Entrar en el estudio de Antoni Tàpies (Barcelona, España, 1923), es
adentrarse en un universo inédito, deslumbrante. Todo el espacio está lleno de
obras recientes, de cuadros aún no terminados, pero que ya llevan consigo la
marca indiscutible del artista catalán. Tàpies es un maestro del orden, un
alquimista del diálogo poético-pictórico. Ahora celebra ochenta años de vida, y
sesenta como artista, para homenajearlo se han inaugurado diversas exposiciones
en múltiples ciudades de Europa, y una muy especial en la galería madrileña
Soledad Lorenzo. A la entrada de la exposición encontramos una gran pintura,
uno de esos homenajes que Tàpies rinde de vez en vez a los maestros antiguos.
Un cuerpo tendido de un hombre decapitado, dibujado sumariamente, asomado entre
dos sábanas clavadas sobre la superficie de la pintura, sábanas que evocan un
sudario y actúan al mismo tiempo como un telón de teatro que se abre para
revelarnos la escena, una confirmación de su obra reciente. Tàpies ante todo,
es un pensador que se manifiesta a través de obras de arte, no es un narrador
ni un poeta, aunque como decía el crítico español Juan Eduardo Cirlot tenga una
pequeña parte de lo primero y una mayor de lo segundo. Momento, pues, para
adentrarnos en la experiencia del artista, que reflexiona sobre su evolución
artística y su concepción del arte. [MAM]
MAM | En estos días cumple ochenta años, ¿sigue
estando seguro de sus ideas sobre el arte, de su forma de entender el mundo, o
hay cambios importantes en su vida?
AT | Siempre he dicho que soy un poco como esos
autores que se dice que sólo han escrito un libro en su vida. Yo he pintado un
cuadro con muy pequeños cambios; en mi camino, con todas las matizaciones
necesarios, pero siempre con una constante muy particular en mi carrera, que es
guiarme siempre por la filosofía de Oriente.
MAM | En estos tiempos tan “vanguardistas” e
“individuales” del arte, ¿ cree todavía en esa luz que el artista aporta a la
colectividad del hombre?
AT | Ahora soy más escéptico. Puede que esa idea de
artista que aludes sea un artificio, que el artista no sirva para nada. Pero
tengo una ilusión y cierta esperanza en la cultura. Ésta me ha ayudado durante
todo mi proceso creativo, me ayuda a seguir viviendo, y desde luego, a pintar
constantemente mi mundo. A los ochenta años estoy trabajando con la misma
inquietud de cuando era joven. Hay individuos que hacen salir la luz de su
interior con ejercicios de yoga; yo lo hago con una meditación profunda delante
de una imagen. Si a mí me ayuda a tener una cierta concentración mental y a
encaminarme hacia una cierta visión más auténtica de la realidad, tal vez
también pueda ser útil para los demás. Esta actitud, posiblemente, responde a
una desconfianza de los procesos y procedimientos racionalistas. Intuyo la
importancia de todo aquello emanado del inconsciente y que puede tener una
dimensión humana. Freud lo denominaba subconsciente que, connotando algo
inferior, era como el saco donde se depositaban todos los despojos o basura
humanas. Ahora el mensaje del inconsciente -gracias en parte a las lecturas de
Jung- puede aportarnos una visión positiva y útil para comprender nuestra
realidad cotidiana.
MAM | En casi toda su obra se percibe esa búsqueda
mística del mundo, ¿ considera que tiene algo de religioso esos instantes
pictóricos?
AT | Busco más bien algo divino-, lo pongo entre
comillas -, pero lo busco en las cosas materiales o en mi vida cotidiana. Soy
un “espiritualista materialista”. Y en este sentido me siento próximo a ciertas
ideas de la ciencia y me intereso por libros de divulgación científica. Me
acompañan lecturas - que en realidad son relecturas - de este tipo. La ciencia
tiene algo de espiritual y algunos científicos coinciden con una visión del
mundo que también me interesó y me sigue interesando: Oriente y su filosofía.
Bertrand Russel ya decía que la ciencia es más espiritual y la materia menos
material de lo que comúnmente se piensa. En mí existe una especie de gusto o
sentimiento por lo trascendente, pero en el sentido de buscar la transcendencia
en lo inmanente. La realidad material es extremadamente profunda y refinada,
tan bella que uno experimenta un gozo religioso cada vez que se atiende a lo
más pequeño: una piedra, una hojita….
MAM | ¿ Cree que esa espiritualidad tiene un diálogo
constante con el arte? Se lo pregunto, porque siempre he creído que su universo
pictórico está lleno de una cierta luz espiritual.
AT | Ese diálogo se da en el sentido en el cual la
obra de arte puede provocar una transformación en la conciencia del espectador.
Yo hago como trucos de magia. Curiosamente los monjes no utilizan la palabra
“truco”, pero provocan una suerte de estímulos con la misma intención. Ellos
hablan de “medios hábiles” para provocar también un cambio en la conciencia:
una suerte de paradojas, unas propuestas muy chocantes o absurdas dirigidas a
los estudiantes para motivarles una respuesta o explicación Ahora bien, en mí,
esta operación es muy instintiva. No busco el truco intencionadamente, sino que
surge de forma espontánea.
MAM | En otras conversaciones que hemos tenido,
siempre me habla de la continuidad en la obra y su proceso. Pero, observo que
en sus últimas piezas hay una dimensión dramática y trágica, pero también un
signo de amor y de dolor que abrasa otras voces. ¿ lo cree?
AT | Ese mensaje último que mencionas está muy
presente. En mi obra, el dolor es perceptible como todas las cosas en la vida.
Pero también hay maneras de aliviar este dolor: he estado sereno, y en ciertos
momentos amoroso. Quizá cuando empecé a trabajar se vivía una época más oscura:
ya sabes cuál era la situación en España en la segunda mitad de los cuarenta.
También, después de la Segunda Guerra Mundial, como a otros artistas de mi
generación, especialmente los expresionistas abstractos y algunos pintores del
círculo de París, se apoderó de mí una depresión y un sentimiento de crisis en
relación a la cultura occidental. Por la época que me tocó vivir, y quizás, por
mi propio temperamento, es posible que haya dominado esa oscuridad, no sé sí
exageradamente. Ahora los tiempos que le tocan a tu generación son otros. Tal
vez la edad te proporciona una cierta perspectiva y una cierta objetividad que
explica la observación que haces. Pero también te digo que en toda mi obra,
aunque no es evidente, hay también centelleos de esta idea de amor. Quizás una
idea ya madura, que sólo los años te puede dar.
MAM | ¿Hay otras cosas que lo han marcado tan
hondamente en su obra?
AT | Un hecho que me marcó mucho fue la enfermedad de
mi juventud. Esta marca ha sido y es fecunda. He vivido “fenómenos” muy
extraños parecidos a los que dan carta de naturaleza los chamanes. Un chaman ha
de tener la experiencia de una enfermedad muy grave o la sensación de morirse.
Pues bien, yo he experimentado este proceso; de joven cuando se me descubrió
que tenía una lesión tuberculosa en un pulmón coincidió con un ataque cardiaco
que me provocó una sensación de asfixia tremenda. Tuve la sensación de morir;
se me enfriaron los miembros.
MAM | ¿ Sintió el miedo de morir en ese instante?
AT | Desde luego. Mi madre, que era muy religiosa,
avisó a un cura que me dio la extremaunción. Tal vez sea una pedantería por mi
parte situarme al mismo nivel que los chamanes. Pero los chamanes son gente
sencilla y corriente como cualquiera, aunque tienen esta hipersensibilidad. Y
la enfermedad produce esta hipersensibilidad. Hoy tengo como sabes otros
problemas de salud: la sordera que me causa una situación de aislamiento.
También padezco un problema en la vista que puede transformarse en ceguera. Se
trata de unas lesiones en la mácula, justo en el centro de la visión. No veo
las cosas diminutas; por ejemplo, para leer necesito una lupa y a distancia no veo
con precisión. Ahora parece que ese proceso irreversible se ha estabilizado,
como cicatrizado. Con todo, no me impide pintar; porque cuando se mira un
cuadro, uno no concentra la mirada en un punto determinado, sino que hace un
recorrido con la vista y este me compensa las manchas de visión vacías. Este
estado de salud, me provoca como te decía antes, una hipersensibilidad
privilegiada.
MAM | Esa búsqueda constante de un lenguaje inédito y
único desde varios frentes, ¿ tiene un límite o es más bien interminable?
AT | Después de tantos años de estudiar te encuentras
que la realidad sigue siendo un misterio. El misterio persiste, por lo menos en
el hecho que no tenemos creencias demasiado claras. Hay religiones - como el
cristianismo - que dan unas esperanzas más definidas, más concretas, pues te
dan la esperanza de alcanzar “el cielo”. No es que no crea que debemos mantener
ciertas ilusiones, pero hay un momento insuperable, un misterio total e
insuperable: la muerte, que no tiene ninguna respuesta.
MAM | Usted ha hablado de hacer una realidad
auténtica. Pero, ¿ considera que la belleza tiene un papel importante o no?
AT | Jamás he pensado en realizar obras bellas. Marià
Manent me hizo una pregunta parecida y cuando le respondí se quedo casi muda. .
¿ Cómo es posible - me replicaba- que un artista no intente hacer cosas
bellas?. Nunca he sabido exactamente qué es la belleza. En momentos digo que es
como un premio que me ofrecen cuando alguien dice: ¡Qué bello es lo que pintas!
Aunque en el fondo, y te lo digo muy convencido, nunca he ido tras la belleza
plástica, poética y artística. Es algo que no va de acuerdo con mi vida. Pero
bueno, si a alguien le gusta lo que uno hace, pues ¡vale! , sea cumplido la
belleza, aunque uno no esté de acuerdo ni como artista ni mucho menos como
autocrítico de la obra propia.
***
Miguel Ángel Muñoz (México, 1972). Poeta, historiador y
crítico de arte. Es autor de los libros de ensayos: Yunque de sueños.
Doce artistas contemporáneos; La imaginación del instante. Signos de José Luis
Cuevas; Ricardo Martínez: una poética de la figura. Es director de la
revista Tinta Seca. Contacto: miguelangelmunoz@prodigy.net.mx. Agulha Revista de Cultura # 44.
Março de 2005.
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