Malcolm Lowry es autor de “Bajo el volcán”,
una de las novelas más importantes del siglo pasado. La escribió en Cuernavaca y
está cumpliendo 70 años de su primera edición en inglés. Una asombrosa historia
escrita muchas veces bajo la influencia de alucinaciones alcohólicas, donde describe
de manera diabólica las costumbres y formas de vivir del mexicano, mucho más allá
del simple costumbrismo, hasta llegar a los rincones más recónditos del ser humano.
Lowry intentaba hacer una obra de la magnitud de “La Divina Comedia”
de Dante, en una especie de trilogía en la que separaría el infierno del purgatorio
y el paraíso, pero se quedó enfangado en el infierno mexicano.
Las anécdotas que aquí se cuentan sucedieron entre el 13 de marzo
y el 4 de mayo de 1946. Lowry las revela en su libro “La Mordida”.
Margarie su esposa no quería regresar a Canadá sin conocer Acapulco.
Se trasladaron a la Ciudad de México para coger un autobús que los llevase al puerto
guerrerense, donde pasarían una semana. Se hospedaron en el hotel Monterrey.
Lowry ya había estado allí solo y había creado escándalos mayúsculos
con sus borracheras de mezcal. La cárcel del pueblo se vistió de gloria con la múltiple
presencia de aquel borrachín.
A Lowry no le hacía ilusión visitar Acapulco pues sus recuerdos
no eran agradables y siendo supersticioso como era, temía a los fantasmas que había
dejado ahí. Pero como su mujer insistiera, tuvo que enfrentar a sus recuerdos y
supersticiones. Desde su llegada al hotel le pareció de mal agüero que los instalaran
en el cuarto número 13, justo el trece de marzo de 1946.
A la mañana siguiente de su llegada, Lowry nadó hasta agotar
sus fuerzas. Cuando se disponía a regresar a la habitación le avisaron que unos
hombres lo buscaban. Lowry se extrañó puesto que no esperaba a nadie y menos a los
siniestros personajes a los que iba a enfrentarse y que le causarían tantos trastornos
y dolores de cabeza.
Efectivamente, se trataba de dos agentes de Migración que iban
a cobrarle una multa de 50 pesos, por salir del país después de la fecha límite,
en su anterior estancia en México en 1938.
En realidad querían que les diera 50 pesos de mordida disfrazada
de multa. Le entregaron también una nota en donde se le informaba que no podía salir
de Acapulco sin autorización del jefe de Migración.
Margarie había dejado los pasaportes en Cuernavaca, a más de 600 kms. de distancia. Ahí fue donde empezaron a complicarse las cosas para la pareja, principalmente porque se negaban a dar mordidas.
Como si de una novela de Kafka se tratara, la pareja se quedó
presa en el hotel y es de suponer que Lowry necesitara un trago de mezcal para asimilar
el susto. Margarie sin embargo no estaba de acuerdo, puesto que había promovido
aquel viaje principalmente para rescatar a su marido, del demonio de la embriaguez
que lo esclavizaba, tras escribir su novela en Cuernavaca.
Malcolm no encontró mezcal en el hotel, pero le llevaron una
botella de ron habanero. El policía que los vigilaba permitió a Margarie que fuera
a nadar a la playa. Se fue muy enfadada porque Malcolm había roto su promesa de
no beber alcohol. Cuando la mujer regresó, el escritor se había terminado el ron
y tuvieron una de sus peores peleas.
Tras la tormenta conyugal, Lowry propuso a su mujer que fuera
a Cuernavaca a recoger los documentos y dinero, luego que los amenazaran con llevarlos
a la cárcel. Margarie tuvo que salir de prisa. Le dieron cuatro días de plazo para
ir y volver o su marido iría la cárcel.
Lowry no podía resistir la soledad, el encierro y la tensión
en estado sobrio y pidió que subieran a la habitación tres botellas de tequila.
La segunda noche el escritor sufrió alucinaciones etílicas. En una de ellas se le
apareció un amigo ya muerto que le sirvió de modelo para el personaje Juan Cerillo,
en su célebre novela.
Durante la alucinación, el aparecido lo recriminó por causar
tantos problemas a Margarie con sus borracheras.
Al día siguiente, a las dos de la madrugada, su esposa lo despertó
enfurecida pues había viajado sin dormir dos días y dos noches y al encontrarlo
en aquel deplorable estado, derrumbado en el suelo de la embriaguez, con las botellas
vacías regadas por el cuarto, le dijo: “Levántate maldito borracho”. Lowry lloró
como niño aterrado y entre sollozos le pidió un trago de tequila.
Aunque pagaron la multa no les permitieron marcharse de Acapulco
hasta que supuestamente llegó la orden de la capital. Así tuvieron que pasar 10
infernales días, pero no consintieron dar mordidas. Lo que en un principio estaba
planeado para una semana, se convirtió en un larguísimo mes hasta su regreso a Cuernavaca.
A su llegada recibieron una agradable noticia: el editor de “Bajo
el volcán” aceptaba publicar la novela sin cambios, asunto por el que Lowry había
luchado tenazmente.
Pero recibieron otra no tan buena: Que deberían presentarse en
la oficina de Migración en la Ciudad de México. El jefe de inspección les dijo que,
aunque habían pagado la multa, en el pasaporte de Lowry decía que era escritor y
eso suponía que hubiese estado trabajando sin permiso durante su estancia en el
país, y por lo tanto serían deportados en tres días, a menos que depositarán 500
pesos cada uno. No hay duda de que la corrupción ya apestaba desde entonces y para
ellos, la maldición de la mordida continuaba.
Los enredos burocráticos se sucedían y complicaban cada vez más,
debido a que los Lowry se negaban a dar mordidas. De enredo en enredo fueron a parar
a la cárcel el 2 de mayo con todo su equipaje, que finalmente les robaron. La superstición
de Malcolm se ensombreció al ver que la cárcel se encontraba en la calle Bucareli
número 113. Desde luego, era otra señal de que los tiempos seguirían malos, quién
sabe por cuánto tiempo más.
Allí permanecerían hasta que Migración decidiera qué hacer con
ellos. Los metieron en un cuarto con rejas y estuvieron incomunicados –entiéndase
secuestrados-- sin derechos hasta el anochecer.
Los subieron al taxi de las tinieblas, el miedo y la zozobra,
y los llevaron a la estación de trenes, vigilados muy de cerca por un guarura mal
encarado al que apodaban “el Grasiento”. Su destino era la frontera con Estados
Unidos para ser deportados, a lo que ellos se negaron, pero el Grasiento los convenció
a punta de pistola. Finalmente, el 4 de mayo de 1946, los metieron en el taxi de
la libertad y los obligaron a cruzar la aduana de Estados Unidos. Dejaban atrás,
al fin, el infierno mexicano y la mordida.
CARLOS RUVALCABA (México). Escritor
y periodista, ha publicado sus novelas y cuentos infantiles en España, Estados Unidos
y México. Es autor de una biografía de la pintora surrealista Susana Wald. Ha publicado
artículos y entrevistas en periódicos y revistas de Madrid y San Sebastián, España;
Nueva York, Chicago y Los Ángeles en Estados Unidos; en la capital y diversas ciudades
mexicanas, así como en Venezuela y Brasil. Fue corresponsal en España del periódico
mexicano La Jornada. Trabajó por
más de veinte años en prensa, radio y televisión en Los Ángeles, California. Página ilustrada com obras
de Francisco Baratti (Brasil), artista convidado desta edição de ARC.
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