quarta-feira, 13 de janeiro de 2021

OMAR CASTILLO | Vicente Huidobro al filo del aire

 


Como César Vallejo, León de Greiff y otros, Vicente Huidobro (1893-1948), exploró e hizo uso de las experiencias literarias de poetas Modernistas hispanoamericanos como Rubén Darío, José Asunción Silva, Leopoldo Lugones y Julio Herrera y Reissig. Esto se hace evidente cuando leemos tres de los primeros libros de Huidobro: La gruta del silencio (1913), Canciones en la noche (1913) y Las pagodas ocultas (1914), libros estos de aprendizaje y donde a través de su escritura, el poeta se relacionó y se confrontó con este movimiento. En este aprendizaje se produce una ruptura que le permitió adentrarse y ampliar en las búsquedas que algunos poemas y versos de estos poetas Modernistas ya avisaban, produciéndose así una ruptura y una fundación. Los quiebres de esta ruptura se verán reflejados en su libro Adán (1916) y de manera más drástica en El espejo de agua (1916). En “Arte poética”, poema que abre El espejo de agua, leemos en su primer pasaje:

 

Que el verso sea como una llave

Que abra mil puertas.

Una hoja cae; algo pasa volando;

Cuanto miren los ojos creado sea,

Y el alma del oyente quede temblando.

 

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;

El adjetivo, cuando no da vida, mata

 

Estos son versos en los que aún se siente la presencia Modernista, pero en los que ya se ha establecido la simiente renovadora que crecerá haciéndose característica de la escritura del poeta a lo largo de su creación poética.

En un momento exasperante de coyunturas abruptas y fascinantes para la poesía y la cultura de Occidente, como lo fueron las tres primeras décadas del siglo XX, vemos a Vicente Huidobro inmerso en una creación renovadora que lo pone como a uno de los poetas más avanzados de la poesía escrita en español, permitiéndole entrar en contacto y establecer relaciones con las Vanguardias europeas que en esos mismos años hacían eclosión. Relaciones no siempre cordiales, en muchas ocasiones tensas, ásperas y cargadas de tramas ofensivas, empero, todas ellas enriquecedoras para un poeta que a través del Modernismo se había dado cuenta de como la cultura del mundo le pertenecía, que aprehenderla hacía parte esencial de su ser creador.

Ante la amplia y compleja herencia que la tradición de la poesía escrita en español compromete para quienes hacemos parte de ella, la actitud de Vicente Huidobro fue la de quien asume un viaje de reconocimiento por territorios familiares, por zonas con caminos y linderos comunes, con formas y maneras establecidas, memorizadas en sus usos y costumbres así, hasta su encuentro con el límite umbral de lo desconocido. Y es ahí donde Huidobro da el paso que lo hace un descubridor, alguien que se atreve a cruzar hacia lo desconocido. Cruzar ese umbral, asumir el reto de ir a nombrar lo inédito de las realidades de su tiempo, el vértigo alucinante del abrupto destructor y fascinante de su tiempo barajándose como un mazo de cartas sobre una superficie hiriente, empero renovadora. Estas experiencias lo llevan a concretar su propuesta Creacionista, la misma que le permitió a su escritura oxigenar temas tan recurrentes en la poesía como la muerte, el amor o los laberintos de la existencia.

De ese viaje nos dejó libros como Ecuatorial (1918) y Poemas árticos (1918), cuyos poemas por momentos parecen objetos verbales donde se condensa y expone la realidad tal como el itinerario de quien se asombra ante lo nítido de lo creado, aun en sus más exasperantes periodos e historias. Estos son poemas en versos que consolidan la apuesta del poeta por lograr imágenes Creacionistas, imágenes donde se presenta una realidad creada por el poeta. Esta presencia Creacionista en la escritura propuesta por Vicente Huidobro será esencial en la realización de sus poemas-libro Altazor (1931) y Temblor de cielo (1931).

Desde la polémica edición de los nueve poemas que componen El espejo de agua, la presencia de Vicente Huidobro se ha hecho fundamental en la poesía escrita en español. Por esas fechas su actividad pública, sus polémicas y su escritura alcanzan tramos creativos tocados por sus experiencias iniciales con el Modernismo y su posterior encuentro Vanguardista con la poesía escrita por esos años en Europa, fundamentalmente con la francesa. De todo esto queda registro en los libros Ecuatorial y Poemas árticos, como también en sus libros en frances: Horizon carré (1917), algunos de cuyos poemas son versiones de El espejo de agua, Hallali (poéme de guerre) (1918), Tour Eiffel (1918), Automne régulier (1925) y Tout á coup (1925). En estos libros se evidencia a Huidobro como poeta renovador e inevitablemente fundacional, lo cual, no dejó de ocasionarle rechazos, intrigas, malas interpretaciones y rencores curtidos por la envidia que afectaron su imagen y lograron retrasar la difusión de su obra.

Obra que sigue abriéndose camino a través de lectores que ven en ella la magnitud de su universo creativo, el poder de las palabras cuando asumen el vértigo de aquello que nombran. Hoy sabemos que la extrañeza causada por la poesía de Vicente Huidobro es generada por la renovada lectura que el poeta presenta en ella de los súbitos donde se moviliza la existencia que él aprehende a través de las palabras, y por el cómo las zafa de los lugares donde las han convertido en clises para estandarizar y aprisionar con ellas los ritmos vitales de la lengua en su capacidad de silencio y de comunicación. Las suyas son palabras dispuestas para penetrar, para aprehender lo nombrado y los silencios donde se cuece lo incógnito y su esclarecedor.

Es fascinante la pasión de Vicente Huidobro para la vida y para la poesía, la suya es una entrega visionaria al suceder vital, a lo maravilloso y lo abrupto de la realidad en su continuo. Para él la poesía es emprender un viaje por los filos peligrosos de lo creado por crear, un viaje maravilloso en lo cognoscitivo de su realización. Por ello, en la escritura de sus poemas el umbral alcanzado y penetrado resulta revelador, pararse en él produce vértigo, asombro ante la magnitud de sus encuentros y de sus hallazgos. Así, a través de las voces poéticas habitantes de sus poemas sucede una trama hilvanándose por entre los resquicios de la memoria y de lo inédito humano en su relación consigo mismo, el mundo y el universo.

Sus poemas no enrarecen el misterio, buscan esclarecer el misterio, por eso la nitidez penetrante de sus palabras, el súbito de sus imágenes procurando aprehender lo esencial de lo coloquial y de lo oscuro de la condición humana. Su obra es la puesta en escena de las tenciones humanas impulsadas por el arco de las palabras, silencio y origen de sus razones y de sus desvaríos ante lo incógnito. El drama que se vivencia en sus poemas, es el de lo incógnito cuando es tocado por la luz y la penumbra de las palabras que buscan desvelarlo y ponerlo de manifiesto.

La participación de Vicente Huidobro en las Vanguardias europeas fue franca y directa, fue posible por las búsquedas de un poeta atento a las realidades de su época, a las ascuas históricas e imaginarias donde se cocían las tenciones, las frustraciones y los sueños de generaciones tiradas a la intemperie. Todo esto fue asumido por él desde las palabras aprehendidas para narrar con ellas una poética donde se diera cuenta del maremágnum vivencial de esas primeras tres décadas del siglo XX, siglo que se abría alucinante en sus perspectivas y mansalva. Asuntos evidentes en el siguiente pasaje de su poema-libro Ecuatorial:

 


QUÉ DE COSAS HE VISTO

 

Entre la niebla vegetal y espesa

Los mendigos de las calles de Londres

Pegados como anuncios

Contra los fríos muros

 

Recuerdo bien

                               Recuerdo

 

Aquella tarde en primavera

Una muchacha enferma

Dejando sus dos alas a la puerta

Entraba al sanatorio

 

Aquella misma noche

bajo el cielo oblongo

Diez Zeppelines vinieron a París

Y un cazador de jabalís

Dejó sangrando siete

Sobre el alba agreste

 

Entre la nube que rozaba el techo

 

Un reloj verde

                               Anuncia el año

 

                               1917

 

Aquí cabe acotar que la ausencia de puntuación en casi toda la poesía de Vicente Huidobro contribuye para que el lector entre, lea y palpe siguiendo los ritmos de las imágenes que suceden aprehendiendo lo expresado por el poema.

A las Vanguardias, Vicente Huidobro contribuyó con el realismo concreto de sus imágenes produciendo inesperadas visiones, contribución posible por el estudio que en sus inicios hizo de su tradición poética en español, tradición de un realismo inexorable, aun en sus más drásticos quiebres. Lo descubierto por Huidobro a través de su escritura, y esto aplica para toda su poesía, no es la novedad promovida por el consumo imaginario de su tiempo, es aquello íntimo y común sobre lo cual pasamos sin ver ni tocar, sin darnos cuenta de su existencia. Así, desvelando cunden las palabras del poeta, como un ala interminable sobre la realidad y la otredad humana a través de sus poemas.

Por su carácter y por la conciencia que tenía sobre su ser creador, Vicente Huidobro casi siempre fue incómodo para los oportunistas y tramadores. Hoy resulta patética la ofuscante resistencia puesta contra su persona y su obra. Empero, Huidobro es un poeta que no dejó de celebrar la soberbia de vivir, de crear, de respirar y de saberse parte conmovedora del universo. Una prueba de ello es su magnífico poema-libro Altazor, en cuyos siete cantos consignó su viaje humano y creador por las tres primeras décadas del siglo XX, décadas tuquias de hazañas y de frustraciones, de interrogantes y de palabras que eclosionaron para aprehender la quebrazón de una época y convertirse en la voz de quienes buscan recuperarse del hartazgo y la mansalva que los pervierte y convierte en carne huera para el exterminio a través de enfrentamientos como la Primera Guerra Mundial, la Revolución de Octubre y la Guerra Civil Española, conflictos que dejaron las puertas dispuestas para lo que sería la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. Aquí es oportuno que leamos dos pasajes del “Canto I”:

 


Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad?

¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa

Con la espada en la mano?

¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un dios?

 

¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser?

Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir

¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce de todos los vientos del dolor?

 

Se rompió el diamante de tus sueños en un mar de estupor

Estás perdido Altazor

Solo en medio del universo

Solo como una nota que florece en las alturas del vacío

No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza

¿En dónde estás Altazor?

 

[…]

 

Cae

       Cae eternamente

Cae al fondo del infinito

Cae al fondo del tiempo

Cae al fondo de ti mismo

Cae lo más bajo que se pueda caer

Cae sin vértigo

A través de todos los espacios y todas las edades

A través de todas las almas de todos los anhelos y todos los naufragios

Cae y quema al pasar los astros y los mares

Quema los ojos que te miran y los corazones que te aguardan

Quema el viento con tu voz

El viento que se enreda en tu voz

Y la noche que tiene frío en su gruta de huesos

 

Después del vértigo descomunal sobre la condición humana que son los primeros cinco cantos de Altazor, en la escritura del sexto y el séptimo canto podemos conjeturar sobre la propuesta poética de un poeta como Vicente Huidobro, quien se encrespó en su idioma hasta alcanzar el nudo visible e invisible desde donde deconstruir las líneas canonizadas por una tradición más interesada en imponer una noción de la poesía al servicio del poder político y religioso, que en reconocer los fundamentos de la razón de ser expresada en las palabras de los poetas. Entonces, vemos al poeta sumergiéndose en las grietas que surgen entre las letras buscando nombrar con ellas los restos de un desorbitado naufragio, en este caso, el naufragio de una época que hace raices en nuestra época, a pesar de las alhajas exhibidas para hacernos creer que ese naufragio es un asunto del pasado. Así, podemos suponer al poeta en una isla igual que Robinson Crusoe, buscando entre los restos de su abecedario las letras con las qué balbucear el naufragio de su estirpe: “Ai aia aia / ia ia ia aia ui / Tralalí / Lalí lala / Aruaru / urulario / Lalilá / Rimbibolam lam lam / Uiaya zollonario / lalilá”. Sonidos saliendo a través de una voz curtida por la sal, el viento y la arena, una voz rasgada como un instrumento que está siendo afinado para la interpretación de una partitura inédita al filo del fuego, al filo de la rosa de los vientos.

Con Altazor y Temblor de cielo, Vicente Huidobro alcanza una cima única en la poesía de su época, desde la que no ha dejado de irradiar su lucidez como el poeta de una época donde los vientos de la historia se cruzan, produciendo para el poema un habla hasta entonces no imaginada. Un habla para narrar las azarosas transformaciones que produce la conciencia de un naufragio. Un habla en resurrección, encarnando desde el vacío, tal como nos dice en uno de los versículos de Temblor de cielo: “Estáis allí en esa interminable posición en que quedáis después de haber bebido el vaso de infinito que destila el vacío y que os convierte en ceniza respetable de antepasado inmemorial. De todas esas cenizas puede el azar hacer un astro nuevo”


El vértigo producido por las imágenes creadas por Vicente Huidobro en sus libros Ecuatorial, Poemas árticos, Altazor y Temblor de cielo, se recoge en los poemas que reúne y publica en sus dos últimos libros escritos entre 1923 y 1934: Ver y palpar (1941) y El ciudadano del olvido (1941), logrando en ellos imágenes concretas e insólitas en su dibujo verbal, empero, de un insólito cotidiano y conversacional. En estos últimos libros encontramos poemas fundados en una poética cuyas palabras acuden a la carnosa realidad a través del ver y palpar que el poeta ha desarrollado a lo largo de toda su escritura Creacionista. Aquí dos pasajes del poema “Reposo”, del libro El ciudadano del olvido:

 

Este andar de los huesos

Este andar de la carne

Este escalar los siglos

Y venir de tan lejos en abuelos perdidos

Este andar entre orillas desveladas

Nos dará una fatiga de experiencias amargas

Y un ansia de renuevo

Anhelo de aventuras de la sangre

Anhelo de no ser lo mismo y buscar lo que asombra

 

[…]

 

Oh molino del tiempo

El pájaro sin árbol conocido

Va entrando en sus canciones para nacer de nuevo

Y se deslumbra del sentido de su voz

 

Ya en los Últimos poemas, publicados por su hija Manuela en 1949, se reúnen poemas dispersos en revistas en las cuales colaboró el poeta y otros, que permanecían inéditos. En este libro encontramos poemas que cubren un amplio espectro de la obra de Vicente Huidobro, un espectro que permite ver los cruces y diálogos dados en sus poemas desde la década de 1920 hasta su muerte en enero de 1948. Uno de esos poemas recogido por su hija Manuela es “El pasajero de su destino” publicado en francés en 1931 y en español en la revista Sur en Buenos Aires en 1933, siendo un poema que sobrecoge por las grietas que atraviesan la voz del hablante poético, por los pasajes inesperados que cruzan sus versos. En uno de ellos nos dice: “Es así como somos / Y como nos paseamos hoy sobre la tierra / Precedidos por los ruidos de nuestros antepasados y seguidos por el dolor de nuestros hijos / Aferrados a nuestra edad y cantando cuando las rocas lloran la muerte de un velero que han preferido sin razón alguna / O tal vez porque lo vieron jugar en su infancia / O porque era hermoso todo lleno de viento viniendo del país del viento”.

El 2 de enero de 1948 muere el poeta, dejando una estela de años entregados a la poesía, de años también tocados por las polémicas que promovió o de las que fue objeto, ya en el campo de la literatura, ya en el de la política. Empero, la principal estela dejada por Vicente Huidobro es su obra, la magnitud de su obra que sigue creciendo, pues tal como él mismo lo dice en el poema “Départ” de su libro Poemas árticos: “El último verso nunca será cantado”.

 

NOTA

En el momento de escribir este texto he tenido presente la Obra poética de Vicente Huidobro, en edición crítica coordinada por Cedomil Goic y publicada por la Colección Archivos en 2003. 




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Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 164 | janeiro de 2021

Artista convidado: Cal Schenkel (Estados Unidos, 1947)

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