Con Los disfraces del fuego,
Manuel Iris (Campeche, México, 1983) reinventa las posibilidades del silencio a
partir de las piezas Für Alina, Tabula Rasa y Kirye,
Berliner Messe del compositor estonio Arvo Pärt. El poemario recibió
el Premio Regional de Poesía Rudolfo Figueroa 2014. A continuación,
reproducimos esta entrevista para conejobelga.
Primeros
Acordes
Considero que el silencio
es la posibilidad de creación de cualquier estética: es el espacio en que
cualquier estética puede darse. El silencio es la quietud, pero no
necesariamente la calma. El silencio es a la palabra lo que el espacio a la
arquitectura. Recuerdo muchas veces estar en edificios grandes, catedrales o
estadios, impresionado por el espacio que contienen. Ese mismo espacio es mayor
cuando uno está fuera de los edificios, pero algo hay en las paredes, en los
arcos, las columnas, que nos hace apreciar precisamente todo lo que hay entre
ellas. Recuerdo mucho una iglesia yucateca que tenía el techo lleno de agujeros
en los que habitaban golondrinas, que volaban durante las misas. El vuelo de
esos pájaros me dejaba ver la enorme cantidad de espacio contenido dentro del
templo. Todo ese aire, toda esa posibilidad para el vuelo de los pájaros
durante los actos religiosos me parecía preciosa. El silencio de un poema es
como ese espacio entre las paredes, hecho para posibles pájaros.
Creo que la equivalencia
silencio-espacio y sonido-objeto (el pájaro), que ahora vislumbro, explica más
o menos claramente mi postura. La palabra poética es sonido, sonido
significante. Un sonido emparentado con la música. Sin silencio no son posibles
ni la música ni el ruido, la palabra ni el grito, la conversación ni el poema.
Descubrí a Pärt gracias a
un amigo de Cincinnati, un poeta y músico llamado Robby Rigth que ahora vive en
la República Checa. Es uno de mis mejores amigos. Durante el último año de
escritura de mi tesis doctoral Robby igualmente terminaba sus exámenes de
grado, él en el departamento de inglés. Los dos éramos estudiantes becados y no
podíamos ser más enamorados de la literatura, más enamorados de Rilke (nuestra
obsesión mutua es Rilke), más pobres (ninguno de los dos tenía dinero sino para
un par de cervezas de vez en cuando), ni más necesitados de algo que nos ligara
a la trascendencia. Robby, no sé cómo, descubrió a Pärt.
Un día en su casa (un
departamento en un área difícil de Cincinnati, en el cual tenía como vecino a
un drug dealersimpatiquísimo), mientras esperábamos que la nieve
diese un poco de tregua, Robby puso a Pärt y fue como si la nieve misma se
hubiera detenido en el aire, antes de tocar el suelo. Todo se detuvo.
Escuchamos el Tabula Rasa dos o tres veces. Luego de esa noche
estuve obsesionado con Pärt como lo estoy hasta ahora.
En realidad no sé si Pärt
entró a formar parte de mi poética, ya formada, o si mi poética se ha modelado
tras la experiencia de escuchar a Pärt. Me parece que son ambas cosas. De algún
modo mi poética y mi tono siempre fueron proclives a Pärt, porque me interesa
la posibilidad de hablarle a la trascendencia, de conectar con ella, por medio
del arte. Algo de mística hay en mi manera de concebir la poesía y el silencio.
He vivido mi vida entera yendo
y viniendo del ateísmo. Soy un agnóstico que por momentos se convierte en ateo,
pero que regresa, precisamente por el arte, a creer en la trascendencia. Tal
vez sea porque no quiero pensar que escribo solamente acerca de la humanidad,
solamente para esto. Me gusta pensar que vislumbro algo posterior o anterior,
que el arte apunta a un misterio que es precisamente lo que hay más allá de
todo esto que sentimos con el cuerpo y que podemos abarcar con la mente.
Al final, creer es una elección,
y yo elijo creer la mayor parte de las veces. A diferencia de lo que pasa con
otros artistas, para mí ha sido el arte, precisamente, lo que me ha arrojado
hacia la certeza de la trascendencia. El arte, el amor, la belleza y el deseo
me arrojan a la creencia de que esto no es todo, de que hay un misterio
posterior y anterior a todo esto, otra cosa.
Me interesan Wagner, Debussy,
Erick Satie, Arvo Pärt y varios otros que, cuando los escucho, me hacen sentir
testigo de un diálogo que no es conmigo sino con la trascendencia. Todos estos
compositores me dan la impresión de hablar con algún misterio directamente,
mientras que nosotros escuchamos como detrás de una puerta o pegando el oído a
una pared. Eso me pasa con Rilke y Pessoa, para dar ejemplos literarios. O con
algunos poetas latinoamericanos como Rosamel Del Valle, Juan Sánchez Peláez o Vicente
Gerbasi. Todos estos artistas me dan la impresión de haber logrado algo que no
estaba dirigido a nosotros sino indirectamente. Yo celebro eso, esa luz que nos
llega reflejada.
Silencio,
Música y Minimalismo
No es casual que las
categorías que mencionas se nutran una a la otra, entrecruzadamente. Al centro
de todo está el silencio como búsqueda de la calma o la lucidez. Más que el
silencio se busca, o se ejerce, el silenciamiento, que es puerta de la vida
interior. Algo muy parecido al silencio anterior y posterior a la oración es el
silencio que preludia y que cierra la aparición del poema. El minimalismo
precisamente es eso: la exploración del silencio o del espacio para
evidenciarlos. La mística, yo creo, es un resultado natural de ese estado de
búsqueda interior propiciado por el silencio. Hay dos opciones frente al
silencio: la angustia y la mística. Depende de si el silencio se lee como nada
o como posibilidad del misterio. Yo he optado por lo segundo. Ahora, al menos.
Este poema me ha
perseguido siempre. He admirado todo el tiempo el modo en que Rojas parece
decir lo imposible en ese particular poema, y me gusta que lo diga así, tan
lleno de voz como todo lo que escribe. Rojas no puede susurrar, habla siempre
con tono oratorio, lleno de sus palabras, y en ese poema le habla al silencio y
llena la oquedad sin contradecirla. Por eso el poema tiene que ser
breve y tiene que terminar con ese cambio de tono, ese recogimiento de los
últimos versos que da la entrada al silencio mismo. Me parece un poema
perfecto, formidable. Lo leo con envidia y azoro.
Por supuesto, la anécdota es
realmente bella. Me parece muy indicativo que Rojas señale la oscuridad como
cercana al silencio. En cambio, a mí el silencio se me ha revelado como una
forma de la luz. Probablemente porque su manifestación más clara para mí ha
sido la nieve. En Cincinnati han sido muchas las ocasiones en que, al
despertar, el mundo ha cambiado, se ha vuelto blanco y transparente,
deslumbrante. Toda esta metamorfosis sucede sin sonido, sin aviso alguno.
Distinta a la lluvia, la nieve cae en el silencio más entero, y el testimonio
del silencio es la luz tendida por el suelo, por los techos, sobre
absolutamente todo.
Los disfraces del fuego me ha sucedido como
por dictado. No tenía la intención de escribir un libro sobre estos temas. Un
día, regresando del trabajo me puse a escuchar a Pärt y surgió el primer verso
del primer poema: Quiero jugar a herirte, mi silencio. Luego
de eso los poemas fueron saliendo uno tras otro, y su respiración era cercana a
la de la música que escuchaba. No recuerdo cuántos poemas de esa sección hice
esa noche, pero fueron varios. El libro entero se escribió en poco tiempo,
algunos meses apenas. Durante ese lapso, Los disfraces del fuego no
me dejaba dormir. Siempre intenté escribir los poemas a propósito y fracasé. En
cambio, muchas veces tuve que despertarme en medio de la noche, o renunciar a
dormir una vez en la cama, porque un poema o un verso aparecía. Los poemas
solamente se me ofrecían cuando estaba en estado de calma, callado. No ha sido
así con ninguno de mis libros anteriores.
Proceso
Creativo
La verdad es que no
genero un concepto sino que me doy cuenta de que existe cuando ya está
prácticamente escrito. Casi nunca tengo idea clara de lo que quiero decir en un
poema, sino que escribo y luego lo leo para informarme sobre ese asunto recién
descubierto. Entonces empiezo a utilizar la inteligencia, la intuición o el
oído, para corregir. Siempre me llegan las palabras antes que las ideas.
Igualmente, casi nunca soy consciente de que estoy escribiendo libros. Siempre
pienso que estoy haciendo poemas sueltos y resulta (es natural, supongo) que
los poemas de un mismo periodo vital hablan más o menos de las mismas cosas.
Luego los junto y me doy cuenta de que efectivamente hay una posible estructura
y la delineo y entonces la empiezo a seguir. Siempre mi camino es así: el
pensamiento llega después.
La idea de las
repeticiones y los arquetipos, de los fractales, me ha obsesionado desde hace
mucho pero ahora lo hace de un modo más claro. Se ha convertido en una obsesión
central, alimentada por observaciones empíricas (que las líneas de las venas se
parecen a las de los ríos, que se parecen a las de las grietas en la tierra
seca, que se parecen al trazo de las ramas desnudas de un árbol, que se parecen
al trazo del relámpago, y así) no solamente en lo físico sino en lo vital, lo
existencial. La idea de que la novedad no existe sino en la repetición me parece
incontestable.
Creo que las primeras
nociones literarias o artísticas acerca de esto me llegaron por la lectura de
Borges y Elizondo, que son dos de mis autores tutelares. Ambos tienen absoluta
certeza en la existencia de la repetición de los arquetipos, y ahora la tengo
yo. La idea no ha sido suya, no es nueva y ha sido expresada de maneras
distintas en diversos momentos.
Es verdad que algo hay de
yin-yang y de oriental en el libro. Creo que el pez, ese pez circular de cuerpo
de agua y cola de fuego de la portada del libro es un poco eso. Ha sido el
resultado de la lectura de Natalia Luna, poeta e ilustradora regia. Yo ahora
mismo no creo en la circularidad sino en las repeticiones, y sin embargo me
parece que todas esas referencias están allí, no porque yo las haya buscado
directamente, sino porque es imposible no tocarlas, advertidamente o no, al
hablar de estos asuntos.
Intervalos
Yo guardo mucho silencio
entre un libro y otro, porque cada vez que termino un libro me quedo como
vaciado, vacío, sin nada qué decir, y necesito tiempo de lectura, vida y
recogimiento hasta que alguna necesidad expresiva aparezca de nuevo. A veces
parece que no sucederá, pero no me desespero. Últimamente, el silencio se ha
vuelto una especie de vocación. Los disfraces del fuego ha
transformado algo en mí, aunque no lo entiendo del todo ahora mismo. Estoy
infinitamente más cómodo con mi silencio y le dedico más tiempo a la
contemplación.
Tristeza, creo que no hay
tal. Tal vez me equivoque. Hay nostalgia, sí. Pero se me ha hecho doble,
ineludible: ahora cuando voy a México extraño Cincinnati. Ya no tengo refugio
contra la saudade. En ambos sitios tengo amigos y lugares, rutinas que amo. En
ambos sitios me siento en casa.
Por momentos, es verdad,
veo las cosas que suceden en México y me parece imposible que un país tolere
tanto sin caerse a pedazos. En esos momentos tengo, más que tristeza, una
profunda desesperanza, una impotencia ciega.
***
Christian Núñez (México, 1981). Licenciado en
Humanidades y Filosofía. Se ha desarrollado de forma interdisciplinaria en el periodismo cultural, la escritura creativa,
la comunicación publicitaria y las artes visuales. Editor de contenidos en
BrainPOP en Español, blogger en conejobelga.blogspot.com y autor de Shhh
(2008), La burbuja azul (2009) y The Crying Boy Project (2013). Página ilustrada con obras de Zuca Sardan (Brasil), artista invitado
de esta edición de ARC.
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