La violencia arreció en los campos –dice García
Márquez en sus memorias– y la gente huyó a
las ciudades, pero la censura obligaba a la prensa a escribir de través. Sin embargo,
era del dominio público que los liberales acosados habían armado guerrillas en distintos
sitios del país. […] En efecto, el grupo más importante de dirigentes liberales,
desesperados por la violencia oficial, se había puesto de acuerdo con militares
demócratas del más alto rango para poner término a la matanza desatada en todo el
país por el régimen conservador, dispuesto a quedarse en el poder a cualquier precio.
La mayoría de ellos había participado en las gestiones del 9 de abril para lograr
la paz mediante el acuerdo que hicieron con el presidente Ospina Pérez, y apenas
veinte meses después se daban cuenta demasiado tarde de que habían sido víctimas
de un engaño colosal.
Ese engaño
colosal costó a los colombianos 300 mil muertos mal contados. La más implacable
sevicia contra los cuerpos de los opositores se empleó desde entonces, creando los
antecedentes de las masacres con sierras eléctricas que se emplearían sin cesar
durante los años finales del siglo por parte de los llamados paramilitares. Como
ha recordado Carlos Uribe Celis en algunos de sus libros, es mejor no olvidar esos
hechos concretos, que se repiten y redundan en los testimonios de la historia, y
que hicieron, en su momento, parte de los que recogieron en la revista Mito. A Agapito Gaitán, en Vega del Pauto,
por ejemplo, lo crucificaron con clavos en una tabla y lo dejaron al sol hasta que
alguien tuvo piedad de él y le atravesó los ojos con unos puntillones hasta que
murió; a Ramón Cachai en Nunchía, le cortaron las plantas de los pies y lo obligaron
a caminar sobre sal; a otro campesino, lo colgaron de una viga y lo fueron mutilando
dedo a dedo, mano a mano, brazo a brazo y así hasta que solo quedó su cuello que
luego ahorcaron; a una mujer preñada le abrieron el vientre, le sacaron el feto
y en su lugar le metieron un gallo vivo, o aquellos campesinos que obligaron a comerse
sus propias narices y orejas etc. etc.
Luego de
casi cuatro décadas de luchas y expectativas los intelectuales progresistas, los
obreros y los campesinos que habían participado desde el fin de la hegemonía conservadora
de los años treinta en las luchas populares, encontraron un futuro imposible. Las
fuerzas más reaccionarias, los esquiroles y los oportunistas hicieron de las suyas
dejando no sólo sin vida a cientos de miles de compatriotas, sino negando toda posibilidad
de acceso al poder a toda una generación, la que luego conoceríamos como Generación
de Mito. Una prole que incluye, entre sus figuras más sobresalientes a Alfonso Fuenmayor, Alfonso Hansen Villamizar, Álvaro Cepeda Samudio, Álvaro
Mutis, Álvaro Uribe Rueda, Andrés Holguín, Bernardo Romero Lozano, Camilo Torres
Restrepo, Cecilia Porras, Daniel Arango, Danilo Cruz Vélez, Darío Mesa, Diego Montaña
Cuellar, Eduardo Cote Lamus, Eduardo Mendoza Varela, Eduardo Ramírez Villamizar,
Enrique Buenaventura, Enrique Grau, Ernesto Volkening, Feliza Bursztyn, Fernando Arbeláez, Fernando Botero,
Fernando Charry Lara, Fernando Gómez Agudelo, Francisco Norden, Francisco Posada
Díaz, Gabriel García Márquez, Gerardo Molina, Germán Guzmán Campos, Germán Vargas,
Gonzalo Mallarino, Guillermo Angulo, Guillermo Payán Archer, Héctor Rojas Herazo,
Helcías Martán, Helena Iriarte, Hernán Díaz, Hernán Vieco, Hernando Téllez, Hernando
Valencia Goelkel, Hernando Salcedo Silva, Indalecio Lievano Aguirre, Jaime Mejia
Duque, Jorge Child, Jorge Eliécer Ruiz, José Francisco Socarrás, Leopoldo Villar
Borda, Luís Antonio Escobar, Luís Enrique Sendoya, Luís Villar Borda, Manuel Mejía
Vallejo, Manuel Zapata Olivella, Mario Latorre Rueda, Marta Traba, Mónica Silva,
Natanael Díaz, Nicolás Buenaventura, Olga Chams Eljach, Orlando Fals Borda, Pedro
Gómez Valderrama, Plinio Apuleyo Mendoza, Rafael Escalona, Rafael Gutiérrez Girardot,
Ramiro de la Espriella, Ramón Pérez Mantilla, Rogelio Salmona, Santiago García,
Uriel Ospina, etc.
Expresión de las ideas, gustos, fobias y anhelos de esa nómina, de una y muchas
maneras, fue Mito, la revista que Jorge Gaitán Durán fundó a su regreso de Europa,
luego de varios años de “exilio” voluntario, tras su participación en la toma de
la Emisora Nacional junto a Jorge Zalamea durante los motines y levantamientos del
9 de abril. A mediados del siglo, mientras Europa resurgía entre las cenizas que
había dejado la Segunda Guerra y Moscú y Beijing cambiaban de rostros desde sus
pasados medievales, Gaitán Durán que había recorrido y pensado esos nuevos mundos,
recaló en Paris mientras Jean Paul Sartre y Albert Camus diseminaban el existencialismo
por todo el mundo. Allí comprendió que era posible discutir con el otro sin declararlo
enemigo, que las contradicciones podrían ser debatidas sin odio ni rencor y creyó,
ingenuamente, que era posible promover la inteligencia entre los colombianos dando
la palabra a todos los actores con la única cortapisa de que fuese renovadora, ofreciendo
alternativas más que críticas al pasado o violentas roturas con los beneficiarios
de la mediocridad imperante.
Ninguna consideración política,
religiosa, económica, filosófica, ha limitado jamás, ni limita, en estas páginas,
la expresión de ningún pensamiento contrario al de sus propietarios, directores
o redactores, sostuvo Hernando Téllez. El ateo y el creyente, el conformista o el anti conformista, el comunista
o el anti comunista, han dicho aquí lo que han querido decir con una sola condición:
que lo digan con un mínimo de dignidad intelectual y otro mínimo de corrección literaria,
nada más.
Una revista que como Laye, en España,
más que cuestionar directamente los hechos políticos, sociales y culturales de su
tiempo, mostró a los colombianos que había otros mundos y otras maneras de entender
la realidad, más allá de la barbarie e ignorancia que les rodeaba por todas partes,
desde el poder y desde el fondo de la miseria de miles de compatriotas. En Mito,
cuyo comité de patrocinadores estuvo integrado por Alfonso Reyes, Carlos Drummond
de Andrade, Eduardo Zalamea Borda, Jorge Luis Borges, León de Greiff, Luis Cardoza
y Aragon, Mariano Picón Salas, Octavio Paz, Ricardo Latcham y Vicente Aleixandre
publicaron, entre muchos otros, García Márquez [Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, El coronel no tiene quien le
escriba, En este pueblo no hay ladrones] Borges, Paz, Carpentier, Cortázar,
Brech, Luckács, Baran, Cernuda, Durrell, Navokov, Caballero Bonald, Genet, Sartre,
Camus, Robbe-Grillet, Simon, Sarraute, Miller, Heidegger, Lefebvre y se trataron
todos los temas que interesaban a la juventud como el cinematógrafo, el sexo y las
drogas, revelando los hilos que manipulaban la provincial cultural colombiana, mostrando
sus deformaciones y vínculos con los sectores más retardatarios de la iglesia y
la clerecía y los partidos políticos. Como certeramente ha escrito J.G. Cobo Borda:
En un país que la ignoraba,
Mito, en los años finales
de la década de los cincuenta, fue la vanguardia, no por ser un ismo sino por intentar
estar al día. Fue también en cierto modo, el punto de partida hacia otra cultura,
no servil ni elocuente. Podrían venir luego aventuras más radicales, pero esto no
sucedió así, al menos entre nosotros. Su último número, dedicado al nadaísmo, muestras
hasta qué punto la apertura que iniciaron era consecuente: el nadaísmo fue, por
cierto, la negación de todo lo que Mito
había hecho o, mejor aún, su prolongación y contradicción a partir de su vertiente
más deletérea: el escándalo y la provocación.
Álvaro Mutis (1923-2013)
Nadie como Álvaro
Mutis [Bogotá, 1923-2013] enlució con su prestigio e influencia un variado expediente
de servicios a empresarios y gobiernos hegemónicos. Ayer, a los negociantes de hidrocarburos
y el celuloide, hoy, a los acaudalados españoles nacidos del franquismo, cuyas sociedades
se dedican al lucro y blanqueo de divisas mediante el fomento de la ignorancia entre
las clases medias de América Latina promoviendo la frivolidad y el señorerío ideológicos.
Por algo sus padrinos fueron Nelson y David Rockefeller y en los últimos tiempos,
el aliado de los petroleros Bush, José María Aznar, a través de Esperanza Aguirre
y Gil de Biedma y la renegada de Bandera Roja, Pilar del Castillo.
Porque lo que no saben quienes dicen admirarle, es que Mutis no ha gozado la
vida por cuenta de la poesía, sino mediante un arcoíris de raros e innumerables
oficios: desde gacetillero radial, actor de radionovelas, director de Radio Nacional
de Colombia y la Emisora Nuevo Mundo de Bogotá, promotor de anuncios para televisión,
jefe de publicidad de la cervecería Bavaria y la Compañía Colombiana de Seguros,
jefe de relaciones públicas de la aerolínea LANSA de Colombia y de ESSO, mejor conocida como Standard Oil
Company, gerente de ventas para América Latina de la Twentieth Century Fox
y Columbia Pictures, hasta suplantador de la voz de Walter Winchell, en The Untouchables, donde paradójicamente un
detective y su equipo, persigue timadores del fisco en la cabeza de Al Capone, experto
en lavado de activos y evasión de impuestos. Empleos que le llevaron por más medio
siglo de la Seca a la Meca, dando 17 veces la vuelta al mundo sin cambiar de modo
de ser.
Según Gabriel
García Márquez:
Una vida
desperdiciada al servicio de un capital sin rostro, sedienta de honores, genuflexa
e indecente, cuyos [Premio Nacional de las
Letras, Premio Nacional de Poesía, Premio Los Abriles de la Crítica, Orden del Águila
Azteca, Xavier Villaurrutia, Doctor Honoris Causa de las Universidades del Valle,
del Tolima, de Antioquia, Orden de las Artes y las Letras de Francia, Médicis para
Extranjeros, Nonino, Lila, Italo de Roma, al Mérito de Francia, Roger Callois, Homenaje
de César Gaviria en Casa de Nariño con discurso de GGM y Gran Cruz de Boyacá al
cumplir 70 años, Gran Cruz de Alfonso X, Grinzane-Cavour, Príncipe de Asturias,
Reina Sofía, Rossone de Oro, Triestre, Cervantes, Homenaje en la Feria de Guadalajara
al cumplir 80 años, etc., etc ], son frutos de una ardua labor de cabildeo en
cancillerías, presidencias, academias, editoriales, todas orquestadas por él mismo,
su hijo Santiago Mutis Durán, J.G. Baraibar, Roberto Burgos Cantor y una legión [1]
de
periodistas empleados por Mutis en la agencia EFE, France Press, FCE y/o Real Academia
Española, que a su vez reciben laureles, introitos, entrevistas, ediciones, viajes
y felicitaciones.
Mutis, que
no creció en Bogotá sino en Bélgica mientras su padre gozaba de las canonjías de
la diplomacia al decirse descendiente de José Celestino Mutis, [2]
el
sabio gaditano que despertó las pasiones del Barón de Humbolt, no estudió ni el
bachillerato pues gracias a las raras intuiciones de su madre, Carolina Jaramillo,
se educó en los billares y prostíbulos del centro de la capital colombiana, hasta
que un golpe de suerte y politiquería le puso, a los 17 años, de director de la
Radio Nacional cuando descendió al averno que le llevaría a la gloria: la Standar Oil Company de los Rockefeller, que
desde 1870 ha sido la más poderosa y temida empresa del mundo.
La ESSO,
que derrocó a Hipólito Irigoyen y Ramón Castillo, embargó las nacionalizaciones
de Lázaro Cárdenas, tumbó a Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz en Guatemala, a Víctor
Paz Estensoro en Bolivia, a João
Goulart
en Brasil, a Salvador Allende en Chile, a Juan Velasco Alvarado en Perú, colaborando
en la derrota de Perón y derrocando a Arturo Frondizi, desnacionalizando el petróleo
brasileño con la Operación Brother Sam, etc., etc., encargó al recién inaugurado
poeta la nada fácil tarea de convencer, no sólo de palabra sino de obra, a un buen
número de los 61 delegados de la Asamblea Nacional Constituyente [ANAC] que había
legitimado el golpe de estado del dictador Gustavo Rojas Pinilla, de votar ahora
en su contra, principalmente porque Rojas se disponía, aconsejado por Antonio García,
el socialista asesor de Paz Estensoro, a nacionalizar el petróleo colombiano. Actividades
que fueron descubiertas por el Servicio de Inteligencia
Colombiana (SIC) que controlaba el ministro de gobierno Lucio Pabón Núñez, quien
ordenó la inmediata captura del culpable, que con la ayuda de Leopoldo Mutis, su
hermano; el marchante de arte Casimiro Eiger y un caballero de industria, don Álvaro
Castaño Castillo, en una avioneta de la compañía petrolera logra huir, en compañía
de su socia y amante Cecilia Warren, primero a Panamá, luego Cuba, hospedándose
en casa del músico Julián Orbón, hasta trasladarse a México, donde el gobierno colombiano
solicitó su extradición acusándole de ser el instrumento de una empresa extranjera
para derrocar el gobierno legítimo.
Mutis dijo entonces que había dilapidado en juergas y comilonas con amigos las
enormes sumas [$ 100.000 pesos de 1955 equivalían a 39.840.64 dólares, unos 74 Millones
de hoy] que la ESSO destinó a los sobornos de los constituyentes como pretendidas
partidas de ayuda en obras de caridad, pero como los intereses políticos de la dictadura
colombiana apuntaban a una denuncia contra la petrolera, los abogados de ésta aconsejaron
a Mutis cometer una infracción que le llevara a la cárcel e impedir así su extradición,
para lo cual se urdió la patraña de que el exiliado y perseguido intelectual había
atropellado a una anciana y su nieto en una avenida mexicana, abandonando el lugar
del crimen, siendo detenido y confinado en Lecumberri, sin proceso, por los quince
meses que tardó en caer Rojas Pinilla.
Allí le visitaron, mientras intentaba calcar a Jean Genet en español, varios
periodistas que han contado esta historia y sus abogados colombianos Argemiro Burgos
y Alfonsito Lopez Michelsen, gran beneficiado e ideólogo de la maniobra político
financiera de la Esso. La Junta Militar que reemplazó a Rojas se desentendió del
asunto, pero sólo doce años después, en 1969, siendo Canciller López Michelsen durante
el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, pudo regresar a Colombia. López Michelsen
haría borrar todo vestigio de esta historia de los expedientes judiciales mexicanos
con la ayuda de Antonio Carillo Flórez, el todo poderoso Secretario de Relaciones
Exteriores de Gustavo Díaz Ordaz, [informante de Agencia Central de Inteligencia
y cerebro de los asesinatos masivos de estudiantes durante la rebelión estudiantil
mexicana], quien sería, además, director del Fondo de Cultura Económica en los años
de la entronización de Mutis como poeta.
El resto de la patraña ya es literatura. Mutis recibió como premio a sus servicios
y sus prisiones dos de los empleos más fabulosos que puede tener alguien en el mundo:
un vendedor de películas de Hollywood aficionado a la poesía, pero protegido por
el Center for Inter American Relations
de Park Av., en New York. Y la boliviana Rosario Santos.
Siempre pensé –escribió García Márquez– que la lentitud de su creación era causada
por sus oficios tiránicos. Pensé además que estaba agravada por el desastre de su
caligrafía, que parece hecha con pluma de ganso, y por el ganso mismo, y cuyos trazos
de vampiro harían aullar de pavor a los mastines en la niebla de Transilvania. Él
me dijo cuándo se lo dije, hace muchos años, que tan pronto como se jubilara de
sus galeras iba a ponerse al día con sus libros. Que haya sido así, y que haya saltado
sin paracaídas de sus aviones eternos a la tierra firme de una gloria abundante
y merecida, es uno de los grandes milagros de nuestras letras: ocho libros en seis
años.
Tanto la
llamada “poesía” como la “prosa” de Mutis son ejemplos flagrantes del arte de la
sociedad de consumo. Un “arte” que vende el mejor de sus productos: el rechazo ramplón
de lo que conocemos como modernidad, con sus ofertas de igualdad, libertad y fraternidad,
consideradas por Mutis otras supersticiones de nuestro tiempo. Para él la literatura
fue mera entonación o estilo, no comunicación. Heredero de la voz radial de Jorge
Zalamea en sus traducciones de Perse, Mutis hizo de sus monodias presagio de la
vacuidad, o como él prefiere llamarla: desesperanza.
Desde Los elementos del desastre (1952), Reseña de los hospitales de ultramar (1959) y
Los trabajos perdidos (1964) el asunto fue lo mismo. Según José Miguel
Oviedo “todos sus poemas revelan la misma actitud” pues animados por una idea fija,
“todas las palabras empleadas en el fondo son iguales ya que es uno mismo el sentido
que se les otorga…” Y agrega: “Mutis es uno de esos poetas que, a cualquier edad,
escriban lo que escriban, dicen siempre lo mismo…” Cobo Borda ha descubierto, además,
que “Un libro de Enrique Molina, Costumbres
errantes o la redondez de la tierra, aparecido en 1951, manejaba los mismos
tópicos de Mutis.”
Decadencia,
soledad, ruina física y moral, trivia monárquica, abulia, pocilgas, camastros, mendrugos,
trapos y errancia son las rutas y geografías que recorre sin descanso, como si se
tratara de una emisión de noticias sociales o un desfile de modas de la decaída
aristocracia del mundo de los rastaquouèr, [3]
Maqroll
El gaviero, sosías y único pretexto literario de Mutis. Todo ello singularizado
en la abundancia y estruendo de los sonidos que emiten, rompiendo al tiempo la unidad
de las imágenes, cafetales, techos metálicos donde retumban las lluvias, catres
desvencijados que resisten la angustia de quien descansa en ellos, hoteles de puerto
de mar o de tierra, trapiches, quebradas murmurantes, mujeres opulentas de baja
o dilapidada condición, socavones de minas, frutas descomponiéndose por el horrendo
calor que nos acosa por todas partes, viejos combatientes desamparados y perdidos,
colegios, hospitales, prostíbulos, existencias depravadas, encuentros con indígenas,
ríos de difícil navegación, etc.
Y como en
las óperas de magia, o los baedeker [4] del turismo,
el cambio de telón apenas deja sospechar un cambio de escenografía: Bengala, Riga,
Lisboa, Nueva Orleáns, Tashkent, Akaba, Caucasia, Alaska, Trinidad, Jamaica, Spira,
Amberes, Cocora, Paramaribo, Hamburgo, Cádiz, Belem do Pará, etc., todos los caminos
llevan a lo mismo. Quien maneja los hilos
del extático aventurero Maqroll, y el aventurero mismo, nunca conocieron las gratificaciones
de la salud corporal, el diálogo y el entendimiento, sólo la peste del cuerpo y
el monólogo. Para ellos, avezados protervos de la culpa ignaciana [“mirar mi fealdad
y corrupción… llama y postema de donde han salido tantos pecados, maldades y ponzoña”], acaso apenas importe
reflejar en los Otros y ¿el lector? su chorro de voz y la miseria de sus recuerdos.
Octavio Paz,
reseñando Los elementos del desastre,
resumió lucidamente ese mundo:
El paisaje espiritual y físico del Gaviero es
insoportable de varias maneras. Enumeraré algunas: la precisión en el horror chabacano,
la alianza del esplendor verbal y la descomposición de la materia, la descripción
de una realidad anodina que desemboca en la revelación, apenas insinuada, de algo
repugnante; la familiaridad con las imágenes desordenadas de la fiebre y, también,
con las repeticiones del tedio y del aburrimiento; el gusto por las cosas concretas
e insignificantes que, a fuerza de realidad, se vuelven misteriosas; la predilección
por el encuentro de objetos cotidianos y vulgares en un escenario extraño, presencias
que no dejan de producir escalofrío…
Fernando Charry Lara
(1920-2004)
La obra poética de Fernando
Charry Lara [Bogotá, 1920-2004] es exigua y con muchas ostensibles resonancias de
sus poetas más amados: Arturo, Cernuda, Villaurrutia o Paz. En el prólogo que puso
a sus poesías completas de 1989 dice que los primeros poemas que leyó y le impresionaron
fueron de José Asunción Silva, las rimas de Bécquer y los simbolistas Georges Raymond
Constantin Rodenbach y Albert Samain, que le aprehendieron “con su melancolía y su acento otoñal a quien desde una ventana solitaria
se acompañó de la llovizna sobre viejos tejados o soñaba ciudades desconocidas más
allá de la prodigiosa colaboración de los atardeceres bogotanos”. Una poesía
mustia, desganada, casi ausente del mundo, o viviendo en un mundo de fantasmas donde
los lugares y las gentes existen apenas merced a la piedad con que son mirados por
el poeta, una poesía que pareciera la réplica vivaz de las pinturas de Edward Hooper,
a quien Charry no admiró ni celebró nunca. Uno de sus poemas de su segundo libro,
Los adioses (1963), sobre un par de cuerpos
que yacen al lado de una carretera, es testimonio, casi el único en la poesía colombiana,
de la violencia de los años cincuenta. Porque, como ha dicho Cobo Borda: “Esta poesía, que combatía con fervor el posible
olvido de la dicha y de los cuerpos que la encarnaban con su jubilosa rebeldía ve
surgir, en su trasfondo, las afrentosas siluetas de un país de sadismo y pesadumbre.
Con razón Charry Lara habló de la crisis del verso en Colombia ante la magnitud
del desastre no sólo ético o social sino humano sin adjetivos. Bestias exterminándose
con sevicia”.
Olga Chams Eljach (1922-2009)
Una foto ha dejado a
Olga Chams Eljach de siete años. Tiene una diadema de flores y un inmenso ramo de
orquídeas en sus manos. Está sentada en un tapete, con largas medias tobilleras
y su rostro no delata, ciertamente, que en su madurez sería ese ser adorable, que
todos los que le conocieron, recuerdan en su casa del barrio Prado, sentada en una
silla de mimbre, meciendo su frágil cuerpo en el cuadrado blanco y negro del piso,
mientras desde el fondo tenue de las cortinas emanaba alguna melodía del romanticismo
y ella mira al visitante con sus claros ojos, casi celestes y la miel de sus cabellos
parecen ser su tenue y tierna voz que viene de la historia milenaria de los desiertos
del mundo, con sus amables costumbres para hacer placida la visita del transeúnte.
Todo evoca su poesía afligida de amores y mares, casualidades, descuidos, besos,
soledades y llanto mudo.
Esa niña
había nacido en Barranquilla y fue bautizada Olga Isabel Chams Eljach, hija de una
pareja de libaneses, país donde fue con sus padres cuando tuvo nueve años, cruzando
el Atlántico en barco. Hizo sus estudios de bachillerato en el Colegio Barranquilla
para Señoritas y de Historia del Arte y Literatura en el Centro Dante Alighieri
de Roma. Al cumplir sus quince años, la revista Vanidades, de La Habana, publicó
sus primeros versos, donde usa un apodo que luego la perseguirá hasta nuestros días.
Uno de esos poemas fue Vuelo:
Blancas gaviotas, hermanas
gemelas del alma mía;
si tuviere vuestras alas
bien lejos que volaría.
Con qué nostalgia infinita
os miro cruzar los cielos
y perderos sobre el mar…
igual que locos anhelos.
El alma tengo colmada
de sueños de lejanías.
Blancas gaviotas hermanas,
yo con vosotras me iría.
Si mi alma no fuese alma…
una gaviota sería…
donde ya
aparecen varios de los rasgos que distinguirán su poesía y que le harán una excepción
entre la legión de mujeres poetas que surgieron en América durante los años de la
posguerra: imágenes de extremada sutileza, un alma que sueña con mundos lejanos
y que quiere ser gaviota, o un viento que es un río de jazmines, o una mariposa
que es la misma danza de los colores del verano.
Aún cuando
pasó la mayor parte de su vida en Barranquilla y en su casa se reunieran a menudo
los miembros de esa invención llamada Grupo de la Cueva (“La única mujer que considerábamos como parte del grupo era ella… Eran memorables
las veladas en su casa con los escritores y artistas famosos que pasaban por la
ciudad”, ha escrito García Márquez en sus memorias), por la frescura que trajo
su obra en una hora cuando el piedracielismo hizo todos los estragos posibles e
influyó de manera contradictoria tanto en los poetas como y mucho más en los narradores,
Olga Chams Eljach debe ser considerada parte de la generación de Mito. Charry Lara
y Chams Eljach son dos de las variantes del grupo que más prologan las tradiciones
hispanas de la poesía de ese tiempo: lejanía de la experimentación e iconoclasia
de los vanguardismos, matización de las tradiciones clásicas desde hondas miradas
a la intimidad, nova et vetera. Así parece
haberlo intuido Gabriel García Márquez en 1951 cuando escribió que en la poesía
de Chams Eljach “el dominio del instrumento
se ha purificado progresiva y sistemáticamente a través de sus libros dando a (ella)
una posesión de su claro universo interior y le ha permitido rescatar, de su estado
de alma, la correspondencia intima del mar exterior que ella tanto ama, de las golondrinas
que tanto persigue, del amor que tanto la alegra y le duele en una dimensión diferente
de las conocidas, y sólo de ella”. Y precisamente y por igual sus libros han
recibido los encarecimientos entusiastas de Ramón Vinyes, Eduardo Zalamea Borda,
Helcías Martán Góngora, Javier Arango Ferrer, Andrés Holguín, Fernando Charry Lara,
Cobo Borda, Helena Araújo, o Nayla Chehade, quien ha dicho de la obra de la poeta
de Barranquilla:
Voz de aliento inquebrantable, siempre fiel
a si misma, Olga Chams Eljach a través de su poesía tiene la virtud de producir
ese estado poético que según Valery hace del lector un inspirado que busca y encuentra
en la poesía la causa maravillosa de su maravilla.
Olga Chams
Eljach cuidó por más de treinta años los libros de la biblioteca que hoy lleva su
nombre. Y ha recibió numerosos reconocimientos por su obra, entre ellos un Doctorado Honoris Causa en Letras de la Universidad del Atlántico, la Medalla
Gran Orden del Ministerio de Cultura, la Medalla Simón Bolívar del Ministerio de Educación, el Premio Nacional de Poesía
de la Universidad de Antioquia y la Orden de la Democracia del Congreso. Fue
miembro de la Academia Colombiana de la Lengua desde 1989, del Centro Artístico
de Barranquilla, de la Comisión Interamericana de Mujeres, del Club Zonta Internacional
de Mujeres Profesionales y Ejecutivas y de la Sociedad de Mejoras Públicas.
Jorge Gaitán Duran (1924-1962)
Jorge Gaitán Durán, escribió
Rafael Gutierrez Girardot en 1989, sucumbió
en su patria bajo las contorsiones provincianas de esa versión banalizadora, miserable
y tardía de un viejo y esencial problema de la cultura occidental, el nihilismo,
que en Colombia se llamó Nadaísmo y cuyo contenido se redujo a gestos. Frente a
estos revolucionarios fomentados por el periódico El Tiempo, su obra significa precisamente
el intento de recuperar y asimilar para su patria esa ilustración que fue sofocada
secularmente por el catolicismo contra reformista de la herencia española y sus
pacatos continuadores en Colombia.
Con sus escasos
treinta y siete años, JGD fue sin duda uno de los más notables intelectuales de
la lengua en el siglo pasado. Y quizás el único nacido en Colombia que puede contrastarse
sin desmerecimientos con sus pares, americanos y peninsulares, como Carlos Barral,
Jaime Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, el brasileño Ferreira Gullar o el venezolano
Juan Liscano. Hijo de un ingeniero de ferrocarriles y de una rica terrateniente,
nació en Pamplona, donde hizo sus estudios de primaria en un colegio de señoritas
de Cúcuta y el bachillerato en el Colegio Sagrado Corazón de los Hermanos Cristianos.
Yo tenía quince años en
1940, escribió en 1959.
[5] Durante los cinco años que siguieron fuimos lo que la guerra quiso. No
alcanzamos a ponernos el uniforme, pero la propaganda modeló nuestra imagen del
mundo. No volvimos del frente cojos o ciegos, pero en tan decisiva etapa de la formación
de un hombre, nuestro horizonte ético y estético se redujo a libros, películas,
conversaciones, conferencias, lecciones, cuyo único objetivo era la victoria. Necesariamente
nuestras concepciones de la sociedad, de la literatura o del amor resultaron esquemáticas,
convencionales, sentimentales. Trabajo nos costó desprendernos de ese lastre. Nos
correspondió el aspecto más mediocre –también el menos peligroso corporalmente– de la pavorosa contienda. Quizá esto explique que nuestra
primera reacción literaria fuera una poesía desengañada y melancólica y nuestra
primera reacción política y social una desconfianza un poco fúnebre ante cualquier
orden establecido. […]
En 1941 se
inscribió en Bogotá en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional y pasó
allí un año, al lado de su amigo Eduardo Ramírez Villamizar, el más grande escultor
que ha tenido Colombia. De allí fue a la Universidad Javeriana para estudiar derecho
y comenzó a escribir sobre cine, pintura, arte y literatura en diarios como El Tiempo,
El Liberal o la Revista de las Indias donde celebra la obra de sus contemporáneos
Alejandro Obregón, Ramirez Villamizar o Lucy Tejada, mientras departe con Fernando
Arbeláez, Hernando Tellez o León de Greiff en los cafés Asturias, Fortaleza y Automático,
las verdaderas escuelas literarias de entonces. Durante los sucesos del 9 de abril
participa en el levantamiento tratando de orientar al pueblo en la lucha y tiene
luego que esconderse por varios días hasta que logra llegar a Cúcuta donde es protegido
por amigos de su familia. Al año siguiente regresa a Bogotá y luego de algunas actividades
partidistas decide viajar a París donde hace estudios de cine, se casa con Dina
Moscovici, viaja por varios países europeos, por Rusia y China, donde vio a Mao
Zedong en persona ante doscientas mil personas en la Plaza del Pueblo.
La selva es Bogotá. Acabo de regresar de allí.
Vengo deprimido. Sólo ahora comprendo las tonterías que hice al regresar de Europa.
En Cúcuta se está dentro de una atmósfera nacional. El país con todos sus defectos
y cualidades. Bogotá es una atmósfera asfixiante, donde el chisme, el chiste y el
trago impiden toda actividad humana verdaderamente digna. Tú recuerdas cuántas críticas
hice al ambiente cultural de España; pues bien, el de Bogotá es aun inferior: conformismo,
ignorancia, petulancia que se cree talento. Naturalmente hay dos o tres personas
con las cuales se puede conversar provechosamente. Conclusión: si no tienes disposición
de explorador, quédate allá lo más posible.
El primer
número de Mito apareció en abril de 1955. A mediados del año siguiente regresa a
Europa, pero para 1957 ya está de nuevo en Colombia luchando por la democratización
del país y así de manera intermitente permanece, unas veces en el país, otras en
España o en Francia, hasta cuando en 1962 muere en el accidente de un avión de Air
France durante una maniobra de la nave en Point-à-Pitre. Gaitán Durán fue sepultado
en Cúcuta el 29 de junio de ese año. Con el fallecía toda una generación de colombianos
que nunca pudieron cambiar su país y fueron sometidos a diversos tipos de vejámenes,
desde los ministerios que aceptaron a los gobiernos del Frente Nacional donde hicieron
todo lo contrario de lo que habían soñado, como es el caso de Pedro Gómez Valderrama,
ministro de gobierno y educación de Guillermo Valencia e ideólogo de los bombardeos
a Marquetalia, Riochiquito y Guayabero que condujeron a la creación de las llamadas
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC o Indalecio Lievano Aguirre al
servicio del avieso gobierno de López Michelsen o Álvaro Mutis, encarcelado en Lecumberri
por sus extrañas maniobras y manejos de dineros a favor de las empresas imperialistas
que controlaban el petróleo, o el triste destino de Valencia Goelkel y Charry Lara,
silenciado el uno para siempre o plegados a los intereses torvos de Eduardo Carranza,
o mendigando cuotas burocráticas y viajes para sí y sus hijas en los ministerios
de exteriores o en esa cosa horrenda que se llamó Colcultura. Para no hablar de
otros que envejecieron en cargos diplomáticos o adivinando el futuro y las suertes
a presidentes, etc. Las malas jugadas del destino, o de los obstinados dioses, como
escribió Valencia Goelkel en uno de los homenajes que hizo a su amigo.
Como se sabe,
más que poeta, Gaitán Durán, fue un intelectual, es decir un político. Uno que trabajando
con la inteligencia tendría la responsabilidad, son sus palabras, [6]
por
sus semejantes, mediante el ejercicio de una conciencia alerta para protestar y
denunciar aquellos actos u omisiones que los sin voz no pueden levantar ante el
mundo. Un ejercicio de la libertad que podía darse porque nada le debía a nadie.
No le debo favores a nadie; no dependo de ningún
partido, de ninguna secta; no acepto jefes, ni índex de ninguna clase; –escribió
en La revolución invisible– no pueden asediarme
económicamente, no pueden aniquilarme éticamente, no pueden impedirme que escriba,
ni mucho menos que piense; leo lo que quiero, estudio, observo e intento con obstinación
comprender ciertos panoramas políticos y sociales, ciertas pasiones humanos. No
soy un inconforme profesional: creo apenas que la fuerza de una posición no proviene
del desprecio, ni siquiera del talento o de una adhesión ideológica, sino de la
independencia y de la conciencia.”
Y si su obra
literaria es una de las más bellas contribuciones de colombiano alguno al caudal
de la lengua fue por un azar del destino. Gaitán Durán imitó durante su juventud,
o primera juventud, los tonos y quizás hasta los motivos del piedracielismo carrancista,
a quien extrañamente admiraba. Pero luego, cuando pudo conocer la literatura francesa
de su tiempo y en espacial a Camus, los cuadernos fueron su principal ocupación
y del ejercicio de esas reflexiones saltó a la poesía verdadera, así también esté
manchada por ideologismos como la lucha facciosa y muy francesa entre eros y thanatos.
Gaitán Durán y su amigo venezolano Juan Liscano pusieron de moda entre nosotros
ese sentimiento que acerca el vivir a plenitud a la muerte, al morir. Así lo ha
sostenido también Gutiérrez Girardot:
Dentro de la poesía de lengua española de los
años cincuenta que por su acento político se llama comprometida, la de Gaitán Durán
constituye una excepción del mismo modo como lo es dentro de la poesía hispánica
llamada erótica. Y esa excepción se funda precisamente en la liberación de Eros
de las cargas morales y dogmáticas que lo convirtieron en pornografía y obscenidad
como también en la liberación de la política de las cargas igualmente moral-dogmáticas
que la convirtieron en principios abstractos y finalmente antihumanos.
Pero Gaitán
Durán y Liscano no estaban solos. En Barcelona, por los tiempos de la creación de
Mito, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y Agustín Goytisolo estaban empeñados en
escrituras similares. Sin olvidar que otro de los grandes poetas del cincuenta vivía
en Bogotá y fue publicado en las ediciones de Mito: José Manuel Caballero Bonald.
Poeta de
la existencia, es decir, de la consunción de la muerte a través de la vida, sus
mejores poemas están reunidos en libros como Asombro, Amantes y Si mañana despierto.
Mi obra, dijo a Cecilia Laverde
en una entrevista para Lecturas Dominicales
de El Tiempo, el 22 de mayo de 1960, afirma
simplemente que el hombre debe saber a todas horas que va a morir, lo cual conduce
a que el erotismo sea, como la poesía, el único instante en que podemos pulverizar
una historia implacable.
Fernando Arbeláez (1924-1995)
Desde muy joven y recién
llegado a Bogotá de la distante Manizales, donde había nacido, Fernando Arbeláez
gozó de una aureola de niño prodigio entre los contertulios de los cafés que frecuentaban
los poetas de los años cuarenta. Tanto así, como para que la revista Semana, dirigida por Hernando Téllez, le
colocara en la portada de uno de sus números [El lío de los poetas, Bogotá, 2 de abril de 1949] dedicados a los jóvenes
escaldos, a quienes llamaban Cuadernícolas,
por el formato con que habían publicado algunos de sus libros. En esa edición y
en las páginas interiores aparecían los otros entrevistados: Charry Lara, Mutis,
Andrés Holguín, Gaitán Durán, Maruja Viera, Omer Miranda, Guillermo Payan Archer
y Jaime Ibáñez.
Arbeláez,
al parecer de origen muy humilde, quiso de niño ser bombero, pero a los doce años
luego de estudiar latines y griego en el Seminario Conciliar de su pueblo quiso
ser poeta debido a la fascinación que su mente sentía por la medida y combinación
de metros y versos, en un mundillo medieval de formas sacramentales donde lo misterioso
e invisible colocaba la poesía en una dimensión religiosa y trascendental, a la
cual solo parecía poder acceder mediante la inspiración o la consustanciación con
las musas. Entrado en la pubertad, a los catorce años abandonó el seminario para
intentar terminar sus estudios en el Colegio de Cristo de los hermanos maristas,
de donde salió sin graduarse para fungir de maestro de escuela, trabajar en un laboratorio
de productos farmacéuticos o vender tractores en municipios del bajo Magdalena y
desde allí ir a la capital para hacerse abogado, profesión de nunca ejerció.
Una vez en
Bogotá, su destino literario quedó cifrado. El Café Asturias se convertiría en su
templo de Apolo, en una década, la de los años cuarenta, cuando León de Greiff,
desde el fondo del café regía un mundo por el cual desfilaban Eduardo Carranza y
Jorge Rojas [“Se querían como dos hermanitos…
como Caín y Abel”], los “revolucionarios” de Piedra y cielo, con su beatería por el barroco y sus tibios exámenes
de las falsas tradiciones capitalinas y Alberto Ángel Montoya, a quien admiró en
su juventud, atendía casi ciego a una tertulia donde sus amigos celebraban sus paradojas
y boutades sobre la ordinariez de la vida
bogotana. En esa cátedra de la poesía Arbeláez oyó hablar a Jaime Tello de sus traducciones
de Joyce, de marxismo y comunismo a Luis Vidales y se deslumbró con las ocurrencias
de Vidal Echavarría, el único surrealista que ha tenido Colombia:
No sabía qué era el Surrealismo, escribió
Arbeláez en La escuela de la noche, [7] pero estaba convencido que Vidal Echavarría
era su encarnación real y verdadera. Con su afro cobrizo y un suéter alto de color violeta, su
aspecto era una protesta ambulante y naturalmente peligrosa dentro del ambiente
circunspecto y tradicionalista de los <<cachacos>> de entonces. Alegaba
tener correspondencia directa con Jean Cocteau y exhibía unas cartas suyas que nunca
nos atrevimos a discutir. Era dibujante y acuarelista de unos paisajes dalinianos
que el abogado Rodrigo Jiménez Mejía consideraba extraordinarios y, pensando en
el valor que tendrían en el futuro, le compraba sin discutir mucho su precio. Lo
que a mí me acongojaba era la destrucción de la cultura en la que estaba comprometido,
pero no dejaban de conmoverme sus veloces ambulancias negras conduciendo miles de
ángeles heridos.
Su amistad
con los Nuevos, –en especial con Jorge
Zalamea a quien oyó recitar una noche La prosa
del transiberiano y la pequeña Juana de Francia, – y su vínculo con los de Mito, en cuyo primer número publicó la traducción
de un poema de Perse, le llevaron a la poesía de Pound y Eliot a quienes admiró
con fervor. más adelante ocuparía diversos cargos burocráticos, uno de ellos como
director de extensión cultural del ministerio de educación bajo el gobierno de Valencia
y el ministro Gómez Valderrama, cuando publicaron la obra de Arturo, Charry Lara
y el Canto llano del propio Arbeláez.
Otra de sus empresas memorables fue traer por primera vez a Colombia a Jorge Luís
Borges, a quien acompañó en Bogotá, Medellín y Cartagena. Arbeláez sería después
diplomático en Suecia y viajaría, gracias a varias becas y bolsas de estudio, por
el oriente, hasta que terminó viviendo en un suburbio de Washington y desempeñándose
como bibliotecario del Banco Interamericano de Desarrollo. A finales de los años
ochenta regresó a Colombia, donde gozó de la amistad y del afecto tanto de sus compañeros
como de la nueva generación.
Un afán de grabar, dice Cobo
Borda, en la estela de mármol ese contrapunto
que va desde la legendaria Helena hasta los cambios de temperatura que una pareja
experimenta entre los pórticos atenienses. Estrofas que parecen encerrar un enigma
donde los dioses e imperios vuelven a reanudar tanto su ciclo inmemorial como la
punzante fuerza con que ellos marcan en cada ser humano su temblor mítico su aura
de leyenda. El poeta recuerda a Odiseo y se embarca de nuevo. La poesía es su nave…
Allí, frente
al mar Egeo, las ruinas proyectan una teogonía homérica entre los olivares y las
playas y el erotismo es paliativo de la muerte, como sucede también en algunos de
los poemas de Gaitán Durán y Liscano.
Circuida de
niebla y desvelo, la poesía de Arbeláez, sostuvo Fernando Charry Lara, aparece como un amanecer urbano por cuyas desiertas
esquinas se entrecruzasen, sonámbulos, los fantasmas del símbolo y la realidad.
Es poesía de sugestiones intelectuales que quisiera emprender una exploración del
universo valiéndose de su sola capacidad imaginativa. La acompañan, luego, la historia
y los viajes.
Elementos
que quizás estén resueltos en uno de sus poemas capitales, El viejo de la ciudad, que recrea la parábola vital de Kavafis, el poeta
de Alejandría, de quien Arbeláez fue, si no nos engaña la historia, el primer traductor
al español.
Gabriel
García Márquez (1928-2014)
Hijo de un
telegrafista y la hija de un coronel que participó en la Guerra de los Mil Días
(1899-1903), Gabriel García Márquez (Aracataca, 1928), por causa de la pobreza fue
criado por una tía de su madre, Francisca Simodosea, asediado por los recuerdos
de sus parientes. Al morir su abuelo le llevaron a Barranquilla a concluir la primaria
y gracias a una bolsa de estudios en Zipaquirá, un remoto pueblo de los Andes, se
graduó de bachiller mientras se intoxicaba con la más horrenda poesía que declamaban
los colombianos de entreguerras y “Javier Garcés” escribía sonetos piedracielistas:
Si alguien llama
a tu puerta, amiga mía,
y algo en tu
sangre late y no reposa
y en tu talle
de agua, temblorosa,
la fuente es
una líquida armonía.
Si alguien llama
a tu puerta y todavía
te sobra tiempo
para ser hermosa
y cabe todo
abril en una rosa
y por la rosa
se desangra el día.
Si alguien llama
a tu puerta una mañana
sonora de palomas
y campanas
y aun crees
en el dolor y en la poesía.
Si aun la vida
es verdad y el verso existe.
Si alguien llama
a tu puerta y estás triste,
abre, que es
el amor, amiga mía.
Luego
asistiría a ciertas clases de derecho en la Universidad Nacional, pero el asesinato
de Jorge Eliecer Gaitán y las persecuciones desatadas el 9 de abril de 1948 le llevaron
a Cartagena de Indias, los veinte meses que trabajó a las órdenes de Clemente Manuel
Zabala (San Jacinto, 1921-1963), un radical que había sido secretario del general
Benjamín Herrera y delegado a congresos obreros, y quien parece le enseñó los rudimentos
del periodismo moderno. En esa Bogotá de hielo y desolación, sólo la poesía le había
acompañado:
Cuando terminé el bachillerato y me fui
Bogotá, confesó
a J.G. Cobo Borda en 1981, mi diversión más
salaz era meterme en los tranvías de vidrios azules que por cinco centavos giraban
sin cesar desde la Plaza de Bolívar hasta la Avenida de Chile, y pasar en ellos
esas tardes de desolación que parecían arrastrar una cola interminable de muchos
otros domingos vacíos. Lo único que hacía durante los viajes de círculos viciosos
era leer libros de versos y versos y versos, a razón quizá de una cuadra de versos
por cada cuadra de la ciudad, hasta que se encendían las primeras luces en la lluvia
eterna, y entonces recorría los cafés taciturnos de la ciudad vieja en busca de
alguien que tuviera la caridad de conversar conmigo sobre los versos y versos y
versos que acababa de leer. A veces encontraba alguien, que era casi siempre un
hombre, y nos quedábamos hasta pasada la medianoche tomando café y fumando las colillas
de los cigarrillos que nosotros mismos habíamos consumido, y hablando de versos
y versos y versos, mientras en el resto del mundo la humanidad entera hacía el amor.
En
Barranquilla, donde vivió cuatro años, conoció a Cecilia Porras, la pintora y compañera
de Jorge Child que pagaría, y diseñaría, la edición de La hojarasca, su primera novela. De vuelta a Bogotá, en 1955 El Espectador
le envía como corresponsal a Europa, pero prefiere matricularse en el Centro Experimental
de Cinematografía de Roma. A finales del año va a París y escribe, en una buhardilla
de la Rue de Cujas en el Barrio Latino, El
coronel no tiene quien le escriba (1958). Después de hacer un viaje por los
países comunistas, con el triunfo de la Revolución Cubana es nombrado corresponsal
de la agencia de prensa del nuevo gobierno en Bogotá y en 1961 va a New York como
corresponsal de la misma. Renuncia al cargo y viaja a México donde redacta Cien años de soledad, que aparece en Buenos
Aires (1967) y recibe el premio Rómulo Gallegos (1972). Un año antes había sido
investido con un Doctorado de la Universidad de Columbia. Se traslada a Barcelona
donde vivió entre 1967 y 1975. En 1982 recibe la Legión de Honor del gobierno francés
y el Premio Nobel de Literatura.
Amigo
de notables políticos de su tiempo [Alfonso López Michelsen, Alberto Lleras Camargo,
Omar Torrijos, José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, Adolfo Suarez, Daniel
Ortega, Ricardo Lagos], [“el poder absoluto
es la realización más alta y más completa del ser humano, y por eso resume a la
vez toda su grandeza y toda su miseria”] al cumplir 80 años y luchando contra
un cáncer linfático, Belisario Betancur, –presidente
de Colombia durante el holocausto del Palacio de Justicia, el terremoto de Popayán,
el comienzo del exterminio de la Unión Patriótica y la desaparición de Armero con
cientos y millares de muertos, quien, junto a Olaf Palme, Felipe González, Fidel
Castro y Pablo Neruda le postularon al Nobel–,
las Academias de la Lengua y el gobierno de Colombia ofrecieron en Cartagena de
Indias una fiesta en su honor, a la que asistieron entre otros cientos de adeptos,
los Reyes de España, Bill Clinton, Carlos Fuentes, Álvaro Uribe Vélez, Tomás Eloy
Martínez, Víctor García de la Concha, César Antonio Molina, Fito Páez y Carlos Vives.
El
asunto central de Cien años de soledad
(1967), su más conocido poema, es la incomunicación. En Macondo, tierra de lo posible,
no existe la solidaridad y trato entre los hombres. Macondo es una Arcadia donde
triunfan la muerte y la violencia. Un pueblo habitado por sabios aislados y vidas
anacrónicas cuyos símbolos vivos son José Arcadio Buendía, el vidente atiborrado
de proyectos que termina junto a su difunto enemigo Prudencio Aguilar; Úrsula Iguarán,
que confunde el presente y el pasado y es una muñeca que divierte a sus tataranietos,
abandonada por la realidad de la que había sido su único médium; Aureliano Segundo
que despilfarra su vida y la de su concubina mientras cubre con billetes de banco
las paredes de las habitaciones, bebe ríos de brandy y baila, hasta la misma vejez,
una eterna cumbiamba que apenas apacigua el diluvio universal; Remedios, la bella,
que vaga por el desierto de la soledad hasta cuando asciende en cuerpo y alma al
cielo; Meme, muda desde el día que su madre la llevó a un convento de tierra fría
para que diera a luz el hijo de Mauricio Babilonia, y Aureliano Babilonia, un adolescente
que ignora el presente pero sabe todo sobre el hombre del Medioevo. El amor, al
final de la novela, derrota la soledad cerrando el círculo maléfico del incesto,
maldición y destino de la familia.
Pero
quien ha narrado la historia es el coronel Aureliano Buendía, que entre los avatares
de las guerras compone en versos rimados sus encuentros con la vida y la muerte
[“Los escribía en los ásperos pergaminos que
le regalaba Melquiades, en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en
todos aparecía Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios en
la callada respiración de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas,
Remedios en el vapor del pan al amanecer” ] y ya cerca del final, quema, con
el baúl de los poemas “la historia misma de
la familia, escrita por Melquiades, hasta en sus detalles más triviales, con cien
años de anticipación. La había redactado en sánscrito, que era su lengua materna,
y había cifrado los versos pares con la clave privada del emperador Augusto, y los
impares con claves militares lacedemonias”, porque gracias al misterio de la
poesía “no había ordenado los hechos en el
tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos,
de modo que todos coexistieran en un instante”.
Otro
de sus grandes poemas es El general en su
laberinto (1989), un sentimental viaje de horror hacia la muerte. Aquí el agonista
es un virtuoso abatido por el destino contra quien no solo conspiran los hombres
sino la enfermedad de su siglo: la tuberculosis. El cuerpo, las lluvias, el calor,
la ropa, el sol implacable hacen más feroces los efectos del que recorre el orbe.
Quien lee, sabe qué va a suceder y sólo continúa por placer. Un placer que termina
en llanto y dolor. La utopía vuelve a ser el eje central de ésta como en ese Macondo
donde las cosas hubo que fundarlas porque carecían de nombre y José Arcadio Buendía
persigue el progreso y los secretos de una alquimia, que conducen, ineludibles,
al fracaso. Los esfuerzos del General Bolívar, el Coronel Buendía y José Arcadio
terminan mal. Como en la gran poesía del mundo, todo está condenado al fracaso,
a una ruina de los ideales.
El general en su laberinto fue la culminación
de una saga sobre los estragos de la soledad del poder, el amor y el absurdo de
la gloria que había comenzado con El coronel
no tiene quien le escriba, la historia del viejo militar que sin tener con que
comer libra su última batalla por la vida de un gallo, prolongada en Aureliano Buendía
y sus treinta y dos batallas perdidas en Cien
años de soledad, y el viaje hacia los tenebrosos dispositivos del totalitarismo
en El otoño del Patriarca, porque como
había consignado en su gran novela:
todo lo escrito en ellos era irrepetible
desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad
no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.
Eduardo Cote Lamus (1928-1964)
Aun cuando nació
en Cúcuta, en el seno de una familia de ricos propietarios de tierras, Eduardo Francisco
Cote Lamus pasó su niñez en Pamplona donde hizo la primaria y el bachillerato
en el Colegio Provincial San José, durante los años finales de la República Liberal
vapuleada día a día por Laureano Gómez, uno de los líderes políticos más reaccionarios
y violentos que conociera Colombia y a quien Cote Lamus veneró en su temprana juventud
política, cuando en Pamplona creó comandos juveniles de estudiantes, obreros y mujeres
y daba conferencias divulgando las ideas y directrices de los jefes de su partido,
participando sin desvelo en la campaña que llevó a la presidencia a Mariano Ospina
Pérez, el 2 de Mayo de 1945, derrotando a los liberales Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel
Turbay.
Cote Lamus terminó su bachillerato en 1946 y gracias a sus vínculos con los
jefes conservadores pudo ingresar sin mayores tropiezos, primero a la Universidad
Javeriana y luego al Externado para adelantar estudios de derecho, pero el mejor
acontecimiento de su vida en esos años fue la amistad que entabló con Gilberto Alzate
Avendaño, de cuyo grupo hizo parte hasta la muerte del caudillo. Sus colaboraciones
en los diarios del alzatismo fueron frecuentes y doctrinarias, siempre bajo la impronta
del llamado pensamiento autoritario bolivariano, como puede leerse en las virulentas
crónicas semanales que hizo para Eco Nacional,
donde apodaba a don Baldomero Sanín Cano como “Baldosín” y a sus seguidores “Baldosineros”.
En 1950 con una beca de Cultura Hispánica, la agencia colonial del franquismo,
viaja a España donde se diploma en Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca
y donde recibe, en 1953, un premio “A la joven literatura” por Salvación del recuerdo, uno de los dos peores
primeros libros de poemas, según Juan Gustavo Cobo Borda, [8] que haya escrito colombiano alguno.
Era un joven de 23 años,
dice María Mercedes Carranza, delgado, con un rostro extraño en el cual dominaban los ojos decididamente
oblicuos, achispados, y la breve y aguda perilla que se movía puntualmente al compás
de su hablar atropellado, con dejos de tartamudez. Pasaba las penurias económicas
de los estudiantes e incurría en una bohemia que hizo su historia en el Madrid en
entonces: aun hoy hay quienes recuerdan su asombro cuando supo que una copa de brandy
valía apenas dos pesetas y decidió comprar todas las existencias del bar donde se
encontraba, lo hizo cerrar y con los desconocidos parroquianos que allí había se
lo bebió, gastándose así los viáticos que su padre le había dado para los primeros
meses en el exterior.
En Madrid, Cote Lamus frecuentó la casa
de Vicente Aleixandre, conoció a varios de los poetas de la llamada Generación del
Cincuenta, a Alfonso Costafreda, José Manuel Caballero Bonald y José Ángel Valente,
que frecuentaban su domicilio de la calle Donoso Cortés 78, cuarto izquierda, y
en el bar de Cultura Hispánica a tres grandes poetas y peligrosos bebedores nicaragüenses
José Coronel Urtecho, Ernesto Mejía Sánchez y Carlos Martínez Rivas, con quienes
leyó a los poetas de expresión inglesa, en especial a T.S. Eliot y sus largos poemas
sobre la vida contemporánea, que luego imitaría en Estoraques.
En 1953 estuvo en Glasgow durante unos meses en el cargo de cónsul y luego,
con el mismo rango, en Frankfurt, donde vivió tres años. En 1957 regresó a Colombia.
A1 año siguiente casó con Alicia Baraibar y dio comienzo a su carrera burocrática:
secretario de Educación, representante a la Cámara, senador y gobernador de Norte
de Santander. Murió la madrugada del 3 de agosto de 1964, en un lugar llamado La
Garita, cuando se disponía a renunciar a la gobernación del departamento para asumir
el cargo de Ministro de Educación del gobierno de Guillermo Valencia, que acababa
de nombrar como su primer embajador en Moscú al titular de la cartera, Pedro Gómez
Valderrama.
Debido, quizás, a sus éxitos como político, Cote Lamus gozó de un enorme prestigio
como poeta y fue celebrado por no pocos amigos y seguidores. Pero lo cierto, es
que la poesía y la literatura, como sucede a menudo en Colombia, fue para Cote Lamus
una actividad secundaria, que daba lustre a sus conquistas y ambiciones políticas.
Y aún cuando todavía se insista en celebrarlo como poeta, mejor será decir que si
se editaran y divulgaran sus discursos políticos, se haría evidente como su oratoria
se había nutrido con eficacia de la poesía. Lo mejor de su obra está en varias de
las intervenciones que hizo en la Cámara y el Senado, ya fuera para defender a Rojas
Pinilla de los ataques de Mario Latorre Rueda y Alejandro Galvis Galvis, o reivindicar
las ideas del movimiento alzatista llamado Frente Civil, o para atacar a las facciones
integrantes del Frente Nacional: “Vamos a
continuar diciéndole al país que esta forma de abuso capitalista, propiciado por
las clases oligárquicas de los partidos liberal y conservador, hará crisis de un
momento a otro, y Dios quiera que encuentre alguna fuerza organizada”, o el
debate contra las torturas del Servicio de Inteligencia Colombiano el 3 de agosto
de 1959 etc.
Como animal político que era, Cote Lamus no conoció ni pretendió recibir el
don de la inspiración o el duende o la voz del más allá que incita al poeta a dar
cuerpo al poema, a poner su carne y su voz al servicio de las divinidades del arte.
Lo que hubo en él fue premeditación, cálculo. De allí que toda su obra, desde sus
primeros libros hasta los últimos, se parezcan a algo o a alguien. Cote Lamus dedicó
buena parte de su tiempo en España a estudiar las retóricas, preceptivas y técnicas
de construcción de la poesía contemporánea y de ello hay muestra fehaciente en su
obra. Sus poemas están recargados de los efectos que hicieron celebres a Eliot,
a Pound y por supuesto a Aleixandre, el incomprensible y fatigoso. Una pululación
de anécdotas, un mucho de así era, aquí fue, allí estaba, caminar a la derecha,
ir más allá, noches de Glasgow, de Berlín, de Madrid, y con una desfachatez inaudita,
todo lo peor y más perecedero de la “teoría
hidráulica del mundo” de Eliot, por no decir que el plagio mismo de Eliot. “Una obra plagada de defectos” como dijo de
La vida cotidiana, su amigo y compadre
ideológico Valencia Goelkel. “Una poesía,
como ha dicho acertadamente Ariel Castillo Mier, artificial, llena no sólo de ecos, sino de voces, ajenas, heterogéneas (de
Barba a Vallejo, de Arturo a Aleixandre), que se oyen alto; una poesía abstracta,
negada para la imaginación visual, en la que el hablante lírico importa e imposta
el tono y simula una falsa sabiduría, y, raras veces, habita un ámbito concreto.”
NOTAS
1.
A poco llegar, en una refinada oficina de Polanco –uno de los barrios
de más caché de la capital mexicana–, una secretaria nos condujo ante el elegante
narrador de Los intocables, gerente de la Columbia Pictures y la Twentieth
Century Fox para América Latina: el poeta Álvaro Mutis, quien se acercó sonriente
con la mano extendida a saludar a otros de los tantos aprendices de letras que solíamos
buscar sus palabras y solidaridad. Íbamos a pedirle apoyo para las Primeras Jornadas
Culturales de Colombia, organizadas por el Taller Literario Porfirio Barba Jacob.
Ó., le solicitó colaboración para su tesis de maestría sobre su obra y F., le pidió
un contacto con García Márquez. Con generosidad comentó la empresa, habló de la
promoción cultural, de literatura, de Colombia y México, nos dio nombres y teléfonos,
y después iluminó con sus versos, sus festivas anécdotas y sus carcajadas los recintos
de la UNAM y la Galería Domecq.
Ante la inquietud sobre su desenvoltura en el mundo de los números
y las letras, Mutis nos explicó con gran sinceridad y sencillez que él, desde muy
joven, había decidido no pasar necesidades, como Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó; que la lógica
de los negocios era muy simple: alguien compra en dos para vender en cuatro y quien
compra en cuatro vende en ocho; y que separaba escrupulosamente los dos mundos,
sin pretender sacar provecho de su condición.
La generosidad del maestro también se manifiesta en el universo
gobernado por los números: Eduardo García Aguilar recuerda que lo invitaba a él
y a otros escritores en socráticos recorridos por su cava, cantinas y restaurantes,
y el pintor Santiago Rebolledo cuenta que una vez charló toda la noche con su novia,
de México a Italia, y que ante la inminencia del corte del teléfono el poeta pagó
la cuenta muerto de la risa. [Mario
Rey, Mutis el maestro, en La Jornada Semanal,
México, 25 de agosto 2013.]
Lo que más aprecié
desde siempre es su generosidad de maestro de escuela, con una vocación feroz que
nunca pudo ejercer por el maldito vicio del billar. Ningún escritor que yo conozca
se ocupa tanto como él de los otros, y en especial de los más jóvenes. Los instiga
a la poesía contra la voluntad de sus padres, los pervierte con libros secretos,
los hipnotiza con su labia florida, y los echa a rodar por el mundo, convencidos
de que es posible ser poeta sin morir en el intento. [Gabriel García Márquez, en Homenaje
al amigo, El País, Madrid, 16 de diciembre de 2001.]
2. Investigadores
de la Universidad Nacional lograron establecer en 2013 que José Celestino Mutis
no rindió cuentas, a la corona española, de los 250.000 pesos para la Expedición
Botánica. José
Antonio Amaya y James Vladimir Torres analizaron alrededor de 7 mil documentos de
la época que reposan en el Archivo General de la Nación. Para Torres, “el estatus con que contaba Mutis
era una novedad dentro del Estado borbónico, pues no solo se le otorgó autonomía
financiera, sino también científica. Además, se le permitió tratar de institucionalizar
la ciencia en el Reino conformando un centro científico”. “La única vez que un funcionario del Virreinato
se atrevió a insinuar que él debía entregar cuentas del dinero, Mutis argumentó
que sus actividades eran secretas y que sobre estas informaba personalmente al Virrey
o al Rey”, cuenta el docente de la U.N.
3. Un rastaquouère est, essentiellement au XIXe siècle, un personnage exotique
étalant un luxe suspect et de mauvais goût. Terme d'origine hispano-américaine (rastracuero),
il est employé, dès 1880 pour qualifier des parvenus. Formé du verbe espagnol (ar)rastrar
(ratisser, traîner) et du nom cueros (cuirs, peaux), il désigne au départ des tanneurs ou des grossistes
en peaux et cuirs d'Amérique du Sud. Avec la présence à Paris de nombreux Sud-américains
étalant de manière outrancière la fortune amassée dans cette activité au XIXe siècle,
le terme prend en français son sens péjoratif. Il est ensuite réemployé dans ce
sens en Amérique latine. Wikipedia.
4. Las guías de viaje de Karl Baedeker (1801-1859) constituyeron
una valiosa fuente histórica, geográfica y etnográfica debido al acopio de información
de diverso género que contienen. Geógrafos, historiadores y profesionales de las
ciencias sociales disponían en ellas de numerosos datos relativos a centros culturales,
arquitectura, usos y costumbres locales, gastronomía, etc., por no citar los datos
que constituían su esencia como guía turística, es decir, itinerarios, comunicaciones,
alojamientos, tiempos, tarifas etc. Lo que se complementaba con una cuidada cartografía,
detallada y precisa dentro de los límites a que obligaba el reducido formato utilizado.
También se hizo habitual incluir un prólogo –de considerable extensión– encargado
a periodistas, eruditos y especialistas que colaboraban habitualmente con la firma,
o con las editoriales, con objeto de dar una perspectiva histórica, artística e
incluso etnográfica del país o ciudad de que se tratara. Baedeker también usó de
un buen número de ghostwiters o escritores fantasmas, que difundieron su
gloria en las capitales del mundo colonial como Agence France-Presse en Francia, Reuters en Gran Bretaña, Wolff
en Alemania, Agenzia Stefani en Italia
y Associated Press en Estados Unidos,
donde infladores de cables de apellido Garcia, Cano, Burgos, Cruz, Valverde, Martinez
o Constaín le hicieron conocer en América Latina, especialmente en Santa Fe de Bogotá.
5.
En El Cid y nuestra juventud, El Espectador,
Bogotá, 20 de diciembre de 1959.
6.
De la inteligencia, en El Independiente,
Bogotá, enero 10 de 1958.
7. Revista Quimera,
n° 1, Bogotá, 1989.
8. Historia de la poesía colombiana, siglo XX, Bogotá, 2004.
HAROLD ALVARADO TENORIO (Colombia, 1945). Poeta, ensayista, traductor. Aprendió a leer, escribir, sumar y restar sobre hojas de pizarra en la escuela de una descendiente de esclavos y más tarde en un colegio donde un matemático y geógrafo le enseñó la vastedad del mundo en un desvencijado globo terráqueo mientras le hacía leer en Oscar Wilde, Shakespeare, Jorge Isaacs o Knut Hamsun. En la Universidad Nacional de Colombia impulsó la creación de la carrera de estudios literarios tras años de desprecio por las literaturas nacionales, fue Director de Departamento de Literatura, realizando actividades como periodista en el diario La Prensa donde llevó por más de un lustro la página de Cultura, que le valiera el Premio Simón Bolívar. En Beijing trabajó como asesor cultural de la Editorial China hoy, y publicó la antología Poemas chinos de amor, que luego ha sido reeditada en varios países. Creó la revista virtual e impresa Arquitrave, de la cual es director. Ha traducido la poesía de Kavafis y Eliot. Su poesía ha sido traducida a varios idiomas y colabora con diversos medios literarios y periodísticos de América y Europa.
DAMARIS CALDERÓN (Cuba, 1967). Poeta, narradora, pintora, docente y ensayista. Ha publicado más de dieciséis libros en varios países, entre ellos Cuba, Chile, Alemania, España y México. Participó en festivales internacionales de poesía en Holanda, Francia, Uruguay, Argentina, Perú, México, entre otros países. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, holandés, francés, alemán, noruego y serbocroata e incluida en numerosas antologías de poesía cubana y latinoamericana contemporánea. En esta edición de Agulha Revista de Cultura presentamos otro aspecto fundamental de su inquietud creativa, su obra plástica. En entrevista, Damaris revela: Para mí la cultura está ligada a la tierra, a sus orígenes, al hecho de escribir, de cribar, de labrar; la escritura en bustrófedon, que era la manera de los bueyes y el paisaje. Y eso es. Si uno mira la literatura latinoamericana se va haciendo conciencia de paisajes diferenciados; ustedes tienen esto, nosotros esto otro. Recuperar la conciencia de que somos un todo, de que el cuidado del ecosistema, de la planta, de cada árbol, es parte también del cuidado del ser humano, del planeta. Los árboles y el paisaje escriben su propia poética, su propia música. Una pintura con la que ningún pintor podría competir. En ese sentido, sentir que coexistimos, que nos nutrimos y debemos cuidarnos. Son palabras que encajan muy bien en su pintura, cuyas líneas, ángulos, colores, se mezclan en la búsqueda de un punto erótico en el que el hombre se revela parte de ese todo que ella también evoca en su poesía.
Agulha Revista de Cultura
Número 253 | julho de 2024
Artista convidada: Damaris Calderón (Cuba, 1967)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2024
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário