segunda-feira, 15 de julho de 2024

JUAN CALZADILLA | Un monólogo y las canciones carimbas

 


1. La travesía caribeña de Nicolás Ferdinandov, el pintor de los mares azules 1886-1925

PRIMERA PARTE | De mí, Nicolás Alexeivich Ferdinandov, corrió fama en Caracas de que era brujo y prestidigitador. Motivos había para que la gente común pensara así. Dotes no me faltaban para lo último; era aventurero y aparte de un agudo sentido del humor poseía facultades histriónicas y una habilidad manual tan rápida y afilada que en cosa de segundos podía trocar una escena vulgar en un salón de fiesta. Tampoco exagero si digo que era un pintor imaginativo que igual podía emplearse en la decoración y creación de objetos de Art Nouveau que dedicarse a la pintura, la talla, el retrato y la ilustración, las fábulas con animales, el retrato, y el diseño de joyas. Por otra parte, la ejecución del piano no tenía secretos para mí y aprendí a hacer de él instrumento ideal para compartir con personas de gusto refinado en recitales que ofrecía a artistas, poetas escritores y damas de la sociedad. Incluso me permitía emplearlo para elaborar con el piano trucos de magia.

No hay que darle las cosas completamente hechas al espectador. Es necesario que éste las complete con su ingenio. El arte es cuestión mental. Este consejo se lo di a Armando Reverón una vez que fue a llevarme a la Universidad Central unos cuadros suyos para una exposición que, junto a Rafael Monasterios, se ofrecería en ese plantel. En el fardo con que había embalado los cuadros, y sin darle importancia a su gesto había pintado Reverón una escena campestre en forma de mancha impresionista que yo, cautelosamente, para protegerla, recorté con una tijera y guardé para mí. Quien pintó esto tiene que ser un genio mascullé. Desconfiado y pensativo quedó Reverón con este vaticinio como si en esa frase se jugara su vida. Por esos días finales de 1920 se comentaba en Caracas que yo fui su maestro y su guía y traían a cuento que una vez, al plantearme él sus dudas acerca de su verdadero talento de pintor, por un consejo que yo le di tomó la decisión de instalarse a pintar en una playa solitaria de Macuto después conocido como Las quince Letras. Habitaba un vulgar rancho con techo de palmeras. El paraje como puede apreciarse en la foto carecía de mayor atractivo. Una fila de uveros y espigados cocoteros lo cruzaba de este a oeste, frente a grandes rocas, a lo largo del polvoriento trayecto que había que hacer a pie entre el tedioso oleaje marino y la montaña que se erguía ahí mismo, a ambos lados del horizonte. Todo lo que requieres para pintar lo tienes allí, sólo necesitas un lugar desierto, preferiblemente aislado, una mujer que te cubra las espaldas y un caballete. Y con decírselo puse en sus manos dos libros: ¡Estos son el producto más grande de la humanidad: ¡La Santa Biblia y El Quijote! Ya con esto nada más te hará falta si haces como Él tomó los dos libros y se marchó cabizbajo, como temeroso de que al empeñar su palabra pudiera traicionar lo que ya dentro de sí, como un oscuro designio, su mente estaba planeando. El resto se sabe, es una historia poco conocida y mal contada por sus críticos. Por mi parte pongo en duda que haya sido yo su maestro. Y la prueba eran nuestros caracteres. Dos temperamentos, dos caminos distintos: formados cada uno a su modo, En la academia y en la calle. Poseedores cada quien, de saberes, técnicas y gustos opuestos, aunque fueran más las cosas en materia artística en que atinábamos. Mientras que yo era más obcecado en preferir el tema bucólico y galante o la fábula con animales, Reverón iba directamente al grano, abordando el tema figurativo y el paisaje de modo dramático y poniendo en acción todo el cuerpo mientras lo pintaba, como si le fuera en ello la vida, en un juego desprovisto de anecdotario. Su cuadro refería inmediatamente las notas que pasaron por sus sentidos en el momento de pintarlo. Locuaz para las situaciones absurdas y el chiste, por el contrario, yo prefería una actitud más sosegada y previamente compresiva del tema Yo amaba los viajes y aunque por naturaleza era solitario, me gustaba hacer vida social y divertir a amigos y convidados cuando para demostrar aptitudes histriónicas echaba mano de trucos y habilidades mágicas. Yo luchaba por librar los cuadros de los colores convencionales remplazándolos para resolver la composición con extraños tonos inspirados en los misteriosos azules que descubría en las profundidades marinas. Lograba de este modo infundirle al espacio veladuras y tramas que sólo nos está dado ver en los sueños. Así pues, yo había elegido para expresarme un camino diferente al de Reverón y sin atreverme a tanto como él lo dejé que pintara solo y se bastara a sí mismo sin necesidad de consejos de nadie. Mientras él se aislaba y proseguía en su talante salvaje de desafiar a la naturaleza, yo continúe en Caracas representando esa farsa de apariencia burguesa bajo la cual ocultaba mi melancolía y desesperanza, sumido en repentina disposición de convertirme en actor y mago para divertir a mis amigos y de paso inyectarle aliento creador a aquel abúlico ambiente en que vivíamos. Promoví exposiciones, reuniones, festejos ilusos y asistía a tertulias y talleres con artistas y poetas por el puro goce de crear, mientras en otro plano complacía a constructores y banqueros dispuestos a pagar por los trabajos decorativos que me solicitaban. Y hasta inventé una máquina de escribir. En el club Venezuela, donde se celebraban las exposiciones de la época, monté una instalación en la cual recreaba, a golpe de ojo, un paisaje azul que simulaba un ámbito submarino, sus seres, palafitos, grutas y vegetación hidrófila. Mi espíritu galante sucumbió sin embargo ante una de las más bellas muchachas de Caracas, Soledad González, de 17 años nacida en el Táchira y quien una noche, asistiendo a uno de mis recitales de piano donde yo tocaba piezas de Chopin, fascinada y llena de terror, vio como mi gata Bashia, sin moverse ni un ápice durante todo el concierto, sostuvo la vela encendida que puse sobre su erguida cabeza para iluminar la sala. Allí comenzó nuestro noviazgo y quizá. Ay, mi mala estrella. Pues un coronel del ejército a quien con mal pie a ella se la habían dado en promesa de matrimonio, despechado y alevoso no cesaba de perseguirme para matarme. Confieso haber adorado a esa criatura abnegada que cautivé la noche del concierto, no tanto por medio de la proeza de mi gata Bashia, como por mi informal versión de un Chopin romántico. Más adelante, en otro evento, presenté un monólogo donde contaba a la manera de Chéjov la nostalgia que sentía por las vívidas imágenes del Moscú de mi infancia. De repente, en la oscuridad de la noche, se abrió la ventana y un rayo que penetró por ésta iluminó en la pared, intensamente, las cúpulas del kremlin que yo con premeditación había pintado en el muro.


En otra oportunidad en que quise conocer la impresión que a mis compañeros artistas podría causar mi súbita y fingida muerte, me presté a mostrarles en el piso de una derruida casa de Pagüita mi cuerpo decapitado en torno a un charco preparado con zumo de onoto que ellos casi llorando confundieron con mi sangre. Como si fuera poco, para despedirme de Caracas, una noche En el cementerio de los hijos de Dios, aquelarre embrujado de donde huían por las noches los espantados vecinos, junto al osario donde relucían los huesos a la luz de la luna, interpreté en mi viejo piano Los cuadros de una exposición de Mussorsky.

Pero, lo que son las cosas, como algo sabía yo del tiempo, la física y sus máquinas, una vez a solicitud del Obispo puse más trabajo en subirme a la torre de la Catedral de Caracas que en poner en marcha el mecanismo del reloj que el general Hermenegildo Guaviare, en una de sus farras, para matar el fastidio, paralizó de un solo disparo. En pago por esta acción caritativa el obispo me hizo consagrar una misa, El hechizo me valió también el remoquete de encendedor de faroles. que un joven novelista, pretendiendo hacerme justicia, puso por título a una novela que nunca llegó a publicarse. Pudiera contar mucho más de mis acrobacias.

 

SEGUNDA PARTE | Mis acrobacias nunca fueran siempre ni afortunadas ni óptimas. Hubo mucho de mala suerte, sobre todo cuando inicié mi vida aventurera. Contrariando la obligación de alistarme en el ejército para servir en una guerra con la que no estaba de acuerdo, escapé en 1914 de la Rusia zarista y di con mi humanidad en pleno Oriente. Mucho viajé por lontananza buscando asiento. Estuve unos días en el Japón y me retraté en el Cairo montado en una jirafa, sobre cuya joroba imaginé que recorría medio desierto. Aunque infeliz en lances amorosos pero conservador por respeto a mi educación familiar, tuve en gran estima el matrimonio y, después de un primer fracaso en Moscú anhelaba formar un hogar sólido y dichoso como el de mi abuelo Wladimir, de quien se decía que, debido a mi carácter fantaseador yo era su vivo retrato.


Cansado de correrías infructuosas, la idea de asentar cabeza, me llevó una mañana de 1916 a desembarcar en Nueva York. Pretendía ahora convertirme en un gentilhombre próspero para hacerme de una reputación en medio de la honorabilidad de los exilados rusos en la gran metrópoli. Uní entonces mi nombre, en precipitada boda, si de Antonina Victorova, una rusa de porte arrogante, maneras aristocráticas y finas facciones como puede verse en el retrato que le hice más adelante. Asociándome a ella, abrí en el centro de Nueva York una tienda elegante. Allí hice primero de orfebre y tallista y luego negociante de joyas. Pensábamos comprar una cadena de joyerías para alimentarlas con el producto del comercio de perlas. Mi ambición creció desmedidamente, estimulada más por las ganancias que por la calidad de mi fino estilo secesionista. Pronto di en cruzar los mares nuevamente. Y viajé por el Caribe En la isla de Margarita, donde incursioné durante siete veces, me dediqué exitosamente al negocio d perlas entre los pescadores de la isla, de quienes aprendí el duro oficio de buzo. Con Antonina y un grupo de inescrupulosos accionistas rusos, proyectábamos abrir una flota para transportar turistas americanos a las islas caribeñas. Yo obtendría con esto beneficios inmensos para llevar a cabo mi sueño de crear una academia flotante de artistas, en donde sin más pasaporte que la libertad y gratuitamente, todos los que lo quisieran podían darle la vuelta al mundo.

Frente a la isla de Coche, un mediodía resplandeciente en que yo me ocupaba en tomar apuntes de las rocas, vi como Brito, el más competente de mis buzos fue devorado por un tiburón, Pasé un susto mayúsculo, pero mayor fue mi sufrimiento. Volví a las costas y aquí, entre las chozas de los pescadores, con la vista fija en el faro de Porlamar, hilvané una a una mis desventuradas andanzas; conviviendo a diario con los pescadores, descubrí que el buceador de perlas no solos sirve a un fin, sino que, como el buzo moderno y como el caribeño de antaño, solo busca construir un mundo cuyo sentido último es elegir entre la libertad y la explotación. Comprendí que para soñar no se necesitaba un espacio tan grande. Dispuse así en lo íntimo de mi conciencia mandar al diablo mis empresas comerciales y a los rusos de Nueva York, ávidos de confort y riquezas. Mi divorcio le pedí a la fría y calculadora Antonina, de quien me separé. Fue en un bungaló construido en la playa de Porlamar, y al que en su cúspide yo honraba con el oro de la bandera rusa, donde por un momento pensé quedarme a vivir para siempre con los pescadores de Margarita. Días más tarde, invitado por el poeta Pedro Rivero, de paso por Caracas, ciudad que no conocía, no sé si fue por azar que en la vitrina de la Fotografía Manrique estaba colgado el paisaje de un joven pintor. Pregunté al empleado por el nombre: Armando Reverón se llama y es un pintor extraño. ;Quien pintó aquel cuadro debía ser un genio.


Mucho se dijo en Caracas que sin mí consejo Reverón no hubiera llegado a ser el gran pintor que fue. No sé qué de verdad hay en esto. Pero más importante es que llegó a ser un gran hombre. Presumo que otro tanto hubiera podido aconsejarme Reverón si me hubiera impuesto como ejemplo su propia obra para que yo siguiera su camino. ¡Malditos el tiempo y el coraje que me faltó para seguir sus pasos! Después de todo hice lo que estaba a mi alcance y si no llegué a tanto fue porque una extraña y joven divinidad llamada Soledad González, natural del Táchira, haciéndome cómplice del amor y torciendo mi rumbo me llevó, sin que ella tuviera culpa en eso, a encontrar mi muerte a los 39 años de edad, en una isla desierta.

Lleno estaba yo de ansias de vivir y abrigaba una profunda nostalgia por mi patria. Reclinado en los brazos de ella, le pedí que levantara un poco más mi cabeza para ver el mar. Antes de cerrar mis ojos para siempre; en la costa difusa que la ventana enmarcaba, accionando entre las rocas y la espuma marina, divisé la figura blanca de Armando Reverón.

 

NOTA

Este es un monólogo teatral que escribí sobre el pintor, decorador diseñador del Art Nouveau y aventurero Nicolás Ferdinandov, par y maestro de Reverón. Fernandov vivió poco e intenso tiempo en Venezuela donde alcanza a tener profusa influencia sobre Reverón y los jóvenes del Círculo de Bellas Artes. No obstante, llevado por la fascinación intransigente que le inspiraba describir el fondo de los mares azules del Caribe, pereció en una de sus incursiones marinas frente a las costas de Curazao. El monólogo fue estrenado en el MBA en 1989, con motivo de una retRospectiva consagrada a Reverón. Lean este relato confiados en que todo lo que de su vida nos revela el pintor no sólo es verdadero y cabal sino instructivo de punta a punta. [JC]

 

2. Canciones carimbas

 

FRAGMENTO VAN HALZ

 

Van Halz el usurero, en Willestad

a un aparcero de Coro por treinta luises

nos vendió, de cuerpo y alma.

El miserable holandés

cuyo establecimiento tenía aspecto de chiquero

en turbios negocios hizo gran fortuna.

 

Empero bien cara su avaricia pagó:

Un amanecer en que tocaba diana

la guarnición del puerto

y en el muelle arriaba velas el Formosa,

fue encontrado sin vida a causa de los machetazos

que un marino fenicio le propinó

matándole para apoderarse del cofre de florines

que, con tanto celo, bajo siete llaves,

debajo de su cama como un tesoro ocultaba.

 

LA SUERTE DE DON JUAN DE LUGO

 

En las vegas de don Juan de Lugo

pendiente arriba del Kuete

por la vía que conduce a Cabure,

un lote de tierras para que la cultiváramos

el amo blanco nos daba a condición

de pagar por su uso dos tercios de la cosecha

contados en fanegas.

Ah, pero no digan que fuimos crueles

porque, con razón, siguiendo la orden

del zambo José Leonardo,

al impío amo dimos muerte

a puñaladas. Aunque las cosechas fueran

malas, y de ellas nada sacáramos

Aun así, al dueño sin piedad,

de todos modos, el tributo teníamos

que pagarle y para extorsionarnos

aún más a nuestros conucos mandaba

con los peones a echar su ganado

para que se comieran nuestros sembrados.

Así sólo quedaran de éstos simples rastrojos.

 

LA LEY AMBIENTE

 

Acusado de haber transgredido   

la ley ambiente

por haber cortado unos palos de cují

para fabricar los horcones de mi rancho,

fui objeto de vil maltrato

y condenado por la autoridad a llevar

pesados grillos

en el depósito de Güide.

Don Chucho Colina, el amo, la ganó por partida doble.

Se quedó con los horcones

que tanto trabajo me costó sacar

de las cabeceras del Meachiche

y no pagó por ellos

Más que los duros azotes que sus peones

por orden suya me dieron.

 

EL TINGLADO DE GÜIDE

 

En esta tierra ya vivíamos desde que el primer

sol nos alumbró. Yo,

descendiente de José Tomás Lugo,

uno de los fundadores de Macuquita,

vi a esta aldea prosperar

desde que tenía uso de razón.

Gozaba de libertad

Por ser de condición esclavo libre

hasta el día en que por culpa de una mala cosecha

no pudiendo pagar el tributo

por orden del ingrato dueño

negándome a ver la luz

en el tinglado de Güide durante cuarenta

días me aherrojaron.

 

PARA LOS CARIMBOS NO HAY PERDÓN

 

En fila india, como bestias de carga

Y apersogados con argollas de cobre

para que no pudiéramos escapar,

Transportamos a lomo las barricas de cocuy

que el amo blanco desde los Alambiques

Enviaba a Taratara para su exportación.

 

Ni siquiera cuando por algún traspié

resbalando de los hombros, por imprudencia

la barrica se hacía añicos en el suelo

derramando su precioso líquido,

el malvado negrero se dignaba a dejar

que con el huidizo miche, a punto

de desaparecer,

arrodillados en tierra, saciáramos

nuestra gran sed.

 

¿QUÉ HACEN CON NOSOTROS?

 

Nos amasan. No se detienen en su designio

de hacernos saber que la letra con sangre entra

Y que es así cómo quieren que cantemos

aunque sea en el potro

 

EL ÚLTIMO AMOR DE JOSÉ LEONARDO

 

Sara Josefina y José Leonardo veían abultarse

las horas bajo el presagio de la implacable persecución.

Hubo momentos sin embargo en que fueron felices

Y se amaron como si nada hubiera ocurrido

y el cerco aún no se hubiese cerrado

para capturar al insolente esclavo.

El peligro nunca estuvo más a la vista

Ni la muerte más cercana de dar su zarpazo

que cuando en la plenitud de su encuentro

Sara Josefina y José Leonardo se juraron

amor eterno. El apretó su mano

Y ella lloró.

 

JOSÉ LEONARDO CHIRINOS Y LA REVUETA DE NEGROS EN CORO

 

En el marco de las alegorías de la resistencia cabe hacer justicia, especialmente en la región coriana a la intervención de los pobladores de color, solidarios de los indígenas, y quienes indignados por el trato que recibían de sus amos se alzaron en armas al considerarse víctimas, como los indígenas mismos, de un injusto régimen de esclavitud y vejaciones inhumanas.

Uno de los testimonios de este sometimiento indignante a la dominación, lo tenemos cerca de aquí en lo que se conoce como el Tinglado de Güide: depósito en el cual se sometía a los esclavos negros comprados en curazao a una fase de cuarentena antes de entrar al servicio de sus amos españoles. Aquí eran más los que morían que los que sobrevivían a la tortura y el maltrato, encadenados al muro. encadenados al muro, víctimas de maltratos y enfermedades.

El fenómeno de la resistencia aborigen tiene o debería tener para los falconianos una significación especial, pues fue esta tierra una de aquellas en donde la pugna entre el imperio invasor y el elemento autóctono, resultó más cruento y devastador. En segundo lugar, hay que destacar la presencia africana que contribuyó al levantamiento de los primeros centros poblados de esta región, al desarrollo agropecuario y a  tantos frutos a que dio lugar en esta región el empleo de la mano esclava. No obstante que esta aportación se tiñó de los peores vicios de aniquilación y muerte sin cuartel.

Debe llamarnos a reflexión y a sentirnos orgullosos en nuestro lar  el hecho de que fuera de las filas de nuestros ancestros, antiguos fundadores de las poblaciones de este valle, de donde surgió una personalidad carismática como lo fue el zambo José Leonardo Chirino, serrano nacido en una hacienda de Curimagua, y una de las figuras consideradas paradigmáticas en el movimiento pre-emancipador de América Latina. No lejos de Coro, por tierra seguramente debieron pasar las huestes de José Leonardo que armados de machetes se dirigíeron a tomar la Alcabala de Caujarao, donde fueron masacrados y pasada por las armas, sin piedad, más de una treintena de aquellos hombres. Chirino, de gran inteligencia y don de mando, fue perseguido, apresado y finalmente humillado y juzgado sin contemplación por la autoridad española, en Caracas. Los miembros de su cuerpo despedazado fueron exhibidos en caminos reales y en la alcabala de Caujarao, para mayor humillación.

Los tiempos siguientes, y aquellos en los cuales vivimos, se han encargado de reivindicar para la historia los sucesos promisorios de la insurrección negra de 1895. Y al igual que se ha hecho reconocimiento a la resistencia de nuestros aborígenes en defensa de su territorio, así también ha de dársele reconocimiento, tal como lo hacemos en este evento, a la población de origen africano que floreció en el hermoso valle de Zambrano y que ha continuado dando frutos hasta hoy.

 

NOTA

Los episodios que originan este relicario salvaje se basan en la realidad. Están inspirados en los hechos que dieron origen al levantamiento de los negros de la serranía de Coro en 1895. Forman parte de la historia. Ni que decir que lo expuesto es apenas un muestrario de la crueldad y la violencia como formas de vida practicadas por el blanco explotador contra la población negra tomada en esclavitud. De hecho, hacerse justicia con sus propias manos implicaba el sacrificio de las vidas humanas que participaron en esta aventura pre-independentista. Incluso la de su caudillo y progenitor principal, el zambo José Leonardo Chirino, condenado, ahorcado y decapitado frente al edificio de la Real Audiencia, en Caracas, en 1896. Y expuestos sus restos en las alcabalas del país. La historia, sin embargo, no se detuvo allí. Fiel reflejo de lo que ocurría en la realidad, en seguida reprodujo las causas que muy pronto condujeron a la independencia de Venezuela. [JC]

 


JUAN CALZADILLA (Venezuela, 1931). Poeta, editor, curador, artista plástico y crítico de arte. Antes de cumplir 20 años se traslada a vivir en Caracas, donde empieza a ganarse la vida escribiendo crítica sobre artes plásticas. Iniciados sus estudios universitarios, es detenido por participar en una manifestación contra el gobierno de Marcos Pérez Jiménez. En 1951, se inscribe en la Universidad Central de Venezuela en la carrera de filosofía, y ante el cierre de la misma, regresa a su pueblo natal, donde alterna el trabajo agrícola con las actividades políticas clandestinas. Al año siguiente, también en su pueblo, funda la biblioteca Antonio Chacín. En 1961, se une al grupo de vanguardia El Techo de la ballena. En 1996 fue distinguido con el Premio Nacional de Artes Plásticas, ha sido director de la Galería de Arte Nacional de Venezuela. Su obra fue traducida al portugués por Floriano Martins y al inglés por Katherine M. Hadeen y Víctor Rodríguez Núñez; este libro titulado No subject and Otherspoems, fue publicado en Cuba y en Inglaterra. En el año 2016 recibió el Premio León de Greiff al mérito literario y en 2017 el Premio Nacional de Cultura en literatura. Los poemas que aparecen en esta selección son tomados de El libro de Juan, poesía incomplet… que recoge en sus más de 500 páginas, una amplia muestra de la poesía de Calzadilla.
 

 


DAMARIS CALDERÓN (Cuba, 1967). Poeta, narradora, pintora, docente y ensayista. Ha publicado más de dieciséis libros en varios países, entre ellos Cuba, Chile, Alemania, España y México. Participó en festivales internacionales de poesía en Holanda, Francia, Uruguay, Argentina, Perú, México, entre otros países. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, holandés, francés, alemán, noruego y serbocroata e incluida en numerosas antologías de poesía cubana y latinoamericana contemporánea. En esta edición de Agulha Revista de Cultura presentamos otro aspecto fundamental de su inquietud creativa, su obra plástica. En entrevista, Damaris revela: Para mí la cultura está ligada a la tierra, a sus orígenes, al hecho de escribir, de cribar, de labrar; la escritura en bustrófedon, que era la manera de los bueyes y el paisaje. Y eso es. Si uno mira la literatura latinoamericana se va haciendo conciencia de paisajes diferenciados; ustedes tienen esto, nosotros esto otro. Recuperar la conciencia de que somos un todo, de que el cuidado del ecosistema, de la planta, de cada árbol, es parte también del cuidado del ser humano, del planeta. Los árboles y el paisaje escriben su propia poética, su propia música. Una pintura con la que ningún pintor podría competir. En ese sentido, sentir que coexistimos, que nos nutrimos y debemos cuidarnos. Son palabras que encajan muy bien en su pintura, cuyas líneas, ángulos, colores, se mezclan en la búsqueda de un punto erótico en el que el hombre se revela parte de ese todo que ella también evoca en su poesía.

 


Agulha Revista de Cultura

Número 253 | julho de 2024

Artista convidada: Damaris Calderón (Cuba, 1967)

Editores:

Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com

Elys Regina Zils | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2024


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