1. Luz
de amanecer, 7 de octubre de 2015
El
acto sexual y la cohesión social de identidades divergentes son asuntos de
adultos que consienten en asumirlos y practicarlos.
Yo no soy revolucionaria sino subversiva; hago un
trabajo corrosivo y lento que en forma quieta y consistente trabaja en contra
de reglas opresivas y a favor de una utopía cercana y posible. Hago este
trabajo en lo literario y también en la plástica. No me dejo intimidar por la opresión
de lo que me rodea y que hace callar las intuiciones y obsesiones que me
empujan.
Encuentro en mi vida
en Canadá lugar para conductas en las que puedo desarrollar mi quieta
subversión y encuentro frenos en la vida que comparto con los mexicanos cuando
estoy en su país. Pero en Canadá se están erosionando los elementos de apoyo a
la libertad, los impulsos a la cohesión de identidades muy divergentes en un
abrigo de tolerancia. Estos elementos son como piezas de delgadísima porcelana
que se están mellando bajo la presión de intereses mezquinos de élites que sólo
buscan el enriquecimiento demencial, sin sentido ni justificación alguna.
Busco los momentos en
que puedo estar actuando ya sea en forma semioculta o abierta en uno y otro
país para ejercer mi labor corrosiva que creo esencial para la subsistencia de
los ideales que en la más completa diversidad de ideas han impulsado a la
humanidad desde fondos interiores personales y colectivos.
Esta búsqueda la
perciben personas en generaciones diversas que los lleva a actuar de modos que
se manifiestan en apoyo entre los más jóvenes, y de rechazo entre los que no lo
son en momento alguno de sus vidas. Es en estos jóvenes donde siento que el
impulso del trabajo hacia la utopía de un mundo nuevo va dando chispazos,
brotes, para alarma de la minoría que gobierna y con frecuencia los
obstaculiza.
Los obstáculos que
impone la minoría gobernante se presentan con maniobras para infiltrar el
temor, terror a veces, para inspirar la resistencia a todo cambio, o al sistema
que se sabe en peligro de subsistir. La lenta y constante corrosión de la labor
subversiva sutil, no vociferante, va sin embargo justificando las actividades
de quienes quieren a toda costa impulsar a la violencia que nace del miedo. El
temor que sienten los que oprimen lo proyectan hacia los que buscan trabajar en
subvertir con lento y constante trabajo sus interesas mezquinos.
Soy optimista, no me
he suicidado porque creo que la vociferante y opresiva insistencia en la
implementación del miedo no podrá resistir al subterráneo impulso utópico que
viene formando un futuro cuyas formas aún no podemos percibir, pero cuya
presencia ya va apareciendo en medio de la bruma y el humo de nuestra vida en
un mundo en colapso y otro en construcción. Y no me he suicidado porque creo
que debo seguir en mi labor que es un grano de arena en la gran tormenta de
arena del tiempo en que me toca vivir.
2. Los
recuerdos mágicos
LAS NUEVE
EXPOSICIONES CON LUDWIG ZELLER EN CANADÁ
Estas exposiciones nacieron de
nuestro entusiasmo por el Movimiento Phases, y como cosa recíproca con éste.
Hicimos una expo de Phases en general, otras de gente como Suzanne Besson, muy
amiga de los Jaguers, Marie Carlier, Eugenio Granell, Guy Roussille. Éstos dos
últimos vinieron a sus exposiciones en Canadá que se realizaron en la Galerie
Manfred, en la ciudad de Dundas, a unos 70 km de Toronto.
LAS TRADUCCIONES
REALIZADAS EN CANADÁ
Mi trabajo de traducción nace
de la necesidad de Ludwig de hacerse entender en Canadá. Fui su intérprete
simultánea. También traducía para él, ya en Chile, cuando necesitaba leer un
texto en francés o inglés. Leimos juntos de esta forma muchos libros. Traduje a
Jaguer, Eluard y Péret, a Zeller mismo.
ROBERTO JUARROZ
Un muy buen amigo de California
(trato de recordar su nombre), editor de Kayak, con quien manteníamos constante
comunicación, me pidió ilustraciones para el libro de Juarroz que estaba
publicando. Las hice. Me parecen muy buenos.
MARIO CESARINY Y
CRUZEIRO SEIXAS
Con Eugenio Granell y su mujer,
Amparo Segarra, viajamos en auto a Portugal y visitamos tanto a Cesariny como a
Cruzeiro, que entonces eran enemigos, no se hablaban, etc. Tengo muy grato
recuerdo de ambos. Cesariny era más reservado, un hombre torturado, sin un
diente, introvertido. Visitamos su taller y pasamos un día con él. A Cruzeiro
Seixas lo vimos más de una vez entonces, paseamos con él y luego mantuvimos correspondencia
con él. Participó en publicaciones nuestras. Un hombre de mundo, extrovertido,
sensual para el bien comer, bien beber, buen mozo, nos llevó donde un pintor de
apellido Pérez, buenísimo, nos presentó a Isabel Meyrelles, compartimos
momentos muy gratos con ellos.
LA RELACIÓN CON LOS
MODELOS
He tenido muy buena relación
con varios de mis modelos. Se convirtieron en amigas y amigos verdaderos. Nos
veíamos con frecuencia, yo daba clases de desnudo seis veces a la semana (tres
horas cada clase), en Sheridan College. Puedo nombrar a Kathy Brenner, Joel
Porter, Anne Kilpatrick y Trudy Binder, con quien mantengo contacto. Trudy es
también cantante en un grupo de rock, además enseña animación. En el cuadro
alto, largo y angosto El Mar Interior, aparece Trudy de espaldas y de frente,
en un espejo. También fue Trudy quien me posó para La Mujer del Poeta. Anne
Kilpatrick fue modelo para Dar Cuerda a lo Imposible. Con Joel Porter hice los
dibujos preparativos para los cuadros que derivan de mi serie de dibujos
eróticos de Ultramuebles de la Pasión. Con Kathy hice muchos dibujos que
aparecen en un libro único, Mujer en Sueño de Zeller, en la colección de la
Biblioteca de Referencias de Toronto.
EUGENIO GRANELL
Conocimos a Eugenio Granell en casa de Edouard
Jaguer, el líder del Movimiento Phases, en junio de 1975, en ocasión de nuestra
primera visita a París. El contacto fue inmediato, de esos en los que se siente
que se reencuentra a alguien tras una
larga ausencia. Granell, como siempre, vestía elegante y nuestro paseo con él,
Edouard Jaguer y Anne Ethuin fue muy alegre.
Tras este encuentro
siguieron muchos. En los años de vida de Granell puedo decir que nunca perdimos
contacto con él. Continuamente nos escribíamos cartas y nos visitábamos en todo
lo posible, incluso viviendo, él y nosotros en ciudades muy distantes. Ejemplo
de ello es una visita nuestra a Nueva York, para ver otro escritor amigo, el
chileno Humberto Díaz Casanueva, durante la cual nos reunimos con Granell
varias veces.
Organizamos una exposición
de Eugenio Granell en la Manfred Gallery de Dundas, Ontario (donde también
montamos muestras de varios otros participantes de Phases) y Eugenio vino a
Ontario, estuvo con nosotros en largas charlas y excursiones a Toronto,
Oakville y la propia Dundas.
Los Granell también
nos acogieron en su casa, los visitamos en el departamento que tenían en
Manhattan. Recuerdo que hubo un tiempo de desorden y disturbios en Nueva York y
llegando al edificio donde estaba su departamento nos encontramos en el lobby con Granell haciendo su turno para
vigilar el edificio, arma en mano. Ese departamento de Nueva York era
memorable. Estaba absolutamente repleto con todos los tesoros de Granell que
ahora, incluso en un gran edificio como la Fundación Eugenio Granell de Santiago
de Compostela, no alcanzan a mostrarse en su totalidad. Granell era muy
meticuloso, así como su mujer, Amparo Segarra, quien hacía collages. Tenía
Granell, por ejemplo, un mueble con prolijos cajones, de esos que se usaban
para archivar tarjetas de catálogos en las bibliotecas, en los que guardaba muy
ordenados, dibujos de pequeño formato que él realizaba constantemente. Granell
era un trabajador incansable. En una carta a Ludwig Zeller, del 9 de junio de
1981 decía:
A mí me gusta mucho
estar solo. No sé lo que es el aburrimiento y cada día necesitaría veinticuatro
horas más para hacer las cosas que, aparte el valor que para los demás puedan
tener, forman parte de mi propia existencia hasta el extremo de que no sé cómo
podría vivir sin estar siempre completamente entregado a ellas. Yo creo que el
aburrimiento en situaciones normales es una especie de renuncia a la vida. Tal
vez, un ahorro del acto suicida por pura timidez — o por modestia excesiva.
Granell era músico
también, tocaba el violín. Era pintor a todo dar, escultor y escritor
excelente. Sus textos en prosa, como en el caso de los relatos de su libro Federica no era tonta y otros cuentos,
eran frecuentemente humorísticos y satíricos. Como muchos que sufrieron los
horrores de las guerras del siglo XX, salvaba sus angustias envolviéndolas en
nubes de bromas. Decía frases como: “Esa cosa cuesta cinco mil dólares y hay
día que uno no los gana…”, efecto sin duda de las muchas estrecheces que tuvo
que superar.
En nuestra editorial,
Oasis Publications, publicamos Estela de
presagios un libro de poemas de Granell con ilustraciones de Zeller.
También publicamos un poema largo de Zeller, en honor a Granell, en la ocasión
de la celebración que se hizo cuando, a los setenta y cinco años, se jubiló de
profesor en Brooklyn College.
Granell luchó en la
Guerra Civil Española en la Brigada Anarquista, y era anarquista convencido. La
Fundación Granell ha publicado textos políticos suyos. Antifranquista
empedernido, no volvió a España hasta la muerte del dictador. Eso sí, cuando
volvió, lo hizo con enorme entusiasmo. En nuestras visitas a Europa pasábamos a
visitarlo. Nos alojaron, él y Amparo en su “piso” en Madrid. Nos llevaron a una
bodega de vinos que habían comprado en el campo y que pensaban convertir en
casa de veraneo. Viajamos con ellos a Portugal, manejando Amparo y yo, ya que
Granell, al igual que Zeller, no manejaba. En el viaje nosotros queríamos
visitar Cáceres, una ciudad de la que proceden los ancestros maternos de
Zeller, y Granell se opuso vigorosisimamente, alegando que ese era un nido de
fachistas. En Estados Unidos y en España Granell tenía muchos amigos y en
nuestros viajes nos los presentaba. En Portugal visitamos con los Granell a
Mário Cesariny y a Artur Cruzeiro Seixas, y a otros escritores y artistas
surrealistas. En la travesía parábamos frecuentemente para conocer pueblitos y
gozar de vistas espectaculares.
Vimos a Granell por
última vez en Madrid, en diciembre de 1997. Estábamos ahí un par de días para
asistir a una exposición de grupo en que participábamos. Granell nos ubicó un
hotelito barato y se reunió con nosotros varias veces. Siempre fue delgadísimo,
pero esa vez lo vi muy demacrado. Ya en nuestro viaje varios años antes me
había llamado la atención que apenas comía. En los restaurantes pedía comidas sabrosas,
las probaba, las gozaba, pero dejaba la mayor parte en el plato.
Granell hizo contacto
con gente de Santiago de Compostela, en España, y la ciudad le prestó un
edificio histórico magnífico, de tres pisos, adonde se llevó toda la colección
de arte, la biblioteca y efectos personales de Granell, como su aportación a la
Fundación. Es un centro cultural muy activo.
Tengo un recuerdo
maravilloso de Granell como ser humano, íntegro, generoso, amable, conversador
vivaz, comprometido con la justicia y el bienestar para todos, entusiasta sin
medida del surrealismo y de lo que éste representa como modo de vida.
EDOUARD
JAGUER
En agosto de 1968 se inauguró en la Casa de la Luna
la exposición Arte LSD organizada por Rolando Toro, Ludwig Zeller y Susana
Wald. Pocos meses después, los tres, Rolando, Ludwig y Susana nos embarcamos
con la exposición a cuestas y partimos en autobús hacia Buenos Aires. No sé
cuántas horas demoró ese viaje, pero no fueron pocos. Atravesamos la Cordillera
de Los Andes y sin detenernos en Mendoza emprendimos el cruce de la Pampa.
Durante el viaje, estando tantas horas sentados, se nos hinchaban los pies en
forma alarmante por lo que tratábamos de hacer ejercicio. En una de las
paradas, recuerdo que Ludwig, Rolando y yo habiendo parado el autobús a las
tres de la mañana en la plaza principal de un poblado en medio de la pampa
argentina, decidimos hacer unas carreras para ver quién podía dar la vuelta más
rápido. Ninguno de los tres éramos particularmente atléticos y el asunto nos
causó cierta hilaridad con la consecuencia de que algunos se quejaban de que
nuestros gritos despertaban a los tranquilos ciudadanos del lugar.
En Buenos Aires
alojamos en la casa de un amigo de Rolando, de apellido Covadlo, si mal no
recuerdo en pleno centro, en la Avenida Corrientes, cerca de Callao. Covadlo
vivía en forma humildísima, pero el suyo era un departamento de muy buena
calidad y nosotros no pedíamos más que poder acostarnos en algo que no fuera
totalmente de piedra. Hacía mucho calor. Esto tiene que haber sido ya a finales
del año. Recuerdo que a Ludwig le llamó la atención que llovía tibio. Estábamos
acostumbrados al clima de Santiago en que el frío y la lluvia vienen en un solo
casillero.
La exposición en
Buenos Aires fue en la Galería Lirolay. Ahí mismo y entonces invitaron a Ludwig
a exponer sus collages. Esta segunda exposición tuvo que suceder en 1969.
Ludwig volvió solo a Buenos Aires con su obra. Al parecer en la misma
inauguración conoció a Aldo Pellegrini quien lo presentó a los otros miembros
del grupo surrealista argentino como Enrique Molina, Francisco Madariaga, Julio
Llinás y Martha Peluffo. Aldo y Ludwig se entendieron de maravillas. Entre las
muchas cosas que pudieron compartir habían anécdotas y recuerdos. Hablaron
sobre la antología de Aldo sobre poesía surrealista y éste le mencionó a
Edouard Jaguer quien, cuando Aldo estuvo investigando el trasfondo de su libro
en París fue servicial y amistoso. Aldo en ese momento le dio a Ludwig la
dirección de Jaguer.
Ludwig Zeller sólo
hace cosas cuando su interior se lo indica. Esto puede suceder de mil maneras.
En este caso el momento exacto se produjo seis años más tarde, habiendo ya
salido de las penurias de los primeros años tras nuestra inmigración a Canadá.
Fue en diciembre de 1974 cuando Ludwig de repente me dijo que quería hacer una
carta. Me la dictó en castellano, yo la traduje al francés. La carta iba
dirigida a Edouard Jaguer. Era la primera vez que yo escuchaba su nombre.
En enero de 1975 nos
llegó la respuesta de Jaguer. Nos contaba que en los últimos días de 1974 había
tenido un sueño en el que veía entrar una cantidad fabulosa de correspondencia
por la ranura de la puerta de entrada de su departamento. En esos tiempos de la
canela todavía funcionaban de maravilla los servicios postales. No se había
inventado el fax, mucho menos el Internet, así que las cartas llegaban por
correo en sobres que cabían por las ranuras de las puertas. Edouard al
despertar le contó a Simone, su mujer (que para presentar su obra plástica
usaba el nombre de Anne Ethuin), que lo que lo tenía intrigado era que entre la
correspondencia de su sueño había una carta de un tal Zeller a quien él no
ubicaba. Simone le recordó que días antes habían visto en el entonces más
reciente número de BLS (Bulletin de Liaisons Surréalistes) un poema de alguien
con ese mismo nombre, en la traducción al francés de Louis Bedouin. Esto
impulsó a Edouard a escribir y a nosotros a inmediatamente a comprar nuestros
boletos para viajar a París meses más tarde, dado que teníamos la confianza de
un contacto verdadero con Jaguer.
El boleto más barato
que encontramos era de Toronto a Ámsterdam. Llegamos ahí en estado de
agotamiento total, y nos trasladamos del aeropuerto a la estación del tren para
ir de Ámsterdam a París. Dadas las distancias a las que estábamos habituados en
Canadá este viaje se nos hizo pequeño.
Cuando por fin
visitamos el departamento de los Jaguer en las colinas (Bûtes) Chaumont, en el
24 de la rue Rémy de Gourmont, muy cerca de la casa natal de Jaguer, no íbamos
con las manos vacías. Y llegamos cansaditos. Para ir donde los Jaguer había que
llegar a la estación del metro Simon Bolivar (así, sin acentos), ahí subir lo
que recuerdo como el equivalente de por lo menos seis pisos en escaleras, luego
subir las escaleras de la famosa Bûte, luego del cual había que subir al cuarto
piso del edificio en que estaba el departamento. Éramos jóvenes, pero aún así,
este ejercicio, cargados de dibujos, collages y esculturas, nos dejó al borde
de la apoplejía.
Los Jaguer estaban
acostumbrados a recibir visitas fuera de aliento, y nos recibieron con mucho
cariño y entusiasmo. Simone rápidamente nos presentó uno de los magníficos
cafés que acostumbraba producir y nuestras fuerzas retornaron a su nivel
habitual. Tanto Edouard como Simone vieron con entusiasmo los collages,
esculturas y dibujos que les llevamos. La escultura que recuerdo con claridad
es de la serie Mysteries of the Egg, un plato en que hay puestos tres huevos,
todo en cerámica blanca con esmalte mate; cada huevo tiene varios hoyos y de
estos hoyos salen pelos, de unos diez centímetros de largo. Entre los collages
estaban los mejores que Ludwig hizo en los primeros años de nuestra estadía en
Toronto. Recuerdo el de La Quimera en el
Duomo, una pieza bellísima de material que él llama “blanco y negro”, es
decir grabados impresos en papeles que son o han sido blancos, con tinta negra.
En este caso las piezas del collage estaban pegados sobre un cartón de un color
oscuro, creo que morado. En mis dibujos había una constante referencia a lo
erótico, en la línea de unas litografías que hice al año siguiente en el taller
de Michel Cassé, después que Edouard Jaguer nos presentó a este notable
artesano del grabado.
Durante doce años cada
verano volvíamos a París y visitábamos a los Jaguer. Nos manteníamos
independientes de las distensiones dentro del grupo surrealista de París y
veíamos también a otros artistas y escritores. Nuestras visitas fueron siempre
de muy gratos encuentros. Los Jaguer nos presentaron a artistas y escritores
con quienes hemos formado amistades duraderas y hemos colaborado muchos años.
Entre éstos puedo mencionar a Eugenio Granell, Arturo Schwarz, Philip West,
Suzanne Besson, Guy Ducornet, Mayo, Rikki, Guy Roussille, Abdul Kader, John
Digby, Petr Král, Georges Golfayn, Gérard Legrand, Jules Pérahim.
En Canadá nos
empeñamos en difundir el trabajo del grupo Phases que era la preocupación,
además de diligente y constante trabajo de Edouard Jaguer y de Anne Ethuin.
Edouard Jaguer nos incluyó entre los artistas de la revista Phases y ambos nos
presentaron a escritores que nosotros publicamos en nuestra pequeña editorial,
Oasis, en Canadá y a artistas cuyas exposiciones organizamos también en
colaboración entre Oasis y Phases. La relación fue especialmente intensa y
constante durante los cuatro primeros años de nuestro contacto. Más de cuarenta
títulos aparecieron en Oasis y se presentaron más de una docena de exposiciones
(una de ellas era de obra de Anne Ethuin), con catálogos.
Entre otras obras de
esos años hice un libro único de la poesía de Edouard Jaguer, Les assises de le grèle dibujado a mano
con una tipografía especial que inventé para esa única ocasión, que se vendió a
un coleccionista de París. Traduje su poesía Fougères arborescentes al castellano y al inglés y lo publicamos en
edición trilingüe con mis ilustraciones.
Edouard Jaguer
escribió un importante ensayo sobre lo excepcional de los collages de Ludwig
Zeller que traduje y que se publicó también en forma trilingüe en el libro 50 collages en la editorial Mosaic
Press, de Oakville, Ontario.
A partir de 1979
nuestras colaboraciones se hicieron menos constantes y nuestra relación se
mantuvo en el plano de la amistad. La última vez que he visto a Edouard Jaguer
fue en ocasión de la inauguración de la exposición de sus dibujos en la Galerie
Lumière Noire, en Montreal.
Edouard Jaguer y Anne
Ethuin han sido una pareja de colaboradores cercanos, fieles, idealistas y muy
trabajadores. Jaguer logró incorporar al surrealismo un aspecto de las artes
visuales que antes se había negligido. Fue surrealista hasta la médula,
entusiasta descubridor de talentos nuevos o ignorados. Nunca tuvo dudas en
arriesgar todo por sus convicciones. Fue un amigo cálido, dinámico y activo. El
legado de su obra permanece.
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