de mujer que escribe.
AIMÉE G. BOLAÑOS (Nesi Tanebet-Isheru)
A
su producción poética relacionada con la reescritura, rescate e invención de mujeres
reales o apócrifas del pasado –tal como se aprecia en sus El Libro de Maat (2002), Las Otras
(Antología mínima del Silencio) (2004), Layla
y Machnún, el amor verdadero (en coautoría, 2006) y Las palabras viajeras (2010), Aimée G. Bolaños –poeta y ensayista de
origen cubano y radicada en Brasil desde 1997– añade en 2013 el libro en prosa Escribas, [1] el cual recoge, en forma de monólogos relativamente breves, no solo
el supuesto testimonio directo de diversas escribas reales, míticas, apócrifas o
heterónimas del pasado (desde las antiquísimas Seshat, Nisaba, Enheduanna y Nesi
Tanebet-Isheru, hasta la más reciente, Amina da Anunciação, entre otras), sino también
veinticuatro “Escrituras de A” que, remitiéndose a la propia autora, se entretejen
con las voces de las otras mujeres para abordar todas ellas, principalmente desde
una posición feminista, temas tales como el sentido diverso de la escritura, la
condición y la sexualidad femeninas, así como el rol de la mujer en la historia
y la cultura letrada de la humanidad.
Es importante destacar que los supuestos
testimonios de las escribas se elaboran desde una contemporaneidad que, gracias
a los estudios feministas del siglo XX y XXI que ellas parecen conocer desde su
sobrevida en la muerte, les permite hacer una lúcida relectura y análisis de sí
mismas, a la vez que se rescatan del olvido o la desinformación. Tales testimonios
implican, por lo tanto, un balance autovalorativo de lo que, fundamentalmente como
escribas, hicieron, lograron y significaron para el desarrollo sociocultural de
su momento histórico y de la humanidad en general. Según Escribas, estas mujeres trascendieron la condición de ser meramente
escribas, es decir, copistas anónimas de textos de otros (digamos, hombres), ya
que resaltan como pioneras en la escritura individual o autografiada en varios campos
del saber. En lo específicamente literario, son igualmente pioneras en la épica
y la lírica: “Antes de mí, los escribas hombres, y por lo general esclavos, realizaban
un trabajo anónimo que no les pertenecía. Me atreví a hacer explícita la marca personal.
[…] [I]nauguro la historia de la literatura de autoría reconocida. […] En ocho siglos,
mi obra antecede al Gilgamesh”, confiesa
Enheduanna. Sus biografías, ahora transcritas, revisadas y resignificadas por A
o por Bolaños, conforman así un novedoso inventario de “vidas ejemplares” que enriquecen
el desarrollo de la humanidad.
Frente a la identificación personal de
dichas mujeres ilustres, resalta el incógnito personaje femenino A: por las referencias
culturales que revela (Franz Kafka, Arthur Rimbaud, Marc Chagall, Jorge Luis Borges,
Fernando Pessoa, Nathalie Sarraute, Sylvia Plath, Adélia Prado) sabemos que es una
escritora contemporánea aún viva y que, entre otros motivos, adopta la “A” por ser
la única letra “poderosa: alfa y alba” del alfabeto y por aludir a la autora del
libro, Aimée G. Bolaños, con quien A comparte incluso algunos rasgos biográficos
e intereses culturales. [2] El acto de
íntima y especular reescritura, complicidad y confluencia entre todas ellas –cada
una un alter ego de la otra, como un infinito reflejo en una sala de espejos– lo
explica metatextualmente A cuando afirma lo siguiente:
En
estos fragmentos invento pequeñas historias de mujeres que escriben y mías escribiendo.
Me miro en un simple espejo o en el más complicado de las Cariátides que […] es
de asustadora nitidez en el reflejo doble, quien sabe si reduplicado en abismo.
[…] Escribiéndolas intuyo que cuanto más míticas, más reales. […] Encontrar una
forma está siendo difícil. Ellas se presentan, fluyen. Intento entrar en sus vidas
ejemplares por algún camino que esas mujeres de palabras me muestran dejando un
hilo. De un fragmento a otro se dan la mano, entre sí conversan, hablan conmigo,
que apenas sé, pero transcribo.
Pero ese difícil desafío formal que significó
la escritura de Escribas fue magistralmente
resuelto por Bolaños, según se aprecia en la acertada elección y creación de sus
sujetos femeninos (A incluida), la intrincada urdimbre temática en que los ‘hilos’
de todas ellas (Bolaños incluida) coinciden, y la estructura alternada entre A y
las otras.
Un rasgo que le otorga coherencia a Escribas es la sugerente correspondencia
temática que existe entre las figuras femeninas que A/Bolaños recrea o ficcionaliza,
inventa o desempolva del olvido, y, fundamentalmente, interpreta, aunque de forma
indirecta, ya que son las propias escribas las que se explican, describen o narran
desde la primera persona del singular o –para abarcar, en ocasiones, lo genérico–
del plural. Aunque cada mujer, incluida A, posee su propia especificidad –derivada
del tiempo y espacio al cual pertenece–, las unen los temas o asuntos generales
que, complementándose o resignificándose, pasan hábilmente, como si fueran vasos
comunicantes, de una a otra: a saber, la diáspora o el errar (en términos de viaje
[3] así como de error o extravío), la
naturaleza del lenguaje, la unión mística, el símbolo de las Cariátides, la muerte,
la resurrección y, de primordial interés para este artículo por constituir una de
las virtudes del libro, el ser femenino como práctica y reflexión a través de los
siglos y de las teorías feministas y/o de género contemporáneas. Dichas teorías
aparecen aquí procesadas poéticamente por Bolaños y transformadas en ficción en
la voz de A y, de manera ventrílocua, en las voces de las otras. Analizo a continuación
esas interpretaciones de lo femenino hechas desde la perspectiva feminista en Escribas.
Significativa es la definición de lo
que podía entenderse como identidad o condición femenina, según el libro: a saber,
un tipo de ascendencia divina pero despojada de sus arcanas virtudes por la sociedad
patriarcal, como revela de manera genérica la “casi perdida” diosa sumeria Nisaba:
“De diosas principales, generalmente protectoras de las artes, nos convertimos en
madres, esposas, dobles femeninos, sombras, reflejos especulares”. Al inicio, su
testimonio no se refiere a la profesión común de las mujeres del libro, sino al
hecho biológico y genérico de ser mujer, pero más adelante Nisaba –“dadora de vida”
y “patrona de los escribas”– revela ser, además, la inventora del “arte de escribir
y la tablilla de arcilla”. Pero aun cuando su divinidad se presente sin triunfalismos
debido a las “tristes mudanzas” y tergiversaciones que trajo el retroceso del “orden
matriarcal”, lo importante es comprender que, a pesar de las innúmeras “injusticias
temporales” que provocaron la subalternización social de la mujer en los diferentes
entornos patriarcales, la otrora condición mítica femenina y su labor como escritoras
lograron sobrevivir, rescatarse y reevaluarse ahora en Escribas.
En cuanto a la relación entre mujer y
escritura –entendida esta como una forma de crear y fijar una cultura, una tradición
y una identidad colectiva o individual, anónima o personal–, las escribas de Bolaños
están presentes desde el nacimiento de la escritura, y en ocasiones no resultan
secundarias (en tanto que copistas) a dicho proceso, como pretende presentarlas
la sociedad patriarcal, sino que algunas, como Nisaba, fueron incluso pioneras en
la creación de dicha actividad humana. Hasta algunas que empezaron su profesión
como meras copistas, pronto comenzaron a mostrar su originalidad creativa y a autografiarse,
es decir, registrar su identidad personal en sus escritos.
Las escribas de Bolaños intuyen que la
sociedad patriarcal ha hecho de la escritura un “oficio de hombres” debido a que
esta implica “una cuestión de poder, el que emana de la letra”. De ahí que no renunciar
a la escritura, sino dedicarse febrilmente a ella, constituya una forma de empoderamiento
social de la mujer: escribir le permite registrar su perspectiva de los hechos,
corrigiendo muchas veces las aseveraciones, tergiversaciones e interpretaciones
masculinas; en especial, las referidas al papel de la mujer en la sociedad. Esto
explica, entre otros ejemplos, frases tales como “prefiero contarlo de esta manera”
y “reinterpreto antiguos mitos sombríos”, y el siguiente cuestionamiento de la primacía
de la épica –modalidad literaria consabidamente masculina– sobre la lírica: frente
a las épicas guerreras de su tiempo y del futuro, la labor femenina en la conformación
de la lírica “no fue pequeña (…) hazaña”, asegura Enheduanna.
Igualmente están conscientes las escribas
de Bolaños de la destacada presencia femenina en la historia: la escritura les sirve
entonces para salvarse del olvido al describirse a sí mismas, al recoger, rescatar
e interpretar sus logros, y deshacer así las borraduras e injusticias orquestadas
por la autoría machista que no considera a las mujeres como agentes históricos o
le teme al carácter discordante de ciertas propuestas femeninas: “mi nombre y toda
prueba de existencia fueron borradas. Comienza otra saga, la del olvido, y por ser
una mujer discordante”. La saga de la escritura machista que las excluye o que no
las incluye justamente es lo que estas escribas interrumpen de forma retroactiva
y obviamente anacrónica, ya que, como Bolaños, ellas están muy conscientes de su
valía y se hallan, además, ampliamente informadas de los estudios feministas contemporáneos.
Por sus bocas hablan o se expresan los hallazgos feministas actuales que no solo
las han rescatado del olvido, sino que también han explicado su rol en la historia.
Con gran originalidad creativa, Bolaños transforma ficcionalmente en apócrifos testimonios
personales ese renacimiento o “resurrección” de lo femenino operado desde la crítica.
Pero quizás no sea pertinente insistir
en el aspecto anacrónico o sospechoso de los testimonios de estas escribas, ya que,
aunque sus vidas se presenten y expliquen en total coherencia con sendos tiempo
y espacio, ellas constituyen, en sentido abstracto, seres eternos, arquetípicos,
“atemporales”, indica A, aunque yo prefiera calificarlas de “transhistóricas”, y
por ser tales coinciden en este libro. Sus monólogos en primera persona conforman
un ámbito intratextual donde, sin saberlo, ellas mismas comparten o se transfieren
especularmente los mismos temas y motivos de una a otra sociedad y período histórico.
Concebirlas en conjunto y observar transhistóricamente los trazos comunes tanto
de autorrealización como de subalternidad que las unen, no conduce a ver en ese
proceso de abstracción una claudicación o renuncia, en su momento, a su reivindicación
de género, sino todo lo contrario: apoyándose en las similitudes, sendas creíbles
historias particulares conforman una plural transhistoria crítica y reivindicadora
entonces y ahora.
Esta dimensión arquetípica y mítica que
Bolaños impregna en sus autoficciones, así como el hecho mismo de reflejarse en
ellas, permite que su obra cierre filas con dos de las cuatro líneas temáticas que
Yara González Montes encuentra en la poesía cubana de la diáspora posterior a 1959:
a saber, “Dislocación de la identidad cultural y asimilación” y “Dimensiones arquetípicas
y míticas”. Según González Montes, la segunda línea –mucho más verificable que la
primera en la produción poética y ficcional de Bolaños– se deriva de la primera
debido a que la fragmentación y crisis identitaria que sufre el poeta migrante ante
su nuevo hábitat lo lleva a una percepción sicológica del mundo real en la que este
se reconstruye a partir de nuevos términos. Como resultado de tal experiencia, “[l]a
dislocacón creada por la realidad lleva a la fabulación y se compone una mítica
que representa una escala ascendente en el quehacer poético”, asegura González Montes.
En dicha segunda línea, Bolaños se afilia entonces a los textos de Gastón Baquero
y Juana Rosa Pita que González Montes analiza
entre los diversos ejemplos que da, y a los que podríamos añadir aquí Oscuridad divina (1985) y A las puertas del papel, con amoroso fuego
(1996), de Carlota Caulfield.
La tradicional condición avasallada de
la mujer en las sociedades falogocéntricas –a saber, su papel de esclava y su ser
reducido a lo doméstico: “parir, amamantar, cuidar del fuego del hogar”– es revisada
también por estas escribas: “Pudiera presentarme como una esclava libre de espíritu”,
afirma Nizam; mientras que la contemporánea A, más liberada, confiesa de forma poco
ortodoxa que lo mejor de su casa son los vecinos (“[a]rtistas, travestís y putas
sofisticadas”) y, en consonancia con la protagonista de la novela Jardín (1951), de Dulce María Loynaz, asegura
ser además “devota de los patios”. Las mujeres de Bolaños son poseedoras de una
irrenunciable e irrefutable “libertad interior” o “libertad de espíritu” –aspecto
clave en las protagonistas de narradoras tales como María Luisa Bombal–, y desde
dicha libertad escriben, ejercen su influencia en la sociedad y con palabras crean
lo amado y hacen el amor. En esa libertad interior vuelta escritura radica para
la mujer su “existencia verdadera”, a diferencia de ciertos discursos masculinos
(Rimbaud, Charles Baudelaire, Paul Gauguin) que localizan ‘la vida verdadera’ en
un ‘là-bas’ o ‘más allá / allá lejos’
fabricado de cuestionables otredades tempoespaciales. De ahí la importancia que
en ellas tiene escribir cualquier tipo de texto, más que hablar o destacarse en
público. Y desde la soledad o aislamiento que experimenten por los impedimentos
sociales de su género, defienden su voluntad de ser escribas: “Escribo en medio
de la tormenta histórica y los contratiempos, no menores, de ser mujer, esclava
y extranjera. No tengo clan que me defienda, ni íntimo compañero, solo libertad
interior para crear al amado en la letra”. Son así libres estas mujeres: su ser
verdadero o esencial aparece entonces trasfundido en su escritura: “Sin abandonar
el mundo, él ya no me domina. En la caligrafía loca, he descubierto las formas más
libres de no ser. Espero deshacerme un día, consustanciada con mis trazos”.
Pero esa autoliberación femenina obtenida
desde la escritura, aunque se presente en varios casos como un acto solitario, constituye,
en lo esencial, una actividad solidaria, transpersonal. Las escribas revelan la
hermandad (sisterhood) –aspecto este afín
a la escritura de mujeres desde la “Respuesta a Sor Filotea” (1691), de Sor Juana
Inés de la Cruz, y los artículos intitulados “La mujer” (1860), de Gertrudis Gómez
de Avellaneda (Tula)– que existe no solo entre sí mismas, sino también con otras
escritoras e incluso ciertos entes de ficción (Tristana, Ana Kareninay la tía Tula)
de autoría masculina, aunque estos entes “de palabras” les puedan resultar “[e]spejos
imposibles”. Dicha hermandad –plasmada ya ampliamente en los textos mencionados
de Sor Juana y Gómez de Avellaneda–, además de reivindicar una actividad intelectiva
femenina desatendida durante siglos por las interpretaciones machistas, les confiere
a las escribas de Bolaños una reafirmación y legitimidad dentro de su género y,
por extensión, dentro de la historia de la humanidad: “Recojo el legado de mis predecesoras
para dar inicio a una de las empresas letradas más desconcertantes de mi tiempo,
también incomprensible para mí”, afirma Hildelgard von Bingen.
Frente a los consabidos temas domésticos
a los que se ha querido limitar la actividad femenina o lo femenino, Bolaños presenta
unas mujeres sabias, con un profundo conocimiento crítico de su presente y de su
pasado, de las más diversas tendencias culturales (Renacimiento, Barroco, Simbolismo,
Nominalismo, Misticismo, Feminismo), así como de su propia significación en el proceso
cultural de la humanidad. Como Pitonisas, varias incluso poseen un anacrónico conocimiento
académico del futuro. Estos conocimientos del pasado, presente y futuro hacen –como
ya señalé– cuestionable o sospechosa la presentación que hacen de sí mismas y nos
revelan la construcción ficcional e intervención intelectual de A o de Bolaños,
quien, convertida en escriba de escribas –es decir, en transcriptora de los monólogos
de estas mujeres reales o apócrifas– y siguiendo
sus propias conclusiones sobre la obra de otras poetisas cubanas de la diáspora,
podría clasificar
la estética de Escribas como “metaficcional,
autoficcional especular, […] de transgresión de los límites entre el llamado
mundo real y el mundo poetizado, entre la actividad creativa y el resultado ficticio
de ese proceso”.
Por otra parte, el conocimiento que poseen
estas escribas incluye por igual lo intelectivo, lo poético, lo intuitivo y, prioritariamente,
lo incierto; es decir, tanto el pensamiento racionalista como el irracionalista,
con sendas dudas y respuestas: “Represento la intuición cósmica y la sabiduría,
sé que mi principal saber es la incerteza”, afirma Seshat. En consecuencia, son
celosas guardianas y benefactoras de todo el saber humano, como resulta implícito
en Seshat cuando se declara “patrona de las bibliotecas”, “regente de la Casa de
la Vida”, que es la “morada del conocimiento y los libros”.
Constituye un aspecto fundamental de
Escribas reflexionar sobre la escritura
en general y su papel dentro de las sociedades letradas, y sobre la literatura en
particular. Esto le otorga al libro una función central dentro de la obra ensayística
y ficcional (en especial, los cuatro títulos mencionados al inicio) de Bolaños,
quien transfiere así sus propias preocupaciones metatextuales a sus diversas escribas.
Para comenzar, la pionera Nisaba está
consciente del avance social que constituye la transformación de una cultura ágrafa
en letrada: “La escritura hace posible la conservación de la historia, cuyos actos
pueden ser compartidos, también fabulados”. Gracias a la escritura, la humanidad
cuenta con un “patrimonio y legado” físicamente archivable y más fácilmente compartible
a través del tiempo y el espacio, que las formas previas de transmisión cultural.
Y como ya prevé Nisaba, escribir no se limita al registro factual, sino que incluye
también la fabulación o ficción y, por añadidura, la poesía.
Y es precisamente ese inmenso legado
cultural de la humanidad lo que está en la génesis de Escribas, así como en las bases del arte poética de gran parte de la
obra de Bolaños, conformando lo que Eliane T.C. Campello denomina “el modelo dialógico
de su poesía”: en tanto que “subsidiaria” de toda la tradición letrada, Bolaños
crea una amalgama poética con las evocaciones más disímiles (mitología y literatura
griega, poesía latina, barroca, simbolista, latinoamericana) y logra, con dichas
apropiaciones, darle “a sus versos un acento inconfundible, cimentado en una emoción
esencial de calidad extremadamente perturbadora” (Traducción mía). Por su parte,
Carlos Alexandre Baumgarten asocia dicho dialogismo o apropiación con la disímil
construcción identitaria a que se ve obligado el autor migrante, es decir, con una
identidad “en tránsito entre culturas de distintas procedencias y tradiciones”.
Con esto, Baumgarten corrobora la explicación de González Montes sobre la segunda
línea temática mencionada, y propone, entonces, la poética de Bolaños como una “afirmación
de lo que podría llamarse literatura transnacional y, por tanto, desterritorializada”
(Traducción mía).
Volviendo a las reflexiones sobre la
escritura presentes en Escribas, vemos
que escribir constituye un oficio que, además de definir al ser humano, le otorga
identidad y autoconciencia: “Mi nombre significa ‘la escriba’. […] Si perdiera este
nombre, me perdería a mí misma”, confiesa Seshat (p. 9), mientras que Enheduanna
asegura que “[a]l escribir himnos, epopeyas, mitologías, avanzo en la conciencia
de mí”. Incluso al recoger la historia de otros (Inanna, por ejemplo) –como hace
la propia Bolaños en sus libros–, Enheduanna descubre que a través de Inanna “me
autorretrato y firmo, transgrediendo la práctica acadia de la exclusión”. De forma
recurrente, los términos transgresión, heterodoxia, discordancia y disidencia son
empleados por varias escribas al proponer el rasgo inherente a toda escritura trascendente,
por lo que la labor escrituraria ha significado para ellas asumir un destino peligroso,
pues la persona histórica puede “[s]er olvidada, cuestionada y acusada de diseminar
discordia en el universo”, como les ha ocurrido a muchas mujeres acusadas de herejes
como la escriba Marguerite Porete, pero, con el paso del tiempo, dicho destino revela
ser cierto y certero.
Y en una retomada de la ascendencia divina
del género femenino, estas escribas emulan la condición suprema al presentar su
escritura como dadora de vida: “Mis signos […] hacen visible la creación […]: doy
vida”; o como fundadora y constructora de mundos o de cuerpos habitables: “creo
casas-templos de palabras”, “cada página posee un cuerpo habitable”. Por su parte,
Enheduanna asegura que la escritura puede ser también acceso a la divinidad: “Lo
que escribo, destacadamente los himnos de Inanna, me muestran en una relación íntima
con la divinidad, hasta llamo esposa a Inanna”.
Escribas reflexiona, además, sobre
el sentido inmanente de la escritura poética al afirmar que, en un argumento sin
contenido, “se puede pensar más allá del pensamiento”, por lo que en una imagen
desprovista de contenido y sumida conscientemente en la forma –como puede ocurrir
en la poesía, especialmente tras las vanguardias históricas–, “existe la posibilidad
de tocar la vida gratuita y disonante”. Como el cuerpo del danzante, el texto poético
es un cuerpo “transformado en figura” que aspira a existir solamente “levitando
en la mirada”. La poesía resulta así un acto infinitamente liberador incluso cuando
parezca ser un mero escape o refugio: “Porque sé que la tierra y el cielo no dan
abrigo, la poesía me ofrece posibilidades sin fin”, afirma Aika Kiu.
No evitan las mujeres de Bolaños incluir
su fisiología y cuerpo sexuado en sus reflexiones sobre la escritura: “Sentía el
paso del tiempo y ya entraba en la menopausia. Para nadie es un secreto cómo se
ligan los grandes temas a los desasosiegos personales”. Tras escribir en una ocasión
“raja divina” y ser censurada por ello, A confiesa que no estaba metaforizando,
aunque sí lo está al concebir su sexo –recogiendo así toda una perspectiva social
de género– como “divisor de aguas”: “Cuando escribí raja lo que quería era la literalidad
del cuerpo, hacer visible mi sexo de mujer formado por ese divisor de aguas y ni
siquiera era una metáfora”. Enheduanna inserta incluso cierto esencialismo de género
–esencialismo cuestionado por un sector del feminismo– al justificar los rasgos
de su estilo literario (a saber, expresar “los sufrimientos con delicadas metáforas”,
representar a Inanna “en su opulenta y terrible belleza” y describir “con deleite”
su vestuario) por el mero hecho de ser “mujer”.
Y para el aún cuestionable encuentro
entre feminismo y religiosidad, Bolaños opta por continuar no solo la reinterpretación
del rol de la mujer en la historia de la religión que hicieron ya Sor Juana y Gómez
de Avellaneda en sus respectivos textos mencionados, sino también las conciliatorias
propuestas contemporáneas de la teología feminista. Pero allí donde Sor Juana y
Gómez de Avellaneda, por obvias razones de época e intereses personales, se circunscribieron
hábilmente a la presencia femenina dentro de lo acatado por el Catolicismo –es decir,
por la institución que de manera oficial representaba la religiosidad que profesaban–,
Bolaños no confunde o identifica religiosidad con institucionalidad y rescata, dándoles
voz y sentido reivindicador, las experiencias religiosas, e incluso místicas, que
como mujeres (a saber, el deseo y, de nuevo, el cuerpo femenino) recogen varias
escribas en sendos escritos calificados de heréticos por las instancias institucionales.
Conocedora de autores místicos (San Juan de la Cruz, Santa Teresa) que le sucedieron
–y hasta de Luís de Camões– y teorizando sobre el misticismo, Porete (¿1250?-1310)
ejemplifica así esta posición de Bolaños ante el feminismo y una religiosidad femenina
concebida como válida expresión de la espiritualidad humana:
En
mi pensamiento disidente, el camino autocreador conduce al vaciamiento que hace
posible la unión con Dios y, en ella, la libertad. El Alma hace una travesía, con
la guía del Amor; Amado y Amante transformados en el Uno del placer místico, como
se puede leer en Ibn ‘Arabi, que tanto aportará al florecimiento de la mística,
no solo oriental, posiblemente San Juan y Santa Teresa sus conocedores, aunque casi
no se haya escrito sobre el asunto.
Para concluir, podemos ver resumidos
por Porete varios de los aspectos aquí expuestos que se relacionan con la perspectiva
feminista que está en los fundamentos y la génesis de este magistral libro de Bolaños:
Por
el hecho de ser mujer, nunca me consideré inadecuada para escribir un libro. Me
atreví, con el ejemplo, a proclamar la autoridad femenina en el orden espiritual.
[…] El libro [se refiere a su libro El espejo de las almas simples anonadadas, quemado por la Inquisición y, por ello mismo,
ampliamente difundido] ejerce gran influencia durante mi vida y, más aún, después
de muerta.
Y sepa A que todos estos “asuntos que
[la] apasionan” y la acertada forma poética en que los inserta en sus polivalentes
autoficciones especulares, además de tenerla a ella misma como “interlocutor ideal”
(p. 83), cuentan con la más entusiasta interlocución de lectores si no ideales,
reales como yo.
REFERENCIAS
BARQUET,
Jesús J. “Las Otras, o la misma: Aimée
G. Bolaños y la tra(d)ición poética femenina.” Caribe 9:2 (2006-2007).
BAUMGARTEN, Carlos Alexandre. “A escrita poética de Aimée Bolaños e a questão
da identidade.” Letras de Hoje 41.4 (2006).
BOLAÑOS, Aimée G. Poesía insular
de signo infinito. Una lectura de poetas cubanas de la diáspora. Madrid: Betania,
2008.
___. Escribas.
Madrid: Betania, 2013.
CAMPELLO, Eliane T.A. “Prefácio.” En Aimée G. Bolaños.
El libro de Maat. Rio Grande, Brasil:
FURG, 2002.
GONZÁLEZ MONTES, Yara. Ensayos literarios. Vol. 1. Charleston, SC: Plaza, 2014.
NOTAS
1. Citas de esta edición.
2. En mi artículo “Las otras, o la misma” presento ya los
rejuegos textuales con que la autora Bolaños se inscribe en ese libro (BARQUET,
2006-2007, pp. 23-24). Por varios temas comunes, este análisis de Escribas complementa dicho artículo.
3. Carlos Alexandre
Baumgarten (2006, pp. 80-81) analiza lúcidamente el sentido viajero de
“errancia” en la poética de Las Otras,
de Bolaños.
JESÚS J. BARQUET (Cuba, 1953). Poeta, ensayista, profesor univesitario. Entre sus poemarios están Aguja de diversos (2018), Los viajes venturosos / Venturous Journeys (2015) y la compilación Cuerpos del delirio (sumario poético, 1971-2008) (2010). Como traductor cuenta con Cross Pollination: Contemporary Hispanic and Brazilian Poetry (Puerto del Sol, 2004), The Island Odyssey, 2001: Contemporary Cuban Poets (Puerto del Sol, 2002), José Ángel Valente: A Selection of His Poetry (Puerto del Sol, 2005), Southwest US Poets: Keith Wilson, Joseph Somoza, K. West, and Benjamin Alire Saenz (Decir del Agua, 2008), La Brasiliada (de Nicolas Behr, 2009) e Imposeída (de Mercedes de Acosta, Torremozas, 2019).
JAROSLAV ŠERÝCH (República Tcheca, 1928-2014). Estudou na Escola Superior da Indústria da Arte em Jablonec nad Nisou, na Escola de Artes Aplicadas de Turnov e na Academia de Belas Artes de Praga. Dedicou-se à gráfica livre, pintura, mosaicos, criação de livros, ilustrações, bibliofilia e também criou placas de cobre em relevo. Na década de 1960, ele aderiu à abstração expressiva. Logo que a deixou, voltou a acreditar na nitidez da forma e do enredo da obra. Trabalha atualmente com uma metáfora artística cujo ponto de partida reside em uma ampla gama de imagens firmemente apoiadas na liberdade criativa. Em seus desenhos, pinturas e obra gráfica, compõe imagens simbólicas baseadas nos princípios da ética cristã, cuja ideia é a superfície combinada da humildade humana, da empatia e da crença na persistência da esperança. Do ponto de vista do método criativo, é a soma da linha sensível do desenho, da morfologia dinâmica e da cor enfatizada. As obras apresentam uma estilização figurativa descontraída, de forma alongada, e possuem uma estrutura visual distinta.
Agulha Revista de Cultura
Número 251 | maio de 2024
Artista convidado: Jaroslav Šerých (República Tcheca, 1928-2014)
Editores:
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Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2024
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