Señor Georges Lebreton
Al cuidado del señor Max-Pol Fouchet
Director de la revista Fontaine
Calle Saint-Placide 41
París.
Querido señor:
Acabo de leer en la revista Fontaine dos artículos
de usted acerca de Gérard de Nerval que me han causado una extraña impresión.
Usted debe de saber por mis libros que soy un ser
violento e iracundo, lleno de espantosas tempestades internas, a las que
siempre he canalizado en poemas, pinturas, puestas en escena y escritos, pues
también debe de saber por mi vida que nunca muestro esas tempestades al
exterior. He de decir a usted hasta qué punto he sentido siempre la vida de
Gérard de Nerval junto a la mía, y hasta qué punto los poemas de las "Quimeras"
en los que hace usted descansar su esfuerzo de elucidación, representan para mí
esa especie de vínculos del corazón, esos viejos dientes de una acrimonia mil
veces rechazada y extinta y con la cual Gérard de Nerval, desde el fondo de sus
tumores de espíritu, logró hacer vivir seres, seres por él recuperados de la
alquimia, y reivindicó los Mitos, y puso a salvo del amortajamiento de la
Adivinación. Para mí, Anteros, Isis, Knef, Belus, Dagán o la Mirto de la Fábula
no terminan de ser los de las turbias historias de la Fábula, sino seres
inauditos y nuevos que no tienen del todo el mismo sentido y que tampoco
traducen célebres angustias, sino las fúnebres de Gérard de Nerval, colgado una
mañana y nada más. Quiero decir que el poder de rechazo de un gran poeta frente
a los Mitos es absoluto, pero que Gérard de Nerval, como ha dicho usted en
ciertos pasajes de sus artículos, añadió a ello su propia transfiguración, no
la de un iluminado, sino la de un ahorcado y que siempre sentirá al ahorcado.
Para colgarse a la madrugada del farol de una calle turbia hay que tener
torsiones del corazón como primicias de la inmanencia del colgamiento. Hay que
tener unas ansias como las ansias con que Gérard de Nerval supo constituir
increíbles músicas, que valen, no por la melodía o la música, sino por el tono
bajo, quiero decir, la caverna baja, abdominal, de un corazón azotado.
Con toda seguridad, Gérard de Nerval estudió la
Cábala alquímica, que, como todos saben, rozó la Gran Obra, pero nunca llegó a
ella. En tanto que los poemas de Gérard de Nerval, quiero decir, los insólitos
sonetos de sus irrecusables Quimeras, se hallan en el camino de las explosiones
de la Gran Obra, que fueron siempre y serán la zambullida del poder de ser en
el delirio de las reivindicaciones.
Me han sumergido tres veces en las aguas de Cocito
Y protegiendo siempre a mi madre Amalecita
Siembro a sus pies los dientes del viejo Dragón
Anteros se venga de su madre, como que la hace
nacer con dientes viejos. Gérard de Nerval se retuerce tres veces contra el
olvido en que "los monarcas de los dioses" lo hunden como en un baño
de vitriolo.
El verso dice:
Y protegiendo siempre a mi madre Amalecita
¿A quién, pues? Sabido es que los amalecitas eran
una raza que se creía surgida de la tierra pura, sin ningún compromiso con
dios, pero que a la larga, y a fuerza de confundirse con el principio del limo
generador, quiso encontrarlo en el útero para extraer de él su progenie, y si
hay un algo heroico en ese siempre con el que Gérard de Nerval Anteros continúa
protegiendo a su madre, en medio mismo de su descenso a los infiernos, también
puede sentirse -y esto ya no se desprende de la Cábala de los Mitos, ni del
juego de cartas de la Adivinación-, también puede sentirse, digo, el
apretamiento de las primeras denticiones, y yo diría esa espantosa tripsis
dentaria de un deber a punto de soltar la presa y sublevarse contra las
servidumbres filiales. Pues la Amalecita es conocida en la Biblia por ser
también la primera madre que haya querido tomarle a la tierra el principio
innato de dios, y en la parte más húmeda de su propia caverna de tierra -el
útero- incubarlo como a su propio hijo. Y sembrar a sus pies los dientes del
viejo dragón es plantar raíces para hacerla, quizás, crecer, pero también es
sacar contra ella todos los dientes de una teta materna a fin, sobre todo, de
desembarazarse de ella. Y no es tan sólo un asunto de sentido. Quiero decir que
la prueba del sentido de los versos de las Quimeras no puede ser dada por la
Mitología, la alquimia, la adivinación por cartas, la mística, la dialéctica o
la semántica de las psicurgías, sino únicamente por la dicción. Todos los
versos han sido escritos para ser primero oídos, concretados en la plenitud de
las voces, e incluso nada más que su música los aclara y pueden entonces hablar
por las simples modulaciones del sonido, y sonido por sonido, pues sólo fuera
de la página impresa o escrita puede un verso auténtico cobrar sentido y
necesita el espacio del aliento entre la fuga de todas las palabras. Las
palabras huyen de la página y se abalanzan. Huyen del corazón del poeta, quien
incita su intraducible fuerza de asalto. Y que ya no las retiene en su soneto
sino por el poder de la asonancia; sonar afuera con un idéntico ropaje, pero
sobre una base de enemistad. Y esto lo dicen las sílabas de los versos, tan
duros versos para parir las Quimeras, pero con la condición de ser nuevamente,
y a cada lectura, expectorados. Pues entonces es cuando sus jeroglíficos se
vuelven claros, entonces cuando todas las claves de su supuesto ocultismo se
extinguen en los repliegues ya inútiles y nefastos de la materia cerebral. Pues
los versos sólo son herméticos para quien jamás ha podido soportar a un poeta
y, por odio al olor de su vida, se ha refugiado en el puro espíritu. Creo que
el espíritu que desde hace ya cien años declara herméticos los versos de las
Quimeras es ese espíritu de eterna pereza que siempre, frente al dolor
-temeroso de acercársela demasiado, de sufrirlo también él de demasiado cerca;
quiero decir, por miedo a conocer el alma de Gérard de Nerval como quien conoce
los tumores de una peste o las terribles y negras huellas de la garganta de un
suicidado-, ha ido a refugiarse en la crítica de las fuentes, como los
sacerdotes en la liturgia de la misa huyen de los espasmos de un crucificado.
Pues son las liturgias indoloras y críticas del ritual de los sacerdotes judíos
que provocaron las excoriaciones y tumefacciones del cuerpo de cierto hombre
que también fue colgado un día de los cuatro clavos de su calvario y luego arrojado
a un basural como se arroja tocino a los perros. Y si Gérard de Nerval no fue
colgado en el Gólgota, al menos él mismo se colgó de un farol como el traje de
un cuerpo demasiado castigado que se colgara de un viejo clavo, como un viejo
cuadro desesperado puesto en un clavo. Y esto se siente ahora en sus poemas;
son los poemas de un ahorcado, colgado ante la crítica del ser y ante la
captación de los rituales. Colgado ante el nacimiento de las fábulas y la
fuente de las alegorías. Pues frente a cada alegoría o símbolo hay un sacerdote
como Dom Pernety, como en la Edad Media hubo sacerdotes ante las desolladuras
de ciertos seres nunca natos y siempre por nacer y de las escardaduras de la
osamenta del dolor de los cuales, también nonatos y en la nada, pero viviendo
del dolor como primicias de su futura maduración, los sacerdotes extrajeron los
símbolos de la presunta ciencia abortiva de la alquimia.
Pues Gérard de Nerval no habría sufrido de la vida
si no hubiese sido puesta en símbolos, no hubiese sido tipificada en símbolos,
recortada en homúnculos astrales en ollas y si los símbolos y alegorías de
seres, desesperados y rechazados por el ritual de la alquimia, no hubiesen sido
estos, por otra parte, fuera de la simiente, fuera de esa semilla de tumores y
simiente que en la vida real desemboca en la sífilis o en la peste, en el
suicidio o en la locura. ¿Qué es la locura? Un trasplante fuera de la esencia,
pero dentro de los abismos, de lo interior exterior. ¿Qué es la esencia? ¿Un
agujero o un cuerpo? La esencia es el agujero de un cuerpo que el abismo de la
boca circular de la olla nunca ha significado de verdad frente a las
impaciencias de la alquimia. ¿Queda un puñado de huesos pulverizado? ¿Ni eso?
Pero algo como una falsa sintaxis, las cansadas larvas de una antigua sintaxis
en el esqueleto de nuestro cerebro. Como no queda un eje de la adivinación por
cartas, sino las imágenes de una imaginativa floración fulminada. No unos
precipitados en torno de un árbol de eje, sino los precipitados de un deshecho
primarismo. La Adivinación es la idea de un Número en el que cabe hacer
descansar las cosas, y hace ya más de mil siglos que este Número, como un árbol
de mala cepa, ha sido erradicado de la realidad. Y si Gérard de Nerval se
empapó de todo ello, sus Quimeras lo salvaron. Quiero decir que las Quimeras no
pueden explicarse por las Cartas Adivinatorias, ni aun vistas como el juego
interno de una prefiguración alquímica de las cosas; y con respecto al drama de
todas las figuras que entran en ésta, tampoco pueden explicarse por la sombría
aparición de principios que se halla en la base de la mitología, pues los
principios de la Mitología fueron seres de los que Gérard de Nerval no tuvo
necesidad para ser.
Jamás he podido soportar el manoseo de los versos
de un gran poeta desde el punto de vista de la semántica, de la historia, de la
arqueología o de la mitología; los versos no se explican, y en lo que incumbe a
Gérard de Nerval, y sobre todo a los poemas de las Quimeras, me parece un
pecado capital.
Pues la primera trasmutación alquímica que se
efectúa en el cerebro de un lector de sus poemas consiste en perder pie frente
a la historia y a lo concreto de los recuerdos mitológicos objetivos, para
entrar en un concreto más válido y seguro, cual es el del alma del propio Gérard
de Nerval, y olvidar, con ello, historia, mitología, poesía y alquimia.
Lo que me impresiona en las Quimeras de Gérard de
Nerval es que Anteros, Knef, santa Gúdula y el príncipe de Aquitania se
convierten en seres nuevos, no como Titania, julio César, Romeo y julieta o
Hamlet, príncipe de Dinamarca, en los dramas de Shakespeare, sino como
insólitas y maravillosas máquinas de conciencia, una flamante conciencia de una
vida aparte y que parece preceder a la Mitología y a la historia, no surgir de
ellas, como en la obra de Shakespeare o de otros poetas. Lo cual quiere decir
que lejos de explicar a Gérard de Nerval por sus fuentes digamos científicas,
como hace Georges Le Breton, diré que la historia, la Mitología y la alquimia
han llegado de esa corriente anímica interna cuyo poder de ser y cuya emisión
creadora de objetos han sido manejados por muy contados grandes poetas de la
historia. Y estos objetos, todos ellos seres, se llaman Anteros, Isis, Knef, el
Cocito, Mirto, Yaco, el Aqueronte y el Dragón. Lo cual quiere decir que, lejos
de tratar de explicar a Gérard de Nerval por la Mitología y la alquimia, yo
querría tratar de explicar la alquimia y sus Mitos por los poemas de Gérard de
Nerval. La poesía es una inervación magnética del corazón, de la que el corazón
de Gérard de Nerval tuvo durante toda su vida una caverna, una de las
principales cavernas emisoras de un vacío en el que se rehace toda poesía. No
hay un solo poema de las Quimeras que no haga pensar en las angustias físicas
de un primitivo parto. Y yo a mi vez no creo que la ciencia de sus poemas la
haya obtenido de sus investigaciones en el campo Mitológico o alquímico, ni que
la realidad dialéctica de sus fabulosos personajes que evoca pueda provenir de
un punto de vista cualquiera para elucidarlos, para situarlos en un trayecto
metafísico, aun cuando se los quiera justificar frente a la percepción.
El trayecto metafísico de los poemas de Gérard de
Nerval no es el de las grandes fábulas míticas ni el de la simbólica, a su vez,
por lo demás, terriblemente evasiva -aunque no lo suficiente aún- de la
alquimia; quiero decir que para los alquimistas la manera de realizar la Gran
Obra es negativa, escapa por naturaleza al encarcelamiento en una idea o en un
término y nunca evoca más que estados o hechos nuevos y hasta ese momento jamás
producidos y que nada antiguo o conocido pueden proporcionar; y si cada poema
de Gérard de Nerval es como la explosión de un ser de la Gran Obra, este ser lo
es mucho mejor y con más sobrada razón que todas las conquistas de la alquimia
real. La cual creo, nunca en rigor ha existido. Pues en la historia la
alquimia, como el resto, no es más que el abecedario de un número hoy en día
determinado de abortos científicos, un formulario no del todo catalogado, y que
por lo demás no puede serlo, pero que entra a serlo cuando se habla de él, de
operaciones que el hombre no puede considerar sin cometer un crimen y de las
que sólo muy contados grandes poetas, como Baudelaire, Edgar Poe, Rimbaud y
sobre todo Gérard de Nerval nos han restituido el equivalente. Y en la alquimia
de la historia no son más que la cocina ya caduca de la semántica de un ritual.
Y no se puede restablecer el alma de los intangibles poemas de las Quimeras,
inexpugnables e intactos para siempre frente a los enfoques de los comentarios
o las clasificaciones dialécticas del espíritu; no se puede llevar ese alma a
una aproximación con realidades o clases alegóricas ya conocidas,
experimentadas y oídas. Y tampoco son puras asociaciones de músicas y palabras.
Hay en esos poemas un drama del espíritu, de la conciencia y del corazón puesto
por delante por las más extrañas consonancias, no de sonidos, no dentro del
registro auditivo, sino del animado, Gran Obra de una metamorfosis del
principio mismo de la acción, expansión fuera de lo oscuro de la conciencia
inocente, asiento de los más increíbles estallidos de lenguaje que jamás haya
computado un ser humano. Quiero decir que los poemas de Gérard de Nerval son
tragedias, y que tampoco es dable hablar a su respecto de alteraciones
meramente pictóricas, fabulosas o sonoras de la imaginación sin pasar al lado
de los pasionales tumores morales, de las maravillosas liberaciones efectivas
morales, de todos esos flotantes clavos de la conciencia que Dios -ese experto
siempre sentencioso, decidido y primario de, todos los rudimentos de lo
insondable creado- no ha dejado de hacer flotar. Y estas tragedias de una
humanidad rechazada, de una humanidad que hasta ahora nunca había podido vivir,
son tempestuosas protestas de seres que alientan, sienten, perciben y sufren y
a los que Gérard de Nerval ha logrado sacar a luz en sus poemas presuntamente
jeroglíficos de las Quimeras.
Hay que dejar de hablar de mistagogía o de
ocultismo a propósito de los poemas de Gérard de Nerval. Hay que dejar de
dirigirse a una Cábala de los números y de sus formas, a una simbólica
histórica de las fabulaciones efectivas, a una semántica ya existente de los
sentimientos y sus formas, a una dramaturgia tipificada por otros de la
concepción y de las ideas. El problema de la inmaculada concepción jamás se
resolvió en la Cábala de la historia, y los poemas de Gérard de Nerval no
surgieron de la Cábala ni de la historia; quiero decir que carecen en absoluto
de relación con lo que fuere de ya emitido en la alquimia o la Cartomancia y
que se derraman y expanden no paralelamente a una simbólica, a una mística ni a
las alegorías cabalísticas de la ciencia monstruosamente falsa y criminal de
los Iniciados, sino contradictoriamente con esta ciencia y con todas las claves
psicúrgicas de las manos echadas en la adivinación por las cartas.
En el alma de Gérard de Nerval debieron de
producirse -yo no estaba allí, pero sus poemas me lo dicen- espantosas
explosiones durante su toma de contacto, ora con la ciencia alquímica, ora con
las manipulaciones de la simbólica espantosamente primaria e impulsivo de las
cartas. Las cartas se han valido de estados aún inconclusos y larvarios de la
conciencia para cifrar una ciencia suya que sólo descansa en la nada y que ha
querido precipitar en las cartas el nacimiento de una simbólica de la nada.
Pero la nada es cosa de poetas y no de hechiceros, pitonisas, tiradores de
cartas ni magos. La nada de ese abismo de horror del que la conciencia siempre
está volviendo en sí para nacer en algo en lo cual existir. Un mundo de
pariciones, no a propósito de algo, sino a propósito de nada y en primer
término de nada, pues el alma nada sabe en un comienzo; no es ni sabe nada.
Pero siempre se trata de lo mismo. El fondo del Ramayana consiste en no saber
de qué está hecha el alma, pero en hallar que está hecha y siempre lo estuvo de
algo que era antes, y no sé si en francés existe la palabra remanencia, pero
traduce muy bien lo que quiero decir: que el alma es un sostén, no un
depósito, sino un sostén, lo cual siempre se
levanta e incorpora de lo que en otro tiempo quiso subsistir, yo querría decir
remanecer, permanecer para reemanar, emanar conservando todo su resto, ser el
resto que va a remontarse. Ahora bien, el poeta hace el alma y es el único en
hacerla. Y no sé si la palabra viene de Rama, que fue un ser enemigo del hálito
Brahma, pero sé que los poemas de Gérard de Nerval son seres, seres sacados por
Nerval de la nada, no mediante las cartas adivinatorias, la historia ni la
alquimia, sino a través de esa sombría historia que fue la suya propia, la
sobrevivencia de su viejo corazón, la permanencia de un viejo corazón.
Pero a través de la sombría historia que fue su
alma -sostenida en todos los tiempos por las cartas de la historia o los alambiques
de la alquimia- no olvidemos que Gérard de Nerval murió colgado, que él mismo
se colgó un amanecer de un farol y que el suicidio no puede ser otra cosa que
una protesta contra una empresa, y ciertamente creo que ésta es la del tiempo,
no por el lado en que el tiempo es el tiempo que nos sigue en la vida presente,
sino por el lado en que la vida presente se subleva contra la presencia de la
eternidad. Esa presencia eterna de una bestia en el cuantioso vientre de la
cual siempre viven las cartas de la historia y los alambiques de una alquimia
caduca. Gérard de Nerval sufrió espantosamente las cartas, la alquimia y la
historia, y, lejos de creer que sacó de las cartas, la mitología, la alquimia o
la historia la génesis de sus ideas, yo diría más bien que como reacción contra
los símbolos de los mitos y el primarismo de las cartas fue inventado a través
de los días y las noches el cenagoso hueso de la efervescencia de sus poemas
como se repele una pútrida cruz, de modo paralelo a la invención de lo que maléficamente
se llama la santa cruz. Pues fue su golem, diría yo por fin, quien hizo a
Gérard de Nerval como ha hecho a todos los grandes poetas, ese ser arrancado a
un cuerpo del presente y al que los espíritus fuerzan, dios sabe por qué
siniestra magia, a regresar en sus sucias historias, cuando la del pasado ha
muerto como muerto y bien muerto está el pasado.
No, nunca nadie ha regresado en el pasado o la
historia, pero maniobritas de una magia criminal extraen del cuerpo de cada
gran alma un cuerpo bueno, bueno para hacer transpirar en las angustias de la
inicua historia donde se alimenta su vida superada.
Frente a la Mitología o a las Cartas, Gérard de
Nerval encontró sus propias fuentes, y las historias de las altas fábulas
palidecen ante los cañonazos del Desdichado, de Horus, de Anteros, de Delfica,
de Artemis. Son cañonazos de doble sentido, y a mi modo de ver sólo son
herméticos para quien cree aún en Hermes, la psicurgía, el ocultismo o la misa
de las mistagogías.
Pues los poemas de Gérard de Nerval son muy claros,
y no hay en toda la poesía escrita desde el alba de los tiempos nada que
rechace así lo arcano oscuro, la oscuridad de las claves ocultas, la oscuridad
de las claves por los celos (del espíritu santo) de todo el espíritu que se
hayan escrito acerca de la carencia de nuestra carnal humanidad, de esta
humanidad.
La carne de la humanidad sufre, por supuesto, pero
por haberse dejado caer en carencia frente al esfuerzo de la claridad.
No ha merecido ser sacada de la carencia, pero la
conciencia por ella blasfemado resurge en criaturas.
Pero de cuando en cuando, quiero decir, de tarde en
tarde sobre el espacio entenebrecido del tiempo, un poeta ha lanzado un grito
para hacer regresar criaturas. Y Anteros, Artemis, Horus, Délfica y el desdichado
son esas mujeres, las almas de las criaturas, los seres nacidos en la tumefacto
costra de su corazón de suicida inmortal que llegan al primer plano para bramar
su drama, la tragedia de su voluntad de luz: para alumbrar la insistente
tiniebla, como diría yo si fuese Mallarmé, pero diré como el Antonin Artaud que
soy: la insistencia de las tinieblas que suben en torno de mi voluntad de
existir.
La primera de tales tinieblas es espíritu, querer
saber el cómo y el cuándo por fecha y referencia a los acantilados y a las
trilladas costas de los mares de la geografía experimentada, referencia a ese
embrujado río del tiempo de los hechos que en el tiempo corre, referencia a
sentimientos ya vividos, derrumbados y supuestos, referencia a un drama íntegro
ya enmarcado y deslindado por la historia, referencia a experimentados
conflictos o pasiones (atrapadas por el féretro), en el féretro disueltas y a
las que el retroceso de la muerte ha fijado, pero que aun fijadas están más
muertas que si los seres que las vivieron llegasen a revivirlas doblemente por
los modelos del pasado.
El espíritu pasado no esclarece, pues, a Gérard de
Nerval, y sus poemas no esclarecen mitos, y tampoco, ni celosamente, pueden ser
esclarecidos por los mitos amortajados en el pasado. El Anteros de Gérard de
Nerval es -ya lo he dicho- un ser nuevo que no esclarece la historia de Anteo,
pues Anteros es un ser inventado, la cuerda al corazón de una asonancia nueva
que llega desde el fondo del presente soneto a zarandear represiones tan bien
maceradas y complejas, que su aridez es una nueva claridad, y su complejidad es
la simple trenza de una cuerda durante mucho tiempo fortalecida en la tierra
que la inventó. Y esta tierra tiene 14 pies.
¿De qué se trata en el caso de Anteros? De un
sublevado. Y saber de dónde llega a la mitología o a la historia es disolverlo.
Y asesinarle, Pero mover su drama como una estocada es hacerlo vivir.
Hace vivir a este incoercible insurrecto que de la
hoja hundida en su corazón hace una arma contra el dios interior, espíritu del
golpe que quiso asesinarle, herirlo, y del que hará un golpe asesino.
Vuelvo el dardo contra el dios vencedor. (verso de
Nerval)
Pero de qué manera animar el drama, cómo hacerlo
vivir y volver a verlo diciéndolo.
Los poemas de Gérard de Nerval han sido escritos,
no para ser leídos en voz baja, en los pliegues de la conciencia, sino para ser
expresamente declamados, pues su timbre necesita aire. Son misteriosos cuando
no se los recita, y la página impresa los adormece; pero pronunciados entre
labios de sangre, rojos, digo, porque son de sangre, sus jeroglíficos
despiertan y es dable oír su protesta contra el intento de los acontecimientos,
cuyo protestador no será un golem, sino un ser que de dios rechaza a jehová
para obtener a Belus o a Dagón, y de Belus y de Dagón extrae al propio Gérard
de Nerval, sublevado contra los monarcas de los dioses y diciendo:
"Me han sumergido tres veces en las aguas del
Cocito, sumergido desnudo para hacerme olvidar, sumergido feto para hacerme
olvidar, quemado tres veces en ese vitriolo genésico en el que todos los
monarcas de la envidia -monarcas de la eterna envidia que los espíritus
celestiales sienten por el hombre- hunden al hombre para hacerle olvidar la
sucesión de sus combates de encarnado."
Me han sumergido tres veces en las aguas del
Cocito, y protegiendo completamente solo, solo en mi obstinada esencia ser y
protegiendo completamente solo a mi madre Amalecita, ¿y por qué Amalecita ahora
la madre de un Anteros obstinado?
Porque raza de los antiguos enterrados. ¿Cuáles?
aquellos que, como los amalecitas primeros, eran los amantes de la tierra
eterna, del estupro de las animalidades.
pues el ánima, el hálito del cuerpo, fue esa amante
en la tierra, la primitiva tierra uterina empapada y que no tuvo otro amor ni
otra luz que amar esa actitud, ser, como el útero, una tierra que en el nombre
del ánima su hálito transplanta al aire su animalidad.
ama, alma a través de todo leteo,
Amalecita, raza del alma que nunca pudo olvidar a
la tierra irascible de la que nació y que Gérard de Nerval hará revivir como
Anteo surgido de la tierra.
Siembro a sus pies los dientes del vicio dragón.
Este final puede entenderse en otro sentido.
Es que la raza llegada de la tierra sexual de los
amalecitas, humus de muerte por humus de muerte, laringe anal de la
putrefacción, y que en la historia abandonó la tierra para entrar en la pura
sexualidad, no ya terrena por humus voluntariamente amontonados y comprimidos
del polvo, no polvo, sino seres animados de huesecillos, que abandonó la tierra,
digo, para entrar en la sexualidad pura, encarnación fuera del huesecillo, y no
ser más que el húmedo agujero que en su placenta de barro, húmedo se envilece
por humedad -micción líquida de una adiposidad-, esa raza hízole olvidar a
Anteo su origen de polvo puro, de polvo expansivo y animado (que, si siempre
está algo mojado, lo está sólo por su naturaleza seca que se ha desprendido de
lo húmedo), y Anteo, que para él fue Gérard de Nerval mismo, quiso vengarlo,
pero apresurado como yo o como tú, lector del poema -recitador o declamador-,
apresurado por las exigencias de las cosas y arrojado abajo por la dictadura de
las cosas, que los monarcas de las fábulas celestiales no han dejado de
representar, fue aprehendido y sumergido tres veces en las aguas del Cocito, y
sin quererlo, pero impulsado por el viejo y olvidadizo atavismo de su
inconsciente, continuó protegiendo siempre a su madre traidora, la amalecita,
que toma su útero por ser y que ha hecho del útero un dios. Y útero por útero
ella cree ser y tener preventivamente en ese cofre la génesis de su hijo dios.
(Aquí, la historia del cuadro negro en lo de la
señora Guilhen, en el que yo progresaba con demasiada rapidez y en el que fui
asesinado y puesto en segundo primario.)
Creo que lo que Gérard de Nerval acusa en sus
poemas es el pecado original, no de los seres, sino de dios: afectos,
voliciones, impulsos, repulsiones.
Antonin Artaud
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Organização a cargo de
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Artista convidado:
Salvador Dalí
Agradecimentos a Hernán
Alejandro Isnardi
Imagens © Acervo Resto
do Mundo
Esta edição integra
o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim
estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC
FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO
3 O RIO DA MEMÓRIA
A Agulha Revista
de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de
Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de
Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua
espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas
de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a
coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.
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Estos xenios/tolos poden facer disfrutar aos seus lectores pero case todos eles levaron unha vida moi desgraciada. ¿Compensa? De poder escoller penso que non vale a pena pagar tan alto prezo e que é mellor disfrutar da vida. Luis Manteiga Pousa
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