segunda-feira, 15 de julho de 2024

HAROLD ALVARADO TENORIO | Luces sobre Mito 1955-1962

 


El 9 de abril de 1948, frente al Gato Negro, cerca de la esquina más concurrida de Bogotá, un desconocido, que luego resultó ser según los informes de la policía un tal Juan Roa Sierra, mató de varios disparos de revólver a Jorge Eliécer Gaitán, el líder político liberal más famoso de Colombia después del General Rafael Uribe Uribe, que también había caído asesinado a golpes de hacha hacía ciertamente treinta años. Con su muerte se partía en dos la historia de la nación en el siglo XX.

 

La violencia arreció en los campos –dice García Márquez en sus memorias– y la gente huyó a las ciudades, pero la censura obligaba a la prensa a escribir de través. Sin embargo, era del dominio público que los liberales acosados habían armado guerrillas en distintos sitios del país. […] En efecto, el grupo más importante de dirigentes liberales, desesperados por la violencia oficial, se había puesto de acuerdo con militares demócratas del más alto rango para poner término a la matanza desatada en todo el país por el régimen conservador, dispuesto a quedarse en el poder a cualquier precio. La mayoría de ellos había participado en las gestiones del 9 de abril para lograr la paz mediante el acuerdo que hicieron con el presidente Ospina Pérez, y apenas veinte meses después se daban cuenta demasiado tarde de que habían sido víctimas de un engaño colosal.

 

Ese engaño colosal costó a los colombianos 300 mil muertos mal contados. La más implacable sevicia contra los cuerpos de los opositores se empleó desde entonces, creando los antecedentes de las masacres con sierras eléctricas que se emplearían sin cesar durante los años finales del siglo por parte de los llamados paramilitares. Como ha recordado Carlos Uribe Celis en algunos de sus libros, es mejor no olvidar esos hechos concretos, que se repiten y redundan en los testimonios de la historia, y que hicieron, en su momento, parte de los que recogieron en la revista Mito. A Agapito Gaitán, en Vega del Pauto, por ejemplo, lo crucificaron con clavos en una tabla y lo dejaron al sol hasta que alguien tuvo piedad de él y le atravesó los ojos con unos puntillones hasta que murió; a Ramón Cachai en Nunchía, le cortaron las plantas de los pies y lo obligaron a caminar sobre sal; a otro campesino, lo colgaron de una viga y lo fueron mutilando dedo a dedo, mano a mano, brazo a brazo y así hasta que solo quedó su cuello que luego ahorcaron; a una mujer preñada le abrieron el vientre, le sacaron el feto y en su lugar le metieron un gallo vivo, o aquellos campesinos que obligaron a comerse sus propias narices y orejas etc. etc.

Luego de casi cuatro décadas de luchas y expectativas los intelectuales progresistas, los obreros y los campesinos que habían participado desde el fin de la hegemonía conservadora de los años treinta en las luchas populares, encontraron un futuro imposible. Las fuerzas más reaccionarias, los esquiroles y los oportunistas hicieron de las suyas dejando no sólo sin vida a cientos de miles de compatriotas, sino negando toda posibilidad de acceso al poder a toda una generación, la que luego conoceríamos como Generación de Mito. Una prole que incluye, entre sus figuras más sobresalientes a Alfonso Fuenmayor, Alfonso Hansen Villamizar, Álvaro Cepeda Samudio, Álvaro Mutis, Álvaro Uribe Rueda, Andrés Holguín, Bernardo Romero Lozano, Camilo Torres Restrepo, Cecilia Porras, Daniel Arango, Danilo Cruz Vélez, Darío Mesa, Diego Montaña Cuellar, Eduardo Cote Lamus, Eduardo Mendoza Varela, Eduardo Ramírez Villamizar, Enrique Buenaventura, Enrique Grau, Ernesto Volkening, Feliza Bursztyn, Fernando Arbeláez, Fernando Botero, Fernando Charry Lara, Fernando Gómez Agudelo, Francisco Norden, Francisco Posada Díaz, Gabriel García Márquez, Gerardo Molina, Germán Guzmán Campos, Germán Vargas, Gonzalo Mallarino, Guillermo Angulo, Guillermo Payán Archer, Héctor Rojas Herazo, Helcías Martán, Helena Iriarte, Hernán Díaz, Hernán Vieco, Hernando Téllez, Hernando Valencia Goelkel, Hernando Salcedo Silva, Indalecio Lievano Aguirre, Jaime Mejia Duque, Jorge Child, Jorge Eliécer Ruiz, José Francisco Socarrás, Leopoldo Villar Borda, Luís Antonio Escobar, Luís Enrique Sendoya, Luís Villar Borda, Manuel Mejía Vallejo, Manuel Zapata Olivella, Mario Latorre Rueda, Marta Traba, Mónica Silva, Natanael Díaz, Nicolás Buenaventura, Olga Chams Eljach, Orlando Fals Borda, Pedro Gómez Valderrama, Plinio Apuleyo Mendoza, Rafael Escalona, Rafael Gutiérrez Girardot, Ramiro de la Espriella, Ramón Pérez Mantilla, Rogelio Salmona, Santiago García, Uriel Ospina, etc.

Expresión de las ideas, gustos, fobias y anhelos de esa nómina, de una y muchas maneras, fue Mito, la revista que Jorge Gaitán Durán fundó a su regreso de Europa, luego de varios años de “exilio” voluntario, tras su participación en la toma de la Emisora Nacional junto a Jorge Zalamea durante los motines y levantamientos del 9 de abril. A mediados del siglo, mientras Europa resurgía entre las cenizas que había dejado la Segunda Guerra y Moscú y Beijing cambiaban de rostros desde sus pasados medievales, Gaitán Durán que había recorrido y pensado esos nuevos mundos, recaló en Paris mientras Jean Paul Sartre y Albert Camus diseminaban el existencialismo por todo el mundo. Allí comprendió que era posible discutir con el otro sin declararlo enemigo, que las contradicciones podrían ser debatidas sin odio ni rencor y creyó, ingenuamente, que era posible promover la inteligencia entre los colombianos dando la palabra a todos los actores con la única cortapisa de que fuese renovadora, ofreciendo alternativas más que críticas al pasado o violentas roturas con los beneficiarios de la mediocridad imperante.

 

Ninguna consideración política, religiosa, económica, filosófica, ha limitado jamás, ni limita, en estas páginas, la expresión de ningún pensamiento contrario al de sus propietarios, directores o redactores, sostuvo Hernando Téllez. El ateo y el creyente, el conformista o el anti conformista, el comunista o el anti comunista, han dicho aquí lo que han querido decir con una sola condición: que lo digan con un mínimo de dignidad intelectual y otro mínimo de corrección literaria, nada más.

 

Una revista que como Laye, en España, más que cuestionar directamente los hechos políticos, sociales y culturales de su tiempo, mostró a los colombianos que había otros mundos y otras maneras de entender la realidad, más allá de la barbarie e ignorancia que les rodeaba por todas partes, desde el poder y desde el fondo de la miseria de miles de compatriotas. En Mito, cuyo comité de patrocinadores estuvo integrado por Alfonso Reyes, Carlos Drummond de Andrade, Eduardo Zalamea Borda, Jorge Luis Borges, León de Greiff, Luis Cardoza y Aragon, Mariano Picón Salas, Octavio Paz, Ricardo Latcham y Vicente Aleixandre publicaron, entre muchos otros, García Márquez [Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, El coronel no tiene quien le escriba, En este pueblo no hay ladrones] Borges, Paz, Carpentier, Cortázar, Brech, Luckács, Baran, Cernuda, Durrell, Navokov, Caballero Bonald, Genet, Sartre, Camus, Robbe-Grillet, Simon, Sarraute, Miller, Heidegger, Lefebvre y se trataron todos los temas que interesaban a la juventud como el cinematógrafo, el sexo y las drogas, revelando los hilos que manipulaban la provincial cultural colombiana, mostrando sus deformaciones y vínculos con los sectores más retardatarios de la iglesia y la clerecía y los partidos políticos. Como certeramente ha escrito J.G. Cobo Borda:

 

En un país que la ignoraba, Mito, en los años finales de la década de los cincuenta, fue la vanguardia, no por ser un ismo sino por intentar estar al día. Fue también en cierto modo, el punto de partida hacia otra cultura, no servil ni elocuente. Podrían venir luego aventuras más radicales, pero esto no sucedió así, al menos entre nosotros. Su último número, dedicado al nadaísmo, muestras hasta qué punto la apertura que iniciaron era consecuente: el nadaísmo fue, por cierto, la negación de todo lo que Mito había hecho o, mejor aún, su prolongación y contradicción a partir de su vertiente más deletérea: el escándalo y la provocación.

 

Álvaro Mutis (1923-2013)

Nadie como Álvaro Mutis [Bogotá, 1923-2013] enlució con su prestigio e influencia un variado expediente de servicios a empresarios y gobiernos hegemónicos. Ayer, a los negociantes de hidrocarburos y el celuloide, hoy, a los acaudalados españoles nacidos del franquismo, cuyas sociedades se dedican al lucro y blanqueo de divisas mediante el fomento de la ignorancia entre las clases medias de América Latina promoviendo la frivolidad y el señorerío ideológicos. Por algo sus padrinos fueron Nelson y David Rockefeller y en los últimos tiempos, el aliado de los petroleros Bush, José María Aznar, a través de Esperanza Aguirre y Gil de Biedma y la renegada de Bandera Roja, Pilar del Castillo.

Porque lo que no saben quienes dicen admirarle, es que Mutis no ha gozado la vida por cuenta de la poesía, sino mediante un arcoíris de raros e innumerables oficios: desde gacetillero radial, actor de radionovelas, director de Radio Nacional de Colombia y la Emisora Nuevo Mundo de Bogotá, promotor de anuncios para televisión, jefe de publicidad de la cervecería Bavaria y la Compañía Colombiana de Seguros, jefe de relaciones públicas de la aerolínea LANSA de Colombia y de ESSO, mejor conocida como Standard Oil Company, gerente de ventas para América Latina de la Twentieth Century Fox y Columbia Pictures, hasta suplantador de la voz de Walter Winchell, en The Untouchables, donde paradójicamente un detective y su equipo, persigue timadores del fisco en la cabeza de Al Capone, experto en lavado de activos y evasión de impuestos. Empleos que le llevaron por más medio siglo de la Seca a la Meca, dando 17 veces la vuelta al mundo sin cambiar de modo de ser.

Según Gabriel García Márquez:

 


A los 18 años, siendo locutor de la Radio Nacional, un marido celoso lo esperó armado en la esquina, porque creía haber detectado mensajes cifrados a su esposa en las presentaciones que él improvisaba en sus programas. En otra ocasión, durante un acto solemne en este mismo palacio presidencial, confundió y trastocó los nombres de los dos Lleras mayores. Más tarde, ya como especialista de relaciones públicas, se equivocó de película en una reunión de beneficencia, y en vez de un documental de niños huérfanos les proyectó a las buenas señoras de la sociedad una comedia pornográfica de monjas y soldados, enmascarada bajo un título inocente: El cultivo del naranjo. Fue también jefe de relaciones públicas de una empresa aérea que se acabó cuando se le cayó el último avión. El tiempo se le iba en identificar los cadáveres, para darles la noticia a las familias de las víctimas antes que a los periódicos. Los parientes desprevenidos abrían la puerta creyendo que era la felicidad, y con sólo reconocer la cara caían fulminados con un grito de dolor. En otro empleo más grato había tenido que sacar de un hotel de Barranquilla el cadáver exquisito del hombre más rico del mundo. Lo bajó en posición vertical por el ascensor de servicio en un ataúd comprado de emergencia en la funeraria de la esquina. Al camarero que le preguntó quién iba dentro, le dijo: 'El señor obispo'.

 

Una vida desperdiciada al servicio de un capital sin rostro, sedienta de honores, genuflexa e indecente, cuyos [Premio Nacional de las Letras, Premio Nacional de Poesía, Premio Los Abriles de la Crítica, Orden del Águila Azteca, Xavier Villaurrutia, Doctor Honoris Causa de las Universidades del Valle, del Tolima, de Antioquia, Orden de las Artes y las Letras de Francia, Médicis para Extranjeros, Nonino, Lila, Italo de Roma, al Mérito de Francia, Roger Callois, Homenaje de César Gaviria en Casa de Nariño con discurso de GGM y Gran Cruz de Boyacá al cumplir 70 años, Gran Cruz de Alfonso X, Grinzane-Cavour, Príncipe de Asturias, Reina Sofía, Rossone de Oro, Triestre, Cervantes, Homenaje en la Feria de Guadalajara al cumplir 80 años, etc., etc ], son frutos de una ardua labor de cabildeo en cancillerías, presidencias, academias, editoriales, todas orquestadas por él mismo, su hijo Santiago Mutis Durán, J.G. Baraibar, Roberto Burgos Cantor y una legión [1] de periodistas empleados por Mutis en la agencia EFE, France Press, FCE y/o Real Academia Española, que a su vez reciben laureles, introitos, entrevistas, ediciones, viajes y felicitaciones.

Mutis, que no creció en Bogotá sino en Bélgica mientras su padre gozaba de las canonjías de la diplomacia al decirse descendiente de José Celestino Mutis, [2] el sabio gaditano que despertó las pasiones del Barón de Humbolt, no estudió ni el bachillerato pues gracias a las raras intuiciones de su madre, Carolina Jaramillo, se educó en los billares y prostíbulos del centro de la capital colombiana, hasta que un golpe de suerte y politiquería le puso, a los 17 años, de director de la Radio Nacional cuando descendió al averno que le llevaría a la gloria: la Standar Oil Company de los Rockefeller, que desde 1870 ha sido la más poderosa y temida empresa del mundo.

La ESSO, que derrocó a Hipólito Irigoyen y Ramón Castillo, embargó las nacionalizaciones de Lázaro Cárdenas, tumbó a Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz en Guatemala, a Víctor Paz Estensoro en Bolivia, a João Goulart en Brasil, a Salvador Allende en Chile, a Juan Velasco Alvarado en Perú, colaborando en la derrota de Perón y derrocando a Arturo Frondizi, desnacionalizando el petróleo brasileño con la Operación Brother Sam, etc., etc., encargó al recién inaugurado poeta la nada fácil tarea de convencer, no sólo de palabra sino de obra, a un buen número de los 61 delegados de la Asamblea Nacional Constituyente [ANAC] que había legitimado el golpe de estado del dictador Gustavo Rojas Pinilla, de votar ahora en su contra, principalmente porque Rojas se disponía, aconsejado por Antonio García, el socialista asesor de Paz Estensoro, a nacionalizar el petróleo colombiano. Actividades que fueron descubiertas por el Servicio de Inteligencia Colombiana (SIC) que controlaba el ministro de gobierno Lucio Pabón Núñez, quien ordenó la inmediata captura del culpable, que con la ayuda de Leopoldo Mutis, su hermano; el marchante de arte Casimiro Eiger y un caballero de industria, don Álvaro Castaño Castillo, en una avioneta de la compañía petrolera logra huir, en compañía de su socia y amante Cecilia Warren, primero a Panamá, luego Cuba, hospedándose en casa del músico Julián Orbón, hasta trasladarse a México, donde el gobierno colombiano solicitó su extradición acusándole de ser el instrumento de una empresa extranjera para derrocar el gobierno legítimo.

Mutis dijo entonces que había dilapidado en juergas y comilonas con amigos las enormes sumas [$ 100.000 pesos de 1955 equivalían a 39.840.64 dólares, unos 74 Millones de hoy] que la ESSO destinó a los sobornos de los constituyentes como pretendidas partidas de ayuda en obras de caridad, pero como los intereses políticos de la dictadura colombiana apuntaban a una denuncia contra la petrolera, los abogados de ésta aconsejaron a Mutis cometer una infracción que le llevara a la cárcel e impedir así su extradición, para lo cual se urdió la patraña de que el exiliado y perseguido intelectual había atropellado a una anciana y su nieto en una avenida mexicana, abandonando el lugar del crimen, siendo detenido y confinado en Lecumberri, sin proceso, por los quince meses que tardó en caer Rojas Pinilla.

Allí le visitaron, mientras intentaba calcar a Jean Genet en español, varios periodistas que han contado esta historia y sus abogados colombianos Argemiro Burgos y Alfonsito Lopez Michelsen, gran beneficiado e ideólogo de la maniobra político financiera de la Esso. La Junta Militar que reemplazó a Rojas se desentendió del asunto, pero sólo doce años después, en 1969, siendo Canciller López Michelsen durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, pudo regresar a Colombia. López Michelsen haría borrar todo vestigio de esta historia de los expedientes judiciales mexicanos con la ayuda de Antonio Carillo Flórez, el todo poderoso Secretario de Relaciones Exteriores de Gustavo Díaz Ordaz, [informante de Agencia Central de Inteligencia y cerebro de los asesinatos masivos de estudiantes durante la rebelión estudiantil mexicana], quien sería, además, director del Fondo de Cultura Económica en los años de la entronización de Mutis como poeta.

El resto de la patraña ya es literatura. Mutis recibió como premio a sus servicios y sus prisiones dos de los empleos más fabulosos que puede tener alguien en el mundo: un vendedor de películas de Hollywood aficionado a la poesía, pero protegido por el Center for Inter American Relations de Park Av., en New York. Y la boliviana Rosario Santos.

 

Siempre pensé –escribió García Márquez– que la lentitud de su creación era causada por sus oficios tiránicos. Pensé además que estaba agravada por el desastre de su caligrafía, que parece hecha con pluma de ganso, y por el ganso mismo, y cuyos trazos de vampiro harían aullar de pavor a los mastines en la niebla de Transilvania. Él me dijo cuándo se lo dije, hace muchos años, que tan pronto como se jubilara de sus galeras iba a ponerse al día con sus libros. Que haya sido así, y que haya saltado sin paracaídas de sus aviones eternos a la tierra firme de una gloria abundante y merecida, es uno de los grandes milagros de nuestras letras: ocho libros en seis años.

 

Tanto la llamada “poesía” como la “prosa” de Mutis son ejemplos flagrantes del arte de la sociedad de consumo. Un “arte” que vende el mejor de sus productos: el rechazo ramplón de lo que conocemos como modernidad, con sus ofertas de igualdad, libertad y fraternidad, consideradas por Mutis otras supersticiones de nuestro tiempo. Para él la literatura fue mera entonación o estilo, no comunicación. Heredero de la voz radial de Jorge Zalamea en sus traducciones de Perse, Mutis hizo de sus monodias presagio de la vacuidad, o como él prefiere llamarla: desesperanza.

Desde Los elementos del desastre (1952), Reseña de los hospitales de ultramar (1959) y Los trabajos perdidos (1964) el asunto fue lo mismo. Según José Miguel Oviedo “todos sus poemas revelan la misma actitud” pues animados por una idea fija, “todas las palabras empleadas en el fondo son iguales ya que es uno mismo el sentido que se les otorga…” Y agrega: “Mutis es uno de esos poetas que, a cualquier edad, escriban lo que escriban, dicen siempre lo mismo…” Cobo Borda ha descubierto, además, que “Un libro de Enrique Molina, Costumbres errantes o la redondez de la tierra, aparecido en 1951, manejaba los mismos tópicos de Mutis.”

Decadencia, soledad, ruina física y moral, trivia monárquica, abulia, pocilgas, camastros, mendrugos, trapos y errancia son las rutas y geografías que recorre sin descanso, como si se tratara de una emisión de noticias sociales o un desfile de modas de la decaída aristocracia del mundo de los rastaquouèr, [3] Maqroll El gaviero, sosías y único pretexto literario de Mutis. Todo ello singularizado en la abundancia y estruendo de los sonidos que emiten, rompiendo al tiempo la unidad de las imágenes, cafetales, techos metálicos donde retumban las lluvias, catres desvencijados que resisten la angustia de quien descansa en ellos, hoteles de puerto de mar o de tierra, trapiches, quebradas murmurantes, mujeres opulentas de baja o dilapidada condición, socavones de minas, frutas descomponiéndose por el horrendo calor que nos acosa por todas partes, viejos combatientes desamparados y perdidos, colegios, hospitales, prostíbulos, existencias depravadas, encuentros con indígenas, ríos de difícil navegación, etc.

Y como en las óperas de magia, o los baedeker [4] del turismo, el cambio de telón apenas deja sospechar un cambio de escenografía: Bengala, Riga, Lisboa, Nueva Orleáns, Tashkent, Akaba, Caucasia, Alaska, Trinidad, Jamaica, Spira, Amberes, Cocora, Paramaribo, Hamburgo, Cádiz, Belem do Pará, etc., todos los caminos llevan a lo mismo. Quien maneja los hilos del extático aventurero Maqroll, y el aventurero mismo, nunca conocieron las gratificaciones de la salud corporal, el diálogo y el entendimiento, sólo la peste del cuerpo y el monólogo. Para ellos, avezados protervos de la culpa ignaciana [“mirar mi fealdad y corrupción… llama y postema de donde han salido tantos pecados, maldades y ponzoña”], acaso apenas importe reflejar en los Otros y ¿el lector? su chorro de voz y la miseria de sus recuerdos.

Octavio Paz, reseñando Los elementos del desastre, resumió lucidamente ese mundo:

 

El paisaje espiritual y físico del Gaviero es insoportable de varias maneras. Enumeraré algunas: la precisión en el horror chabacano, la alianza del esplendor verbal y la descomposición de la materia, la descripción de una realidad anodina que desemboca en la revelación, apenas insinuada, de algo repugnante; la familiaridad con las imágenes desordenadas de la fiebre y, también, con las repeticiones del tedio y del aburrimiento; el gusto por las cosas concretas e insignificantes que, a fuerza de realidad, se vuelven misteriosas; la predilección por el encuentro de objetos cotidianos y vulgares en un escenario extraño, presencias que no dejan de producir escalofrío…

 

Fernando Charry Lara (1920-2004)

La obra poética de Fernando Charry Lara [Bogotá, 1920-2004] es exigua y con muchas ostensibles resonancias de sus poetas más amados: Arturo, Cernuda, Villaurrutia o Paz. En el prólogo que puso a sus poesías completas de 1989 dice que los primeros poemas que leyó y le impresionaron fueron de José Asunción Silva, las rimas de Bécquer y los simbolistas Georges Raymond Constantin Rodenbach y Albert Samain, que le aprehendieron “con su melancolía y su acento otoñal a quien desde una ventana solitaria se acompañó de la llovizna sobre viejos tejados o soñaba ciudades desconocidas más allá de la prodigiosa colaboración de los atardeceres bogotanos”. Una poesía mustia, desganada, casi ausente del mundo, o viviendo en un mundo de fantasmas donde los lugares y las gentes existen apenas merced a la piedad con que son mirados por el poeta, una poesía que pareciera la réplica vivaz de las pinturas de Edward Hooper, a quien Charry no admiró ni celebró nunca. Uno de sus poemas de su segundo libro, Los adioses (1963), sobre un par de cuerpos que yacen al lado de una carretera, es testimonio, casi el único en la poesía colombiana, de la violencia de los años cincuenta. Porque, como ha dicho Cobo Borda: “Esta poesía, que combatía con fervor el posible olvido de la dicha y de los cuerpos que la encarnaban con su jubilosa rebeldía ve surgir, en su trasfondo, las afrentosas siluetas de un país de sadismo y pesadumbre. Con razón Charry Lara habló de la crisis del verso en Colombia ante la magnitud del desastre no sólo ético o social sino humano sin adjetivos. Bestias exterminándose con sevicia”.


Doctor en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Nacional, Fernando Charry Lara fue director de la Radiodifusora Nacional y el Departamento de Extensión Cultural de la Universidad Nacional, miembro del consejo de redacción de Mito, Eco y Golpe de Dados y colaborador de diversas publicaciones. Ejerció el derecho en una compañía de productos lácteos. Fue miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua y miembro honorario del Instituto Caro y Cuervo. En el año 2000 ganó el Premio Nacional de Poesía José Asunción Silva y en el 2003, la Universidad de Antioquia le otorgó el Premio Nacional de Poesía. Tenía 73 años.

 

Olga Chams Eljach (1922-2009)

Una foto ha dejado a Olga Chams Eljach de siete años. Tiene una diadema de flores y un inmenso ramo de orquídeas en sus manos. Está sentada en un tapete, con largas medias tobilleras y su rostro no delata, ciertamente, que en su madurez sería ese ser adorable, que todos los que le conocieron, recuerdan en su casa del barrio Prado, sentada en una silla de mimbre, meciendo su frágil cuerpo en el cuadrado blanco y negro del piso, mientras desde el fondo tenue de las cortinas emanaba alguna melodía del romanticismo y ella mira al visitante con sus claros ojos, casi celestes y la miel de sus cabellos parecen ser su tenue y tierna voz que viene de la historia milenaria de los desiertos del mundo, con sus amables costumbres para hacer placida la visita del transeúnte. Todo evoca su poesía afligida de amores y mares, casualidades, descuidos, besos, soledades y llanto mudo.

Esa niña había nacido en Barranquilla y fue bautizada Olga Isabel Chams Eljach, hija de una pareja de libaneses, país donde fue con sus padres cuando tuvo nueve años, cruzando el Atlántico en barco. Hizo sus estudios de bachillerato en el Colegio Barranquilla para Señoritas y de Historia del Arte y Literatura en el Centro Dante Alighieri de Roma. Al cumplir sus quince años, la revista Vanidades, de La Habana, publicó sus primeros versos, donde usa un apodo que luego la perseguirá hasta nuestros días. Uno de esos poemas fue Vuelo:

 

Blancas gaviotas, hermanas

gemelas del alma mía;

si tuviere vuestras alas

bien lejos que volaría.

 

Con qué nostalgia infinita

os miro cruzar los cielos

y perderos sobre el mar…

igual que locos anhelos.

 

El alma tengo colmada

de sueños de lejanías.

Blancas gaviotas hermanas,

yo con vosotras me iría.

 

Si mi alma no fuese alma…

una gaviota sería…

 

donde ya aparecen varios de los rasgos que distinguirán su poesía y que le harán una excepción entre la legión de mujeres poetas que surgieron en América durante los años de la posguerra: imágenes de extremada sutileza, un alma que sueña con mundos lejanos y que quiere ser gaviota, o un viento que es un río de jazmines, o una mariposa que es la misma danza de los colores del verano.

Aún cuando pasó la mayor parte de su vida en Barranquilla y en su casa se reunieran a menudo los miembros de esa invención llamada Grupo de la Cueva (“La única mujer que considerábamos como parte del grupo era ella… Eran memorables las veladas en su casa con los escritores y artistas famosos que pasaban por la ciudad”, ha escrito García Márquez en sus memorias), por la frescura que trajo su obra en una hora cuando el piedracielismo hizo todos los estragos posibles e influyó de manera contradictoria tanto en los poetas como y mucho más en los narradores, Olga Chams Eljach debe ser considerada parte de la generación de Mito. Charry Lara y Chams Eljach son dos de las variantes del grupo que más prologan las tradiciones hispanas de la poesía de ese tiempo: lejanía de la experimentación e iconoclasia de los vanguardismos, matización de las tradiciones clásicas desde hondas miradas a la intimidad, nova et vetera. Así parece haberlo intuido Gabriel García Márquez en 1951 cuando escribió que en la poesía de Chams Eljach “el dominio del instrumento se ha purificado progresiva y sistemáticamente a través de sus libros dando a (ella) una posesión de su claro universo interior y le ha permitido rescatar, de su estado de alma, la correspondencia intima del mar exterior que ella tanto ama, de las golondrinas que tanto persigue, del amor que tanto la alegra y le duele en una dimensión diferente de las conocidas, y sólo de ella”. Y precisamente y por igual sus libros han recibido los encarecimientos entusiastas de Ramón Vinyes, Eduardo Zalamea Borda, Helcías Martán Góngora, Javier Arango Ferrer, Andrés Holguín, Fernando Charry Lara, Cobo Borda, Helena Araújo, o Nayla Chehade, quien ha dicho de la obra de la poeta de Barranquilla:

 

Voz de aliento inquebrantable, siempre fiel a si misma, Olga Chams Eljach a través de su poesía tiene la virtud de producir ese estado poético que según Valery hace del lector un inspirado que busca y encuentra en la poesía la causa maravillosa de su maravilla.

 

Olga Chams Eljach cuidó por más de treinta años los libros de la biblioteca que hoy lleva su nombre. Y ha recibió numerosos reconocimientos por su obra, entre ellos un Doctorado Honoris Causa en Letras de la Universidad del Atlántico, la Medalla Gran Orden del Ministerio de Cultura, la Medalla Simón Bolívar del Ministerio de Educación, el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia y la Orden de la Democracia del Congreso. Fue miembro de la Academia Colombiana de la Lengua desde 1989, del Centro Artístico de Barranquilla, de la Comisión Interamericana de Mujeres, del Club Zonta Internacional de Mujeres Profesionales y Ejecutivas y de la Sociedad de Mejoras Públicas.

 

Jorge Gaitán Duran (1924-1962)

 

Jorge Gaitán Durán, escribió Rafael Gutierrez Girardot en 1989, sucumbió en su patria bajo las contorsiones provincianas de esa versión banalizadora, miserable y tardía de un viejo y esencial problema de la cultura occidental, el nihilismo, que en Colombia se llamó Nadaísmo y cuyo contenido se redujo a gestos. Frente a estos revolucionarios fomentados por el periódico El Tiempo, su obra significa precisamente el intento de recuperar y asimilar para su patria esa ilustración que fue sofocada secularmente por el catolicismo contra reformista de la herencia española y sus pacatos continuadores en Colombia.

 

Con sus escasos treinta y siete años, JGD fue sin duda uno de los más notables intelectuales de la lengua en el siglo pasado. Y quizás el único nacido en Colombia que puede contrastarse sin desmerecimientos con sus pares, americanos y peninsulares, como Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, el brasileño Ferreira Gullar o el venezolano Juan Liscano. Hijo de un ingeniero de ferrocarriles y de una rica terrateniente, nació en Pamplona, donde hizo sus estudios de primaria en un colegio de señoritas de Cúcuta y el bachillerato en el Colegio Sagrado Corazón de los Hermanos Cristianos.

 

Yo tenía quince años en 1940, escribió en 1959. [5] Durante los cinco años que siguieron fuimos lo que la guerra quiso. No alcanzamos a ponernos el uniforme, pero la propaganda modeló nuestra imagen del mundo. No volvimos del frente cojos o ciegos, pero en tan decisiva etapa de la formación de un hombre, nuestro horizonte ético y estético se redujo a libros, películas, conversaciones, conferencias, lecciones, cuyo único objetivo era la victoria. Necesariamente nuestras concepciones de la sociedad, de la literatura o del amor resultaron esquemáticas, convencionales, sentimentales. Trabajo nos costó desprendernos de ese lastre. Nos correspondió el aspecto más mediocre –también el menos peligroso corporalmentede la pavorosa contienda. Quizá esto explique que nuestra primera reacción literaria fuera una poesía desengañada y melancólica y nuestra primera reacción política y social una desconfianza un poco fúnebre ante cualquier orden establecido. […]

 

En 1941 se inscribió en Bogotá en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional y pasó allí un año, al lado de su amigo Eduardo Ramírez Villamizar, el más grande escultor que ha tenido Colombia. De allí fue a la Universidad Javeriana para estudiar derecho y comenzó a escribir sobre cine, pintura, arte y literatura en diarios como El Tiempo, El Liberal o la Revista de las Indias donde celebra la obra de sus contemporáneos Alejandro Obregón, Ramirez Villamizar o Lucy Tejada, mientras departe con Fernando Arbeláez, Hernando Tellez o León de Greiff en los cafés Asturias, Fortaleza y Automático, las verdaderas escuelas literarias de entonces. Durante los sucesos del 9 de abril participa en el levantamiento tratando de orientar al pueblo en la lucha y tiene luego que esconderse por varios días hasta que logra llegar a Cúcuta donde es protegido por amigos de su familia. Al año siguiente regresa a Bogotá y luego de algunas actividades partidistas decide viajar a París donde hace estudios de cine, se casa con Dina Moscovici, viaja por varios países europeos, por Rusia y China, donde vio a Mao Zedong en persona ante doscientas mil personas en la Plaza del Pueblo.


En junio de 1954, con treinta años y con Gustavo Rojas Pinilla en el poder, regresa a Colombia. Dos meses después [agosto 29] escribe a Eduardo Cote Lamus, retratando la Bogotá y el país de entonces y quizás de siempre:

 

La selva es Bogotá. Acabo de regresar de allí. Vengo deprimido. Sólo ahora comprendo las tonterías que hice al regresar de Europa. En Cúcuta se está dentro de una atmósfera nacional. El país con todos sus defectos y cualidades. Bogotá es una atmósfera asfixiante, donde el chisme, el chiste y el trago impiden toda actividad humana verdaderamente digna. Tú recuerdas cuántas críticas hice al ambiente cultural de España; pues bien, el de Bogotá es aun inferior: conformismo, ignorancia, petulancia que se cree talento. Naturalmente hay dos o tres personas con las cuales se puede conversar provechosamente. Conclusión: si no tienes disposición de explorador, quédate allá lo más posible.

 

El primer número de Mito apareció en abril de 1955. A mediados del año siguiente regresa a Europa, pero para 1957 ya está de nuevo en Colombia luchando por la democratización del país y así de manera intermitente permanece, unas veces en el país, otras en España o en Francia, hasta cuando en 1962 muere en el accidente de un avión de Air France durante una maniobra de la nave en Point-à-Pitre. Gaitán Durán fue sepultado en Cúcuta el 29 de junio de ese año. Con el fallecía toda una generación de colombianos que nunca pudieron cambiar su país y fueron sometidos a diversos tipos de vejámenes, desde los ministerios que aceptaron a los gobiernos del Frente Nacional donde hicieron todo lo contrario de lo que habían soñado, como es el caso de Pedro Gómez Valderrama, ministro de gobierno y educación de Guillermo Valencia e ideólogo de los bombardeos a Marquetalia, Riochiquito y Guayabero que condujeron a la creación de las llamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC o Indalecio Lievano Aguirre al servicio del avieso gobierno de López Michelsen o Álvaro Mutis, encarcelado en Lecumberri por sus extrañas maniobras y manejos de dineros a favor de las empresas imperialistas que controlaban el petróleo, o el triste destino de Valencia Goelkel y Charry Lara, silenciado el uno para siempre o plegados a los intereses torvos de Eduardo Carranza, o mendigando cuotas burocráticas y viajes para sí y sus hijas en los ministerios de exteriores o en esa cosa horrenda que se llamó Colcultura. Para no hablar de otros que envejecieron en cargos diplomáticos o adivinando el futuro y las suertes a presidentes, etc. Las malas jugadas del destino, o de los obstinados dioses, como escribió Valencia Goelkel en uno de los homenajes que hizo a su amigo.

Como se sabe, más que poeta, Gaitán Durán, fue un intelectual, es decir un político. Uno que trabajando con la inteligencia tendría la responsabilidad, son sus palabras, [6] por sus semejantes, mediante el ejercicio de una conciencia alerta para protestar y denunciar aquellos actos u omisiones que los sin voz no pueden levantar ante el mundo. Un ejercicio de la libertad que podía darse porque nada le debía a nadie.

 

No le debo favores a nadie; no dependo de ningún partido, de ninguna secta; no acepto jefes, ni índex de ninguna clase; –escribió en La revolución invisible– no pueden asediarme económicamente, no pueden aniquilarme éticamente, no pueden impedirme que escriba, ni mucho menos que piense; leo lo que quiero, estudio, observo e intento con obstinación comprender ciertos panoramas políticos y sociales, ciertas pasiones humanos. No soy un inconforme profesional: creo apenas que la fuerza de una posición no proviene del desprecio, ni siquiera del talento o de una adhesión ideológica, sino de la independencia y de la conciencia.”

 

Y si su obra literaria es una de las más bellas contribuciones de colombiano alguno al caudal de la lengua fue por un azar del destino. Gaitán Durán imitó durante su juventud, o primera juventud, los tonos y quizás hasta los motivos del piedracielismo carrancista, a quien extrañamente admiraba. Pero luego, cuando pudo conocer la literatura francesa de su tiempo y en espacial a Camus, los cuadernos fueron su principal ocupación y del ejercicio de esas reflexiones saltó a la poesía verdadera, así también esté manchada por ideologismos como la lucha facciosa y muy francesa entre eros y thanatos. Gaitán Durán y su amigo venezolano Juan Liscano pusieron de moda entre nosotros ese sentimiento que acerca el vivir a plenitud a la muerte, al morir. Así lo ha sostenido también Gutiérrez Girardot:

 

Dentro de la poesía de lengua española de los años cincuenta que por su acento político se llama comprometida, la de Gaitán Durán constituye una excepción del mismo modo como lo es dentro de la poesía hispánica llamada erótica. Y esa excepción se funda precisamente en la liberación de Eros de las cargas morales y dogmáticas que lo convirtieron en pornografía y obscenidad como también en la liberación de la política de las cargas igualmente moral-dogmáticas que la convirtieron en principios abstractos y finalmente antihumanos.

 

Pero Gaitán Durán y Liscano no estaban solos. En Barcelona, por los tiempos de la creación de Mito, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y Agustín Goytisolo estaban empeñados en escrituras similares. Sin olvidar que otro de los grandes poetas del cincuenta vivía en Bogotá y fue publicado en las ediciones de Mito: José Manuel Caballero Bonald.

Poeta de la existencia, es decir, de la consunción de la muerte a través de la vida, sus mejores poemas están reunidos en libros como Asombro, Amantes y Si mañana despierto.

 

Mi obra, dijo a Cecilia Laverde en una entrevista para Lecturas Dominicales de El Tiempo, el 22 de mayo de 1960, afirma simplemente que el hombre debe saber a todas horas que va a morir, lo cual conduce a que el erotismo sea, como la poesía, el único instante en que podemos pulverizar una historia implacable.

 

Fernando Arbeláez (1924-1995)

Desde muy joven y recién llegado a Bogotá de la distante Manizales, donde había nacido, Fernando Arbeláez gozó de una aureola de niño prodigio entre los contertulios de los cafés que frecuentaban los poetas de los años cuarenta. Tanto así, como para que la revista Semana, dirigida por Hernando Téllez, le colocara en la portada de uno de sus números [El lío de los poetas, Bogotá, 2 de abril de 1949] dedicados a los jóvenes escaldos, a quienes llamaban Cuadernícolas, por el formato con que habían publicado algunos de sus libros. En esa edición y en las páginas interiores aparecían los otros entrevistados: Charry Lara, Mutis, Andrés Holguín, Gaitán Durán, Maruja Viera, Omer Miranda, Guillermo Payan Archer y Jaime Ibáñez.

Arbeláez, al parecer de origen muy humilde, quiso de niño ser bombero, pero a los doce años luego de estudiar latines y griego en el Seminario Conciliar de su pueblo quiso ser poeta debido a la fascinación que su mente sentía por la medida y combinación de metros y versos, en un mundillo medieval de formas sacramentales donde lo misterioso e invisible colocaba la poesía en una dimensión religiosa y trascendental, a la cual solo parecía poder acceder mediante la inspiración o la consustanciación con las musas. Entrado en la pubertad, a los catorce años abandonó el seminario para intentar terminar sus estudios en el Colegio de Cristo de los hermanos maristas, de donde salió sin graduarse para fungir de maestro de escuela, trabajar en un laboratorio de productos farmacéuticos o vender tractores en municipios del bajo Magdalena y desde allí ir a la capital para hacerse abogado, profesión de nunca ejerció.

Una vez en Bogotá, su destino literario quedó cifrado. El Café Asturias se convertiría en su templo de Apolo, en una década, la de los años cuarenta, cuando León de Greiff, desde el fondo del café regía un mundo por el cual desfilaban Eduardo Carranza y Jorge Rojas [“Se querían como dos hermanitos… como Caín y Abel”], los “revolucionarios” de Piedra y cielo, con su beatería por el barroco y sus tibios exámenes de las falsas tradiciones capitalinas y Alberto Ángel Montoya, a quien admiró en su juventud, atendía casi ciego a una tertulia donde sus amigos celebraban sus paradojas y boutades sobre la ordinariez de la vida bogotana. En esa cátedra de la poesía Arbeláez oyó hablar a Jaime Tello de sus traducciones de Joyce, de marxismo y comunismo a Luis Vidales y se deslumbró con las ocurrencias de Vidal Echavarría, el único surrealista que ha tenido Colombia:

 

No sabía qué era el Surrealismo, escribió Arbeláez en La escuela de la noche, [7] pero estaba convencido que Vidal Echavarría era su encarnación real y verdadera. Con su afro cobrizo y un suéter alto de color violeta, su aspecto era una protesta ambulante y naturalmente peligrosa dentro del ambiente circunspecto y tradicionalista de los <<cachacos>> de entonces. Alegaba tener correspondencia directa con Jean Cocteau y exhibía unas cartas suyas que nunca nos atrevimos a discutir. Era dibujante y acuarelista de unos paisajes dalinianos que el abogado Rodrigo Jiménez Mejía consideraba extraordinarios y, pensando en el valor que tendrían en el futuro, le compraba sin discutir mucho su precio. Lo que a mí me acongojaba era la destrucción de la cultura en la que estaba comprometido, pero no dejaban de conmoverme sus veloces ambulancias negras conduciendo miles de ángeles heridos.

 

Su amistad con los Nuevos, en especial con Jorge Zalamea a quien oyó recitar una noche La prosa del transiberiano y la pequeña Juana de Francia, y su vínculo con los de Mito, en cuyo primer número publicó la traducción de un poema de Perse, le llevaron a la poesía de Pound y Eliot a quienes admiró con fervor. más adelante ocuparía diversos cargos burocráticos, uno de ellos como director de extensión cultural del ministerio de educación bajo el gobierno de Valencia y el ministro Gómez Valderrama, cuando publicaron la obra de Arturo, Charry Lara y el Canto llano del propio Arbeláez. Otra de sus empresas memorables fue traer por primera vez a Colombia a Jorge Luís Borges, a quien acompañó en Bogotá, Medellín y Cartagena. Arbeláez sería después diplomático en Suecia y viajaría, gracias a varias becas y bolsas de estudio, por el oriente, hasta que terminó viviendo en un suburbio de Washington y desempeñándose como bibliotecario del Banco Interamericano de Desarrollo. A finales de los años ochenta regresó a Colombia, donde gozó de la amistad y del afecto tanto de sus compañeros como de la nueva generación.


La obra poética de Arbeláez está reunida en unos pocos volúmenes y responde, tanto por sus intereses como por sus maneras expresivas, a las supersticiones y credos literarios de su tiempo: un escepticismo torturante acerca de la eficacia del lenguaje para comunicarse entre los hombres y otra no menos incredulidad ante la inasible realidad, tanto ideológica como histórica. Eliot y Joyce, a quienes hay que agregar, a medida que crecía como poeta, una incontenible fascinación por las tesis del taoísmo y otras doctrinas orientales. Escribir, para Arbeláez, era una suerte de trance y rito mágico mediante el cual estamos ante la inminencia de una secreta revelación que nunca aparece, una búsqueda zen hacia lo arcano y distante. Lo que nos conduce a una segunda premisa de su temática, el poema como un acto de mendicidad incesante por lo absoluto. etc., etc… Un sincretismo donde creencias, ideologías, ciencia, libros, arquitectura, cuadros, tecnología hallan lugar para crear ese compuesto de variedades supersticiosas que llamaron modernidad y originalidad. El Diadoco es un mapa de criptografías y sorpresas eruditas, donde a varias voces se recrean los fastos y las tragedias del ayer como signo del presente.

 

Un afán de grabar, dice Cobo Borda, en la estela de mármol ese contrapunto que va desde la legendaria Helena hasta los cambios de temperatura que una pareja experimenta entre los pórticos atenienses. Estrofas que parecen encerrar un enigma donde los dioses e imperios vuelven a reanudar tanto su ciclo inmemorial como la punzante fuerza con que ellos marcan en cada ser humano su temblor mítico su aura de leyenda. El poeta recuerda a Odiseo y se embarca de nuevo. La poesía es su nave…

 

Allí, frente al mar Egeo, las ruinas proyectan una teogonía homérica entre los olivares y las playas y el erotismo es paliativo de la muerte, como sucede también en algunos de los poemas de Gaitán Durán y Liscano.

 

Circuida de niebla y desvelo, la poesía de Arbeláez, sostuvo Fernando Charry Lara, aparece como un amanecer urbano por cuyas desiertas esquinas se entrecruzasen, sonámbulos, los fantasmas del símbolo y la reali­dad. Es poesía de sugestiones intelectuales que quisiera empren­der una exploración del universo valiéndose de su sola capacidad imaginativa. La acompañan, luego, la historia y los viajes.

 

Elementos que quizás estén resueltos en uno de sus poemas capitales, El viejo de la ciudad, que recrea la parábola vital de Kavafis, el poeta de Alejandría, de quien Arbeláez fue, si no nos engaña la historia, el primer traductor al español.

 

Gabriel García Márquez (1928-2014)

Hijo de un telegrafista y la hija de un coronel que participó en la Guerra de los Mil Días (1899-1903), Gabriel García Márquez (Aracataca, 1928), por causa de la pobreza fue criado por una tía de su madre, Francisca Simodosea, asediado por los recuerdos de sus parientes. Al morir su abuelo le llevaron a Barranquilla a concluir la primaria y gracias a una bolsa de estudios en Zipaquirá, un remoto pueblo de los Andes, se graduó de bachiller mientras se intoxicaba con la más horrenda poesía que declamaban los colombianos de entreguerras y “Javier Garcés” escribía sonetos piedracielistas:

 

Si alguien llama a tu puerta, amiga mía,

y algo en tu sangre late y no reposa

y en tu talle de agua, temblorosa,

la fuente es una líquida armonía.

 

Si alguien llama a tu puerta y todavía

te sobra tiempo para ser hermosa

y cabe todo abril en una rosa

y por la rosa se desangra el día.

 

Si alguien llama a tu puerta una mañana

sonora de palomas y campanas

y aun crees en el dolor y en la poesía.

 

Si aun la vida es verdad y el verso existe.

Si alguien llama a tu puerta y estás triste,

abre, que es el amor, amiga mía.

 

Luego asistiría a ciertas clases de derecho en la Universidad Nacional, pero el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y las persecuciones desatadas el 9 de abril de 1948 le llevaron a Cartagena de Indias, los veinte meses que trabajó a las órdenes de Clemente Manuel Zabala (San Jacinto, 1921-1963), un radical que había sido secretario del general Benjamín Herrera y delegado a congresos obreros, y quien parece le enseñó los rudimentos del periodismo moderno. En esa Bogotá de hielo y desolación, sólo la poesía le había acompañado:

 

Cuando terminé el bachillerato y me fui Bogotá, confesó a J.G. Cobo Borda en 1981, mi diversión más salaz era meterme en los tranvías de vidrios azules que por cinco centavos giraban sin cesar desde la Plaza de Bolívar hasta la Avenida de Chile, y pasar en ellos esas tardes de desolación que parecían arrastrar una cola interminable de muchos otros domingos vacíos. Lo único que hacía durante los viajes de círculos viciosos era leer libros de versos y versos y versos, a razón quizá de una cuadra de versos por cada cuadra de la ciudad, hasta que se encendían las primeras luces en la lluvia eterna, y entonces recorría los cafés taciturnos de la ciudad vieja en busca de alguien que tuviera la caridad de conversar conmigo sobre los versos y versos y versos que acababa de leer. A veces encontraba alguien, que era casi siempre un hombre, y nos quedábamos hasta pasada la medianoche tomando café y fumando las colillas de los cigarrillos que nosotros mismos habíamos consumido, y hablando de versos y versos y versos, mientras en el resto del mundo la humanidad entera hacía el amor.

 

En Barranquilla, donde vivió cuatro años, conoció a Cecilia Porras, la pintora y compañera de Jorge Child que pagaría, y diseñaría, la edición de La hojarasca, su primera novela. De vuelta a Bogotá, en 1955 El Espectador le envía como corresponsal a Europa, pero prefiere matricularse en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma. A finales del año va a París y escribe, en una buhardilla de la Rue de Cujas en el Barrio Latino, El coronel no tiene quien le escriba (1958). Después de hacer un viaje por los países comunistas, con el triunfo de la Revolución Cubana es nombrado corresponsal de la agencia de prensa del nuevo gobierno en Bogotá y en 1961 va a New York como corresponsal de la misma. Renuncia al cargo y viaja a México donde redacta Cien años de soledad, que aparece en Buenos Aires (1967) y recibe el premio Rómulo Gallegos (1972). Un año antes había sido investido con un Doctorado de la Universidad de Columbia. Se traslada a Barcelona donde vivió entre 1967 y 1975. En 1982 recibe la Legión de Honor del gobierno francés y el Premio Nobel de Literatura.

Amigo de notables políticos de su tiempo [Alfonso López Michelsen, Alberto Lleras Camargo, Omar Torrijos, José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, Adolfo Suarez, Daniel Ortega, Ricardo Lagos], [“el poder absoluto es la realización más alta y más completa del ser humano, y por eso resume a la vez toda su grandeza y toda su miseria”] al cumplir 80 años y luchando contra un cáncer linfático, Belisario Betancur, presidente de Colombia durante el holocausto del Palacio de Justicia, el terremoto de Popayán, el comienzo del exterminio de la Unión Patriótica y la desaparición de Armero con cientos y millares de muertos, quien, junto a Olaf Palme, Felipe González, Fidel Castro y Pablo Neruda le postularon al Nobel, las Academias de la Lengua y el gobierno de Colombia ofrecieron en Cartagena de Indias una fiesta en su honor, a la que asistieron entre otros cientos de adeptos, los Reyes de España, Bill Clinton, Carlos Fuentes, Álvaro Uribe Vélez, Tomás Eloy Martínez, Víctor García de la Concha, César Antonio Molina, Fito Páez y Carlos Vives.

El asunto central de Cien años de soledad (1967), su más conocido poema, es la incomunicación. En Macondo, tierra de lo posible, no existe la solidaridad y trato entre los hombres. Macondo es una Arcadia donde triunfan la muerte y la violencia. Un pueblo habitado por sabios aislados y vidas anacrónicas cuyos símbolos vivos son José Arcadio Buendía, el vidente atiborrado de proyectos que termina junto a su difunto enemigo Prudencio Aguilar; Úrsula Iguarán, que confunde el presente y el pasado y es una muñeca que divierte a sus tataranietos, abandonada por la realidad de la que había sido su único médium; Aureliano Segundo que despilfarra su vida y la de su concubina mientras cubre con billetes de banco las paredes de las habitaciones, bebe ríos de brandy y baila, hasta la misma vejez, una eterna cumbiamba que apenas apacigua el diluvio universal; Remedios, la bella, que vaga por el desierto de la soledad hasta cuando asciende en cuerpo y alma al cielo; Meme, muda desde el día que su madre la llevó a un convento de tierra fría para que diera a luz el hijo de Mauricio Babilonia, y Aureliano Babilonia, un adolescente que ignora el presente pero sabe todo sobre el hombre del Medioevo. El amor, al final de la novela, derrota la soledad cerrando el círculo maléfico del incesto, maldición y destino de la familia.

Pero quien ha narrado la historia es el coronel Aureliano Buendía, que entre los avatares de las guerras compone en versos rimados sus encuentros con la vida y la muerte [“Los escribía en los ásperos pergaminos que le regalaba Melquiades, en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todos aparecía Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios en la callada respiración de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas, Remedios en el vapor del pan al amanecer” ] y ya cerca del final, quema, con el baúl de los poemas “la historia misma de la familia, escrita por Melquiades, hasta en sus detalles más triviales, con cien años de anticipación. La había redactado en sánscrito, que era su lengua materna, y había cifrado los versos pares con la clave privada del emperador Augusto, y los impares con claves militares lacedemonias”, porque gracias al misterio de la poesía “no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres, sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante”.

Otro de sus grandes poemas es El general en su laberinto (1989), un sentimental viaje de horror hacia la muerte. Aquí el agonista es un virtuoso abatido por el destino contra quien no solo conspiran los hombres sino la enfermedad de su siglo: la tuberculosis. El cuerpo, las lluvias, el calor, la ropa, el sol implacable hacen más feroces los efectos del que recorre el orbe. Quien lee, sabe qué va a suceder y sólo continúa por placer. Un placer que termina en llanto y dolor. La utopía vuelve a ser el eje central de ésta como en ese Macondo donde las cosas hubo que fundarlas porque carecían de nombre y José Arcadio Buendía persigue el progreso y los secretos de una alquimia, que conducen, ineludibles, al fracaso. Los esfuerzos del General Bolívar, el Coronel Buendía y José Arcadio terminan mal. Como en la gran poesía del mundo, todo está condenado al fracaso, a una ruina de los ideales.

El general en su laberinto fue la culminación de una saga sobre los estragos de la soledad del poder, el amor y el absurdo de la gloria que había comenzado con El coronel no tiene quien le escriba, la historia del viejo militar que sin tener con que comer libra su última batalla por la vida de un gallo, prolongada en Aureliano Buendía y sus treinta y dos batallas perdidas en Cien años de soledad, y el viaje hacia los tenebrosos dispositivos del totalitarismo en El otoño del Patriarca, porque como había consignado en su gran novela:

 

todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

 

Eduardo Cote Lamus (1928-1964)

Aun cuando nació en Cúcuta, en el seno de una familia de ricos propietarios de tierras, Eduardo Francisco Cote Lamus pasó su niñez en Pamplona donde hizo la primaria y el bachillerato en el Colegio Provincial San José, durante los años finales de la República Liberal vapuleada día a día por Laureano Gómez, uno de los líderes políticos más reaccionarios y violentos que conociera Colombia y a quien Cote Lamus veneró en su temprana juventud política, cuando en Pamplona creó comandos juveniles de estudiantes, obreros y mujeres y daba conferencias divulgando las ideas y directrices de los jefes de su partido, participando sin desvelo en la campaña que llevó a la presidencia a Mariano Ospina Pérez, el 2 de Mayo de 1945, derrotando a los liberales Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay.

Cote Lamus terminó su bachillerato en 1946 y gracias a sus vínculos con los jefes conservadores pudo ingresar sin mayores tropiezos, primero a la Universidad Javeriana y luego al Externado para adelantar estudios de derecho, pero el mejor acontecimiento de su vida en esos años fue la amistad que entabló con Gilberto Alzate Avendaño, de cuyo grupo hizo parte hasta la muerte del caudillo. Sus colaboraciones en los diarios del alzatismo fueron frecuentes y doctrinarias, siempre bajo la impronta del llamado pensamiento autoritario bolivariano, como puede leerse en las virulentas crónicas semanales que hizo para Eco Nacional, donde apodaba a don Baldomero Sanín Cano como “Baldosín” y a sus seguidores “Baldosineros”.

En 1950 con una beca de Cultura Hispánica, la agencia colonial del franquismo, viaja a España donde se diploma en Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca y donde recibe, en 1953, un premio “A la joven literatura” por Salvación del recuerdo, uno de los dos peores primeros libros de poemas, según Juan Gustavo Cobo Borda, [8] que haya escrito colombiano alguno.

 

Era un joven de 23 años, dice María Mercedes Carranza, delgado, con un rostro extraño en el cual dominaban los ojos decididamente oblicuos, achispados, y la breve y aguda perilla que se movía puntualmente al compás de su hablar atropellado, con dejos de tartamudez. Pasaba las penurias económicas de los estudiantes e incurría en una bohemia que hizo su historia en el Madrid en entonces: aun hoy hay quienes recuerdan su asombro cuando supo que una copa de brandy valía apenas dos pesetas y decidió comprar todas las existencias del bar donde se encontraba, lo hizo cerrar y con los desconocidos parroquianos que allí había se lo bebió, gastándose así los viáticos que su padre le había dado para los primeros meses en el exterior.

 

 En Madrid, Cote Lamus frecuentó la casa de Vicente Aleixandre, conoció a varios de los poetas de la llamada Generación del Cincuenta, a Alfonso Costafreda, José Manuel Caballero Bonald y José Ángel Valente, que frecuentaban su domicilio de la calle Donoso Cortés 78, cuarto izquierda, y en el bar de Cultura Hispánica a tres grandes poetas y peligrosos bebedores nicaragüenses José Coronel Urtecho, Ernesto Mejía Sánchez y Carlos Martínez Rivas, con quienes leyó a los poetas de expresión inglesa, en especial a T.S. Eliot y sus largos poemas sobre la vida contemporánea, que luego imitaría en Estoraques.

En 1953 estuvo en Glasgow durante unos meses en el cargo de cónsul y luego, con el mismo rango, en Frankfurt, donde vivió tres años. En 1957 regresó a Colombia. A1 año siguiente casó con Alicia Baraibar y dio comienzo a su carrera burocrática: secretario de Educación, representante a la Cámara, senador y gobernador de Norte de Santander. Murió la madrugada del 3 de agosto de 1964, en un lugar llamado La Garita, cuando se disponía a renunciar a la gobernación del departamento para asumir el cargo de Ministro de Educación del gobierno de Guillermo Valencia, que acababa de nombrar como su primer embajador en Moscú al titular de la cartera, Pedro Gómez Valderrama.

Debido, quizás, a sus éxitos como político, Cote Lamus gozó de un enorme prestigio como poeta y fue celebrado por no pocos amigos y seguidores. Pero lo cierto, es que la poesía y la literatura, como sucede a menudo en Colombia, fue para Cote Lamus una actividad secundaria, que daba lustre a sus conquistas y ambiciones políticas. Y aún cuando todavía se insista en celebrarlo como poeta, mejor será decir que si se editaran y divulgaran sus discursos políticos, se haría evidente como su oratoria se había nutrido con eficacia de la poesía. Lo mejor de su obra está en varias de las intervenciones que hizo en la Cámara y el Senado, ya fuera para defender a Rojas Pinilla de los ataques de Mario Latorre Rueda y Alejandro Galvis Galvis, o reivindicar las ideas del movimiento alzatista llamado Frente Civil, o para atacar a las facciones integrantes del Frente Nacional: “Vamos a continuar diciéndole al país que esta forma de abuso capitalista, propiciado por las clases oligárquicas de los partidos liberal y conservador, hará crisis de un momento a otro, y Dios quiera que encuentre alguna fuerza organizada”, o el debate contra las torturas del Servicio de Inteligencia Colombiano el 3 de agosto de 1959 etc.

Como animal político que era, Cote Lamus no conoció ni pretendió recibir el don de la inspiración o el duende o la voz del más allá que incita al poeta a dar cuerpo al poema, a poner su carne y su voz al servicio de las divinidades del arte. Lo que hubo en él fue premeditación, cálculo. De allí que toda su obra, desde sus primeros libros hasta los últimos, se parezcan a algo o a alguien. Cote Lamus dedicó buena parte de su tiempo en España a estudiar las retóricas, preceptivas y técnicas de construcción de la poesía contemporánea y de ello hay muestra fehaciente en su obra. Sus poemas están recargados de los efectos que hicieron celebres a Eliot, a Pound y por supuesto a Aleixandre, el incomprensible y fatigoso. Una pululación de anécdotas, un mucho de así era, aquí fue, allí estaba, caminar a la derecha, ir más allá, noches de Glasgow, de Berlín, de Madrid, y con una desfachatez inaudita, todo lo peor y más perecedero de la “teoría hidráulica del mundo” de Eliot, por no decir que el plagio mismo de Eliot. “Una obra plagada de defectos” como dijo de La vida cotidiana, su amigo y compadre ideológico Valencia Goelkel. “Una poesía, como ha dicho acertadamente Ariel Castillo Mier, artificial, llena no sólo de ecos, sino de voces, ajenas, heterogéneas (de Barba a Vallejo, de Arturo a Aleixandre), que se oyen alto; una poesía abstracta, negada para la imaginación visual, en la que el hablante lírico importa e imposta el tono y simula una falsa sabiduría, y, raras veces, habita un ámbito concreto.”

 

NOTAS

1. A poco llegar, en una refinada oficina de Polanco –uno de los barrios de más caché de la capital mexicana–, una secretaria nos condujo ante el elegante narrador de Los intocables, gerente de la Columbia Pictures y la Twentieth Century Fox para América Latina: el poeta Álvaro Mutis, quien se acercó sonriente con la mano extendida a saludar a otros de los tantos aprendices de letras que solíamos buscar sus palabras y solidaridad. Íbamos a pedirle apoyo para las Primeras Jornadas Culturales de Colombia, organizadas por el Taller Literario Porfirio Barba Jacob. Ó., le solicitó colaboración para su tesis de maestría sobre su obra y F., le pidió un contacto con García Márquez. Con generosidad comentó la empresa, habló de la promoción cultural, de literatura, de Colombia y México, nos dio nombres y teléfonos, y después iluminó con sus versos, sus festivas anécdotas y sus carcajadas los recintos de la UNAM y la Galería Domecq.

Ante la inquietud sobre su desenvoltura en el mundo de los números y las letras, Mutis nos explicó con gran sinceridad y sencillez que él, desde muy joven, había decidido no pasar necesidades, como Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó; que la lógica de los negocios era muy simple: alguien compra en dos para vender en cuatro y quien compra en cuatro vende en ocho; y que separaba escrupulosamente los dos mundos, sin pretender sacar provecho de su condición.

La generosidad del maestro también se manifiesta en el universo gobernado por los números: Eduardo García Aguilar recuerda que lo invitaba a él y a otros escritores en socráticos recorridos por su cava, cantinas y restaurantes, y el pintor Santiago Rebolledo cuenta que una vez charló toda la noche con su novia, de México a Italia, y que ante la inminencia del corte del teléfono el poeta pagó la cuenta muerto de la risa. [Mario Rey, Mutis el maestro, en La Jornada Semanal, México, 25 de agosto 2013.]

Lo que más aprecié desde siempre es su generosidad de maestro de escuela, con una vocación feroz que nunca pudo ejercer por el maldito vicio del billar. Ningún escritor que yo conozca se ocupa tanto como él de los otros, y en especial de los más jóvenes. Los instiga a la poesía contra la voluntad de sus padres, los pervierte con libros secretos, los hipnotiza con su labia florida, y los echa a rodar por el mundo, convencidos de que es posible ser poeta sin morir en el intento. [Gabriel García Márquez, en Homenaje al amigo, El País, Madrid, 16 de diciembre de 2001.]

2. Investigadores de la Universidad Nacional lograron establecer en 2013 que José Celestino Mutis no rindió cuentas, a la corona española, de los 250.000 pesos para la Expedición Botánica. José Antonio Amaya y James Vladimir Torres analizaron alrededor de 7 mil documentos de la época que reposan en el Archivo General de la Nación. Para Torres, “el estatus con que contaba Mutis era una novedad dentro del Estado borbónico, pues no solo se le otorgó autonomía financiera, sino también científica. Además, se le permitió tratar de institucionalizar la ciencia en el Reino conformando un centro científico”. “La única vez que un funcionario del Virreinato se atrevió a insinuar que él debía entregar cuentas del dinero, Mutis argumentó que sus actividades eran secretas y que sobre estas informaba personalmente al Virrey o al Rey”, cuenta el docente de la U.N.

3. Un rastaquouère est, essentiellement au XIXe siècle, un personnage exotique étalant un luxe suspect et de mauvais goût. Terme d'origine hispano-américaine (rastracuero), il est employé, dès 1880 pour qualifier des parvenus. Formé du verbe espagnol (ar)rastrar (ratisser, traîner) et du nom cueros (cuirs, peaux), il désigne au départ des tanneurs ou des grossistes en peaux et cuirs d'Amérique du Sud. Avec la présence à Paris de nombreux Sud-américains étalant de manière outrancière la fortune amassée dans cette activité au XIXe siècle, le terme prend en français son sens péjoratif. Il est ensuite réemployé dans ce sens en Amérique latine. Wikipedia.

4. Las guías de viaje de Karl Baedeker (1801-1859) constituyeron una valiosa fuente histórica, geográfica y etnográfica debido al acopio de información de diverso género que contienen. Geógrafos, historiadores y profesionales de las ciencias sociales disponían en ellas de numerosos datos relativos a centros culturales, arquitectura, usos y costumbres locales, gastronomía, etc., por no citar los datos que constituían su esencia como guía turística, es decir, itinerarios, comunicaciones, alojamientos, tiempos, tarifas etc. Lo que se complementaba con una cuidada cartografía, detallada y precisa dentro de los límites a que obligaba el reducido formato utilizado. También se hizo habitual incluir un prólogo –de considerable extensión– encargado a periodistas, eruditos y especialistas que colaboraban habitualmente con la firma, o con las editoriales, con objeto de dar una perspectiva histórica, artística e incluso etnográfica del país o ciudad de que se tratara. Baedeker también usó de un buen número de ghostwiters o escritores fantasmas, que difundieron su gloria en las capitales del mundo colonial como Agence France-Presse en Francia, Reuters en Gran Bretaña, Wolff en Alemania, Agenzia Stefani en Italia y Associated Press en Estados Unidos, donde infladores de cables de apellido Garcia, Cano, Burgos, Cruz, Valverde, Martinez o Constaín le hicieron conocer en América Latina, especialmente en Santa Fe de Bogotá.

5. En El Cid y nuestra juventud, El Espectador, Bogotá, 20 de diciembre de 1959.

6. De la inteligencia, en El Independiente, Bogotá, enero 10 de 1958.

7. Revista Quimera, n° 1, Bogotá, 1989.

8. Historia de la poesía colombiana, siglo XX, Bogotá, 2004.

 


HAROLD ALVARADO TENORIO (Colombia, 1945). Poeta, ensayista, traductor. Aprendió a leer, escribir, sumar y restar sobre hojas de pizarra en la escuela de una descendiente de esclavos y más tarde en un colegio donde un matemático y geógrafo le enseñó la vastedad del mundo en un desvencijado globo terráqueo mientras le hacía leer en Oscar Wilde, Shakespeare, Jorge Isaacs o Knut Hamsun. En la Universidad Nacional de Colombia impulsó la creación de la carrera de estudios literarios tras años de desprecio por las literaturas nacionales, fue Director de Departamento de Literatura, realizando actividades como periodista en el diario La Prensa donde llevó por más de un lustro la página de Cultura, que le valiera el Premio Simón Bolívar. En Beijing trabajó como asesor cultural de la Editorial China hoy, y publicó la antología Poemas chinos de amor, que luego ha sido reeditada en varios países. Creó la revista virtual e impresa Arquitrave, de la cual es director. Ha traducido la poesía de Kavafis y Eliot. Su poesía ha sido traducida a varios idiomas y colabora con diversos medios literarios y periodísticos de América y Europa.
 

 

 


DAMARIS CALDERÓN (Cuba, 1967). Poeta, narradora, pintora, docente y ensayista. Ha publicado más de dieciséis libros en varios países, entre ellos Cuba, Chile, Alemania, España y México. Participó en festivales internacionales de poesía en Holanda, Francia, Uruguay, Argentina, Perú, México, entre otros países. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, holandés, francés, alemán, noruego y serbocroata e incluida en numerosas antologías de poesía cubana y latinoamericana contemporánea. En esta edición de Agulha Revista de Cultura presentamos otro aspecto fundamental de su inquietud creativa, su obra plástica. En entrevista, Damaris revela: Para mí la cultura está ligada a la tierra, a sus orígenes, al hecho de escribir, de cribar, de labrar; la escritura en bustrófedon, que era la manera de los bueyes y el paisaje. Y eso es. Si uno mira la literatura latinoamericana se va haciendo conciencia de paisajes diferenciados; ustedes tienen esto, nosotros esto otro. Recuperar la conciencia de que somos un todo, de que el cuidado del ecosistema, de la planta, de cada árbol, es parte también del cuidado del ser humano, del planeta. Los árboles y el paisaje escriben su propia poética, su propia música. Una pintura con la que ningún pintor podría competir. En ese sentido, sentir que coexistimos, que nos nutrimos y debemos cuidarnos. Son palabras que encajan muy bien en su pintura, cuyas líneas, ángulos, colores, se mezclan en la búsqueda de un punto erótico en el que el hombre se revela parte de ese todo que ella también evoca en su poesía.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 253 | julho de 2024

Artista convidada: Damaris Calderón (Cuba, 1967)

Editores:

Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com

Elys Regina Zils | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2024


∞ contatos

https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/

http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/

FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

 






 

  

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário