Al mismo tiempo la cultura colombiana producía los más acuciosos puristas de la lengua española. Estudiosos que imponían su ley armados de preceptivas hechas decreto para regir el bien decir y escribir, puristas que confundían el uso del diccionario con una visita al museo de las palabras petrificadas en la inutilidad de sus significados.
Así los dirigentes controlaban la nación a punta de incestos y violaciones confesados en el bien decir de sus rezos diarios, oraciones inspiradas en los orígenes coloniales de sus apellidos, mientras en los campos rojos y azules practicaban los “cortes de franela” y zanjaban los vientres de las mujeres a machete para extirparles los fetos. Mientras sus académicos e intelectuales ejercían el control del pensamiento en las aulas donde la retórica de camándula, confesión y comunión dominical era la materia que dominaba el pensum.
Ese escenario de muerte y despojo impuesto en el territorio nacional propicio que grandes terratenientes y nuevos poderosos hicieran empresa en los campos diezmados y en las ciudades que crecían con los desplazados que huían para terminar convertidos en seres despojados de su dignidad y en mano de obra barata al servicio de los de camándula y apellidos de genealogía nobiliaria.
Con la violencia partidista se impuso el fraude moral, económico y político. Hazaña que le permitió a la clase dirigente fundar la empresa de la violencia en Colombia. La misma que tantos réditos sigue produciendo.
Así era el país de las abstractas y eficientes aberraciones entre rojos y azules, así era cuando los integrantes del grupo nadaísta proclamaron su primer manifiesto, e hicieron públicas sus críticas que ponían al descubierto lo solapado y usurero de quienes presumían defender los intereses de la nación. Críticas que despertaron las iras y condenas de esa clase todopoderosa, acostumbrada a crear exterminio y humillación.
El nadaísmo puso en evidencia las empinadas escalas hacia el fondo por donde tantas generaciones en Colombia seguimos viendo desaparecer nuestras opciones para tener una existencia digna. Y si reparamos en los actos arriba nombrados, muchos de esos siguen siendo práctica a derecha e izquierda.
En 1958 se publicó el primer manifiesto nadaísta, redactado y firmado por Gonzalo Arango. Sucedía en Medellín, ciudad donde la usura y el oscurantismo se campean como amo y realidad indivisible y única. En dicho manifiesto Gonzalo Arango dice, cito fragmentos:
“El Nadaísmo es un estado del espíritu revolucionario, y excede toda clase de previsiones y posibilidades”.
[…] “Destruir un orden es por lo menos tan difícil como crearlo. Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. La aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden”.
[…] “En esta sociedad en que la mentira está convertida en orden, no hay nadie sobre quién triunfar, sino sobre uno mismo. Y luchar contra los otros significa enseñarles a triunfar sobre ellos mismos”.
Así decía Gonzalo Arango, polemista y promotor del nadaísmo. Es evidente que desde su fundación, más que un programa poético o literario, el nadaísmo es una propuesta para asumir un comportamiento vital ante los retos que debe enfrentar la vida de cada ser humano. Empero, en el mismo manifiesto quedan insertas algunas líneas que muestran ambigüedades en el pensamiento de su fundador y que resultarán en un profetismo insulso. Dice:
“El ejercicio poético carece de función social o moralizadora. Es un acto que se agota en sí mismo, el más inútil del espíritu creador”.
[…] “La poesía es, en esencia, una aspiración de belleza solitaria. El más corruptor vicio onanista del espíritu moderno”.
Ambigüedades o contradicciones en medio de una apuesta arriesgada y valiente como lo fue la del grupo nadaísta en sus primeros años.
El grupo nadaísta fue un movimiento vital y contestarío que confrontó las realidades de Colombia y el mundo. Es evidente que su principal fortaleza se establece en la literatura, inicialmente en sus manifiestos y escritos polémicos, en los que reflejaban su protesta y su deseo por contravenir los valores que imponía una sociedad solapada y corrompida en su moral.
II | Desde sus inicios, y aún hoy, se intentó minimizar el impacto de las polémicas propiciadas por el grupo nadaísta, inclusive su poesía, señalándolos de epígonos de las vanguardias que en las tres primeras décadas del siglo XX sacudieron los órdenes del arte y la cultura de occidente. En particular se les quería rebajar a simples copiones de las experiencias del grupo dada y del grupo surrealista. Tales reproches resultan insulsos cuando es un hecho que las vanguardias históricas permearon el arte y la cultura de todo el siglo XX, y no solo en occidente. Los nadaístas, afortunadamente, fueron lectores y buscaron con sus lecturas reconocer y aprehender del vigor y de los deslices de la tradición cultural de la cual se sabían parte. Es obvio que estudiaron las vanguardias y se nutrieron de ellas, así se ponían al día con las corrientes vitales de la literatura y el arte de occidente y del mundo, lo cual resulta higiénico, lo grosero es cuando se ignora lo que nos antecede. Muchos de los autores, cuya lectura fue fundamental para los escritores y poetas que se consideran, generacionalmente, posteriores al nadaísmo, fueron introducidos por el grupo nadaísta.
Haciendo parte fundamental de los movimientos que hicieron posible las vanguardias históricas, aparecen poetas y artistas hispanoamericanos. Son de destacar las contribuciones del poeta Vicente Huidobro, quien además de impulsar su creacionismo desde 1918, fue figura vital para la poesía y la literatura de Europa e Hispanoamérica. Otro es el poeta César Moro quien desde 1925 se asocia al grupo surrealista de París. También son reconocibles las contribuciones de César Vallejo en Trilce y el Neruda de Residencia en la tierra. Su presencia, su obra nutrió y participó en el impulso del grupo nadaísta, pues en medio de la eclosión que el grupo consideraba necesaria, tanto en la vida cotidiana como en el arte y la poesía, no ignoraban las fuerzas de fundación y ruptura que mantienen viva una tradición, del oxígeno explosivo que permea una lengua y su capacidad creadora.
Entre los integrantes del grupo nadaísta se dan algunas de las presencias más características de la poesía escrita en Colombia después de 1950. De ellos surgen voces que permiten distinguir el inicio de un dibujo poético con ritmos y matices que rompen con el canon retórico impuesto hasta entonces (canon que presenta escasas excepciones a lo largo y ancho del panorama poético en Colombia, valga recordar algunas de esas excepciones: José Asunción Silva, Porfirio Barba Jacob, León de Greiff, Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo y Álvaro Mutis). Dicho dibujo empieza a mostrarse en los poemas que publican los nadaístas en periódicos y revistas, y se hace más nítido en la primera muestra antológica que reúne Gonzalo Arango en 13 poetas nadaístas, publicada en Medellín en 1963.
13 poetas nadaístas se abre con un texto de Gonzalo Arango titulado “La poesía nadaísta” del cual copiaré algunos párrafos que considero oportunos para hacernos a una atmósfera de la poesía propuesta en dicha antología:
“Esta belleza no tiene la culpa de ser así.
No se excusa por ser tan antibella”.
[…] “No es para almas platónicas, equilibradas, ni razonables. No tiene nada que ver con la nostalgia de un mundo mejor, ni con el sueño de otro mundo. Se instaló en su tiempo, porque era allí donde tenía que instalarse, bajo un cielo de dolor, brutalidad y agonía”.
[…] “Nuestro mundo actual no tiene nada de saludable, de tranquilo y sensato. En este manicomio residen muchedumbres de locos, lujuriosos y alienados. La Civilización es la tumba en que vivimos”.
[…] “La respuesta del poeta a este estado de zozobra y perpetua insensatez, es esta imagen de belleza airada, rota, dudosa, fiel reflejo de los sucesos y del caos en que estamos sumergidos”.
[…] “Esta poesía es así, como la vida: visceral y animada como un organismo cuya raíz se hunde en las convulsiones y crece respirando el aire envenenado del siglo hacia un cielo sin salvación”.
[…] “Cada poeta, en cada tiempo y lugar percibió de otra manera el fenómeno singular de su existencia. La poesía es la respuesta de esa percepción”.
[…] “La relatividad del Infinito no es menos admirable que la libertad soberana de la imaginación. La grandeza del alma consistirá ahora en descubrir la belleza en la contingencia, y la eternidad en lo perecedero”.
Los 13 poetas incluidos son: Gonzalo Arango, J. Mario, Amilkar U, Alberto Escobar, Eduardo Escobar, X-504, Elmo valencia, Mario Rivero, Darío Lemos, Humberto Navarro, Guillermo Trujillo, Diego León Giraldo y Jaime Espinel.
En ella se pueden leer los poemas de tres de los poetas que con su voz y estilo empiezan a señalar rutas para la poesía que se escribe por esos años, no sólo en Colombia, sino en los países de lengua española. Esos poetas son, en su orden cronológico, Jaime Jaramillo Escobar (1932), quien firmaba como X-504, Amílcar Osorio (1940-1985), quien firmaba como Amilkar U, y Alberto Escobar Ángel (1940-2007). Con el paso de su producción estos tres poetas hacen más nítida su huella poética, la que se puede leer en los libros de poemas que irán publicando. El itinerario de Jaime Jaramillo Escobar se puede seguir en Los poemas de la ofensa (1968), Sombrero de ahogado (1984) y Poemas de tierra caliente (1985). El de Amílcar Osorio se reúne en Vana Stanza, Diván selecto 1962-1984 (1984), donde antóloga sus libros inéditos de poesía. El itinerario de Alberto Escobar Ángel se abre con Los sinónimos de la angustia, extenso poema en XII numerales, incluido en los 13 Poetas nadaístas en 1963, La canción del cantante y odaísta Andreas Andriakos y Tres cantos a la manera elegíaca (1989), El Archicanto de la lábil labia & Las honras del lecho (1992) y Estro estéril (2008), libro donde se reúne su poesía publicada y la inédita escrita entre 1957 y 2004.
De la nada al nadaísmo, Bogotá 1966, es la segunda antología que prepara Gonzalo Arango para difundir la escritura del grupo nadaísta. El libro se abre con una nota de Héctor Rojas Herazo donde celebra la irrupción nadaísta que, según él, “encarna el peligro, el frenesí, el desorden, la claridad y la esperanza”. A manera de referencia sigue una “genialogía de los nadaístas” incluidos en la muestra, los cuales son: Gonzalo Arango, Elmo Valencia, Amílcar Osorio, Fanny Buitrago, X-504, J. Mario, Mario Rivero, Eduardo Escobar, Tadheo, Elkin Restrepo, David Bonells, Jan Arb, Armando Romero y Humberto Navarro. Esta segunda muestra incluye manifiestos, cuentos y poemas, contenido que le permite al lector hacerse a una noción de las búsquedas literarias por las que cruzaban los integrantes del grupo. En De la nada al nadaísmo se incluyen autores que no están en los 13 poetas, y se dejan por fuera otros que aparecen en ésta.
“Poesía y terror” uno de los textos que de Gonzalo Arango aparece en De la nada al nadaísmo, es una refundición del texto “La poesía nadaísta” con el que se abre la lectura de los 13 poetas. El mismo, ya titulado “Manifiesto poético”, reaparece, con otras modificaciones, en Obra negra, antología que de la obra de Gonzalo, preparada por Jotamario, se publicó en 1974. Las variantes que sobre un mismo texto ejerce Gonzalo Arango, permiten ver las reflexiones por las que atravesaba el principal difusor del grupo nadaísta. Esas y otras reflexiones y actitudes irían haciendo las distancias o las aproximaciones que entre los integrantes del grupo se fueron sucediendo.
III | Una mirada a la poesía que, desde 1950, se estaba escribiendo en Hispanoamérica y en España, permite evidenciar que las contribuciones del grupo nadaísta respondían al oxígeno de su época, el de la revuelta y la búsqueda de otros significados para la vida, la cultura y la literatura. Si se tienen en cuenta las violentas condiciones sociales y el régimen retórico y de convento circense que padecía la vida, la cultura y la literatura colombiana por esos años, resulta admirable la capacidad del grupo nadaísta para, con su alerta, sus posturas y creaciones, sacudir la desidia de algunos hasta contagiarlos de otras visiones posibles para la vida y el arte.
Los poemas escritos por los poetas del grupo nadaísta, le donan al panorama poético colombiano, atmosferas verbales plenas de ritmos, fluidez, estructuras arriesgadas en su concepción de la imagen, en su distinto allanar el vacío para aprehender y hacer aprehensible la metáfora. Con ellos la poesía en Colombia entra de lleno en el ritmo, en la analogía delirante que avanza por la realidad que se expande y contrae mientras produce estelas de metáforas inauditas, al tiempo que reveladoras de la condición humana y del universo. De sus instintos y de sus anhelos y fracasos.
El grupo nadaísta tiene un antecedente directo, Álvaro Mutis, quien con su libro, Los elementos del desastre, publicado en 1953, alcanza un nivel hasta entonces no posible en otro poeta Colombiano en el siglo XX. Las estructuras donde él vacía sus poemas, la propiedad sobre su lenguaje y los ámbitos donde sucede su inaudito poético, le permiten crear las imágenes con las que su poesía se hace una de las más vigorosas de la lengua española. Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar, Amílcar Osorio y Alberto Escobar Ángel lo supieron identificar, leer y escudriñar para el beneficio de su propia escritura.
Los detractores del nadaísmo, antes y ahora, se reúnen en el coro de las antipatías literarias para decir, como si fueran una sola voz, que el nadaísmo no aportó nada a la escritura literaria y poética. Lo cierto es que el agujero del nadaísmo existió y dejó para la tradición literaria de Colombia e Iberoamérica obras que merecen ser leídas. Una tradición es un acumulado de aciertos y desaciertos, los mismos que hacen necesario el movimiento de fundaciones y rupturas. No acudir a revelarlos en su proporción y aporte, es propiciar la ignorancia.
Del grupo nadaísta se cuentan anécdotas, se traman leyendas, se arman biografías fantasmagóricas, se especula sobre lo esperpéntico de sus actuaciones, en fin, se dice aquí y allá en son de broma, en son de chisme. Lo perturbador es que no se encuentran reflexiones sobre lo publicado por los nadaístas, pareciera que quienes hacen alarde del anecdotario nadaísta no hubiesen leído sus obras. El reconocimiento o la negación de una obra debe fundarse en el conocimiento de la misma, por ello creo oportuno leer la literatura escrita por quienes hicieron posible el movimiento nadaísta. Sus poetas, sus narradores tienen mucho que decirnos.
Como lector, mi antología de la poesía nadaísta incluiría los siguientes 8 poetas, de los cuales dejo aquí un mínimo boceto sobre su hacer poético:
Gonzalo Arango. La figura más visible del grupo, sus manifiestos, sus ensayos y artículos, sus cuentos y obras de teatro, su capacidad para la polémica y el artículo de prensa lo hicieron el más reconocido por el público. Como poeta Gonzalo fue de pocos poemas. Consecuente con el ideario de sus manifiestos, quiso que en sus poemas apareciera la noción de un ser humano roto, dudoso, visceral, raíz hundiéndose en los claroscuros del siglo en el que le correspondió vivir. Un ser airado, dado a la revuelta y al amor. O al agujero de su eclosión.
Jaime Jaramillo Escobar. Sus poemas, en versículos que reclaman ser leídos en la plaza pública, inundan la página con imágenes construidas entre lo coloquial y lo mítico de las realidades del mundo. Sus versos se extienden en peroratas que atrapan las condiciones de la vida toda y del ser humano en sus gustos, afanes y entregas. Con él asistimos al espectáculo del poema que se planta en la vía de la realidad como un nervio palpitante, siempre entre la vida y la muerte. Poema, eco que consigue la atención de su escucha, de su lector.
Amílcar Osorio. La atmósfera que ofrecen sus poemas se nos presenta en maneras de un dibujo que no la petrifica, así este dibujo se realice como sombra de sal o como una palabra que acumula otras para el olvido en la cantera del habla. Son los suyos poemas amplios al tiempo que recogidos, podríamos relacionarlos con un abanico que ya oculta como ya deslumbra. Poemas construidos con la solvencia que da la disciplina, cuando no se la asimila como obediencia, sino con el permanecer alerta y en disposición para la vida. Así en sus Stanzas se nos descubren los sueños con los ojos abiertos, mientras suena una piel.
Alberto Escobar Ángel. Inserto en los extremos que hilan la realidad, el poeta nos entrega una visión ardua y coherente del mundo. Sus poemas auscultan las costuras de la trama donde una humanidad forcejea entre la domesticación y una existencia extraviada en los laberintos de su identidad. La contención que se lee en esta obra y los silencios que la pronuncian conecta a su lector con la formulación de la pregunta más que con cualquier posible respuesta. Establecer el síntoma es iniciar la forma de la pregunta, parece susurrarnos el poeta, y, en el caso de este laberinto, la pregunta es: ¿Cuándo aconteció el extravío?
Jotamario. En sus poemas encontramos la desfachatez y la holgura de quien se sabe perecedero, de quien descubrió que la inmortalidad es un grano de sal extraviado en una constelación para nada libidinosa. Constelación donde el poeta se mira vigilado por la irrealidad de los otros, por los réditos de los otros. Entonces, como quien huye hacia el despertar, hace que por sus poemas campeen el humor y el sentido común hechos ingenio. Ante lo aberrante de nuestra seriedad nos expone en esa su dádiva de humor.
Eduardo Escobar. Sus poemas aspiran a convertirse en un largo verso con el cual el poeta quiere atrapar su voz y la de los seres que lo atosigan en su tránsito por el mundo. Su aliento poético revienta entre los hielos, el fuego y la algarabía donde los seres humanos danzan y lloran. En sus poemas, muchas de sus imágenes tienen el candor de quien deletrea sus primeras palabras como si fueran maleable arcilla en la página. Otras quedan ardiendo en lo despavorido del habla hasta alcanzar el pozo de los sueños donde el poeta pernocta.
Darío Lemos. Algunos de los poemas que recogió en su itinerario ebrio y alucinado por el “Valle de la permanencia”, consiguen la ternura necesaria para vivir. Otros nos recuerdan que el sol se extingue en quienes desaparecen bajo sus rayos. A la entrada del misterio dejó el asombro que le producía el “amarillo peligro”. La risa de quien se descubre a la intemperie. El hijo igual a un muñón tuquio de imágenes que se desatan en la vigilia. Darío Lemos hizo de la poesía el camino para la maraña de sus encuentros.
Armando Romero. La sustancia de sus poemas sucede en el súbito de la imagen. Para el poeta las palabras actúan como imanes filosos que aprehenden el mundo en su realidad, tuquia de analogías en medio del azar que las relaciona, más allá del tiempo y el destino, en un presente que es ya y es antiguo en su oquedad y en su luz. La imagen sucediendo en la realidad de una memoria esparcida en el habla, hasta hacerse única en el escrito que produce el poema. Así el poeta consigue ejercer “el leve tirón” que traiga, “del aire a la mano”, el esquivo instante vuelto poema.
IV | Toda ruptura exige conocer aquello de lo que uno se desprende. No hacerlo significa querer fundar en lo estancado. Comportarse como quien inicia una rabieta sin apartarse de la obediencia, ni de la costumbre doméstica. Convertirse en un utensilio que solo espera ser vestido y usado por la moda que impone la ocasión.
Hoy, en Colombia, si queremos ser higiénicos con nuestra tradición literaria, poética, debemos puntualizar la historia de nuestra literatura desde sus inicios, pero sobre todo la de los recientes 60 años. Esculcarla nos va a permitir descubrir las deudas que han sido ignoradas, condonadas por obra y gracia de las acomodaciones que ejercen quienes han hecho de las omisiones premeditadas una guillotina silenciosa. Y en la literatura como en la vida, quien no paga sus deudas a pedir se enseña. Quien no reconoce sus deudas a repetir lo ajeno se enseña.
La ruptura es un diálogo con aquello que se rompe, empero se hila. Es cuando sucede la fundación. Entre la fundación y la ruptura queda el origen. Ser original no es gritar más alto. Tampoco lo es imponer los cánones para una historia de la literatura, de la poesía.
Una de las paradojas que nos dona el nadaísmo, es su capacidad de ruptura. Al mismo tiempo que su capacidad de fundación. No es continuismo. Es la red de cada tiempo e historia donde se deshace y se hace el incógnito humano. Es su capacidad de silencio, significado y tradición. Es su capacidad de ruptura en una búsqueda por alcanzar la realidad de la vida.
Omar Castillo (Colombia, 1958). Poeta, ensayista y narrador. Ha publicado el libro de ensayos: Asedios, nueve poetas colombianos & Crónicas (2005), el libro de narraciones cortas: Relatos instantáneos (2010), el cuaderno de ensayos La cultura y el laberinto del poder (2012) y Huella estampida, obra poética 2012-1980 (2012), libro que reúne su poesía publicada entre esas fechas. Contacto: ocastillojg@hotmail.com. Página ilustrada con obras de Nelson de Paula (Brasil), artista invitado de esta edición de ARC.
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