quinta-feira, 16 de maio de 2024

SANTIAGO MONTOBBIO | Al hilo de las cartas entre María Zambrano y Ramón Gaya

 


VOY AL JARDÍN, en este día precioso. Estoy bajo el precioso verde dulce y primero del árbol grueso. Ayer vi, cuando fui a comprar la poesía del poeta griego que no he leído, las cartas entre Ramón Gaya y María Zambrano que no compré en su día. Diligente he ido por la mañana pronto a comprarlas, pues pienso que es ahora momento de leerlas, pero al sacar papeles y libros de la cartera en el jardín veo que me lo he olvidado en casa. Recuerdo que María Zambrano le decía a Ramón Gaya para animarlo a ir a Roma que Roma se parecía a la vida, y él hacía una distinción -decía que era más el mundo que la vida. Y recuerdo que en otras cartas que leí hace años José Bergamín le dice a María Zambrano que si regresa a España lo haga por Barcelona, que es lo único en que queda algo de vida, algo que recuerde a su tiempo, a la España de entonces. Claro, porque hay el contraste entre Italia y España, pero también el contraste de la propia España, entre la España de la República de su juventud y la España parada (y podríamos decir muchas más cosas, pero como mínimo eso, detenida en seco) que había cuando Franco. Vidas de distancias, que saben lo que es la lejanía, y lo son. Barcelona, Roma. Lugares míos. También las cartas de escritores y artistas en las que de ellas hablan.

 

LEO LA INTRODUCCIÓN y epílogo a las cartas entre María Zambrano y Ramón Gaya. Del exilio, su experiencia y significado habla con gran tino la introducción, y en el epílogo asoma un detalle de algo sobre lo que se llama la atención y se ve, se sabe ver en ese exilio y por parte de alguien que está en ese exilio y a la vez muy cerca de mí. En un texto de hace unos días decía que mi amiga la gran escritora Angelina Muñiz-Huberman recordaba a Ramón Gaya en el tiempo de su exilio de México. Es ella quien llama la atención sobre el valor y significación de la ilustración de Ramón Gaya que lleva la edición de Filosofía y Poesía de María Zambrano, y que es una ventana. Estoy acostumbrado a ver ilustraciones de Gaya en los libros de mi amigo -amigo común, si lo puedo así decir- el poeta Eloy Sánchez Rosillo, a quien veré estos días de Murcia. Veo con gran gozo que es Angelina quien señaló el significado y valor de esta ventana dibujada por Gaya para la portada de este libro de María Zambrano -y luego veo la ventana, quiero decir su imagen. En el epílogo se habla de los pensamientos de los dos creadores sobre el dolor, un dolor que es vía de conocimiento para María Zambrano y para Ramón Gaya salva. Buscamos o nos encuentran complicidades y comuniones, y sé que estoy cerca de ambos. Y también la imagen que para la autora del preciso epílogo, Laura Mariateresa Durante, más los une y es la del agua, el agua creadora. Los finales versos del poema que lleva el título de mi segundo libro, Ética confirmada -y podemos ver su significación que para mí tiene y le di en ello-, escrito en 1988, yo muy joven, dicen así: “una lengua la crea el dolor, y yo he sido una lengua,/ el modo extraño en que alguien se salva”. Y un poema de Hasta el final camina el canto tiene este último verso: “La poesía es esta agua que nos salva”. Llamó la atención sobre él Giuseppe Bellini, y di yo con él título a una de las conferencias que imparto en una asignatura de la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción (ENALLT) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) -por la que Angelina Muñiz-Huberman es Doctora Honoris Causa y en la que ha sido una profesora ilustre. Recuerdo este verso y le doy vueltas en unos poemas escritos en Roma y que están en el primero de los libros en ella escritos, es decir, en Poesía en Roma. Los recuerdo en esta conferencia, y de allí pasaron a la parte final del texto que escribí con motivo de la muerte de Ernesto Cardenal y que Sergio Ramírez publicó en el número de su revista Carátula y que era el que le dedicaban con motivo de su muerte. Recuerdo ese verso en esos poemas, los recuerdo a éstos en una conferencia y pasan también a ese texto. Son poemas escritos en Roma, en la Plaza de San Pedro. Por eso recuerdo el título de otro poema también escrito en 1988 pero que no se publicó hasta el año 2016 en la antología de mi poesía de juventud Desde mi ventana oscura/Vanuit mijn donkere raam editada en los Países Bajos, por la querencia de mi traductor holandés por este poema, y que es “Acqua alle corde”. Lo recuerdo en la Plaza de San Pedro en Roma en esos poemas que allí escribo porque es el título de un poema mío pero también las palabras que dijo un viejo marino italiano mientras las cuerdas que levantaban, intentaban levantar el obelisco que está en el centro de esta plaza y podemos sentir casi del mundo se estaban distendiendo y esa voz de alarma, esa orden y ese grito, ese anuncio del agua a la que había que acudir y echar sobre ellas permitió que éstas agua recibieran y el obelisco se levantara. Agua que salva. La poesía, agua que salva. Y que resiste. La poesía es esta agua que nos salva y también lo que nos hace resistir. Así la poesía. Busco y encuentro comunicaciones e hilos de comunión y de diálogo con estos dos artistas y creadores y en imágenes y pensamientos que los unen me siento yo también unido a ellos. El arte es una sorpresa y un encuentro. Lo será leer también ahora estas cartas de María Zambrano a Ramón Gaya, porque las de Ramón Gaya las he leído en el libro Cartas a sus amigos, pero será un placer y una alegría poder leer el diálogo completo, asomarme y disfrutar de ese diálogo y el fondo de vida y arte que es.

 


AYER PRONTO POR la mañana compro el libro con la correspondencia entre María Zambrano y Ramón Gaya, que vi el día anterior, viernes -lo vi en su día al publicarse y pensé varias veces que ya lo compraría en otro momento, que ha llegado. Lo empiezo a leer en casa. Introducción, epílogo. Me interesa tanto que lo leo también por la noche en vez de ver la gran película “El oficial y el espía”, que he visto más de una vez pero me agradaría volver a verla. Pero estoy inmerso en las cartas, y me meto en ellas, sigo su lectura. Hasta donde aguantan los ojos. Porque los tengo resentidos y a la hora de lectura he de parar, y me incorporo a la película ésta ya mediada. En mi lectura nocturna llego a los textos de María Zambrano sobre la pintura de Ramón Gaya, que son textos muy bellos, muy profundos. Pero ya en mi lectura de la tarde me han interesado muchísimo varias impresiones y testimonios que se encuentran en estas cartas, y quiero traer y señalar algunos. Mi amiga Angelina Muñiz-Huberman había llamado la atención sobre el valor y la significación de una viñeta de Ramón Gaya en un libro de María Zambrano publicado en 1939, y este libro se abre con un bellísimo texto de María Zambrano dedicado a las viñetas del pintor en Hora de España, y en el que desentraña su valor y su significación en su belleza. Lo hace con estas palabras: “”Y, por último, Hora de España da las gracias a la revista Sur de Buenos Aires por el envío de un donativo de víveres “en una forma especialmente delicada, pues que en la forma en que las cosas se hacen en estos instantes de dureza (…) es el lujo que los mejores espíritus pueden permitirse”. Es la última Nota de Redacción de Hora de España. Las viñetas de Ramón Gaya se acuerdan con este lujo de la forma mantenida hasta el instante final por obra de inspiración. De esa inspiración que proviene del acuerdo con la realidad. En la portada interna, una criatura, un muchacho quizás, que se lleva a la boca una cuchara con algo, algo parecido a una sopa tibia, había de ser, con gesto de religiosa unción, casi como si fuera un sacramento. Una mujer en la portada externa, una mujer, la de siempre, la que desde siempre guarda sus lágrimas y, con ellas, intacto el tesoro confiado a la madre, a la hermana, a la hija, a la mujer, alza el brazo y dice adiós con la mano a alguien invisible que se va. Como todos los dibujos de Gaya que, desde un principio, han acompañado Hora de España, aparecen en un aire puro y, si es de un interior, con una ventana abierta; circula el aire como en una tragedia, o, más bien, misterio, entre cielo y tierra en que la intimidad no deja de serlo por aparecer a la luz. Y el secreto último de esos rostros, de esas cabezas heridas de muerte, de esos brazos que se abrazan a un fusil, de los árboles mismos que cobijan y señalan el lugar del hombre, de los caminos, no se publica ni se diluye”. (María Zambrano, “Hora de España XXIII”, Obras Completas, vol. VI, Galaxia Gutenberg, 2014, pp. 537-538)”. Los artistas viven de manera semejante la naturaleza misteriosa del arte, su origen y la fuente que es. Aquí unas muy significativas palabras de María Zambrano a Ramón Gaya, que le escribe desde La Habana el 13 de junio de 1949: “(Mira qué cosa Ramón, te iba a preguntar por Fe, pero es que sé que la llevas dentro de ti… Y entonces pienso que el artista vive su vida interior dentro de sí, de un modo a la vez secreto, hermético y expresivo. El arte es la secreta vida del corazón que se manifiesta sin dejar de estar oculta; es lo que está a la vez dentro y fuera)”. Sigue más adelante, como en un diálogo con el pintor, en un párrafo que ya había leído en el epílogo: “Y ¿qué vas a hacer, Ramón, qué vas a hacer? Ya sé que tú no eres para precipitarte en la acción; como tampoco yo. Pero mira: tenemos nuestros Dioses y, si sabemos hablarles y escucharles, las cosas se hacen ellas solas, y entonces las cumplimos casi sin responsabilidad y sin esfuerzo -me refiero al esfuerzo de la voluntad-. Éntrate donde están tus Dioses y habla con ellos que será hablar contigo, y entonces verás muy claro lo que necesitas hacer o que se haga y… después un poco de padecer y aun de gritar, se acaba cumpliendo”. Contesta así Ramón: “Querida María: ¡Cuánto te agradezco tu carta! Hasta hace muy pocos días no he podido reaccionar y contestarle a Trinita. Lo terrible me paraliza; se ve que es mi manera de sufrir: La inmovilidad. ¡Cómo comprendo ahora lo que dice Proust de que en la vida nos morimos varias veces! En fin, no hay nada que decir, como tú misma escribes en tu carta”. Éste es su primer párrafo. Y responde, como en un diálogo que como digo había visto ya señalado a lo que le dice su amiga: “Si no fuera por esos dioses interiores ¿dónde estaríamos todos ya?// En una sola cosa me siento cada vez más fuerte: mi pintura. Y cada vez me siento más comprometido. Es una alegría sentir que no somos libres. Sí, gracias a Dios, no tenemos esa monstruosidad vacía que se llama Libertad”. Y en su respuesta sobre Italia ya está Venecia y el presentimiento y la adivinación que para él ha de ser, cómo la ha de saber ver y sentir: “Te envidio mucho lo de Italia. Escríbeme desde allí, no dejes de hacerlo; no me abandones como todo este tiempo de La Habana. Me atrae mucho, otra vez, Venecia. Creo que yo la vería con todo lo que debe tener de cochambroso delicado, de cristal sucio, de perla usada. No dejes de escribirme desde Italia, dándome detalles de precios y todo”. Concha de Albornoz le escribe a Ramón Gaya desde Atenas el 21 de junio de 1956 algo que compartimos y también nosotros firmaríamos, o yo desde luego firmaría: “Es fantástico venir a Grecia inmediatamente después de ver Roma”. Sí, comprendo el entusiasmo que despierta el que esto pueda darse. No me extraña nada, pues comparto plenamente y entiendo muy bien que así se sienta. Un fragmento, el fragmento de un texto de María Zambrano dedicado a Gaya, que el pintor conservó: “18 de octubre de 1956.// A Ramón Gaya de María, en Roma y en su estudio.// Desprenderse del pasado sin dejárselo a nadie, sin dejar en ninguno su peso. No se van, no pueden irse del todo, quienes no se han desprendido de esa materia. Y quizá la materia sea tan sólo el pasado de un Dios que se fue, mas no del todo, quedando en ella aprisionado. La materia es cárcel y la más estrecha que conozco es el pasado. Ese pasado denso y disgregable. No me podré desprender de él hasta que no sea uno, unidad. Entonces, ya sin historia, me iré". Desde París el 3 de diciembre de 1956 Ramón Gaya se despide de María Zambrano de esta bellísima y muy significativa manera: “recibe un abrazo provisional de tu hermano en el agua y la ignorancia”. He visto señalado en los comentarios al libro el aprender padeciendo, el conocer, el agua y la creación. Un poeta y crítico de arte que trató a Ramón Gaya y yo conozco desde que publiqué mi primer libro, José Corredor-Matheos, dio este título a uno de sus libros: El don de la ignorancia. Pienso que además de un don la ignorancia también es un saber, y que hemos de irnos a y pensar en el no saber sabiendo de San Juan de la Cruz. Porque en él, con él se hace el arte. Me lo hacer recordar esta hermosa manera de despedirse de su amiga que tiene en esta carta Ramón Gaya. Unas preciosas palabras de María Zambrano a Ramón Gaya como artista y de su arte: “Sí hijo mío: eso es. Tú eres de los que van, si es preciso, por pedregales desangrándose, hasta la fuente” (Roma, 12 de diciembre de 1956). El 14 de diciembre de 1956 escribe Ramón Gaya a María Zambrano una felicitación navideña desde París y se expresa de manera que me parece muy significativa: “Como la palabra “Feliz” no cuadra entre nosotros te deseo una Navidad y Año Nuevo PLENOS”. Y la siguiente postal, ya desde Venecia, La Sereníssima, de fecha 8 de enero de 1957, une lo que ha expresado en relación a su manera de ser -en la que está el ser artista- a Venecia, y cómo condice con ella, le ayuda a en ella ser y cumplirse. Así esto dice: “María: un abrazo desde mi ciudad, que me produce siempre una rara exaltación de serenidad, de estado completo”. Y aquí me quedo en mi repaso del principio de estas cartas, hasta, como he dicho, esos ensayos profundos y luminosos de María Zambrano sobre la pintura de Ramón Gaya, y he de seguir leyéndolo, ahora en el jardín con este aire tan bueno -jardín en el que escribo estas sencillas palabras-, o mañana en el tren, hasta leer completo el libro. Quizá algo más de él escriba, quizá sienta la voluntad de acompañar con mis palabras los testimonios e impresiones que en él se encuentran. Que tienen en todo caso momentos preciosos, lo que hace que este libro sea de un gran interés y de verdad valioso.

 


LLEGO A LA última nota o carta de este libro de correspondencia entre María Zambrano y Ramón Gaya y que no puede tener más significación para mí en este momento, ni ser más extraordinaria. He leído este libro ayer y anteayer -sábado, domingo- en Barcelona, en casa, y me ha acompañado este largo viaje en tren. A poco más de una hora de Murcia llego a esta última carta -y necesito ponerme a escribir. Esto dice María Zambrano -y será lo último que escriba, tiene esa verdad: “Ramón: me alegro de veras porque aparezca en tu tierra, en la finura del mundo; como te dije una vez hace siglos: Murcia es lo más fino que he visto. Y así nos entendimos. Hoy te lo escribo como puedo.// María”. Es lo último que escribe. Murcia es lo más fino. En lo que leía decía Gaya de Murcia el oro día también esto de ella decía y destacaba, y lo reiteraba entre paréntesis (sí, más fina), por pensar quizá tanto que podía sorprender como para apuntalar lo más verdad que ella es. “Y así nos entendimos”. En esta comunión de sentir se encuentran María Zambrano y Ramón Gaya, y yo me acerco a esta fina ciudad, a Murcia, donde me convocan Venecia y su Museo. Ramón Gaya va unido al arte y al pensar y a Murcia y a Venecia. Para mí y para más personas. Así me ha agradado verlo en varios testimonios. Alba Buitoni le escribe expresamente para así decírselo: “Querido Ramón, se me ha revelado por completo la luz de Venezia y pido perdón al creador por mi mezquindad. Pienso mucho estos días en usted y su espíritu está conmigo.// Con todo mi afecto// ALBA”. Gaya, unido a Venecia, a saber entender y ver la luz que es. Guía en esto Gaya. Así se lo dice y reconoce y añora su amigo Antonio Sánchez Barbudo: “Ya sabrás que, por unas cosas y otras, en especial Angela, y nuestro deseo ya de volver, abreviamos el viaje al final, y fui yo solo a Venecia, que vi muy bien esta vez, creo, y me gustó muchísimo, y lamenté tanto no tenerte a mi lado para comentar, y que me hicieras ver aún más de lo que yo veía, que era bastante”. Palabras preciosas sobre el arte, sobre la vida. Entendimientos particulares que son mucha verdad. Así el saber ver a María Zambrano como poeta, y que esto es lo que verdad es, como nos dice Elena Croce: “Sería imposible intentar ilustrar en pocas líneas la exquisitez del finísimo tejido de una obra como la de María y su extraordinaria originalidad. Y habría que añadir que la figura de María, escritora, artista y esencialmente poeta (con una singularísima capacidad de “visión”) se une a una riqueza de humanidad que supera cualquier límite meramente intelectual”. Y el diálogo del arte, de la amistad y el arte. He de revisar el libro e incorporar a estas palabras que escribo en el tren camino de Murcia algunas de ellas. Quizá lo haga ya en el hotel. Ponemos un espacio o un tiempo. Y aquí van. Así, del profundo y luminoso ensayo “La pintura en Ramón Gaya”, de María Zambrano, unas palabras: “Pues la presencia de la pintura en los cuadros de Gaya da a su “estar” carácter de “aparición”. Y es ese suceso de su aparición, justamente, lo que produce pasmo, ya que todo lo que se presenta no aparece. Suelen presentarse las cosas, las presencias, como “estando ya ahí”, lo que señala su carácter de realidad. O bien, despiertan sorpresa, lo que hace a esta presencia increíble -en la sorpresa, la ausencia se actualiza y se siente como más natural que la presencia-: se despierta entonces la interrogación, aduana de la conciencia. Lo que pasma, en cambio, es lo que aparece: lo que va apareciendo como un suceso que no acaba, en una especie de fluir que es como ser. En la aparición, fluir y ser, suceder y proseguir están unidos. Y ante esa unidad, el que mira, se queda, por lo pronto, sin saber: pasmado.// No hay más que aceptar que suceda así y permitir que este suceso se prosiga por sí mismo, como una espiral que se abre. Sólo entonces se comienza a ver. Y es lo que sucede ante esta pintura que en los cuadros de Gaya aparece. Los cuadros, pues, no “están”; no están sino lo preciso, ya que todo lo que se manifiesta ha de hacerlo en alguna parte, para que de ellos se desprenda esa aparición que es ya tiempo; tiempo, porque es vida. Y así, podría decirse que estos cuadros, antes que en el espacio, están en el tiempo.// Y como en el tiempo, propiamente, no se está, los cuadros aparecen desprendidos; desprendiéndose, fluyendo, como lugares de vida. Y de este modo, el espectador que ha sabido quedarse en su paso se siente poderosa y sutilmente subyugado y atraído, llamado por algo que pide ser seguido: es la pintura en su paso que así lo mueve. Y, si la sigue, entra ya a contemplar.// Este estado de pasmo, en lo que tiene de extático, cede y se deshace, se resuelve en contemplación. La contemplación, algo que no se suele nombrar hoy. Pues, al lleno creado por la multitud de credos y teorías acerca de la creación artística, corresponde un extraño vacío: el vacío casi absoluto del no saber acercarse a la obra de arte, el modo de tratar con ella, como si sólo el ver o el oír bastaran. Y aun, y sobre todo, como si ver fuera cosa que se logra sin más, lo cual priva al are de su virtud catártica y moral; de esta ética que se desprende de toda creación humana, si en verdad lo es. Porque al no ser contemplada no es, simplemente, vivida”. El lugar, el lugar que es también el arte. Como -hemos visto- puede serlo la madre. Y la pintura unida al agua y a Venecia: “Y lo que dan a contemplar los cuadros de Gaya es esa misteriosa vida de la pintura: se desprende de ellos, se derrama en lo que la pintura tiene de llanto; de llanto sin tristeza, de llanto entre cielo y tierra, de llanto de los cuerpos creados que vierten su alma prisionera. No pinta cosas, sino sucesos, aconteceres entre los elementos de la creación. Más bien, un suceso único, la redención de la oscura, opaca tierra, por la luz, en el agua; agua en que, al fin, todo se resuelve, como si el cuerpo de la pintura fuera agua o a su modo.// Según dice Ramón Gaya en su ensayo El sentimiento de la pintura, la pintura viene del agua, descubrimiento que hizo un día en Venecia. Mas el hacerlo, siendo él pintor, fue, sin duda, porque ya se le había dado realizarlo; que quien hace algo sólo descubre el ser de eso que hace cuando lo ha hecho ya. Y así, en su visión de la pintura en los canales de Venecia, Ramón Gaya vio espejada su propia pintura o la pintura tal como a él había llegado: viendo fluyente, pura, apresada y desprendida a la par, esa pintura que le había dejado sus estigmas visibles y otros cuadros.// El agua corporeizada por la luz, asumiendo la tierra, es lo que he sentido sea la presencia de la pintura en esa aparición que hace en los cuadros de Gaya. El cuerpo del agua revelado por la luz que, para acabar de tenerlo, necesita de la tierra; de un poco de tierra. Y la asunción de la tierra misma que logra, al fin, realizar su sueño. Pues que la tierra sueña ser pintura, ser pintura más que ser pintada, ofreciéndose así en una última ofrenda en la que no pierde su rostro, sierva al fin rescatada”. El deseo de ir a España de María Zambrano, como se lo escribe en Roma a Ramón Gaya el 25 de mayo de 1960: “Cuando recibí la tarjeta de Segovia del 14 de abril -que llegó el 12 de mayo-, se me desbordó el alma y escribí a Pepe, y le decía que quiero ir al Madrid de mi alma; te lo digo a ti, sí: me ha nacido como una flor alta desde el fondo del corazón. No es deseo, ni nostalgia, sino amor, amor, amor. Espero que siendo así, el Ángel, el que debo de tener y tantas veces he sentido y casi vislumbrado, me guíe en el laberinto que tú sabes es mi vida. Pues, hasta ahora, no hay novedad. Iría yo sola en principio; creo que es mejor o imprescindible. Sueño que pueda ser en septiembre. ¿Estarás, estarías ahí? Creo que no es necesario pedirte que no digas a nadie nada”. Y Gaya escribe algo muy significativo a María Zambrano desde Barcelona el 3 de agosto de 1960: “(Entre paréntesis te diré que tengo una gran nostalgia de Roma, y más que de ella misma, de lo italiano, mucho más soportable que lo nuestro)”. La distancia con Italia, el contraste entre Italia y España en la vivencia de la belleza, en lo que ésta es, y su grado de intensidad. Le dice María Zambrano a Ramón Gaya desde Roma el 3 de agosto de 1961: “Querido Ramón: Indirectamente hemos ido teniendo noticias, vagas, imprecisas, tuyas. Ni siquiera Bergamín, cuando pasó velozmente por estos predios, nos las pudo ofrecer más precisas: “que te habías perdido por el campo andaluz”, lo que se entiende sin el menor esfuerzo”. Le contesta el pintor desde Coimbra el 25 de agosto de 1961: “En efecto, me perdí -o me encontré- en Granada, y pude pintar allí, y luego, en Murcia, que está destrozada, pero donde todavía encontré un poco de huerta y a Juan Bonafé”. La huerta que aún queda, y la amistad, y la pintura. Hay una carta preciosa de otro amigo de

Ramón Gaya, Juan Gil-Albert, que da testimonio de lo que es el trato con él, y me agrada traerla aquí para indicar que se puede también así sentir en el trato que es leer lo que escribió, que así también lo sentimos en su persona, su pensamiento y su voz quienes así lo conocimos y así seguimos tratando con él. Escribe Juan Gil-Albert a Salvador Moreno desde Valencia el 8 de agosto de 1968: “Querido Salvador: en primer lugar debo mandarte la pequeña crónica del paso por mis tierras de Ramón (Gaya); ayer, a las tres y media, lo dejé, de nuevo, en la estación; había llegado el día anterior y ese breve transcurso de un día lo pasamos hablando por los codos. Lo encontré mejor que en su anterior visita, con la mirada más despejada y sin una cierta coloración que entonces registré y que no sabía a qué atribuir. Sigue estando en la brecha, y estar con él es, como ha sido siempre, se plonger dans la vie; su fuerza espiritual se mantiene pujante y lo que sorprende es que tenga tanto que dar sin miedo a que se le acabe la cuerda; no economiza, da, da siempre. Lo propio del trato con él no es el diálogo -no diré, tampoco, el monólogo-, sino la colaboración; o sea, hay que oírlo colaborando con un asentimiento, intuitivo, para su esplendor y su originalidad, aun suponiendo que no se comulgue con él o, al menos, con la plena convicción que reclaman siempre nuestras tesis temperamentales. Corta estancia pero que me ha dejado melancólico, como si en su exiguo equipaje se hubiera llevado la esencialidad del mundo (…)”. Y unas palabras preciosas de María Zambrano a Ramón Gaya tras leer Velázquez pájaro solitario, y que escribe al pintor en La Pièce el 16 de noviembre de 1969: “Querido Ramón: Cuánta alegría, cuánto bien de la lectura de tu Velázquez pájaro solitario; desde que supe de (su) existencia y de su título ya supe todo sin que el saberlo haya disminuido en nada la lectura en estado naciente, la que le corresponde. Así que ni tan siquiera de ti me acordaba mientras lo leía, ni de los años o siglos que hemos pasado hablando sobre esas parejas cosas. De Velázquez y de Cervantes, de Nietzsche, sí, mas yo diría que siempre de lo mismo, de esa tierra santa -de la santidad y no de la perfección del arte, del pensamiento, de la vida.// Mas no me acordaba de nada cuando lo leía. Lo que das es pensamiento que se bebe -pensamiento-. Agua que no ha perdido su carácter de manantial, ambrosía sin “irisaciones”, porque en ella se han desleído algunas parejas de contrarios. Filosofía se ha llamado a ese “elixir” alguna vez; otras se ha usado ese excelso y tímido nombre para otros productos, incluidos algunos brebajes. He dado y doy en mi gozo gracias y alabanza a tu ángel que tan bien te ha conducido. Y ahora sí, me acuerdo de ti, a través de tantos “puertos y fronteras”. Mas no se advierte que los hayas cruzado, porque tal vez no los has tenido que cruzar. Estabas en ese lugar cuando te conocí y te puse o te me pusiste aparte y no por tus silencios ni por tus palabras, sino porque estabas sellado y sólo por elegancia no llegabas a estar estigmatizado. Y el signo se ha cumplido. Has dado tu palabra, esa que es al par dada y recibida. Y yo, fratella, doy las gracias”. Éste es el principio de esta extraordinaria carta. Y más adelante una invocación a continuar en el arte, cumpliendo un destino, a así hacerlo aunque se haya ya alcanzado una plenitud, deseo que me parece muy hermoso y muy acertado y muy justo y que está por su amiga poeta y filósofa bellamente dicho: “Y que sigas Ramón, pues no es motivo para callarse el que se haya dado una plenitud. Al contrario. El centro llama, o sin llamar siquiera se presenta”. Y la frase final de esta carta, maravillosa como ella: “Sabes bien que nuestra compañía no es de las que quitan la soledad al pájaro”. María Zambrano escribe a nuestro común amigo Eloy Sánchez Rosillo desde Ginebra el 5 de mayo de 1980: “Mi gran amigo Ramón Gaya sabe muy bien que no he necesitado de estímulos para dar testimonio, si más no vale, por escrito y letra impresa acerca de su obra”. Añade: “Quiero ahora escribir algo, quiero…/ Mas en el caso muy probable de que el escribir ahora no me sea posible, le ruego muy encarecidamente que, de algún modo, me dé por presente. El mismo Ramón creo que tenga algún texto mío publicado sobre su pintura, por ejemplo en Ínsula del 60, coincidiendo con su primera exposición en España y la salida de su libro. En mi introducción a Hora de España-XXIII, comento su dibujar esencial aquella realidad. En fin, si a él le parece, publiquen ustedes algo de ello. No recuerdo si ha aparecido algún otro texto mío sobre Ramón Gaya, aunque no me extrañaría. De todas maneras, alguna hoja escrita les enviaré”. He querido traer aquí estas preciosas palabras a las que se refiere María Zambrano. No pudo escribir ya algo nuevo para este homenaje que Eloy Sánchez Rosillo coordinaba, pero están estas últimas palabras que dedica y dirige a Ramón Gaya, que me parecen un testimonio estremecedor por hermoso y final, hermoso en el final que es, y que por esto me han impresionado. El hermoso artículo de Ramón Gaya “He pintado este momento”, y que se publicó en ABC el 23 de abril de 1989 con ocasión de la entrega del Premio Cervantes a María Zambrano. Y las palabras finales de María Zambrano. Hay Venecia en este libro de cartas, hay Italia, hay España. Hojeo el tomo de la Obra completa de Ramón Gaya, que he traído conmigo. He hablado de este doble contraste que hay para el pintor, pues lo hay entre Italia y España y también en relación a la propia España. Encuentro que él lo expresa de esta manera lapidaria y en que da la razón de la causa de éste, y la hace en ella concretísima: “Después de veintiún años de exilio, a donde se vuelve, en realidad, no es a España, sino a 1939” (Barcelona, 4 de julio de 1960). Venecia en este libro de amistad y diálogo en cartas. Desde La Sereníssima el 11 de septiembre de 1958 a María Zambrano: “Querida María: No he muerto. Estoy aquí en la Sereníssima como casi siempre que me pierdo”. Así empieza esta carta, en la que leemos más adelante: “La Sereníssima, pues, y aquí estoy aún, porque ya sabes lo que me pasa con esta ciudad, que cada día es más hermosa, y… otra”. Al hojear la Obra completa de Ramón Gaya y buscar y leer sus palabras y pensamientos preciosos dedicados a Venecia, en los que la dice y la significa, y nos la transmite a través de ellos, encuentro alguna que condice con lo que en esta carta escribe a María Zambrano. Está en la misma página de su reflexión y pensamiento sobre lo que es lo bello para los italianos y la razón que explica porqué tanto lo dicen, a lo que me he referido a veces y quiero traer aquí con sus palabras precisas: “Me doy cuenta de que los italianos, cuando dicen bello, bello, no quieren decir lo mismo que nosotros, sino… algo más; acaso quieren decir… auténtico, o quizá existente”. Antes, en una anotación fechada en Venecia el 27 de enero de 1953 estas palabras, estos pensamientos en ellas: “Venecia es difícil, como todo lo que es muy… visible, muy… evidente. Es lo que sucedió y sigue sucediendo con la obra misma de Tiziano: se canta la indiscutible hermosura externa de su pintura, sin acabar de comprenderse que lo mejor, más alto y más hondo, más esencial, se encuentra como escondido, como agazapado detrás de esa “superficie animada”. Sólo Velázquez parece darse cuenta de que Tiziano es un pintor recóndito, secreto”. Y éstos para cerrar estas palabras mías con pensamientos y palabras de Ramón Gaya dedicados a Venecia, motivados por ella, y que escribe en esta ciudad el 31 de enero de 1953: “Amanece con tanta niebla que no veo, al abrir el balcón, no ya la orilla de enfrente, sino las góndolas o las barcazas por el centro del Canal Grande. Salgo y voy al Florian a tomar un café; San Marcos y el Ducale están maravillosos. Parecen, no algo corpóreo que la niebla lograra borrar en unos instantes, sino algo ideado, pensado, y que empezara, de pronto, a tomar cuerpo, a convertirse en piedra. Siempre, por lo demás, se está aquí en una extraña situación, diríamos, de metamorfosis inminente, acechante. Todo aquí parece estar a punto de volverse otra cosa”.

 

 

 


SANTIAGO MONTOBBIO (España, 1966). Licenciado en Derecho y Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Profesor de la UNED, de ESADE, de la Facultad de Filosofía de Cataluña de la Universidad Ramon Llull y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su primer libro fue Hospital de Inocentes (1989). Ha publicado también Ética confirmada (1990), Tierras (1996), Los versos del fantasma (2003), El anarquista de las bengalas (2005), finalista del premio Quijote 2006, que concedía la Asociación Colegial de Escritores de España al mejor libro publicado en el año mediante votación de sus socios, y Absurdos principios verdaderos (2011). Es autor de una tetralogía formada por los libros: La poesía es un fondo de agua marina (2011), Los soles por las noches esparcidos (2013), Hasta el final camina el canto (2015) y Sobre el cielo imposible (2016), y a ésta se han sumado con posterioridad los libros La lucidez del alba desvelada (2017), La antigua luz de la poesía (2017), Poesía en Roma (2018). La hispanista brasileña Ester Abreu Vieira de Oliveira ha publicado un libro dedicado a su obra poética, con un estudio de la misma y también una antología de su poesía en edición bilingüe castellano-portugués: A arte poetica de Santiago Montobbio (Analisi e traduçao) (Editorial Opçao, Brasil, 2017). Nicaragua por dentro (2019) es su último libro de poemas.

 

 


JAROSLAV ŠERÝCH (República Tcheca, 1928-2014). Estudou na Escola Superior da Indústria da Arte em Jablonec nad Nisou, na Escola de Artes Aplicadas de Turnov e na Academia de Belas Artes de Praga. Dedicou-se à gráfica livre, pintura, mosaicos, criação de livros, ilustrações, bibliofilia e também criou placas de cobre em relevo. Na década de 1960, ele aderiu à abstração expressiva. Logo que a deixou, voltou a acreditar na nitidez da forma e do enredo da obra. Trabalha atualmente com uma metáfora artística cujo ponto de partida reside em uma ampla gama de imagens firmemente apoiadas na liberdade criativa. Em seus desenhos, pinturas e obra gráfica, compõe imagens simbólicas baseadas nos princípios da ética cristã, cuja ideia é a superfície combinada da humildade humana, da empatia e da crença na persistência da esperança. Do ponto de vista do método criativo, é a soma da linha sensível do desenho, da morfologia dinâmica e da cor enfatizada. As obras apresentam uma estilização figurativa descontraída, de forma alongada, e possuem uma estrutura visual distinta.

 


 

Agulha Revista de Cultura

Número 251 | maio de 2024

Artista convidado: Jaroslav Šerých (República Tcheca, 1928-2014)

Editores:

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ARC Edições © 2024


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