porque las explote. Más bien
frente a éstas actúa con miedo y pudor,
celoso y confiado en que las palabras harán el
resto,
sabiendo que más allá del limitado poder del
lenguaje
querer abarcar lo imposible conlleva
derrota y humillación.
Juan Calzadilla
No es de extrañar para los que se acerquen a la
poesía de Juan Calzadilla (1931), enfrentar un lenguaje que transgrede el
sentido de lo nombrado para conducirnos a una expresión que va más allá de lo
que implica el acto creativo. No ya en el sentido absoluto de las cosas, sino
en el del doble sentido o el sentido que podríamos atribuirle a las cosas que
se ven a la luz del humor y la ironía, elementos de una visión de mundo que
parece cuestionar nuestro modo de acercarnos a la lectura de este autor. Su
libro más reciente, Poesía por mandato, Antología personal
(1978-2012) [1] recoge
composiciones inéditas y poemas de libros publicados entre 1962 y 2013. Más de
cincuenta años de infatigable e ininterrumpida creación de un imaginario que
genera siempre una postura novedosa y un modo muy particular de escribir y
sentir la poesía.
Dividida en cinco apartados, y con textos que
provienen de veintidós libros, esta antología nos ofrece un panorama total de
la magnífica obra que ha elaborado Juan Calzadilla a través de los años.
Refleja la lucidez y profundidad de un poeta que nos hace reflexionar sobre el
sentido de la realidad y de la poesía misma; incluso de los valores que
condicionan nuestra actitud ante el mundo. Es decir, lo que sentimos y responde
a nuestra relación con el entorno. Lo que germina en nuestra interioridad, pero
no decimos. La percepción de una realidad que se multiplica en infinitas y
sorprendentes posibilidades interpretativas. Y es que la obra de Juan
Calzadilla nunca nos deja al margen, sino al centro de una visión de mundo
cuyos valores éticos y estéticos implican otra mirada, otra actitud ante el
lenguaje y las cosas que sostienen su mundo. Y su mundo nos conmueve porque en
cierta forma nos sentimos íntimamente ligados a lo que proclama sin regodeos ni
glorias su palabra. La dimensión de una escritura que se resiste a aceptar las
apariencias de lo que vemos descartando todo hermetismo para proyectar la
condición del poeta y su obra. Por eso, muchas de las referencias de esta
escritura las hallamos en el ámbito de la cotidianidad y en los contrastes de
ese espacio exterior que la refleja. Esto es lo que demarca los límites entre
lo que siente el poeta y lo que sucede más allá de esa visión sujeta al hilo de
las palabras. La imagen que nace de esa mirada acaba siempre por hacernos
reflexionar sobre lo que ocurre en el diario vivir y lo que adquiere su
particularidad en el lenguaje. Creo que para Juan Calzadilla ─alma noble
consagrada a la pintura y la escritura─ la poesía parece una esfera de
múltiples referencias en las que se cuestionan sutilmente todos los aspectos de
la vida comenzando, sin duda, por la suya como paradigma de su propia realidad.
Hay en la obra de Juan Calzadilla toda una
dimensión que nos indica un movimiento, una concepción del acto poético que
parece esperar del yo lírico mucho más de lo que implican las palabras. Algo
que aunque se dice en un tono bastante directo, proyecta una voz que impacta
como un boomerang al sujeto que la formula. En otras palabras, una mirada que
refleja la identidad del yo como reflexión, pero también como continuidad e
incertidumbre de esa realidad:
[…]
Mi movilidad es lo que hace que viva.
Es, así pues, mi carta de triunfo.
Pero ¿por qué tengo yo que ir más de prisa
y dar cuenta de los frutos de mi rápida
incursión
en esta vida, de las ganancias y las pérdidas
que en el trayecto hice?
(“¿Por
qué tengo yo que ir más de prisa?”)
La movilidad es, en cierto modo, la revelación
de esa continuidad que nos transmite el mundo exterior y la intimidad del yo lírico.
Lo que nace como exteriorización de esa experiencia: las ganancias y las
pérdidas ─en el sentido estético y espiritual de la palabra─ de ese mundo. Todo
bajo el ímpetu creativo que proyecta la imaginación del poeta: “Deberíamos
atrevernos a narrar con lujo / de detalles todo lo que nos pasa por la mente /
en una especie de diario donde nada real sucede”. Pero ciertamente, no todo lo
que “pasa por la mente” del poeta culmina en un hecho poético, aunque sabemos
que esa cotidianidad contiene la esencia de las cosas que están latentes en su
obra. Por eso los temas de su escritura también están marcados por la soledad y
la angustia como consecuencias de esa realidad. Es ahí donde la poesía misma se
convierte en una tabla de salvación. Sobre todo en la dimensión de una poesía
que aunque impregnada de ironía y humor no deja por eso de manifestar un
sentimiento de dolorosa incertidumbre sobre las cosas que obsesionan al
escritor:
Yo tenía como ocupación habitual pasar de largo.
Dejaba atrás las ciudades, las multitudes,
las plazas, la campiña y la recta que conduce
al horizonte y su curvatura plana.
Lo cierto es que dejaba bien atrás al tiempo
como si ya no me perteneciera.
Y además, el presente, el porvenir, los buenos
y malos augurios, los muertos en sus parcelas,
las máscaras, los trajes, el exilio,
los huesos frotados por el timbre de las
lluvias,
el temor, el éxito y las calamidades,
los claros entre la maleza y la muralla,
quién duda de que eran un recuerdo bien lejano.
Memoria, te nombraré de última,
ah viejo reloj estropeado.
Quién mejor que yo sabía que mi programa
era pasar de largo
y que si algo llevaba conmigo
era mi deseo de pasar de largo.
(“Incluso
frente a mi vida yo pasaba de largo”)
El sentir de ese “pasar de largo” apunta hacia
un sentimiento que sitúa al sujeto lírico dentro de una visión recelosa de la
vida. ¿Qué es lo que retiene ese pasar de largo en la dimensión del tiempo? Una
imagen, un recuerdo, un paisaje que hace legible lo perecedero. La visión
inconfundible de un yo que depende de las palabras para precisar la
presencia de sus pasos. Por lo demás, la memoria ya parece sentir la vastedad
del tiempo. Lo nombrado transcurre como la descripción de una figura que pasa
de largo como si de este modo evitara ser objeto de atención. Pero el anhelo de
“pasar” responde también a una referencia del ser ante el escenario que
contempla. La imagen de ese espacio proyecta lo que existe más allá de las
apariencias. De modo que lo que existe, lo que se desprende de esa visión y se
fragmenta en el lenguaje es también lo que constituye su presencia. Una
realidad mucho más compleja de la que percibimos. Por eso la conciencia no
busca asumir una actitud que transforme el sentido de la vida o las cosas que
atraviesan la cotidianidad del poeta. En esa travesía su ironía será un escudo
contra la dureza del mundo y las apariencias y artificios de la cotidianidad:
El horizonte solo es accesible
a las lejanías.
Pone siempre entre él y nosotros
las distancias.
De nada vale que te precipites
a darle alcance.
Cuando llegues, ya se habrá
mudado a otro horizonte
que como tú es también voluble y errático.
(“Los
horizontes son nuestros brazos”)
El horizonte infinito es una imagen que sostiene
la presencia del hablante en diálogo continuo con su mundo. Lo íntimo y lo
lejano representado en la fugacidad de aquello que busca iluminar la palabra.
Ese horizonte revelado en la condición temporal del ser recoge el transcurrir
que retiene su realidad y penetra su condición humana: “El camino se recorre a
sí mismo. / No eres tú el que lo recorre. / Tú te recorres a ti mismo” (p. 56)
En lo íntimo de ese “recorrer” late indudablemente la reflexión que legitima la
condición pasajera del ser. El horizonte cambiante y movedizo donde se desplaza
su presencia. Por eso el poeta no puede permanecer inmutable, ni indiferente al
tiempo y las cosas. Dice lo que siente no para sustituir una realidad por otra,
sino para expresarla como sustancia de su vida en conformidad con el tiempo que
le ha tocado vivir.
Tú que celebras, ¿has notado alguna diferencia
de ayer a hoy? ¿Por qué tanto alboroto?
Asómate, observa la calle y dime
si en este día de año nuevo todo no continúa
igual.
Tu mirada y las cosas que ves permanecen
a la misma distancia de ayer, unidas por una
línea recta
a través de la cual tus ojos dan por conocido
todo lo que encuentran en esa dirección.
El cielo sigue siendo de un austero azul
neutral.
No hay nada nuevo en la forma en que
el sol lame la pared de enfrente. De eso mismo
se ocupaba ayer. ¿Y acaso ha adelantado en su
tarea?
¿Qué te hace pensar
que flota en el ambiente un matiz especial
de cuya condición efímera se desprenda
un estado de ánimo más optimista y diferente
al de ayer? ¿Qué es eso de salir a dar gritos
por la calle? Esta mañana los acontecimientos
sin presentarse duermen a pierna suelta.
El azar mantiene en secreto su próximo paso.
Dependemos mucho más de él que de nosotros.
Voltea y observa en tu cuarto la pared
donde el almanaque cuelga en su sitio, sin
moverse,
a la par del tiempo que con su ir y venir
hace que las cosas, inmóviles también,
se resistan a cambiar, cubriéndolas
con su manto polvoriento.
El espacio que habitas es el mismo.
Tú también.
(“Poema
de año nuevo”)
¿Qué es lo que notamos en este poema en el que
el tiempo toma dominio absoluto de lo que vemos como si lo nombrado negara el
sentido de la realidad? ¿Quién está en esa habitación y quién es el que mira a
través de esa ventana? ¿Qué sugiere esa mirada que parece aceptar lo permanente
como una consecuencia del azar?: “Asómate, observa la calle y dime / si en este
día del año nuevo todo no continúa igual”. Lo que el hablante recoge desde esa
habitación es un paisaje retenido en la mirada: el ruido, la celebración del
nuevo año, el cielo azul, la mañana, los mismos acontecimientos. Toda una
realidad exterior que filtra un espacio en el que las cosas proyectan su condición
intransferible. El pasado y el presente fundidos en una misma imagen que se
desliza en un tiempo indiferentemente y lineal. Esto es precisamente lo que
sugiere el poema. Un estar en el que la materia parece
resistirse al tiempo que la consume. Un tiempo ordenado por un azar
insoslayable como si lo desconocido alternara con nuestro paso por el mundo y
como si lo inanimado fuera parte de ese ir y venir que concreta la existencia:
“El azar mantiene en secreto su próximo paso. / Dependemos mucho más de él que
de nosotros”. El azar representa el territorio desconocido del acontecer
humano. Un modo de reflexionar sobre el tiempo y las consecuencias de su
negación. La vida misma presentada como incertidumbre y cuestionamiento de una
realidad en que la certeza de lo visto se ha convertido en algo lejano y
polvoriento, como si no existiera un antes ni un después, como si todo
permaneciera estático en un mismo lugar:
Voltea y observa en tu cuarto la pared
donde el almanaque cuelga en su sitio, sin
moverse,
a la par del tiempo que con su ir y venir
hace que las cosas, inmóviles también,
se resistan a cambiar, cubriéndolas
con su manto polvoriento.
El espacio que habitas es el mismo.
Tú también.
Este sentimiento revela la realidad del sujeto
poético, su estar frente al tiempo. Esto no constituye, por
supuesto, la negación de su temporalidad. Hay más de una perspectiva que
caracteriza esta relación en la atmósfera de estos poemas. En ellos el
conocimiento de lo que vemos parece reflejar un sentido impersonal que
paradójicamente alude al vivir del poeta y la experiencia de
la escritura. El lenguaje mismo será lo que sostiene su presencia dentro de esa
visión de mundo. El esfuerzo por concretar una imagen que satisfaga su
necesidad son indudablemente parte de esa intensidad que impone la creación:
“Desconfía de lo que brota repentinamente / pero también, y aún más, de lo que
necesita / mucho tiempo para madurar”, dice en estos versos. Y más adelante:
“No escribo sobre aquello que pasa por mi cabeza. / Más bien escribo sobre
aquello / por lo que mi cabeza pasa. / Vivo solo encerrado en mi cuerpo. / Yo
soy mi universo y mi solo firmamento”. Ese pasar sobre las cosas es
precisamente lo que manifiesta el poema como una respuesta a lo permanente y
definitivo. Una idea que rechaza el concepto de esa perfección que busca
particularizar la escritura. Pues la misma experiencia y conocimiento de la
realidad nos sitúa frente a una imagen poética que siempre va más allá de la
razón que la sostiene. Así mismo dentro de esa perspectiva, admite más de un
modo de interpretarla. De un lado está la distancia: la mirada objetiva que
retiene el instante de lo contemplado; y por otro, lo que la imagen misma
integra como aceptación o negación de esa experiencia. No es que exista una
contradicción entre la imagen y lo que se observa, lo que importa es lo que
arroja esa mirada como referencia y reflexión de esa realidad:
Cuando salgo de casa llevo conmigo a las
palabras.
Entonces comienzo a descubrir las cosas,
veo esto y aquello con asombro de neófito en una
ventana.
O quizás no veo ni descubro nada nuevo y
asombroso
sino que nombro y nombro.
Por eso fue bueno traer conmigo a las palabras.
Fue útil tenerlas a mano, conmigo, en alguna
parte
de mi mente
para comprobar
que todo lo que descubro se reduce a ellas.
II
Muy hermoso
debe ser el paisaje
que elogias tomándote el trabajo de señalármelo
con la mano para que lo vea. Pero
yo sólo estoy viendo
aquello en lo cual pienso.
Bastante ocupado me tiene mi propio paisaje.
No un paisaje propiamente
sino un lugar en mi mente.
(“Nombro,
no descubro”)
El asunto del poema configura otra perspectiva,
demanda mayor atención por la intensidad de la imagen que incorpora. No de la
imagen que nace de la voluntad absoluta del poeta, sino de esa visión que se
transforma como un espejismo que adquiere en la distancia otra dimensión:
¿Es que volaron antes de que nos diéramos cuenta
de que podían hacerlo sin necesidad de tener
alas?
¿O fue que nuestras miradas se las prestaron?
Así el poema.
(“Los
pájaros”)
El juego intuitivo entre el vuelo del pájaro y
el poema despliega una imagen que por sí misma manifiesta el proceso sutil de
la creación. El cuestionamiento que orienta el trasfondo del poema refleja su
estremecida realidad. Lo que aspira poseer el hablante en el plano estético del
lenguaje. Allí se funde la fugacidad de ese “vuelo” cuya imagen sintetiza la
naturaleza del acto poético. Parece que el sentido de la escritura se desdibuja
hasta trazar la ilusión de otro paisaje. Así lo sugieren los siguientes versos:
“Que se oponga pero que deje ver / Como la verja, no como la pared.” (“La realidad”). Y así mismo la
intención de los versos: “Que refleje pero que deje ver / Como el cristal, no
como el espejo.” (“El poema”).
Precisamente este reflejar retiene el sentido que intenta
presentar esa realidad. Las cosas que vemos o imaginamos a nuestro alrededor,
lo que pasa por nuestros ojos ante la sostenida contemplación de un paisaje que
busca plasmar la esencia de lo contemplado y no las apariencias:
Sentados en el barranco vemos la cascada
cayendo como sílabas blancas
fija sobre las grandes lajas
tal si una lengua oscura recobrara en el chorro
el uso de la palabra.
Y si enmudecemos nosotros es sólo para percibir
mejor
cómo en la columna de agua una voz sin descanso
repite nuestros nombres,
insistentemente. ¿O será que la naturaleza,
acaso oscuramente,
sin obtener respuesta, nos habla?
(“La
cascada”)
Esta visión que vuela como una ráfaga
deslumbrando la conciencia, enriquece el sentido de esa contemplación. Nos
comunica el lenguaje que el hablante descubre en la cascada. Lo que allí se
percibe sugiere una realidad mucho más profunda de la que pensamos. Y en
efecto, esto es lo que ─desde mi punto de vista─, busca comunicarnos la poesía
de Juan Calzadilla. Este sentir lo ha advertido también el poeta Luis Alberto
Crespo al señalar que: “Desde sus orígenes, dicha obra se ha orientado hacia
esa determinación: convencernos de que somos unos ilusos en nuestro afán por
atribuirle a las formas y a sus sombras, a lo visible y lo impalpable, a la
vida misma y su tránsito metafísico, una propiedad personal que no nos merecemos
y que, lo que es peor, usurpamos”. [2] Todo
lo que rodea al sujeto poético proyecta una sensación ambigua como si la
naturaleza misma reclamara la necesidad de ser abordada desde esa pasajera
condición que constituye su esencia y su levedad. Pero la ambigüedad que opera
sobre esta concepción poética vuelve sobre sí misma para cuestionar la
humanidad del hablante en relación a su escritura y a la función que ésta
realiza. Ambas se funden en una visión cuya claridad queda flotando sobre la
palabra y las referencias que cruzan su camino. En cierto modo, es lo que deja
entrever esta poesía y lo que ella proyecta como expresión de la vida:
La poesía solicita de mí mucho más
espacio del que puedo dispensarle,
y también mucho tiempo de mi vida.
Mucho más del que me queda.
Y yo no hallo qué acordarle.
Ni qué primero y qué después.
No sé si tiene sentido preguntárselo.
O si está bien que sepa
que no tener que darle
es ya darle.
(“Solicitud”)
La demanda de ese espacio creativo parece
reflejar también un examen de conciencia. Una conciencia que no oculta el
estremecimiento de la palabra y de su profunda generosidad. Por eso la poesía
impondrá sus propias exigencias. Confirmará la condición humana del hablante
poético en la imagen que proyecta ese lenguaje del mundo:
Un día te encontraré en la escritura.
Y ya no será un camino torcido
sino sencillamente el que conduce a ti.
Yo confío en que por ese sendero
llegue a rozar un día la posteridad.
Sé que no será un viaje corto
que garantizará después de todo
que el prodigio que me negó esta vida
será recompensado en la otra.
Puesto que como ya se ha dicho
sólo se es poeta después de morir.
(“Un día
te encontraré en la escritura”)
La poesía es la más honda expresión del ser y la
huella de su transitoriedad. En el proceso de la escritura el poeta dejará
también ver sus circunstancias personales. Lo que el lenguaje mismo concretará
en afanoso diálogo con las cosas que lo rodean, con la realidad del momento, en
el perfil que personaliza su paso por el mundo. En un mundo donde la pompa y la
vanidad suelen triunfar sobre los verdaderos valores de la vida, el poeta se
reserva un espacio para permanecer fiel a lo que siente. La intensidad de su
palabra será un encuentro conmovedor consigo mismo, una reflexión del yo frente
al olvido y/o frente al reconocimiento de esa aventura que encierra la poesía:
“Yo confío en que por ese sendero / llegue a rozar un día la posteridad”. La
ironía del verso responde a la percepción de nuestra época, a la imagen que
sostiene el leve acontecer del poeta allí donde el silencio de su palabra lo
habita y lo retiene ausente del mundo:
No puedo imaginar el tiempo,
ni el tuyo ni el mío.
Mucho menos podría definirlo
para adecuarlo a una situación
que entretanto ya habrá pasado.
Basta de pedirme que dé la cara
a fin de que la gente sepa a qué atenerse
respecto a lo que soy o no soy.
Basta de corporizarme
en cuanta ocasión se presenta
con la consabida frase:
“Soy fulanito de tal”
para que obviamente el otro
pueda formarse su opinión:
“Sí, es un bípedo, vale decir, un animal”.
Solo si trato de definirme
creo poder encerrar el tiempo
en mi idea de la medida del tiempo.
Vana ilusión. Con eso únicamente
estaré construyendo una frase.
Pero si ensayo vivir a tiempo
entonces ¿qué sentido tiene
ocuparme de la definición?
(“Del
tiempo como metáfora”)
El tiempo, “la medida del tiempo” como un acto
de reflexión actúa también sobre el hablante como aventura y exploración del
yo. Lo que caracteriza su presencia resume además su actitud irónica ante la
vida. Pero el poema no está escrito para enfatizar la noción del tiempo, sino
para burlarse de cómo definirlo. Tampoco busca despojarlo de su significado,
sino más bien para contradecir la ironía de esa mirada que cree reconocer lo
más recóndito del ser: “Solo si trato de definirme / creo poder encerrar el
tiempo / en mi idea de la medida del tiempo”. Esta reflexión no intenta
personalizar cada acto de la vida (“Vana ilusión”). El yo lírico no se
distraerá con la inutilidad de este pensamiento pues reconoce que vive inmerso
en el tiempo. De ahí que reconozca en el presente y el pasado una misma
continuidad: la esperanza de una palabra que garantice no sólo el deseo de
decir lo que siente, sino también un modo de manifestarse tal como es:
Tengo que suministrarme un origen. Un origen
que no sea aquel del cual provengo y al que
aspiro.
Ni siquiera el que merezco. Un origen que como
el futuro
esté adelante, silencioso y desconocido.
Un origen no consagrado por las leyes ni
condicionado
por los dioses. Un origen que no mire hacia
atrás.
Que no sea la fachada de un templo ni un agujero
negro.
Un origen que me garantice que por fin admito
que he llegado a ser lo que soy.
(“El
origen”)
En la palabra el poeta encontrará su visión de
mundo. Ésta será una forma, un método de interrogar su propia existencia: la
conducta humana, las acciones de sus semejantes, la historia y la memoria, las
relaciones sociales, el sentimiento y las circunstancias que dominan algunos
actos inexplicables de la vida. Su origen nacerá del centro y continuidad de
esa palabra. La palabra poética reflejará la libertad y
hondura de su voz en el tiempo. Por ello recurrirá una y otra vez a la palabra
para formular una poética del mundo que lo habita. Pero en el
ámbito de esa intimidad siempre habrá un misterio interior, algo que traspasa
los límites de la razón y persiste como un sueño inconcluso. Por eso sus poemas
están impregnados de matices que proporcionan otra óptica, es decir, algo que
no tiene necesariamente que ver con problemáticas sociales o materiales, sino
con asuntos que se adhieren como un fuego invisible a la vida de cada ser.
Además su visión de la vida subraya no solo las formas y valores del lenguaje,
sino también la autocrítica de su condición humana. En cierto modo, esto lo ha
expresado ya el mismo poeta: “…la poesía no puede quedarse exclusivamente en el
plano de las imágenes, la metáfora, o el deslumbramiento por la palabra, sino
que debía realizar un movimiento al interior de ella para hacer una crítica. Crítica
que es doble, una al lenguaje, a sus mecanismos, y a su funcionamiento y por
otro, una crítica a la poesía misma.” [3] Y
es que la poesía exige una entrega total y debe ofrecer mucho más de lo que
aparentemente persiste en su superficie. No basta, para el lector, con
detenerse aquí o allá buscando escudriñar sus valores formales o lo que media
entre lo que pensamos y lo que incorpora la visión del poeta. Siempre hay un
sentido más profundo que nace del escenario que allí se presenta y nos sitúa frente
a otra realidad. Ésa, que mediante la ironía o el humor, ha dejado de ser lo
que pensamos para convertirse en una especie de crítica y cuestionamiento de
los temas y motivos que la sostienen:
¡Ah, si me hubiese hecho alguna ilusión
hoy me sentiría defraudado!
Pero a la ilusión, como a un tercero,
la traté cortésmente,
sin tomarle confianza
ni rendirle pleitesía.
Jamás de tú a tú,
sino como a la bella desconocida
que, habiéndonos sido presentada un día,
nunca más vimos.
(“La
ilusión”)
¿A qué se asemeja esa ilusión? ¿Qué es lo que
queda en el poema como una forma inaprensible en el vacío? La vida pasa igual
que la realidad o las circunstancias que giran como una presencia hacia la
muerte. A solas con esa ilusión el poeta comprende que la
historia del hombre también vuela sobre un paisaje inasible. Y no puede
idealizarlo, ni aferrarse a la vanagloria de ese mundo que contiene las
máscaras de un futuro irrisorio y desconocido. Por eso el hablante poético ha
asumido una actitud recelosa distanciándose de aquello que provocaría su ruina.
A través de los años su relación con la poesía y aun con la realidad misma ha
marcado el cuestionamiento y la reflexión de una conciencia que no se deja
incitar por la ilusión. Ya desde el comienzo del poema (“¡Ah, si me hubiese
hecho alguna ilusión / hoy me sentiría defraudado!”) comprende que hubiera sido
un error sugestionarse con lo que acabaría colocándolo frente al engaño. De ahí
la reacción del poeta ante el lenguaje, su cuidadosa percepción de la realidad,
su actitud ante el tiempo y las cosas que estimulan su mirada. Ciertamente el
poema contiene un sentido de desconfianza porque repudia las vanas conquistas
que el lenguaje mismo pudiera proponerle. Ante esta encrucijada reconoce que
tampoco quedará exonerado de ese otro plano irónico y absurdo que marca algunas
situaciones de la vida:
Solían decirme
Con esa fachada no vas a ninguna parte
Vístete bien, arréglate
el nudo de la corbata
camina derecho,
domínate
¡ten compostura!
Y nada de sentarte a la mesa y sacar
un palillo de dientes antes de sentare a comer
cuando escuches permanece de pie
y cuando hables también
Con los zapatos sucios y como un mandril
con esa fachada no vas a ninguna parte
Ni siquiera a un burdel.
(“Consejos
de familia”)
En este poema los convencionalismos sociales
actúan sobre un lenguaje que sustituye el verdadero significado de las
relaciones humanas por conductas ceremoniales y elitistas. Todo el claro
sentido de convivencia queda reducido a mezquinas apariencias. En ese contexto
el sujeto lírico será llevado y traído por una imagen errónea de la vida que lo
convertirá en víctima de una falsa moral. Desde el primer verso, el texto irá
incorporando toda una serie de mandatos que particularizan cada acción humana:
“vístete”, “arréglate”, “camina derecho”, “domínate”, “¡ten compostura!”. Estas
acciones manifiestan no solo la realidad de ese mundo de falsas apariencias,
sino también la superficialidad que reproduce lo vivido allí como una fachada que
pretende cubrir los prejuicios latentes en las llamadas clases sociales de
nuestros países.
Otro será el sentido que hallamos en poemas que
rasgan la piel de la palabra hasta hacer de ésta una presencia iluminadora y
penetrante. ¡Profundo el conocimiento y muchos los motivos que recoge la
excelente obra de Juan Calzadilla! Por eso su palabra busca lo auténtico en la
confección de un lenguaje que lo lanza hacia el vasto universo de la poesía:
“Piensa en una poesía que, aun estando escrita, / no necesitara de palabras”, dice
en un verso; y, en otro: “La tragedia del poeta consiste en que estuvo /
siempre demasiado consciente de sí”. Esta paradoja es parte de ese juego
irónico con que el poeta intuye su mundo: ironía y humor de una experiencia
creativa que desemboca en el ámbito de una poesía siempre distinta como si
quisiera transformar el sentido de la realidad: lo que pasa sobre el corazón
como el vuelo de un ave nocturna que al alejarse olvida que “todo arte
verdadero lo es porque habita en los límites extremos de lo real y lo irreal”,
como justamente ha señalado el poeta Gustavo Pereira. [4]
Mi obra (si pudiera considerarse poesía)
puede entenderse en última instancia
como un ejercicio de emborronamiento reactivo.
Y no porque me empeñe en borrarla
una vez que la escribo, buscando proporcionarle
con esto patente de invisibilidad, sino porque
al
reescribir lo ya escrito
me he dado cuenta de que lo que
he hecho con ella
es engendrar un nuevo borrón.
(“Mi
obra puesta en el banquillo de los acusados”)
He aquí el esfuerzo de esa experiencia creadora
cuya burla se vierte sobre sí misma no para mofarse de lo que ennoblece el
alma, sino de la imagen que acusa su vocación de poeta. Y es que en la poesía
de Juan Calzadilla también existe una angustia existencial que advertimos en
los diversos planos de esa realidad. Por un lado, la que el texto
particularmente nos refiere y, por otro, la que consigue desviarnos del
verdadero sentido de lo que allí se dice:
Nunca tuvo bastante amor propio para pensar que
su
suerte pudiera llegar a ser la escritura. Por el
contrario,
fue la duda lo que alimentó en todo momento las
expectativas que, respecto a su posibilidad de
triunfo, se
hacía. Y así fue siempre. A tal punto que se
aplicó a su
tarea con demasiado realismo, sin ninguna
esperanza,
y alcanzó a ser lo que esperaba de sí: un
desconocido.
(“El
desconocido”)
Comprendemos que la poesía no impide ocultar lo
que el poeta conoce por experiencia: la imagen agobiante del mundo que contiene
su realidad. De ahí que su obra contenga ese humor punzante que a veces se
burla de todo. Y nos coloca ante una visión que podría cambiar la percepción
del mundo si no estuviera tan sujeta a ésa otra que el hablante vive en sus
versos. Por eso: “Es difícil apreciar las cosas sin que nos reflejemos en lo
que pensamos de ellas. / ¡Cómo que ellas también nos sirven de espejo! Igual que
la capa de aire interpuesta cuando miramos por el vidrio de una ventana!” [5] Pero no le es dado a este poeta
cambiar su destino; solamente expresar la poesía que amorosamente reclama su
lugar en la tierra, allí donde su mirada se posa, “allí donde el tiempo no ha
podido vencer”. [6]
NOTAS
1. Juan Calzadilla. Poesía por mandato, Antología personal, Caracas,
Monte Ávila Editores Latinoamericana, C. A., 2014. En esta antología hallamos
también tres poemas, cuyas estructuras fueron modificadas y poemas que
permanecían inéditos hasta el momento de esta publicación.
2. Vela
de armas, para navegar en el viento.
3. David Lara Ramos,
“Juan Calzadilla: La poesía habita en el individuo antes de que empiece a
escribirla”.
4. La poesía es un caballo luminoso, Caracas,
Fundación Editorial El perro y la rana, 1913.
5. Juan Calzadilla, Editor de crepúsculos, Caracas,
Fundación Editorial El perro y la rana, 2014.
6. Ramón Palomares, Antología
poética, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, C.
A., 2004.
*****
Organização a cargo de Floriano
Martins © 2016 ARC Edições
Artista
convidado | Juan Calzadilla (Venezuela, 1931)
Agradecimentos: Beira Lisboa,
César Seco, Franklin Fernández y Juan Calzadilla
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o
projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim
estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a
coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido
hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu
ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a
coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto
original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio
Simões.
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