sexta-feira, 20 de outubro de 2023

JUAN CAMERON | Efraín Barquero postergado

 


La mesa de la tierra, de Efraín Barquero, fue distinguida en 1999 con el Premio del Consejo del Libro, anunciando la inminente y lógica concesión del próximo Premio Nacional de Literatura al poeta del Maule. El volumen había sido publicado el año anterior, por LOM, y distinguido de inmediato con el Premio Municipal de Santiago. En consideración al rigor y a la calidez de su obra, el jurado designado por el Consejo quiso así homenajear en vida a un autor destacado en la Generación del 50 y al grupo de intelectuales que la integraron. Y con ello –Delia Domínguez, Jaime Quezada, Manuel Silva Acevedo, Cristián Vila Riquelme y el profesor Iván Carrasco, de la Universidad Austral de Chile– hacían un guiño a la memoria de Enrique Lihn y de Jorge Teillier, quienes fallecieron sin alcanzar, por la conocida ignorancia de quienes lo otorgar, el mayor galardón en nuestras letras.

Sin embargo la historia volvió a repetirse. Al año siguiente, y por la fuerte presión ejercida por el entonces presidente de la República, Ricardo Lagos Escobar, el premio fue intenpestivamente a pasar a manos de Raúl Zurita. Un llamada desde La Moneda, a la Ministro de Educación, Mariana Alwin, interrumpió la cesión y cambió el curso esperado. La intervención fue tan evidente que uno de los jurados, el poeta Miguel Arteche, se negó siquiera a firmar el acta.

Esa mañana me encontraba en Viña del Mar dictando una charla a los estudiantes de Periodismo de la Universidad Católica. Una alumna me consultó por de la decisión a anunciarse al mediodía. Hablé sobre los candidatos, sus méritos, sus producciones y concluí que el nombre más obvio habría de ser, sin la menor duda, Efraín Barquero.

¿Y Zurita? –Me preguntó la niña.

¿Zurita? Que yo sepa no está nominado.

Sí, señor. Lo escuché mientras desayunaba.

Mire señorita –le respondí sorprendido –nosotros podremos ser un país bananero; pero no somos un paisito bananero. No creo que eso ocurra. Se trata de niveles muy distintos. No; me parece muy difícil.

Tras la reunión llamé a casa desde un teléfono público.

¿Sabes a quien le dieron el Premio? –Preguntó mi mujer.

No. ¿Que ya lo anuciaron?

A Raúl –afirmó –Me parece increíble.

La semana anterior había estado almorzando en el departamento de los Barquero. Le reiteré a Efraín mi vaticinio y ofrecí una botella de un muy buen vino para celebrar. Elena, su eterna compañera, prepararía los porotos. No los vi por un tiempo. Tras el anuncio oficial se produjo un pesado y prolongado silencio.

Si bien el poeta va a quedar en la historia patria por aquel hermoso y repetido poema de La Compañera su escritura ha ido experimentando un desarrollo vital hacia lo esencial de la poesía, la comunicación secreta entre escritor y receptor. Pero es ese camino, justamente, el cual se ignora en el país. Desde ya, el joven rebelde al grupo nerudiano había buscado otra forma de expresión en El viento de los reinos, basado en su experiencia en China, y en Epifanías. Viajó a China a trabajar, en 1962, invitado por el pintor José Venturelli. Una puerta se abre para él. Tuve como el sombrío desperezo, como la sensación de despertar, ya muy tarde, de un largo sueño; de haber estado ahí, en alguna edad; de alcanzar con fatiga a otro que me esperaba en Peihai; de batallar con él para entrar en un solo cuerpo, que era el mío y que, por un instante, no tenía nombre, cuenta en Arte de vida.

El medido cantor, el trovador que era, no vacila en exhalar hasta lo último de su aliento con toda la fuerza de su caja toráxica: Estoy afuera de una casa silenciosa/ con mi corazón dormido como sus puertas/ con miedo de tocar el aldabón, con miedo/ de despertar en el fondo de un pozo/ como en las noches de invierno las bestias del mar (de Epifanías).

Ese es el Barquero recordado en esta orilla. Ahora, un cuarto de siglo después, se instala en La mesa de la tierra y dice, simplemente, con su voz arcana enronquecida por la experiencia. Bien lo apunta Naín Nómez: “la obra poética de Barquero parece finalmente decantarse (…) en un equilibrio textual y temático que se instala en el mundo, como un cuchillo en la mesa, recuperando los ritos primigenios y la permanencia del hombre en la naturaleza, sin olvidar el fuego humano”.

Poeta de las vocales de madera pareciera rehuir del fluir profundo y turbio de la letra u, que tanto nos gusta a quienes escribimos en este Chile. Releo ese texto fantástico aprendido en los primeros tiempos: Mi amada está tejiendo en la ventana/ está tejiendo una inmensa mariposa./ Me mira en silencio, y yo la miro,/ pensando en el hijo que volará sobre ella, y aquella vocal apenas se aparece como un suave relámpago en una imagen que no quisiera alterarse en su instante, en su paz precariamente definitiva. Es que ésta es su voz; y ella se explica en su ideolecto –transversal acaso– para no alterar el orden magnífico de lo trémulo, la situación ideal la cual se nos ha negado a nosotros, como especie sobre la faz de la tierra.


La madera es seca; pero a la vez es húmeda. La madera es dura; pero a la vez es frágil; la madera es una metáfora con la cual se construyen las casas y las mesas y la leña para el pan, eternas en la memoria de un hombre transitorio, siempre en viaje de aquí para allá, de esta vida a esta muerte tan cierta que nos determina, y hacia otra vida nuevamente, pues son muchos los pasos a dar en esta finitud tan, para nosotros, permanente. La madera representa el vínculo entre el hombre y la tierra, la maternal alianza que un su acción positiva formará la cultura, la suma de signos, símbolos, artefactos y técnicas los cuales, en su labor de retroalimentación y de constante reciclaje suman la totalidad de las modificaciones provocadas por la mano del hombre sobre esta superficie.

Ciertamente Barquero se vincula a lo lárico en cuanto los símbolos repetidos en sus versos, y a través de toda su escritura, evocan o inducen a la imaginación –si bien no en forma directa– a un estado natural de plenitud que ha existido o podría haber existido. De alguna manera no dicha, lo emparentamos más a Trakl, con su nostalgia activa y reguladora de las fuerzas telúricas hacia la síntesis germinal, que al Teillier patriarcal. Barquero plantea otro camino, un sendero diría él, en este transitar por la tradición poética del país.

A veces, en esos ecos mistralianos pareciéramos escarbar algo más allá, algo de Andrés Bello y su perfecta silva; y otras veces nos encontramos en el idioma de todos, en un más acá aún de sus propios compañeros de generación.

Por qué a este Efraín Barquero que ahora se nos presenta de pronto con casi la totalidad de su obra, sin avisar siquiera del regreso, sin permitirnos peinar nuestros cabellos y alisar el traje para recibirlo en la mesa de todos, le ha dado por convertir nuestros signos comunes a pesar de todas las connotaciones y marcas que les hacemos en la espalda, en símbolos, en fenomenales símbolos que no vayan –¡Por Dios!– a dejar ninguna duda en ninguna de las múltiples posibilidades de la palabra. Dice madera, dice mesa y dice pan; y dice también que alguien se puso a cantar/ sin mover la boca/ como si estuviera lloviendo/ en una región muy lejana. Y más allá de este juego de sonidos y silencios entrecruzados y señalados ante el ojo y el oído del lector, existe un segundo juego, más allá incluso de las referencias culturales y personales, de verdades ocultas, ignoradas tal vez por el poeta sabe; pero las cuales intuye o las intuye en el preciso instante cuando convirtió en letra la idea, que fugaz como la vida misma, detuvo por el momento definitivo sobre el papel.

Este traspaso crea un sistema metonímico por el cual Barquero indica el hogar, precisamente el lar, como un estado existencial auténtico en el cual estas partes, al ser mencionadas, lo representan. Y la ausencia cronológica y geográfica lo traslada hacia el territorio del mito. Esto, que creía haber aportado a la teoría a través de la lectura de Barquero (lo cual también le agradezco), está bien explicado en la Teoría Literaria de Wellek y Warren y cualquier estudiante de primer año en Literatura lo ha sabido mucho antes que los poetas. Lo maravilloso está, para mí como lector, llegar a tal conocimiento a través de una simple y gozosa lectura.

Y también lo anota con su gracia indiscutible y fina el poeta Molina. Nuestro mítico Hemingway, Eduardo Molina Ventura dice en el prólogo de Arte de Vida, que Barquero sabe descubrir, en el mero dato biográfico, afinidades misteriosas, relaciones ocultas, inesperadas coincidencias, que van tejiendo una trama, donde casi sin percatarse el propio autor, va urdiéndose, de los hechos, una figura llena de sentido, que religa fragmentos dispersos, ata cabos, en una insospechada coherencia. Cuanto hace Molina, al destacar estos caracteres, es afirmar que Barquero es poeta, pues de aquello se arma y nutre la poesía.

Entonces podemos decir con Naím Nómez que este Barquero lárico de los primeros tiempos, mantiene un código secreto con el lector para referirse siempre a esa nacencia que connota y evoca a través de toda su obra, desde La piedra del pueblo a La mesa de la tierra, ahora definitivamente establecido, como principio, en la Antología antregada por LOM el 2000. Allí todos los elementos propuestos simbolizan el entorno familiar, la mesa extendida, desde la que fue arrancado tempranamente y añora y representa como un estado ideal y natural.

En todo autor existe una voluntad de escribir, de expresarse del modo personal de percibir el mundo. Barquero intenta atrapar esa forma y lo hace, a lo largo de su obra, por medio de textos que él presenta, en forma directa o indirecta, como Arte poética. Estoy lleno de símbolos de carne y hueso, anuncia ya el poeta a los 23 años de su edad. El viene a escribir con sus vocales de madera y así se planta ante el auditorio: Mi voz no está suavizada por alfombras (…) Más bien es la exclamación ofendida (…) Más bien es una construcción de madera (…) Más bien es la cacofonía molesta (…) En realidad mis palabras casi nunca sonríen.


Pero ya en la mediana edad, por el año de 1970, ha hecho una revisión del camino y en él pesa más la palabra que la intención de hacer. O, dicho de otra forma, tiene certeza ya que su tarea en esta tierra es la escritura y la secreta esperanza de transformar el mundo a través de ella. En Tema 13, al establecer la palabra como vínculo entre el poeta y el mundo, declara yo soy con mis órganos un pensamiento incompleto/ lo que ocurrió mil veces es una forma pura. Explicado esto de forma técnica podemos afirmar que, en esta época, el poeta sabe ya la diferencia entre signo y símbolo; se percata, con dolor y aceptación, que no es el signo el instrumento para crear nuevas cosas, sino el símbolo, mágico y completo que instaura al poeta como el mago, como el aprendiz de brujo, como el brujo de la tribu.

Por muchos estudiosos y por observación, sabemos que el significado del signo no toca siquiera el objeto nombrado en el mundo exterior y menos aún, podría generarlo sólo con la voz, con su enunciado. Entre dicho significado y la realidad hay un río infinito, un río intocado, un río que no fluye para las manos del hombre. Crear con la palabra, dice Juan (en el principio fue el Verbo), es labor divina. Y solamente el símbolo, el logos, podría generar tan maravillosa existencia de la nada misma. Entonces, entre “lo” simbolizado y la realidad signada por el símbolo no hay distancia. El símbolo es cuanto dice ser. Por ello, en esta nostalgia de no ser dioses, en esta nostalgia de no poder mirar la madre tierra como se mira el lar desde el recuerdo, el poeta debe permanecer en su condena, en su escritura, hasta el fin de los días. Triste castigo aquel el de vaticinar. Cuanto le queda es Robarle a la garza su blancura (…) al río, su primera catástrofe (…) a la mesa, su cuerpo final.

La que juega en la penumbra contiene trece versos, con cierta intención de alejandrinos y su particular manera de acentuación interna. La vieja mujer bien podría ser la poesía –como casi la totalidad de las figuras femeninas emergidas a lo largo de la obra de Barquero– la cual extiende al poeta una mano de invisibles semillas. La sentencia de contener la verdad en la otra realidad, en la no vista, en el segundo plano de las significaciones, es bastante clara en este caso. Sobre todo en tanto se basa en la experiencia, y en la experiencia visual, como un juego de puertas y ventanas/ y con todos los espejos de las paredes/ como si fueran retratos de otro tiempo.

Bien podría esta “vieja mujer que juega en la penumbra” representarse en su acepción masculina como El idioma de todos. Pues la acción del relatado, en la memoria del poeta, es casi siempre la misma. El sólo observa y anota, como ya lo ha anunciado en sus anteriores “Arte poética”: Abrió la puerta a todas las sombras (…) Elevó la luz sobre su cabeza (…) Saludó al eterno huésped y saludó la eternidad (…) Y ambos se miraron en silencio/ sin saber quien es el visitante, quien es el visitado,/ con esa luz de los que creen en el hombre. Estos versos intercalados, aparecidos en La mesa de la tierra, confirman su intención de escritura y constituyen una reflexión antes de la revisión del camino. Estoy lleno de símbolos de carne y hueso, es cierto; pero sin saber quien es el visitante, quien es el visitado.

Necesaria ha sido esta Antología. Entrega una visión completa del poeta y permite su lectura y desmesura al mismo tiempo. Como la de proponer, en contribución a la confusión general que toda lectura implica, algunas etapas en esta mirada retrospectiva: de Piedra Blanca a Lo Gallardo, de la gran China hasta el Golpe de Estado, la de los libros publicados en dos décadas de ausencia, transcurrida en Francia principalmente, y algunos de ellos en Chile en 1992, y su regreso a casa.

La primera transcurre entre La Piedra del Pueblo y Poemas Infantiles. Es aquí donde Efraín Barquero establece inicialmente su poética y las palabras se reiteran como un código que lo acerca y lo separa a la vez de esa tendencia lárica producida tan allá, afuera de las márgenes de Santiago. La anotación resulta más que curiosa. Si revisamos la bibliografía del poeta, salvo las ediciones extranjeras, las demás han sido publicadas precisamente en la capital.

La segunda etapa va desde El Viento de los Reinos a la edición de La Compañera y otros Poemas de 1971. Asciende acá el poeta su discurso a un estado superior de la existencia, a la conciencia de ser individuo en el cosmos, al tiempo de establecer dichos símbolos, como bien lo menciona Naím Nómez, en todas sus categorías de existencia.


Su largo exilio nos aporta El Poema Negro de Chile, México y Los Bandos de la Junta Militar Chilena (editado en Cuba). Y, ya como anunciando su regreso y también en Chile, aparecen en 1992, A Deshora, El Viejo y El Niño y Mujeres de Oscuro.

Aquí coexisten diversas voces obligadas tanto por las circunstancias como por su particular visión y presencia literaria. Para muchos se trata de textos desconocidos y separados por el doble exilio que afectara tanto al autor como a sus lectores. De allí la importancia de la Antología que inaugura este milenio literario.

Hubo que esperar años para volver a abrazar al poeta y a Elena. Tras recorrer los cerros de Valparaíso en busca de una casa y visitarlos después en su departamento cercano a la Plazuela Ecuador, tras recibirlo un día con sus dos sillas de mimbre al hombro para que los recordáramos partieron de regreso a Francia. El país le daba vuelta la espalda. Una vez más lo eventual superaba a lo permanente arrastrándolo a su mayor desilusión. Hasta que una mañana recibimos una llamada, desde Santiago, para que los acompañáramos en la recepción del Premio Nacional a Efráin, al fin, tras ocho años de postergaciones.

Efraín Barquero Jofré recibió el galardón de manos de la Ministro de Educación, junto a los otros reconocidos, en el Claustro de la Recoleta Dominicana a mediados de diciembre de ese año. Ningún medio de comunicación, al menos en titulares, se hizo cargo de la noticia. Portadas y titulares se solazaban con negocios tipo Festival de Viña del Mar o la Teletón, o en cuestiones de la prostituida farándula nacional. Una fotografía de la señora Presidente de la nación en traje de baño recorría el mundo, la Ministro de Cultura aparecía cantando rock sobre un escenario porteño al modo de la misma farsa en el tablado político. Si un extraterrestre hubiera aterrizado de pronto en estos lares vería un país “tal para cual”, habitado por bárbaros que fuman y hablan de foot-ball mientras los intelectuales, premiados con las más altas distinciones en Historia, Artes Musicales, Ciencias Naturales, Ciencias Aplicadas y Tecnológicas y Literatura se ocultaban en espera de una mejor oportunidad.

Sin duda el más esperado fue el premio a Efraín Barquero. Su esposa y él optaron a última hora por venir a recogerlo impulsados más bien por la necesidad de saludar a sus pocos amigos en el país. En privado expresó los deseos de volver a Valparaíso. Y en su discurso –críptico para los poco entendidos– se retrató como un disgustado por la postergación a que se vio sometido por la inteligentzia concertacionista y la tontera reinante. En pocas palabras –indicó– había seguido su tendencia a echarse a morir para luego con la naturalidad de los hechos, salir de su refugio cuando la situación tendía a mejorarse. Pero en esos momentos resultaba inútil escarbar sobre alguna información en torno a la entrega de los Premios Nacionales 2008. Se comprende, Chile es así simplemente.




JUAN CAMERON (Chile, 1947). Poeta, ensayista. Autor de numerosos poemarios, entre ellos Perro de circo (1979), Cámara oscura (1985), Como un ave migratoria en la jaula de Fénix (1992), Jugar con la palabra (2000), Treinta poemas para leer antes del próximo jueves (Costa Rica, 2007), y Poemas de autoayuda (2020). Ha publicado, además, las crónicas Ascensores porteños/ Guía práctica (1999 y 2002) y Ascensores de Valparaíso (2007). Entre sus reconocimientos se cuentan los premios Federación de Estudiantes de Chile (FECH) 1972, Gabriela Mistral, de la Municipalidad de Santiago, 1982, Revista de Libros, diario El Mercurio, Santiago, 1996, Villanueva de la Cañada, Madrid, 1997, Consejo Nacional del Libro y la Lectura, en Poesía, 1999, y Ciudad de Alajuela, Costa Rica 2004. Figura, además, en una treintena de recopilaciones de poesía chilena y latinoamericana y ha sido traducido a diversos idiomas.




GINA PELLÓN (Cuba, 1926-2014). Fue una artista muy conocida que vivió y trabajó en París, Francia, desde 1959 hasta su muerte. Fue precisamente en Europa donde conoció a los surrealistas parisinos y luego conectó con el grupo COBRA, uno de los principales movimientos de vanguardia e hitos del expresionismo abstracto europeo. Su carrera en Europa fue muy prolífica con amplias exposiciones en París, Lausana, Bruselas, Ámsterdam, Toulouse, Silkebour (Dinamarca) y Larvik (Noruega). También ha realizado exposiciones individuales y colectivas en otras ciudades como Miami, Nueva York y Caracas, entre otras. Su actitud incansable y entusiasta es una constante que marca la producción de toda su vida. En sus propias palabras, pinto todos los días… desde el amanecer hasta el atardecer. En este proceso tengo la necesidad de crear, de retratar emociones, y una vez que estoy a punto de terminar una obra, siento la necesidad de atacar otra. El estilo y la paleta de Pellón están marcados por una excelente espontaneidad y colores brillantes. Con pinceladas enérgicas y fluidas, crea composiciones vibrantes donde la mujer es el tema principal. Además de la pintura, la dilatada trayectoria de Gina Pellón también ha incluido el grabado y la poesía. La artista ha recibido numerosos premios y distinciones y su obra forma parte de numerosas colecciones públicas y privadas de todo el mundo.




Agulha Revista de Cultura

Número 242 | outubro de 2023

Artista convidada: Gina Pellón (Cuba, 1926-2014)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


∞ contatos

https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/

http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/

ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

 





 

Nenhum comentário:

Postar um comentário