MAC | Al terminar de leer su vasta obra da la impresión de que usted, como Walt
Whitman, Pablo Neruda y Odisseas Elytis, se preparó para la felicidad.
EM | No fue una preparación. No creo en una felicidad total, sino instantánea
en la tierra. Pero creo que la poesía latinoamericana, en especial la hispanoamericana,
es, en su mayoría, de contenido solar. Es una poesía celebratoria del mundo. Está
presente el paisaje, hay una inspiración animista de las cosas. Si se lee la poesía
de Neruda se descubre un hedonismo terrestre, de gratificación y celebración del
mundo a través de sus materias, de sus mares, de sus tierras, de sus vientos, de
los países que conoció, de sus amores. Siendo la de Vallejo una poesía trágica,
de contenido existencial y cristiano, hay una devoción vital y un resplandor intenso,
hay vivencias profundas tanto con la tierra como con el cuerpo.
En el surrealismo francés no existe el paisaje.
Está situada la poesía en un plano mental. En cambio el surrealismo en América Latina,
como observó Alejo Carpentier, es un elemento nativo y maravilloso. Se halla en
todas las mitologías, en todas las religiones, en toda la actitud animista del hombre
americano. Ese sentido de la tierra, de un paisaje ilímite y sin historia (salvo,
desde luego, en países con culturas más desarrolladas como México o el Perú), liga
al hombre telúricamente. Eso no lo tiene la poesía europea. He leído a los últimos
poetas españoles y sólo raramente se halla el paisaje. Quien me interesa en especial
es Antonio Colinas, cuya poesía se halla ligada a la visión del campo y de su pueblo.
MAC | No es difícil apreciar que en su obra se complementan vida y poesía.
EM | He buscado una poesía nacida más de las sensaciones que del intelecto. No
quiere decir que la mía, como toda poesía de ese tipo, no tenga algún contenido
intelectual, pero ha sido traducido por otras vías expresivas que no son las del
discurso lógico del pensamiento. Hay una gran poesía de índole intelectual, como
la de Mallarmé o Jorge Guillén, pero mi sensibilidad se inclina más a una poesía
vivencial como la de Neruda o Vallejo.
MAC | Usted fue marino. Sus versos están llenos de mar. ¿Desde cuándo y cómo le
nació esta fascinación por el mundo del mar?
EM | Es raro. Los primeros años de mi infancia los pasé en un campo de la provincia
de Buenos Aires. Después viví en una hacienda de la provincia de Corrientes, que
es una provincia subtropical entre dos grandes ríos, el Paraná y el Uruguay (yo
vivía sobre la costa del Paraná), los cuales son como los ríos de América, iracundos,
salvajes, a diferencia de los ríos quietos de Europa. Estos dos ríos vienen de la
selva brasileña, del fondo mismo del Brasil, atraviesan casi todo el continente.
Un jesuita español del siglo xviii
escribió un libro muy interesante para demostrar que el paraíso estaba en América,
y lo situaba al centro norte de Brasil, donde confluyen, o están próximos, el Amazonas,
el Orinoco, el Paraná y el San Francisco. El jesuita argüía que son los cuatro ríos
que la Biblia señala en el paraíso. Y allí, a la orilla de uno de ellos, pasé parte
de mi infancia. El Paraná venía ya con las aguas hechizadas por el chamán en el
norte, cerca del paraíso. Y le comento esto: a mi padre le gustaba pescar; a mí
no, porque me parece mal el engaño al pez con una cosa sabrosa para que trague el
anzuelo, lo cual es más cruel que la cacería con fusil automático. Mi padre solía
ir de pesca en la noche al río acompañado por unos peones y solía llevarme. Y desde
entonces guardo en el recuerdo el fluir del río y la experiencia de lo transitorio.
Más adolescente estudié en un puerto de la costa
de la provincia de Buenos Aires (Necochea). Tuve entonces una visión muy intensa
del mar y una comunicación casi visceral con él. Y desde niño me acompañó el sentido
del viaje y el de los barcos. Hubiera anhelado ser marino; era mi vocación; pero
en ese tiempo no existía escuela de náutica. Debía uno estar en la Armada para seguir
esa carrera, lo cual no era seductor.
MAC | ¿Cuál es entonces su experiencia del mar?
EM | Por cuatro o cinco años fui tripulante. Trabajé en barcos mercantes.
MAC | ¿Y qué le dio o le enseñó el mar?
EM | Como tripulante, en barcos de carga, es una situación muy especial, sobre
todo en las travesías. Por diez o quince días uno no ve sino el cielo y el agua
y el horizonte. Hay una suerte de aislamiento que lo vuelve a uno profundamente
sobre sí mismo. Es una suerte de iniciación hacia un sentido de lo cósmico. Esa
soledad, esa cosa infinita. No hay tiempo: no hay días ni noches. Hay sólo cielo
y mar. Es una situación algo prenatal: el barco es como el vientre de la madre.
Uno está profundamente unido en un mundo en el cual todas las cosas de alguna manera
se satisfacen.
MAC | En su poesía están también grabados hondamente la tierra y el sol. ¿Cómo
los asocia al mar, es decir, a las navegaciones y a los regresos?
EM | He pasado mi vida en un planeta adorado y terrible. El mar es deslumbrante
pero no lo es más que una mosca o un pájaro. En el mar se siente latir la tierra
de una forma más poderosa y cósmica, como sólo se siente en un terremoto. En el
mar se siente el eterno latido de la tierra.
MAC | “Todo un fervor de sol y exilio”, dice usted en un verso.
EM | Al mismo tiempo que se siente uno en la plenitud terrestre siente también
el peso del exilio. Ésta es una deslumbrante realidad pero no es en realidad más
íntima. En lo profundo el sentimiento de desamparo y de fatalidad de la condición
humana es un contraste intenso con el esplendor del sol. Y al mismo tiempo uno y
otro se responden.
MAC | ¿Y qué le dieron a lo largo de los años la aventura y el exilio?
MAC | En general los poetas argentinos han cantado más a su país y a Europa. Usted
ha navegado por mares y ríos de América Latina y los ha cantado. ¿Cómo se acercó
a Latinoamerica? ¿Qué lo llevó a la conciencia latinoamericana?
EM | Siento que mi verdadera patria va del Río Grande hacia abajo y siento que
pertenezco a una provincia de esa totalidad americana. Al viajar no noto el paso
de las fronteras. Hay la misma historia, la misma lengua, la misma religión, parecidos
problemas y esplendores. Hay diferencias raciales o de visión del mundo, pero no
mayores de las que puede haber entre un vasco y un catalán. Si voy de Francia a
Alemania o de Inglaterra a España, siento que hay una frontera. En América Latina
no siento eso; siento una comunidad extensa, un paisaje grandioso y sin historia,
un mismo sentido de animismo fundamental. A esto se incorpora la presencia de las
grandes culturas precolombinas. A veces he pensado que un americano de ahora podría
estar tomando cacao o café y hablando con un azteca o un inca, porque convivimos
con ellos como antes de la Conquista. No me imagino igualmente a un español hablando
igualmente con un ostrogodo y un vándalo o un francés con un galo.
MAC | A la Argentina le faltó esa historia.
EM | En la Argentina vivimos mucho tiempo en el desierto total, en el vacío de
toda cultura. El sur argentino, hasta la Tierra del Fuego, era una región con indios
nómadas y belicosos. Incultos, no sembraban una semilla y se alimentaban del ganado
salvaje que hallaban al paso. No han dejado rastros culturales. Una salvedad: en
el norte del país, que son las últimas estribaciones de los incas, se han descubierto
cerámica, utensilios, estatuillas, etc. Pero hacia abajo sólo existían la pampa
y el caballo. El indio de aquí es el araucano que encontró Almagro y a quien cantó
Ercilla. Fue el que cruzó la cordillera y se encontró con la pampa y los caballos.
Se hizo dueño de una libertad absoluta. Aquí hubo mucho tiempo una frontera interior;
lo demás era tierra adentro. Más allá de los fortines había un inmenso territorio
en poder de los indios que celebraban alianzas con los gobiernos para que les entregaran
mensualmente tantos barriles de aguardiente. Un país que, en ese aspecto, sólo ha
conservado el sentido de la distancia, de la soledad y del caballo. No tenemos un
calendario azteca o una estela maya o una ciudad como Macchu Picchu; lo que queda
de aquellos indios son puntas de flechas o unas boleadoras, que son trece piedras
redondas atadas a una cuerda que era arrojadiza.
MAC | Pero los argentinos que han vivido en México o en Perú, o los han estudiado
a fondo, han incorporado ese pasado prehispánico a su propia tradición.
EM | Creo que sí. América me parece una unidad. Es mío eso como toda la civilización
de Occidente. Desciendo de españoles, pero con cinco generaciones en el país.
MAC | Usted le ha cantado a México en varios poemas. Nos ha visitado varias veces.
¿Qué ha significado el país para usted?
EM | México tiene una fuerza americana poderosa, sobre todo de expresión popular.
Está aún muy viva. Pasé por México hace poco. Al lado de la catedral vi a indios
tejiendo y vendiendo artesanías. Y como eso he visto mucho en la Ciudad de México
y a lo largo del país. Hay una expresión tensa de creatividad, aun en la gente más
humilde. Crea y crea objetos. Argentina (salvo en algunas partes del interior) carece
de expresividad telúrica y racial profunda como la hay en México, Bolivia o Perú.
En México se siente asimismo un espíritu de resistencia. Hay un orgullo de raza
y cultura. Allí encuentra usted estatuas de jefes indios; aquí sólo las halla de
políticos o generales. Por demás ustedes están junto a Estados Unidos y de frente
a Europa; nosotros estamos en el fin del mundo y sólo colindamos con las focas y
los pingüinos.
MAC | Pájaros y hormigas se repiten innumerablemente en su poesía. Algo en vuelo
y algo que camina laboriosamente en la tierra.
EM | Ambos son elementos poéticos desde mi infancia. De niño, en el campo, sentía
una atracción misteriosa por los hormigueros. Esos largos collares terrestres que
vemos en vivo. Había en mí una sensación muy intensa de un misterio de otro mundo
en el fondo del mismo planeta. De allí parecían salir. En algunos poemas he dejado
rastro de esa admiración. Después de vivir en Corrientes nos trasladamos a Misiones,
al norte (allí estuvieron las misiones jesuíticas), donde existe una tierra colorada
y hormigueros de más de un metro de alto. Si los golpeaba con un palo y los deshacía
se producía un tal hervor que quedaba encantado ante la erupción de hormigas.
MAC | ¿Y los pájaros…?
MAC | La mujer aparece de continuo en sus poemas como cuerpo y deseo. Como otro
sol que halló bajo el sol.
EM | La mujer es para mí el centro del mundo. No podemos dejar de referirnos al
mito platónico del andrógino: cada uno buscará su mitad. Me digo a veces si todo
lo que he querido viajar y ver de mundo y sentirme libre de opción y de estar a
disposición del mar y del viento, de las cosas y los hallazgos, no ha sido en el
fondo sino el deseo de encontrar a una mujer. Ella es para el hombre su realización
total. No como el amor loco de Breton, sino como reveladora presencia de la belleza
y del esplendor del mundo. Es la gran intercesora: está ligada al cielo, a la tierra,
a los astros, a las mareas del océano, a la selva y al aire.
MAC | Y la infancia, cuyas imágenes surgen de continuo en sus poemas, ¿es el reino
perdido? ¿O ese reino sigue, o al menos parece, hasta los 82 años de su edad?
EM | No es un reino perdido. La infancia es el elemento nativo de la poesía. En
ella están el sentimiento mágico del mundo y la revelación y el asombro permanentes
de cada cosa y situación. Pero es la atención ante todo: la atención con
la cual el niño descubre el mundo. Si un adulto ve una mosca o una planta, eso pasa
inadvertido; si un niño las ve es como si viera el relámpago y la estrella. Un ser
descubriendo maravillas. Esta atención del niño es la que da el sentido a la poesía.
Para mí la poesía es una honda atención de la
realidad en la cual se está inmerso. Enajenado el hombre en una implacable sociedad
de consumo presta poca atención al mundo que lo circunda. No se piensa o no se mira
con suficiente atención para preguntarse y responderse sobre la extrañeza de estar
aquí: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Por qué esta fatalidad del nacer y el morir?
No se lo plantea, o si lo hace, es con poca lucidez. El poeta lo hace y lo vive
a menudo.
MAC | Mencionó usted a Perse. Me parece que usted tiene un parentesco sustancial
con dos poetas: Perse y Neruda. ¿A quiénes otros leyó?
EM | En días de infancia, en la hacienda de mi padre, había una pequeña biblioteca
con los libros que a él le interesaban. Los primeros que hojeé fueron de Espronceda,
de Zorrilla, de Bécquer, de Garcilaso, de Cervantes. En especial Espronceda y Zorrilla
me fascinaban. De grande tuve algún acercamiento con el surrealismo. Ningún poeta
puede negar al surrealismo, el cual ha hecho un mito de la poesía y la ha identificado
con el amor y la libertad como exigencias totales. Nunca pertenecí a ningún grupo
surrealista ni fui surrealista ortodoxo. Hay un libro mío que sigue la totalidad
de las pautas del movimiento (Costumbres errantes o la redondez de la tierra),
pero a partir de entonces, al menos en el aspecto expresivo de imágenes y asociaciones
inusitadas, lo he abandonado y he ido buscando mi lenguaje. No reniego de él, pero
no pueden ponerme ese letrero.
MAC | La teoría es atractiva, pero en los surrealistas sobraba literatura y en
los poemas suyos sobra vida.
EM | Trato de seguir fiel a la ética del surrealismo, más que a su expresión literaria.
En eso no he variado: poesía, vida, amor y libertad me acompañan siempre. Pero en
el surrealismo no hay, por ejemplo, una visión del paisaje, salvo en Aimé Cesaire,
un gran surrealista nacido en el Caribe.
He hecho también una poesía inmediatamente vivencial,
lejos de todo intelectualismo. En Argentina se dieron extremos: en ciertos periodos
la poesía estuvo recargada de una expresión intelectual, debida, es probable, a
Girri y a Borges; las poesías colombiana y mexicana, creo, son más vivenciales,
basadas en una experiencia humana más directa.
MAC | Su poesía, como quería Neruda, está más llena de impurezas.
EM | Neruda lo decía así (por demás yo no entiendo qué se quiera decir con poesía
impura o pura) para oponerse a la poesía de Juan Ramón, cuyo contenido es de índole
más estético o intelectual. Yo aparto de la poesía de Neruda la porción política:
panfletaria y llena de tópicos.
En la década de
los sesenta se insistió mucho en la poesía comprometida; el poeta sólo tiene un
gran compromiso y es con la poesía misma. Desde luego puede tener una posición política
pero la poesía no debe ponerse al servicio de una ideología o como medio de propaganda
de un partido o de una tesis política.
MAC | Una gran cantidad de sus poemas tiene un amplio hálito. Un verso largo que
se desborda como mar, como río furioso. ¿Se le da más fácil el verso largo?
EM | Sí, pero en mis inicios tenía yo un verso un tanto salmodial, del tipo que
hace admirablemente bien una poeta argentina (Olga Orozco). Yo lo tuve en algún
momento. El libro que publicaré este año, Llegada a una isla incierta, contiene
poemas más breves y de una expresión más concreta.
MAC | ¿Y cómo nace un poema? ¿Cómo lo hace?
MAC | ¿La poesía se le impone, lo llama, lo hace escribir?
EM | De alguna manera sí. A veces me he preguntado de dónde nace el poema, porque
hay momentos en los cuales no puedo escribir. Y de repente me asalta. Es una intuición
o una visión particular de un momento de mi vida y de la realidad que intenta expresarse.
No puedo levantarme como el pintor que dice: “Voy a pintar ocho horas”. Yo no sé
cuándo voy a escribir el poema.
MAC | Usted quiso que su obra poética fuera, como dijo Ungaretti de la suya, “una
bella biografía”.
EM | Críticos profundos que son también poetas notables, como [Guillermo] Sucre
y [Julio] Ortega, han señalado que en un poema mío se halla siempre toda la obra.
Sucre señala que existe reiteración, pero al mismo tiempo algo que se abre. No podría
explicárselo muy bien pero poseo una visión del mundo que ha sido la misma desde
la mayor hondura de mi infancia. Por eso en mí es ajeno el sentimiento de nostalgia.
En la generación argentina llamada del Cuarenta, hubo una cantidad de poetas que
luego del primer libro se despidieron de la poesía. En sus versos todo era un clima
de melancolía y nostalgia. La nostalgia es melancólica, mira hacia el pasado, a
un paraíso que se perdió. Yo siento que éste y ese paraíso que se perdió están vivos
en todo su esplendor en el instante presente. No una mirada melancólica hacia atrás,
sino todos los instantes acumulados que vivo a cada instante. Y espero que sea así
hasta el fin de mi vida.
MAC | ¿Y hasta qué grado es autobiográfica su obra?
EM | El poeta está en su obra. El saber a qué hora despierta o duerme,
o si bebe mucho o es abstemio, o si es disipado o ascético, o si es soltero o divorciado,
no le importa a la poesía ni cuenta nada en ella. El sentimiento de una obra continua
se me impuso de una manera compulsiva desde las primeras líneas que escribí. Me
recibí de abogado, pero nadie que se tome en serio trabaja en eso. Cuando terminé
la carrera, me embarqué de tripulante. Sólo veinte años más tarde recogí mi título
en la universidad: me convenía por cuestiones de presupuesto.
La vocación poética exige una entrega total, como
la del religioso con Dios. La vocación es un misterio. No dudé de ella un solo instante.
Creo tener dones para la plástica y pude ser pintor. He pintado un buen número de
cuadros y ahora collages. Es un arte fascinante: uno se alza, maneja materiales,
telas, colores. Puede incluso pintar todo el día. Eso no es dable en un poema. Lo
desconozco, pero quizá el novelista pueda hacerlo. Los cuadros que ve aquí en la
sala de mi casa son míos. Tienden algunos al surrealismo.
MAC | Había, me parece, talento para la pintura. Encuentro en ella también instantes
poéticos.
EM | Hubo un momento en el cual entré en conflicto con ambas vocaciones. Me sentí
muy angustiado. Me incliné por la poesía, pero pensé que no debía renunciar a la
pintura. Al irme adentrando en el mundo de la pintura me di cuenta de que sus problemas
y misterios son tan profundos como los de otra cualquier actividad artística.
MAC | ¿Y qué le dio al final de la poesía?
EM | Me he hecho a través de ella. La experiencia
poética es lo que va revelando lo más profundo del ser y nuestra presencia en el
mundo. Mire: a medida que el poema se va plasmando se descubren zonas de uno, las
cuales estaban poco presentes en la conciencia y que se van definiendo al hacerlo.
Y así ha sido a lo largo de los años.
MAC | ¿Y qué consejos le daría a un joven poeta?
EM | Existe ese viejo dicho: “No me den consejos; sé equivocarme solo”.
MARCO ANTONIO CAMPOS (México, 1949). Poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1989), Los adioses del forastero (1996), Viernes en Jerusalén (2005), Dime dónde, en qué país (2010) y De lo poco de vida (2016); las novelas Que la carne es hierba (1982), Hemos perdido el reino (1987) y En recuerdo de Nezahualcóyotl (1994); los volúmenes de cuentos La desaparición de Fabricio Montesco (1977), No pasará el invierno (1985) y Joven la muerte niega el amor joven (2015); de ensayos, Señales en el camino (1984), Siga las señales (1989), Los resplandores del relámpago (2000), El café literario en ciudad de México en los siglos XIX y XX (2001), Las ciudades de los desdichados (2002) e Indicaciones (2014); los libros de entrevistas De viva voz (1986), Literatura en voz alta (1996), El poeta en un poema (1998) y Respondo por lo que digo (2011). Es autor del libro del cuaderno de aforismos Árboles (1994, 2006). Actualmente es investigador del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Filológicas de la UNAM.
GLADYS MENDÍA (Venezuela, 1975). Poeta, ensayista, editora, artista plástica. Traductora del portugués al castellano, contando entre sus trabajos de traducción la antología poética de Roberto Piva titulada La catedral del desorden (2017). Fue becaria de la Fundación Neruda (2003 y 2017). Participó en el Taller de creación poética con Raúl Zurita (2006). Ha publicado en diversas revistas literarias, así como también en antologías. Sus libros: El tiempo es la herida que gotea, 2009; El alcohol de los estados intermedios, 2009; La silenciosa desesperación del sueño, 2010; La grita. Reescritura de Las Moradas, de Teresa de Ávila, 2011; Inquietantes dislocaciones del pulso, 2012; El cantar de los manglares, 2018, Telemática. Reflexiones de una adicta digital, 2021; LUCES ALTAS luces de peligro, 2022 y sus más recientes libros co-creados con Inteligencia Artificial: Fosforescencia tigra, Aire y Memorias de árboles (2023). Es editora fundadora de la Revista de Literatura y Artes LP5.cl y LP5 Editora, desde el año 2004. Cofundadora de la Furia del Libro (Feria de editoriales independientes, Chile). Como editora ha desarrollado más de veinticinco colecciones entre poesía, narrativa, ensayo y audiovisuales, publicando a más de 500 autores. Integra, con Floriano Martins y Elys Regina Zils, el equipo de traductores del “Atlas Lírico de Hispanoamérica”, de la revista brasileña Acrobata. Gladys Mendía es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Número 245 | novembro de 2023
Artista convidada: Gladys Mendía (Venezuela, 1975)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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