En un instante de su condición de joven aspirante a poeta se
dio vuelta ante el espejo y pudo intuir una realidad más allá de sí. No ya la
de quien puede reconocerse idéntico a los rasgos que lo reflejan y sonreír o
hacer una mueca, sino la de quien, apartándose del azogue, dándose la vuelta y
quedando a espalda sin poder mirarse, como el personaje del cuadro de Magritte,
se percata del otro que también es, se entera como por súbito que es tras sí
donde ocurre todo, porque el ego miente y no lo que traemos detrás.
No basta con decir que su poesía es lo más parecido a ese
alud de miradas, de gestos que se tropiezan, de cuerpos metidos en sus trajes,
de seres que se esquivan saliendo como roedores de sus madrigueras al despuntar
el sol, desplazándose por la ciudad, buscando hacerse un lugar, perdiendo su
faz entre los muchos que van a asumirse como funcionarios o simplemente pululan
por la selva de cemento a punto de ser borrados por el smog o devorados por la
noche. De cierto lo es, pero también es una aventura poética que no se agota en
si misma. Su personaje hablante es un ciudadano sin fin que pasa a ser un
animal, alguien que se arrastra a duras penas en su condición alienante, hasta
derivar en ese que se va transfigurando hasta alcanzar la invisibilidad,
dejando tras si la imbecilidad de creerse alguien, es decir, deja de ser sujeto
para sumirse en el no yo.
Antes debe estar consciente de cuantas máscaras tuvo que
llevar para que lo reconocieran entre la multitud que habita el vientre urbano.
Esas máscaras, cual suele ocurrir en el escenario citadino, (y en Calzadilla
éste escenario será siempre escritural, de génesis gráfica), cubrirán la faz de
quien cree ser alguien entre los muchos; al que no también, al que se busca sin
llegar a precisar bien de qué se trata esa búsqueda interior que casi siempre
naufraga en lo colectivo; al que lo sabe pero cede ante los ritos cívicos para
hacerse notar; en fin, al que ha perdido su identidad o al que no la tuvo nunca
y sólo fue objeto de uso de la demoledora y condicionante realidad que fija el poder, sea cual sea su rostro
siempre oculto o velado por su apariencia, sean cual sean sus manos que sólo
saben moverse en la sombra.
Vemos al polemista que por un lado está denunciando la
rienda opresiva de ese poder, tan invisible como avasallante, o bien está
cuestionando su propia condición de poeta que puede equivocadamente creer que
todo lo que imagina ha de ser correspondencia fiel a lo que vive. Está
consciente de que todo poder persigue el sometimiento del ciudadano a sus
designios operativos ideológicos, pero a su vez puede hacer ver que éstos, como
trágica bufonada, representan o calcan sobre el papel de los acontecimientos
que devienen de esta relación (poder-sujeto/sujeto-poder) los deseos reprimidos
del ciudadano, deseos estos que
sostienen a su vez el discurso mismo del poder que los oprime. ¿Qué quiero
decir con esto? Que es en esto que aflora la veta magnífica de arte y la poesía
de Juan Calzadilla que, en nuestro caso, más apreciamos: su teatralidad y
puesta en escena gráfica, aunque sólo aparentemente se trate de un texto
escrito.
*****
En su poesía, donde él mismo nos invita a descreer de
todo, hemos llegado a creer en estas
aristas confesionales, de las muy pocas que ofrece, pertenecientes a su poema DOSIS LÍQUIDAS DE
AZAR: “En poesía he tenido presente,
básicamente, la idea de expresar tensiones de la vida interior mediante las
pulsiones de la tinta y la línea. A esto lo he llamado gestualismo, aun cuando,
por tratarse de una expulsión, de una violenta evacuación de signo orgánico, la
operación cae dentro de la pura operación excretora. Esta gestualidad simplemente
expele. Se entrega por chorros. Se sustancia y prodiga en dosis líquidas de
azar que mojan la página en blanco, sin prórroga, como el meado. // Y que pueda
llegar a decir “Aquí se sabe de derrames pero no de la forma de controlarlos”.
No soy un poeta puro.
*****
¿Cómo ubicarlo? ¿Surrealista? ¿Parasurrealista?
¿Expresionista? ¿Absurdo? ¿Minimalista? De todo ello algo, nos respondemos pero
sin prisa, porque somos de los que creemos que Calzadilla siempre nos va a
asombrar. Sí, de todo ello algo, pero a su manera, sin cartillas ni manuales,
no cesando de confrontar sus móviles. Debo decir que me costó llegar a esta
lectura de quien es hoy uno de nuestros poetas mayores y a quien consideramos,
por el carácter rebelde y revelador de su arte, un joven dispuesto siempre a
dinamitar sus propios basamentos. De él
sabíamos por sus libros y por lo que Dámaso Ogaz nos había hablado cuando ambos compartieron la experiencia
vanguardista de los años 60; pero fue en Mérida hacia 1993 en una Bienal Picón
Salas, en compañía del poeta Hermes
Vargas, cuando le conocí en persona. Al verlo a distancia, de pie, recostado
pero sin hacer peso alguno sobre una columna del lobby del Hotel Chama, tan
delgado como el silbido de la brisa que la tupida arboleda filtraba, viendo él
hacia un lugar fijo o a hacia parte ninguna, distraído o atento, lo cual viene
a ser lo mismo para un artista, no sabíamos distinguir por la espesura de la niebla
si era él o la imagen que una fotografía de Vasco Szinetar nos había fijado en
la memoria. Por supuesto que era él nos dijimos en un instante y acercándonos
lo saludamos con respeto. Nos dijo que estuvo una vez en Coro catalogando las
obras de la colección de Alberto Henríquez y que en la ciudad de arena y
apacible soledumbre trabó amistad con el poeta Rafael José Álvarez y con
Faridy, su esposa, quien fue quien se encargó de pasar sus notas a limpio en
una vieja remintong negra en la oficina de prensa de la universidad. Que le
gustaría volver nos dijo, esto como un susurro antes de borrarse al final de un
pasillo como evitando que otro invitado importunara sus indagaciones
silenciosas. Tan cierto como su palabra, tiempo después volvió a Coro y nos acompañó
durante un tiempo en la Casa de la Poesía, dictando talleres para jóvenes.
Allí, más que al reconocido poeta, conocimos, significativamente para nosotros,
al maestro.
Llegaba cada tarde como arrastrando sus pasos y cuando
atravesaba la puerta parecía colarse por ella cual un pájaro por la ventana con
entera libertad. Su compañera, alta y delgada como si Modigliani la fuera
instalado ahí, disponía en una mesita café y galletas y se sentaba a su lado en
completa mudez. Los participantes eran pocos, no más de ocho, todos jovencitos,
se dispersaban de manera tal que aquello fuera lo menos parecido a un salón de
clase. No era parte del taller pero a veces me acercaba porque allí estaba mi
pareja. Frente a la blanca pared colocaba el proyector de imágenes que se iban
sucediendo: un huevo, un paraguas, una media luna, unos zapatos y así… hasta
que por fin dejaba oír su voz: "Escriban sobre lo visto lo que les
venga". Entonces abandonaba su posición de instructor y buscaba sitio
entre los participantes y hacía lo mismo que les había pedido. Esto no tenía
una medida de tiempo, al parecer él notaba cuando nadie escribía ya y elegía al
azar a cualquiera para leer y así los otros se iban alternando. Los mismos
participantes iban emitiendo sus opiniones al respecto y de igual manera se
daban las críticas y autocríticas, se borraba, se suprimía lo que se
consideraba innecesario en cada texto, incluido el de él. Luego, ya en su
propia voz, leía uno solo que era la suma de todos los escritos y pedía a los participantes
que lo “fusilaran”, es decir que lo reescribieran, lo comentaban de nuevo y de
ahí salía un “artefacto”, digámoslo así,
que nada tenía que ver con la vieja práctica del “cadáver exquisito” y
que incluso parecía borrar las imágenes que le dieron curso.
Después de cierto tiempo, una vez terminado el taller, lo
frecuentamos en La Vela de Coro y comprobamos que a su edad y como cualquier
ciudadano salía bien de mañana a hacer sus diligencias hogareñas. En una
oportunidad nos pidió que le acompañáramos a comprar un pescado y en un
instante nos habló de cómo había sido posible para que ese pescado estuviera en
sus manos y ocurriese el hecho de pagarlo y comérselo unos instantes después.
El hecho común cobraba otra posibilidad menos advertible, más profunda, más
interesante en su casi inaudible voz. Cuando nos abandonó y regresó a Caracas
siempre quise preguntarle a Argelia que había significado para ella la
experiencia de tener trato con el poeta Juan Calzadilla. Nunca lo hice, hasta
que mi pregunta se vio respondida por un breve poema que ella incluyó en su
libro inicial:”. “Eres tan real/ como la
vida que llena el vacío/ de las calles”.
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Organização
a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista
convidado | Juan Calzadilla (Venezuela, 1931)
Agradecimentos:
Beira Lisboa, César Seco, Franklin Fernández y Juan Calzadilla
Imagens ©
Acervo Resto do Mundo
Esta
edição integra o projeto de séries especiais da Agulha
Revista de Cultura, assim estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de Cultura teve
em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio
Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011
restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha
Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012
retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano
Martins e Márcio Simões.
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EXCELENTE REVISTA Y UNA MUY BUENA RESEÑA POR NUESTRO APRECIADO AMIGO CÉSAR SECO, QUIEN HA DADO UN GRAN RESPALDO A NUESTRA FUNDACIÓN CORO CIUDAD CINEMATOGRÁFICA. NOS GUSTARÍA HACER UNA RESEÑA SOBRE LA MISIÓN QUE NOS HA SIDO ENCOMENDADA POR DIOS. NUESTROS TELÉFONOS: 0414-6513424, 0268-5111134. NUESTROS CORREOS: fundacioncorocinematografica@gmail.com,nestorjimroa1954@gmail.com. Facebook: Fundacion Coro Cinematográfica, Coro Ciudad Cinematográfica Somos Todos. Que Dios bendiga su trabajo!. Un abrazo!.
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