Ahondando en el nutrido prólogo del antologador y traductor, José Luis Fernández
Castillo, se nos demarca la rica tradición oral de los aborígenes australianos,
la migración de grupos humanos llegados al continente con el afán de colonizar y
lo cual trajo no solo un choque de tenencias de tierra, sino de culturas, de lenguas,
de pensamiento, de lo social, de lo artístico y de lo político. Además afirma:
Hay que esperar hasta la llegada
de Judith Wright (1915-2000) para encontrar la obra acabada y madura de una verdadera
poeta nacional australiana: una poesía que recupera de forma crítica la memoria
de la ocupación del continente, reflexiona sobre el trauma infligido en la población
aborigen y contempla con hondura y originalidad peculiaridades del paisaje y la
naturaleza de Australia.
Su escritura es del acecho, del escudriñamiento y del detalle; de un sentimiento
casi fotográfico. Leer a Judith Wright es introducirse en un álbum de postales,
de retazos de historias, de encuentros y desencuentros y de saudades:
Una gran poesía habita y habitó la vida de Judith Wright, la cual era visitada
por poetas y escritores jóvenes, siempre rindiéndole admiración y respeto. Australia
está distante a miles de kilómetros de nuestro entorno; pero gracias al oficio de
traducción, una obra maravillosa, alucinante y extraordinaria está hoy entre nosotros
en español; idioma con el cual también esta ciudadana australiana nombra desde hoy
a su continente y a las estrellas, y que canta desde el color fluorescente de los
pericos.
TRES
POEMAS DE JUDITH WRIGHT
en la traducción de
José Luis Fernández Castillo
AUSTRALIA 1970
Muere, país salvaje, como el águila audaz,
con garras y embestidas peligrosa
hasta el último aliento. Muere
mientras maldices con tu ojo airado a tu captor.
Muere igual que la serpiente tigre
que en su dolor sisea puro odio mientras
envenena de miedo los sueños de su asesino
como la mancha incontenible del suicidio.
Sufre, país salvaje, como el palo de fierro
que detiene la pala de las excavadoras.
Veo en tu tierra viva sumirse con el árbol
en desnuda miseria.
Muere como la hormiga guerrera
necia y leal a su millón de años,
aunque con nuestra angustia te infectemos,
no cese tu tesón ni tu ceguera.
Pues conquistamos y somos letales
más que escorpión o sierpe
y perecemos de nuestro propio tósigo
aun cuando seamos causa de tu muerte.
Celebro el torbellino, la sequía inaudita,
El arroyo agostado, el furioso animal
que aguarda retador
pues nos destruye aquello que matamos.
TORMENTA
Desde, la ladera guarecida del promontorio,
a salvo del viento, observe agazapada,
mientras traídas por la tormenta que destruye navíos
vienen vesánicas procesiones de olas.
Un dominio divino y largo tiempo muerto
hace subir de Nuevo la marea a la tarde y ya la corroída
loma de playa muda y mengua. Las olas gritan: “que llegue el fin.
Que llegue el fin de la larga sumisión, los látigos
que nos arrojan para siempre sobre la fría roca del tiempo,
profiriendo nuestra inútil y obstinada súplica sin respuesta.
Dejadnos libres irrumpir, derribar el umbral de la tierra
y ahogar cada pregunta bajo un negro aluvión”.
Entonces gritan odio las olas: odio.
Y en cada promontorio del mundo, en cada roca chorreante,
apiñándose en cada gota salvaje de espuma, como yaciendo en la calma del
útero,
golpean y giran en las olas, la invisible legión
de instantáneos cristales, efímeras vidas,
la obra ubicua y primera del amor;
tan pequeñas, tan Fuertes que ni esta violenta, vesánica oleada
que quiebra farallones, ni el final desespero de la tormenta las toca,
dentro de la incólume calma enfrascadas en gestación y muerte.
EL HOMBRE PERDIDO
Para llegar a la charka debes atravesar la selva
por el confuso verano de tinieblas
iluminado con antiguos helechos,
tejido con veneno y espina.
Debes tomar el sendero que él siguió –el sendero de manos
y pies ensangrentados, sangre sobre las piedras como flores,
bajo las flores encapuchadas
que, como sangre, caen sobre las piedras–.
Para llegar a la charca debes ir por el valle negro
entre la profusión de columnas hechas de silencio,
bajo nubes de hojas
colgantes y pájaros mudos.
Para ir por el camino que él tomó hacia la voz del agua,
donde el sacerdote árbol de espinas espera con sus látigos y fiebres,
bajo las flores encapuchadas
que de los árboles caen como sangre,
has de olvidar la canción de la danza del pájaro de oro
sobre la luz arrojada: debes tan solo recordar
cómo el apremio de la oscuridad
abate tu flaqueza.
Para ir por el camino que él tomó, debes encontrar bajo tus pies
la última charca sin rostro, y caer. Y al caer
hallar, entre respiración y muerte,
el sol por el que vives.
JAVIER ALVARADO (Panamá, 1982). Ha obtenido premios nacionales e internacionales de poesía como la Mención de Honor del Premio Literario Casa de las Américas de Cuba, Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán 2011, Premio Internacional de Poesía Rubén Darío de Nicaragua, Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén 2012. En 2014, un jurado conformado por el poeta español y Premio Cervantes, Antonio Gamoneda, el poeta peruano Rodolfo Hinostroza y Julio Pazos de Ecuador, le otorgaron el Premio Medardo Ángel Silva a obra editada por su libro Carta Natal al país de los Locos. En el 2015 obtuvo el premio Ricardo Miró de poesía, máximo galardón de las letras panameñas. En 2017, obtiene el Premio Hispanoamericano de poesía de San Salvador, Premio Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango, Guatemala 2018. Mención de honor Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo. I Accésit del Premio de Poesía Virgen del Carmen en Alcañiz, España, 2020. En 2020, una traducción de sus poemas y de la poeta colombiana Lucía Estrada, realizada por Russell Karrick, obtiene The Gabo Prize for Literature & Multilingual Texts juzgado por el aclamado poeta de Estados Unidos, Ilya Kaminsky, organizado por la revista Lunch Ticket y Antioch University Los Angeles. Accesit del Premio María Fonellosa sobre discapacidad, organizado por la Unión de Escritores de España. Cuenta con dieciocho poemarios y tres antologías publicadas. En 2022 obtiene el Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz.
MANOEL D’ALMEIDA E SOUSA (Portugal, 1947). Poeta e artista visual. Sua obra possui um acento valioso na esfera do humor. Fazedor de coisas (simples) e criador de canídeos. Passou por vários sítios incluindo a Escola Superior de Teatro e Cinema. É fundador do projeto associativo Mandrágora onde encenou e atuou como figurante. Já pintou, desenhou e fez revistas – entre elas a Bicicleta. A seu respeito escreveu Nicolau Saião: Almeida e Sousa acentua mais ou menos conscientemente o contraste entre a reposição parcial da antiga legibilidade e o exterior atmosférico a que usa chamar-se passado. É, obviamente, um exilado da tal pintura de tradição. Os seus quadros assemelham-se a violentas sacudidelas na sua vida de pessoa que intervém mediante os materiais, os traços, a cor ou a ausência de cor, na sequência do quotidiano. É o acaso que o motiva ou, pelo contrário, é uma deliberada atenção a tudo o que o rodeia? Que possui bons olhos de pintor e independência de espírito – e de razão conceptual – não sofre dúvida. Ele subverte – e nas suas colagens isso é muito perceptível – muito do tempo presente. Mas isso é evidentemente uma busca lúcida do futuro. Manoel d’Almeida e Sousa é o artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
CODINOME ABRAXAS # 01 – REVISTA ALTAZOR (CHILE)
Artista convidado: Manoel d’Almeida e Sousa (Portugal, 1947)
Editores:
Floriano Martins | floriano.agulha@gmail.com
Elys Regina Zils | elysre@gmail.com
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