Festéjanse
los 60 años del surrealismo, uno de los fenómenos culturales más fecundos y
poderosos del siglo XX, impulsado especialmente por poetas y pintores. En medio
del festejo, cabe un balance. Su piedra angular es el Manifiesto de André
Breton de 1924; más, lo teorético ya había sido precedido por la aplicación
práctica: Los campos magnéticos de
Breton y Philippe Soupault de 1919. Puede rastrearse en los ancestros, como el
mismo Breton lo ha hecho. En lo inmediato, el futurismo con sus “palabras en
libertad”, el dadaísmo, y Apollinaire que en si vale por un movimiento, y que
acuñó el vocablo.
Como grupo sectario, disolvióse hace
tiempo, aunque manotean náufragos o asoman neos.
Como suma de postulados y vías sacras para facilitar la eclosión creadora, no
se puede afirmar que ha periclitado sino más bien que se ha fundido en la
dinámica de un proceso que transcurre rebasando todos los horizontes posibles.
El surrealismo ha sido digerido, pero regurgita, y las nuevas generaciones no
saben hasta qué punto lo llevan en sus genes. Grupo cerrado, aunque
internacionalmente abierto, con rigideces y excomulgaciones, ahora alcanza la
magnitud de una cosmovisión, un clima, una manera de pasmarse ante la vida.
Así, el gran público, frente a lo absurdo, grotesco, angustioso, utiliza el
mote de surrealista, un tanto próximo
al de kafkiano. No creemos que se
banalice sino que se reconoce la clarividencia de los grandes creadores, aunque
dificultoso, para revelar tensiones oscuras de lo colectivo.
Chile es uno de los países que más
ha contribuido a enriquecer y expandir el surrealismo llevando, a sus propias
fuentes, obras, estímulos o vivencias de extraordinario valor. Citemos: el
magnífico Grupo Mandrágora, decididamente
ortodoxo; la impregnación surrealista de casi todos nuestros poetas modernos al
margen de alineaciones; los extraordinarios collages de Ludwig Zeller,
seguramente los más valiosos surgidos en la América Latina, el portentoso
mensaje infrarrealista de Matta; el amor de Elisa, la mujer chilena que se casó
con Breton. En un café de Nueva York se realizó el encuentro. (Hay que subrayar el vocablo porque corresponde a un
aspecto preciso de la filosofía de Breton en lo que concierne al amor, el
destino, al azar). Al conocerte/te
reconocí. Ella apenas convalecía de algo tremendamente funesto; él vivía el
exilio de guerra. Aquella pasión produjo Arcano
17, una de las obras más traslúcidas de Breton.
Corre al encuentro del maestro
vienés, pero éste le escribe más tarde una carta excusándose porque no entiende los poemas surrealistas.
Después que lo visita Dalí, Freud escribe que los surrealistas le parecen
locos, no al estado puro, pero casi puro, como
el alcohol de 90º. El fundador del psicoanálisis no logró superar su
conservadurismo en materia artística. Así y todo, los surrealistas son leales y
Breton, en 1938, convoca a una guardia de
honor intelectual en torno a Freud, perseguido por los nazis.
Breton creía que la escritura
automática, liberada de cualquier freno, intencionalidad o preocupación
ideológica, podía alcanzar una mayor autenticidad que la escritura concertada.
Al igual que la psicoanálisis, dicha escritura trataba de efectuar un desbloqueo de la psique; pero Freud y
Breton difieren; uno quiere curar la neurosis apelando al método de las asociaciones
libres; el otro, trata de anular todo lo que intercepte el libre juego del
espíritu para llegar a un inconsciente
desnudo, en una especie de embriaguez metafísica de la libertad absoluta.
(Ahora que se revisan las nociones sobre el inconsciente, no puede afirmarse
que éste exista en estado puro, como
una zona autónoma del espíritu). Pero el mérito de Breton es aliar el
inconsciente con la lengua. El sofá del psicoanalista es su propio escritorio
ante el cual se sienta, no para guiar su mano sino para que su mano lo guíe
como si el poeta fuera un médium.
Platón dice que el poeta es un poseído, ligado por sus labios al primer
anillo de una larga cadena que pende de la piedra Heraclea que es la piedra
imán. Pero esto es consabido; ningún poeta, ni siquiera Valéry, puede negar que
mucho de su poesía procede de una fuente ignota sin que ello lo remita a un
estado inerte o pasivo; por el contrario. En este punto habría que considerar
la evolución del yo en otros
milenios; por ejemplo, examinar el autos,
la forma griega para yo y que junta,
casi contradictoriamente, a las voces autónomo y autómata. Falacia sería hablar
de un autómata autónomo.
Por manía disecadora, algunos lo
consideran un documento; otros le
encontrarán una belleza imperecedera, aunque no es posible establecer una
comparación con el Pez soluble. En
todo caso, no se trata de un esparcimiento o de una estratagema sino de un
riesgo conmovedor de la poesía llevada a sus extremos y desencajada de la
literatura.
Lacan, profundamente ligado al
surrealismo, examina la posibilidad de una escritura que mane directamente del
inconsciente; así llega a una teorización de la-lengua en vez de la lengua.
Lacan formula el descubrimiento del inconsciente por Freud de la siguiente
manera: El inconsciente es la parte del
discurso concreto que no está a la disposición del sujeto para restablecer la
continuidad de dicho discurso. Y luego, el continuador más formidable de
Freud en la época actual, hace su famosa diferencia entre la palabra vacía y la
palabra plena. Tras la huella de esta última van los romeros surrealistas con
bordón y esclavina. Para Breton la palabra es emitida por una boca de sombra
(Víctor Hugo). La escritura automática sería un dictado mágico, alucinatorio,
en que se cumpliría la alquimia del Verbo y el desarreglo de los sentidos, como
lo exigía Rimbaud.
Pareciera que el objetivo es
simplemente llegar a lo textual sin que importe lo poético, o sea, situarse en
la categoría de los sueños, junto al delirio de los locos, al balbuceo de los
niños o al dictado oracular. Si lo poético irradia, sería gratuito y ajeno al
pensamiento. Es comprensible y laudatorio que el surrealismo –prácticamente una
subversión– se debata dentro de la camisa de fuerza del logicismo y reaccione
ante el viejo dogma de reducir a la razón todas las potencias del Yo. Es verdad
que la conciencia es una boya de luz flotando en un océano de inmensidad
oscura, pero sin conciencia perderíamos nuestra identidad y caeríamos en una
vida puramente vegetativa. Tan válida es la inmersión en lo subterráneo del
inconsciente como el anhelo tenaz de alcanzar la mayor lucidez posible y desentrañar el sentido de lo latente más allá de
las significaciones manifiestas. Felizmente Los
campos magnéticos es un libro de poesía, hay intencionalidad, aunque la
nieguen sus autores y lucidez entreverada. De súbito fulgura algo más que una
imagen, o sea, un símbolo: la crispación
de las piedras, verso angustioso. No olvidemos que nuestro padre, el
muchacho Rimbaud, llamó a uno de sus libros Iluminaciones.
Es un prejuicio estimar que el
pensamiento equivale a la razón calculadora. Heidegger llega a decir,
abruptamente, que la razón es enemiga del
pensamiento, aserción que pecaría de absurdidad. El aproxima a poetas y
pensadores. La poesía que piensa y el
pensamiento que se poetiza, constituyen la topo-logía del Ser, sentencia
enigmática, pero que nos ayuda a aquilatar la audacia surrealista. Philippe
Sollers nos dice ahora: estamos escuchándonos
pensar, pero se refiere a un pensar activo que se realiza dentro del
lenguaje, un pensar en tiempos de aflicción. Rilke, poeta pensante, dice: ni se reconoce el sufrimiento/ni se descubre
el amor.
Si indagamos en la escritura
automática de los surrealistas, no podemos dejar de lado el monólogo interior
de Joyce. Ambos procedimientos tienen en común la capacidad analógica, la
inclinación obsesiva, la marea verbal, la superación del recurso estilístico.
Pero Joyce alterna lo de adentro y lo de afuera, la narración y la meditación,
lo cotidiano y lo mítico-alegórico. Su monólogo es un contrapunto y revela lo
inmensurable de un día humano.
Joyce reconoce su deuda con el poeta
simbolista Eduard Dujardin, autor de Los
laureles han sido cortados; y seguramente ha sentido la influencia de Jung
en su tiempo de Zurich, y luego la de Bergson. Podemos coaligar a Breton y
Joyce. El monólogo interior es, en el
orden poético, ese lenguaje no oído ni pronunciado, por medio del cual se
expresan los pensamientos más íntimos anteriores a toda organización lógica.
Pero ¿cómo negar que detrás de ello hay un artífice consciente? Fructuoso sería
comparar ambos estilos. La escritura automática, desde sus comienzos, ha
ejercido influencia en gráficos y pintores; el monólogo interior palpita en el
cine. Ya Eisenstein mencionaba los
febriles debates interiores disimulados tras la pétrea máscara del rostro.
Indispensable resulta ahora prestar
atención al saldo que deja el surrealismo. Pero dilatar este artículo sería un
fastidio; tal vez nos correspondería, precisamente en Chile, realizar un
simposio, y no sólo compuesto de literatos, para tomar el toro por sus astas,
fiera no rematada, sólo cubierta de banderillas.
NOTAS
Publicación
original en la revista Atenea # 452. Concepción. Universidad de Concepción,
1985.
Agradecimientos
a Oscar Jairo González Hernández (Chile).
HUMBERTO DÍAZ-CASANUEVA (Chile, 1906-1992). Poeta, ensayista. Poseedor de una poesía muchas veces catalogada de hermética, Díaz-Casanueva desarrolló en sus textos una poética que suele moverse en los límites de lo místico y la filosofía metafísica. La suya es una búsqueda constante de preguntas en torno a la trascendencia y la existencia del hombre, evidenciada en gran parte de su proyecto escritural, como Réquiem (1945), La hija vertiginosa (1954) o El hierro y el hilo (1980), inspirada en su hija Luz Maya. Su obra funciona –al decir del poeta y crítico Naín Nómez en su Antología crítica de la poesía chilena, tomo II– como puente entre el surrealismo y los antiguos poetas románticos y simbolistas, en un momento de la poesía chilena dominado por las tendencias vanguardistas que surgieron en la primera mitad del siglo XX. Dan cuenta de ello diversos artículos y notas de prensa, de autores de la talla de Gabriela Mistral y Rosamel del Valle, entre otros.
DAVIDE GALBIATI (Itália, 1976). Para el artista, el tema de la conexión Cuerpo-Espíritu existe desde el principio de los tiempos y probablemente continuará indefinidamente. En esta dirección, Davide Galbiati busca un lenguaje plástico con formas simples y singulares que evoquen tanto a pueblos ancestrales como a civilizaciones de un futuro sideral. Sublima el aura humana en materia para hacer visible lo invisible. Se inspira en el trabajo de escultores antiguos, como Tutmosis (escultor del faraón Akenatón) y en las esculturas griegas arcaicas. El artista alimenta el ardiente deseo de oponer el ruido del mundo al silencio vibrante del quieto. Huye, pues, de las contorsiones dinámicas de las esculturas barrocas o neoclásicas para pensar en la calma telúrica de los antiguos faraones. Galbiati nos lleva a la escultura por el camino del silencio. Gracias al cariño inagotable de nuestra colaboradora Berta Lucía Estrada, Davide Galbiati es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Número 258 | dezembro de 2024
Artista convidado: Davide Galbiati (Itália, 1976)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
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