sexta-feira, 20 de outubro de 2023

JOSÉ ÁNGEL LEYVA | Eduardo Lizalde, la zarpa del poeta

 


“Eduardo Lizalde es un monstruo”, exclamó el poeta colombiano Santiago Mutis cuando concluyó el recital del mexicano en Casa de Poesía Silva en el 2008. Santiago, hijo del narrador y poeta colombiano Alvaro Mutis, había escuchado hablar de Lizalde desde sus años en México, pero nunca lo había leído; no conocía la voz física ni poética de éste. La contundencia de los versos, la fuerza de las imágenes y la precisión de las palabras transportadas por la potencia oral del poeta de los tigres y las bestias, de la urbe y la lucha entre lo bello y horrendo, entre el instinto y la razón, entre eros y thanatos. El asombro de Santiago Mutis ante la dimensión lírica de Lizalde revela que, fuera del país, el conocimiento de la poesía mexicana del siglo XX se reduce a Octavio Paz y en algunos casos incluye a Jaime Sabines y a Rosario Castellanos. Un efecto semejante causó su presencia en Polonia, donde tuve la fortuna de acompañarlo en el viaje y en la antología que Krystyna Rodowska realizó y tradujo al polaco en el 2011.

La obra poética de Eduardo Lizalde responde a la voluntad del apetito, es decir, de la naturaleza. No hay prisa ni ansiedad por atacar a la palabra. Las circunstancias del hombre son las de la edad intelectual y su momento histórico, las del deseo, la necesidad y la búsqueda, responden también al hedonismo y al juego vital. Lizalde asume en la figura que Borges define como “belleza terrible”, su fuerza y su cautela, su capacidad predadora y su elegancia. La nobleza está allí, en su condición de figura que refleja la majestuosidad y el hambre, en su pausada demanda por devorar la imagen y el sonido.

Tendríamos que ubicar al poeta en su trayectoria política y poética, en su andadura rebelde y en la sapiencia de escritor. Desde la militancia en la inconformidad revueltiana de la Liga Leninista Espartaco, pasando por el poeticismo efímero con los poetas Marco Antonio Montes de Oca y Enrique González Rojo: irreverentes y soberbios, audaces y jóvenes promesas en el contexto de lo consagrado, a la sombra de Enrique González Martínez. Su nieto, Enrique González Rojo, me narró una anécdota que retrata a esos tres jóvenes que escribirían poemas extensos bajo una premisa gongorina. Había llegado Pablo Neruda a la casa del Poeta Enrique González Martínez, con quien vivía González Rojo. Los tres se negaron a saludar al vate chileno porque lo consideraban un poeta que buscaba en el último verso la consagración del poema, y un verdadero poeticista debía de tener la intensidad puesta en cada una de sus líneas. Los tres pasaron de largo ante el autor de Residencia en la Tierra, sin dirigirle el saludo.

Por su parte, Lizalde comentaba en una entrevista que le hicimos Begoña Pulido y yo, a inicios del año 2000:

 

Primero me llamé poeta. El poeticismo fue algo que se nos ocurrió más adelante, entre los 18 y 19 años de edad. En la Escuela Superior de Música me encontré con Enrique González Rojo (nieto de Enrique González Martínez, cuyos poemas me sabía de memoria desde la infancia); el poeticismo ocurre un poco después y a él se incorpora nuestro amigo Marco Antonio Montes de Oca, precoz y brillante poeta tres años menor que nosotros, pero fue un movimiento bastante efímero y en algún sentido frustrado. Esto lo explico con mucha claridad en mi libro titulado Autobiografía de un fracaso y que algo disgustó a mis compañeros del poeticismo (que se extendió del año 1948 a 1951 más o menos); había algunas otras personas, muchos que no se dedicaron finalmente a la literatura, otros que la siguieron practicando como Arturo González Cosío, que se incorporó a la corriente, y desde luego los tres fundamentales poeticistas de tiempo completo que éramos González Rojo, Marco Antonio y yo.

 

2.

La poesía de Lizalde atiende a la tradición sin restarle espacio a la experimentación, dentro de cánones personales que lo conducen hacia edificaciones verbales erigidas con la argamasa de la sapiencia y la erudición, pero sobre todo del canto. Su escritura responde a un oído fino que adjudica a las palabras el aliento y la melodía, el ritmo indispensable para que la imagen y la idea respiren profundo lo que el poeta nos ofrece con tono épico, pero venido de muy hondo, desde la revelación de una conciencia aguda, insatisfecha. El poeta escucha al filósofo y entra de lleno en una dimensión dialógica con la palabra en Cada cosa es Babel, que coincide en la proximidad del título, y quizás también por su extensión, con otra gran edificación de su contemporáneo y amigo Marco Antonio Montes de Oca: Ruina de la infame babilonia (1953). En algún sentido, Para deletrear el infinito ha sido la aspiración de Enrique González Rojo, quien bajo ese concepto engloba toda su escritura poética. Quizás impulsados por ese alarde de lo que Evodio Escalante llama “La vanguardia extraviada”, es decir, el poeticismo de sus años mozos.


En Cada Cosa es Babel, publicado en 1966 –aún con la embriaguez o la resaca del poeticismo, pues fue escrito a fines de 1950 e inicios de los años sesenta–, Lizalde entabla un alegato con la poesía y su fundamento, la palabra. El nombre no siempre corresponde a la cosa, pero la cosa siempre responderá a la denominación del hombre, del poeta. El dilema de la poesía es entre la realidad que se impone y el sueño que la moldea con sus manos inverosímiles, pero prácticas. Las cosas no dicen lo que son o son las palabras las que ignoran los significados de las cosas. Cada fragmento de la realidad, de la cosa representa una torre de posibilidades semánticas en el tiempo y el espacio de los hombres. “Cosa nombrada, ya existías/ antes de llamarte incluso/ con la palabra cosa.”

 “Pero ¿qué cosa dicen de las cosas los nombres? /¿Se conoce al gallo por la cresta /guerrera de su nombre, gallo? /¿Dice mi nombre, Eduardo, algo de mí? /Cuando nací ya estaba creado el nombre, /mi nombre, /pero creció conmigo /como un zarzal de letras.” Lo monstruoso, lo bestial, emerge desde esta confusión de lenguas, de exigencias del instinto y la razón, del sentimiento y de la idea: “Ha de buscar en todo el punto en que la mano se desteje /hasta su codo, /la orilla de su hombre, árbol y lobo. /hervíboro y carnívoro, /devorador de hígados, pormas, /testículos de toro, /cerezas y riñones, /devorador perpetuo de sus padres.”

 Ya están allí merodeando los felinos, las presas que advierten las afiladas garras, los colmillos sanguinarios de la letra.

Marco Antonio Campos, al igual que Evodio Escalante, señalan la demora en el reconocimiento de la obra de Eduardo Lizalde, quien por esa misma razón no figura en la antología Poesía y movimiento, elaborada por Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Alí Chumacero y de manera distante Homero Aridjis, quien vivía en el extranjero, pues la obra que realmente lo coloca en el horizonte de la gran poesía mexicana es El tigre en la casa, publicado en 1970, cuatro años después que Cada Cosa es Babel y 14 después de La mala hora (1956), un poemario con fuertes resonancias ideológicas. No obstante, el propio Lizalde reconoce que no fue excluido de dicha antología por razones extraliterarias, sino porque Cada cosa es Babel coincide con la publicación de ese canon que pretende acotar el primer hemisiglo de la centuria pasada.

Aunque El tigre en la casa es el libro que más lectores le reditúa a Lizalde, disiento en que sea éste el libro que determina su arribo a la gran poesía. Cada Cosa es Babel posee los atributos necesarios para catalogarlo en la tradición de los poemas de largo aliento más representativos en la tradición hispanoamericana. La erudición, el valor significativo de su discurso, la fuerza de sus imágenes, el andamiaje conceptual que soporta una respiración firme, rítmica, melodiosa y eficaz, la claridad en esa densa urdimbre diláctica que halla en la contradicción y en la paradoja su energía y su impulso, sólo puede asociarse con la inteligencia expuesta por Sor Juana en el Primero Sueño.

Desde Cada cosa es Babel, Lizalde muestra su natural espíritu inconforme, huye de la belleza fácil de la rosa al tiempo que la reconoce en su exquisita condición de objeto natural, mientras que él, el autor, asume el papel de predador, de sujeto-feroz, de sujeto-víctima al que la realidad no le corresponde. Fascinante figura del terror, el tigre de Lizalde empata en arrogancia y refinamiento con el tigre de William Blacke, consciente de que esa bestia está en nosotros, en el poema, en la inteligencia y en el deseo.

Con La zorra enferma. Malignidades, epigramas, incluso poemas (1974) obtiene el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes. Luego vendría Caza Mayor (1979), y a mediados de los años ochenta Al margen de un tratado, atendiendo a su lectura y su aproximación reflexiva al famoso Tractatus Logico-Philosiphicus de Wittgenstein.

Marco Antonio Campos, uno de los escritores que más tiempo han dedicado a estudiar y a promover la obra de Lizalde, situándolo en el vértice de nuestra actual poesía, afirma convencido que esta marcha lenta y comedida del poeta Lizalde se debe en gran parte a la severidad crítica del propio autor, además, apunta Campos en el prólogo A la caza del tigre (antología personal), Colección Visor de Poesía, España, 2007–en contraste con la Antología impersonal de Lectura Mexicanas, en 1986: “A los cuarenta años rodeaban a Lizalde la sombra de varios fracasos o decepciones: de la experiencia socialista, del sombrío panorama nacional después de la aniquilación del movimiento estudiantil de 1968, de la huella devastadora de los amores desdichados, de los desencuentros con su propia poesía y la falta de reconocimiento del medio literario. ¿Adónde volver la vista?”. Campos apunta que enmedio de la desesperanza brotan los poemas de El tigre en la casa. Pero como advertíamos párrafos antes, ya hay una presencia feroz, casi sugerida si se quiere, en Cada Cosa es Babel.


Yo me digo, casi a manera de pregunta, cómo no acusar tales dientes, tales garras, entre dos fuertes presencias en su formación intelectual, como lo fueron José Revueltas y Rubén Bonifaz Nuño. Con esa mirada de Dios en la Tierra o de El amor y la cólera (sobre Catulo), respectivamente.

 

3.

Pero escuchemos mentalmente a Lizalde en estos fragmentos de la conversación que sostuve intentando despejar algunas dudas y responder a mi inquietud de lector, de poeta:

 

La generación de Bonifaz Nuño es muy significativa para mí, estaba conformada por hombres de gran talento, gran cultura; a ella pertenecen también Augusto Monterroso, Enrique González Casanova, que no ha producido una obra literaria personal pero que tenía grandes dotes profesorales, un hombre de gran cultura e iniciativa que me invitó a trabajar con él en la Universidad (le debo también muchísimas pistas literarias y estéticas), y Ernesto Mejía Sánchez, el nicaragüense. Todos ellos, sin haber sido técnicamente nuestros maestros, influyeron muchísimo en nuestra visión de la literatura y en la mía particularmente. Poetas también de gran importancia como el propio Alí Chumacero, que es de la generación de otros maestros laterales ya desaparecidos como Juan Rulfo y Juan José Arreola, con quien cultivé una larga amistad desde los años cincuenta en adelante. Soy deudor, por tanto, de una gran cantidad de personajes, de escritores, de influencias y de orientaciones y desorientaciones que también se padecen en la convivencia con los grandes de la literatura mexicana. Es difícil hacer la lista de toda la gente con quienes tenemos deuda, pero todo trabajo creativo, aunque la afirmación podría extenderse a todos los campos de la actividad cultural, no es en ninguna época, en ningún país y en ningún tiempo histórico, personal; la literatura es generacional, es un producto generacional, y por más diferentes que parezcan los autores de un periodo determinado, a la larga, la crítica comprende todo lo que los ha emparentado, movido en materia de lecturas, de ideas, de visiones del mundo que los ha rodeado. Eso no podemos determinarlo los autores y tienen que hacerlo, a la larga, el lector y el crítico. Las distancias son determinadas por una enorme cantidad de incidentes, de accidentes y capacidades innatas de los creadores, que son imprevisibles.

El trauma siguiente de mi generación, entonces, es el de la lucha con el estalinismo y de la apertura mental a otras visiones de lo que era la política marxista en el mundo que conduciría, a la altura de 1989 y con la caída del muro de Berlín, al desastre absoluto. Aunque ya desde los años 54 y 55, en el XX Congreso, cuando se descubren las atrocidades del mundo estaliniano, nos habíamos quedado sin bandera, sin causa que defender, seguimos sin embargo en esa batalla hasta un poco después de los años sesenta, cuando creíamos que la revolución cubana se iba a convertir en la verdadera línea de una revolución socialista liberal, cosa que no ocurrió. Ha fracasado igual que las demás revoluciones. Yo le decía a Carlos Fuentes que nuestra generación no estaba tan espantosamente traumatizada por el marxismo de los primeros treinta años como la generación de Octavio Paz, Revueltas, Efraín Huerta, Cortázar, la generación de 1914. A ese trauma se deben las diferencias enormes que se produjeron entre todos ellos. Revueltas y Octavio Paz, en cambio, se reunieron en el proceso de la disidencia estaliniana de Revueltas, pero José nunca abandonó su fe de revolucionario y siempre pensó que era posible llevar adelante, de una manera distinta, el proceso concebido por Lenin y Marx.

 


No es trivial la formación política de Lizalde, como tampoco lo son sus diversas vocaciones y oficios, la filosofía y la música, particularmente, pero tampoco es desdeñable su práctica de traductor de distintas lenguas en las que él reconoce incurrir en bajas traiciones con los autores a quienes trasvasa a su propio idioma. Ya Marco Antonio Campos, referente ineludible a la hora de pretender el desciframiento de la obra lizaldeana, da cuenta de esas facetas de apariencia disímbola en La poesía de Eduardo Lizalde (entrevistas y ensayos, 1981-1984), Gobierno de Puebla-EyC, 2012, compactándolas en una perspectiva de poeta maldito, pues son, desde su conocimiento del autor, las circunstancias negativas, los infortunios que se ciernen sobre él las que generan esos versos que el mismo Lizalde reconoce provienen del dominio de la oscuridad y la muerte, de los tropiezos amorosos, de la desgracia, que son también experiencias vitales. La insumisión, la rebeldía ante el destino, al sino, es lo que hace que el espíritu se convierta en ese monstruo, en ese ente que le da forma al poema. Las causas del moroso reconocimiento del poeta, así como el hilo conductor de la etapa comentada, las explica mejor él en la entrevista referida, realizada por Begoña Pulido y por quien escribe:

 

El tigre en la casa (lo publiqué a los 40 años de edad). En Caza mayor se habla de la desaparición de las especies, ya no es la desgracia amorosa, al contrario, hay ciertos poemas sobre el goce amoroso; los hay también en Tabernarios y eróticos, un libro que tiene dos secciones, una celebratoria, sobre amor en general y en particular otra que es una serie de epigramas. En Caza mayor se habla del tigre y la muerte, de la desaparición de las especies, de la atroz condición destructora de la raza humana, que es el animal más perverso de la creación. Son libros distintos, pero con parentescos desde el punto de vista del ritmo, del tono; yo creo que todo poeta tiene que ver con el ritmo de su habla, no sólo con su biografía; la única manera de deshacerse de la poesía libresca, la que imita a otros, es trabajar con la misma persona, con la misma voz, con las mismas obsesiones, con los mismos mundos que nos obsesionan o permanecen en nosotros. No es una teoría freudiana sino una condición inevitable a la que estamos sujetos los escritores, no podemos hablar de otra cosa que de nuestro mundo. El mundo obliga al poeta a sujetarse a sus formas y sus obsesiones constitucionales.

 

 



JOSÉ ÁNGEL LEYVA (México, 1958). Poeta, narrador, periodista, editor y promotor cultural. Dirige la editorial y la revista literaria La Otra y es colaborador habitual del suplemento cultural del diario La jornada. Dirige la Editorial de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha publicado más de 25 libros de poesía, narrativa, divulgación de la ciencia, periodismo y ensayo. Entre los que destacan: Libros de poesía: Catulo en el Destierro (México 1993 y 2006; Francia, 2007; Colombia 2012); Entresueños (1996); El Espinazo del Diablo (1998); Duranguraños (2007); Aguja (España, 2009; Italia, 2010; México-Quebec,2011); Habitantos, Colombia 2010; Cristales Sólidos, Colombia, 2010; Carne de imagen (antología, en Monte Ávila, Venezuela, 2011); Tres cuartas partes, Mantis, México, 2012, Serbia, 2012, La Garúa, Barcelona 2020; Destiempo (antología personal, Col. Poemas y Ensayos de la UNAM), 2012; En el doblez del verbo, Caza de libro, Colombia, 2013; Luz y Cenizas, México, 2019; Exorbitant, L’Harmattan, Francia, 2020. Otros: Enrique Arturo Diemecke. Biografía con música de Mahler, Siglo XXI editores, 2019; Anacrónicas, Fondo de Cultura Económica, 2021. Libros suyos han sido traducidos íntegros al francés, italiano, serbio, polaco y parcialmente al inglés, sueco, portugués, rumano, árabe y turco.




GINA PELLÓN (Cuba, 1926-2014). Fue una artista muy conocida que vivió y trabajó en París, Francia, desde 1959 hasta su muerte. Fue precisamente en Europa donde conoció a los surrealistas parisinos y luego conectó con el grupo COBRA, uno de los principales movimientos de vanguardia e hitos del expresionismo abstracto europeo. Su carrera en Europa fue muy prolífica con amplias exposiciones en París, Lausana, Bruselas, Ámsterdam, Toulouse, Silkebour (Dinamarca) y Larvik (Noruega). También ha realizado exposiciones individuales y colectivas en otras ciudades como Miami, Nueva York y Caracas, entre otras. Su actitud incansable y entusiasta es una constante que marca la producción de toda su vida. En sus propias palabras, pinto todos los días… desde el amanecer hasta el atardecer. En este proceso tengo la necesidad de crear, de retratar emociones, y una vez que estoy a punto de terminar una obra, siento la necesidad de atacar otra. El estilo y la paleta de Pellón están marcados por una excelente espontaneidad y colores brillantes. Con pinceladas enérgicas y fluidas, crea composiciones vibrantes donde la mujer es el tema principal. Además de la pintura, la dilatada trayectoria de Gina Pellón también ha incluido el grabado y la poesía. La artista ha recibido numerosos premios y distinciones y su obra forma parte de numerosas colecciones públicas y privadas de todo el mundo.




Agulha Revista de Cultura

Número 242 | outubro de 2023

Artista convidada: Gina Pellón (Cuba, 1926-2014)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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