segunda-feira, 20 de novembro de 2023

GLADYS MENDÍA | Juan Sánchez Peláez: La voz del resplandor propio

 


Juan Sánchez Peláez, nacido en Altagracia de Orituco, Venezuela, el 25 de septiembre de 1922, estudió en Caracas, fue profesor en varias ciudades del país. Su primer libro de poemas, Elena y los elementos se publicó en 1951 marcando el inicio de su carrera literaria. A lo largo de su vida, Sánchez Peláez produjo una obra que incluye el misticismo, la memoria y el erotismo. La prosa poética de Sánchez Peláez a menudo se considera introspectiva. Todo esto a través del cuestionamiento del lenguaje llevado al límite de la expresión, en una búsqueda permanente de las zonas subterráneas del ser. Dentro del panorama venezolano se lo ubica por razones cronológicas con el grupo “Contrapunto”. Aunque también con el grupo “Viernes”, este grupo intentó integrar aspectos modernos de la literatura contemporánea continental en la escena literaria nacional. Es importante resaltar que de igual manera estuvo en relación al grupo “Sardio”.

Sánchez Peláez vivió en varios países como Chile, Estados Unidos, Colombia, España y Francia. Colaboró con el Papel Literario del diario “El Nacional” en su país, con Eco, de Colombia, con la Revista Poesía, Señal y Tabla Redonda, entre otras. Se lo vincula al movimiento surrealista y cuando estuvo en Chile, conoció al grupo Mandrágora, grupo fundado por Braulio Arenas en 1938 y que incluía a Teófilo Cid, Enrique Gómez, Jorge Cáceres. El ensayista argentino Raúl Gustavo Aguirre dice en “Juan Sánchez Peláez: En el misterio y la plenitud de la poesía”, Extramuro, 2, Caracas, mayo de 1973):

 

Su vida de estudiante en Chile le permitió frecuentar un ambiente literario fértil en motivaciones. La polémica que agitaba los nombres de Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y Pablo Neruda; la presencia -sin ostentación, pero profunda en poesía- de Rosamel del Valle; el inquieto y lúcido grupo surrealista de “Mandrágora”, con algunos de cuyos integrantes trabó relación, catalizaron en el joven poeta venezolano las incitaciones de una poética capaz de concretarse en un lenguaje de inusitada libertad, capaz de superar las ataduras de la prosa -rimada o no-, su estructuración preestablecida, para traducir con total inmediatez aquello que de otro modo sería inexpresable.

 

Su obra se destaca como un testimonio profundo de la conciencia de estar vivo. A lo largo de su vida, Sánchez Peláez desarrolló una voz lírica distintiva que lo convirtió en uno de los poetas influyentes y valorados de su país. Lleva a la poesía venezolana a la modernidad, realizada en torno a la afinidad de las características de la avant-garde europea. Dice el escritor venezolano Adriano González León en el “Papel literario” del diario “El Nacional” (15 de junio de 1969):

 

Sánchez Peláez, Juan, natural de un pueblo del interior sin tener nada que ver con la provincia, tenía contactos a distancia con la más absoluta contemporaneidad europea, distribuía sigilosamente textos de Eliot y Breton puestos por él en castellano, y se sabía de sus enlaces con jóvenes chilenos que andaban en lo mismo. En ruptura con una ciudad negada a la imaginación y al amor, hizo evidente su desacomodo a través de un lenguaje lleno de fulguraciones, en abierta disidencia con la comunicación estereotipada del momento.

 

El año pasado se cumplió el centenario del nacimiento de este inolvidable escritor, quien en 1976 gana el Premio Nacional de Literatura. A lo largo de su carrera recibió otros premios y reconocimientos por su contribución a la literatura venezolana, como por ejemplo el título Doctor Honoris Causa de la Universidad de Los Andes en 2001.

Su obra poética completa es un compendio que abarca siete libros publicados y nueve poemas inéditos. Además de su primer libro Elena y los elementos, nombrado anteriormente, están: Animal de costumbre (1959), Filiación oscura (1966), Lo huidizo y permanente (1969), Rasgos comunes (1975), Por cuál causa o nostalgia (1981) y Aire sobre el aire (1989).

De Elena y los elementos me gustaría citar este poema:

 

PROFUNDIDAD DEL AMOR

 

Las cartas de amor que escribí en mi infancia eran memorias

de un futuro paraíso perdido. El rumbo incierto de mi

esperanza estaba signado en las colinas musicales de mi

país natal. Lo que yo perseguía era la Corza frágil, el lebrel

efímero, la belleza de la piedra que se convierte en ángel.

 

Ya no desfallezco ante el mar ahogado de los besos.

Al encuentro de las ciudades:

por guía los tobillos de una imaginada arquitectura

por alimento la furia del hijo pródigo

por antepasados, los parques que sueñan en la nieve, los

árboles que incitan a la más grande melancolía, las puertas

de oxígeno que estremece la bruma cálida del sur, la mujer

fatal cuya espalda se inclina dulcemente en las riberas sombrías.

 

Yo amo la perla mágica que se esconde en los ojos de los

silenciosos, el puñal amargo de los taciturnos.

Mi corazón se hizo barca de la noche y custodia de los oprimidos.

Mi frente es la arcilla trágica, el cirio mortal de los caídos,

la campana de las tardes de otoño, el velamen dirigido hacia el puerto menos venturoso

o al más desposeído por las ráfagas de la tormenta.

Yo me veo cara al sol, frente a las bahías mediterráneas, voz

que fluye de un césped de pájaros.

 

Mis cartas de amor no eran cartas de amor sino vísceras de soledad.

 

Mis cartas de amor fueron secuestradas por los halcones

ultramarinos que atraviesan los espejos de la infancia.

 

Mis cartas de amor son ofrendas de un paraíso de cortesanas.

 

¿Qué pasará más tarde, por no decir mañana?, murmura el

viejo decrépito. Quizás la muerte silbe, ante sus ojos

encantados, la más bella balada de amor.

 


Dice el escritor venezolano Jesús Sanoja en el diario “El Nacional” (10 de septiembre de 1972):

 

Apenas un grupo de amigos, iniciados y rituales, gozaban de aquellos versos de minoría que luego entrarían a formar volumen en Elena y los elementos (1951), y cuya repercusión inmediata fue de poco ámbito, pero cuya percusión en el tiempo, ampliada a los ecos expresivos que encontró en los más jóvenes, fue tan decisiva como la de Mi padre el inmigrante. Si acaso dos nombres han influido con suficiente y beneficiosa irradiación, pueden anortarse de una vez: Gerbasi y Sánchez Peláez.

 

Guillermo Sucre (Venezuela, 1933-2021), escritor, traductor y crítico literario, al analizar la obra de Sánchez Peláez, señala que mientras que en su primer libro predomina “el esplendor y hasta la proliferación verbal”, en el segundo (Animal de costubre) su poesía se torna “más concentrada y secreta”.

 

I

 

En la noche dúctil con un gladiolo en tu casa

En la noche escucha,

Oh frágil vanidad en los brazos,

Y tu sueño pesa viviente como ráfaga del río.

 

Más allá en los vergeles,

Prueba, verifica mi debilidad y mi fuerza.

Mi camino que ignoro hasta encontrar tu paso, tu huella

Tibia en la tierra,

El nacimiento del nuevo día.

 

En Filiación oscura, Sánchez Peláez nos introduce en “La noche sin guía”. Este poemario guarda sus códigos y sugiere muchas reflexiones en torno a la memoria: “La memoria es una copa frágil”, el viaje y la escritura: “Narra la travesía, pierde el pudor”. El tiempo, por ejemplo, es una constante esencial. La transformación:

 

VI

 

El tiempo ceñudo y frío y no otro. El tiempo en carroza

fúnebre y sin ver mis girasoles.

 

Pongo la mano en el grito del árbol. Entrego al hambre

de crecer una herida abierta o una estrella.

 

El peso único de esa noche cae del fruto. Mientras con

señas fijas una vez ausentes, la piel del fósforo que hay

en mis nudillos discurre en las bahías.

 

Y en otro momento del libro dice: “Me dilapida el tiempo: Lo imborrable, nulo socava mi inquietud.” También nos advierte su sensibildad: “El mundo se me hacía hostil. Mis sentidos querían vivir en una perenne fiesta.”


Sobre Filiación oscura dice el escritor César Dávila Andrade (Ecuador, 1918-1967):

 

Pareciera que Juan Sánchez Peláez, para escribir este nuevo poemario se hubiese inclinado hacia el abismo más hondo de su genio, descubriendo en su fondo un rostro que sólo él podía resistir e interpretar. Porque la obra que encierra estas páginas, nos hace sospechar que en esas simas (pozo) de silencio de su visión, se revelaron ante sus ojos los hilos más tenebrosos y esplendentes de su filiación con aquello que sólo los verdaderos poetas pueden mirar sin enloquecer.

 

El siguiente libro publicado es Lo huidizo y lo permanente. Existe en este libro una pulsión por expresar una verdad íntima, intentar atrapar el fenómeno a través de la escritura. Otra vez el tiempo, el viaje, la memoria. Está la cuestión existencial. Pero, ¿cómo lo dice? Observo vislumbres, fragmentos, observo la imposibilidad de la expresión. Hay algo que no llega a su fin, tal vez por la magnitud de lo sentido:

 

II

 

Porque dispuestos a partir. (Así comencé una vez.) Pero

Me vi, inmóvil, en el libro donde centellea la mano. Y me

detuve largo tiempo. Encima estoy del puro rememorar; y

el can mío se duele en otoño.

 

Los contrarios se abrazan: “Una rosa de agua pura es la tiniebla”. Y su reflexión sobre la palabra:

 

III

 

Aunque la palabra sea sombra en medio, hogar en el aire,

soy otro, más libre, cuando me veo atado a ella,

en el alba o en la tempestad.

 

Por la palabra vivo en aguas plácidas y en filón extranjero,

Fuera del inmenso hueco.

 

Y en el poema V nos dice: “Mi oficio es como la lluvia: acariciar, penetrar, hundirme.”

En Aire sobre el aire asistimos a la conciencia de la madurez, la vejez, la muerte: “la puta madre muerte”. Es la misma reflexión sobre el tiempo pero desde otro ángulo, desde otra etapa de la vida:

 

LOS VIEJOS

 

(...)

no hay sino instantes

no vengan a contradecirme

mis pensamientos

vanos

hay eso

que sobra

nos falta

y zozobra

 

Quiero citar de este mismo libro un texto donde nombra a otro poeta que admiro profundamente:

 

III

 

César Moro, hermoso y humillado

Tocando un arpa en las afueras de Lima

Me dijo: entra a mi casa, poeta

Pide siempre aire, cielo claro

Porque hay que morir algún día, está entendido

Hay que nacer, y estás ya muerto

El suelo se quedará aquí siempre, ancho y mudo

Pero morir de la misma familia es haber nacido.

 


Hay variaciones de libro a libro, pero no se encuentran divisiones en etapas o fases claramente definidas, ya que Sánchez Peláez mantiene una continuidad temática y explorativa a lo largo de todo el camino. Su poesía se manifiesta de diversas maneras, desde el largo aliento inicial hasta poemas breves, pasando por poemas en prosa y versos entrecortados que se manifiestan en la página. Sin embargo, su poética persiste de manera constante a lo largo de su obra, enfocándose en la supervivencia ante la condena del tiempo y sus transformaciones. Unos versos del poema XXI incluido en Animal de costumbre Juan Sánchez Peláez nos dice:

 

No sé por qué nociones de falso orgullo

cuento mayoría de edad.

 

Mi edad con migajas húmedas,

35 soldaditos de plomo que caen boca abajo en la chimenea.

 

Comparto con Sánchez Peláez el tono descreído y la preocupación por el tiempo como factor de pérdida. También admiro esa lucidez sobre la conciencia de la vida y nuestra labor como escritores, pero ante todo, investigadores de la condición humana. En su poema “Labor” del libro Filiación oscura dice: “Quienes nos observan saben que trabajamos con las uñas. Somos entre los mendigos, los piojosos, lo último de la mendicidad.” Y en el poema que da título al libro, nos recuerda que en este mundo de fenómenos y de sentidos limitados: “En la mayoría de los casos, uno no sabe nada”.

El escritor y editor venezolano Juan Liscano, en el Panorama de la literatura venezolana actual (Organización de Estados Americanos/Publicaciones Españolas, S.A., Caracas-Barcelona, 1984) dice:

 

Sánchez Peláez fue el primer poeta venezolano que introdujo en nuestra lírica, la conciencia de la clandestinidad del hombre en el mundo y su certidumbre angustiosa de haber sido arrojado al tiempo, como un extranjero, sin su consentimiento.

 

Allí, en esa zona intermedia, me hermano al poeta Sánchez Peláez y avanzamos sobre el misterio de estar vivos.




GLADYS MENDÍA (Venezuela, 1975). Poeta, ensayista, editora, artista plástica. Traductora del portugués al castellano, contando entre sus trabajos de traducción la antología poética de Roberto Piva titulada La catedral del desorden (2017). Fue becaria de la Fundación Neruda (2003 y 2017). Participó en el Taller de creación poética con Raúl Zurita (2006). Ha publicado en diversas revistas literarias, así como también en antologías. Sus libros: El tiempo es la herida que gotea, 2009; El alcohol de los estados intermedios, 2009; La silenciosa desesperación del sueño, 2010; La grita. Reescritura de Las Moradas, de Teresa de Ávila, 2011; Inquietantes dislocaciones del pulso, 2012; El cantar de los manglares, 2018, Telemática. Reflexiones de una adicta digital, 2021; LUCES ALTAS luces de peligro, 2022 y sus más recientes libros co-creados con Inteligencia Artificial: Fosforescencia tigra, Aire y Memorias de árboles (2023). Es editora fundadora de la Revista de Literatura y Artes LP5.cl y LP5 Editora, desde el año 2004. Cofundadora de la Furia del Libro (Feria de editoriales independientes, Chile). Como editora ha desarrollado más de veinticinco colecciones entre poesía, narrativa, ensayo y audiovisuales, publicando a más de 500 autores. Integra, con Floriano Martins y Elys Regina Zils, el equipo de traductores del “Atlas Lírico de Hispanoamérica”, de la revista brasileña Acrobata. Gladys Mendía es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.




Agulha Revista de Cultura

Número 245 | novembro de 2023

Artista convidada: Gladys Mendía (Venezuela, 1975)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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