VOY AL JARDÍN, en este día precioso.
Estoy bajo el precioso verde dulce y primero del árbol grueso. Ayer vi, cuando fui
a comprar la poesía del poeta griego que no he leído, las cartas entre Ramón Gaya
y María Zambrano que no compré en su día. Diligente he ido por la mañana pronto
a comprarlas, pues pienso que es ahora momento de leerlas, pero al sacar papeles
y libros de la cartera en el jardín veo que me lo he olvidado en casa. Recuerdo
que María Zambrano le decía a Ramón Gaya para animarlo a ir a Roma que Roma se parecía
a la vida, y él hacía una distinción -decía que era más el mundo que la vida. Y
recuerdo que en otras cartas que leí hace años José Bergamín le dice a María Zambrano
que si regresa a España lo haga por Barcelona, que es lo único en que queda algo
de vida, algo que recuerde a su tiempo, a la España de entonces. Claro, porque hay
el contraste entre Italia y España, pero también el contraste de la propia España,
entre la España de la República de su juventud y la España parada (y podríamos decir
muchas más cosas, pero como mínimo eso, detenida en seco) que había cuando Franco.
Vidas de distancias, que saben lo que es la lejanía, y lo son. Barcelona, Roma.
Lugares míos. También las cartas de escritores y artistas en las que de ellas hablan.
LEO LA INTRODUCCIÓN y epílogo a las cartas
entre María Zambrano y Ramón Gaya. Del exilio, su experiencia y significado habla
con gran tino la introducción, y en el epílogo asoma un detalle de algo sobre lo
que se llama la atención y se ve, se sabe ver en ese exilio y por parte de alguien
que está en ese exilio y a la vez muy cerca de mí. En un texto de hace unos días
decía que mi amiga la gran escritora Angelina Muñiz-Huberman recordaba a Ramón Gaya
en el tiempo de su exilio de México. Es ella quien llama la atención sobre el valor
y significación de la ilustración de Ramón Gaya que lleva la edición de Filosofía
y Poesía de María Zambrano, y que es una ventana. Estoy acostumbrado a ver ilustraciones
de Gaya en los libros de mi amigo -amigo común, si lo puedo así decir- el poeta
Eloy Sánchez Rosillo, a quien veré estos días de Murcia. Veo con gran gozo que es
Angelina quien señaló el significado y valor de esta ventana dibujada por Gaya para
la portada de este libro de María Zambrano -y luego veo la ventana, quiero decir
su imagen. En el epílogo se habla de los pensamientos de los dos creadores sobre
el dolor, un dolor que es vía de conocimiento para María Zambrano y para Ramón Gaya
salva. Buscamos o nos encuentran complicidades y comuniones, y sé que estoy cerca
de ambos. Y también la imagen que para la autora del preciso epílogo, Laura Mariateresa
Durante, más los une y es la del agua, el agua creadora. Los finales versos del
poema que lleva el título de mi segundo libro, Ética confirmada -y podemos
ver su significación que para mí tiene y le di en ello-, escrito en 1988, yo muy
joven, dicen así: “una lengua la crea el dolor, y yo he sido una lengua,/ el modo
extraño en que alguien se salva”. Y un poema de Hasta el final camina el canto tiene este último verso: “La poesía es esta agua que nos salva”. Llamó la
atención sobre él Giuseppe Bellini, y di yo con él título a una de las conferencias
que imparto en una asignatura de la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción
(ENALLT) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) -por la que Angelina
Muñiz-Huberman es Doctora Honoris Causa y en la que ha sido una profesora ilustre.
Recuerdo este verso y le doy vueltas en unos poemas escritos en Roma y que están
en el primero de los libros en ella escritos, es decir, en Poesía en Roma. Los
recuerdo en esta conferencia, y de allí pasaron a la parte final del texto que escribí
con motivo de la muerte de Ernesto Cardenal y que Sergio Ramírez publicó en el número
de su revista Carátula y que era el que le dedicaban con motivo de su
muerte. Recuerdo ese verso en esos poemas, los recuerdo a éstos en una conferencia
y pasan también a ese texto. Son poemas escritos en Roma, en la Plaza de San Pedro.
Por eso recuerdo el título de otro poema también escrito en 1988 pero que no se
publicó hasta el año 2016 en la antología de mi poesía de juventud Desde mi ventana oscura/Vanuit mijn donkere raam editada en los Países Bajos, por la querencia
de mi traductor holandés por este poema, y que es “Acqua alle corde”. Lo recuerdo
en la Plaza de San Pedro en Roma en esos poemas que allí escribo porque es el título
de un poema mío pero también las palabras que dijo un viejo marino italiano mientras
las cuerdas que levantaban, intentaban levantar el obelisco que está en el centro
de esta plaza y podemos sentir casi del mundo se estaban distendiendo y esa voz
de alarma, esa orden y ese grito, ese anuncio del agua a la que había que acudir
y echar sobre ellas permitió que éstas agua recibieran y el obelisco se levantara.
Agua que salva. La poesía, agua que salva. Y que resiste. La poesía es esta agua
que nos salva y también lo que nos hace resistir. Así la poesía. Busco y encuentro
comunicaciones e hilos de comunión y de diálogo con estos dos artistas y creadores
y en imágenes y pensamientos que los unen me siento yo también unido a ellos. El
arte es una sorpresa y un encuentro. Lo será leer también ahora estas cartas de
María Zambrano a Ramón Gaya, porque las de Ramón Gaya las he leído en el libro Cartas a sus amigos, pero será un placer y una alegría poder leer
el diálogo completo, asomarme y disfrutar de ese diálogo y el fondo de vida y arte
que es.
AYER PRONTO
POR la mañana compro el libro con la correspondencia entre María Zambrano y Ramón
Gaya, que vi el día anterior, viernes -lo vi en su día al publicarse y pensé varias
veces que ya lo compraría en otro momento, que ha llegado. Lo empiezo a leer en
casa. Introducción, epílogo. Me interesa tanto que lo leo también por la noche en
vez de ver la gran película “El oficial y el espía”, que he visto más de una vez
pero me agradaría volver a verla. Pero estoy inmerso en las cartas, y me meto en
ellas, sigo su lectura. Hasta donde aguantan los ojos. Porque los tengo resentidos
y a la hora de lectura he de parar, y me incorporo a la película ésta ya mediada.
En mi lectura nocturna llego a los textos de María Zambrano sobre la pintura de
Ramón Gaya, que son textos muy bellos, muy profundos. Pero ya en mi lectura de la
tarde me han interesado muchísimo varias impresiones y testimonios que se encuentran
en estas cartas, y quiero traer y señalar algunos. Mi amiga Angelina Muñiz-Huberman
había llamado la atención sobre el valor y la significación de una viñeta de Ramón
Gaya en un libro de María Zambrano publicado en 1939, y este libro se abre con un
bellísimo texto de María Zambrano dedicado a las viñetas del pintor en Hora de
España, y
en el que desentraña su valor y su significación en su belleza. Lo hace con estas
palabras: “”Y, por último, Hora de España da las gracias a la revista Sur
de Buenos Aires por el envío de un donativo de víveres “en una forma especialmente
delicada, pues que en la forma en que las cosas se hacen en estos instantes de dureza
(…) es el lujo que los mejores espíritus pueden permitirse”. Es la última Nota de
Redacción de Hora de España. Las viñetas de Ramón Gaya se acuerdan con este
lujo de la forma mantenida hasta el instante final por obra de inspiración. De esa
inspiración que proviene del acuerdo con la realidad. En la portada interna, una
criatura, un muchacho quizás, que se lleva a la boca una cuchara con algo, algo
parecido a una sopa tibia, había de ser, con gesto de religiosa unción, casi como
si fuera un sacramento. Una mujer en la portada externa, una mujer, la de siempre,
la que desde siempre guarda sus lágrimas y, con ellas, intacto el tesoro confiado
a la madre, a la hermana, a la hija, a la mujer, alza el brazo y dice adiós con
la mano a alguien invisible que se va. Como todos los dibujos de Gaya que, desde
un principio, han acompañado Hora de España, aparecen en un aire puro
y, si es de un interior, con una ventana abierta; circula el aire como en una tragedia,
o, más bien, misterio, entre cielo y tierra en que la intimidad no deja de serlo
por aparecer a la luz. Y el secreto último de esos rostros, de esas cabezas heridas
de muerte, de esos brazos que se abrazan a un fusil, de los árboles mismos que cobijan
y señalan el lugar del hombre, de los caminos, no se publica ni se diluye”. (María
Zambrano, “Hora de España XXIII”,
Obras Completas, vol. VI, Galaxia Gutenberg, 2014, pp. 537-538)”.
Los artistas viven de manera semejante la naturaleza misteriosa del arte, su origen
y la fuente que es. Aquí unas muy significativas palabras de María Zambrano a Ramón
Gaya, que le escribe desde La Habana el 13 de junio de 1949: “(Mira qué cosa Ramón,
te iba a preguntar por Fe, pero es que sé que la llevas dentro de ti… Y entonces
pienso que el artista vive su vida interior dentro de sí, de un modo a la vez secreto,
hermético y expresivo. El arte es la secreta vida del corazón que se manifiesta
sin dejar de estar oculta; es lo que está a la vez dentro y fuera)”. Sigue más adelante,
como en un diálogo con el pintor, en un párrafo que ya había leído en el epílogo:
“Y ¿qué vas a hacer, Ramón, qué vas a hacer? Ya sé que tú no eres para precipitarte
en la acción; como tampoco yo. Pero mira: tenemos nuestros Dioses y, si sabemos
hablarles y escucharles, las cosas se hacen ellas solas, y entonces las cumplimos
casi sin responsabilidad y sin esfuerzo -me refiero al esfuerzo de la voluntad-.
Éntrate donde están tus Dioses y habla con ellos que será hablar contigo, y entonces
verás muy claro lo que necesitas hacer o que se haga y… después un poco de padecer
y aun de gritar, se acaba cumpliendo”. Contesta así Ramón: “Querida María: ¡Cuánto
te agradezco tu carta! Hasta hace muy pocos días no he podido reaccionar y contestarle
a Trinita. Lo terrible me paraliza; se ve que es mi manera de sufrir: La inmovilidad.
¡Cómo comprendo ahora lo que dice Proust de que en la vida nos morimos varias veces!
En fin, no hay nada que decir, como tú misma escribes en tu carta”. Éste es su primer
párrafo. Y responde, como en un diálogo que como digo había visto ya señalado a
lo que le dice su amiga: “Si no fuera por esos dioses interiores ¿dónde estaríamos
todos ya?// En una sola cosa me siento cada vez más fuerte: mi pintura. Y cada vez
me siento más comprometido. Es una alegría sentir que no somos libres. Sí, gracias
a Dios, no tenemos esa monstruosidad vacía que se llama Libertad”. Y en su respuesta
sobre Italia ya está Venecia y el presentimiento y la adivinación que para él ha
de ser, cómo la ha de saber ver y sentir: “Te envidio mucho lo de Italia. Escríbeme
desde allí, no dejes de hacerlo; no me abandones como todo este tiempo de La Habana.
Me atrae mucho, otra vez, Venecia. Creo que yo la vería con todo lo que
debe tener de cochambroso delicado, de cristal sucio, de perla usada. No dejes de
escribirme desde Italia, dándome detalles de precios y todo”. Concha de Albornoz
le escribe a Ramón Gaya desde Atenas el 21 de junio de 1956 algo que compartimos
y también nosotros firmaríamos, o yo desde luego firmaría: “Es fantástico venir
a Grecia inmediatamente después de ver Roma”. Sí, comprendo el entusiasmo que despierta
el que esto pueda darse. No me extraña nada, pues comparto plenamente y entiendo
muy bien que así se sienta. Un fragmento, el fragmento de un texto de María Zambrano
dedicado a Gaya, que el pintor conservó: “18 de octubre de 1956.// A Ramón Gaya
de María, en Roma y en su estudio.// Desprenderse del pasado sin dejárselo a nadie,
sin dejar en ninguno su peso. No se van, no pueden irse del todo, quienes no se
han desprendido de esa materia. Y quizá la materia sea tan sólo el pasado de un
Dios que se fue, mas no del todo, quedando en ella aprisionado. La materia es cárcel
y la más estrecha que conozco es el pasado. Ese pasado denso y disgregable. No me
podré desprender de él hasta que no sea uno, unidad. Entonces, ya sin historia,
me iré". Desde París el 3 de diciembre de 1956 Ramón Gaya se despide de María
Zambrano de esta bellísima y muy significativa manera: “recibe un abrazo provisional
de tu hermano en el agua y la ignorancia”. He visto señalado en los comentarios
al libro el aprender padeciendo, el conocer, el agua y la creación. Un poeta y crítico
de arte que trató a Ramón Gaya y yo conozco desde que publiqué mi primer libro,
José Corredor-Matheos, dio este título a uno de sus libros: El don de la ignorancia.
Pienso que además de un don la ignorancia también es un saber, y que
hemos de irnos a y pensar en el no saber sabiendo de San Juan de la Cruz. Porque
en él, con él se hace el arte. Me lo hacer recordar esta hermosa manera de despedirse
de su amiga que tiene en esta carta Ramón Gaya. Unas preciosas palabras de María
Zambrano a Ramón Gaya como artista y de su arte: “Sí hijo mío: eso es. Tú eres de
los que van, si es preciso, por pedregales desangrándose, hasta la fuente” (Roma,
12 de diciembre de 1956). El 14 de diciembre de 1956 escribe Ramón Gaya a María
Zambrano una felicitación navideña desde París y se expresa de manera que me parece
muy significativa: “Como la palabra “Feliz” no cuadra entre nosotros te deseo una
Navidad y Año Nuevo PLENOS”. Y la siguiente postal, ya desde Venecia, La Sereníssima,
de fecha 8 de enero de 1957, une lo que ha expresado en relación a su manera de
ser -en la que está el ser artista- a Venecia, y cómo condice con ella, le ayuda
a en ella ser y cumplirse. Así esto dice: “María: un abrazo desde mi ciudad, que
me produce siempre una rara exaltación de serenidad, de estado completo”.
Y aquí me quedo en mi repaso del principio de estas cartas, hasta, como he dicho,
esos ensayos profundos y luminosos de María Zambrano sobre la pintura de Ramón Gaya,
y he de seguir leyéndolo, ahora en el jardín con este aire tan bueno -jardín en
el que escribo estas sencillas palabras-, o mañana en el tren, hasta leer completo
el libro. Quizá algo más de él escriba, quizá sienta la voluntad de acompañar con
mis palabras los testimonios e impresiones que en él se encuentran. Que tienen en
todo caso momentos preciosos, lo que hace que este libro sea de un gran interés
y de verdad valioso.
LLEGO A LA
última nota o carta de este libro de correspondencia entre María Zambrano y Ramón
Gaya y que no puede tener más significación para mí en este momento, ni ser más
extraordinaria. He leído este libro ayer y anteayer -sábado, domingo- en Barcelona,
en casa, y me ha acompañado este largo viaje en tren. A poco más de una hora de
Murcia llego a esta última carta -y necesito ponerme a escribir. Esto dice María
Zambrano -y será lo último que escriba, tiene esa verdad: “Ramón: me alegro de veras
porque aparezca en tu tierra, en la finura del mundo; como te dije una vez hace
siglos: Murcia es lo más fino que he visto. Y así nos entendimos. Hoy te lo escribo
como puedo.// María”. Es lo último que escribe. Murcia es lo más fino. En lo que
leía decía Gaya de Murcia el oro día también esto de ella decía y destacaba, y lo
reiteraba entre paréntesis (sí, más fina), por pensar quizá tanto que podía sorprender
como para apuntalar lo más verdad que ella es. “Y así nos entendimos”. En esta comunión
de sentir se encuentran María Zambrano y Ramón Gaya, y yo me acerco a esta fina
ciudad, a Murcia, donde me convocan Venecia y su Museo. Ramón Gaya va unido al arte
y al pensar y a Murcia y a Venecia. Para mí y para más personas. Así me ha agradado
verlo en varios testimonios. Alba Buitoni le escribe expresamente para así decírselo:
“Querido Ramón, se me ha revelado por completo la luz de Venezia y pido perdón al
creador por mi mezquindad. Pienso mucho estos días en usted y su espíritu está conmigo.//
Con todo mi afecto// ALBA”. Gaya, unido a Venecia, a saber entender y ver la luz
que es. Guía en esto Gaya. Así se lo dice y reconoce y añora su amigo Antonio Sánchez
Barbudo: “Ya sabrás que, por unas cosas y otras, en especial Angela, y nuestro deseo
ya de volver, abreviamos el viaje al final, y fui yo solo a Venecia, que vi muy
bien esta vez, creo, y me gustó muchísimo, y lamenté tanto no tenerte a mi lado
para comentar, y que me hicieras ver aún más de lo que yo veía, que era bastante”.
Palabras preciosas sobre el arte, sobre la vida. Entendimientos particulares que
son mucha verdad. Así el saber ver a María Zambrano como poeta, y que esto es lo
que verdad es, como nos dice Elena Croce: “Sería imposible intentar ilustrar en
pocas líneas la exquisitez del finísimo tejido de una obra como la de María y su
extraordinaria originalidad. Y habría que añadir que la figura de María, escritora,
artista y esencialmente poeta (con una singularísima capacidad de “visión”) se une
a una riqueza de humanidad que supera cualquier límite meramente intelectual”. Y
el diálogo del arte, de la amistad y el arte. He de revisar el libro e incorporar
a estas palabras que escribo en el tren camino de Murcia algunas de ellas. Quizá
lo haga ya en el hotel. Ponemos un espacio o un tiempo. Y aquí van. Así, del profundo
y luminoso ensayo “La pintura en Ramón Gaya”, de María Zambrano, unas palabras:
“Pues la presencia de la pintura en los cuadros de Gaya da a su “estar” carácter
de “aparición”. Y es ese suceso de su aparición, justamente, lo que produce pasmo,
ya que todo lo que se presenta no aparece. Suelen presentarse las cosas, las presencias,
como “estando ya ahí”, lo que señala su carácter de realidad. O bien, despiertan
sorpresa, lo que hace a esta presencia increíble -en la sorpresa, la ausencia se
actualiza y se siente como más natural que la presencia-: se despierta entonces
la interrogación, aduana de la conciencia. Lo que pasma, en cambio, es lo que aparece:
lo que va apareciendo como un suceso que no acaba, en una especie de fluir que es
como ser. En la aparición, fluir y ser, suceder y proseguir están unidos. Y ante
esa unidad, el que mira, se queda, por lo pronto, sin saber: pasmado.// No hay más
que aceptar que suceda así y permitir que este suceso se prosiga por sí mismo, como
una espiral que se abre. Sólo entonces se comienza a ver. Y es lo que sucede ante
esta pintura que en los cuadros de Gaya aparece. Los cuadros, pues, no “están”;
no están sino lo preciso, ya que todo lo que se manifiesta ha de hacerlo en alguna
parte, para que de ellos se desprenda esa aparición que es ya tiempo; tiempo, porque
es vida. Y así, podría decirse que estos cuadros, antes que en el espacio, están
en el tiempo.// Y como en el tiempo, propiamente, no se está, los cuadros aparecen
desprendidos; desprendiéndose, fluyendo, como lugares de vida. Y de este modo, el
espectador que ha sabido quedarse en su paso se siente poderosa y sutilmente subyugado
y atraído, llamado por algo que pide ser seguido: es la pintura en su paso que así
lo mueve. Y, si la sigue, entra ya a contemplar.// Este estado de pasmo, en lo que
tiene de extático, cede y se deshace, se resuelve en contemplación. La contemplación,
algo que no se suele nombrar hoy. Pues, al lleno creado por la multitud de credos
y teorías acerca de la creación artística, corresponde un extraño vacío: el vacío
casi absoluto del no saber acercarse a la obra de arte, el modo de tratar con ella,
como si sólo el ver o el oír bastaran. Y aun, y sobre todo, como si ver fuera cosa
que se logra sin más, lo cual priva al are de su virtud catártica y moral; de esta
ética que se desprende de toda creación humana, si en verdad lo es. Porque al no
ser contemplada no es, simplemente, vivida”. El lugar,
el lugar que es también el arte. Como -hemos visto- puede serlo la madre. Y la pintura
unida al agua y a Venecia: “Y lo que dan a contemplar los cuadros de Gaya es esa
misteriosa vida de la pintura: se desprende de ellos, se derrama en lo que la pintura
tiene de llanto; de llanto sin tristeza, de llanto entre cielo y tierra, de llanto
de los cuerpos creados que vierten su alma prisionera. No pinta cosas, sino sucesos,
aconteceres entre los elementos de la creación. Más bien, un suceso único, la redención
de la oscura, opaca tierra, por la luz, en el agua; agua en que, al fin, todo se
resuelve, como si el cuerpo de la pintura fuera agua o a su modo.// Según dice Ramón
Gaya en su ensayo El sentimiento de la pintura, la pintura viene del agua, descubrimiento que
hizo un día en Venecia. Mas el hacerlo, siendo él pintor, fue, sin duda, porque
ya se le había dado realizarlo; que quien hace algo sólo descubre el ser de eso
que hace cuando lo ha hecho ya. Y así, en su visión de la pintura en los canales
de Venecia, Ramón Gaya vio espejada su propia pintura o la pintura tal como a él
había llegado: viendo fluyente, pura, apresada y desprendida a la par, esa pintura
que le había dejado sus estigmas visibles y otros cuadros.// El agua corporeizada
por la luz, asumiendo la tierra, es lo que he sentido sea la presencia de la pintura
en esa aparición que hace en los cuadros de Gaya. El cuerpo del agua revelado por
la luz que, para acabar de tenerlo, necesita de la tierra; de un poco de tierra.
Y la asunción de la tierra misma que logra, al fin, realizar su sueño. Pues que
la tierra sueña ser pintura, ser pintura más que ser pintada, ofreciéndose así en
una última ofrenda en la que no pierde su rostro, sierva al fin rescatada”. El deseo
de ir a España de María Zambrano, como se lo escribe en Roma a Ramón Gaya el 25
de mayo de 1960: “Cuando recibí la tarjeta de Segovia del 14 de abril -que llegó
el 12 de mayo-, se me desbordó el alma y escribí a Pepe, y le decía que quiero ir
al Madrid de mi alma; te lo digo a ti, sí: me ha nacido como una flor alta desde
el fondo del corazón. No es deseo, ni nostalgia, sino amor, amor, amor. Espero que
siendo así, el Ángel, el que debo de tener y tantas veces he sentido y casi vislumbrado,
me guíe en el laberinto que tú sabes es mi vida. Pues, hasta ahora, no hay novedad.
Iría yo sola en principio; creo que es mejor o imprescindible. Sueño que pueda ser
en septiembre. ¿Estarás, estarías ahí? Creo que no es necesario pedirte que no digas
a nadie nada”. Y Gaya escribe algo muy significativo a María Zambrano desde Barcelona
el 3 de agosto de 1960: “(Entre paréntesis te diré que tengo una gran nostalgia
de Roma, y más que de ella misma, de lo italiano, mucho más soportable que lo nuestro)”.
La distancia con Italia, el contraste entre Italia y España en la vivencia de la
belleza, en lo que ésta es, y su grado de intensidad. Le dice María Zambrano a Ramón
Gaya desde Roma el 3 de agosto de 1961: “Querido Ramón: Indirectamente hemos ido
teniendo noticias, vagas, imprecisas, tuyas. Ni siquiera Bergamín, cuando pasó velozmente
por estos predios, nos las pudo ofrecer más precisas: “que te habías perdido por
el campo andaluz”, lo que se entiende sin el menor esfuerzo”. Le contesta el pintor
desde Coimbra el 25 de agosto de 1961: “En efecto, me perdí -o me encontré- en Granada,
y pude pintar allí, y luego, en Murcia, que está destrozada, pero donde todavía
encontré un poco de huerta y a Juan Bonafé”. La huerta que aún queda, y la amistad,
y la pintura. Hay una carta preciosa de otro amigo de
Ramón Gaya, Juan Gil-Albert,
que da testimonio de lo que es el trato con él, y me agrada traerla aquí para indicar
que se puede también así sentir en el trato que es leer lo que escribió, que así
también lo sentimos en su persona, su pensamiento y su voz quienes así lo conocimos
y así seguimos tratando con él. Escribe Juan Gil-Albert a Salvador Moreno desde
Valencia el 8 de agosto de 1968: “Querido Salvador: en primer lugar debo mandarte
la pequeña crónica del paso por mis tierras de Ramón (Gaya); ayer, a las tres y
media, lo dejé, de nuevo, en la estación; había llegado el día anterior y ese breve
transcurso de un día lo pasamos hablando por los codos. Lo encontré mejor que en
su anterior visita, con la mirada más despejada y sin una cierta coloración que
entonces registré y que no sabía a qué atribuir. Sigue estando en la brecha, y estar
con él es, como ha sido siempre, se
plonger dans la vie; su fuerza espiritual
se mantiene pujante y lo que sorprende es que tenga tanto que dar sin miedo a que
se le acabe la cuerda; no economiza, da, da siempre. Lo propio del trato con él
no es el diálogo -no diré, tampoco, el monólogo-, sino la colaboración; o sea, hay
que oírlo colaborando con un asentimiento, intuitivo, para su esplendor y su originalidad,
aun suponiendo que no se comulgue con él o, al menos, con la plena convicción que
reclaman siempre nuestras tesis temperamentales. Corta estancia pero que me ha dejado
melancólico, como si en su exiguo equipaje se hubiera llevado la esencialidad del
mundo (…)”. Y unas palabras preciosas de María Zambrano a Ramón Gaya tras leer Velázquez pájaro solitario, y que escribe al pintor en La Pièce el 16 de
noviembre de 1969: “Querido Ramón: Cuánta alegría, cuánto bien de la lectura de
tu Velázquez pájaro solitario; desde que supe de (su) existencia y de su título
ya supe todo sin que el saberlo haya disminuido en nada la lectura en estado naciente,
la que le corresponde. Así que ni tan siquiera de ti me acordaba mientras lo leía,
ni de los años o siglos que hemos pasado hablando sobre esas parejas cosas. De Velázquez
y de Cervantes, de Nietzsche, sí, mas yo diría que siempre de lo mismo, de esa tierra
santa -de la santidad y no de la perfección del arte, del pensamiento, de la vida.//
Mas no me acordaba de nada cuando lo leía. Lo que das es pensamiento que se bebe
-pensamiento-. Agua que no ha perdido su carácter de manantial, ambrosía sin “irisaciones”,
porque en ella se han desleído algunas parejas de contrarios. Filosofía se ha llamado
a ese “elixir” alguna vez; otras se ha usado ese excelso y tímido nombre para otros
productos, incluidos algunos brebajes. He dado y doy en mi gozo gracias y alabanza
a tu ángel que tan bien te ha conducido. Y ahora sí, me acuerdo de ti, a través
de tantos “puertos y fronteras”. Mas no se advierte que los hayas cruzado, porque
tal vez no los has tenido que cruzar. Estabas en ese lugar cuando te conocí y te
puse o te me pusiste aparte y no por tus silencios ni por tus palabras, sino porque
estabas sellado y sólo por elegancia no llegabas a estar estigmatizado. Y el signo
se ha cumplido. Has dado tu palabra, esa que es al par dada y recibida. Y yo, fratella, doy las gracias”. Éste es el principio de esta extraordinaria carta. Y más
adelante una invocación a continuar en el arte, cumpliendo un destino, a así hacerlo
aunque se haya ya alcanzado una plenitud, deseo que me parece muy hermoso y muy
acertado y muy justo y que está por su amiga poeta y filósofa bellamente dicho:
“Y que sigas Ramón, pues no es motivo para callarse el que se haya dado una plenitud.
Al contrario. El centro llama, o sin llamar siquiera se presenta”. Y la frase final
de esta carta, maravillosa como ella: “Sabes bien que nuestra compañía no es de
las que quitan la soledad al pájaro”. María Zambrano escribe a nuestro común amigo
Eloy Sánchez Rosillo desde Ginebra el 5 de mayo de 1980: “Mi gran amigo Ramón Gaya
sabe muy bien que no he necesitado de estímulos para dar testimonio, si más no vale,
por escrito y letra impresa acerca de su obra”. Añade: “Quiero ahora escribir algo,
quiero…/ Mas en el caso muy probable de que el escribir ahora no me sea posible,
le ruego muy encarecidamente que, de algún modo, me dé por presente. El mismo Ramón
creo que tenga algún texto mío publicado sobre su pintura, por ejemplo en Ínsula del 60, coincidiendo con su primera exposición en España y la salida de
su libro. En mi introducción a Hora de España-XXIII, comento su dibujar
esencial aquella realidad. En fin, si a él le parece, publiquen ustedes algo de
ello. No recuerdo si ha aparecido algún otro texto mío sobre Ramón Gaya, aunque
no me extrañaría. De todas maneras, alguna hoja escrita les enviaré”. He querido
traer aquí estas preciosas palabras a las que se refiere María Zambrano. No pudo
escribir ya algo nuevo para este homenaje que Eloy Sánchez Rosillo coordinaba, pero
están estas últimas palabras que dedica y dirige a Ramón Gaya, que me parecen un
testimonio estremecedor por hermoso y final, hermoso en el final que es, y que por
esto me han impresionado. El hermoso artículo de Ramón Gaya “He pintado este momento”,
y que se publicó en ABC el 23 de abril de 1989 con ocasión de la entrega
del Premio Cervantes a María Zambrano. Y las palabras finales de María Zambrano.
Hay Venecia en este libro de cartas, hay Italia, hay España. Hojeo el tomo de la
Obra completa de Ramón Gaya, que he traído conmigo. He hablado de este doble contraste
que hay para el pintor, pues lo hay entre Italia y España y también en relación
a la propia España. Encuentro que él lo expresa de esta manera lapidaria y en que
da la razón de la causa de éste, y la hace en ella concretísima: “Después de veintiún
años de exilio, a donde se vuelve, en realidad, no es a España, sino a 1939” (Barcelona,
4 de julio de 1960). Venecia en este libro de amistad y diálogo en cartas. Desde
La Sereníssima el 11 de septiembre de 1958 a María Zambrano: “Querida María: No
he muerto. Estoy aquí en la Sereníssima como casi siempre que me pierdo”. Así empieza esta carta, en la que leemos más
adelante: “La Sereníssima, pues, y aquí estoy aún, porque ya sabes lo que me pasa
con esta ciudad, que cada día es más hermosa, y… otra”. Al hojear la Obra completa
de Ramón Gaya y buscar y leer sus palabras y pensamientos preciosos dedicados a
Venecia, en los que la dice y la significa, y nos la transmite a través de ellos,
encuentro alguna que condice con lo que en esta carta escribe a María Zambrano.
Está en la misma página de su reflexión y pensamiento sobre lo que es lo bello para
los italianos y la razón que explica porqué tanto lo dicen, a lo que me he referido
a veces y quiero traer aquí con sus palabras precisas: “Me doy cuenta de que los
italianos, cuando dicen bello, bello,
no quieren decir lo mismo que nosotros,
sino… algo más; acaso quieren decir… auténtico, o quizá existente”. Antes, en una anotación fechada en Venecia el 27 de enero de 1953 estas
palabras, estos pensamientos en ellas: “Venecia es difícil, como todo lo que es
muy… visible, muy… evidente. Es lo que sucedió y sigue sucediendo con la obra misma
de Tiziano: se canta la indiscutible hermosura externa de su pintura, sin acabar
de comprenderse que lo mejor, más alto y más hondo, más esencial, se encuentra como
escondido, como agazapado detrás de esa “superficie animada”. Sólo Velázquez parece
darse cuenta de que Tiziano es un pintor recóndito, secreto”. Y éstos para cerrar
estas palabras mías con pensamientos y palabras de Ramón Gaya dedicados a Venecia,
motivados por ella, y que escribe en esta ciudad el 31 de enero de 1953: “Amanece
con tanta niebla que no veo, al abrir el balcón, no ya la orilla de enfrente, sino
las góndolas o las barcazas por el centro del Canal Grande. Salgo y voy al Florian
a tomar un café; San Marcos y el Ducale están maravillosos. Parecen, no algo corpóreo
que la niebla lograra borrar en unos instantes, sino algo ideado, pensado, y que empezara, de pronto, a tomar cuerpo, a convertirse en piedra. Siempre,
por lo demás, se está aquí en una extraña situación, diríamos, de metamorfosis inminente,
acechante. Todo aquí parece estar a punto de volverse otra cosa”.
SANTIAGO MONTOBBIO (España, 1966). Licenciado
en Derecho y Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Profesor de
la UNED, de ESADE, de la Facultad de Filosofía de Cataluña de la Universidad
Ramon Llull y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su primer
libro fue Hospital de Inocentes
(1989). Ha publicado también Ética
confirmada (1990), Tierras
(1996), Los versos del fantasma
(2003), El anarquista de las bengalas
(2005), finalista del premio Quijote 2006, que concedía la Asociación Colegial
de Escritores de España al mejor libro publicado en el año mediante votación de
sus socios, y Absurdos principios
verdaderos (2011). Es autor de una tetralogía formada por los libros: La poesía es un fondo de agua marina
(2011), Los soles por las noches esparcidos
(2013), Hasta el final camina el canto
(2015) y Sobre el cielo imposible
(2016), y a ésta se han sumado con posterioridad los libros La lucidez del alba desvelada (2017), La antigua luz de la poesía (2017), Poesía en Roma (2018). La hispanista brasileña
Ester Abreu Vieira de Oliveira ha publicado un libro dedicado a su obra
poética, con un estudio de la misma y también una antología de su poesía en
edición bilingüe castellano-portugués: A
arte poetica de Santiago Montobbio (Analisi e traduçao) (Editorial Opçao,
Brasil, 2017). Nicaragua por dentro
(2019) es su último libro de poemas.
JAROSLAV ŠERÝCH (República Tcheca,
1928-2014). Estudou na Escola Superior da Indústria da Arte em Jablonec nad Nisou,
na Escola de Artes Aplicadas de Turnov e na Academia de Belas Artes de Praga.
Dedicou-se à gráfica livre, pintura, mosaicos, criação de livros, ilustrações,
bibliofilia e também criou placas de cobre em relevo. Na década de 1960, ele
aderiu à abstração expressiva. Logo que a deixou, voltou a acreditar na nitidez
da forma e do enredo da obra. Trabalha atualmente com uma metáfora artística
cujo ponto de partida reside em uma ampla gama de imagens firmemente apoiadas
na liberdade criativa. Em seus desenhos, pinturas e obra gráfica, compõe
imagens simbólicas baseadas nos princípios da ética cristã, cuja ideia é a
superfície combinada da humildade humana, da empatia e da crença na
persistência da esperança. Do ponto de vista do método criativo, é a soma da
linha sensível do desenho, da morfologia dinâmica e da cor enfatizada. As obras
apresentam uma estilização figurativa descontraída, de forma alongada, e
possuem uma estrutura visual distinta.
Agulha Revista de Cultura
Número 251 | maio de 2024
Artista convidado: Jaroslav Šerých (República Tcheca, 1928-2014)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2024
∞ contatos
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FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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