segunda-feira, 1 de abril de 2019

ANDRÉ COYNÉ | La muerte de César Moro


Cayó la cortina de tinieblas y nos separa.
César Moro ha muerto.
Ha muerto aquí —en Lima— en una Lima que lo desconociera y que él reconocía un poco menos cada día.
César, perdóname, no puedo…No puedo hablar de ti como de un muerto. César, vives en mí. Te has llevado el sol, la luz; me has dejado en la noche en que escribo… Eras el sol, la luz; lo sigues siendo y lo seguirás siendo mientras te llore, mientras te busque, a cada esquina de las calles, al norte y al levante de la ciudad mortal de tu ausencia…
César, Aurora. La noche es para mí. Eres el día. Mis ojos están ciegos de tu muerte, y no te ven. Te volverán a ver. La culpa es mía.
César ¡escucha! Me he quedado ciego, sordo. Pero tú ves y oyes… Perdóname si hablo solo: tanto hemos hablado en siete años ¿te acuerdas? César, estamos solos, como siempre. Los demás no entienden, ¡no importa! Empiezan a hablar de ti porque has muerto; ya confunden las fechas y los hechos: no perdamos el tiempo —¡el tiempo pasa!— en discutir con ellos, ¿para qué? Ya te encuentran nombre, categoría, escuela: es su costumbre, pero escapas de ellos y te ríes de los nombres, de las categorías, de las escuelas. Eres libre, como siempre lo has sido en vida.
¡El hombre más libre de tu tierra!
¡Y el más puro!
Poesía en ti era pureza. Pureza: amor. Amor: libertad.
Poesía, fuego. Poesía, juego. Juego hasta la muerte, como el amor. Poesía, llama. “Llama de amor viva”. Siempreviva. Y la muerte… ¡César! la muerte, muerta.
¡El poeta más poeta del Perú!
Muchos escriben y confunden la poesía con los poemas, publicarlos, y luego escribir más, publicar más. ¡Hay una plétora de poetas en el Perú! En las antologías, en las revistas, en los libros. En los ficheros, en los salones, en los congresos.
Odiabas la feria literaria, la habladuría literaria. Odiabas a los poetas, esos poetas. Eras Poeta, el Poeta. Has muerto de serlo; César, hay muy pocos poetas en el Perú. Poetas porque sí, poetas en la vida y en la muerte, poetas en el alba y en el crepúsculo, poetas en el cuerpo y en el alma, poetas en la sabiduría y en el dolor, poetas en las rosas y en el cielo. ¡Tú! Los demás, no existen: sólo hablan…
César, tú lo has dicho, el 25 de diciembre de 1950 cuando murió en México «uno de los más grandes poetas de la lengua española» y tu amigo, Xavier Villaurrutia:
“Su vida fue vertiginosa, limpia, cristalina. Su obra, marmórea, reflejó obsesionante el ala de obsidiana”. La vida de Xavier, y la tuya, César. La obra de Xavier, y la tuya, casi inédita, dispersa…
“Difícil será volver a encontrar en el mundo tal elfo azul —eres tú quien hablas siempre de Xavier, y proféticamente de ti mismo— tal elfo azul, color, alegría de la vida, bondad y, reunido al elfo, el nocturno creador de la poesía impecable y funeraria”.
Como Xavier, has muerto. Y aquí estamos todos, tus amigos, tus poquísimos amigos, los de Lima, los de París, los de México (en la mañana misma de tu muerte, dos cartas llegaron de México, de Agustín y de Remedios), algunos otros. Aquí estamos con tu madre, con tu hermano.
Aquí estoy, César. Tu amistad no siempre fue fácil ¡tanto mejor! Has sido el amigo más amigo, porque has sido el que más exigías: no admitías que hubiera amistad alguna sin pasión.
La pasión de toda tu vida, César. La pasión de todos tus actos, de todas tus palabras, de todos tus sueños, de todos tus deseos: ¡la pasión de todas tus pasiones! Has muerto porque amabas la vida con pasión, has muerto de pasión, cuando los otros viven sólo de interés, arribistas, traidores, prostitutos, los paniaguados de las letras.
Has muerto porque amabas la vida juventud, la vida sol, la vida mar, la vida belleza, la vida Proust, la vida Baudelaire, la vida un rostro, la vida un amigo, la vida un desconocido, la vida una taza china, la vida una pierna, la vida una isla como tortuga adormilada en la niebla. Has muerto porque querías vivir en un Perú de mitos y leyendas, en una playa de aves tutelares o en un parque de ficus y palmeras, o en una casa de quincha, de rejas, de balcones. Pero los niños matan a las aves en Barranco, los hombres arrancan los árboles y derrumban las viejas casonas…
Solías repetir ¿recuerdas? Una frase de un amigo tuyo, mexicano: “Somos los últimos sobrevivientes del siglo XIX”. Añorabas el ocio, el silencio, un mundo con remansos de paz, de hermosura y de pereza. Te tocó vivir en el mundo de los altoparlantes y de la bulla, de Hollywood y de la bomba atómica, el mundo de Sartre, de la fealdad y de la arquitectura funcional, el mundo de la prisa, de la prensa amarilla, de las novelas radiales, entre criollos, vividores y rateros.
Has aguantado mucho, ya no podías. ¿Qué podían los médicos, César, contra tu mal? ¿Qué podíamos nosotros, Margot, Dolores, yo, los demás, cuando la carga del mundo te agobiaba? ¿Qué podíamos contra la vejez idiota de nuestra época?
¡Con qué pasión, César! ¡Cuánto has sufrido! Día tras día te he acompañado en tu pasión… ¡Con qué horror, noche tras noche! Siete años…
¡César, has muerto! Perdóname. Estamos solos, más solos que nunca, cada cual solo: la pantalla de la muerte nos separa. César, me oyes, pero no me contestas… Escribo, escribo… Es inútil… Trato de embriagarme de tu recuerdo, pero me falta ahora tu presencia: tú me ves, pero yo no te veo; ha muerto tu mirada, ha muerto tu voz, han muerto tus manos, todo tu cuerpo ha muerto… Perdóname. Pienso en ti y pienso en nosotros, pienso en mí: hemos estado juntos tanto tiempo, aquí, en todas partes ¿qué haré?
Me dejas solo, César. Perdóname.
César, tú, César, nuestro Rey Moro, en el reino inextinguible de la soledad y del amor…


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EDIÇÃO COMEMORATIVA | CENTENÁRIO DO SURREALISMO 1919-2019
Artista convidada: Leila Ferraz (Brasil, 1944)


Agulha Revista de Cultura
20 ANOS O MUNDO CONOSCO
Número 131 | Abril de 2019
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