la multiplicidad creciente de las gotas de lluvia, la diseminación del ser por la convivencia erótica de los cuerpos. “Nutriría las iglesias de palabras enormes / cálidas y sencillas como aliento de bestia”. Sentido latente de la transfiguración permanente del ser, “la piedra en tentativa de soñar”.

El acontecer del cuerpo y el lenguaje son sucesos del universo. “Tu pequeña palabra hoy me amanece. La materia de la escritura en Camargo es el cuerpo o la sombra que él proyecta ante la iluminación profana, fusión entre la piel y la tierra, comunicación con la otra persona “la tierra me descubre siguiéndome los pasos / y te escribo / con la tinta estancada de mi sombra”. Pero esa escritura de carne y sombra es también aullido al olfatear el universo. “Siento un ladrido largo entre mi sombra / cansada de olfatear detrás de las cosas”. Pero esa escritura carnal es también plegaria, palabra sagrada y diálogo con el otro “No quiero entrar a verte entre tanta plegaria / y tanta biblia ajada de mi mano, “cuando mis manos han tocado en ti / la forma de mi alma”. “Mi cuerpo era badajo de campana / raíz en otro cuerpo. El erotismo es un acontecer del universo:

 

entre los engranajes de la estrella

              te

              amo

 

2. La escritura del Universo

 

La morena montaña se ha vestido de novia

sinfoniza la fronda su alado abecedario

EDMUNDO CAMARGO

 


El mundo se escribe en el alado abecedario de los árboles y Camargo es un atento testigo de esos acontecimientos de lenguaje y piel. La atención de Camargo al mundo que nos recuerda la cita de Malebranche que nos brinda H.A. Murena:

 

Somos los pastores del mundo, pero que perturbado por nuestras pequeñeces no lo percibimos en la impresionante belleza de su armonía, lo abandonamos y nos perdemos; el signo del pecado radical no sería nacer, sino la barbarie de la desatención, porque percibir todo lo viviente, la atención, constituye “la plegaria natural del alma” capaz de purificarnos de cualquier desdicha.

 

Camargo en su escritura tiene ese cuidado de escuchar el mundo por eso lo puede leer: Camargo fue un escritor atento a la vida y aunque experimentó muchísimo con el lenguaje, no fue para que la técnica del lenguaje y el formalismo lo desvíen de la atención primordial al mundo y al hombre. Fue un poeta “cansado de olfatear detrás de las cosas” y en su alma anclaron las cosas. Por eso percibe la conexión de manuscritos y sillas, la garganta y el galope, el idioma y el fósforo, la lengua y el badajo de campaña, la voz y la lluvia. Siempre una escritura dispersa en las cosas y el oído atento, en plegaria. Habitando el mundo, Camargo se encuentra de pronto en medio de páginas de agua, de pergaminos grabados en hueco, leyendo campanarios foscos y cartas de peces; mientras el poeta recurre al balbuceo del insecto y el libro de la noche se escribe. Por todas partes, el mundo es acontecimiento de sentido: “La noche te leía por páginas de luna”. Camargo escribe el mundo: “herborizo su nombre / entre las páginas puras que lindan los cometas”.

 

Queda el recuerdo permanente.

Grabado en lo profundo queda

en archivos de agua en cartapacios

en pergaminos olorosos

quedan las cosas

dibujadas por el agua para siempre.

Al hojearla

no solamente se leen los planetas

En sus raíces múltiples

en su estantería de cristal

mirase la historia de las estaciones ajadas

el tránsito de los enjambres solares

las cosas que nuestra infancia reflejó en su fondo.

 

En estos versos, vemos que la escritura de la naturaleza se inscribe en el agua; la memoria es ahora grabada en lo fluctuante de la materia, en la corriente que no se detiene en las riberas, fluye por todas ellas y no es nunca la misma, sino una multiplicidad que se transforma en su recorrido del origen del lenguaje, el silencio, al punto del poema. Una escritura que es como el deseo, nace a cada instante, y sin estar nunca más obligada a leer el significante despótico grabado en la piedra, sigue los trazos, los transcursos de los fragmentos y las corrientes con remolinos y olas. Escrito en pergaminos olorosos, este lenguaje se vuelve flujo intenso, proceso para el olfato y el cuerpo, corriente de sentido que lo inunda todo. En la obra de Camargo asistimos a una escritura que antes de grabarse en la piedra como hace la ley o los mandamientos de las grandes religiones con sus dioses únicos y libros sagrados, es un dibujo en el agua, la lectura de la transparencia y la superficie, su transcurso y recorrido, es una escritura que no quiere establecer normas, sino fluir en los deseos.

“A veces subo mi alma donde anclaron las cosas. “Soy como un viejo santo / acabando de descubrir que dios no existe”. “Universidades de otoño / concurridas de tarde por un viento docente”. Como en las grandes culturas del origen, la naturaleza es un acontecer gnoseológico, si tenemos la atención para oírla aprendemos de ella. “en esos pergaminos / grabado en hueco / con países / donde el viento / tiene barbas de apóstol”. El mundo es espacio de aprendizaje y escenario de prédica. Una escucha atenta y activa que cobija la diversidad poética de Camargo y le otorga esa riqueza de imágenes singular en el panorama de la poesía boliviana. A una distancia trágica del maestro Alberto Caeiro, Camargo nos dice también de ese sentir místico de la naturaleza que es estar profundamente de acuerdo con el mundo:

 

Porque lo veo. Pero no pienso en él

Porque pensar es no comprender nada…

El mundo no se hizo para pensar en él

(Pensar es estar enfermo de los ojos)

Sino para mirarlo y estar de acuerdo…

 

Yo no tengo filosofía: tengo sentidos …

Amar es la eterna inocencia

 

Camargo cumple profundamente la sentencia heideggeriana del “hombre es el pastor del ser”, en su poesía es el cuidador del mundo, el que lo cobija y se preocupa. Esto es posible porque, siguiendo con Heidegger (1959), el lenguaje es la casa del ser, es la escritura que permite ese cuidado del ser de las cosas y los hombres, pero no es una escritura que representa, sino que acontece.

 

Como si escribir no fuese una cosa hecha de gestos,

Como si escribir fuese una cosa que me ocurriera

Como darme el sol.

 

La escritura no es una representación del mundo, sino un acontecer. Una escritura del verbo antes que el sustantivo. Profunda afirmación de Pessoa que también sigue Camargo: “Pensar una flor es verla y olerla/ Y comer una fruta es conocerle el sentido”. Ese erotismo en el mudo lo encuentra también la escritura de los versos de Camargo: “Si estás hecha de la plegaria que repiten los árboles / cuando juntan las hojas de sus manos / y eres dulce como el verso desnudando la piedra”. El mundo es escritura y plegaria, piel desnuda y verso.

En la poética de Camargo presenciamos esa escritura del mundo. El poeta y el mundo se crean en la escritura. Hay libros y voces en la naturaleza que el poeta escucha “El tiempo te recorta del libro de la noche / y sólo queda un hueco por donde pasan roncos los / planetas” (Idem). “Cómo estarás oyendo la concertina del viento / tras un coro de hojas / en la noche que arrastra nuestros muertos / de los marcos de polvo del recuerdo”. El canto que abre el secreto lejano del universo “Cantaron piedras en la voz. / Llave de fierro en la lengua”. Camargo presencia y escucha la permanente escritura del mundo que otorga sentido: “Viejo el planeta tiene la forma de una lágrima / que algún Dios lloraría de un ojo ya sin llanto. / La sombra da su sermón de fraile a la tierra mendiga”. El sermón de la sombra a la tierra y la plegaría de los árboles cuando juntan sus hojas dan un sentido sagrado al mundo, que Camargo escucha atento y es el sustrato de su singular poesía que brinda una erótica al universo que desnuda la piedra y se convierte en un acontecimiento amoroso. “Nutriría las iglesias de palabras enormes / cálidas y sencillas como aliento de bestias”. La escritura, en un profundo sentido religioso, originario, religa la naturaleza y el espíritu, lo animal y lo humano, las palabras y el silencio: “Tu simple luz bautizando las cosas”.

Ese mundo poblado de voces y transformaciones creado por Camargo es el que más adelante, en esa última metamorfosis que es la muerte, le brindará una morada dulce. “Los niños encendían su voz como una lámpara exangüe. / En las noches se balanceaban las lámparas de sus voces”. Un mundo lleno de mensajes y en constante deseo de transformación “el agua como una concertina de barro derramada / la piedra en tentativa de soñar”. Ese símbolo de la materialidad pura que es la piedra, en Camargo se transforma en acontecimiento erótico cuando se desnuda y desea soñar.

 

3. La vida, el erotismo y la muerte

 

Toda alegría transfigura el hueso.

EDMUNDO CAMARGO

 


A partir de este doble significante de la escritura de sí mismo y la escritura del mundo, Camargo abole la separación abismal entre lo interno y externo, entre el hombre y la naturaleza, el cuerpo y el espíritu. Este hecho semiológico establece comunicaciones intercambiables entre ambos ámbitos ontológicos, convirtiéndose en un anillo de Moebius, donde lo interno se vuelve externo y viceversa, donde se viste la sangre y el mundo tiene el álgebra del sueño: “si de pronto calzáramos la sangre / con el álgebra aguda del dormido”. La lógica del universo es la del espíritu, al crearse a sí mismo en la escritura, el poeta cuida del ser y lo ve, por eso existe la poderosa imaginería de esta obra poética tan singular en el horizonte de la poesía americana. En ella Camargo construye un erotismo universal que recuerda el hermoso título de la novela de Eduardo Mallea La triste piel del universo. En este sentido, las visiones e imágenes de Camargo son también trágicas y crean un universo sufriente.

 

Horrible es esta fuerza vidente,

de estar ciego hacia dentro

en este anfiteatro al que se cae al fin

con el alma sonando a rajaduras

 

No es tanto la muerte la cifra de la obra de Camargo como le impuso, tal vez desafortunadamente, el título de su libro póstumo, sino la tragedia. Es un hermano de Vallejo:

 

Yo he de morir un día

en que no encuentre mi soledad junto a mi sombra...

Llevo un entierro en mi alma

y el recuerdo de un día que llegué sobre el mundo

a la muerte de un dios en orfandad

que solo tuvo cielo…

Si han venido a cobrar mi soledad

Sólo ha de ser el día sangrando entre los dientes

De los perros.

 

En el acontecer escrito en Camargo es notoriamente corpóreo y hay pesar y júbilo.

 

4. La eternidad terrena y el cuerpo

 

Ya los dioses no cuidan de nosotros

ETEOCLES

 

La poesía de Camargo es un volver a la tierra, vencer a la muerte por traspasarla hasta la placenta germinal de la arcilla, la inmortalidad de la piel por volver a la raíz que se transfigura, a la morada demorada de la tierra y las sales en su coro de voces. Es inseparable esa unión de los vivos y muertos que Juan Rulfo recreó al extremo en los diálogos de Pedro Páramo: “Los vivos y los muertos habitan espacios superpuestos”. La vida y la muerte son las dos caras de un mismo significante y una racionalidad lejana y súbita en la piel de la tierra: “Porque te amo en esa consonancia que tienes con la/tierra; “cuando desenterrados nos encuentra la muerte” “y estas últimas sílabas robadas a la muerte”; “al fin entre cenizas / levantaría mi ronco vocerío sanguíneo”. Camargo canta más allá de la muerte, en lo profundo de la tierra, “arcilla mis palabras”.

Eternidad terrena y corpórea que, a diferencia de la tradición cristiana, más que espiritual es de la carne. Al principio fue el verbo del mundo y al final es la deseante piel de la tierra.

 

Amor, no dejes ya tu paso junto al pozo,

allí se ahogó la luna y flota muerta.

Pasa de largo hasta encontrar mi sangre

creciendo hacia mi alma hasta tocar el sueño

 

La gran paradoja de la obra de Camargo y la destrucción del paradigma religioso cristiano es la afirmación de la eternidad de la carne y la mortandad del alma y de los dioses.

 

Hoy la sombra se estira de ladrido en ladrido

y ahogase en el alma

la piedra

que construyó un dios mortal

cuyo rostro jamás conoceremos

 

El universo poético de Camargo es palpable y vence a la muerte por la velocidad y la huida. Al crear el mundo como un cuerpo, se crea una morada para refugiarse en la muerte germinal que nos retorna a la infancia y la placenta: “Huiría hasta dejar de ser / hasta escuchar mi propia nada y palpar mi vacío / y al tiempo que nos retorna niños”. Activa erótica del universo, abrazados a las cosas y lamiendo el tiempo alcanzamos la sobrevivencia el fondo de la tierra: “el deseo de abrazarse a las cosas, / de lamer los ácidos del tiempo que nos gasta / este sobrevivirse en medio de la tierra”. Un acontecer permanece presente en esta poesía y es recurrente encontrar en los versos de Camargo la imagen de la muerte como cuerpo, como una sustancia palpable en la calidez de la tierra: “Acaso sus raíces / han palpado el rostro / de muertos inefables”.

Hoy todavía está el poema en su tumba en el cementerio de Cochabamba, como en una admirable performance poética cuando uno lo lee sobre la piedra:

 

Quiero morar debajo de la tierra

En un diálogo tierno con las sales, raíces mis

cabellos,

arcilla mis palabras,

donde nunca me hieran tus ojos sembradores

entre un pueblo de muertos tabicada mi boca

 

Es un mundo de lluvia endurecida

y de canas más dulces que el recuerdo del hombre

será un espeso día que me toque la lengua

y una mano muy tierna que me junte los huesos

 

Quiero sentir la tierra circular por mis venas

morderla fríamente, clavarla con mis tibias

sintiéndome en su inmensa placenta, adormecido

como un niño a la espera de su nuevo natalicio.

 

“La tierra adentro le descubre un sexo manso”, continúa. La muerte es percibida por Camargo más como un regreso que como una resurrección, profano, con los dioses huérfanos, solo espera la muerte como un suceder de dioses estremecidos.

 

Y saben que al tiempo

de las metamorfosis

una voraz primavera

los brotará del fondo

de la tierra donde

cadáveres segregadores

de minerales venenosos

estarán esperando

a un dios estremecido

de sangrientas linfas.

 

Existe un vaso comunicante entre la rigidez de la muerte y la azarosa vida: el amor es ese vínculo, “el dios de los sin dioses” [2] que tañe su nuevo deseo. Tanto como la piedra, el hueso en la poesía de Camargo es una presencia viva. El badajo del cuerpo que tañe tanto en la rigidez de la muerte como en el temblor trémulo de la vida. Rumores. Ahí, en ese intersticio, surge la poética camarguiana y nos entrega sus singulares sentidos.

 

Tañó el hueso con un nuevo ropaje de deseo

y los hombres prolongaron su muerte

al acoplarse

sobre los crematorios de su sangre antigua.

La hembra entrego sus húmedas campanas interiores

y el Ángel hiló en su nueva sustancia alucinada.

 

“Bajo la tierra el ojo guarda una imagen”. Que sea la tuya.

 

La vida y la muerte germinan una en la otra, dando la una el sentido de nuestras vidas finitas y nuestros actos únicos, cuando la elección y la libertad son fundamentales para vivir y, también, cuando la vida moldea ese inevitable instante final que siempre llega, lo cobija en la preocupación constante antes que llegue el olvido. “Mi cuerpo era badajo de campana / raíz en otro cuerpo” escribe Camargo, badajo que fluctúa y resuena entre la muerte y la afirmación de la vida, raíz de vida en otro cuerpo, celebración del pan cotidiano, la primordial saliva y las bocas que lo ansían, “la tierra en su extensión de pan alza su órbita / hacía la nueva boca del destino”. Se cumple la vida en ese mordisco, la obra de Camargo es también celebración, además de esa visible premonición de la muerte de la cual se han ocupado tanto algunos de sus críticos.


No se trata del más allá de la vida, sino de un cambio de dirección de la vida misma, un desvío, otra velocidad y un acontecer real bajo la tierra. Camargo, para no cerrar ningún círculo, no hacer nunca sistemas y siempre huir de la codificación del poder, necesita producir en su poesía la gran salida, el gran hueco, una forma de ausencia y olvido que no permita ninguna totalización de los flujos de deseo: esa realidad es la muerte. Esta, es ahora, la prolongación extrema, ya no será el equilibrio de las fuerzas la intensidad cero y perpetuamente codificada en la memoria histórica, sino que será la gran huida del poder y sus intentos de reterritorialización. Camargo encuentra en la muerte, la última máquina de salida, que inaugura una serie distinta de flujos y permite todos los procesos, franquea los umbrales, en una nueva circulación de arcilla, de raíces y sales. Como al final de la película Tiempos Modernos, Carlitos Chaplin se va por el camino hacia el horizonte infinito.

En Camargo existe un cambio de actitud ante la muerte, una nueva forma de relacionarla con la vida y la escritura. Kafka hizo patente una de estas actitudes distinta ante la muerte. El escritor de Praga inscribe los obstáculos, los laberintos para despistar a la muerte y prolongar la vida. Bajo estas condiciones, Benjamín (1970) lee la obra de Kafka también bajo la imagen de un viaje, pero ahora el viajero, el propio Kafka, no quiere, en verdad, ir hacia delante, trata de postergar a lo máximo la irremediable llegada a su destino final. Los múltiples obstáculos que inscribe no son otra cosa que otras tantas maneras de resistirse a avanzar. Pues, como a todos los hombres, al final de este viaje que es la vida, la que nos espera es la muerte y Kafka habría creado sus laberintos escritos para confundirla, para poner entre ella y él la mayor cantidad de interferencias y laberintos. En la historia de la literatura es también memorable el intento de Scherezada en Las mil y una noche (Blasco Ibáñez, 1959) de prolongar cada noche su vida, amenazada por el califa, narrando cada noche un cuento para crear el suspenso y evitar así la ira y la ejecución presentida. La actitud de Camargo también es una afirmación de la vida y prolongación de la muerte, sin embargo, su relación con la muerte tiene un sentido distinto a la de Kafka y Scherezada; ya que él no vence a la muerte por la postergación infinita, sino por la velocidad que la atraviesa, por el paso y la fuga, por la producción y el acoplamiento sin término. Camargo, no hace como Kafka, un laberinto de la vida para que la muerte no llegue (Antezana, 1982), sino que al morir le roba algo a la vida y se la lleva en el fondo de los ojos bajo la tierra. La muerte, no es tanto aniquilación, como una forma de ternura lejana, un ocurrir último dentro de la tierra: “Bajo la tierra el ojo guarda una imagen” “bajo la tierra el ojo guarda una llave”.

Seguimos mirando, abriendo puertas, no en el más allá, cuando nos encuentra la muerte, sino en más aquí que crea la escritura en una muerte palpable y visible. Continua sorpresa y súbita producción de lo distinto, en la muerte no hay ninguna conclusión, ninguna ausencia, sino formas de recuerdo y olvido, el devenir incesante de la realidad y los cuerpos. La muerte no cesa, es un eterno diálogo y un deseo, una mano muy tierna que nos junta los huesos y un día nos toca la lengua para decir. La poesía de Camargo no detiene ningún impulso, no pone barreras y límites, deja pasar, atraviesa y fluye hasta en la muerte. No negarse a nada, sino transformarlo, no detener ninguna pulsión, ninguna latencia, nos dice Camargo, realizar todas las posibilidades en todos los sentidos, convertir en acto todas las potencias, hacer realidad los deseos, dejar que cualquier energía fluya y se conecte con la vida, funcionar junto a ella produciendo procesos de metamorfosis súbita e intensa. Vista así, la vida no es un proceso que marcha a su aniquilación, sino una constante prolongación, un dispersarse permanente de las corrientes vitales y una transcursividad que sin cesar funciona en la realidad y la historia, en la respiración y el hueso, formando así un gran tejido de múltiples direcciones, un conglomerado de intensidades que no proceden linealmente sino transversalmente, en forma oblicua y lateral, como la lluvia que nos amanece, dando saltos y apareciendo en los lugares más distintos y lejanos. Camargo vence a la muerte por atravesarla y huir en la arcilla y las sales primordiales.

En la poesía de Camargo, la muerte es también un habitar, morar bajo la tierra y fluir en la boca del gusano y la lluvia endurecida; el cuerpo mordiendo la tierra y las palabras que son arcilla, raíz y deseo. Nunca tanta ternura para morir. Camargo ve la muerte, no como la anulación de las fuerzas, sino al contrario, como el desperdicio y el exceso necesarios para la continuación de la vida. La muerte ya no es la anulación de las fuerzas, el equilibrio de las tendencias opuestas, la entropía, es una extraña alegría, un deseo lejano que es devenir continuo y un verterse en la otredad del mundo.

Pero debemos notar claramente que este sentido de muerte presente en Camargo es opuesto al sentimiento religioso, ya que la inmortalidad no es para el alma sino para el cuerpo, escribe Camargo en el último poema de su libro “Paso mi pie / más se quedó mi alma / como perro guardián / a la orilla de una tumba”. El cuerpo pasa y sigue viviendo. Diferenciándose de las religiones, Camargo no pregona la inmortalidad del alma que siempre ha establecido prisiones para el cuerpo, en él, la inmortalidad es del cuerpo, los infinitos flujos del deseo y la carne. El cuerpo pasa, el alma queda. Aún en la muerte, Camargo encuentra una salida, una forma de huir y seguir siendo transcurso, no necesita de la conciencia del juicio final, el sentirse uno mismo y diferente de la naturaleza, al contrario, necesita del gusano, de la sal y la tierra para seguirse transformando. Son los huesos que se entregan a una mano muy tierna y los cabellos que se vuelven raíces que alimentan las hojas iluminadas. Aunque la ausencia duela siempre, la vida entrega su materia a la muerte precisamente para no morir, para seguir generando y transformándose. Vistas así, la muerte y la vida son un constante intercambio, un acoplarse continuo en las corrientes del deseo y el tiempo; es el propio Camargo que nos dice: “Los vivos y los muertos habitan espacios superpuestos”, la vida y la muerte forman un eterno palimpsesto de los aconteceres, la constante telaraña de transcursos y el tejido siempre latente de los procesos de producción súbita de lo otro.

Las palabras de Zaratustra bien pudieron haber sido dichas por Edmundo Camargo: “redimir a los que han pasado, y transformar todo ‘fue’ en un ‘así lo quise’ sólo eso sería la redención” (Nietzsche, 1981). Nietzsche hablaba del “querer hacia atrás” y decía “todo ‘fue’ es un fragmento, un enigma, un espantoso azar – hasta que la voluntad creadora añade: ¡pero yo lo quise así!... Pero yo lo quiero así, yo lo querré así” (Idem). Es el amor fatti, die eilige Behaung, la afirmación sagrada, amar la vida tal como es, desear lo que uno es y a ti como eres. La consagración profana de la vida, ya sin dioses, lo que nos queda es el amor a nosotros y nuestra vida sin pecado original frente a la ausencia de dioses. En ese sentido, Camargo comparte la sentencia nietzscheana “aprender a amarse a uno mismo” es la gran labor del pensar y la poesía.

La obra de Camargo es evidentemente breve y muy intensa. No olvidemos que Rimbaud, ya a los 17 años, cambió la poesía para viajar en el desierto africano. Camargo también sabía del poco tiempo que tenía para crear, esa fue para él una certeza, murió a los 31 años y ya antes escribió ese destino de aparición fugaz referida a su obra: “la piedra en tentativa de soñar / y estas últimas sílabas robadas a la muerte”. La muerte siempre presente, pero también la tentativa de soñar hasta lo más inerte como es la piedra. Augurio del fin, pero también celebración es el sentido de la obra de Camargo. La premonición de la muerte fue parte de su escritura. Fue una prójima, la muerte, que hacía frecuentemente sus apariciones en los rincones de sus versos, siempre aguaitaba detrás de las palabras, surgía su presencia efímera en el desarrollo de la escritura y del poema, hasta cuando parecía ausente se expresaba la perpetua.

Premonición de la muerte en la escritura, pero también profunda celebración de la vida desdichada y su deshilachada trama, cuando los versos son esos finos hilos y el velo que se aferran al sentido perdido, pero presentido en lo profundo del cuerpo, cuando el amor se superpone a la pena y el sinsentido del olvido, se consuma, cuando tú eres una plegaria y el hueco que deja la vida tiene el sentido ronco de los planetas, del universo que testigo permanece y en silencio testimonia la dulzura tuya y de la desnuda piedra.

 

Yo quisiera esperarte sin este pergamino de pena

escrito con tu nombre.

El tiempo te recorta del libro de la noche

y sólo queda un hueco por donde pasan roncos los planetas.

             

Si estás hecha de la plegaria que repiten los árboles

cuando juntan las hojas de sus manos,

y eres dulce como el verso desnudando la piedra…

 


El cuerpo y la piel, en Camargo, la sangre redime la tragedia de los atormentados. Al contrario de lo que plantean frecuentemente los críticos, el discurso poético no permanece junto a la muerte, sino pasa de largo hasta encontrarnos al otro lado y tocar el sueño. Es este tránsito el que especialmente quiero resaltar en este texto, pasar de la certeza de la muerte a la incertidumbre de la vida posible, huir de la mortalidad implacable hacia la vida efímera y múltiple del sueño y la sangre que, en medio de tanta desgracia, es promesa de llegada, de puerto, de encuentro al fondo del cuerpo, “cuando mis manos han tocado en ti / la forma de mi alma”. El espíritu es palpable. Solo en el otro cuerpo encontramos el sentido y ojalá la lectura nos haga amar y decir “tu simple luz bautizando las cosas”. Así el alma es tocada, el sexo y el deseo son de nuevo la primigenia unión de piel y espíritu, antes de la separación de la carne culpable y el alma redentora del cristianismo, Camargo restituye el alma al cuerpo, el aliento al sentido y la respiración a la escritura. La piel es nuevamente el acontecer que afirma la vida y su sentido. “Toda alegría transfigura el hueso / todo viento fecunda sus harinas”. “Yo vengo a dictarte al oído un rostro”. El intento poético de Camargo es crear, por medio de la escritura, un cuerpo, que la piel sea el sentido último del tejido del lenguaje: “y las palabras que apenas percutimos / puedan anclarnos el alma a la garganta / para siempre”. La palabra es anclaje del espíritu al cuerpo, es puerto. Palabra tocada en medio de los versos y la página ya no blanca, sino escrita con la tinta de la sombra. El discurso poético nos crea un yo carnal, que es en última instancia el que nos toca vivir a cada uno, en la enfermedad y el amor, en esos dos extremos tan próximos en la obra de Camargo.

Esta poesía abisma la carne en lejanías, la produce más allá del cuerpo, en el papel y la tinta, en el oído y el silencio blanco. En la escritura de Camargo nuestra carne es extendida y desplazada más allá de cualquier límite; nuestro cuerpo es también travesía y lejanía, horizonte y hueso. Allá lejos, nuestra carne vuelve a tocarse y a pronunciarse; más allá de nosotros, en la luz distinta, nace de nuevo el deseo en la página escrita. Así hablaba Zaratustra: “La grandeza del hombre está en ser puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es tránsito…Yo amo a quienes no saben vivir más que para desaparecer. Pues son ellos los que pasan al otro lado… flechas de anhelo hacia la otra orilla (Nietzsche 1981). Al abandonar el eje representativo del lenguaje, la poesía camarguiana se hace realidad viviente, intensidad deseante que multiplica el sentido y el cuerpo. Es así que la función de este lenguaje poético ya no será tanto designar o significar, como desvestir. “Y eres dulce, como el verso desnudando la piedra” escribe Camargo; afirmando el carácter erótico de la poesía y el acontecer del lenguaje junto al sentido del tacto y la vista, el erotismo del mundo, que se escribe a sí mismo.

La poesía de Camargo tiene también como principio esta destrucción del ser cerrado en sí mismo; en él, la palabra no es idéntica y representativa, la palabra deviene, se transforma en cuerpo, suena, respira, y no solo se la lee, sino que también se la lame y muerde. Un lenguaje que ya no detiene en la representación, constantemente se transforma en cuerpo y verbo, en letra y carne, en jadeo y silencio, salta de un lado a otro, deviene una cosa ahora otra, parecía piedra desnuda, es pájaro y sueño; una metamorfosis que no cesa, una fiesta, una comparsa del ser que ahora no es único e idéntico, sino horda y jauría, tiene mil rostros y es río, es eyaculación y flujo: es deseo. El poema es el lugar de la producción deseante, es la intensidad que constantemente incita a franquear los límites, a pasar umbrales y producir puertas y fugas; transcursos en lugar de discursos, cuerpos en lugar de significados, alegría de la carne indómita en vez de los sentidos dóciles que permiten la interpretación y el comentario. El poema nos hace nómadas y no exegetas, nos incita al viaje y al transcurso; nos manda a los caminos, a los ríos y al mar, al fondo de la tierra y el diálogo de arcilla

Se trata de salir del ámbito metafísico del ser, de fugar de su carácter unívoco e idéntico; sin embargo, no se trata de una huida de abandono, sino de una huida de reencuentro. “Huiría de la sombra como del muro denso… huiría hasta dejar de ser / hasta escuchar mi propia nada y palpar mi vacío”, nos dice. La salida de Camargo es para hallarnos fuera del ámbito de la identidad del ser, alejados del círculo metafísico y su poder codificador de aconteceres; huir hasta dejar de ser, a un lugar donde las cosas puedan ser otras, donde exista una constante transformación de los seres, un perpetuo devenir otro y cumplir su deseo. La piedra en tentativa de soñar. El poema ya no dirá; no tendrá significados ni mensajes, pero será la producción de salidas. La construcción salvaje de puertas y umbrales; la palabra yo no será representación sino barco, camino y ala y, a veces, un hueco por donde pasan raudos los sentidos y los deseos.

La fuga de Rimbaud tiene el sentido inverso a la de Camargo; mientras el primero sale abandonando, dejando Europa, pasando puertos y umbrales, Camargo fuga aquí y no allá, su fuga no es de abandono sino de encuentro, su viaje no es a otros lugares sino a lo profundo de esta tierra, en estos surcos, entre las manos de esta gente. No es navegante, sino cangaceiro, nómada de tierra adentro, su huida no es hacia lo otro, sino que lo mismo lo ve devenir otro, lo produce distinto, le pone la máscara lejana de extrañamiento, la máscara que está detrás del muro, la que reposa en el jardín, allí afuera. “Don Edmundo Camargo Ferreira comandante en jefe de los cangaceiros” firma en una carta a su amigo, el poeta Mario Lara. Es Camargo deambulando por una ciudad: Cochabamba, perdida, en Bolivia; escribiendo donde abogados, donde poetas; siendo navegante de calles, de aceras, viajero de puerta y noches. Cangaceiro, paseante que siempre quiere huir, salir, aunque sea a palpar el vacío, a escuchar la nada.

“Yo ando en ti elegida / el amor teje en tu hueso”. En medio de dioses huérfanos, el sexo es lo último sagrado.

 

El dios golpeó las húmedas estatuas

unió miembros con miembro

a dos gargantas dio el mismo signo

los órganos se confundieron

como barro enredando sus reptiles

los sexos fueron uno

 

Es la única vez que dios interviene en la obra de Camargo, pero permanentemente acontece la iluminación profana, la epifanía del cuerpo que nos descubre a un nuevo Camargo como poderoso poeta erótico, para quien su sentido ya no es la muerte, sino el deseo y la piel. Esta nueva erótica de Camargo puede ser una vía para nuevos escritos.

 

Al roce del crepúsculo dijiste que me tenías miedo

porque yo era fuerte como el deseo y mi mano

cimbraría tu piel como un trigal convulso.

Yo te alumbraba los ojos misteriosamente.

La tierra estaba humedecida por el canto

Del grillo

Hoy eres lluvia en mí, estrella habitada en las noches

 

La luz nace del otro, la tierra húmeda es canto, mientras tú eres estrella habitada y lluvia.

 

Amor no dejes ya tu paso junto al pozo

allí se ahogó la luna y flota muerta.

Pasa de largo hasta encontrar mi sangre

creciendo hacia mi alma hasta tocar el sueño

 

Tránsito a la consagración del instante que redime y que sin esa dimensión poética cualquier análisis de la obra de Camargo se torna incompleto. No nos podemos quedar ya solamente en la imagen de la muerte, sin escuchar la vida que se celebra plena, en los resquicios de la desgracia, en la afirmación circunstancial de algo que ya no es la nada y que crea en la obra de Camargo una ética de las apariciones y las afirmaciones. Aunque mendiga la tierra, existe la dádiva en el cuerpo y el verbo, en la noche, a la luz de la luna, también acontece el encuentro, se consuma el universo al fondo de la tierra desnuda. El estar desahuciado, conocimiento que a ciencia cierta no sabemos desde cuando determinó su obra, le hace amar el cuerpo de otra manera.

 

Mi dolor sale a gritos a predicar tu nombre en el camino

más la tierra mendiga sólo extiende la mano

donde cae

la moneda de estaño de la luna

 

La actitud de espera de la mano extendida de la tierra ya garantiza el encuentro. Como decía Cortázar esperar es ya de alguna manera recibir. Ya vimos que la atención del mundo es la plegaria natural del alma y Camargo fue un hombre y un poeta atento a los aconteceres de la vida y sus celebraciones.

Pero allí donde hay encuentro también ronda la separación. Lenta transcurre la pena y es efímera la alegría. En el amor también nos aguarda el dolor, cuando el amor se cumple y el sufrimiento es otro de sus rostros.

 

el mismo amor que nos fundió

nos desune y nos mezcla en el espanto

El seno que ayer tuvo sabor a estrella humeante

hoy nos mancha los labios de ácidos

desciende al corazón como un metal hirviendo

 

Como aparece, el amor también suele ausentarse y, peor aún desgastarse. Entonces Camargo escribe uno de sus versos más tristes:

 

Palomas de cal devorarían tus senos

y mi mano

estrella de cinco puntas mutiladas

bajaría a palpar en tu costado

los pegajosos fósforos

el perfil lacerado de un gorjeo ya muerto

y mi boca en tu boca aspiraría

el venenoso jugo de la sombra

 

Hay una tragedia en la obra de Camargo, sus versos visten la desgracia, la tristeza y es frecuente encontrarse con el sentido de la nostalgia y la pena: “Yo tuve que nacer después de tanta herida / entre el ángel sanguinario / cuya espada abrió arpas de sangre”. Esa es la música de la poesía de Edmundo Camargo: arpas de sangre que nos dicen de la pena. Desheredado. “Un tiempo mesurado / por este cementerio de sangres / que aún no es mío.” (Idem). El sentido de lo ajeno, la amenaza de la nada en la vida, la muerte, asedian sus versos. Camargo es evidentemente impensable sin el sufrimiento, pero también lo es sin el amor. Son los otros dos extremos donde repica el lenguaje del badajo de campana; el repiqueo de la vida a la muerte, de la dicha a la pena. Entre el sufrimiento y el amor se teje el sentido de nuestras vidas y de su obra poética que nos acompaña. El amor duele, pero también redime:

 

El agua se pliega entre tus piernas dulcemente

somos como dos pálidos ahogados

de otro tiempo

remontando el río vertical clavado al cielo

 

El cuerpo, el hueso y la tierra son consuelo y la muerte un acontecimiento erótico: “La tierra adentro le descubre un sexo manso”. La vida en la muerte es permanente deseo erótico, transfiguración de los cuerpos en el amor de la tierra húmeda: “sus voces subterráneas han anclado el amor a las cosas”; “en tu reino cantan los muertos lavados por la lluvia / y mi lengua es un badajo / diciendo un nombre oscuro”. Camargo sigue cantando al fondo de la tierra como nos recuerda siempre su poema en su tumba y este verso: “y el coro aún al fondo de la tierra”. Pero ese canto al fondo de la tierra es una transgresión erótica: “la tierra poseía tus muertos en un coito / de óxidos y raíces”.

 

Tañó el hueso con un nuevo ropaje de deseo

y los hombres prolongaron su muerte

al acoplarse

sobre crematorios de su sangre antigua.

La hembra entregó sus húmedas campanas interiores

y el Ángel hiló en su nueva sustancia alucinada.

 

Hölderlin en la ya célebre carta a su madre, dice que el lenguaje es el más inocente y peligroso de todos los bienes, así también, la poesía en Camargo es una ocupación peligrosa, trabajo que deja huella en la carne y la memoria. En este sentido, sus versos son su vida, su rostro más real, su alegría más intensa. “Poesía es todo lo que impide el derrumbe interno”.

 


NOTAS

1. Todas las citas de la obra de Camargo se hacen según la edición de Eduardo Mitre: Edmundo Camargo. Obras completas. Poesía y prosa.

2. Canción de Chico César (“Invocación”), en la voz de María Betania.


Bibliografía

Antezana, Luis H (1982): Función de la escritura. Presencia literaria, domingo 27 de junio de 1982.

Benjamín, Walter (1970): Sobre el programa de la filosofía futura y otros ensayos. Monte Ávila Editores, Caracas.

Blasco Ibañez, Vicente Versión castellana (1959): La mil y una noches. Editorial Schapire, Buenos Aires.

Deleuze, Gilles. Guattari Felix (1977): Rizoma. Pre Textos, España.

Heidegger, Martín (1959): Carta sobre el humanismo. Taurus editores, Madrid.

Mitre, Eduardo Editor (2002): Edmundo Camargo. Obras completas. Poesía y Prosa. Editorial Nuevo Milenio, La Paz.

Murena, H.A (1972): F.G. un bárbaro entre la belleza. Editorial Tiempo Nuevo, Buenos Aires.

Nietzsche, Friedrich (1981): Así habló Zaratustra. Alianza Editorial, Madrid

Prada, Fernando (1984): La escritura transcursiva de Edmundo Camargo. Ediciones Altiplano, La Paz.




FERNANDO PRADA RAMÍREZ (Bolivia, 1955). Fue profesor e investigador del Programa de Educación Intercultural Bilingüe y del Centro de Estudios Superiores Universitarios de la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba. Sus últimas publicaciones son: Biomemorias climáticas y tejido social (2018); “Pensamiento de frontera y epistemologías en la educación superior”, en Pluralismo epistemológico. Reflexiones sobre la educación superior en el estado plurinacional de Bolivia (2014); Biogeografías. Soberanía alimentaria y diversidad (2013); Pluralismo metodológico y las sendas del monte” en Hacia una educación intracultural, intercultural y bilingüe: metodologías y estrategias interculturales de enseñanza y de aprendizaje (2013); “De la sal al ají. El ayuno y el carnaval” en Coplas y Sabores. Ensayos y análisis del carnaval (2013). En 1984 publicó La escritura transcursiva de Edmundo Camargo (Ed. Altiplano, La Paz).



LAURA AIDAR (Brasil, 1984). Artista visual y fotógrafa. Licenciada en Educación Artística por la Universidade Estadual Paulista (Unesp) y graduada en Fotografía por la Escola Panamericana de Arte e Design. Fue docente en las escuelas municipales y estatales de São Paulo durante 6 años. Trabaja en proyectos sociales y otras instituciones (como el Sesc) impartiendo cursos de arte y fotografía para jóvenes y adultos. Realiza investigaciones y trabajos artísticos de autor utilizando lenguajes híbridos. Crea contenidos online sobre temas relacionados con el arte, la cultura y la comunicación desde 2019. En 2021 realizó la exposición Linhas Imaginadas, en la Galeria Casa Lebre, en Bragança Paulista. Según ella, esta exposición se caracteriza por ser un manifiesto a favor de la autonomía femenina, la expresión genuina, la elección consciente, lúcida y desilusionada. Laura es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.




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Número 243 | outubro de 2023

Artista convidada: Laura Aidar (Brasil, 1984)

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