Sánchez Peláez vivió en varios países como Chile,
Estados Unidos, Colombia, España y Francia. Colaboró con el Papel Literario
del diario “El Nacional” en su país, con Eco, de Colombia, con la Revista
Poesía, Señal y Tabla Redonda, entre otras. Se lo vincula al movimiento
surrealista y cuando estuvo en Chile, conoció al grupo Mandrágora, grupo
fundado por Braulio Arenas en 1938 y que incluía a Teófilo Cid, Enrique Gómez, Jorge
Cáceres. El ensayista argentino Raúl Gustavo Aguirre dice en “Juan Sánchez Peláez:
En el misterio y la plenitud de la poesía”, Extramuro, 2, Caracas, mayo de
1973):
Su vida de
estudiante en Chile le permitió frecuentar un ambiente literario fértil en motivaciones.
La polémica que agitaba los nombres de Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y Pablo
Neruda; la presencia -sin ostentación, pero profunda en poesía- de Rosamel del Valle;
el inquieto y lúcido grupo surrealista de “Mandrágora”, con algunos de cuyos integrantes
trabó relación, catalizaron en el joven poeta venezolano las incitaciones de una
poética capaz de concretarse en un lenguaje de inusitada libertad, capaz de superar
las ataduras de la prosa -rimada o no-, su estructuración preestablecida, para traducir
con total inmediatez aquello que de otro modo sería inexpresable.
Su obra se destaca como un testimonio profundo
de la conciencia de estar vivo. A lo largo de su vida, Sánchez Peláez desarrolló
una voz lírica distintiva que lo convirtió en uno de los poetas influyentes y valorados
de su país. Lleva a la poesía venezolana a la modernidad, realizada en torno a la
afinidad de las características de la avant-garde europea. Dice el escritor
venezolano Adriano González León en el “Papel literario” del diario “El Nacional”
(15 de junio de 1969):
Sánchez Peláez,
Juan, natural de un pueblo del interior sin tener nada que ver con la provincia,
tenía contactos a distancia con la más absoluta contemporaneidad europea, distribuía
sigilosamente textos de Eliot y Breton puestos por él en castellano, y se sabía
de sus enlaces con jóvenes chilenos que andaban en lo mismo. En ruptura con una
ciudad negada a la imaginación y al amor, hizo evidente su desacomodo a través de
un lenguaje lleno de fulguraciones, en abierta disidencia con la comunicación estereotipada
del momento.
El año pasado se cumplió el centenario del nacimiento
de este inolvidable escritor, quien en 1976 gana el Premio Nacional de Literatura.
A lo largo de su carrera recibió otros premios y reconocimientos por su contribución
a la literatura venezolana, como por ejemplo el título Doctor Honoris Causa de la
Universidad de Los Andes en 2001.
Su obra poética completa es un compendio que abarca
siete libros publicados y nueve poemas inéditos. Además de su primer libro Elena
y los elementos, nombrado anteriormente, están: Animal de costumbre (1959),
Filiación oscura (1966), Lo huidizo y permanente (1969), Rasgos
comunes (1975), Por cuál causa o nostalgia (1981) y Aire sobre el
aire (1989).
De Elena y los elementos me gustaría citar
este poema:
PROFUNDIDAD
DEL AMOR
Las cartas
de amor que escribí en mi infancia eran memorias
de un futuro
paraíso perdido. El rumbo incierto de mi
esperanza estaba
signado en las colinas musicales de mi
país natal.
Lo que yo perseguía era la Corza frágil, el lebrel
efímero, la
belleza de la piedra que se convierte en ángel.
Ya no desfallezco
ante el mar ahogado de los besos.
Al encuentro
de las ciudades:
por guía los
tobillos de una imaginada arquitectura
por alimento
la furia del hijo pródigo
por antepasados,
los parques que sueñan en la nieve, los
árboles que
incitan a la más grande melancolía, las puertas
de oxígeno
que estremece la bruma cálida del sur, la mujer
fatal cuya
espalda se inclina dulcemente en las riberas sombrías.
Yo amo la perla
mágica que se esconde en los ojos de los
silenciosos,
el puñal amargo de los taciturnos.
Mi corazón
se hizo barca de la noche y custodia de los oprimidos.
Mi frente es
la arcilla trágica, el cirio mortal de los caídos,
la campana
de las tardes de otoño, el velamen dirigido hacia el puerto menos venturoso
o al más desposeído
por las ráfagas de la tormenta.
Yo me veo cara
al sol, frente a las bahías mediterráneas, voz
que fluye de
un césped de pájaros.
Mis cartas
de amor no eran cartas de amor sino vísceras de soledad.
Mis cartas
de amor fueron secuestradas por los halcones
ultramarinos
que atraviesan los espejos de la infancia.
Mis cartas
de amor son ofrendas de un paraíso de cortesanas.
¿Qué pasará
más tarde, por no decir mañana?, murmura el
viejo decrépito.
Quizás la muerte silbe, ante sus ojos
encantados,
la más bella balada de amor.
Apenas un grupo
de amigos, iniciados y rituales, gozaban de aquellos versos de minoría que luego
entrarían a formar volumen en Elena y los elementos (1951), y cuya repercusión inmediata fue de poco
ámbito, pero cuya percusión en el tiempo, ampliada a los ecos expresivos que encontró
en los más jóvenes, fue tan decisiva como la de Mi padre el inmigrante. Si acaso
dos nombres han influido con suficiente y beneficiosa irradiación, pueden anortarse
de una vez: Gerbasi y Sánchez Peláez.
Guillermo Sucre (Venezuela, 1933-2021), escritor,
traductor y crítico literario, al analizar la obra de Sánchez Peláez, señala que
mientras que en su primer libro predomina “el esplendor y hasta la proliferación
verbal”, en el segundo (Animal de costubre) su poesía se torna “más concentrada
y secreta”.
I
En la noche
dúctil con un gladiolo en tu casa
En la noche
escucha,
Oh frágil vanidad
en los brazos,
Y tu sueño
pesa viviente como ráfaga del río.
Más allá en
los vergeles,
Prueba, verifica
mi debilidad y mi fuerza.
Mi camino que
ignoro hasta encontrar tu paso, tu huella
Tibia en la
tierra,
El nacimiento
del nuevo día.
En Filiación oscura, Sánchez Peláez nos
introduce en “La noche sin guía”. Este poemario guarda sus códigos y sugiere muchas
reflexiones en torno a la memoria: “La memoria es una copa frágil”, el viaje y la
escritura: “Narra la travesía, pierde el pudor”. El tiempo, por ejemplo, es una
constante esencial. La transformación:
VI
El tiempo ceñudo
y frío y no otro. El tiempo en carroza
fúnebre y sin
ver mis girasoles.
Pongo la mano
en el grito del árbol. Entrego al hambre
de crecer una
herida abierta o una estrella.
El peso único
de esa noche cae del fruto. Mientras con
señas fijas
una vez ausentes, la piel del fósforo que hay
en mis nudillos
discurre en las bahías.
Y en otro momento del libro dice: “Me dilapida
el tiempo: Lo imborrable, nulo socava mi inquietud.” También nos advierte su sensibildad:
“El mundo se me hacía hostil. Mis sentidos querían vivir en una perenne fiesta.”
Pareciera que
Juan Sánchez Peláez, para escribir este nuevo poemario se hubiese inclinado hacia
el abismo más hondo de su genio, descubriendo en su fondo un rostro que sólo él
podía resistir e interpretar. Porque la obra que encierra estas páginas, nos hace
sospechar que en esas simas (pozo) de silencio de su visión, se revelaron ante sus
ojos los hilos más tenebrosos y esplendentes de su filiación con aquello que sólo
los verdaderos poetas pueden mirar sin enloquecer.
El siguiente libro publicado es Lo huidizo
y lo permanente. Existe en este libro una pulsión por expresar una verdad íntima,
intentar atrapar el fenómeno a través de la escritura. Otra vez el tiempo, el viaje,
la memoria. Está la cuestión existencial. Pero, ¿cómo lo dice? Observo vislumbres,
fragmentos, observo la imposibilidad de la expresión. Hay algo que no llega a su
fin, tal vez por la magnitud de lo sentido:
II
Porque dispuestos
a partir. (Así comencé una vez.) Pero
Me vi, inmóvil,
en el libro donde centellea la mano. Y me
detuve largo
tiempo. Encima estoy del puro rememorar; y
el can mío
se duele en otoño.
Los contrarios se abrazan: “Una rosa de agua pura
es la tiniebla”. Y su reflexión sobre la palabra:
III
Aunque la palabra
sea sombra en medio, hogar en el aire,
soy otro, más
libre, cuando me veo atado a ella,
en el alba
o en la tempestad.
Por la palabra
vivo en aguas plácidas y en filón extranjero,
Fuera del inmenso
hueco.
Y en el poema V nos dice: “Mi oficio es como la lluvia: acariciar, penetrar, hundirme.”
En Aire sobre el aire asistimos a la conciencia
de la madurez, la vejez, la muerte: “la puta madre muerte”. Es la misma reflexión
sobre el tiempo pero desde otro ángulo, desde otra etapa de la vida:
LOS VIEJOS
(...)
no hay sino
instantes
no vengan a
contradecirme
mis pensamientos
vanos
hay eso
que sobra
nos falta
y zozobra
Quiero citar de este mismo libro un texto donde
nombra a otro poeta que admiro profundamente:
III
César Moro,
hermoso y humillado
Tocando un
arpa en las afueras de Lima
Me dijo: entra
a mi casa, poeta
Pide siempre
aire, cielo claro
Porque hay
que morir algún día, está entendido
Hay que nacer,
y estás ya muerto
El suelo se
quedará aquí siempre, ancho y mudo
Pero morir
de la misma familia es haber nacido.
No sé por qué
nociones de falso orgullo
cuento mayoría
de edad.
Mi edad con
migajas húmedas,
35 soldaditos
de plomo que caen boca abajo en la chimenea.
Comparto con Sánchez Peláez el tono descreído
y la preocupación por el tiempo como factor de pérdida. También admiro esa lucidez
sobre la conciencia de la vida y nuestra labor como escritores, pero ante todo,
investigadores de la condición humana. En su poema “Labor” del libro Filiación
oscura dice: “Quienes nos observan saben que trabajamos con las uñas. Somos
entre los mendigos, los piojosos, lo último de la mendicidad.” Y en el poema que
da título al libro, nos recuerda que en este mundo de fenómenos y de sentidos limitados:
“En la mayoría de los casos, uno no sabe nada”.
El escritor y editor venezolano Juan Liscano,
en el Panorama de la literatura venezolana actual (Organización de Estados
Americanos/Publicaciones Españolas, S.A., Caracas-Barcelona, 1984) dice:
Sánchez Peláez
fue el primer poeta venezolano que introdujo en nuestra lírica, la conciencia de
la clandestinidad del hombre en el mundo y su certidumbre angustiosa de haber sido
arrojado al tiempo, como un extranjero, sin su consentimiento.
Allí, en esa zona intermedia, me hermano al poeta
Sánchez Peláez y avanzamos sobre el misterio de estar vivos.
GLADYS MENDÍA (Venezuela, 1975). Poeta, ensayista, editora, artista plástica. Traductora del portugués al castellano, contando entre sus trabajos de traducción la antología poética de Roberto Piva titulada La catedral del desorden (2017). Fue becaria de la Fundación Neruda (2003 y 2017). Participó en el Taller de creación poética con Raúl Zurita (2006). Ha publicado en diversas revistas literarias, así como también en antologías. Sus libros: El tiempo es la herida que gotea, 2009; El alcohol de los estados intermedios, 2009; La silenciosa desesperación del sueño, 2010; La grita. Reescritura de Las Moradas, de Teresa de Ávila, 2011; Inquietantes dislocaciones del pulso, 2012; El cantar de los manglares, 2018, Telemática. Reflexiones de una adicta digital, 2021; LUCES ALTAS luces de peligro, 2022 y sus más recientes libros co-creados con Inteligencia Artificial: Fosforescencia tigra, Aire y Memorias de árboles (2023). Es editora fundadora de la Revista de Literatura y Artes LP5.cl y LP5 Editora, desde el año 2004. Cofundadora de la Furia del Libro (Feria de editoriales independientes, Chile). Como editora ha desarrollado más de veinticinco colecciones entre poesía, narrativa, ensayo y audiovisuales, publicando a más de 500 autores. Integra, con Floriano Martins y Elys Regina Zils, el equipo de traductores del “Atlas Lírico de Hispanoamérica”, de la revista brasileña Acrobata. Gladys Mendía es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Número 245 | novembro de 2023
Artista convidada: Gladys Mendía (Venezuela, 1975)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
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ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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