segunda-feira, 1 de abril de 2019

ANDRÉ COYNÉ | Dario, raro


A Borges
Y ahora a Floriano Martins

A ti, prolífica, enorme, dominadora. A ti, Nuestra Señora de la Libertad.
“Este era un rey”: así, como en los cuentos azules, hubiera debido empezar la historia del monarca raté que fue en esta vida un hijo desdichado de Adán, en el que la herencia paterna apareció con mayor fuerza que en los demás.
Su obra genial forma un hermoso Zodíaco, impenetrable para la mayoría. ¡El Arte en Silencio, en el país del ruido!
En ese tiempo que ha podido envolver en la más alta apoteosis la abominable figura de un Franklin, es el voluntario verdugo moral de su generación, el Monsieur de París de la literatura, el formidable e inflexible ejecutor de los más crueles suplicios; él azota, quema, raja, empala y decapita; tiene el knut y el cuchillo, el aceite hirviente y el hacha.
“Je suis escorté de quelqu’n qui me chuchote sans cesse que la vie bien entendue doi être une perpétuelle persécution, tout vaillant homme un persécuteur, et que c’est la seula manière d’être vraiment poète. Persécuteur du genre humain, persécuteur de Dieu.”
¡Ay, fue su vida así, ya juegue con la muerte, o se declare paladín de anarquistas, humillando, mal poeta en esto, la idea indestructible de las jerarquías! ¿Será anarquista el que sabe cómo todos que, no digamos el anarquismo, sino la misma democracia huele mal?
Pertenecía a toda una raza, a todo un continente; pertenecía al porvenir. Católico, apostólico, romano, intransigente, acerado y diamantino.
Miro en su loco hervor de ideas negativas y de revueltas espumas metafísicas, a un peregrino sediento, a un gran poeta errante en un calcinado desierto, lleno de desesperación y de deseo, y que por no encontrar el oasis y la fuente de frescas aguas, maldice, jura y blasfema. Imaginaos a un enamorado que fuese a las santas basílicas a arrancar los mejores adornos para decorar con ellos la casa de su querida. Con una rodilla en tierra, y en vibrantes versos, entona, él también, su ¡Pape Satán, Pape Satán alepe! Pero protegido por especial virtud, cual por un Graal santo, volverá a flotar en el azul de la eterna idealidad.
Su niñez fue una flor de tristeza. Desde muy temprano conoció las acechanzas del lobo racional. Cuando el viaje de su protector le llevó a Londres, la escuela del dómine Brandeby fue para él como un lugar fantástico que despertó en su ser extrañas reminiscencias. En una mañana fría y  húmeda llegó por primera vez al inmenso país de los Estados Unidos. Iba el steamer despacio, y la sirena aullaba roncamente por temor de un choque. ¿Hay algo más melancólico que el rostro de viuda de esa musa entristecida que tiene por nombre Antes?
¡Sí, americanos, hay que decir quién fue aquel grande que ha caído! Somos muy pobres. Tan pobres que nuestros espíritus, si no viniese el alimento extranjero, se morirían de hambre. ¡Debemos llorar mucho por eso al Precursor del Porvenir! Quien murió allá en Cuba era de lo mejor, de lo poco que tenemos nosotros los pobres; era millonario y dadivoso.
Ha sido el más grande de los poetas de este siglo. Su espíritu era completamente galo. Anatole France, a quien siempre habrá que citar, le llama “el poeta pindárico de palabras lapidarias”. Antes León Bloy le había llamado también el Leproso.
Su nombre verdadero se ignora. Él se dice montevideano, pero ¿quién sabe nada de la verdad de esa vida sombría, pesadilla tal vez de algún triste ángel a quien martiriza en el empíreo el recuerdo del celeste Lucifer?
En España es casi desconocido y lo será por mucho tiempo. Entre ciertas gentes su nombre es una mala palabra.
Era blandílocuo y cortesísimo con las damas; las cubanas de Nueva York lo tenían en justo aprecio y cariño, y una sociedad femenina había, que llevaba su nombre.
Duerma en paz el hermoso anciano, el caballero de Apolo. Cualquier monarca hubiera sido un buen burgués delante de él, a excepción de Luis de Baviera.
Su verso es flor de Francia. Y quizá muy pronto tenga hambre Francia. ¡Bien locas las gentes que no comprenden que los tiempos están próximos, porque los azuzadores de ideas se suceden con una asombrosa rapidez sobre el sombrío horizonte!
Nació con el envidiable don de la belleza corporal. Siente que alguien le dice al oído que debe cumplir con su misión de Perseguidor, y la cumple, aunque a su voz se hagan los indiferentes los “príncipes de Sodoma” y las “archiduquesas de Gomorra”; tiene la vasta fuerza de ser un fanático, el adolescente “bello como la retractabilidad de las garras de las aves de rapiña”, o aún “como la poca seguridad de los movimientos musculares en las llagas de las partes blandas de la región cervical posterior”, o, todavía, “como una trampa perpetua para ratones, toujours retendu par l’animal pris, qui peut prendre seul des rongeurs indéfiniment, et fonctionner même caché sous la paille”, y, sobre todo, bello “como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas”.
¡Oh lírico Sócrates de un tiempo imposible!
Apareció entre la pacotilla pornográfica que hizo ganar al editor Kistemackers, propagador de todas las cantáridas e hipómanes de la literatura. Fueron los tiempos de las nuevas ediciones de antiguos libros obscenos. El lenguaje era una mezcla de deslumbrantes metáforas y bajas groserías, verbos impuros y adjetivos estercolarios:
“Des lis! Des lis! Des lis!”;
“¿Mi precio, señor? No ha cambiado desde Nuestro Señor Jesucristo: ¡treinta dineros!”;
“Hue! Papa! Conduisez droit notre Martin!…” ;
“¿Qué nos importa la justicia? Quien al nacer no trae en su pecho su propia gloria no conocerá nunca la significación real de esa palabra”;
“Si no fuera por el reumatismo yo no podría vivir de mis rentas”;
“EL REY. – Pero ¿crees tú que el don del sufrimiento sea una buena cosa?
EL POETA. – Sí, señor.”
Todo muy confuso, diréis, muy wagneriano. Loas wagnerianos van en montón con el olímpico maestro a la cabeza. Por la puerta del egoísmo entran los parnasianos y diabólicos, los decadentes y estetas, los ibsenistas, y un hombre ilustre que, desgraciadamente, se volvió loco: Federico Nietzsche. Se cree oír la voz de New York, el eco de un vasto soliloquio de cifras. “De tela blanca y rosada / tiene Tosa un delantal, / y a la margen de la puerta, / casi, casi en el umbral, / un rosal de rosas blancas / y de rojas un rosal”: así canta el malherido de desesperanzas. ¿No se salvó el Sultán del poema de Hugo, por la súplica del cerdo?
Lo cierto es, sin embargo, que la literatura es sólo para los literatos, como las matemáticas son sólo para los matemáticos, y la química para los químicos.
Nuestro poeta, por su organización vigorosa y cultivada, pude resistir esa terrible dolencia que un médico escritor llama con gran propiedad “la enfermedad del ensueño”. Fue Rodolfo Salis, le gentilhomme cabaretier, quien le ayudó a salir a flote en el revuelto mar parisiense. ¿No sabía, acaso, que París, que es la cumbre, y el canto, y el lauro, y el triunfo de la aurora, es también el maelstrom y la gehena? ¿No sabía que, semejante a la reina ardiente y cruel de la historia, da a gozar de su belleza a sus amantes, y en seguida los hace arrojar en la sombra y en la muerte? Leáse en el Libro de los Reyes, en la parte del reinado de Salomón: Et ingressa Hierusalem multo cum comitatu, et divitiis, camelis portantibus aromata, et aurum infinitum nimis, et gemmas pretiosas, venit ad regem Salomonem, et locuta este i universa quae hebebat in corde suo. Es esa reina de Saba, la Makheda de la Etiopía, de cuya descendencia su gloria el negus Menelil, la Belkiss arábiga.
Al lobo humano parece que el arte le pusiese en el hígado una extraña y áspera bilis. ¡Este Isaías, o mejor, este Ezequiel apareció en el Chat Noir! Jamás creería yo en un rebajamiento intelectual de tan alado poeta, y no seré de los que lo aburguesan a causa de tal o cual producción.
He aquí lo que pensaba de los tiempos modernos: “Desde Homero, Esquilo y Sófocles, que representan la poesía en su vitalidad, en su plenitud y en su unidad armónica, la decadencia y la barbarie han invadido el espíritu humano”. Él comprendió el duro mecanismo, y el peligro de tanta rueda dentada, y el error de la dirección de la máquina; y la perfidia de los capataces, y la universal degradación de la especia. Echó de su reino a todos los ciudadanos de los Estados Unidos de América. Juntó en un capítulo de un célebre libro a los neurópatas y delincuentes, como invasores, como conquistadores victoriosos en el reino de la literatura. En verdad no deja un solo nombre, entre todos los escritores y artistas contemporáneos de la aristocracia intelectual, al lado del cual no escriba la correspondiente clasificación diagnóstica: “imbécil”, “idiota”, “degenerado”, “loco peligroso”. Una de las cosas que señala en los modernos artistas como signo inequívoco de neuropatía, es la tendencia a formar escuelas y agrupaciones. En el estado actual de la sociedad humana, ¿quién podrá extrañar el aislamiento de ciertas almas estilitas, de pie sobre su columna moral, que tienen sobre sí la mirada del ojo de los bárbaros?
Y ahora hablemos de esa portentosa Leyenda del Águila napoleónica. La virgen, tentada o poseída por el Maligno, escribe las visiones de sus sueños. Es un bienhechor capítulo sobre la psicología de la desventura, que producirá en ciertas almas el bien de una medicina. La sensación es de extrañeza al propio tiempo que de satisfacción. Salir de la perpetua casa de cita, del perpetuo bar, de los perpetuos bastidores, del perpetuo salón où l’on flirte… La primera que pasa es Eulalia, la dulce Eulalia de cabellos de oro y ojos de violeta, que dirige al cielo su mirada; la segunda es Leonora, llamada así por los ángeles, joven y radiosa en el Edén distante; la otra es Frances, la amada que calma las penas con su recuerdo; la otra es Ulalume, cuya sombra yerra en la nebulosa región de Weir, cerca del sombrío lago de Auber; la otra, Helen, la que fue vista por la primera vez a la luz de perla de la luna; la otra, Annie, la de los ósculos y las caricias y oraciones por el adorado; la otra, Annabel Lee, que amó con un amor envidia de los serafines del cielo; la otra, Isabel, la de los amantes coloquios en la claridad lunar; Ligeia, en fin, meditabunda, envuelta en un velo de extraterrestre esplendor. Reina la vida del hormiguero: un hormiguero de percherones gigantescos, de carros monstruosos, de toda clase de vehículos. Allí es donde vemos afirmada la existencia real de los hipocentauros y de los faunos. Esos galeotes tienen nombres ilustres: se llaman Paul Bourget, Sarcey, Daudet, Catulle Mendès, Armand Silvestre, Jean Richepin, Borgerat, Jules Vallès, Wolf, Boutenain, y otros, y otros. Los tipos son observados, tomados de la vida común. La misma particularidad nacional, el escenario de la Noruega, sirve para acentuar mejor los rasgos universales. Y el clarín enemigo suena contra los engaños sociales; contra los contrarios del ideal; contra los fariseos de la cosa pública; contra la burguesía cuyo principal
representante será siempre Pilatos. Entonces un diablo –0 Behemont quizá–, el mismo de Tamar, el mismo de Halagabal, el mismo de las posesas de Lodún, el mismo de Sade, el mismo de las misas negras aparece. Se lamenta de la pérdida del entusiasmo, de la frialdad de estos tiempos, y que desterrando las abominaciones occidentales –paraguas, sombrero de pelo, periódicos, constituciones etc., la Civilización y el Progreso, con mayúsculas–, haría florecer los viejos bosques fabulosos, y celebrar el triunfo de Homero, en templos de mármol, bajo los vuelos de las palomas y de las abejas, y al mágico son de las ilustres cigarras. Pinta mares de espumosas ondas lesbianas, y celebra a su amada de figura andrógina; labra joyas, verdaderas joyas poéticas, para modistas y perdularias; dice sus desengaños prematuros; nos describe a Jane, una diablesa. Un día, en medio de una mística conversación, propuso a un pobre viejo modelo ir en peregrinación por el mundo, “hasta llegar al lugar en que se junta el cielo con la tierra”. Caminan días enteros y pierden el rumbo. Un bellísimo ciervo llega de pronto y les sirve de guía. Vuelven a encontrarse solos, en un lugar lleno de tinieblas y de espantos; una paloma se les aparece y les conduce. Encuentran una tabla de mármol, con una inscripción referente a Alejando e a Darío. Hay un juicioso consejo de la Kábala: “No hay que jugar al espectro, porque se llega a serlo”. “¡Alma en ruinas!”, exclamaría Bloy con palabras húmedas de compasión. Y pues que vamos a esos paraísos, a esas islas de oro, celebremos la blancura de las velas de seda, el vuelo de los remos, el marfil del timón, la proa dorada, curva como un brazo de lira, el agua azul, y la eterna corona de diamantes de la Reina Poesía. En este caso, como en otros, el vicio es malignamente ocasional, es el complemento de la fatal desventura. Recordad que el deus enloquecía a las pitonisas, y que la fiebre divina de los profetas producía cosas semejantes. Este libro es una obra de bien. Él es fruto de un espíritu sano, de un poeta sanguíneo y fuerte; y Francia, la adorada Francia, que ve brotar de su suelo –por causa de una decadencia tan lamentable como cierta– tantas plantas enfermas, tanta adelfa, tanto cáñamo indiano, tanta adormidera, necesita de estos lauros verdes, de estas erguidas palmas.
El arcángel de la guarda del enorme Escandinavo tiene por nombre Sinceridad. De los tres Enemigos, quien menos mal le hizo fue el Mundo. El Demonio le atacaba; se defendía de él, como podía, con el escudo  de la plegaria. La Carne sí, fue invencible e implacable. Se perdería si tuviese las alucinaciones de un Lamennais, y si no latiese en él un corazón antiguo, lleno de verdadera fe y de sano entusiasmo: “Llego de tan lejos como de la luna, de un país absolutamente impermeable a toda civilización como a toda literatura. He sido nutrido en medio de bestias feroces, mejores que el hombre, e a ellas debo la poca benignidad que se zona en mí”.
Ha escrito un drama simbolista titulado Mademe la Mort. La acción se circunscribe a una lucha desesperada del protagonista, entre la muerte y la vida.
Las Asonancias son bosquejos de leyendas; pocas, pero admirables; cortas, pero conmovedoras.
Le Mensonge d’Automne está escrito con la manera suntuosa y hermética de Mallarmé.
En Las Caricias se ve al virtuoso, al ejecutante, al organista del verso; acuña sonetos como medallas y esterlinas; tiene la ligereza y el vigor; chispas y llamaradas, saltantes pizzicati y prestigiosas fugas.
Axel es la victoria del deseo sobre el hecho; del amor ideal sobre la posesión.
El odor di femina se encuentra en una serie de versos, como en esos perfumes concentrados en los sachets de las damas. Baudelaire hubiera sonreído al leer este terceto:

Le sandrigham, l’Ylang-Ylang, la violette
de ma pâle beuaté font une cassolette
vivante sur laquelle errent mes sens rodeurs.

Esos versos del ahorcado parécenme la más amarga y corrosiva sátira que se ha podido escribir contra la literatura afrodisíaca.
Cuando la publicación de su libro-bijou, Quand les violons sont partis –libro especial, defendido de los hipopótamos callejeros porque era de subscripción y no se vendía en las librerías–, los pocos, los que le comprendieron, le saludaron como a uno de los más brillantes y más ricos poetas de la nueva generación.
Luego, juntando dos cosas horriblemente antagónicas, poesía y política, fue conferencista revolucionario en la sala Jussieu; y se batió en duelo.
No creo equivocarme si digo que Anatole Franca ha leído a nuestro autor para escribir imitaciones tan preciosas como La Leyenda y Celestín de su Etui de Nacre.
La aparición del Pèlerin fue saludada con un gran banquete que presidió Verlaine y que fue un resonante triunfo. Fue la exaltación de la obra del joven luchador, que en aquellos instantes representaba el más bello de los sacerdocios: el del Arte. La delicadeza y distinción del poeta dan a entender que lo púgil no quita lo Buckingham.
Cuando el famoso Congreso Panamericano sus cartas fueron sencillamente un libro. En aquellas correspondencias hablaba de los peligros del yankee, y del fondo de aquella frase que una boca argentina opuso a la frase de Monroe.
Pagó tributo a la chinofilia y tejió sedosos encajes rimados en alabanzas del Imperio Celeste.
Mas donde se retrata su tipo desastrado, es en las que él llama canciones de la sangre; su árbol genealógico florece rosas de Bohemia sus antepasados espirituales están entre los invasores los parias, los bandidos cabalgantes, los soldados de Atila, los florentinos asesinos, los atormentadores, los súcubos, los hechiceros y los gitanos.
Un delicado poema suyo, La Monja y el Ruiseñor, dedicó a su amigo el conde Robert de Montesquiou-Fezensac. Es aquí demasiado profano, es cierto, y vierte en el agua bendita un frasco de opoponax. Gusta del opoponax, porque viene de lejanas regiones, donde la naturaleza parece artificial a nuestras miradas; cielos de laca, flores de porcelana, pájaros desconocidos, mariposas como pintadas por un pintor caprichoso: el reino de lo postizo.
Dio vida al personaje más sorprendente que haya animado la literatura de este siglo: el doctor Tribulat Bonhomet. El furioso San Juan de Dios hizo ver como llenas de luz las llagas del alma del Job blasfemo. Sí, el condestable presentó al verdugo. El protagonista es una creación sombría y hermosa al lado de la cual aparecen los condenados por el inflexible demoledor, como cadena de presidiarios. Nunca la furia escrita ha tenido explosión igual. El fanatismo, en cualquier terreno, es el calor, es la vida: indica que el alma está toda entera en su obra de elección.
Y he aquí una obra de pasión y de piedad, La Caballera de la Muerte. Es la presentación apologética de la blanca paloma real sacrificada por la bestia revolucionaria. Satan par le moyen des femmes, attire les hommes à sa cordelle. Y es probado.
Este impulso hacia lo arcano de la vida persiste en obras posteriores, como los Cuentos Crueles, los Nuevos Cuentos Crueles, Isis y una de las novelas más originales y fuertes que se hayan escrito: La Eva Futura.
Las letanías que siguen tienen su clarísimo origen en Baudelaire:

Nous aurons des lits pleins d’odeurs légères,
Des divans profonds comme des tombeaux etc.

Los pocos lectores para quienes escribo estas líneas podrán hacer la confrontación:

Toute blanche comme une aubépine fleurie,
voici la Belle-au-bois-dormant : on la marie,
ce soir, au bien-aimé qu’elle attendit cent ans.

Era un sublime apasionado un nervioso; al humilde le hablaba como un buen hermano mayor, aquel sereno e indomable carácter que hubiera hablado como Elciis, los cuatro días seguidos, delante del poderoso Otón rodeado de reyes.
Aquel hombre nacido para las espinas consagróse a seguir una triste estrella, la estrella solitaria de la Isla, estrella engañosa que llevó a ese desventurado rey mago a caer de pronto en la más negra muerte.
Como en la bruma de un ensueño, vio un templo de cristal y un altar en medio del cual brotaba una agua blanca como la leche, y alrededor hombres de aspecto santísimo, que cantaban un canto celestial con admirable melodía: “¿Qué nos importa la justicia? No hace mucho tiempo han empezado las exploraciones intelectuales al Polo. Obra de odio y obra de amor deben unirse delante del enemigo maldito: la humanidad indiferente. Apolo, el crinado numen lírico, ¿no es el prototipo de la belleza viril? Luego pasará la dama enigmática, encarnación del inmortal femenino. El vicio y la bondad se mezclan para formar la expresión de la sonrisa.” Llegó por fin la por él deseada, la pálida mensajera de la Verdad. Se unió, en matrimonio, a una pobre muchacha inculta, con la cual había tenido un hijo. Recibió la visita de un soberano que se llamaba Luis de Baviera, señor hermoso como Lohengrin, y a quien amaba Lorelei, y vivía junto a un lago azul nevado de cisnes. Luego, después de recibir los Sacramentos, rodeado de muy pocos amigos, entregó su alma a Dios el excelso poeta, el raro artista, el rey, el soñador. ¡Sire, va oultre!
El ruiseñor había cantado trescientos años.
En todas sus obras, si mal no recuerdo, sólo unas dos veces está escrito el nombre de Cristo.
Se trata, pues, de un raro.



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EDIÇÃO COMEMORATIVA | CENTENÁRIO DO SURREALISMO 1919-2019
Artista convidada: Leila Ferraz (Brasil, 1944)


Agulha Revista de Cultura
20 ANOS O MUNDO CONOSCO
Número 131 | Abril de 2019
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