En su
exposición, “Sones para turistas y cantos para soldados”, en la galería de la
Fundación Sebastián, del 10 de enero al 2 de febrero del 2013, luego publicada
en La Otra número 20, julio
septiembre de 2013, Rubén Arenas recupera la presencia humana de manera
explícita. Esta serie representa en apariencia un golpe de timón en su búsqueda
plástica si atendemos a la trayectoria de su pintura, en la que predominaba el
paisaje y los animales. En la obra de Arenas la figura del hombre estaba
prácticamente desaparecida, no así su presencia. Es decir, los efectos de la
acción civilizatoria estaban allí, con su registro devastador o pernicioso, con
su paso torpe y desafortunado, pero en la escena sólo había lugar para el
silencio y el ruido ambiental, para el movimiento animal y las plantas.
A Arenas no lo mueve una
intención hiperrealista o fotográfica sino un impulso de ensamble de ámbitos
visuales que en diversos momentos de su discurso han emergido con mayor o menor
evidencia. En Exposiciones como “La travesía del salmón”, “Especies”, “La
zoología acosada”, “Diversos y semejantes”, por mencionar algunas, el artista,
originario de la Ciudad de México, ha hecho patente su preocupación por la
Naturaleza y ha ventilado sin contemplaciones la acción de esa cadena
alimenticia en donde se ejerce la ley del más fuerte. La bestialidad del hambre
convive con la apacible dinámica de la floresta y el mundo submarino; en cada
cuadro habita la fuerza de la sobrevivencia. Una mirada de apariencia infantil
en la que los elementos naturales se disputan el lugar y el tiempo. El juego
sería sólo cosa de niños si no existiese la ironía con que el pintor dota a sus
imágenes.
De algún modo la zoología de Arenas representa su visión de la humanidad sin que ésta sea explícita. No hay ingenuidad en su obra aunque pueda parecerlo a ratos, hay, sí, mundos en movimiento plástico, formas que dialogan o se comunican entre sí, que exponen sus diferencias morfológicas, sus distintos volúmenes y pesos, sus dimensiones, sus ferocidades. Resonancias quizás de la escuela oxaqueña, de manera específica de Francisco Toledo o Sergio Hernández para señalar dos referentes esenciales. Pero la paleta de Arenas se mueve con otra energía y otras motivaciones. Con certeza éste, el artista capitalino, se ve más afectado por la vorágine de la megaurbe que habita, por la noticia diaria, por la violencia cotidiana, la estridencia y la irritabilidad callejeras, la contaminación visual y sonora.
La ironía da la clave
del humor. Si en “La zoología acosada”, por ejemplo, la ironía se desdibuja
ante el tránsito animal en riesgo de extinción y los gigantes como ballenas y
elefantes sufren tanto como las pequeñas criaturas, pájaros, ratones,
serpientes, liebres, hay un sedimento burlón en ese drama, un gesto de sarcasmo
en esa marcha hacia la nada. No hay causa aparente, sólo la noción, la
intuición de que es obra humana, porque no se ve al personaje, sólo se advierten
sus efectos, las consecuencias de su nociva presencia, o la devastación que es
su ausencia. En la serie “Perro que muerde no ladra”, el humor es frontal, sin
ambages, casi al borde de la historieta. El cromatismo y la imagen buscan al
espectador desde otra perspectiva formal. La zoología y los objetos se animan
en un territorio dominado por el consumo y la apariencia. Son más elocuentes
los impulsos figurativos del pintor, que deja atrás la tentación abstracta. El
perro sirve de recurso humorístico y conmovedor en ese ámbito donde la cultura
es de origen televisivo, de valores asumidos más allá de necesidades básicas o
apetitos como el saber, el hambre, el vestido, el afecto, el techo: la fantasía
de la hamburguesa o el sueño de la marca.
En “Sones para turistas
y cantos para soldados”, el discurso pictórico de Rubén Arenas fraterniza con
la paleta y los temas que motivan a otros artistas plásticos mexicanos, como es
el caso notable de Gustavo Monroy. En el caso de Arenas la representación de la
violencia no se deja llevar por el exceso de la metáfora, sino por el ensamble
de realidades que contrastan por sus diversas temperancias, sus circunstancias,
sus tensiones. Los personajes posan, aparecen, figuran, se exponen, en
contextos de desastre, de crueldad, de violencia, de caos, de irracionalidad,
de fenómenos naturales incontrolables, como si nada pasara. La temperatura
ciudadana no corresponde con lo que hay a sus espaldas o en su entorno. Hay una
mueca de sarcasmo en estas pinturas que desconcierta, incomoda o deja helado al
espectador. La familia o el individuo son víctimas de la indolencia o el
disimulo. El “no pasa nada”, es la constante. La negación de la realidad es
convertida en metáfora visual.
Si la figura humana
reaparece en la obra del artista es para incorporarla en medio de ese paisaje,
de esos fondos, como si se tratara de dos mundos distintos, uno inmediato,
tangible y cálido, convencional y amable; otros distantes, de apariencia
irreal, casi espectáculos de cine o de televisión que no nos involucran. En
ello radica la fuerza expresiva de Rubén Arenas, en esa paleta sin complacencia
que nos confronta con la disociación del ojo, con la fractura emocional de un
espectador que no ve lo que mira sino lo que le conviene, lo que no lo
compromete. Técnicamente, se trata de una obra resuelta con oficio y el
discreto encanto de la ironía.
*****
JOSÉ ÁNGEL
LEYVA
(México, 1958). Poeta, narrador, ensayista, editor y promotor cultural. Director general de la revista La Otra. Página ilustrada con obras del artista Rubén Arenas (México).
Agulha Revista de Cultura
Fase II | Número 23 | Janeiro de 2017
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