El pensar, el
imaginar, el recordar, el soñar y el crear son esencialmente actos propios del ser
en reposo, en recogimiento íntimo, en re-flexión serena de sí, cuyo tiempo y espacio
se retraen, se apartan del curso ordinario, del flujo incesante del mundo. En esa
atmósfera, en esa intimidad silenciosa y contemplativa, los grandes artistas, filósofos,
poetas, soñadores, han encontrado siempre su voz única, su lenguaje y su pensamiento.
Lo supo Leonardo en su trasiego y su inquietud polimórfica, lo trazó en sus misteriosos
cuadros Alberto Durero entre otros muchos hasta el silencio metafísico de Giorgio
de Chirico o la infinitud callada y sobrecogedora de Mark Rothko.
Óscar González
nos habla de la melancolía casi sin nombrarla, porque no se menciona la soga en
casa del ahorcado. Ella, la melancolía, humor oscuro, humor lento y denso, ha alimentado
desde el origen su palabra y su búsqueda de la belleza. Pero, no obstante, lo ha
llevado por fuerza de su volición misma al encuentro con lo luminoso, con la alegría
de los sentidos, del sentir al que finalmente termina abriéndose, accediendo todo
cuanto nace en la melancolía, todo cuanto crece y se fortalece en ella.
Este libro suyo,
El libro del tratado de la melancolía,
es sólo otro capítulo más de su gran libro, el libro o tratado que desde su juventud
siempre soñó. El gran libro mallarmeano de sus sueños, de sus instantes, de sus
amores, de sus soledades y contemplaciones, de sus éxtasis y sus secretas angustias,
inacabable, inagotable. Por eso, el fragmento, la aparente renuncia al discurso
exhaustivo, a la concatenación y cohesión temáticas que para algunos todavía es
prueba de algo, prueba de supuesta maestría literaria.
Aquí sólo podemos
entrever, sintetizados, sugeridos, momentos, pasajes de una intimidad que se adensa,
que se acrisola en su propio fuego, en su lucidez y su locura para decir, no para
comunicar, la extrañeza, el resplandor aún vivo del asombro que el devenir de la
vida, incluso en su ordinariez, en su dolor y su vacío, dejan en el corazón de quien
escribe, de quien en este caso, parece ir ascendiendo con el lector, escalón por
escalón, párrafo a párrafo, hacia un imposible cenit donde se juntan “el sol negro
de la melancolía” nervaliano y los “soles amargos” de Rimbaud.
Porque es la
melancolía, sustancia generatriz del sueño, de la imago, de la poiesis lo que
trasuntan estos textos, reunidos aquí -uno diría que aleatoria y transitoriamente-,
sin perder esa “tensión estética” presente desde el comienzo en la escritura de
O.G.: “Y él se mira a sí mismo en la noche. Tiende a buscar en la noche la simetría
y el equilibrio” (III). Noche que se abrirá de todos modos a lo irregular de una
luz “helicoidal” como la mirada misma de la poesía, como el mundo en disensión que
a la postre, tendrá que admitir el esteta exiliado de todo orden establecido, apartado
de todo conformismo.
Son múltiples
las razones e inquietudes que atraviesan lo que pudiéramos llamar, motivos de “consideración”
en este Libro, aunque todo gira en torno
al deseo que permanece irrealizado en su propio vacío, y genera sin embargo, una
tensión que se extiende más allá de lo dicho, porque es, como él mismo lo nombra,
“hilo” de su teatro, de su vida, de su rebeldía, de su representación, de su estética:
“Las decisiones irrevocables con las que mueve los hilos de su vida, las que son
decisiones de sí mismo, que no involucran a los demás, dice él, las provoca en la
medida en que ellas están relacionadas concreta y herméticamente con tres momentos
y características básicas, de las que no puede liberarse ni liberarlas, que son:
el interés, la necesidad y el deseo” (XI).
En tiempos de
creciente desencanto y prepotencia racionalista en los que, soterrada o abiertamente
se nos propone asumirnos robots felices, eficaces, curados de toda angustia, la
fuente auténtica de lo que aún denominamos arte, espíritu, creación, sensibilidad,
imaginación, pensar, contemplación, ensoñación o poesía sigue fluyendo. Eso lo testimonia
este Libro, lo hace evidente esta nueva
página especular en la que se reflejan simultáneamente los intersticios de un pensar,
de una vida construida desde la soledad pero también desde la necesidad de entender,
de ver, de aprehender lo real y lo maravilloso sin límites.
No es relevante definir si la escritura de este Libro del tratado de la melancolía adopta
un género preciso -entre el ensayo, el apunte, el esbozo o la prosa poética- toda
vez que la escritura, hoy, tiende a concentrarse como a expandirse según el impulso
que la aliente, el vértigo que la atraviese, y creo, como en este caso, que sólo
con que el lector lo permita, el peso o la levedad de estos textos habrá de determinar
en él la experiencia verdadera que aún puede ofrecernos la palabra, o mejor, otra
vez, la poesía.
TRATADO DE LA MELANCOLÍA
(fragmentos)
I
Tiene en sí mismo una temperatura
que lo inclina constantemente a hacer todo aquello que desea. Es su inclinación
porque de no hacerlo le sería intolerable. Tiene demasiadas sensaciones que desde
el deseo lo hacen realizar la tentativa en su concentrada manera de ser. Tiene la
manía de hacerlo, porque es para él irresistible. Estética de lo irresistible. Y
cuando lo hace suscita odio. Pero él no lo conoce, por lo cual no sabe de él y si
lo conociera, le sería inconcebible. Es resultado de la tensión de su manía. Y lo
dice en el vacío.
II
De nuevo suscita la tormenta, cuando se pronuncia sobre el
desear y dice que: Nunca desea nada a nadie en su naturaleza, aquello que no pueda
hacer por sí mismo realidad y que en sí mismo no sea realidad para él. Nunca lo
dice. No tiene ese deseo ni lo decide para nadie y nunca ni siquiera en él mismo.
O lo hace realidad para su sí mismo o no lo desea a nadie. Deseo es para ante y
para otros, es aquello que él puede desear realizando en sí mismo y lo proyecta
sobre los otros para que sea realidad. No tiene poder su deseo, y cuando lo no lo
tiene, no lo desea para nadie. Tiene una mística del deseo que no es realidad, pero
que se mantiene en su densidad de deseo de lo abarcable y de lo inabarcable. Tiene
esta consideración porque lo involucran e intentan abocarlo a lo que no desea ni
para sí ni para nadie y se instala en un vacio en donde destruye lo que no es su
deseo real ni sabe cómo hacerlo realidad. Tiene como transmitirlo, pero no lo hace
por el vacio mismo que se causa y es causado en él. Es la tormenta allí donde no
es sino "real" el hilo que se mueve en su teatro. Teatro de hilos. O de
hiladores.
.
IV
Y cuando habla del teatro, porque
lo hacen hablar, se lo ha dicho hasta la cantidad de inabarcabilidad que ello le
ha sido dado, es porque tiende a buscar una tensión entre lo que dice y lo que no
dice del teatro. Teatro al hablar de sí mismo, teatro del habla, entonces, que no
es un teatro de sí mismo, es de lo que habla que no es lo que nombra. Y en el momento
en que nombra el teatro, lo hace para exterminarlo, para destruirlo en sí mismo.
Para no tener nada que decir de él. Nombrar es ya no tener que decir del teatro
ni de sí mismo. Tensión entre el exhibir lo que domina del teatro, de la estética
teatral y lo que no. Hay un vacio teatral, que busca en la intermitencia, en el
intersticio, el que no nombra. Ese es el que le preserva. De lo que llama, estética
del instinto de preservación teatral, del teatro, no de sí mismo. No interesa eso
a él. Es la feminidad teatral. Y al hablar del teatro, es para decirse: Decir en
el teatro no es Nombrar su teatro, porque de su verdadero teatro, no le es dado
siquiera acceder a él. Y sí lo habla será imitado y él no quiere imitarse ni siquiera
a sí mismo. Temblores de un excéntrico decadente, se dice y observa con ironía su
vida adyacente. Y su intención es morir barrocamente de y en el teatro y por ello
ese es su éxtasis y no su estasis. Temperaturas teatrales
.
V
En lo indisoluble se mantiene la relación
de lo sensible. No en la historia, sino en el instante mismo donde eclosiona lo
sensible. No tenemos pues historia. Es lo que forma y se forman en él de lo que
llama su inconsciente estético. Es por la mediación insólita e inexorable con el
arte, lo que él llama arte, desde la densidad de las sensaciones; porque siempre
lo poseen cuando se tiene la vía iniciática del arte; la que ha decidido en lo indecible.
Dice que porque el arte y la estética son su imán y ellas lo imantan, es pues, en
esa perspectiva inasible un imantado, imantado por ellas. No se llena sino con ellas.
Ese carácter de la insistencialidad es de lo más excitante para sí mismo, porque
cabe en su dimensión estética, sin necesidad de indicar desarrollos de una “teoría”
que no sea la de sus proposiciones o esté relacionada con sus proposiciones. No
es que no quiere leer y relacionarse con otras, sino que conoce la tensión de las
suyas. Es su manera de extender y no extender su obsesión por el arte. Tiene esa
tensión proposicional para destruir cualquier quietud e inmovilidad obscena. Teoría
de la insistencialidad obsesiva es lo que busca con una excavadora sensitiva que
ha sido de él toda la vida y con ella excava en él y en el arte para extraviarse
en los rizomas que hace con lo que extrae de esa su realidad, la del arte excavado
y excavante.
XVI
PEDRO ARTURO ESTRADA (Colombia, 1956). Poeta, narrador y ensayista, promotor cultural, coordinador de talleres literarios con niños, jóvenes y adultos. En sus textos aborda asuntos como el vacío existencial, la guerra, la muerte, el desamor y la desesperanza. Poemas suyos han sido recogidos parcialmente en diferentes revistas, periódicos y antologías del país y del exterior. Libros publicados: Poemas en blanco y negro (Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 1994); Fatum (Colección Autores Antioqueños, Medellín, 2000); Oscura edad y otros poemas (Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2006); Suma del tiempo (Universidad Externado de Colombia, Bogotá 2009); Des/historias (Cuadernos Negros Editorial, Armenia, 2012); Poemas de Otra/parte (Cuadernos Negros Editorial, Armenia, 2012); Locus Solus (Sílaba Editores, Medellín, 2013); Monodia (Amazon, NY, 2015); Quién juntó la ceniza (Seshats Editorial, Bogotá, 2020); Canción tardía (Amazon, NY, 2020) y Palabras de vuelta (Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 2020). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, portugués, árabe y rumano e incluidos en antologías nacionales y del exterior. Es premio Ciro Mendía (2004) y Casa Silva (2013) entre otros.
TARŌ OKAMOTO (Japão, 1911-1996). Filho do cartunista Ippei Okamoto e da escritora Kanoko Okamoto. Estudou na Sorbonne nos anos 1930 e criou muitas obras de arte, após a II Guerra Mundial. Foi um artista e escritor prolífico até sua morte. Entre os artistas com os quais Okamoto se associou durante a sua estadia em Paris estiveram André Breton e Kurt Seligmann, este último uma autoridade surrealista em magia e que conheceu os pais de Okamoto durante uma viagem ao Japão, em 1936. Okamoto também se associou com Pablo Picasso, Man Ray, Robert Capa e sua parceira, Gerda Tarō, que adotou o primeiro nome de Okamoto como seu próprio sobrenome. Em 1964, Tarō Okamoto publicou um livro intitulado Shinpi Nihon (Mistérios no Japão). Seu interesse em mistérios japoneses foi provocado por uma visita feita ao Museu Nacional de Tóquio. Depois de ficar intrigado com a cerâmica Jōmon que encontrou lá, ele viajou por todo o Japão para investigar o que entendia como o mistério que se encontra sob a cultura japonesa e, em seguida, publicou Nihon Sai hakken – Geijutsu Fudoki (Redescoberta do Japão – Topografia de Arte). Tarō Okamoto é o artista convidado desta edição de Agulha Revista de Cultura, e sua presença entre nós se deu graças à generosidade do bailarino e tradutor Daniel Aleixo. Sugerimos visitar o Museu de Arte Tarō Okamoto: https://taro-okamoto.or.jp.
Agulha Revista de Cultura
Número 259 | janeiro de 2025
Artista convidado: Tarō Okamoto (Japão, 1911-1996)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2025
∞ contatos
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