● BRASIL Y AMÉRICA LATINA: BAILE DE MÁSCARAS
1. El mercado editorial (vamos a
limitarnos al Brasil, donde ya tenemos suficientes problemas), se divide en dos
estimativas referentes a la prosa y al verso. Esta simplemente no funciona,
mientras que en la otra cabe todo. Fue siempre así, de modo que no hay motivos
para espantarse. Existe igual comportamiento tanto en la relación de la
producción interna como al ingreso de autores extranjeros. Hasta podría decir
que no se trata de una ausencia de criterio, pero sí de criterio estrictamente
financiero, de retorno inmediato, no sería la manera torpe como los títulos que
son puestos a la venta. La propia ausencia de colecciones dedicada a una u otra
veta de la literatura ya es reflejo de
la completa falta de una meta literaria. Tampoco es un retrato actual del
Brasil, porque este siempre fue el escenario encontrado en nuestras librerías, bien
que antes de ellas se habían convertido en tiendas de conveniencia. Podíamos
evocar una relación inconsecuente entre Estado y mercado privado. En este caso
el Estado se equivocaría doblemente: por no ser un Estado editor, y por
contemplar con exención de impuestos libros que no contribuyen en nada con las necesidades culturales del
país. O sea, la ausencia de reglas legítimas por parte del Estado, incluyendo
su indispensable acción como principal responsable para la recuperación del
acervo literario, deja al mercado
privado libre para abastecer estantes y anaqueles con un enjambre de sub-literatura,
sea brasilera o extranjera. Insisto. No hay novedad en esto.
Con rigor,
no mejoramos ni empeoramos. Es un proceso estancado, intocable, cuya impresión
de mejora o de empeoramiento está directamente relacionada con aspectos demografía,
tecnología y simpatía. Un país con un profundísimo abismo social, insuficiencia
educativa, y un decurrente y suicida
sentido oportunista de nuestra elite intelectual, nada podría ser diferente. La disparidad entre poder adquisitivo y mínima
cualificación cultural responde por una parte a la sustancia del problema. Y
por la absoluta y criminal ausencia del Estado, el mercado privado se porta
como un gigoló. No hay otro término y tampoco da lugar al espanto.
En este
escenario, lo que tenemos que hacer es evaluar qué tipo de comportamiento el
mercado editorial tendría en relación a la literatura latinoamericana. A menos
que fuésemos pautados por una ingenuidad beatífica- ingenuidad, en tanto, es
talento que el clero jamás tuvo- , y yo diría que sería la misma relación. O
sea, el mercado no se comporta de modo distinto de lo que es estimulado por el
Estado. No solo la literatura, sino la cultura artística latinoamericana como
un todo, siempre fue un caso menor, casi del todo inexistente a los ojos del
Estado en el Brasil. No tenemos programas de integración cultural en el ámbito
continental (de estímulo a la investigación, a la realización sistemática de
simposios u otros eventos, etc.). El programa de apoyo a la traducción de la
Fundación Biblioteca Nacional, por ejemplo, tiene reglas elásticas en relación
al contenido, e ínfimas en lo que respecta al sonido sobre el valor irrisorio
ofrecido por una práctica profesional injustamente descalificada.
Revistas
literarias o de cultura que podrían aquí ser evocadas y que, de alguna forma
contribuyen con este papel integrador, dos de ellas, una institucional, y otra de
carácter privado, respectivamente Poesia Sempre y Agulha
Revista de Cultura, son insuficientes si pensáramos en la extensión del
escenario que deberían alcanzar. Las dos plataformas, impresa y virtual, ya
casi se perderán del todo, sobre todo la primera, en el pantano voraz de las
apuestas inmediatas del mercado. La Universidad brasilera, yo diría, que
desconoce – o por lo menos no demuestra saberlo – el papel que debería
representar, ampliando el escenario de una sociedad preocupantemente no organizada.
Pero aquí tampoco hay novedad. Siempre jugamos con fuego, sin embargo yo me
resisto a aceptar esta como una característica nuestra, y que la misma sea
incorregible.
Como no
reconocemos nuestro papel en una cultura local, es impensable exigir que sepamos
imponer un adecuado ambiente
internacional. No lo hacemos en la política o en la economía, ya lo sabemos,
sin embargo es siempre bueno recordar que la precariedad que determina tales
inacciones tiene raíces en la formación cultural, comenzando, inevitablemente,
por la educación. Vieja tecla política, utilizada como una jerga de campaña, tomando
represalias de criminales. Volvamos entonces al punto de partida sugerido por
este encuentro. Nuestra relación con América Latina, de la cual somos parte, es
como la mitad de Canadá y buena parte del Caribe. Comenté sobre el
comportamiento distinto del mercado editorial en relación a la prosa y al
verso. Creo hasta natural, bajo la óptica de un ambiente cultural, que reconoce
el potencial de venta mayoritario en la oferta de una prosa que contiene
narrativa, ensayos, entrevistas, biografías, guías o guiones de cine, etc., en
contrapartida a la oferta del verso, que se reduce al poema y a la dramaturgia.
Lo que no suena nada natural es la apuesta del contenido, las opciones del
mercado, que serían pautadas por la deliberación inmediata de la reposición de
costos, cuando los bienes de mercado se confunden con el patrimonio cultural.
De cualquier
modo, en algún momento, yo debería evocar algunos nombres. Comienzo por la
prosa, cuyos valores capitales del llamado boom
de la literatura hispanoamericana fueron casi todos editados aquí por la
Civilización Brasilera, por una iniciativa pionera de Ênio da Silveira, manantial mágico que dejó afuera algunos pocos nombres.
Aquí me gustaría referirme a la fascinante novela Isla mágica, del panameño Rogelio Sinán, una de las máximas
piezas del ciclo del realismo fantástico, que no tuvimos hasta hoy, oportunidad
de conocer. La prosa ensayística latinoamericana es casi enteramente una
desconocida para nosotros; lo que puede pasar es la falsa idea de que, además
del mexicano Octavio Paz, del argentino Borges, o del peruano José Carlos
Mariátegui, no hay pensadores en la amplitud francesa y española de nuestro
continente. Evidentemente que uno u otro nombre se me puede escapar; yo traduje
propiamente libros fundamentales de ensayos del nicaragüense Pablo Antonio
Cuadra y del argentino Aldo Pellegrini, así como también traduje dos volúmenes
recogiendo entrevistas dadas por Borges a la prensa local de los países que
visitaba para dar conferencias.
No estamos
tratando de particularidades en sí de un agravante plano general. La narrativa
más contemporánea que ingresa el país ya
es fruto de otra táctica, la de apareamiento entre novela y cine. Con respecto al pensamiento latinoamericano,
hasta donde esa generalización puede resultar en algo inteligible, desconocemos
particularidades sobre lo que pasa en cada uno de los más de 20 países que
conforman esa supuesta identidad cultural, en gran parte por nuestra presunción
histórica, lo que nos hizo, de algún modo, desdeñar y despreciar la cultura de
los países de lengua portuguesa, comenzando por Portugal.
Tengo que
retornar al aturdimiento referido inicialmente. Esta no fue una actitud consciente de quien quiere conquistar un lugar propio. Fue, antes que todo, la manifestación de cierta vergüenza por no
pertenecer a un mundo mejor. Históricamente, el mundo mejor, al menos en la
raíz del problema aquí identificado, era determinado, no por el idioma, pero sí
por la fuerza operadora de estaciones e influencias como Francia, y luego,
posteriormente, de los Estados Unidos.
También hoy soñamos con la representatividad de la literatura francesa, sin
considerar la enorme baja de calidad de la misma en los últimos 50 años. Y
desconocemos tanto de la literatura de lengua inglesa (cuya extensión alcanza
países en todos los continentes), como en el mismo caso de la literatura de los
Estados Unidos, por lo cual nos perdemos en un sinnúmero de carencias. Tampoco
el cine ha funcionado como un diplomático eficaz, pues las citaciones
destacadas de la obra del venezolano Eugenio Montejo y de la sudafricana Ingrid
Jonker jamás fueron revertidas en la publicación de sus libros entre nosotros.
Así ya
pasamos hacia la poesía, donde la penuria es mayor. Como el Estado se exime de
preservar la obra completa de nuestros autores clásicos, y el único párrafo
legal que constituye su defensa, es la inclusión del autor en la condición de
domino público; los casos raros en que encontramos la integridad de una obra
para la disposición del público, viene de la iniciativa privada. El Estado
brasilero, de lo que se desprende, no tiene una cultura para ofrecer al mundo. No
tenemos un patrimonio cultural que corresponda a nuestra posición en un mapa
internacional de consecuencias estéticas. Claro que sabemos la importancia – y
el reconocimiento internacional – de nombres como Carlos Drummond de Andrade,
Maria Martins, Vicente do Rego Monteiro, João Guimarães Rosa etc., sin embargo
sabemos que tales realces jamás fueron triunfos
de una iniciativa institucional. Vimos el año pasado cerrar las puertas
de una editora brasilera, Cosac Naify, que desempeñó un papel de riesgo
extraordinario en nuestro mercado. Comprendió, sobre todo, la exigencia de un
diálogo entre culturas, como forma de descubrimiento y fortalecimiento de las
mismas. Creo que esta editora, de manera
similar y en otra plataforma, se verifica en Agulha Revista de Cultura, que estimula, por lo menos, en la creencia
de que es posible avanzar en la recuperación, o mejor, en la fundación de un
ambiente cultural que nos permita a los brasileros, identificar el mundo real
que tenemos, dentro y fuera de nosotros.
Hubo un momento en que la interferencia ideológica hizo que llegase
hasta nosotros algunos nombres erráticos. Nos dio la falsa idea de una América
comunista. Ninguna fuerza ideológica opera al 100%, y aún menos, intercepta la
actuación y el funcionamiento del ambiente estético, sea favorable o no en
relación a la ideología en curso. Es una tontería creer en esto. Hasta los estados
revolucionarios en su magnitud dieron al mundo un arte contrario a sus
postulados. La poesía en América Latina tiene parámetros tan extensos, el
ejemplo de las incursiones en el teatro por parte de Claude Gauvreau (Canadá),
el épico variado según la visión de Aimé Césaire (Martinica) o Pablo Antonio
Cuadra (Nicaragua), la lírica desbordante de César Moro (Peru) y Enrique Molina
(Argentina), los efectos dramatúrgicos de Eunice Odio (Costa Rica) y Marosa di
Giorgio (Uruguay). Otros nombres que desconocemos: la pasión descarnada del
chileno Enrique Lihn, el laberinto verbal de un argentino fascinante: Roberto
Juarroz. Puedo mencionar al menos un nombre fundamental de la tradición
literaria, sea en la prosa o en el verso, de cada uno de esos países, sin
olvidar títulos ensayísticos esenciales para la comprensión de su cultura
literaria. No es este el caso. No estamos aquí para remendar una colcha mal
puesta.
Me parece
que la idea sería destacar lo posible y lo imposible en esa relación entre
Brasil y América Latina. Diría que una síntesis es lo posible tornando lo
imposible. Esto no nos ayuda en nada. El daño ya está hecho. La cuestión es, si
el tema despierta interés, qué podemos hacer a partir de ahora.
Son dos, por
lo tanto, los desafíos que tenemos en Brasil con respecto a este tema: la
osadía de la realización de acciones que apunten en tal dirección, y la firmeza
de descubrir mecanismos que garanticen su sustento, su permanencia.
Ejemplifiquemos con una buena ayuda:
Cuando fui el curador de la 8ª edición de la Bienal Internacional del
Libro de Ceará, en 2008, trajimos, para
su ambiente comercial, decenas de editoriales hispanoamericanas, y tuve la
acogida y la recepción del mercado para todas ellas. Como resaltaba entonces el
informe general del evento: “El tema de la 8ª Bienal Internacional del Libro de
Ceará”, y “La aventura cultural del
mestizaje”, lo cual incluyó dos comunidades
lingüísticas: la portuguesa y la española, y, también, sus manifestaciones
artísticas y culturales, totalizando 30 países situados en cuatro continentes: África,
América, Asia y Europa. La osadía de tal inclusión desarticula el foco habitual
de las programaciones literarias de otros eventos similares, concentrándose
aquí la evocación de la multiplicidad de culturas y de la condición mestiza de
sus raíces. […] El área de expositores de la 8ª
Bienal Internacional del Libro de Ceará, considerando la inclusión de su tema
central, contará con un significativo
número de expositores también de los países involucrados, influyendo así en una mayor integración
entre las literaturas de lenguas
portuguesas y españolas. Una diferencia significativa en ese caso es la
creación de un espacio titulado “Isla de
los Continentes”, cuya área de 234 m², se destina a recibir editoriales
extranjeras, que, en general, no disponen de condiciones de participar de
eventos internacionales. No hubo, con
todo, determinación institucional para
avanzar en tal plano de integración.
Otra cosa a
sugerir tiene que ver con el estímulo a la creación y a la investigación, como
una planificación de sustento sistemático del acervo, creación y renovación de
espacios culturales. Veamos, por ejemplo, el FONCA – Fondo Nacional para la
Cultura y las Artes, en México. Creado en 1989, a este Fondo le fueron dadas
las siguientes tareas; apoyar la creación y la producción artística y cultural
de calidad; promover y difundir la cultura; incrementar el acervo cultural y
preservar y conservar el patrimonio cultural de la nación. Le cabe a él, como
consecuencia, “avanzar en proyectos culturales profesionales que surgen en la
comunidad artística; así como ofrecer fondos para que los creadores puedan progresar
con sus trabajos sin restricciones, afirmando el ejercicio de las libertades de
expresión y creación”, según informa el Portal de la Secretaría de Cultura de
México.
Otro aspecto
a ser registrado es la condición de un Estado editor. Aquí valdría el ejemplo
venezolano de la creación de su monumental Fundación Biblioteca Ayacucho. En el
primer párrafo del informe en el que se abre su portal en Internet, encontramos
la clara afirmación: “La Biblioteca Ayacucho es uno de los sucesos editoriales
de mayor trascendencia en el ámbito cultural latinoamericano. Desde su
creación, en 1974, ha fortalecido su propósito fundamental: mantener en
permanente actualidad las obras clásicas de la producción intelectual del
continente, desde los tiempos prehispánicos hasta las expresiones más
destacadas del presente”. Actuando con un osado proyecto editorial que engloba
siete colecciones, destaco aquí dos de ellas, que ilustran bien el tema de
nuestra conversación. La “Colección Expresión Americana”, que toma prestado el
título de una obra fundamental de José Lezama Lima, se encuentra destinada a
ampliar la temática y los intereses de las obras publicadas por la Biblioteca Ayacucho, mediante la
edición de libros de relieve de memorias, biográfico, autobiográfico y de
otros materiales de índole personal, así como trabajos de naturaleza
ensayística, tratando de encontrar, en los diversos registros de la prosa, una
sustentada discusión y meditación estética a lo largo de la historia de la
cultura escrita en nuestro continente. Otra de ellas, la “Colección Futuro”, a
su vez, se dedica a la actualidad innovadora de las letras venezolanas,
incluyendo, preferentemente, antologías regionales de autores ya reconocidos y
valorados por la crítica, sin embargo, requieren mayor atención y difusión. Busca,
por lo tanto, editar escritos y textos que configuren el quehacer literario
actual, y que se proyecten con fuerza creativa en el horizonte de lo novedoso,
donde son gestadas las tendencias de la escritura continental.
Otra
sugestión sería la creación de un fondo editorial que garantizara la
publicación de revistas de creación y reflexión, con una pauta sustancial, y
que se reportase al ambiente cultural y artístico en América Latina.
El
Memorial de América Latina, localizado
en San Pablo, dio un paso valioso en el sentido de estimular el conocimiento
del ambiente cultural en nuestro continente, a través de la creación de su
Biblioteca Virtual de América Latina. Allí podemos enterarnos de lo que ocurre
y acontece en los diversos países hispanoamericanos, y lo que a veces llega a
ser frustrante, es descubrir que nos
falta un mínimo de seriedad y de determinación para realizar acciones en los
diversos países ya existentes. Temas que van desde la profusión de revistas
literarias que se publican en México
hasta la situación de la REIC - Red de Editoras Independientes de Colombia -, así como el
catálogo de ediciones impresas y su colección virtual en el caso de la
Biblioteca Nacional de Chile, etc. Notoriamente hay un mundo bordeando el infinito por la frente y estamos todos de acuerdo (creo), que
la piedra fundamental ha de ser colocada, y es de orden institucional.
¿Cuál papel
debe desempeñar el Estado a través de su Ministerio de Relaciones Exteriores,
por ejemplo, por medio de los Centros de Estudios Brasileros, existentes en
todas las capitales de los países latinoamericanos? ¿Qué cuentas del Estado ha cobrado la población en
relación a tales temas? ¿Cómo artistas e intelectuales se mueven en ese
ambiente? A partir de ese filo sin roca es que comenzamos a entender que el
dilema no es solamente institucional. El
Brasil permanece con los horizontes cerrados hacia lo que diga con respecto a
América Latina. El Estado debería estimular la integración cultural, y no lo hace. La clase intelectual
debería denunciar tal inoperancia, y no lo hace. Imposible, por lo tanto,
separar la paja del trigo, si ambos no
aceptan lo que son. Concluiría parafraseando a Rubén Darío al afirmar que
conocer otras literaturas es lo mejor que debemos hacer para librarnos de la tiranía de algunas de ellas.
2. Dice el poeta Francisco Madariaga (Argentina, 1927-2001) que “todo
escritor debe resignarse a que lo entiendan mal, equivocada o maliciosamente”. ¿A qué potencia elevar tal resignación cuando
el escenario es América Latina? No creo que se deba insistir más en una
identidad latinoamericana. Si de hecho lo que tenemos es aquello que somos, no
pasamos de un archipiélago disperso, fracturado en varias vértebras. Por más
que se diga suena como falacia protocolar entre nuestros gobiernos. La
identidad presupone conocimientos mutuos, diálogo, destino compartido. En el caso de América Latina, el mismo
“destino compartido” se hace de manera aislada, de
ahí que sea más sufrido de lo que es propiamente vivido.
Si es verdad
que la poesía constituye un peligro ante toda pretensión totalitaria, es
también verdad que los poetas precisan descubrir y practicar la perversión de este peligro, o
sea, actuar de acuerdo con la agradable
y placentera aceptación de no ser tan peligrosos – esto sí, de hecho, - lo
somos. Este ejercicio de perversión tan solamente requiere una osadía en la
escritura, una autonomía estética, y una plenitud de propio goce.
La
democratización de una cultura, como el ejemplo la fábrica de sueños de Hollywood, nos arrastra a una situación de debilitación
de esta misma cultura. En países absurdamente pobres como los que constituyen
América Latina, la democratización acaba implicando en un rebajamiento del
nivel del entendimiento de la realidad. Esta maliciosa óptica democrática no pretende sino lucrar. En la orfebrería de la
cultura el refinamiento se da a partir de la comparación, es decir, de la
fricción que genera todo diálogo.
Cabe a
cada uno de nosotros un ejercicio de autoafirmación, algo que nos distinga y
nos permita la perfección y el esmero humanos
de la duda, y de nuevas insolencias. Tal ejercicio, con todo, no
sobrevive aislado de la autocrítica. Cuando perdemos contacto con una de las
márgenes de ese río universal de los seres, nos sentimos impotentes y oramos sin serlo, y oramos en nuestro aberrante provincianismo. El hecho
es que solo la diferencia actualiza y confirma la existencia humana. Y no se
puede pensar en la identidad cultural sin la comprensión de su diversidad
ulterior.
Al
considerarnos parte de una cultura continental, como es el caso de América
Latina, nos importa, sobre todo, la multiplicidad de raíces y la cualidad del
diálogo sustentado entre sí, y con el mundo a su alrededor. La industria
cultural siente hoy una respuesta natural hacia el desenvolvimiento de la cultura en todo el mundo. Con todo, lo
que se ha desenvuelto son las recetas y los estímulos al surgimiento de un arte
mediocre que asume connotación de bien cultural, gracias al artificio de nuevas
imposiciones del capital.
No
importa cuántos millones de ejemplares venden Gabriel García Márquez o Jorge Amado. No
importa que Pablo Neruda y Octavio Paz hayan ganado el Nobel de Literatura. Formas
distintas (ajenas) de aceptación no nos llevan a un reconocimiento de los
mismos. Me importa el estoicismo de unos
anónimos o pocos reconocidos empeños
en la discusión de una literatura latinoamericana. En gran parte son directores
de periódicos o de revistas. Algunos son escritores, otros, periodistas
respetuosos. Han sido los artífices incorregibles de ese puente colgante que supone vincular la literatura latinoamericana entre sí.
Este es
el primer paso: la comprensión y la aceptación de sí mismo. América Latina se
llama: Euclides da Cunha y José Lezama
Lima, Jorge Luis Borges y César Vallejo, Guimarães Rosa t Rubén Darío. Esto es
cierto, aunque no tengamos la idea exacta del aporte estético de esos autores en el ámbito de un diálogo
latinoamericano esencial. También, América latina se llama República
Dominicana, Costa Rica, México, Colombia, Ecuador, Bolivia. Todos los países que la constituyen, sin
excepción, dieron importantes contribuciones
a la constitución de una identidad cultural latinoamericana.
Todos
estos países sufrieron el peso de la historia de las colonizaciones. Fueron
aislados entre sí por una astuta estrategia. Lo que era antes
autoritarismo político se convirtió en
juego mercadológico. El aislamiento franquea el desnorteamiento. Este genera
recetas para la industria cultural. Las recetas de la industria cultural hacen
que los gobiernos se sientan partícipes
de la cultura. Ya vimos que de esta manera todo el mundo vive feliz. Cuando pensamos en América Latina el asunto
es: narcotráfico, corrupción, y en el infierno verde en el que transformaran la
Amazonia, etc.
Si
hablamos específicamente de cultura, surgen menciones sobre programas
gubernamentales del tipo del viejo Mercosur. Con todo, la razón de ser de los
programas de ese orden, es económica, y no cultural. Los encuentros culturales latinoamericanos,
realizados habitualmente, tal vez
entiendan mejor del asunto, sin embargo
se reducen casi siempre en un mero ejercicio retórico. La presencia efectiva que pueda representar un
intercambio, se centra en la circulación de revistas y periódicos de cultura. Así
nuestros países se comunican. Así descubrimos que no todo es Neruda o Amado.
Puedo ser
competente para tratar este asunto por el diálogo intenso que mantengo con cada
uno de los países que componen América Latina. Ejemplos: con frecuencia el
argentino Diario de poesía se
interesa por la literatura uruguaya; en México la revista Blanco Móvil dedica números a la literatura brasilera; la
literatura chilena siempre está presente en el medio boliviano Presencia literaria, así como la
literatura paraguaya visita con frecuencia las páginas de la revista
portorriqueña Exégesis. Sus
directores respectivamente Daniel Samoilovich, Eduardo Mosches, Jesús Urzagasti
e Marcos Reyes Dávila, han hecho mucho más por la cultura latinoamericana que
todos los programas y desprogramas del gobierno.
Por lo
pronto, lo que funciona en ellos como una situación esencial de reconocimiento
y de diálogo, en Brasil no ultrapasa la marca del acaso (generalmente definido
por la influencia de alguien junto al cartel editorial). Brasil es el país menos relevante para una discusión en torno de la supuesta
identidad cultural latinoamericana. Todavía más: jamás nos sentimos integrantes
de América Latina. Somos algo que no se dio bien, pero que no pretendía ser
América Latina. Tal vez un café parisiense o una plaza neoyorkina. Nuestros
escritores no dialogan con sus pares. Todos aspiran a descubrir la Europa que
creen traer dentro de sí mismos. En algunos casos sirve a los Estados Unidos.
La discusión en torno a una identidad cultural
latinoamericana se torna risible a
partir del momento en el que los brasileros se sientan a la mesa. América
Latina nunca nos interesó. En la biblioteca de Mario de Andrade, por ejemplo,
encontramos libros de varios poetas sudamericanos y mexicanos que le fueron autografiados. Jamás se hizo mención
pública como para un posible diálogo con
esta poesía. Unos pocos poetas (César Vallejo, Pablo Neruda) traídos a nosotros
por la “Generación del 45” fueron conocidos sin un respaldo con una traducción
aceptable. Los concretistas impusieron su programa estético, desvirtuando las
lecturas más amplias que podríamos tener
de la poesía de Huidobro, Paz y
Girondo.
Brasil es un gran caos estético. Es como un hijo de un padre
desconocido, que no sabe a quién jalar. Nuestra paternidad está fundada por un
principio de identificación. Tenemos que dejar de ser la grande dama errante del planeta. Este país precisa existir; o sino
renunciar de una vez por todas. Si la identificación tiende a una búsqueda de
unidad con América Latina, tenemos entonces mucho que aprender. No me quedo con
otra sugestión, sino con la osadía del diálogo. Se debe dejar de enviar
escritores mediocres para los encuentros culturales con América Latina, o sea,
tratar respetuosamente estos encuentros que son sistemáticos y efectivos. Traer
a América latina para dentro de nosotros. Asumir la fragmentación impuesta por
otras instancias, y tomar conocimiento de estas y reaccionar.
En cuanto a esto, poetas y directores de innumerables
publicaciones en toda América Latina, seguirán hilando y deshilando una unidad imposible, excepto por el brillo de su
diversidad. No se trata propiamente de poesía, narrativa o periodismo. Lo
básico es comprender que no hay América Latina sino en el ajustable concepto de la industria cultural. Para
crear y gestar una idea cultural, aceptada como
latinoamericana, debemos ante todo conocernos, y no sentarnos a la mesa ni
siquiera para beber una cerveza. La falta de diálogo hunde a un pueblo en su
mediocridad. Solo el diálogo funda e instituye una cultura.
Los Editores
*****
ÍNDICE
ALEX
GIL | Aimé Césaire – Descoberta do Ur-texto de Os cães se
calavam
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2016/11/alex-gil-aime-cesaire-descoberta-do-ur.html
CÉSAR
SECO | De poesía y de poetas
DAVID CORTÉS CABÁN | El sentido de la vida en Diario de los seres anónimos, de
Omar Ortiz
ERNESTO PRIEGO | Perspectivas globales:
entrevista con Alex Gil
ESTER FRIDMAN | Um
passeio pela reflexão filosófica
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2016/11/ester-fridman-um-passeio-pela-reflexao.html
FLORIANO MARTINS
& ALFONSO PEÑA | La inutilidad de las fuentes
FRANKLIN
FERNÁNDEZ | A la vuelta con las esculturas de Licia Salvatore
GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Disecciones
JOANA RUAS | Viagem de Rilke pela
Espanha árabehttp://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2016/11/joana-ruas-viagem-de-rilke-pela-espanha.html
RICARDO VENEGAS | Multiplicarse como el pan, entrevista con Leonel Maciel
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2016/11/ricardo-venegas-multiplicarse-como-el.html
RICARDO VENEGAS | Multiplicarse como el pan, entrevista con Leonel Maciel
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2016/11/ricardo-venegas-multiplicarse-como-el.html
ARTISTA CONVIDADO | ARMANDO REVERÓN |
Armando Reverón y su diálogo con la luz, por GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com.br/2016/11/gabriel-jimenez-eman-armando-reveron-y.html
*****
Página ilustrada con obras de Armando Reverón (Venezuela), artista invitado de esta edición de ARC.
*****
Agulha
Revista de Cultura
Fase
II | Número 21 | Novembro de 2016
editor
geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor
assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo
& design | FLORIANO MARTINS
revisão
de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe
de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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