La neovanguardia italiana tiene como manifiesto la antología poética I
Novissimi. Poesie per gli anni 60 (Los novísimos. Poemas para los años 60, 1961),
preparada por Alfredo Giuliani, en la que figuran, además del mismo antólogo y prologuista,
Elio Pagliarani, Edoardo Sanguineti, Nanni Balestrini y Antonio Porta. Dos años
más tarde se constituyó en Palermo el Grupo 63, cuyos fundadores (entre los
cuales destaca el semiólogo Umberto Eco, que se convertiría en el novelista de renombre
conocido por todo el mundo) se reunieron en congreso hasta 1967 y quisieron llamarse
neovanguardistas para distinguirse de las vanguardias futuristas de los comienzos
del siglo. Existe en todos la voluntad de partir de cero, de rechazar cualquier
tipo de experiencia pasada; de liberar la literatura de la esclavitud de los contenidos,
del lenguaje y de la retórica tradicionales hasta llegar a un “desbarajuste lingüístico-sintáctico”,
utilizando un pastiche de idiomas, sin desdeñar incluso el más oscuro y tenebroso
latín medieval, a fin de traducir al plano expresivo la ininteligibilidad de la
realidad actual, el laberinto del ser. Afirman que la única comunicación posible
es “la comunicación de la negación de la comunicación existente”. Característica
de estos poetas es también la tentativa de supresión del “yo”, por medio de una
escritura en la que no se da ningún espacio al subjetivismo, al sentimentalismo,
a los abandonos intimistas. El rechazo, además, de los recursos retóricos tradicionales
(rima, ritmo, etc.), los lleva a recuperar algunos procedimientos no considerados
por los poetas de los años 50, como la técnica del collage, el lenguaje ideogramático,
junto a nuevas formas expresivas como el asintactismo, el atonalismo, el sinsentido,
con un intento representativo y, al mismo tiempo, contestatario de una realidad
“esquizomorfa”.
El hinterland cultural de esta “poética”, de esta apertura al “caos”
para recuperar el mundo y por consiguiente la poesía, es muy vasto y arranca de
Adorno, y más en general, de la escuela de Frankfort hasta la fenomenología de Husserl,
el nuevo impulso psicoanalítico y el estructuralismo.
Pero si se pasa de los que se pueden definir como principios comunes de los
cinco poetas, tal como han sido teorizados por Giuliani, de manera algo abstracta
y genérica, a su singular personalidad, el discurso se hace más complejo, porque
les acompañan divergencias bastante sensibles.
Si puede afirmarse que el movimiento de la neovanguardia entra en crisis
y muere bajo el empuje de la contestación juvenil estallada abiertamente en la primavera
del 68, quizá sea también necesario decir que la obra de estos poetas no está todavía
definida y cada uno ha proseguido por su cuenta con resultados cada vez más fuertes
y personales. Se puede pensar, por ejemplo, en las últimas obras de Sanguineti tendentes
a devolver, en una dimensión más comunicativa, la banalidad de lo cotidiano a través
de formas irónicas o paródicas, o en las más recientes producciones del malogrado
Porta que afronta temas cada vez más cargados de sentido y de comunicación.
No es nuestra intención explayarnos más en el análisis de esta tendencia
que presenta notables semejanzas con la que se manifestó en España diez años después
con la irrupción de la generación “novísima”, cuyos rasgos fueron definidos por
Castellet en el prólogo a su polémica antología, que es también en el título un
calco de la italiana. Por otra parte, se sabe que en 1966 los novísimos italianos
visitaron Barcelona y efectivamente el crítico español habla en su introducción
de una Barcelona “amilanesada”. Pero, antes de analizar la poesía más reciente,
queremos subrayar una vez más que la neovanguardia ha tenido el mérito indiscutible
de sacudir la cultura de su tiempo de la duermevela, de instigar a los intelectuales
a abrir los ojos a su realidad, de anticipar gran parte de aquella renovación cultural
que se manifestaría en toda amplitud en las décadas sucesivas.
La neovanguardia había nacido como fuerza de contestación, pero su función
contestataria concebía la literatura como “discurso total”, precisamente cuando
ese discurso empezaba a estar en crisis. La contestación pasaba así a otras manos,
a los movimientos juveniles, los menos interesados en un discurso literario, persuadidos
como estaban de que la política era la única vía de solución para cualquier problema,
ya fuera artístico o social.
La poesía italiana de los años
70 a nuestros días
Los 70 son los años más difíciles y trágicos de la historia republicana italiana,
agitada y trastornada por problemas de orden público y económico que, heredados
de los años precedentes, llegan a su extremo produciendo efectos fuertemente negativos
en la vida nacional, dirigida por una clase política incapaz de resolver las muchas
dificultades con que se encara el país. Son los años de la crisis petrolífera, de
la conflictividad entre el empresariado y la clase obrera, que se había agudizado
dramáticamente; de las contradicciones sociales que desde hacía tiempo se estaban
incubando bajo los restos humeantes del boom económico de los 60. Al agravamiento
de la situación contribuyen los episodios cada vez más frecuentes de inmoralidad
y corrupción también a nivel de la pública administración y de parlamentarios y
ministros. Añádanse a todo esto las contestaciones estudiantiles, los problemas
de todos los días desde el paro juvenil hasta la droga, sin pasar por alto los de
la vivienda y de la asistencia sanitaria, de los secuestros, de las huelgas “salvajes”
para la obtención de reivindicaciones corporativistas. El creciente y difuso malestar
engendrado por la persistencia de estos problemas irresolutos que afectan a la mayor
parte de la población, favorece la proliferación de los grupos terroristas de la
extrema izquierda que, bajo distintas denominaciones (Núcleos Armados Proletarios,
Brigadas Rojas, Primera Línea, etc.), contando con el apoyo de los extraparlamentarios
y de los autónomos, ensangrientan la nación en una sucesión ininterrumpida de crímenes
execrables que culminan con el secuestro y asesinato del líder de la Democracia
Cristiana, Aldo Moro (1978) que había intentado favorecer un acuerdo entre los dos
mayores partidos políticos italianos (el suyo y el Partido Comunista).
En aquel clima de violencia a todos los niveles, de ceguera e ineptitud política,
¿quedaba todavía un espacio para los poetas? La poesía fue acusada de inutilidad,
de ociosidad, de total incapacidad para incidir en el terreno de la realidad y en
lo político. Predominaba el extravío, un sentido de gran malestar existencial debido
a la imposibilidad de definirse ya sea respecto a la realidad o respecto a la literatura.
El poeta se sentía burlado, escarnecido, marginado. Abandonados completamente a
sí mismos y a su propio talento, los representantes de la generación post-sesenta
y ocho se vieron, en suma, constreñidos a la práctica de una especie de empirismo
absoluto, obligados a medirse con la poesía antes que con las poéticas, en una diseminación
de tendencias y de horizontes.
De la reconquistada libertad expresiva y de la renovada fe en la poesía,
después de las aseveraciones proclamadas con rabia sobre la definitiva muerte del
arte, son buena muestra las numerosas lecturas públicas de versos, los muchos festivales
internacionales (se empezó en 1979 en Castelporziano y se continuó durante algunos
años en Roma), organizados con el intento de dar carácter espectacular a la poesía,
buscando el contacto con un público más vasto y heterogéneo. Es muy difícil explicar
lo que aconteció en el terreno de la creatividad poética durante aquella época,
caracterizada por una total libertad de búsquedas y una gran variedad temática.
De todos modos, es posible entrever una voluntad común de dar un sentido a las palabras,
utilizándolas como instrumento de coloquio y comunicación, “la reconstrucción de
un robusto polo monoestilístico que, bajo formas distintas, rechaza la anterior
idea de experimentación y, de alguna manera, restablece una estrecha dependencia
de las formas del significante de las estructuras del significado” (S. Giovanardi).
A mediados de los años 70, Alfonso Berardinelli y Franco Cordelli dan a la
estampa una antología de jóvenes poetas, que tiene mucho éxito: Il pubblico della
poesia (El público de la poesía, 1975), en la que se incluyen textos escritos
entre 1968 y 1975 de dieciocho poetas agrupados en cuatro secciones, las cuales,
más que denotar específicas tendencias de grupo, evidencian una especie de matizado
epigonismo post-neovanguardista y formas de experimentación lingüístico-formal.
En la primera sección se encuentran los “nuevos salvajes” (Bellezza, Maraini, Alesi)
que buscan una comunicación más inmediata y directa con el público, eligiendo frecuentemente
la temática de los marginados (los “diferentes” y las “mujeres”). La segunda acoge
a cuatro poetas (Spatola, Vassalli, Viviani, Conte) de filiación neovanguardista,
en los que se percibe la tendencia a la reflexión crítica sobre la sociedad, presentándose
como propuesta político-cultural. En la tercera y cuarta sección figuran los poetas
(Paris, Zeichen, Orengo, Minore, Prestigiacomo; Cucchi, Doplicher, Lumelli, Manacorda,
De Angelis, Scalise) que han roto con la tradición y con los grupos, persiguiendo
un ideal de poesía en la más absoluta anomia. La impresión que se obtiene con la
lectura de esta antología es la de una gran confusión de estilos, de “un panorama
compuesto y abigarrado en el que coexisten experiencias disformes y jugadas sobre
un teclado extremamente variado” (S. Pautasso) que harían “arduo y aleatorio para
cualquiera” toda orientación (P. V. Mengaldo).
A complicar el movimiento poético de aquellos años contribuye la presencia
de los activísimos poetas de generaciones precedentes, que continúan ofreciendo
lecciones ejemplares también desde el punto de vista de la actualización técnico-lingüística.
Si Montale, Luzi, Caproni, Bertolucci y Sereni constituyen una “isla feliz”, aparentemente
alejados de las cuestiones debatidas, más presentes están Giudici, Raboni, Cattafi,
Majorino, Spaziani, quienes, en abierta polémica con la línea experimental, produjeron
en aquellos años obras de altísimo valor estético y moral, y contribuyeron de manera
determinante a definir las elecciones de escritura de los autores más jóvenes, restituyendo
a la poesía su función comunicativa que parecía haber perdido por culpa de “la infausta
política autopromocional de las vanguardias” (M. L. Spaziani). El mismo Porta, abandonadas
para siempre las extremadas “crueldades” experimentales, se convierte en guía y
mentor de tantos jóvenes escritores, orientándolos hacia formas más agradables”,
acabada ya la experiencia contestataria de la pasada década. Mientras tanto, es
necesario decir que con la neovanguardia han conectado, por el carácter fuertemente
experimental de su poesía, autores como Zanzotto y Amalia Rosselli, cuyos éxitos,
al parecer, son opuestos a los de los Novísimos. Ni tampoco hay que olvidar
que la muerte de la neovanguardia no ha puesto fin a la experimentación. La fórmula
de los Novísimos ha sido recogida, con alguna actualización, en los años
70 y continúa produciendo un abundante material técnico y creativo. Entre los poetas
de clara filiación neovanguardista podemos recordar a Adriano Spatola, director
de la revista Tam Tam, al primer Cesare Viviani y a Carlo Marcello Conti.
Sucedía entonces que mientras Porta y Sanguineti se inclinaban hacia posiciones
más moderadas, algunos de sus discípulos se obstinaban en correr a toda costa hacia
adelante, con resultados no siempre aceptables, que frecuentemente desembocaban
en un puro juego verbal. El mismo Porta se encuentra en el deber de advertir acerca
de la peligrosidad de ciertas fugas demasiado arriesgadas, porque, con el tiempo,
la vanguardia podría llegar a ser la retaguardia de sí misma, mientras, por una
especie de inversión dialéctica, “las posiciones más conservadoras y estética e
ideológicamente más retrasadas pueden contener dentro de sí propuestas de un porvenir
más rico que otras estética e ideológicamente más avanzadas y actuales” (Giovanna
Bemporad).
Muy a menudo bajo la etiqueta de “orfismo” se esconde la acusación de oscuridad.
Con ese término se hace referencia a un lenguaje “cerrado”, “alto”, “difícil”, a
una línea poética que tiende a exaltar los poderes mágicos, iniciáticos y alusivos
de la palabra. Durante un largo período la ilegibilidad pareció un atributo esencial
de la poesía. Sin embargo, ya en los años 80, cuando no se había apagado completamente
el fervor órfico, se advierte como improrrogable la necesidad de reconducir la poesía
hacia el terreno de lo emotivo, hacia una idea de nuevo humanismo, más allá del
nihilismo, de las vanguardias y de los esteticismos, proclamando la primacía de
una palabra poética portadora de una más llena vitalidad y visibilidad humana, de
una palabra que recupere su tensión y función comunicativa. En dos “Manifiestos”
aparecidos en la revista “Stilb”, con ocasión de un congreso celebrado en Fano en
mayo de 1982, Fabio Doplicher propone una poesía que persiga un sentido, una razón
“en la metamorfosis del mundo contemporáneo”. Contra los “excesos de un experimentalismo
abstracto” y de un “enamoramiento verboso” que durante dos decenios habían dominado
en la poesía italiana, se reivindican “nuevas utopías poéticas y políticas, como
instrumentos para poder obrar”.
Se ha llegado hasta el extremo de rechazar en bloque la experiencia “órfica”
en cuanto arte que rehúye la vida y se ha vuelto a hablar de claridad, de clasicismo,
de sencillez. Todo esto nos trae a la memoria las muchas polémicas que acompañaron
los orígenes del hermetismo, cuando el mismo Montale fue acusado de oscuridad, y
el crítico De Robertis, en su apasionada defensa de aquellos poetas, desempolvó
las argumentaciones de Foscolo y Leopardi sobre el empleo de la metáfora para explicar
la “belleza difícil de la mejor poesía de hoy”.
La verdad es que el problema realidad-orfismo, claridad-oscuridad, legibilidad-ilegibilidad
es un falso problema. La cuestión es otra. Y nos lo dice Celan: “Durante algún tiempo,
años atrás, he podido ver y más tarde observar atentamente desde cierta distancia
cómo el hacer se convierte primero en hechura y después en hechizo”.
He aquí el problema: el manierismo, el hechizo. Pero se sabe que el hechizo nace
cuando se ha creado ya un estilo y cuando éste pierde vigor y necesidad. Nuestra
tarea es entonces la de distinguir entre las mistificaciones, “el ingenio”, la habilidad
y aquella manufactura que, según Celan, es “cuestión de manos. Y esas manos pertenecen
tan sólo a un hombre, es decir, a una única mortal criatura, quien con su
voz y con su silencio intenta abrirse un camino. Sólo las manos veraces escriben
poemas veraces. Yo no veo ninguna diferencia entre un apretón de manos y un poema”.
La última poesía italiana
La primera pregunta que se impone es ¿qué se entiende, en Italia, por jóvenes
poetas? A comienzos de 1980 se empezó a hablar de “quinta generación” a propósito
de aquellos autores entonces debutantes y antologados en cuadernos de poesía regionales.
Considerando su fecha de nacimiento, se tendría que hablar más bien de autores de
la sexta y séptima generación, nacidos, por lo general, entre los años sesenta y
setenta.
La sexta y la séptima generación salen al descubierto cuando el clima editorial
alrededor de la poesía ha cambiado: la poesía se ha vuelto un género marginal para
los grandes editores, conserva un valor para los pequeños y los medianos, los cuales,
sin embargo, tienen mayores dificultades de difusión en el circuito de las grandes
cadenas de librerías. La mejor manera de hacerse conocer por un público no especializado
es la inclusión en una antología, aunque de carácter parcial (geográfico, temático,
generacional, de escuela, etc.). Es importante subrayar esta situación de marginalidad
que la poesía italiana sufre en el mercado de las Letras, para juzgar los resultados,
que son, al contrario, merecedores de todo respeto. Dentro de su nicho, los poetas
encuentran, en lugares abiertos, no en círculos cerrados, a un público compuesto
de estudiosos, lectores y otros intérpretes de la poesía, y pueden así concentrarse
en los modos y en las técnicas de la escritura, distintamente de los narradores,
a quienes se les exige a menudo una adecuación a los gustos del público, a los géneros
de moda, a los temas de actualidad. Podemos decir que la poesía constituye la punta
más avanzada de la búsqueda literaria en Italia, y la joven, la parte sin duda más
interesante.
La novedad fundamental de los jóvenes poetas italianos estriba en la capacidad
de aprender su propio lenguaje de una tradición más amplia y articulada. Por ejemplo,
un clásico como Montale es leído enfrentándolo con Thomas S. Eliot, antes que con
el interior del hermetismo. Puede ser justa o no esta perspectiva, pero lo que cuenta
es la práctica. En la memoria de los jóvenes autores, las “interferencias” cuentan
más que las supuestas continuidades, y entonces puede ocurrir que Wistan H. Auden
esté más presente que Mario Luzi, y Seamus Heaney más que Giovanni Raboni. Es un
fenómeno que viene de lejos, pero hoy está más acentuado. Acaso alguien podría interpretarlo,
en clave posmoderna, como una deriva de los paradigmas culturales de las tradiciones
nacionales. Se puede afirmar que, en Italia, los poetas más jóvenes trabajan en
un horizonte de modelos que no es posible encerrar dentro de una poética “exclusiva”.
En su poesía se cruzan las distintas temáticas (desde la del cuerpo hasta posiciones
más espiritualistas) en una abertura al diálogo con una tradición que abarca un
cuadrante más amplio y móvil de valores europeos y mundiales. De ahí la atención
creciente hacia poetas como Derek Walcott, Enis Batur, Adonis, Enzensberger, Bei
Dao, etc.
A la luz de estas consideraciones, los jóvenes poetas prestan su atención
no tanto a los temas metalingüísticos (que se impusieron en Italia sobre todo en
los años sesenta, en el debate sobre los límites ideológicos de la lengua poética,
encendido por el movimiento de la neovanguardia), sino al reconocimiento de un horizonte
existencial de su trabajo. La “vida”, entendida como un contenedor de cuestiones
privadas y, en sentido lato, políticas, constituye el punto neurálgico de una crisis
histórica que atraviesa Italia igual que Europa, y que induce a reflexionar sobre
el trabajo y sobre el sentido de la poesía desde el exterior, es decir, desde un
punto de vista que no coincide en absoluto con el del autor. Esto explica, en parte,
la confianza “comunicativa” de estos versos, la parábola clara y directa de sus
figuras, incluso de las más obscuras, y la propensión, entre surreal e irónica,
a poner en juego las certezas de la Literatura (manifiestos, escuelas, programas)
con una investidura lírica, desde lo bajo, por fragmentos, a intervalos, de las
cosas y de los sentimientos.
No es fácil, por lo tanto, trazar un cuadro donde colocar a los diversos
poetas jóvenes que escriben hoy en Italia. Se trata de un espacio abierto y caótico,
extremamente dinámico, que supera líneas y etiquetas (que a veces vuelven de moda
para sostener operaciones editoriales), y exige una mirada partícipe del detalle,
de la historia, del valor romántico (o bien posromántico) de la experiencia individual.
Semejante participación se percibe en la dimensión de una delicada y envolvente
escritura de la interioridad, relampagueante de imágenes suspendidas, alusivas,
o se coagula en una visionariedad conceptual, o se extiende en las volutas de una
lírica argumentada, autoreflexiva, entre interiores burgueses y nostalgia de la
naturaleza. Proponemos tan solo acercamientos que no pretenden ser definitivos.
Temas y registros circulan de un autor a otro, a veces con efecto de sordina que
termina configurando un cuadro extremamente variado y, a la vez, compacto del conjunto.
Lo cierto es que, por ironía de la suerte, la poesía tiene que medirse continuamente
con la opaca objetividad de lo vivido, entre una crónica sin dimensión, que privilegia
el vacío insistente de las cosas, y la desarmante levedad de una enajenación del
yo que se deshoja en distintas voces del sí, o acude a un nivel corporal
del ser, al que se remonta, como en un embudo, el pensamiento de la vida. Un espacio
de más difícil definición, a causa de los tantos distingos que sería oportuno hacer,
se abre finalmente al describir aquella tensión lírico-discursiva que se divide
entre conquista de la memoria y corrosión del presente, y encuentra en la existencia
el “tema” de una mise en abîme de la poesía.
La “vida”, pues, aparece en los jóvenes poetas ora como el sueño privado
de otra naturaleza del hombre y de una nueva facies del paisaje, ora como
el proyecto social de una más madura y profunda relación interior que el hombre
cultiva en el diálogo con los otros. En este sentido, las reflexiones y la pasión
de Pier Paolo Pasolini aparecen mucho más actuales y convincentes que los anatemas
contra los límites ideológicos de la lengua poética lanzados por la neovanguardia
(que, por supuesto, se integró muy rápidamente en las mismas instituciones que criticaba
por abuso de poder). Y, a través de los años, la búsqueda poética de Andrea Zanzotto
se ha revelado más fecunda que la de Edoardo Sanguineti, en la obra de los jóvenes
autores que han tratado de vincular su tensión experimental a una investigación
concreta en los espacios psíquicos de la inadaptación existencial. No se trata de
un regreso de reacción a la poesía, sino de una reflexión exenta de prejuicios ideológicos
sobre su palabra. La “lírica” ya no es un término obsoleto, abandonado en las ruinas
de una literalidad superada, sino que se contamina en contacto con otros talleres
de la poesía europea. Un nuevo post-hermetismo crítico se sedimenta amparado en
los modelos de una tradición híbrida y compleja, donde lo que cuenta es la calidad
del verso. También en los autores aparentemente más introvertidos, se abre camino
una tensión que lleva a comunicar y a reflexionar sobre el “por qué” de su palabra
en el mundo y, consecuentemente, sobre aquel sentido de “extrañamiento” que restituye
la poesía a este mundo; donde es cada vez más difícil distinguir las diversas voces,
escuchar el silencio lejos del murmullo de fondo que invade las calles, aturde las
habitaciones y a menudo quiebra la quietud de los sueños tranquilos, y de los coloquios,
día y noche.
EMILIO COCO (Italia, 1940), es hispanista, traductor y editor. Dirige la colección de poesía “Iberoamericana” y ha publicado varias antologías de poesía española y latinoamericana. Como poeta ha publicado, entre otros títulos: Profanazioni (1990), Le parole di sempre (1994), La memoria del vuelo (2002), Fingere la vita (2004), Contra desilusiones y tormentas (2007), Il tardo amore (2008, Premio Caput Gauri, 2008), Il dono della notte (2009, Premio Alessandro Ricci-Città di Garessio, Premio Città di Adelfia,Premio Metauro, Premio della Giuria “Alda Merini”), Ascoltami Signore (2012, traducido al español), Las sílabas sonoras (2013), Mi chiamo Emilio Coco (2014), Es amor (2014), Las palabras que me escriben (2015), Vuelva pronto el verano (2017), Del dolor y la alegría (2019), Sé que ya no será como era antes (2020), Del amor y otros duelos (2020), Poesie (1990-2020) (2021) y algunas plaquettes. Está traducido a una docena de lenguas. En 2003 el rey de España Juan Carlos I le otorgó la encomienda con placa de la orden civil de Alfonso X el Sabio. En 2014 fue “Poeta Homenajeado” en el Festival “Letras en la Mar” de Puerto Vallarta. En 2015 recibió el premio “Catullo” por su labor de difusión de la poesía italiana al extranjero. En 2016 le fue otorgado el premio “Ramón López Velarde”. Con sus espléndidas traducciones al español podría formarse una biblioteca.
MANOEL D’ALMEIDA E SOUSA (Portugal, 1947). Poeta e artista visual. Sua obra possui um acento valioso na esfera do humor. Fazedor de coisas (simples) e criador de canídeos. Passou por vários sítios incluindo a Escola Superior de Teatro e Cinema. É fundador do projeto associativo Mandrágora onde encenou e atuou como figurante. Já pintou, desenhou e fez revistas – entre elas a Bicicleta. A seu respeito escreveu Nicolau Saião: Almeida e Sousa acentua mais ou menos conscientemente o contraste entre a reposição parcial da antiga legibilidade e o exterior atmosférico a que usa chamar-se passado. É, obviamente, um exilado da tal pintura de tradição. Os seus quadros assemelham-se a violentas sacudidelas na sua vida de pessoa que intervém mediante os materiais, os traços, a cor ou a ausência de cor, na sequência do quotidiano. É o acaso que o motiva ou, pelo contrário, é uma deliberada atenção a tudo o que o rodeia? Que possui bons olhos de pintor e independência de espírito – e de razão conceptual – não sofre dúvida. Ele subverte – e nas suas colagens isso é muito perceptível – muito do tempo presente. Mas isso é evidentemente uma busca lúcida do futuro. Manoel d’Almeida e Sousa é o artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
CODINOME ABRAXAS # 01 – REVISTA ALTAZOR (CHILE)
Artista convidado: Manoel d’Almeida e Sousa (Portugal, 1947)
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