1. La travesía caribeña de Nicolás Ferdinandov, el pintor de los mares azules 1886-1925
PRIMERA PARTE | De mí, Nicolás Alexeivich Ferdinandov, corrió
fama en Caracas de que era brujo y prestidigitador. Motivos había para que la gente
común pensara así. Dotes no me faltaban para lo último; era aventurero y aparte
de un agudo sentido del humor poseía facultades histriónicas y una habilidad manual
tan rápida y afilada que en cosa de segundos podía trocar una escena vulgar en un
salón de fiesta. Tampoco exagero si digo que era un pintor imaginativo que igual
podía emplearse en la decoración y creación de objetos de Art Nouveau que dedicarse
a la pintura, la talla, el retrato y la ilustración, las fábulas con animales, el
retrato, y el diseño de joyas. Por otra parte, la ejecución del piano no tenía secretos
para mí y aprendí a hacer de él instrumento ideal para compartir con personas de
gusto refinado en recitales que ofrecía a artistas, poetas escritores y damas de
la sociedad. Incluso me permitía emplearlo para elaborar con el piano trucos de
magia.
No hay que darle las cosas completamente hechas al
espectador. Es necesario que éste las complete con su ingenio. El arte es cuestión
mental. Este consejo se lo di a Armando Reverón una vez que fue a llevarme a la
Universidad Central unos cuadros suyos para una exposición que, junto a Rafael Monasterios,
se ofrecería en ese plantel. En el fardo con que había embalado los cuadros, y sin
darle importancia a su gesto había pintado Reverón una escena campestre en forma
de mancha impresionista que yo, cautelosamente, para protegerla, recorté con una
tijera y guardé para mí. Quien pintó esto tiene que ser un genio mascullé. Desconfiado
y pensativo quedó Reverón con este vaticinio como si en esa frase se jugara su vida.
Por esos días finales de 1920 se comentaba en Caracas que yo fui su maestro y su
guía y traían a cuento que una vez, al plantearme él sus dudas acerca de su verdadero
talento de pintor, por un consejo que yo le di tomó la decisión de instalarse a
pintar en una playa solitaria de Macuto después conocido como Las quince Letras.
Habitaba un vulgar rancho con techo de palmeras. El paraje como puede apreciarse
en la foto carecía de mayor atractivo. Una fila de uveros y espigados cocoteros
lo cruzaba de este a oeste, frente a grandes rocas, a lo largo del polvoriento trayecto
que había que hacer a pie entre el tedioso oleaje marino y la montaña que se erguía
ahí mismo, a ambos lados del horizonte. Todo lo que requieres para pintar lo tienes
allí, sólo necesitas un lugar desierto, preferiblemente aislado, una mujer que te
cubra las espaldas y un caballete. Y con decírselo puse en sus manos dos libros:
¡Estos son el producto más grande de la humanidad: ¡La Santa Biblia y El Quijote!
Ya con esto nada más te hará falta si haces como Él tomó los dos libros y se marchó
cabizbajo, como temeroso de que al empeñar su palabra pudiera traicionar lo que
ya dentro de sí, como un oscuro designio, su mente estaba planeando. El resto se
sabe, es una historia poco conocida y mal contada por sus críticos. Por mi parte
pongo en duda que haya sido yo su maestro. Y la prueba eran nuestros caracteres.
Dos temperamentos, dos caminos distintos: formados cada uno a su modo, En la academia
y en la calle. Poseedores cada quien, de saberes, técnicas y gustos opuestos, aunque
fueran más las cosas en materia artística en que atinábamos. Mientras que yo era
más obcecado en preferir el tema bucólico y galante o la fábula con animales, Reverón
iba directamente al grano, abordando el tema figurativo y el paisaje de modo dramático
y poniendo en acción todo el cuerpo mientras lo pintaba, como si le fuera en ello
la vida, en un juego desprovisto de anecdotario. Su cuadro refería inmediatamente
las notas que pasaron por sus sentidos en el momento de pintarlo. Locuaz para las
situaciones absurdas y el chiste, por el contrario, yo prefería una actitud más
sosegada y previamente compresiva del tema Yo amaba los viajes y aunque por naturaleza
era solitario, me gustaba hacer vida social y divertir a amigos y convidados cuando
para demostrar aptitudes histriónicas echaba mano de trucos y habilidades mágicas.
Yo luchaba por librar los cuadros de los colores convencionales remplazándolos para
resolver la composición con extraños tonos inspirados en los misteriosos azules
que descubría en las profundidades marinas. Lograba de este modo infundirle al espacio
veladuras y tramas que sólo nos está dado ver en los sueños. Así pues, yo había
elegido para expresarme un camino diferente al de Reverón y sin atreverme a tanto
como él lo dejé que pintara solo y se bastara a sí mismo sin necesidad de consejos
de nadie. Mientras él se aislaba y proseguía en su talante salvaje de desafiar a
la naturaleza, yo continúe en Caracas representando esa farsa de apariencia burguesa
bajo la cual ocultaba mi melancolía y desesperanza, sumido en repentina disposición
de convertirme en actor y mago para divertir a mis amigos y de paso inyectarle aliento
creador a aquel abúlico ambiente en que vivíamos. Promoví exposiciones, reuniones,
festejos ilusos y asistía a tertulias y talleres con artistas y poetas por el puro
goce de crear, mientras en otro plano complacía a constructores y banqueros dispuestos
a pagar por los trabajos decorativos que me solicitaban. Y hasta inventé una máquina
de escribir. En el club Venezuela, donde se celebraban las exposiciones de la época,
monté una instalación en la cual recreaba, a golpe de ojo, un paisaje azul que simulaba
un ámbito submarino, sus seres, palafitos, grutas y vegetación hidrófila. Mi espíritu
galante sucumbió sin embargo ante una de las más bellas muchachas de Caracas, Soledad
González, de 17 años nacida en el Táchira y quien una noche, asistiendo a uno de
mis recitales de piano donde yo tocaba piezas de Chopin, fascinada y llena de terror,
vio como mi gata Bashia, sin moverse ni un ápice durante todo el concierto, sostuvo
la vela encendida que puse sobre su erguida cabeza para iluminar la sala. Allí comenzó
nuestro noviazgo y quizá. Ay, mi mala estrella. Pues un coronel del ejército a quien
con mal pie a ella se la habían dado en promesa de matrimonio, despechado y alevoso
no cesaba de perseguirme para matarme. Confieso haber adorado a esa criatura abnegada
que cautivé la noche del concierto, no tanto por medio de la proeza de mi gata Bashia,
como por mi informal versión de un Chopin romántico. Más adelante, en otro evento,
presenté un monólogo donde contaba a la manera de Chéjov la nostalgia que sentía
por las vívidas imágenes del Moscú de mi infancia. De repente, en la oscuridad de
la noche, se abrió la ventana y un rayo que penetró por ésta iluminó en la pared,
intensamente, las cúpulas del kremlin que yo con premeditación había pintado en
el muro.
Pero, lo que son las cosas, como algo sabía yo del
tiempo, la física y sus máquinas, una vez a solicitud del Obispo puse más trabajo
en subirme a la torre de la Catedral de Caracas que en poner en marcha el mecanismo
del reloj que el general Hermenegildo Guaviare, en una de sus farras, para matar
el fastidio, paralizó de un solo disparo. En pago por esta acción caritativa el
obispo me hizo consagrar una misa, El hechizo me valió también el remoquete de encendedor
de faroles. que un joven novelista, pretendiendo hacerme justicia, puso por título
a una novela que nunca llegó a publicarse. Pudiera contar mucho más de mis acrobacias.
SEGUNDA PARTE | Mis acrobacias nunca fueran siempre ni afortunadas
ni óptimas. Hubo mucho de mala suerte, sobre todo cuando inicié mi vida aventurera.
Contrariando la obligación de alistarme en el ejército para servir en una guerra
con la que no estaba de acuerdo, escapé en 1914 de la Rusia zarista y di con mi
humanidad en pleno Oriente. Mucho viajé por lontananza buscando asiento. Estuve
unos días en el Japón y me retraté en el Cairo montado en una jirafa, sobre cuya
joroba imaginé que recorría medio desierto. Aunque infeliz en lances amorosos pero
conservador por respeto a mi educación familiar, tuve en gran estima el matrimonio
y, después de un primer fracaso en Moscú anhelaba formar un hogar sólido y dichoso
como el de mi abuelo Wladimir, de quien se decía que, debido a mi carácter fantaseador
yo era su vivo retrato.
Frente a la isla de Coche, un mediodía resplandeciente
en que yo me ocupaba en tomar apuntes de las rocas, vi como Brito, el más competente
de mis buzos fue devorado por un tiburón, Pasé un susto mayúsculo, pero mayor fue
mi sufrimiento. Volví a las costas y aquí, entre las chozas de los pescadores, con
la vista fija en el faro de Porlamar, hilvané una a una mis desventuradas andanzas;
conviviendo a diario con los pescadores, descubrí que el buceador de perlas no solos
sirve a un fin, sino que, como el buzo moderno y como el caribeño de antaño, solo
busca construir un mundo cuyo sentido último es elegir entre la libertad y la explotación.
Comprendí que para soñar no se necesitaba un espacio tan grande. Dispuse así en
lo íntimo de mi conciencia mandar al diablo mis empresas comerciales y a los rusos
de Nueva York, ávidos de confort y riquezas. Mi divorcio le pedí a la fría y calculadora
Antonina, de quien me separé. Fue en un bungaló construido en la playa de Porlamar,
y al que en su cúspide yo honraba con el oro de la bandera rusa, donde por un momento
pensé quedarme a vivir para siempre con los pescadores de Margarita. Días más tarde,
invitado por el poeta Pedro Rivero, de paso por Caracas, ciudad que no conocía,
no sé si fue por azar que en la vitrina de la Fotografía Manrique estaba colgado
el paisaje de un joven pintor. Pregunté al empleado por el nombre: Armando Reverón
se llama y es un pintor extraño. ;Quien pintó aquel cuadro debía ser un genio.
Lleno estaba yo de ansias de vivir y abrigaba una profunda
nostalgia por mi patria. Reclinado en los brazos de ella, le pedí que levantara
un poco más mi cabeza para ver el mar. Antes de cerrar mis ojos para siempre; en
la costa difusa que la ventana enmarcaba, accionando entre las rocas y la espuma
marina, divisé la figura blanca de Armando Reverón.
NOTA
Este es un monólogo teatral que escribí sobre el pintor, decorador diseñador
del Art Nouveau y aventurero Nicolás Ferdinandov, par y maestro de Reverón. Fernandov
vivió poco e intenso tiempo en Venezuela donde alcanza a tener profusa influencia
sobre Reverón y los jóvenes del Círculo de Bellas Artes. No obstante, llevado por
la fascinación intransigente que le inspiraba describir el fondo de los mares azules
del Caribe, pereció en una de sus incursiones marinas frente a las costas de Curazao.
El monólogo fue estrenado en el MBA en 1989, con motivo de una retRospectiva consagrada
a Reverón. Lean este relato confiados en que todo lo que de su vida nos revela el
pintor no sólo es verdadero y cabal sino instructivo de punta a punta. [JC]
2. Canciones
carimbas
FRAGMENTO VAN HALZ
Van Halz el usurero, en Willestad
a un aparcero de Coro por treinta luises
nos vendió, de cuerpo y alma.
El miserable holandés
cuyo establecimiento tenía aspecto de chiquero
en turbios negocios hizo gran fortuna.
Empero bien cara su avaricia pagó:
Un amanecer en que tocaba diana
la guarnición del puerto
y en el muelle arriaba velas el Formosa,
fue encontrado sin vida a causa de los machetazos
que un marino fenicio le propinó
matándole para apoderarse del cofre de florines
que, con tanto celo, bajo siete llaves,
debajo de su cama como un tesoro ocultaba.
LA SUERTE DE DON JUAN DE LUGO
En las vegas de don Juan de Lugo
pendiente arriba del Kuete
por la vía que conduce a Cabure,
un lote de tierras para que la cultiváramos
el amo blanco nos daba a condición
de pagar por su uso dos tercios de la cosecha
contados en fanegas.
Ah, pero no digan que fuimos crueles
porque, con razón, siguiendo la orden
del zambo José Leonardo,
al impío amo dimos muerte
a puñaladas. Aunque las cosechas fueran
malas, y de ellas nada sacáramos
Aun así, al dueño sin piedad,
de todos modos, el tributo teníamos
que pagarle y para extorsionarnos
aún más a nuestros conucos mandaba
con los peones a echar su ganado
para que se comieran nuestros sembrados.
Así sólo quedaran de éstos simples rastrojos.
LA LEY AMBIENTE
Acusado de haber transgredido
la ley ambiente
por haber cortado unos palos de cují
para fabricar los horcones de mi rancho,
fui objeto de vil maltrato
y condenado por la autoridad a llevar
pesados grillos
en el depósito de Güide.
Don Chucho Colina, el amo, la ganó por partida doble.
Se quedó con los horcones
que tanto trabajo me costó sacar
de las cabeceras del Meachiche
y no pagó por ellos
Más que los duros azotes que sus peones
por orden suya me dieron.
EL TINGLADO DE GÜIDE
En esta tierra ya vivíamos desde que el primer
sol nos alumbró. Yo,
descendiente de José Tomás Lugo,
uno de los fundadores de Macuquita,
vi a esta aldea prosperar
desde que tenía uso de razón.
Gozaba de libertad
Por ser de condición esclavo libre
hasta el día en que por culpa de una mala cosecha
no pudiendo pagar el tributo
por orden del ingrato dueño
negándome a ver la luz
en el tinglado de Güide durante cuarenta
días me aherrojaron.
PARA LOS CARIMBOS NO HAY PERDÓN
En fila india, como bestias de carga
Y apersogados con argollas de cobre
para que no pudiéramos escapar,
Transportamos a lomo las barricas de cocuy
que el amo blanco desde los Alambiques
Enviaba a Taratara para su exportación.
Ni siquiera cuando por algún traspié
resbalando de los hombros, por imprudencia
la barrica se hacía añicos en el suelo
derramando su precioso líquido,
el malvado negrero se dignaba a dejar
que con el huidizo miche, a punto
de desaparecer,
arrodillados en tierra, saciáramos
nuestra gran sed.
¿QUÉ HACEN CON NOSOTROS?
Nos amasan. No se detienen
en su designio
de hacernos saber que la
letra con sangre entra
Y que es así cómo quieren
que cantemos
aunque sea en el potro
EL ÚLTIMO AMOR DE JOSÉ LEONARDO
Sara Josefina y José Leonardo veían abultarse
las horas bajo el presagio de la implacable persecución.
Hubo momentos sin embargo en que fueron felices
Y se amaron como si nada hubiera ocurrido
y el cerco aún no se hubiese cerrado
para capturar al insolente esclavo.
El peligro nunca estuvo más a la vista
Ni la muerte más cercana de dar su zarpazo
que cuando en la plenitud de su encuentro
Sara Josefina y José Leonardo se juraron
amor eterno. El apretó su mano
Y ella lloró.
JOSÉ LEONARDO CHIRINOS Y LA REVUETA
DE NEGROS EN CORO
En el marco de las alegorías de la resistencia cabe hacer justicia, especialmente
en la región coriana a la intervención de los pobladores de color, solidarios de
los indígenas, y quienes indignados por el trato que recibían de sus amos se alzaron
en armas al considerarse víctimas, como los indígenas mismos, de un injusto régimen
de esclavitud y vejaciones inhumanas.
Uno de los testimonios de este sometimiento indignante
a la dominación, lo tenemos cerca de aquí en lo que se conoce como el Tinglado de
Güide: depósito en el cual se sometía a los esclavos negros comprados en curazao
a una fase de cuarentena antes de entrar al servicio de sus amos españoles. Aquí
eran más los que morían que los que sobrevivían a la tortura y el maltrato, encadenados
al muro. encadenados al muro, víctimas de maltratos y enfermedades.
El fenómeno de la resistencia aborigen tiene o debería
tener para los falconianos una significación especial, pues fue esta tierra una
de aquellas en donde la pugna entre el imperio invasor y el elemento autóctono,
resultó más cruento y devastador. En segundo lugar, hay que destacar la presencia
africana que contribuyó al levantamiento de los primeros centros poblados de esta
región, al desarrollo agropecuario y a tantos
frutos a que dio lugar en esta región el empleo de la mano esclava. No obstante
que esta aportación se tiñó de los peores vicios de aniquilación y muerte sin cuartel.
Debe llamarnos a reflexión y a sentirnos orgullosos
en nuestro lar el hecho de que fuera de las
filas de nuestros ancestros, antiguos fundadores de las poblaciones de este valle,
de donde surgió una personalidad carismática como lo fue el zambo José Leonardo
Chirino, serrano nacido en una hacienda de Curimagua, y una de las figuras consideradas
paradigmáticas en el movimiento pre-emancipador de América Latina. No lejos de Coro,
por tierra seguramente debieron pasar las huestes de José Leonardo que armados de
machetes se dirigíeron a tomar la Alcabala de Caujarao, donde fueron masacrados
y pasada por las armas, sin piedad, más de una treintena de aquellos hombres. Chirino,
de gran inteligencia y don de mando, fue perseguido, apresado y finalmente humillado
y juzgado sin contemplación por la autoridad española, en Caracas. Los miembros
de su cuerpo despedazado fueron exhibidos en caminos reales y en la alcabala de
Caujarao, para mayor humillación.
Los tiempos siguientes, y aquellos en los cuales vivimos,
se han encargado de reivindicar para la historia los sucesos promisorios de la insurrección
negra de 1895. Y al igual que se ha hecho reconocimiento a la resistencia de nuestros
aborígenes en defensa de su territorio, así también ha de dársele reconocimiento,
tal como lo hacemos en este evento, a la población de origen africano que floreció
en el hermoso valle de Zambrano y que ha continuado dando frutos hasta hoy.
NOTA
Los episodios que originan este relicario salvaje se basan en la realidad. Están
inspirados en los hechos que dieron origen al levantamiento de los negros de la
serranía de Coro en 1895. Forman parte de la historia. Ni que decir que lo expuesto
es apenas un muestrario de la crueldad y la violencia como formas de vida practicadas
por el blanco explotador contra la población negra tomada en esclavitud. De hecho,
hacerse justicia con sus propias manos implicaba el sacrificio de las vidas humanas
que participaron en esta aventura pre-independentista. Incluso la de su caudillo
y progenitor principal, el zambo José Leonardo Chirino, condenado, ahorcado y decapitado
frente al edificio de la Real Audiencia, en Caracas, en 1896. Y expuestos sus restos
en las alcabalas del país. La historia, sin embargo, no se detuvo allí. Fiel reflejo
de lo que ocurría en la realidad, en seguida reprodujo las causas que muy pronto
condujeron a la independencia de Venezuela. [JC]
JUAN CALZADILLA (Venezuela, 1931). Poeta, editor, curador, artista plástico y crítico de arte. Antes de cumplir 20 años se traslada a vivir en Caracas, donde empieza a ganarse la vida escribiendo crítica sobre artes plásticas. Iniciados sus estudios universitarios, es detenido por participar en una manifestación contra el gobierno de Marcos Pérez Jiménez. En 1951, se inscribe en la Universidad Central de Venezuela en la carrera de filosofía, y ante el cierre de la misma, regresa a su pueblo natal, donde alterna el trabajo agrícola con las actividades políticas clandestinas. Al año siguiente, también en su pueblo, funda la biblioteca Antonio Chacín. En 1961, se une al grupo de vanguardia El Techo de la ballena. En 1996 fue distinguido con el Premio Nacional de Artes Plásticas, ha sido director de la Galería de Arte Nacional de Venezuela. Su obra fue traducida al portugués por Floriano Martins y al inglés por Katherine M. Hadeen y Víctor Rodríguez Núñez; este libro titulado No subject and Otherspoems, fue publicado en Cuba y en Inglaterra. En el año 2016 recibió el Premio León de Greiff al mérito literario y en 2017 el Premio Nacional de Cultura en literatura. Los poemas que aparecen en esta selección son tomados de El libro de Juan, poesía incomplet… que recoge en sus más de 500 páginas, una amplia muestra de la poesía de Calzadilla.
DAMARIS CALDERÓN (Cuba, 1967). Poeta, narradora, pintora, docente y ensayista. Ha publicado más de dieciséis libros en varios países, entre ellos Cuba, Chile, Alemania, España y México. Participó en festivales internacionales de poesía en Holanda, Francia, Uruguay, Argentina, Perú, México, entre otros países. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, holandés, francés, alemán, noruego y serbocroata e incluida en numerosas antologías de poesía cubana y latinoamericana contemporánea. En esta edición de Agulha Revista de Cultura presentamos otro aspecto fundamental de su inquietud creativa, su obra plástica. En entrevista, Damaris revela: Para mí la cultura está ligada a la tierra, a sus orígenes, al hecho de escribir, de cribar, de labrar; la escritura en bustrófedon, que era la manera de los bueyes y el paisaje. Y eso es. Si uno mira la literatura latinoamericana se va haciendo conciencia de paisajes diferenciados; ustedes tienen esto, nosotros esto otro. Recuperar la conciencia de que somos un todo, de que el cuidado del ecosistema, de la planta, de cada árbol, es parte también del cuidado del ser humano, del planeta. Los árboles y el paisaje escriben su propia poética, su propia música. Una pintura con la que ningún pintor podría competir. En ese sentido, sentir que coexistimos, que nos nutrimos y debemos cuidarnos. Son palabras que encajan muy bien en su pintura, cuyas líneas, ángulos, colores, se mezclan en la búsqueda de un punto erótico en el que el hombre se revela parte de ese todo que ella también evoca en su poesía.
Agulha Revista de Cultura
Número 253 | julho de 2024
Artista convidada: Damaris Calderón (Cuba, 1967)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2024
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