Voy de regreso
al Negro limbo,
la historia no escrita
de nuestras tensiones.
Aquí yacen los muertos
en una jerarquía de pequeñas derrotas.
Un texto posterior, “The Abstract of Knowledge: / The First Test” (“La abstracción
del conocimiento / primera prueba”) incluye un complejo pasaje que presagia esta
imagen del limbo, que puede ser a un mismo tiempo el espacio que Dante pone fuera
del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, y una danza que irónicamente conmemora
el cautiverio:
Si vas de la certeza de la unicidad
hacia la solitud y regresas,
debo despojarte de tu doble
y desdoblarte en la celda del amor.
Mis instrumentos te moldean en un limbo…
La mitología dogón nos enseña que todo ser, todo objeto, posee su propio
lenguaje, su gemelo o doble, su Nommo o Adán. El hermetismo occidental que influyó
en la poesía simbolista, de Rimbaud a Crane, sostiene algo similar. Jakob Bohème
alude a este desdoblamiento o semejanza como “la sintonía entre todas las cosas”.
Esta búsqueda resulta impresionante y por demás sobrecogedora para un poeta afroamericano
al final del milenio. Pretendo adentrarme en la obra de Wright con el cuidado que
merece por estar a la altura de Rilke, Hölderlin, Hart Crane, Robert Hayden, Paul
Celan y Luis Cernuda, ese maravilloso poeta español de lo Sublime que huye del franquismo
para refugiarse en México, lugar en donde pasa sus últimos días y en donde lamentablemente
se suicida.
Mi amor por la poesía de Wright nació hace más de un cuarto de siglo al leer
The Homecoming Singer (El regreso a casa del cantador, 1971) y fue
creciendo con cada nuevo volumen hasta culminar con Boleros (1991). Con más
de sesenta años, Wright es uno de nuestros principales poetas contemporáneos y tristemente
uno de los menos leídos y estudiados. Esto en parte se debe a las dificultades propias
de su obra, pero también a las expectativas que pueda despertar un poeta afroamericano.
Wright es un poeta de protesta, en el mismo sentido que lo fue Dante. Pero todo
poeta visionario, ya sea William Blake, Hart Crane o Jay Wright, se rige por una
filosofía que la crítica politizada es incapaz de asimilar.
Wright es un gran poeta religioso cuya espiritualidad esboza un tejido sincrético
de hilos africanos, americanos y europeos. Lo americano proviene de Nuevo México
y México, lo europeo de Dante y lo africano, las más de las veces, de la cosmovisión
dogón. Por desgracia, nuestra capacidad de aprehensión y comprensión de esta espiritualidad
tan vasta y compleja es muy limitada. Aun así hablo de un poeta estadounidense tan
importante como John Ashbery, A. R. Ammons y apenas otros cuantos poetas vivos.
Que un poeta de esta magnitud sea relegado es la manifestación más clara de nuestra
decadencia cultural.
Esta es la danza de lo que no cambia
y de lo que cambia,
la intensidad del espíritu
para la tolerancia del mundo.
Conocer es movimiento en el crepúsculo,
un estado de caída en la visión;
uno a uno
los ojos del espíritu se tocan y crecen.
Peregrino, el tenso espíritu
se tensa y regresa a su propia
comprensión.
Siempre existirá un avance
y un regreso;
siempre existe el acto,
la lenta fusión del ser.
Todas las cosas,
por fuerza de la unión,
continuarán;
pecado es dar la espalda;
ignorancia es desatención
a la voz que te nutre.
En su “Epílogo” a La doble invención de Komo, Wright hace un comentario
sobre la voz poética y su relación con el ritual: “En el ritual, no das marcha atrás
de la visión: uno / la sigue. Mi poema arriesga por la arrogancia ritual. Presenta
/ una voz dominante, la del iniciado que atraviesa las / rigurosas formalidades
de Komo…”. La “voz dominante” del poema es sin duda la del propio poeta, aunque
me asombra que el último Eliot irrumpa y usurpe al celebrante del ritual de Bambaras.
Retomo estas “intrusiones” de Eliot, aquí y en toda la obra de Wright, para insistir
en que antropología y poesía no necesariamente conviven cómodamente como afirma
Wright. Vale la pena destacar que Wright es un poeta de lo Sublime, no antropólogo,
ni historiador de la cultura, ni reconstructor de las religiones africanas arcaicas.
Él es bálsamo y albur, pero sobre todo es el camino de su propia poesía. Hay tal
vigor en sus dones que transforma el ritual en poesía, pero nunca la poesía en ritual,
falla principal de Eliot en sus Cuartetos. He aprendido algo acerca de la
espiritualidad africana leyendo a Wright y siguiendo sus sólidas referencias sobre
el tema. Resulta irónico que sea un afroamericano el representante más destacado
de nuestra poesía en lo que concierne a lo Sublime.
Píndaro es un poeta difícil por el uso recurrente de complejas alusiones
mitológicas. Pero su apasionado orgullo por su agonística proeza poética sobrepasa
el intricado éxtasis del contrapunto con lo mítico. El alcance de su canto va más
allá de un simple sortear las dificultades. Pregunta y responde a la tríada de lo
Sublime: ¿más que?, ¿menos que? o ¿igual a? Excelencia en el rango y altura en el
espíritu ha sido el trabajo creador de lo Sublime en Píndaro, Hölderlin, Shelley,
Crane y en gran parte del mejor Wright. Este último ordena incesantemente nuestras
palabras y nuestros orígenes haciendo que los límites se borren y los sonidos se
armonicen. Su sentido del inicio es tan multiforme y complejo que otorga un nuevo
y más pleno significado al término “afroamericano”. Su poesía es vasta y variada,
pero solo me detendré en algunos de mis textos preferidos publicados hasta ahora:
las cinco odas extensas que cierran el espléndido volumen El libro de Elaine
(1988). Estos cinco poemas –“La anatomía de la resonancia”, “Viaje al lugar de los
fantasmas”, “Saltos”, “La fuerza de los juncos”, “La persistencia del deseo”– son
una exaltación –en tono y eficacia– al deseo de alcanzar las altas moradas del espíritu.
Crane se autonombró melancólicamente un “Píndaro de la Edad Tecnificada”; Wright
puede ser considerado el “Píndaro de la Edad Tecnificada” en la que nos hallamos
navegando hacia una nueva teocracia.
El signo Sublime occidental, que incluye lo Sublime americano antes de Ralph
Ellison y Jay Wright, es una agobiante forma de acuerdo con nuestra tendencia a
ver solo “el punto azul del deseo / que nos conduce a casa”. Mostrando una reverencia
hacia Hölderlin, Wright opone dialécticamente a esta trascendencia su visión africano-azteca,
postura audaz, mas “La anatomía de la resonancia” posee nivel suficiente para sustentarla.
“La anatomía de la resonancia” lleva un epígrafe de Hölderlin:
Y el ave de la noche aletea
desciende, tan cerca, que
cubres tus ojos.
Baudelaire escribió sobre el ala de la locura, tan cercana que rozaba su
oreja; Hölderlin retiene una inmediatez similar. Así, ambos poetas expresan el terrible
precio de la imaginación visionaria. Siete épocas marcan esta resonancia, cada una
iniciando con un vocablo crucial en lo sublime hölderiano, una doble metáfora: El
ave, Noche, Aletea, Desciende, Cerca, Cubre, Ojos. Preferiría aludir a una revisión
por parte de Wright a un tropo de Hölderlin, ya que en el alemán original se lee
“Die Kürze”, escrito en 1798:
El título generalmente se traduce como “Brevedad”:
“¿Por qué eres tan breve? ¿Quisieras cantar menos
que antes? ¡Ya que, cuando joven, en los
días de esperanza, al cantar, no tenía fin tu canto!”
Igual que mi fortuna es mi canto. ¿Te bañarías
gozoso en el rojo crepúsculo? ¡Ha desaparecido!
Y la tierra está fría. Y el ave de la noche aletea
y se posa, tan cerca, que cubres tus ojos.
Hölderlin lamenta el final de un temprano goce poético, una primera exuberancia
que cede a un supuesto arte celebratorio más limitado. Hábilmente, en Ave,
primer movimiento de Wright, no hay nada de la teología de la existencia hölderiniana:
Debe haber una atmósfera,
o una siempreverde,
o el verde transformándose en rojo amarillento
ocre de la tierra, pues el ojo,
seguramente,
algún coro en que los brazos ornamentados
logren sintonizarse
con la A absoluta del aire…
La A absoluta del aire recuerda la sección final de Las dimensiones de
la historia, una epifanía purificada o momento de la visión, una atmósfera que
se enciende para el ojo poético, y que no requeriría entonces de ninguna protección.
Y así Wright reemplaza al ave de la noche por el blanco héroe Yatsina, para quien
“el río era barro / para la pluma y el hueso”, un barro que remite a Adán o Nommo,
reafirmando así una teología de la existencia, incluso como una “historia política
del vuelo” en donde lo político toma la forma de lo “prudencial” y lo “artístico”
como quien habita la ciudad de la poesía. Y aquí se trata de una epifanía: “un sueño
interrumpiendo el ser definitivo”, ya que la interrupción es el aleteo del ave en
Hölderlin, que ahora Wright distrae de una A de aire absoluto, su auténtico sueño
como ser que busca definirse.
Noche, el segundo movimiento, reescribe
la historia de la oscuridad, invocando Cuzco, antigua capital inca, reconstruida
por los conquistadores españoles sobre las ruinas antiguas, sobre la calle de los
muertos. Aquí Cuzco, en “La anatomía de la resonancia”, nombra de nuevo “Bitácora
de los juicios”, una sección de Las dimensiones de la historia, la capital
maya de Labná y Tenochtitlan, capital de los aztecas, sobre cuyas ruinas se construyó
la ciudad de México. Bellamente modulado, Noche es la epifanía negativa que
desdobla la serenidad de El ave. Juntos, ambos movimientos, definen el giro
de Jay Wright de la tradición de lo sublime americano hacia una ironía intrincada
o alegoría mitológica.
“La anatomía de la resonancia” es eminentemente estético, además de un gran
poema. Sin embargo, “La persistencia del deseo”, además de bello, es un gran y elaborado
poema. Su fuente es azteca, como lo es también la línea que llama a un movimiento
individual: “alzo al viento la flor roja del invierno”. Independientemente de lo
que haya simbolizado en el contexto mexicano, aquí conlleva una carga de vitalidad,
la bendición de más vida aún y a pesar de que muevo las rocas de aquí para allá
entre imágenes que ascienden y descienden del sepulcro:
Fuera del noveno círculo,
una barcaza fenicia se mece hacia la luz
y la tibieza de un nombre –ofrecido al cielo–
asciende al noveno reino. […]
Un agudo, metafórico lamento me lanza
al ornado sepulcro,
y lo que se descompone aprende
a decir su nombre.
Eso que se descompone puede ser el cuerpo resurrecto regresando a una percepción
ya sea en el noveno cielo o en el noveno infierno de Dante. Con gran agudeza el
poeta logra hermanar el chamanismo con la cultura del mundo, ya que Wright, como
tantos poetas heterodoxos, nos conduce a un mundo imaginado, un pasaje intermedio
entre la reducción empirista y las intensidades de lo trascendente, como fantasmas
en nuestras vidas. Quizá para la generación de Wright, Dante sea su último paradigma.
En cierto sentido, gran parte de su poesía se reduce a una “Vita Nuova” y a las
“Canzoni”. Me atrevo a profetizar que Wright se revelará como un Dante afroamericano:
En la región de la lluvia y de la nube
vivo en sombras,
bajo el musgo de los días magullados
por un deseo violeta.
Mi dominio es un canto en el ancho círculo del agua.
Allá, voy y vengo,
trenzando el acto lógico
en el nacimiento del Grano de Maíz,
historia polícroma que ahora contaré
en el tejido, la forma del poder en movimiento,
una devoción para quienes conocen la serenidad.
Un día, envolví con mis brazos a un rey,
me convertí en una red de pescar, un laberinto,
“la mortal riqueza del atuendo”.
Madres que me han escuchado cantar tengan memoria;
siempre las instruyo en cuanto al poder.
Cada vez más tengo la sensación de que Jay Wright habla por mí. La religión africana occidental me parece el punto de origen más acorde con nuestra gnosis americana, ese sentimiento de que existe un pequeño hombre o una pequeña mujer dentro del gran hombre y de la gran madre. El pequeño ser es el verdadero yo, el gemelo o doble, como hemos entrevisto en los tropos de Wright, que aquí sirven de senda al fondo de la sabiduría. Sin el poder de sus metáforas, Wright no podría auxiliarnos en nuestro agon contra el chacal que se aparea con la tierra. En uno de sus mejores momentos, T. S. Eliot habló del espíritu como “impasible y peregrino”. En la actualidad, puedo encontrar pocos espíritus como este. Mejor desearía que ellos me encontrasen a mí. La poesía de Jay Wright me encontró hace ya más de un cuarto de siglo y desde entonces nunca me ha abandonado.
CEMENTERIO DE ALBUQUERQUE
Sería más fácil
enterrar a nuestros muertos
en el solar de la esquina.
Sin necesidad de levantarse
antes del alba,
tomar tres autobuses,
caminar dos manzanas,
buscar al fondo
del cementerio,
toparse con nombres conocidos
entre flores marchitas y paciencia.
Pero de nuevo estoy aquí.
Después de tantos años
de caminar
a través de mausoleos sellados,
presuntuosos arroyos y manantiales,
las blancas, sólidas cruces de cantera,
tengo claro el trazo del lugar.
Voy de regreso
al Negro limbo,
la historia no escrita
de nuestras tensiones.
Aquí yacen los muertos
en una jerarquía de pequeñas derrotas.
Casi puedo ver a los líderes sonreír,
por la vergüenza de estar
al frente de aquellos
que yacen entremezclados
en los límites del cementerio,
dispuestos a maldecir y enfurecerse
como hago yo.
Me detengo aquí, frente a una cruz que parece
la de alguien que llenó su sala
con fotos de Robeson
y que destruyó sus días
soñando la túnica de Otelo.
Le digo que nunca me molestó
y que perdono su canto aterrado.
Me detengo aquí, frente al sencillo montículo
de la mujer que me enseñó
el arte de deletrear,
analizando la sintaxis de mi lengua
para sintonizarla con sus sueños.
Podría pasar aquí el día entero,
triste de reconocer a los pequeños héroes,
y no feliz de encontrarlos aquí,
reprochando mis propios fallos.
Busco inquieto los nombres
y los simples montículos que considero míos;
de pronto dejo caer las flores marchitas
y me encamino hacia la casa.
NOTA
Traducción de Jeannette Clariond
HAROLD BLOOM (Estados Unidos, 1930-2019) fue profesor y crítico literario. Ocupó el cargo de Profesor Sterling, el rango académico más alto de la Universidad de Yale. En 2017, fue descrito como probablemente el crítico literario anglófono más famoso del mundo. Desde la publicación de su primer libro en 1959, ha escrito más de cuarenta libros, traducidos a más de 40 idiomas. Su producción incluye veinte libros de crítica literaria, varios libros sobre religión y una novela. Ha editado cientos de antologías sobre numerosas figuras literarias y filosóficas para la editorial Chelsea House. Bloom fue elegido miembro de la Sociedad Filosófica Estadounidense en 1995. Shakespeare, uno de los grandes defensores de la llamada bardolatría, escribió Shakespeare - La invención del ser humano y Hamlet - Poema ilimitado, dos grandes ensayos sobre el bardo. El profesor se hizo conocido como humanista porque siempre defendió a los poetas románticos del siglo XIX, incluso en una época en la que su reputación era muy baja. También fue un crítico muy imparcial de libros de aventuras, y muchos creen que no tenía la mente para ser un crítico literario cultural, justificando con razón que tenía una mente cerrada a cosas más fantasiosas, fantásticas y creativas.
MANOEL D’ALMEIDA E SOUSA (Portugal, 1947). Poeta e artista visual. Sua obra possui um acento valioso na esfera do humor. Fazedor de coisas (simples) e criador de canídeos. Passou por vários sítios incluindo a Escola Superior de Teatro e Cinema. É fundador do projeto associativo Mandrágora onde encenou e atuou como figurante. Já pintou, desenhou e fez revistas – entre elas a Bicicleta. A seu respeito escreveu Nicolau Saião: Almeida e Sousa acentua mais ou menos conscientemente o contraste entre a reposição parcial da antiga legibilidade e o exterior atmosférico a que usa chamar-se passado. É, obviamente, um exilado da tal pintura de tradição. Os seus quadros assemelham-se a violentas sacudidelas na sua vida de pessoa que intervém mediante os materiais, os traços, a cor ou a ausência de cor, na sequência do quotidiano. É o acaso que o motiva ou, pelo contrário, é uma deliberada atenção a tudo o que o rodeia? Que possui bons olhos de pintor e independência de espírito – e de razão conceptual – não sofre dúvida. Ele subverte – e nas suas colagens isso é muito perceptível – muito do tempo presente. Mas isso é evidentemente uma busca lúcida do futuro. Manoel d’Almeida e Sousa é o artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
CODINOME ABRAXAS # 01 – REVISTA ALTAZOR (CHILE)
Artista convidado: Manoel d’Almeida e Sousa (Portugal, 1947)
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