Figura representativa en la poesía venezolana y, sin duda,
una de las voces poéticas más elevadas del siglo XX, la obra de Hanni Ossott, se
erige, elemental, con la solidez de las piedras. Pero ¿qué aspectos infunden en
mí la afirmación actual?, ¿qué deseos del Otro, cuya apertura desencadena
el tiempo que es ese niño en constante juego? Pues, estas líneas nos conducen hacia
la senda de una exégesis profunda en pro de un posible atisbo, de la intuición del
momento del reino donde la noche se abrirá para siempre.
Entonces, dejémonos llevar por el oleaje de sus versos.
El movimiento, la circulación en su obra, se advierte desde el ímpetu primigenio
que fuera la fuente de lo matricial en su universo; cosmogonía de una constante
e íntima interrogación. Ella misma ante cada misterio, percibiendo el escarceo en
las márgenes de un mar insondable. Mar o sombras donde fluctúan las transmutaciones
del ser, y todo a través de la rendija que muestra, apenas, el sueño en su urdimbre
frente a la prístina raíz elemental que revela, en lo esencial, lo que se yuxtapone
frente a nosotros en ese instante de humedad y de luz. En uno de sus libros iniciales
Formas en el sueño figura infinitos,
y particularmente en el siguiente poema, ya se anuncia lo antes dicho:
Mi mercado es
una revisión de objetos habladores de locuras
todavía creo
en ellos. El hilo, el hilo, el último pedazo
de hilo que me
ata a la creencia, permanece.
Después iré a
flotar junto a ustedes. A través de un parnaso
Increíble, viajaremos
en el color fundado por los rayos.
Los dioses inclinarán
sus cabezas ¡perros fieles!
La danza será
el atajo de mil vueltas y esta espada
La tortura inicial.
Primero
el ensueño; se nos revela, como primer atisbo, lo que fuera el pozo de su alfabeto
poético: la revisión de objetos o voces en constante disertación con la excusa de
hallar el juego de las interpretaciones, el placer de una búsqueda por querer anudarse
a una visión que corresponda el éxtasis que mana de su percepción existencial. Y
luego la locura en la voz del objeto, de los objetos que figuran como efigies de
un deseo que determinará lo intrínseco, pues, un hilo de la gasa sugerida, una hebra
que permanece intacta en la continuidad de lo arquetípico y, posterior, la elevación
del alma, la oscilación del alma que se esparce para asir la intuición del instante
en flor. ¿Qué instante? El del sueño que circuliza realizando mil vueltas hasta
la tortura de un inicio fundado por un punto de luz. Lo no dicho es el punto de
acumulación de los nombres en la fruición de las insinuaciones sobre una inexistencia
que se apoya en el ascenso poético de un espacio.
Nuestra
poeta inicia un desplazamiento hacia la interioridad, hacia la articulación de voces
que abren la imagen de sí misma desdoblada, en donde el argumento, naturalmente,
atraviesa los contornos de la materialidad para alcanzar la interpelación que concierne
a la Otra, a las otras voces y al recorrido por saber de la muerte o saber
de la espera y sobre la denegación de la misma:
DEL PAÍS DE LA PENA
¿Quién soy?.“¿La
luz que ilumina esta verja, esta tierra?”
¿Soy los árboles
y las plantas? ¿Acaso el mar?
Soy colinas,
riberas, agua bañada de luz
Soy un cuerpo
cansado de tanta errancia
un cuerpo y un
alma cansados del miedo
Soy el temor.
Desde lo profundo
y oscuro escucho y tiemblo
Oigo lo profundo,
lo oscuro, lo difícil
las contradicciones,
todos los polos opuestos
las negruras,
las blancuras, los intercambios
como si lo blanco
reuniera a lo negro
como si lo negro
reuniera a lo blanco.
¿Quién soy?
Primero una pena,
luego el soportar.
Veo barcos, barcos
múltiples que tocan mi orilla
Veo una casa
destrozada por el dolor, demasiado cercana.
Los barcos relucen
en la noche
–veo
sus banderas
Ellos son el arribo, la llegada
mas no la locura
de la más antigua herida.
Veo barcos enfermos,
antiguos, dolientes
y adentro muletas,
invalide, desazón.
… ¿Qué soy? Escucho
algo en mí, una voz, quizás
algo que quiere
salir
algo claro
que ahora no
entiendo, que rumorea.
¿Soy de la Edad
Media?
atrás están
mis muertos
atrás y cerca
ellos, los
dolientes
los que no
entendieron el absurdo
su propio absurdo
los que no
pudieron verse aún
ellos, los
adolescentes
los que padecían,
adolecían.
Una vez dije:
el mar en mí no deja dormir
Ahora lo sé,
sé qué significa
la vigilia
estoy atenta
llevo algas
apegadas a mi cuerpo.
¿Quién soy? ¿Una
ruta? ¿Un camino?
¿Una carretera
entre ciudad y ciudad?
¿Seré un intermedio,
un lapso?
No la conciliación,
no. Sino algo más
Veamos, debo
clarificarme, o quizás no.
Veo una línea
de palmas, una neblina
Allí hay dos
y tres
un hombre,
una mujer
dos hombres
Lejos, niños.
Sé lo que ello
significa
arenisca, polvo
visto entre la luz
puntos
de atajo
Mi corazón arde,
latido a latido
no hay fragua
estoy en calma.
La casa está
aquí, aquí los fuegos y las aguas
aquí el lar
“Pero tú, tú
sufriste tanto, para todo esto”…
Las
circunstancias de las evocaciones y del ensueño, implican un punto de inflexión,
un nudo constitutivo y un retorno a lo que fuera punto de llegada de la luz y de
la sombra. El poema se torna fluctuación constante entre un eco que revitaliza lo
pretérito, enardecida, la fluctuación, por el juego de las alusiones y por un sentir
insondable; el pájaro, el hilo, la sombra y el mar se agitan, se turban, y gesticulan
para sí lo que reside en el intervalo de un espacio onírico. Es allí, en la oquedad,
donde se vislumbra un relámpago, el tiempo desencadenado alargando lo impenetrable
y lo inherente una vez vuelto el Yo al espejo cuando saliera del inconsciente
o cuando una hebra de luz determinara el perpetuo retorno hacia él.
¿Qué
es lo real para nuestra poeta?, ¿de qué manera le apetece el orden de las cosas
mientras aflora, desde lo más profundo, una porción de lo que fuera el susurro que
articula la locución que alberga lo arquetípico, lo esencial en su poética? Entre
las evocaciones en medio de una atmosfera propicia para no decir nada o sí, esos
nombres que encarnan, en efecto, la fuente de su motivo poético –Reiner María Rilke,
Martin Heidegger, Jorge Luis Borges–, y los diálogos que emprenden la infatigable
búsqueda del Yo en la continua fragmentación del ser, inicia la secreta confluencia
en pro de la realización del discurso que se fundamenta en un amago incesante del
decir y el no; el aplazamiento del instante de un cuerpo que cambia de mundo. Incluso
cuando evoca el juego del azar y un caos ascendente, ¿son sus perfiles, cada una
las imágenes recurrentes, la simbología en constante juego, uno que insiste repartir
aún más el manifiesto de lo que se abre para establecer a la Otra, con sus
dioses, sus demonios, hasta alcanzar las diferencias ciegas con el Yo a través
de unas redes que entretejen las desemejanzas sordas en el orden del tiempo y del
espacio? Veamos el siguiente poema –perteneciente a su libro El circo
roto–, para intuir lo que acaso fuera la determinación de un largo recorrido
tras la gasa de las insinuaciones:
LA VOZ
No escuches otra
voz que
la tuya
Interna
Voraz
Afuera no hay
sino sólo voces de hombres y mujeres
que aconsejan.
Desde lo más
íntimo son habladurías
<<chácharas>>
Tu voz te guiará
por el crepúsculo…
Solitaria
Guiará tu alma
En medio del estertor y el fracaso
¿Dónde está Dios?
¿Dónde?
¿Qué de su omnipresencia
para que todo esto no reviente?
¿Qué de su propia
soledad?
¿Por qué Dios
está tan solo como yo y los otros?
¡¿y tan ocupado?!
La
exhortación adquiere el matiz de una sentencia lapidaria. Solo existe la propia
voz de una intimidad que, a borbotones, desencadena su ritmo, envolvente, para sumergirnos
en el ámbito de su substantividad mientras las líneas de su efigie elemental se
van trazando frente a un espejo insondable. Hacia la luz imaginamos, trémulos, el
juego del azar en ese solo centro que ensancha todas las condiciones del
ser; ser o Dios que se corresponden en el espejeante confín
de un sueño que no inicia sino hasta el desplazamiento de una palabra apenas reiterada.
Así, entonces, todo culmina o empieza en un punto interrogante de relativa inclinación
irónica que daría paso a un desplazamiento hacia un crepúsculo sugestivo, significante.
Valga convenceros, lectores, del ímpetu que alcanza
una voz que susurra la agonía de la luz, el viaje hacia la sombra y que susurra
el rastro en la memoria que danza sobre los cúmulos de un cielo ya penetrado:
EXTRAÑAMIENTO
Mis piernas flaquean
mi corazón arde
mi sacralidad me mata
Oh Dios
¿cuál será mi
camino?
Escucho voces
pero ¿cuál es para mí?
¿qué puedo decir
ante tanto extrañamiento?
“voces, voces,
escucha amor mío,
Como sólo lo
escucharon los santos.”
Entonces,
en medio del desasosiego y la conmoción que no cesan, todo el camino se dispone
para la aseveración postrera, de la cual se sabe que pasa, que ha pasado, sin haber
hallado la plenitud de un anhelo ni desgastado su cadencia aciaga, tal como nos
lo presenta en el siguiente texto:
EL CIRCO ROTO
He muerto
he trascendido la muerte
he trascendido la vida
más allá de mí no queda nada
solo rastrojos
penas
La fiesta se
ha apagado
las luces del
teatro ya no existen
estoy en la nada
del Circo no
queda sino un traje raído
cansado
descolorido.
El
tiempo transcurrido resuena con todo el desplazamiento, figurado por ella, como
un instante. Lo fatal en él, instaura su naturaleza ausente de la tenue claridad
de lo que fuera un punto de luz. Todo queda en ella, mas existe un espacio en donde
vacila una idea precisamente insondable; lo mustio del ser anudando los vestigios
de un espacio pretérito en la nada. Por lo demás, el hecho de que la muerte se presente
como el principio de una sugestión constante que revelara la disposición existencial
de un alma fatigada de tanto trascender, nos conduce hacia el indicio de lo que
sería una posible definición del tiempo propio como signo repetido de un movimiento
que circuliza según el antes de las inmanencias.
La
poesía de Hanni Ossott, resulta ser un viaje que se torna infinito en sus constantes
devaneos e interrogaciones, un viaje necesario y profundo. Constantemente emprenderemos
la búsqueda de espacios inexistentes, de efervescentes rostros y de un tiempo que
se desvanece como niebla, dejando el Yo en su devenir hacia la nada, el gesto
sin término del juego entre la noche, punto genésico de su poesía, y el atisbo de
un ser que, en algún instante se reconozca como un traje ajado o como rendija de
una puerta hacia la sombra.
HIBRAHIM ALEJO (Venezuela, 1993). Cursó estudios en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Carabobo, donde obtuvo el título de Licenciado en la Mención Lengua y Literatura. Actualmente cursa estudios en Filología en la Universidad Complutense. Ha publicado dos poemarios hasta la fecha: Los sitios constelados (2018), y Líneas para una ensoñación (2021). Cultiva el ensayo y revisa un conjunto de notas críticas sobre el legado y obra de poetas de su país.
LAURA AIDAR (Brasil, 1984). Artista visual y fotógrafa. Licenciada en Educación Artística por la Universidade Estadual Paulista (Unesp) y graduada en Fotografía por la Escola Panamericana de Arte e Design. Fue docente en las escuelas municipales y estatales de São Paulo durante 6 años. Trabaja en proyectos sociales y otras instituciones (como el Sesc) impartiendo cursos de arte y fotografía para jóvenes y adultos. Realiza investigaciones y trabajos artísticos de autor utilizando lenguajes híbridos. Crea contenidos online sobre temas relacionados con el arte, la cultura y la comunicación desde 2019. En 2021 realizó la exposición Linhas Imaginadas, en la Galeria Casa Lebre, en Bragança Paulista. Según ella, esta exposición se caracteriza por ser un manifiesto a favor de la autonomía femenina, la expresión genuina, la elección consciente, lúcida y desilusionada. Laura es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Número 243 | outubro de 2023
Artista convidada: Laura Aidar (Brasil, 1984)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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∞ contatos
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