LIEV TÓLSTOI
Existen dos maneras de ser engañados. Una es creer lo que no es verdad. La otra es negarse a aceptar lo que sí es verdad.
SØREN
KIERKEGAARD
Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y este espectáculo suele ser horroroso.
ALBERT CAMUS
Desde la bóveda interdisciplinaria de La
Fábrica de Sueños, del Cine-Club Al Filo del Tiempo, el primer ciclo, de dos, en
tributo a Akira Kurosawa, continúa con Ikiru (1952) o Vivir, retitulado
Condenado a vivir pues el protagonista se halla en una encrucijada entre
la vida y la muerte. Filme que hace una honda crítica desde el Humanismo y el Existencialismo,
sin caer en la trampa del ‘Humanismo misántropo de Alexander Payne’ (Nebraska,
2013) (1). Igual, una reflexión sobre el tiempo, la burocracia, la morbilidad
en general y el cáncer en particular, la lucha por las herencias, los límites entre
vida y muerte. En fin, Vivir, suerte de opción ética, o Condenado a vivir,
suerte de imperativo existencial, es la historia de un hombre en peligro, que es
en lo que consiste el cine para Hitchcock, y uno de esos no tan frecuentes filmes
que muestran un tejido tan sólido entre ética y estética, no el simple vivir sino
el para qué vivir y cómo se siguen desbordando por doquier los caños de la burocracia…
Dicho
esto, por la corrupción en las ciudades: en una de ellas, Tokio, vive un burócrata,
igual que el juez que es referente literario, o el veterano funcionario en el Londres
de los 50 del remake Living (2022), con guion de K. Ishiguro y A. K. y dirigido
por Oliver Hermanus. Ese burócrata, Watanabe Kanji (W. K.), enfrenta el mismo lío
que sus homólogos: se consume entre lo mecánico, la rutina y el vacío existencial.
Además, siente que lleva 30 años en su trabajo y de pronto se queda sin piso: en
tres palabras, no tiene vida. En el caso de Iván Ilich, personaje de la novela base
del filme, se trata de un juez que va a morir, y muere a los 45, y de cara a esa
experiencia final choca con la luz de la conciencia y, aunque tarde, descubre que
todo lo sufrido no es nada al lado del simple hecho de vivir. En el caso de Williams,
se habla del funcionario inglés que vive enterrado entre papeles mientras Londres
se reconstruye al cabo de la II GM y gracias a una colega decide emular su vitalidad
y cambiar a su entorno.
En
la posguerra, W. K. oficia como jefe de la Sección de Ciudadanos del Ayuntamiento
de Tokio, un cargo más propio de la ineptitud que, igual, de la burocracia, y cada
día no hace otra cosa que naturalizar la desidia, validar el no hacer, legitimar
lo innombrable, como si fuera el hecho más normal. Con cualquier disculpa, y entre
más nimia mejor, despacha a los ciudadanos que pasan por su oficina. Oficina que,
dicho sea de entrada, se halla inundada de papeles, una metáfora visual de algo
muy concreto: los males de la burocracia. Lo que desde la etimología es el conjunto
de los servidores públicos: que no son; o el ente cuyas normas fijan un orden racional
para distribuir y gestionar los asuntos inherentes a su misión, y que tampoco se
cumple porque por el camino, como se ve al final, se pervierten sus fines. Junto
al cáncer, lo primero que asoma como problema es la lucha del hijo, Mitsuo, y su
esposa, por quedarse con los bienes del padre y suegro: ellos no lo quieren, apenas
lo instrumentalizan…
Y,
cosa curiosa, la enfermedad y el desprecio, se convierten en los primeros detonantes
del filme que incidirán en la vuelta de tuerca que, con respecto a su vida, desde
la cercanía de la muerte, dará W. K. Así que, con todos los deberes implícitos,
a él ya no le incumbe educar hijos o acumular dinero; mucho menos, escribir un libro
o inventar algo científico. Ahora, sólo queda una cosa: vivir la vida, porque es
muy corta y ya mañana será tarde para rehacerla. Eso implica la ardua tarea de hacer
de la vida una obra de arte: íntegra, racional, buena, como pedía Tólstoi, inspirador
de Ikiru, segundo filme de A. K. con repercusión internacional pues Rashomon
(1950) fue el pionero. Ello trae consigo el asunto del tiempo: saber
aprovecharlo. Lo que en griego es el Carpe Diem, factor común a otros y tantos
escritores cuya influencia en A. K. es innegable: Dostoievski, Balzac, Gógol, Shakespeare,
Tólstoi. Éste, en la época de El poder de las tinieblas (1886), escribió
algo clave respecto a La muerte de Iván Ilich (2).
Allí,
dice: “¿Y si en realidad toda mi vida, mi vida consciente, no ha sido como habría
debido ser?” He ahí el punto de quiebre para el cambio de actitud, incluso radical,
que asume W. K., quien al inicio se mueve como un vegetal, sin objetivos, cansado
de una vida insulsa, pero en teoría ‘trabajando’ y con cáncer, aunque él aún no
lo sepa. Otro hecho que marca su dolor e incertidumbre es el hecho de que Mitsuo
sea operado del apéndice, no obstante que para él es ‘como quitar una muela’. Aquí
ocurre uno de los primeros flashbacks del filme, cuando recuerda a su hijo
jugando béisbol y el espectador de al lado le discute. La voz en off juega un papel
crucial dentro del filme, también, primero con la presencia del propio W. K. y luego,
ya en su ausencia, con los funcionarios del Ayuntamiento durante el velorio del
hacedor del parque Kuroe-cho, un auténtico filántropo. Aquí surge el incidente
con Mitsuo y la nuera; para W. K. morir no es tan fácil, aunque piensa en una muerte
rápida, como le dice a Mefisto.
Sí,
Mefistófeles, como el personaje del Fausto, de Goethe, o del Doktor Faustus,
de Mann, obra ésta en la que se dice que: “Sin lo enfermizo la vida no sería completa”
(3), a lo que podría añadirse que la inteligencia de alguien se pone a prueba cuando
de lo adverso forja un derrotero. Así como Murakami, en El perro callejero
(y no rabioso) o W. K. en Vivir hacen del miedo y de la presión burocrática,
en su orden, un motivo de lucha, ética y dignidad por preservar los valores humanos
y no los de la Bolsa ni los de su bolsillo. Prueba de ello, lo que en el epílogo
se sabe que le deja a su hijo Mitsuo. Se reitera, como le dice al escritor de Pulp
Fiction o novelas baratas que lo guiará cual Mefisto por el caos terrenal,
para ir a beber, jugar con máquinas, ir tras las chicas: “Sólo estoy furioso conmigo
mismo”. Es decir, W. K. no se oculta detrás de nadie para enfrentar su crisis, sino
que al igual que Murakami y A. K. decide enfrentar a sus propios miedos, sin dañar
a nadie, como no daña a la mujer auxiliar…
Es
decir, Toyo Odagiri, la chica que piensa renunciar a ese trabajo monótono de la
Sección Ciudadana, pero a la misma que W. K. le pide que lo haga al otro día para
que en el actual lo acompañe en sus cuitas existenciales, en su angustia metafísica.
A. K., entonces, atravesaba una crisis personal: su amigo y compositor musical Fumio
Hayasaka murió por tuberculosis. Esto recuerda: “A veces pienso en mi muerte… y
pienso cómo podré aguantar respirar hasta el último aliento. Viviendo una vida así,
¿cómo podré abandonarla? Siento que me queda mucho por hacer… ¡Siento que he vivido
tan poco! Así, me quedo pensativo, pero no triste. De este sentimiento nació Vivir”
(4). Por eso W. K. no logra, más que no quiera, despegarse de Toyo, quien por lo
demás le ayuda con su vitalidad, juventud, humor y la gracia que tiene para apodar
a sus colegas, entre ellos ‘La Momia’, como lo llama a aquél. Alias nada gratuito
toda vez que él es, en realidad, un muerto viviente, pero, por contraste y fortuna,
no un zombi.
Por
la furia que lo habita, dice que bebe ese sake tan caro, como protesta contra
la vida que ha llevado: “Es como beber veneno”. Y decide tirarse 50.000 yenes en
una juerga pues ‘no sabe cómo [más] gastarlos’. Dinero que tardó años en ahorrar
y con el que ahora se quieren quedar su hijo y su nuera. Al joven, Mefistófeles,
como se presenta, W. K. lo ha hecho reflexionar, como luego hará el propio burócrata
en su trance de la vida a la muerte. ‘La desgracia tiene su lado bueno’, dice el
escritor joven, o ‘no hay mal que por bien no venga’ o ‘toda crisis implica un crecimiento’,
podría inferirse. Así, el epitafio de Molière, en el que podría cambiarse su apellido
por Kanji y actores por funcionarios, podría transferirse a W.K.:
“Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y la
verdad que lo hace bien”. La cosa (nada) graciosa es que W. K. en ese instante aún
hace de vivo, así cargue con dos muertes: una, extraña y suerte de acertijo y, otra,
el cáncer que le anuncian…
Mefisto,
agrega: “El hombre descubre la verdad en su desgracia”, una postura filosófica de
corte heideggeriano. Y cree que, en el caso de W. K., el cáncer le ha abierto los
ojos a la vida. Piensa, además, que los hombres son tontos, porque sólo se dan cuenta
de lo maravillosa que es la vida, cuando ya hay que enfrentarse a la muerte. Como
los médicos ya no son sinceros, porque la mayoría depende de la Big Pharma (5),
o le ha vendido su alma al diablo Sistema, W. K. logra descubrir, por su propia
cuenta, que tiene cáncer terminal de estómago y que, máximo vivirá seis meses o
un año más. Al enterarse de ello, entra en un mutismo angustiante y no revela a
nadie su mal, apenas mucho más tarde lo hace con Toyo, la auxiliar que marca una
serie de planos secuencia con W. K. para, de paso, ayudarlo en su goce pagano/pagando.
Entonces, van a un salón de fiestas, se encierran en restaurantes sin notificarle
a nadie e intentan compartir con jóvenes partidarios del placer sin freno, la alegría
total y la vida plena.
Es
Cristo con una cruz a sus espaldas llamada cáncer, le dice Mefisto a la copera que
los atiende en el bar. Allí, W. K. va a cantar La vida es corta, quizás porque
ahora es consciente de llevar la muerte encima y porque ya sabe que ‘no habrá un
mañana’. Y el PPP, con W. K. que llora es prueba palpable de ello, para luego derivar
en un plano secuencia que desgarra tanto al protagonista como al espectador a fuerza
de dicho Close Up pues se trata de un plano subjetivo de tinte psicológico
que busca desentrañar los recovecos mentales del protagonista. ‘¡Qué corta es la
vida! Sí, enamórate, antes de que se apague el fuego de tu corazón, ya que este
tiempo no volverá jamás’. Así, por vía de la música, arte del tiempo, esa afirmación
de suprema energía, energía pura, en la claridad del éter, de que habla Mann en
el citado Doktor Faustus (6), o, si se prefiere, del melodrama, A. K. penetra
en la mente de W. K. para que haga conciencia de que el tiempo que pierde como burócrata
supera a la queja por corrupción.
Razón
por la que, antes de morir, se fija con decisión dejarle un legado a la comunidad
y, para ello, asume una postura radical: se rebela contra la inercia de esa burocracia
que no dice lo que hay que decir, ni hace lo que hay que hacer. Tras una faena de
Quijote, en la que enfrenta a todo tipo de sujetos, incluido un clan mafioso, obtiene
la aprobación del proyecto que transforma una zona inhóspita/insalubre de aguas
residuales (7) en el parque Kuroe-cho, donde los niños puedan jugar, y lo
hacen, sin peligros de ningún tipo. Tras la inauguración del espacio vital/lúdico,
W. K. va allí, se sienta en un columpio, canta su canción de tributo a la vejez
y, por último, da una lección involuntaria a quienes lo desprecian o pudieran hacerlo:
entonces, queda cerca de los únicos seres humanos que lo aprecian sin hipocresía,
lo quieren de verdad, y no viven del chisme ni de la calumnia: esos locos bajitos,
los niños, los únicos bichos que no siempre dicen la verdad, pero sí más frecuentemente
que los adultos.
Viene
el encuentro con la chica que renuncia a esa oficina donde no hay nada nuevo y W.
K. lleva tres décadas de burócrata, sin apenas notarlo. El Sr. Sakai aclara todo
lo que pasó con W. K.: ‘El Sr. Sakai habla mucho, pero está vacío por dentro’, anota
Toyo mientras lleva a casa al amigo que se fija en sus medias y decide comprarle
unas en ‘una mercería de artículos’ de Occidente. Lo que, en otras palabras, habla
del gusto de A. K. por el mundo occidental. Así, enseguida van a las máquinas, a
patinaje, al parque mecánico, en fin, al cine. Hay que aclarar que el motivo por
el que W. K. se convirtió en una momia, el apodo que le puso Toyo, fue todo
por el bien de su hijo. La secuencia en la que W. K., Mitsuo y su nuera, los tres,
se aburren tanto, parece decir: lo único que falta es el celular… para que
se aburran más. Quizá por eso, Mitsuo comenta que ‘este es el invierno más cálido
desde hace 30 años’, oxímoron que al paso parece hablar del invierno del descontento
más infernal vivido por el gran W. K.
‘Me
queda poco tiempo de vida. Tengo cáncer de estómago’. Ese es el motivo por el cual
a W. K. le gusta estar con Toyo, aunque no se haya atrevido antes a decírselo. Me
queda menos de un año de vida, le dice a la chica. Y ella le pregunta, ‘¿en qué
le ayudo yo?’ ‘Se me alegra el corazón de sólo mirarla. Este corazón de momia’,
le dice, con humor fantasma, W. K. Y le dice que es muy buena con él, y no porque
sea joven ni sana. No, tampoco es por eso. ‘¿Cómo tiene tanta vitalidad?’ Su vitalidad
lo asombra. Lo llena de envidia. ‘Me gustaría vivir como Ud., durante un día antes
de morirme’. En otras palabras, quiere hacer algo, pero no sabe qué. ‘Sólo Ud. puede
enseñarme. No, quizá no sepa, pero…’ ‘Es que no sé’, responde Toyo con angustia.
W. K. le pide que le ayude a vivir como ella lo hace. Pero, Toyo no sabe, de verdad.
‘Yo sólo como y trabajo, sólo eso, de veras’. Sólo hace juguetes, como el conejo
que saca de la bolsa. Pero se divierte, es como si todos los niños de Japón fueran
sus amigos.
Y
le dice a W. K. que por qué no hace algo parecido. ‘¿Qué puedo hacer en la oficina?’
Ella asiente que allí es imposible. Toyo insiste en que deje el empleo y busque
otro. Pero, W. K. observa que ya es demasiado tarde. De pronto, la vuelta de tuerca
definitiva, basada en la voluntad de poder y en el poder de la voluntad: “No, no
es tarde. No es imposible. Podré hacer algo allí si estoy realmente decidido a hacerlo”.
Y reitera: “Podré hacer algo”. Su jubilación es cuestión de tiempo, comenta uno
de los empleados a otro. W. K. regresa a su oficina, coge un cartapacio de pliegos
y escoge uno de ellos. El volumen de documentos en el espacio es abrumador: una
radiografía de la burocracia. O esa clase de parásitos que retarda el progreso de
un país, por no identificar los males ni dar soluciones al estar presionada por
los intereses de la clase política y no, como debiera ser, porque ella desista de
su fin perverso. W. K. le pide al Sr. Ohno encargarse de hacer la petición para
reclamar un área de drenaje…
Gestión
a cargo de la Asociación Femenina de Kuroe-cho, lo cual evidencia de paso
el papel de la mujer en la gestión, organización e impulso vital para producir cambios
en la sociedad, que por lo general se ignora, si no se silencia por completo. Por
último, aclara que esa petición se trasladará, como es usual a la Sección de Obras
Públicas, así no sea lo más sensato porque es la entidad que más ralentiza las obras
públicas. El narrador recuerda que han pasado cinco meses y que el protagonista
de esta historia, W. K., murió. Cada burócrata sienta su opinión: ‘El mérito de
hacer el parque recae sobre la Sección de Parques y el concejal de zona, junto con
sus propios esfuerzos, pero ¿no fue un trabajo del Sr. W. K., en realidad?’ ‘El
Sr. W. K. era el Jefe de la Sección de Ciudadanos, pero esto era competencia de
la Sección de Parques’, lo cual ya entraña ninguneo de quien por su propio esfuerzo
debe llevarse los méritos. Otros consideran que su muerte silenciosa fue una protesta
contra el gobierno de la capital nipona.
Las
conjeturas y la mala ironía, o leche, de los colegas en el Ayuntamiento no
dan espera: ‘¿Quiere decir que el Sr. W. K. se suicidó en el Parque? ¿O que se dejó
morir de frío?’ ‘Así es, más o menos’, responde un empleado. ‘Bueno, anoche nevaba’,
señala el alcalde. ‘Esas cosas suelen ocurrir en las obras de teatro’, dice alguien
y todos ríen. Olvidan, claro, que la farsa burocrática que ellos mismos encarnan,
sólo provoca tristeza y por eso nadie puede reír. Por fin, un aporte sensato: ‘No
obstante, la causa de su muerte ha quedado clara tras conocer el resultado de la
autopsia [se decía antes: hoy es necropsia]. No se suicidó, naturalmente. Tampoco
se murió de frío. Padecía cáncer de estómago’. ‘¿Un cáncer?’ ‘Sí, y una hemorragia
interna le causó la muerte’. La obviedad, tampoco falta: ‘Falleció de repente, cuando
menos se lo esperaba’. Un tergiversador como el alcalde, señala una verdad relativa
a los medios prepagos: ‘¡Cómo tergiversan los hechos los periodistas!’ Y cree que
ya es algo muy habitual.
Alguien
cita la incomprensión respecto a los problemas municipales como impasse, que no
se conoce la organización de secciones y pone un ejemplo: la gente cree que el Parque
lo construyó el Sr. W. K., pero ‘no es así’. Y añade que puede parecer grosero decir
esto ante sus hijos y familia, pero ‘me atrevo a decir que tampoco era el propósito
del Sr. W. K.’. Aun así, resalta su esfuerzo y perseverancia para terminar el Parque:
‘No obstante, [siempre un pero] el trabajo era competencia del Jefe de la
Sección de Ciudadanos’. En suma, decir que W. K. construyó el Parque ‘sería una
tontería’ porque [y concluye] ‘se estaría extralimitando en sus funciones. Estoy
seguro de que el difunto estará riéndose amargamente’. Los únicos que se permiten
extralimitar en sus funciones son aquellos a los que se les da un gramo de poder
y en poco tiempo se revelan como los miserables que siempre fueron: porque el que
es honesto, decente e íntegro, lo es; en cambio, el impostor a los 15 min. ya ha
pelado el cobre.
En
ese largo plano secuencia, el mal cinismo (no el de los cínicos griegos, que era
bioético y por eso los políticos de la época lo desvirtuaron hasta convertirlo en
el mal ejemplo de hoy) no tiene límites; tampoco el fracaso no confeso de la burocracia:
‘Sin embargo, la idea de extralimitarse en sus funciones tampoco estaría tan mal.
Fueron obras realizadas con rapidez y sin precedentes que asombraron a la sociedad,
así que tal vez esos servicios los dirigiría mejor otra persona’: el jefe de la
Sección de Parques o bien su superior el jefe de la Sección de Obras Públicas. Otro
sujeto, pasa a besarle de paso el culo al alcalde: “Tiene razón, pero mi opinión
es ésta: el Jefe de Parques y yo avanzamos el trabajo en el plano administrativo,
lo cual es nuestra competencia, pero cuando pensamos en el esfuerzo que Ud. [el
alcalde] realizó para controlar al Consejo en el momento más delicado, para llevar
a buen fin la construcción del parque, creemos que los méritos deberían recaer en
Ud.”, cierra el lambón.
En
el puente, junto a otro funcionario, W. K. dice que lleva 30 años sin admirar una
puesta de sol, pero ya no le queda tiempo para eso. Otro, cree que la enfermedad
lo trastornó; sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida y eso lo explica todo.
‘Sí, ese es el caso, puedo entender su extraña conducta’. Ya con tragos en la cabeza,
y dado que los borrachos y los niños (a veces, no siempre) dicen la verdad, uno
del Ayuntamiento dice una verdad de a puño: ‘Comparados con el Sr. W. K. ¡somos
basura humana! ¡Y ustedes, igual! ‘Sí, ¡sólo somos basura!, reitera Ohno, el ya
montado en el Poder por (des)manes de la burocracia, ignorancia del pueblo sobre
su labor e indigno fingir. ‘En la administración no puedes hacer nada. Si se te
ocurre alguna cosa, te tildan de radical. Lo único que puedes hacer es fingir que
haces algo’. ‘Es cierto, en Asuntos Generales ocurre lo mismo’. En algunos distritos,
sólo para vaciar un contenedor hace falta tal cantidad de papeles, que volvería
a llenarse con ellos.
Una
imagen que retrotrae al inicio del filme: ‘Sí, y también muchos sellos’. La burocracia
es una actividad muy parecida a la de los ‘gestores’ que dicen ‘hacer cultura’ por
un país y se llevan en sus cachos a los autores, de los cuales viven de por vida.
Y W. K. muere de por vida en su cargo, para todos es una carga, pero muy pocos son
capaces de reconocer su valía: la del ser humano, al servi(l)cio del Estado, que
de pronto despierta para ponerse al servicio de la gente. En tal sentido, escasos
burócratas del planeta terminan por rendir cuentas al ciudadano, optan por la farsa,
el teatro del engaño, el facilismo, y prefieren fingir. La mayoría huye al cabo,
como el criminal, sin que nadie lo persiga. Como en Colombia el flamante MinHacienda,
que se fue del país luego de quitarle a la gente la mesada 14, robarse los bonos
de agua, dejar a 117 municipios (8) en una ilegal/ley seca. Mientras, en el Tokio
de posguerra, los caños de la burocracia siguen desbordándose, en frente de todos,
sin que nadie lo advierta.
Ikiru
o Vivir o, peor, Condenado a vivir,
por quien sin entrar en la muerte ya está en ella, pero, de pronto, da un giro radical
y vive su último año de vida mucho mejor que los 30 en que mató el tiempo con la
complicidad tácita del statu quo, obliga a detenerse en esa rama tan compleja como
enrarecida de la burocracia y de la corrupción. Así, no debe sorprender a nadie
cuando un funcionario del Ayuntamiento reconoce sin rodeos: “La gente se queja de
la corrupción [qué no dice la de Colombia, al lado de la de Japón] en la ciudad
[y en ambos países], pero no es nada si se compara con nuestra terrible pérdida
de tiempo”. Cabe citar tres novelas criollas que dicen de esos burócratas lo que
hay que decir, y hacen con la narrativa lo que hay que hacer: la primera, muy elocuente
desde el título, Hombres sin presente: novela de empleados públicos (1938),
de José A. Osorio L. (9); la segunda, la obra mayor de la literatura nacional, Celia
se pudre (1986) (10), de Rojas Herazo y que disculpen los gabófilos.
La
historia de la abuela del propio autor sobre la morbidez, la ruina, la vejez, en
fin, la fuerza telúrica que encarna el aliento de la palabra frente al desamparo
y al patetismo humanos, apelando de paso a la inocencia para que el hombre sea defendido
por ella y así pueda postergar su inexorable destrucción. La tercera, muestra la
débil voz de esa ‘máquina no pensante’, el ejército, siempre listo a hincarse mientras
le laman la bota y le llenen el bolsillo. Se habla de Esteban Gamborena (1997),
de Arturo Echeverri Mejía (11). Entonces, Londrano señala: “Su débil voz
si acaso preguntará: ¿El gobierno es legítimo? Sí, por haber sido elegido por el
pueblo (sean cuales fueren los métodos empleados en las elecciones). Él se traga
todo. Le conviene por autodefensa burocrática. Luego vienen los cambios…” Que hoy
hacen Petro y el PH, mientras llega la noticia de la muerte de Piedad Córdoba, La
Negra, (12) a quien hoy los carroñeros/hachepés, o jotapés uribestias, persiguen
como a aquél, sin lástima ni tregua.
Como
se persigue, aunque sin tanta saña, a W. K. por privar a la mafia de convertir un
lugar malsano en otro peor, taberna o burdel, para dejar atrás el estigma de la
morbilidad y de la muerte, en ese Tokio de posguerra, y rescatarlo para la vida
y por el bienestar de los niños, sobre todo. Y como la vida está llena de ironía,
en un mundo donde la autoridad ha sido creada no para salvaguardar al pueblo, sino
para defender al poderoso, un policía, léase bien, sale en defensa del fallecido
W. K.: “A decir verdad, me lo encontré anoche en el nuevo parque mientras hacía
la ronda. Serían las diez. No, casi las once [aquí me acordé de Sabina]. Se columpiaba
bajo la nieve. Pensé que era un borracho. Una negligencia de mi parte. Si lo hubiese
tratado según mi primera impresión, nada de esto habría pasado. ¡Cuánto lo siento!
Pero, parecía tan feliz… ¿Cómo podría describirlo? Cantaba con melancolía. En un
tono de voz que, extrañamente, me llegaba al fondo del corazón”. Todo, con un singular
tono poético.
Como en Una lección de inocencia, de HRH., una mirada holística
sobre lo elemental a partir de una silla, en el cuarto de Van Gogh en Arlés (13),
para hacer una honda síntesis sobre el despojado hombre feliz, en reposo absoluto,
no triste por ostentoso, carente quizás de cosas, pero preñado de emociones, alegría,
goce, que puede comprender, al final de su vida, que quien no se conforma con poco,
no se conforma con nada: como W. K. Allí, en tal sentido, estaba todo, RH
dixit: la esperanza, en las flores que se abren; la desesperanza, en las puertas
que se cierran; el dolor y la derrota, en los días de llanto; el triunfo y el éxito,
en los de oro; la evolución eterna y la paz/reposo, en los ramajes y las palomas;
el amor y la promesa y la promesa del amor, en el niño que mira a los amantes [o
juega en el parque]; el fin inexorable, en la muerte de cada hombre que a la vez
es la inefable metáfora de que junto al ritmo de muerte marcha el ritmo de vida.
W. K. es eso y más así no lo sepa o se haga el tonto por listo.
Ahora,
el poema Una lección de inocencia: “Van Gogh
pintó una vez / el retrato del mundo. / Allí estaba todo: las flores que se abren
/ y las puertas que se cierran, / los días del llanto / y los días de oro / los
senderos y los sueños, / los ramajes y las palomas. / También un niño / mirando
dos amantes / y también la hora del nacimiento / y la muerte de cada hombre. / Para
pintar ese retrato, Van Gogh/ no tuvo sino que pintar una silla” (14). El título
proviene del libro homónimo que, a la vez, usa como epígrafe al citar el fragmento
final: “Entonces conoció la alegría de no ser inocente. / Y se apiadó de Dios y
lo hospedó en sus úlceras sin cielo”. W. K. es alegre, a su manera, pero no inocente
e hizo que los mafiosos se apiadaran de él. Para ello fue blando contra los duros
de la mafia, la burocracia, el statu quo. ‘Todo lo que representa un triunfo de
los sentidos sobre la muerte es poético’, HRH dixit (15). Esa es la vida/obra de
W. K.: poética y él mismo es poético. Aunque tarde, recuerda algo crucial…
En efecto, recuerda que quien no vive para servir, no sirve para
vivir. Eso también es poético, pero, por encima de todo, práctico. Lo que nos lleva
a pasar, por la dialéctica, de lo práctico a lo inviable e improcedente. Como es
el actuar, si no es apenas un decir que nunca pasa al hacer, de los funcionarios
del Ayuntamiento. Pero, antes se recuerda a W. K. cuando canta en el parque su tonada
sobre la vejez: ‘¡Qué corta es la vida! ¡Enamórate, querida doncella! Mientras tus
labios sean rojos y antes de que tu pasión se enfríe. Porque no habrá un mañana’.
Mitsuo sale de la velación con el sombrero, sucio, del padre y, aparte, le cuenta
a la esposa: ‘Anoche encontré una bolsa con mi nombre en las escaleras, en ella
estaban la libreta del banco, su sello y su cartilla de jubilación’. Y su esposa
le dice: ‘Entonces, tu padre, antes de ir al parque… ‘Mi padre fue cruel. Si tenía
cáncer, ¿por qué no nos lo dijo? Y el tío siembra la cizaña por vía de la confusión:
‘Oye, la amante de W. K. no ha venido. Quizás no lo era…’
Desde la teoría, Vivir es un filme habitado por angustia,
incertidumbre, extravío: la vida de un hombre próximo a la muerte, que lleva atado
a su empleo 30 años por lo líquido/mecánico de su oficio. Desde la práctica, W.
K. es un ser que cree aún posible hacer algo para mejorar su entorno, de modo radical,
aunque sepa que carga dos muertes dentro de una vida mediocre, sujeta a los demás,
dependiente del Ayuntamiento y no de su voluntad ni vitalidad, la que le trasvasa
Toyo. Por último, W. K. es un inmortal, responsable de sí mismo y frente a los Otros;
sujeto histórico facilitador de su propio destino; artista por hombre/sujeto integrales
que sintetizan una visión poética de la vida entre luz y tinieblas, noche y día,
cielo e infierno; así como una mirada caótica del mundo con abismos y demonios y,
por contraste, lucidez y razones existenciales que hacen posible/probable el encuentro
consigo mismo y con el Otro por vía de esa suerte de cuarta dimensión y de único
tribunal incorruptible que es la memoria.
Memoria de la que el ser humano no es su más virtuoso/lúcido dueño,
sino su más involuntario e inconsciente esclavo. Como esclavos son, aunque a conciencia
y voluntad, los otros funcionarios del Ayuntamiento. Ellos, en coro, deciden que
en adelante van a trabajar duro, con el mismo espíritu que tenía W. K. No permitirán
que su muerte haya sido en vano; trabajarán por el bien de los ciudadanos, sin olvidar
la emoción del momento. Bueno, no se olvide que todos hablan desde el alcohol. Habrá
que esperar a ver si sus nobles intenciones se transforman en hechos concretos.
Alguien le dice al jefe Ohno que se han desbordado las alcantarillas de Kizaki,
igual que los caños de la burocracia lo siguen haciendo. Ellos, en el fondo, están
engañados: creen lo que no es verdad y se niegan a aceptar lo que sí. A la vez,
saben que la peor de las pestes no es la corrupción sino el tiempo que c/u ha matado
y así el espectáculo de sus almas desnudas por el alcohol no sólo es horroroso,
sino francamente letal.
Lo
dicho: A la Sección de Obras Públicas, responde el nuevo jefe de la Sección
de Ciudadanos. Frente al dejar pasar o dejar hacer a otros, como piensa la burocracia,
difícil, muy difícil, será que los funcionarios lleven a cabo todo lo que, en medio
del alcohol, tanto han prometido. ‘A la sección de Obras Públicas, ventanilla 8’,
manda uno de los funcionarios que tanto prometió el cambio en sus actitudes, las
de c/u de los borrachos que dijeron adiós, con todo el sake posible, a W.
K. El llorón, se para indignado, pero frente al volumen de expedientes y a su metafórico
sentido, de a poco vuelve a sentarse y así los trámites seguirán su curso normal,
o, el de siempre: el de la tardanza, la irrealización, la frustración ciudadana.
Los millones de folios inundan la pantalla, en un PG que se traduce en resignación
de cara a la desidia del statu quo y a sus eternas promesas de cambio. Sin embargo,
y por contraste con tanta anomalía de la burocracia, los niños juegan con placer
en el parque gracias al Sr. W. K.
NOTAS
(2) TÓLSTOI, Leon.
La muerte de Iván Ilich. Bruguera, Barcelona, 1983, 187 pp.
(3) MANN, Thomas.
Doktor Faustus. Obras maestras del siglo XX, Seix Barral / Oveja Negra, Edit.
Bedout, 1985, dos tomos, I Tomo, 270 pp.: 245.
(4) http://www.sumandohistorias.com/a-fondo/vivir-kurosawa/?print=true
https://www.nippon.com/es/japan-topics/b07225/
(5) https://rebelion.org/tres-breves-textos-para-combatir-al-imperialismo-hegemonico/
(6) Íbidem, Nota
3, 1985, 270 pp.: 85.
(7) Lo mismo que
ocurre por vía de la historia de Matsunaga en El ángel ebrio.
(9) https://rebelion.org/la-sociedad-de-control-en-los-dias-del-odio/
(10) ROJAS HERAZO,
Héctor. Celia se pudre. Ministerio de Cultura
– 1998, Bogotá, 1002 pp.
(11) ECHEVERRI
MEJÍA, Arturo. Esteban Gamborena. U. de Antioquia, Medellín, 1997, 367 pp.:
168. Obra publicada de forma póstuma e inicialmente escrita en los años 50 del siglo
XX.
(12) https://www.youtube.com/watch?v=F9aI7_u9Fz0
(13) https://es.wikipedia.org/wiki/El_dormitorio_en_Arl%C3%A9s
(14) ROJAS HERAZO, Héctor. Las úlceras de Adán, Norma, Bogotá,
1995, 80 pp.: 70.
(17) Íbidem. Poema
titulado Creatura encendida, en Desde la luz preguntan por nosotros (1956),
de HRH.
FICHA TÉCNICA
Título original: Ikiru. En español: Vivir o Condenado a vivir. País: Japón. Año: 1952.
Dir.: Akira Kurosawa. Prod.: Sojiro Motoki. Guion: A. K. / Shinobu Hashimoto / Hideo Oguni. Filme basado en La muerte de Iván Ilich (1886),
de Liev Tólstoi. Gén.: Drama / Histórico. For.: 35 mm; b/n; 143 min. Mús.: Fumio Hayasaka.
Fot.: Asakazu Nakai. Mon.: Kōichi Iwashita. Int.:
Watanabe Kanji (Takashi Kimura); Kimura (Shinichi Himori); Sakai (Haruo Tanaka);
Noguchi (Minoru Chiaki); Ohara (Bokuzen Hidari); Toyo Odagiri, empleada (Miki Odagiri);
Ōno, Jefe de Subsección (Kamatari Fujiwara); Tte. de
alcalde (Nobuo Nakamura); Subordinado Saito (Minosuke Yamada); Kiichi Watanabe,
hermano de Kanji (Makoto Kobori); Mitsuo Watanabe, hijo de Kanji (Nobuo Kaneko).
Prod.: Tōhō.
Dist.: Tōhō.
Estreno: 9 octubre 1952.
LUIS CARLOS MUÑOZ SARMIENTO (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, 5.jun. 2012; columnista, 23.mar.2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por la UFES, el 20.feb.21. Invitado por Pijao Editores al Encuentro Nacional de Narrativa Colombiana vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por la UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, Brasil, 25.nov.23). Autor en ARC, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en Rebelión, Magazín EE, Las2Orillas.
JAROSLAV ŠERÝCH (República Tcheca, 1928-2014). Estudou na Escola Superior da Indústria da Arte em Jablonec nad Nisou, na Escola de Artes Aplicadas de Turnov e na Academia de Belas Artes de Praga. Dedicou-se à gráfica livre, pintura, mosaicos, criação de livros, ilustrações, bibliofilia e também criou placas de cobre em relevo. Na década de 1960, ele aderiu à abstração expressiva. Logo que a deixou, voltou a acreditar na nitidez da forma e do enredo da obra. Trabalha atualmente com uma metáfora artística cujo ponto de partida reside em uma ampla gama de imagens firmemente apoiadas na liberdade criativa. Em seus desenhos, pinturas e obra gráfica, compõe imagens simbólicas baseadas nos princípios da ética cristã, cuja ideia é a superfície combinada da humildade humana, da empatia e da crença na persistência da esperança. Do ponto de vista do método criativo, é a soma da linha sensível do desenho, da morfologia dinâmica e da cor enfatizada. As obras apresentam uma estilização figurativa descontraída, de forma alongada, e possuem uma estrutura visual distinta.
Agulha Revista de Cultura
Número 251 | maio de 2024
Artista convidado: Jaroslav Šerých (República Tcheca, 1928-2014)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2024
∞ contatos
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