segunda-feira, 16 de dezembro de 2024

HUMBERTO DÍAZ-CASANUEVA | Sesenta años del Surrealismo (La escritura automática)

 


Festéjanse los 60 años del surrealismo, uno de los fenómenos culturales más fecundos y poderosos del siglo XX, impulsado especialmente por poetas y pintores. En medio del festejo, cabe un balance. Su piedra angular es el Manifiesto de André Breton de 1924; más, lo teorético ya había sido precedido por la aplicación práctica: Los campos magnéticos de Breton y Philippe Soupault de 1919. Puede rastrearse en los ancestros, como el mismo Breton lo ha hecho. En lo inmediato, el futurismo con sus “palabras en libertad”, el dadaísmo, y Apollinaire que en si vale por un movimiento, y que acuñó el vocablo.

Como grupo sectario, disolvióse hace tiempo, aunque manotean náufragos o asoman neos. Como suma de postulados y vías sacras para facilitar la eclosión creadora, no se puede afirmar que ha periclitado sino más bien que se ha fundido en la dinámica de un proceso que transcurre rebasando todos los horizontes posibles. El surrealismo ha sido digerido, pero regurgita, y las nuevas generaciones no saben hasta qué punto lo llevan en sus genes. Grupo cerrado, aunque internacionalmente abierto, con rigideces y excomulgaciones, ahora alcanza la magnitud de una cosmovisión, un clima, una manera de pasmarse ante la vida. Así, el gran público, frente a lo absurdo, grotesco, angustioso, utiliza el mote de surrealista, un tanto próximo al de kafkiano. No creemos que se banalice sino que se reconoce la clarividencia de los grandes creadores, aunque dificultoso, para revelar tensiones oscuras de lo colectivo.

Chile es uno de los países que más ha contribuido a enriquecer y expandir el surrealismo llevando, a sus propias fuentes, obras, estímulos o vivencias de extraordinario valor. Citemos: el magnífico Grupo Mandrágora, decididamente ortodoxo; la impregnación surrealista de casi todos nuestros poetas modernos al margen de alineaciones; los extraordinarios collages de Ludwig Zeller, seguramente los más valiosos surgidos en la América Latina, el portentoso mensaje infrarrealista de Matta; el amor de Elisa, la mujer chilena que se casó con Breton. En un café de Nueva York se realizó el encuentro. (Hay que subrayar el vocablo porque corresponde a un aspecto preciso de la filosofía de Breton en lo que concierne al amor, el destino, al azar). Al conocerte/te reconocí. Ella apenas convalecía de algo tremendamente funesto; él vivía el exilio de guerra. Aquella pasión produjo Arcano 17, una de las obras más traslúcidas de Breton.


Puede sintetizarse su definición del surrealismo en el Manifiesto de 1924, del siguiente modo: Automatismo psíquico por el cual se expresa el funcionamiento real del pensamiento al margen de todo control. Breton trabajó entre 1916 y 1918 en un Servicio médico militar en donde experimentó métodos para la interpretación onírica y la expresión desligada de la rigurosidad lógica. Cayó en sus manos el bello libro de Myers La personalidad humana, y seguramente tomó mucho en cuenta El automatismo psicológico de Pierre Janet. Luego, Breton fue uno de los primeros en captar a Freud en un país que se demoró mucho en aceptarlo. Así llega a una concepción del inconsciente que se enraiza en el romanticismo alemán y se enriquece con los inauditos recursos del psicoanálisis.

Corre al encuentro del maestro vienés, pero éste le escribe más tarde una carta excusándose porque no entiende los poemas surrealistas. Después que lo visita Dalí, Freud escribe que los surrealistas le parecen locos, no al estado puro, pero casi puro, como el alcohol de 90º. El fundador del psicoanálisis no logró superar su conservadurismo en materia artística. Así y todo, los surrealistas son leales y Breton, en 1938, convoca a una guardia de honor intelectual en torno a Freud, perseguido por los nazis.

Breton creía que la escritura automática, liberada de cualquier freno, intencionalidad o preocupación ideológica, podía alcanzar una mayor autenticidad que la escritura concertada. Al igual que la psicoanálisis, dicha escritura trataba de efectuar un desbloqueo de la psique; pero Freud y Breton difieren; uno quiere curar la neurosis apelando al método de las asociaciones libres; el otro, trata de anular todo lo que intercepte el libre juego del espíritu para llegar a un inconsciente desnudo, en una especie de embriaguez metafísica de la libertad absoluta. (Ahora que se revisan las nociones sobre el inconsciente, no puede afirmarse que éste exista en estado puro, como una zona autónoma del espíritu). Pero el mérito de Breton es aliar el inconsciente con la lengua. El sofá del psicoanalista es su propio escritorio ante el cual se sienta, no para guiar su mano sino para que su mano lo guíe como si el poeta fuera un médium.

Platón dice que el poeta es un poseído, ligado por sus labios al primer anillo de una larga cadena que pende de la piedra Heraclea que es la piedra imán. Pero esto es consabido; ningún poeta, ni siquiera Valéry, puede negar que mucho de su poesía procede de una fuente ignota sin que ello lo remita a un estado inerte o pasivo; por el contrario. En este punto habría que considerar la evolución del yo en otros milenios; por ejemplo, examinar el autos, la forma griega para yo y que junta, casi contradictoriamente, a las voces autónomo y autómata. Falacia sería hablar de un autómata autónomo.


Cinco años antes del Manifiesto, Breton se concerta con Philippe Soupaul para escribir Los campos magnéticos, al día siguiente de la muerte de Apollinaire. Escriben por separado, enclaustrándose, como si sufrieran el efecto de una droga o de una compulsión, ocho a diez horas diarias durante quince días, plazo límite. Dicen que Soupault comenzó casi con los ojos cerrados: Prisioneros de gotas de agua/no somos más que animales perpetuos. Y Breton. La historia entra en el manual de plata. El manojo de fragmentos fue publicado por entregas en la revista Littérature, y luego en libro. Pero el original desapareció, no se sabe si por extravío o porque Breton le tomó desconfianza a Soupault después que procedió a su expulsión de la archicofradía o porque se desanimó con el resultado del método. El hecho es que, con motivo del aniversario a que aludimos, la joya extraviada apareció y acaba de publicarse El manuscrito de los campos magnéticos, con lo cual se logra un acceso a una de las obras primiciales de la gran aventura surrealista.

Por manía disecadora, algunos lo consideran un documento; otros le encontrarán una belleza imperecedera, aunque no es posible establecer una comparación con el Pez soluble. En todo caso, no se trata de un esparcimiento o de una estratagema sino de un riesgo conmovedor de la poesía llevada a sus extremos y desencajada de la literatura.

Lacan, profundamente ligado al surrealismo, examina la posibilidad de una escritura que mane directamente del inconsciente; así llega a una teorización de la-lengua en vez de la lengua. Lacan formula el descubrimiento del inconsciente por Freud de la siguiente manera: El inconsciente es la parte del discurso concreto que no está a la disposición del sujeto para restablecer la continuidad de dicho discurso. Y luego, el continuador más formidable de Freud en la época actual, hace su famosa diferencia entre la palabra vacía y la palabra plena. Tras la huella de esta última van los romeros surrealistas con bordón y esclavina. Para Breton la palabra es emitida por una boca de sombra (Víctor Hugo). La escritura automática sería un dictado mágico, alucinatorio, en que se cumpliría la alquimia del Verbo y el desarreglo de los sentidos, como lo exigía Rimbaud.

Pareciera que el objetivo es simplemente llegar a lo textual sin que importe lo poético, o sea, situarse en la categoría de los sueños, junto al delirio de los locos, al balbuceo de los niños o al dictado oracular. Si lo poético irradia, sería gratuito y ajeno al pensamiento. Es comprensible y laudatorio que el surrealismo –prácticamente una subversión– se debata dentro de la camisa de fuerza del logicismo y reaccione ante el viejo dogma de reducir a la razón todas las potencias del Yo. Es verdad que la conciencia es una boya de luz flotando en un océano de inmensidad oscura, pero sin conciencia perderíamos nuestra identidad y caeríamos en una vida puramente vegetativa. Tan válida es la inmersión en lo subterráneo del inconsciente como el anhelo tenaz de alcanzar la mayor lucidez posible y desentrañar el sentido de lo latente más allá de las significaciones manifiestas. Felizmente Los campos magnéticos es un libro de poesía, hay intencionalidad, aunque la nieguen sus autores y lucidez entreverada. De súbito fulgura algo más que una imagen, o sea, un símbolo: la crispación de las piedras, verso angustioso. No olvidemos que nuestro padre, el muchacho Rimbaud, llamó a uno de sus libros Iluminaciones.

Es un prejuicio estimar que el pensamiento equivale a la razón calculadora. Heidegger llega a decir, abruptamente, que la razón es enemiga del pensamiento, aserción que pecaría de absurdidad. El aproxima a poetas y pensadores. La poesía que piensa y el pensamiento que se poetiza, constituyen la topo-logía del Ser, sentencia enigmática, pero que nos ayuda a aquilatar la audacia surrealista. Philippe Sollers nos dice ahora: estamos escuchándonos pensar, pero se refiere a un pensar activo que se realiza dentro del lenguaje, un pensar en tiempos de aflicción. Rilke, poeta pensante, dice: ni se reconoce el sufrimiento/ni se descubre el amor.


El poema no sólo tiene estructuras fónicas o rítmicas, imágenes o símbolos; también tiene ideas que se expresan por sí mismas o que son inmanentes a las imágenes o símbolos. No hay que confundir ideas con conceptos ni parangonarlos con las ideas platónicas o las trascendentales de Kant; más bien creemos que se parecen a las visiones esenciales de Husserl. Peor en esta materia, Lovejov nos ayuda a salir del laberinto con su Historia de las ideas; y luego, el funcionamiento de la imaginación simbólica.

Si indagamos en la escritura automática de los surrealistas, no podemos dejar de lado el monólogo interior de Joyce. Ambos procedimientos tienen en común la capacidad analógica, la inclinación obsesiva, la marea verbal, la superación del recurso estilístico. Pero Joyce alterna lo de adentro y lo de afuera, la narración y la meditación, lo cotidiano y lo mítico-alegórico. Su monólogo es un contrapunto y revela lo inmensurable de un día humano.

Joyce reconoce su deuda con el poeta simbolista Eduard Dujardin, autor de Los laureles han sido cortados; y seguramente ha sentido la influencia de Jung en su tiempo de Zurich, y luego la de Bergson. Podemos coaligar a Breton y Joyce. El monólogo interior es, en el orden poético, ese lenguaje no oído ni pronunciado, por medio del cual se expresan los pensamientos más íntimos anteriores a toda organización lógica. Pero ¿cómo negar que detrás de ello hay un artífice consciente? Fructuoso sería comparar ambos estilos. La escritura automática, desde sus comienzos, ha ejercido influencia en gráficos y pintores; el monólogo interior palpita en el cine. Ya Eisenstein mencionaba los febriles debates interiores disimulados tras la pétrea máscara del rostro.

Indispensable resulta ahora prestar atención al saldo que deja el surrealismo. Pero dilatar este artículo sería un fastidio; tal vez nos correspondería, precisamente en Chile, realizar un simposio, y no sólo compuesto de literatos, para tomar el toro por sus astas, fiera no rematada, sólo cubierta de banderillas.

 

NOTAS

Publicación original en la revista Atenea # 452. Concepción. Universidad de Concepción, 1985.

Agradecimientos a Oscar Jairo González Hernández (Chile).

 

 


HUMBERTO DÍAZ-CASANUEVA (Chile, 1906-1992). Poeta, ensayista.
Poseedor de una poesía muchas veces catalogada de hermética, Díaz-Casanueva desarrolló en sus textos una poética que suele moverse en los límites de lo místico y la filosofía metafísica. La suya es una búsqueda constante de preguntas en torno a la trascendencia y la existencia del hombre, evidenciada en gran parte de su proyecto escritural, como Réquiem (1945), La hija vertiginosa (1954) o El hierro y el hilo (1980), inspirada en su hija Luz Maya. Su obra funciona –al decir del poeta y crítico Naín Nómez en su Antología crítica de la poesía chilena, tomo II– como puente entre el surrealismo y los antiguos poetas románticos y simbolistas, en un momento de la poesía chilena dominado por las tendencias vanguardistas que surgieron en la primera mitad del siglo XX. Dan cuenta de ello diversos artículos y notas de prensa, de autores de la talla de Gabriela Mistral y Rosamel del Valle, entre otros.




DAVIDE
GALBIATI (Itália, 1976). Para el artista, el tema de la conexión Cuerpo-Espíritu existe desde el principio de los tiempos y probablemente continuará indefinidamente. En esta dirección, Davide Galbiati busca un lenguaje plástico con formas simples y singulares que evoquen tanto a pueblos ancestrales como a civilizaciones de un futuro sideral. Sublima el aura humana en materia para hacer visible lo invisible. Se inspira en el trabajo de escultores antiguos, como Tutmosis (escultor del faraón Akenatón) y en las esculturas griegas arcaicas. El artista alimenta el ardiente deseo de oponer el ruido del mundo al silencio vibrante del quieto. Huye, pues, de las contorsiones dinámicas de las esculturas barrocas o neoclásicas para pensar en la calma telúrica de los antiguos faraones. Galbiati nos lleva a la escultura por el camino del silencio. Gracias al cariño inagotable de nuestra colaboradora Berta Lucía Estrada, Davide Galbiati es el artista invitado de esta edición de Agulha Revista de Cultura.



Agulha Revista de Cultura

Número 258 | dezembro de 2024

Artista convidado: Davide Galbiati (Itália, 1976)

Editores:

Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com

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