sexta-feira, 10 de novembro de 2023

ANA MARÍA HURTADO | La Palabra, el Anhelo y La Flor de la Conciencia en Ida Gramcko. Una lectura del libro Poemas de una psicótica



Algunos no ven la Palabra, aunque la miren, otros

aunque la oyen, no la escuchan. Pero a algunos se les

da como una amante y refinada esposa se entrega a su   

hombre.

RIG VEDA. X, 71.4

 

Si bien en todo poeta la palabra es esencial, en la polifacética Ida Gramcko (1924-1994) se entroniza como un evento salvador. La palabra en ella es el espacio donde confluye su poderoso y, a la vez, delicado mundo íntimo con la vida en términos de pálpito universal. Ida con su inmenso pulso creador intenta, a través de la articulación de la palabra, transformar lo efímero en eterno y trascendente, y una vez que ha intentado asir lo perdurable, verifica la reaparición de la amenaza permanente de la pérdida, y el anhelo que regresa por lo que permanece. Afirmaba: “Existir, no vivir. Nos ha costado tanto no ser vida”. Pareciera que en ella el existir cabalga incesante sobre la vida y es la palabra un instrumento mágico que permite el advenimiento del Existir. El ser poético de Ida es existir, por eso en ella vida, existencia y poesía son indivisibles. El recuerdo infantil de una pequeña de tres años dictándole a la madre un poema, nos prefigura su devenir. En su jardín (que será siempre metáfora en ella) es testigo del florecer de un lirio, ella corre, se golpea y dice que tiene algo en la cabeza – “tengo una cosa aquí”, señala- y necesita decir “eso”. El caso de tal precocidad es asombroso, no sólo por la profundidad poética en la imagen percibida, sino por la prodigiosa utilización del lenguaje para transmitirla:

 

en esas matas de verdosas hojas

como un alma blanca surge un lirio encantador

(Anécdota citada por Gabriela Kizer en la biografía de Ida Gramcko. El Nacional, 2010)


Además de una deliciosa anécdota infantil que asoma en el episodio del lirio, ya se anuncia en Ida una definitiva visión poética: un golpe, algo que desde dentro pugna por salir junto a la urgencia por atraparlo. Parece entonces que se hubiera golpeado con el propio emerger del lirio. Recordemos a Chantal Maillard, al referirse a la mirada de la infancia: “¿Qué fue de aquella inocencia en la que la percepción, lo percibido y quien percibe era uno y lo mismo? (...) El largo camino que desemboca en la intuición mística ¿no será acaso el de un retorno a cierto estado de la infancia?”. Ida- niña es el lirio que emerge, su alma emerge con el lirio o emerge en el lirio. Esa es la vía mística por la cual la poeta transitará durante su existencia.

A los doce años nos dice que su alma se extiende como un cesto ante el jardín, en esta hermosa imagen aparece la poeta que se instala en la realidad en un fluir constante entre experiencia corpórea y visión íntima, entre el afuera del jardín y el alma-cesto extendida, tratando de recoger las imágenes de ese lugar transicional que comparte una doble existencia, fuera y dentro del alma.

Ida insistirá en sumergirse en un universo vital, desbordante, insólito, barroco, casi delirante de palabras, que intentan dar forma a lo que en inicio es inefable. Ese ardor constreñido en la potencia oscura de su espíritu la impulsa hacia la luz, intenta un camino de iluminación desde la sombra, pescando de dónde viene la luz, y la luz en Ida es la palabra.

Todo ello nos sirve de preámbulo para aproximarnos a un libro único: Poemas de una Psicótica (1964). El dar cuenta de experiencias límites de sufrimiento psíquico ha sido tema recurrente en los poetas. Sin embargo, en el caso de Ida Gramcko, quien es una persistente buscadora de la trascendencia- de lo “inmenso que cabe en el ala de los pájaros”- su experiencia psicótica se convierte también en un camino para llegar a la expansión de la consciencia e iluminación mística. Sin embargo, su misticismo es oscuro e inquietante, emparentado en sus raíces con el de Santa Teresa de Ávila, y con influencias diversas de William Blake, Arthur Rimbaud, el Conde de Lautréamont y Rainer María Rilke. Para Ida la vivencia poética no es un fenómeno intelectivo, aunque se valga de la utilización desmesurada del lenguaje, rebosante de imágenes, metáforas y numerosos recursos técnicos, su poesía no es sólo medio de expresión, sino un instrumento de interpretación y aprehensión del mundo en su totalidad. La palabra está al servicio de la visión, de la expansión de la consciencia y de la búsqueda de lo inefable.

La experiencia psicótica de Ida, transcrita en clave poética en el presente libro, nos coloca como espectadores de un proceso creador avasallante, por ello lo importante no estriba en la aparente patología mental, sino en que se hace necesario agudizar los sentidos, dejarnos inundar de sus palabras e imágenes para lograr acceder a ese universo en expansión que constituye el mundo que nos muestra, el cual lejos de ser lineal o predecible es complejo y caleidoscópico. Lo que es anunciado por la poeta como la exposición de su enfermedad y curación, sorprende al lector al ofrecer un extenso campo de variadas significaciones, que abarca los intrincados procesos de la dinámica inconsciente, del acontecer amoroso y sus vicisitudes y del despliegue de la palabra en tanto sustancia constitutiva del alma para dar paso al florecer de la consciencia, no sólo en tanto fenómeno psíquico, sino como camino del ser hacia la unión con lo divino, con el Absoluto. De tal manera que este libro es testimonio del sufrimiento psíquico transmutado, es morada estremecida de la vivencia amorosa y sus transformaciones hasta alcanzar la plenitud, y es vasija alquímica donde la palabra es simultáneamente el metal y el fuego, donde tales eventos se hacen posibles. Ostenta la singularidad de brindarnos un recorrido por el proceso poético mirándose a sí mismo. Heidegger planteaba que Hölderlin es el poeta de la poesía, creo que Ida Gramcko es la poeta del proceso de poetizar. Ida Gramcko consigue de esta manera legarnos una de las más deslumbrantes y originales piezas poéticas de la literatura de habla hispana. En ella nos describe un portentoso tránsito interior desde sus profundos abismos hasta hallar el espacio de una conciencia extensa y anhelante.


En el prefacio del libro nos anuncia su estructura, Diablos, el Ángel y el Espectro pertenecen –según afirma– a la psicosis padecida, y Plegaria, Casi Silencios y lo Máximo Murmura a la fase de su curación. A través de la correspondencia personal, la poeta describía su enfermedad lacónicamente como un no pisar tierra firme, estar abrumada de percepciones y por una pérdida del significado que le impedía utilizar la palabra. La enfermedad le compromete seriamente su capacidad creadora y su escritura, hasta que pasados unos años la retoma a través de este singular libro, donde al igual que en el jardín de la infancia, emerge la poesía –como un alma– que siempre la habitó. En ese conmovedor preámbulo anuncia:

 

Me alegra saber que, aún durante el sufrimiento de mi enfermedad, yo continué siendo poeta.

 

Este libro tiene, pese al título, un orden riguroso, nada parece dejado al azar, ostenta una acabada estructura arquitectónica, un sólido corpus que responde a un sistema impecable, tanto en el fondo como en la forma. Con Diablos da inicio a un estremecido recorrido desde el inframundo, el propio personaje central es descrito ampliamente como un ser mineral-vegetal: Resonó contra el muro su aletazo de zinc. I, al acercárseme, se rio. Vi su quebrada dentadura de ónix (…) Bejucos pantanosos, mogotes verdinegros, gramíneas enlutadas…. Todo ello parecía el cuerpo mientras el cabello le caía hacia atrás, ondulado, verdoso, pestilente, como de coles rancias. Tenía la mano vegetal y las diez uñas le colgaban de los dedos fibrosos como diez sucios jades. Una especie de fenómeno natural y por lo tanto conectado con la realidad preverbal, realidad excesiva, exuberante, pura naturaleza desbordada, impulso vital, líbido sin cauce. Estas características del diablo, nos remiten a sus orígenes míticos, adviene la figura del dios Pan, que sería asimilado por el cristianismo como imagen del mal representado por la corporalidad. Sumado a ello, ya en las líneas de inicio nos anuncia que tal aparición está vinculada con la emergencia del amor: Se acercaba. El terror es como el amor: se anuncia por un vértigo. Sólo que el amor –caída clara- asusta como el acantilado o el océano. I el terror sólo cae. Sin abismos redondos. Ida se muestra inundada de este personaje, es ente pasivo de una invasión violenta. El diablo surge como un personaje múltiple, tal cual como todo fenómeno del inconsciente, es la profundidad que arrasa: has de recibirlo y acaso darle de tu pan porque ya se ha adueñado de ti misma. Sin embargo, ella sabe de su íntima filiación, era algo tuyo, inexorablemente tuyo. I te iba poseyendo. Este es un primer vínculo avasallante y temible, que progresivamente domina a su “víctima” y la aproxima a las primeras instancias del apego, forma primigenia del amor donde aún es naturaleza no atravesada del símbolo; y entonces reconoce que el comienzo del apego es la sumisión. A través de los primeros brotes silentes del amor descubre que en el diablo hay destellos celestiales, porque alguna vez se sometió, por un dejo de antigua sumisión, conservaba destellos celestiales y hermosos. Así, junto a la progresiva entrega a lo diabólico, aparece sutilmente la necesidad de la voz como elemento vinculante, ya la naturaleza emite un sonido a descifrar: No importa estar ciego cuando se ama. Sólo importaría perder la voz. Creo que el recorrido de este libro da cuenta precisamente de esto, el permanente rescate y cuidado de la voz en tanto lazo y sutura.

Por otro lado, el iniciado en el oficio de amante deberá asumir la oscuridad y soportar el atisbo de la belleza que se muestra grotesca y en desborde. Belleza peligrosa e insólita que tiene su origen en el inframundo, aquélla que Perséfone guarda en el cofre de Psique. Ante este desborde crece- como necesidad- la piel que le permite sentirse apta para el amor. Le ofrenda un manojo de lirios (como un alma blanca surge un lirio encantador) La piel le crece como una enredadera y entiende que el amor es más olor que pétalos. Frente a lo corpóreo, lo inasible. Y donde dice apta para el amor pudiera decir apta para la palabra y el símbolo, pues se necesita piel, límite, distancia, ausencia, para descifrar e intentar contener el universo de los vínculos a través del lenguaje, de la función del nombrar.

El Ángel aparece de pronto, no obstante, se intuye que ha ocurrido una insólita transformación del diablo, aquello que te aqueja y te hiere, termina por someterte y te domestica. Este nuevo personaje da paso a un primer nivel de consciencia, y donde digo consciencia también puedo decir el siguiente nivel del amor: la consciencia es una escala retorcida, llena de agujeros y cubierta de yedra…El ángel desciende y la consciencia asciende, un ángel es lo mismo que un hombre. No es de tul sino de carne y hueso. Hay un reconocimiento de lo propiamente humano en este segundo personaje. El ángel es único, se accede con él a la necesaria instancia del amor en la cual el otro es descubierto en su humana singularidad, y por ende hay escucha, diálogo: Sólo que habla un lenguaje lejano como el de una criatura que ha platicado con la lluvia. No pareciera ser el ángel terrible de Rilke, que nos aplasta con su existencia más honda, no hay arrase, no obstante, se reconoce otro lenguaje y hay que afinar el oído, si quieres percibir lo inaudito, golpea la cabeza contra el muro…de nuevo el golpe en la cabeza, emerge el lirio en tanto palabra- ofrenda poética que amerita un nuevo órgano de percepción: era escuchar un agua que pide copa que llenar. Yo le ofrecí mi oído, vaso de vidrio roto. Imagen sublime de lo que significa el evento poético como evento vinculante en la dinámica del amor. Ida nos habla de un fallido intento de volar y podríamos decir un intento de poetizar, pues donde decimos volar, ponerse alas, podemos decir que las palabras tengan alas, y además no sean vaso roto (¿será posible?) que sean receptoras y transmisoras del símbolo, de lo esencialmente humano. Aún no se puede, hay una caída ante el otro evanescente, aéreo, todo lejanía y extrañeza; pero, no hay elección: El amor no es consciente. Es un gorjeo, un alarido, un trueno, un silencioso sol, una miseria plena y un milagro. Es un advenimiento, no una búsqueda. El amor sigue siendo una fuerza inconsciente, un fenómeno natural. Y así transitamos al siguiente estadio del amor, más allá de la presencia inmediata, la madre que se va y el pequeño desconcertado que la espera y la llama, como quien ritualiza para que llegue la lluvia, inicio y motor de la palabra como hilo que vincula, hilo de amor y anhelo, aquí puedo decir también anhelo por una existencia más certera, más sólida, de la consciencia de lo inmediato fugitivo acceder a la intuición de lo trascendente que persiste.


En El Espectro la poeta nos conduce a la dolida mansedumbre del destierro, perder cuerpo mientras se anhela al otro amado, asimismo reconocer el anhelo por la palabra que amenaza con aparecer y no aparece, la palabra poema, cesto ante el jardín, reconocimiento de la insuficiencia del continente por exceso de lo contenido. No te soy suficiente. Tengo quizás aún un girón de transparencia que te resulta demasiado suave.

Desde la incompletud y el amor perdido, de la profundidad del duelo, aparece Plegaria: un salto del amor humano, corpóreo, al absoluto, es amor transmutado, que anhela completud en la trascendencia. ¡Oh mi Absoluto Amado, a quien descubro ahora sin que ninguna forma lo limite! Perdóname la antigua reflexión. No hay nombre, es el reconocimiento de lo que excede a la palabra, de lo inefable. No hay arrebato sufriente, el cuerpo se rinde ante lo inmenso, un tema central para Ida Gramcko. Sólo persiste el verbo en su estrechez, pero no es el verbo encarnado de San Juan: Es inútil pensar en encarnarte.

Hasta allí el despliegue verbal ha sido como un río caudaloso o un océano, una extensión fluida horizontal, inicialmente encabritada que alcanza el sosiego en Plegaria. Sin embargo, ahora en Casi silencios se transforma en cuerpo vertical, se levanta y en consonancia con la transmutación, es un árbol que asciende con ramas-versos fracturados, ritmo sincopado; de las instancias celestiales caen las piedras hasta el fondo. Lo que llama Ida su curación es irse al fondo, asimilar el peso del existir y desde allí ascender desde la piedra que somos. Las frases se rompen como ramas que se bifurcan con cierto caos. Es el ir y venir del amor en tanto anhelo, hallazgo, pérdida y reencuentro. Donde digo amor es también temblor de la palabra, el proceso de encuentro con lo que desea ser dicho, o pugna por brotar en el jardín. De la coniuctio Rayo y flor emerge la consciencia

 

(…) Pero un rayo de

sol aparece. Las aguas se hacen claras.

Al fondo, lentamente, las piedrecillas

hallan al fin sitio. I encima de las aguas,

flota una flor entreabierta: la

conciencia.

 

La imagen de la flor como símbolo de la consciencia es conocida en diversas tradiciones místicas, y más aun la flor que flota nos recuerda el loto en toda su acepción de completud y pureza, en sentido más amplio es la belleza y la perfección que nace y flota sobre las aguas generalmente pantanosas. En la tradición taoísta la flor de oro es esencialmente el despertar. En este sentido, esta flor entreabierta nace de aguas que se han iluminado y permiten la expansión de la consciencia, luego de la exuberante turbulencia de la bajada al inframundo que representaron las secciones anteriores del libro.

 

De lo más tormentoso,

de lo más mortecino,

salió la exacta luz.

 

Los poemas progresivamente se hacen más serenos, sosegados, adquieren un ritmo clásico hasta alcanzar la rima y la métrica en Lo Máximo Murmura, endecasílabos precisos fluyen acompasados con la experiencia mística, con las nupcias entre los opuestos, la conciliación de dualidades. Había algo en mí que no cabía en ningún sitio, tal vez la métrica y la rima sean el recurso que intenta contener y armonizar aquello que no cabía en ningún sitio.



I yo tengo aire azul, no filigrana

de olor. Poseo una flor sola

de luz inmensa, exacta y sobrehumana.

Sólo lo Eterno aspiro y me acrisola.


El tránsito del libro es una experiencia abarcante donde Ida al final halla la miel de oro, la alquimia de la pasión y el desamparo:

 

Todo agobio, toda ola suspendida

con manantiales místicos amanso,

y queda ya allí el alma sumergida

 

La psicoanalista junguiana Marie Louise von Franz propone que luego de experiencias de desorganización psíquica advienen en el alma individual imágenes equivalentes a los mitos colectivos de creación lo cual propiciará la re-creación del mundo interno que se desmoronó tras el episodio. En el caso particular de Ida, la psicosis es transmutada por una psique que siempre ha estado atenta al proceso interno creador, un alma que ha crecido y ha sido cincelada con la palabra. Ella ha estado alerta a sus oscuridades, las reconoce, los diablos están ahí, no se los invita.

Retomar a Ida Gramcko en estos tiempos de estrechez es intentar con ella vislumbrar la vasta multiplicidad de la existencia y sumergirnos en un siempre renovado mundo donde la palabra se nos entrega como una amante y refinada esposa. En un sentido hondo Poemas de una psicótica es un libro nupcial y místico, una delicada cartografía del amor, trazada con el hilo de la palabra y la consciencia.




ANA MARÍA HURTADO (Venezuela, 1960). Poeta, escritora, ensayista, médico psiquiatra y psicoterapeuta. Docente y conferencista. Ha colaborado en diversas páginas, blogs y revistas literarias, de arte y de psicoanálisis, nacionales e internacionales, donde han sido publicado sus textos y poemas. Premio de narrativa Julio Garmendia (Dirección de cultura de la Universidad Central de Venezuela,1984).






CHRIS BUENO (Brasil, 1974). Fotógrafa y artista visual, su producción se centra en fotografías digitales, imágenes, apropiaciones de archivos antiguos resignificados a través de inteligencia artificial. El hilo conductor de la investigación es su experiencia subjetiva como mujer/artista/madre neuro-divergente. Sus investigaciones artísticas están asociadas a lo extraño y lo inconsciente, mediante el uso de técnicas fotográficas experimentales con filtros, luces y distorsiones. Con este tipo de intervenciones, la artista busca un paso hacia su universo íntimo y personal, arrojando luz sobre cuestiones sobre la salud mental y los tabúes que tal tema implica. Chris Bueno es el artista invitado en esta edición de Agulha Revista de Cultura.




Agulha Revista de Cultura

Número 244 | novembro de 2023

Artista convidada: Chris Bueno (Brasil, 1974)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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