En alguna época la enorme figura de Neruda pareció no haber dejado crecer
nada bajo su sombra; pero el tiempo –hoy lo sabemos bien– ha demostrado que eso
no ocurrió y que incluso bajo el peso de una personalidad tan fuerte se
desarrollaron voces y estéticas muy originales y brillantes; bastaría citar los
nombres de Nicanor Parra y Gonzalo Rojas, escritores bastante leídos en México.
Hay sin embargo bastante más tela de donde cortar y que valdría que fuera
recuperada en nuestro país. Por ejemplo, la rama vanguardista bajo el influjo
del surrealismo, en poetas como González Lanuza, o en esos extraños heterodoxos
Rosamel del Valle y Humberto Díaz Casanueva, cuyo influyo se extiende hasta
Ludwig Zeller (motivo de estas notas) o Hernán Lavín Cerda. O bien la rama
“prosaista” de un Enrique Lihn.
Zeller es un poeta extraño, pero no desconocido para el lector mexicano. En
1988 el FCE publicó una breve y ceñida antología prologada por Álvaro Mutis
bajo el título Salvar la poesía quemar las naves que va ya en su segunda
edición; la colección Margen de poesía de la UAM le publicó en su Nº 24 Tatuajes
del fantasma en 1993 y al año siguiente Joaquín Mortiz Aserrar a la
amada cuando es necesario (con prólogo de Alberto Ruy Sánchez).
No poco para un escritor que más bien ha circulado en ediciones de autor,
libros-objeto y carpetas de grabado. También ha publicado recientemente en
Aldus su novela Río Loa estación de sueños. Paralelamente sus trabajos
gráficos, en especial los collages, y diversas entrevistas han aparecido en
revistas y suplementos culturales del país.
Si menciono todo esto es para señalar que la aparición de su poesía
completa bajo el título Los engranajes del encantamiento viene precedida
por estas publicaciones, como creando el clima para que su peculiar escritura
encuentre al lector bien dispuesto. Zeller vive desde hace algunos años entre
nosotros –en la ciudad de Oaxaca– y como antes había hecho en Canadá, adonde
emigró en 1971 como un primer exilio, se crea un espacio propio de resonancia.
Esta poesía reunida y su cumpleaños setenta –Zeller nació en 1927 en el
desierto de Atacama– son buen motivo para una aproximación crítica a su poesía.
El surrealismo, al cual se adscribe sin rendirle pleitesía, no es ni el de la brillantez
enunciativa y cadenciosa de Enrique Molina ni la seca y deslumbrante concisión
de un Adolfo Emilio Westphalen; tanto el argentino como el peruano un par de
décadas mayores.
Esta pertenencia a una generación más joven, pero para la que las vanguardias
siguieron siendo una lectura viva y fundamental, le da un tono específico, muy
propio, lejano de la melopea y el telurismo, con una vocación asertiva y una
violencia muy radical en su lirismo, que le hace adquirir acentos
apocalípticos, pero desprendidos de cualquier resabio religioso. Poeta de un
fin de mundo contemplativo, de un nacimiento de la palabra alejado de su
intención decorativa.
Como se dijo, el poeta sabe que necesita crearse una atmósfera, un clima de
receptividad. El trayecto de la obra de Zeller es revisado en un buen prólogo
del escritor canadiense A. F. Moritz a Los engranajes del encantamiento
y se agrega al final una sucinta bibliografía, que permite hacerse un panorama
del desarrollo del autor. Además, como todos sus libros, los collages acompañan
a la publicación como parte activa.
Es frecuente encontrar en los poetas de aliento surrealista cierta
tendencia a la apertura de los sentidos, por eso el interés de muchos de ellos
tanto por las terapias psicológicas como por los esoterismos, tanto por las
drogas como por las culturas alternativas. En muchos se resuelve la intensidad gracias
al humor, en otros la presión hace estallar la dicción y en otros –los menos–
se produce una implosión, estallan hacia adentro provocando esa “ampliación” a
través de una amputación, o cercenamiento en sentido físico, de los modos
perceptivos. Un buen ejemplo de esto es la poesía de Zeller donde el ciego ve
más y el manco palpa/siente/toca mejor.
Los Ejercicios de la tercera mano son un buen ejemplo de ello,
además de representar uno de los momentos más inspirados de su poesía. En ellos
el humor está cargado de aspereza verbal, no ofensiva, pero revulsiva. En
muchos de ellos aparece la figura de un ciego, arraigado mitológicamente, que
ve lo que nosotros no. Los tonos pesadillescos de un Max Ernst o de un Tanguy,
que nos remiten al Bosco, están aquí textualizados.
De hecho, a lo largo de todos Los engranajes hay, independientemente
de algunos momentos más lúdicos o periodos menos torturados, una permanente
violencia de la percepción, al nombrar sensaciones y experiencias al borde de
la crueldad, como si se tuviera la obligación –el deber– de llevar al poema al
límite (o más allá, si fuera necesario) para encarnar la experiencia en
palabras. Tradicionalmente ese límite está marcado por la realidad física, por
el cuerpo en su exterioridad, la piel. Pero aquí la piel –del lenguaje– se
rasga y muestra una piel interior, víscera o reverso del ser en el poema.
A lo largo de la historia del arte son muchos los casos en que hay esta
necesidad de ir más allá, por ejemplo, en Leonardo, y no son pocos los poetas
que han sido médicos de profesión. En la sociedad contemporánea esto se
manifiesta en el culto del cine gore o en la pintura de un Francis
Bacon. Lo de Zeller no es, sin embargo, violento en el nivel visual (a pesar de
su estrecha vinculación con las artes plásticas) sino en el enunciativo.
Por eso resulta en ciertos momentos incluso incómodo ese desatarse
estridente de las palabras en su mutuo juego de atracción; el agua ácida,
vinagre en la bebida, escuece la garganta al pronunciar la frase como una mano
que se pasa por una superficie áspera, con textura de cicatriz, y con
sensibilidad de herida.
El texto se vuelve agudo o ronco, según requiera el momento, pero más que
teatral se propone como una construcción visual en la que el rojo chillón se desliza
al ocre o viceversa, en una mutua interacción de la textura. Pero la obra
plástica de Zeller está fundamentalmente formada por collages, montajes
visuales, ordenamiento de elementos en una nueva realidad, la determinada por
aquel paraguas unido a la máquina de coser. Elementos diversos que se atraen
como complementarios en una línea que es y no es dibujo.
Si la obra plástica de Zeller viene en nuestra ayuda, sigamos por ese
camino: pinturas que se dibujan, dibujos que se hacen con tijera y punzón, bisturí
en lugar de lápiz, gubia en lugar del pincel, elementos visuales que se rearman
en un uso muy lejano a su origen.
Sus collages tienen algo de insectos-golem lo que se transfiere también a
sus poemas; en esos también priva una función filosa, se recortan las palabras
diezmadas por su uso y se rearman rejuvenecidas y sin desgaste utilitario.
Zeller le confiere a la palabra un alto valor, como todo poeta, y hace de ella
un instrumento de revelación para él mismo y para los otros.
Las figuras que aparecen en los collages como en los poemas adquieren
rápidamente un estatuto mítico, arquetipos precisos –por ejemplo, la mujer–
pero con nombre propio, precisas y ¿por qué no? cifradas en la biografía del
poeta. El texto es una segunda voz, pero no un eco, respuesta del asombro que
encuentra en su versión el sentido de lo real. Por eso pide al lector una
actitud alerta y receptiva, que no se intimide ante la función activa de la
palabra-garra, palabra insecto.
Esa vocación entre el dibujo y el texto le ha llevado a trazar las letras,
a elaborar un alfabeto en que ellas tienen su vida interior articulada y
orgánica, y en donde se revela su actitud ante el poema como forma, trama,
sedazo, esqueleto, retícula. El misterio de la radiografía es que se trata de
una fotografía hiperrealista de algo que nos es imposible ver sin recurrir a la
violencia.
Algunas veces los poemas son márgenes de una obra plástica, suya, de su
mujer –la pintora Susana Wald– o de algún amigo, prolongación de lo plástico en
lo escrito, la palabra parece provenir de un imaginario pantógrafo (¿se
acuerdan del instrumento que parece insecto?) que extiende el cuadro a la
escritura. El poema ya no es un fenómeno musical sino abruptamente visual. Por
eso Zeller se hace de su progenie en el surrealismo, tan celebrado en 1996.
Más allá de las fechas hay que extender el sentido de las celebraciones, y
Zeller cumple setenta años con un espléndido regalo a sus lectores. Los
engranajes del encantamiento será ya un libro de referencia imprescindible
en la poesía contemporánea latinoamericana, que le dará a su autor el lugar de
privilegio que merece.
NOTA
Publicación
original en el Diario El Nacional, suplemento:
Revista Mexicana de Cultura, Domingo
20 de abril de 1997.
JOSÉ MARÍA ESPINASA (México, 1957). Poeta, ensayista, periodista, editor y crítico mexicano. Es conocido por sus estudios de cine y literatura en la UNAM. Fue profesor, periodista y editor. Ha sido asesor de difusión cultural y jefe de relaciones culturales del departamento de publicaciones y del departamento de actividades literarias de la Universidad Autónoma Metropolitana; fue asistente de programación de actividades culturales de la UAM-A; miembro del consejo de redacción de Intolerancia; ha dirigido las revistas Nitrato de plata y La orquesta; editor de Nueva Época; secretario de redacción de Tierra adentro, Casa del tiempo y La Jornada Semanal. Fundó y dirigió durante dos años el suplemento Ovaciones en la Cultura, periódico para la cual realizó las enciclopedias deportivas Mundial de Fútbol I, Mundial de Fútbol II Y Olimpiadas. Director de Ediciones sin Nombre S.A. DE C.V. Fue coordinador de producción editorial en El colegio de México. Fue parte del Sistema Nacional de Creadores del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. En 1995, ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte.
LAURA AIDAR (Brasil, 1984). Artista visual y fotógrafa. Licenciada en Educación Artística por la Universidade Estadual Paulista (Unesp) y graduada en Fotografía por la Escola Panamericana de Arte e Design. Fue docente en las escuelas municipales y estatales de São Paulo durante 6 años. Trabaja en proyectos sociales y otras instituciones (como el Sesc) impartiendo cursos de arte y fotografía para jóvenes y adultos. Realiza investigaciones y trabajos artísticos de autor utilizando lenguajes híbridos. Crea contenidos online sobre temas relacionados con el arte, la cultura y la comunicación desde 2019. En 2021 realizó la exposición Linhas Imaginadas, en la Galeria Casa Lebre, en Bragança Paulista. Según ella, esta exposición se caracteriza por ser un manifiesto a favor de la autonomía femenina, la expresión genuina, la elección consciente, lúcida y desilusionada. Laura es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Número 243 | outubro de 2023
Artista convidada: Laura Aidar (Brasil, 1984)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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