1 — Tu apellido —ya
me dirás lo que tantos te habrán preguntado: ¿algún parentesco con Osvaldo?— es
el de un insoslayable de nuestra música ciudadana. Podrías llamarte María Troilo,
María Discépolo, María De Caro, María Magaldi, María Arolas, María Cadícamo, María
Gardel. Con las letras de tango, María, con las milongas, con los valsecitos, con
el lunfardo, con Piazzola, con Susana Rinaldi, ¿cómo te llevás?...
MP — Muchos me preguntaron acerca de mi apellido, y otros
tantos me trataron con cariño, ya que les evocaba al maravilloso Osvaldo. Nuestro
apellido es originario de la zona de Puglia —Italia—, y sin dudas debe existir un
parentesco lejano que no verificamos, pero sospechamos, ya que físicamente mi abuelo,
mi padre y mi tío son muy parecidos a Osvaldo. Lo conocí en una pizzería de Villa
Crespo a la que asistía periódicamente; al verlo me acerqué y le dije “¿Osvaldo Pugliese?”, él se puso de pie con
una sonrisa y mirada interrogantes…, me dio un beso y le dije “Soy María Pugliese”, y nos reímos un poco
entre cierto intercambio de palabras. Creo que podría llamarme “Simplemente María”, bien tele-teatresco
lo mío…Tengo poco de compadrita, pero bastante de arrabalera
y chamuyera. La radio es una presencia
constante en mis cotidianeidades, desde muy chica, escucho mucho tango, sé las letras
de mis autores e intérpretes preferidos y las canto, en principio, bajo la ducha,
y si me dan espacio, en cualquier lado. Conviven en mi corazón Julio Sosa, Tita
Merello, Roberto Goyeneche, Ferrer-Piazzola, Amelita Baltar y tantos más.
2 — Participaste en
el Primer Congreso Internacional de Salud Mental y Derechos Humanos, en la Universidad
Popular Madres del Plaza de Mayo, en 2002, y en el Tercero, en 2004, con sendas
ponencias. ¿Querrías dárnoslas a conocer y trasmitirnos cómo valorás esas incursiones
en una universidad tan emblemática?
MP — Allí, donde hay una puerta para abrir, me dispongo
a pasar… La convocatoria a ese Congreso me pareció una propuesta necesaria y acorde
a los tiempos que corrían y hacia allí fui con las conclusiones de un trabajo de
campo que llevé a cabo durante cinco años en el Área Metropolitana de la provincia
de Buenos Aires —distrito de José C. Paz—. El eje fue “Lengua materna y diversidad
cultural”. La Universidad desbordaba de estudiantes, profesionales de diferentes
disciplinas, miembros de organizaciones sociales…: una fiesta. La exposición del
trabajo inquietó, por la temática y por los grupos sociales involucrados —inspectores,
directivos, docentes y comunidad educativa de Jardines maternales y de infantes—.
Lo que en ese trabajo se plantea como un diagnóstico, con el transcurso de los años
se convirtió en una trama que a modo de espiral se abrió a contextos mucho más complejos
(sigo profundizando en ellos). En los años 2003 y 2004, con un equipo multidisciplinario,
propusimos talleres de juego en un hospital infanto-juvenil de Salud Mental ubicado
en el Gran Buenos Aires. Quise centrarme en niños menores de seis años, y con dolor
y sorpresa descubrí que no había registro de niños menores de ocho años…; elegimos
casos de niños y niñas de ocho a doce años. En el Tercer Congreso expusimos las
conclusiones. Durante el mismo, se multiplicaron las ponencias, los talleres, los
asistentes. Otra fiesta. Las instituciones —como tales— tienden a clasificar, y
a mi criterio, toda clasificación y normativa es excluyente.
3 — Consta en una
plataforma de la Red que tu primer poema lo pergeñaste a tus doce años. Dieciocho
años después una Institución premia un poemario tuyo. Y no lo has publicado. Ha
quedado allá, en 1987, como un hito íntimo. ¿Cuál es la historia, qué te fue pasando
con esa obra? Algunos de los poemas de “A
paso de hombre”, quizá corregidos, ¿han sido incorporados a tus poemarios publicados?
MP — A los doce años comencé a escribir en forma sistemática
y exclusiva, poesía; desde los ocho escribí microrrelatos, crónicas y cartas, cientos
de cartas a mis abuelos y tíos italianos en un idioma precario y fabuloso, del que
me atraía el sonido más que el significado. Cuando percibía que no contaba con el
vocabulario adecuado, tomaba como referencia las cartas recibidas desde Italia y
las reformulaba. En mi humilde casa no había más libros que los manuales escolares.
Mi mayor influencia fueron “las bibliotecas orales”, constituidas por las narraciones
de familiares y vecinos, amigos de la familia, todos ellos emigrantes de las provincias
o inmigrantes: en dos cuadras a la redonda habitaban chaqueños, correntinos, paraguayos,
bolivianos, franceses, portugueses, alemanes, polacos, holandeses, españoles, austríacos,
árabes, italianos de Sicilia, Calabria, Potenza, Bolognia, todos con sus costumbres
y lenguas trasplantadas a una zona semipoblada del actual partido
de Malvinas Argentinas. Por lo tanto, no nos quedaba más que visitar una y otra
casa —la del almacenero, la del zapatero, la modista, el albañil, el plomero, el
obrero, el mecánico y el cura—, y en cada lugar aromas y músicas diferentes, objetos
misteriosos. En la casa de mis vecinos franceses vi por primera vez una enorme biblioteca
ubicada en una galería muy luminosa. Su dueño, Rogelio —ex seminarista— nos dejaba
explorarla, mirarla. La presencia de esos objetos me impresionaba. Cuando aprendí
a leer descubrí que estaban ¡escritos en francés!!! Ya no me importaba, ya me habían
transportado a mundos de aventuras y maravillas. Rogelio era buzo y había conocido
en Francia a Jean Cousteau, nos hablaba de él mientras recorríamos el mini museo
marino que había armado en el garaje. A medida que fui creciendo entendí que en
medio de tanta diversidad había una constante: todos llegaron a ese barrio escapando
de algo…
“A paso de hombre” iba a ser publicado de modo independiente, con formato
de cuadernillo por su brevedad; no hubo acuerdo ni morlacos, entonces decidí
participar del concurso con expectativas de una posible edición. Sólo hubo honores.
Casi todos los poemas fueron incluidos en “Esquirlas”, sin modificaciones.
4 — Me ha interesado
la opinión que el poeta santafesino Rubén Vedovaldi instaló en uno de los blogs
que administra el poeta neuquino Aldo Novelli, quien te presenta como “poeta de palabras aladas”, a propósito de
una muestra de textos tuyos: “Versos de ágil
claridad: un viaje de imágenes que nos abren a otras imágenes en creativo equilibrio
entre la razón y la intuición.” Transcurrido un cierto lapso entre lo que refiero
y hoy, más allá de la gratificación del halago, ¿qué añadirías? Hasta los títulos
de tus libros nos aproximan a equilibrios…
MP — Las imágenes y los equilibrios habitan tal vez en algunos
lectores, en otros el misterio de lo incomprensible, en otros el interrogante: “¿Esta pérdida latente e inasible es de verdad,
qué le pasó?”. Mi poesía emerge desde todos los sentidos —administrados por
la razón—, todo vale, lo de afuera y lo de adentro, en movimientos constantes, en
desorden y caos, al ritmo de la respiración y con el cuerpo del trabajo. Las palabras
con las que construyo los poemas son espejos, y lo que se refleja en ellos depende
de la luz, el lugar desde donde se mire y la mirada…, sobre todo la mirada…
5 — El poeta portugués
Al Berto (Alberto Raposo Pidwell Tavares, 1948-1997) afirmó: “Escribo con un sólo fin: el de salvar cada día”.
Y lo tenemos a Ernesto Sábato: “No he escrito
nunca por placer, he escrito siempre por no morir”. Vladimir Nabokov admitió
que escribía por placer y para quitarse de encima el libro en que estuviera ocupado.
Flaubert también: “Escribo sólo por el placer
de escribir (…) En mi pobre vida, tan vulgar y tranquila, las frases son aventuras,
y no obtengo otras flores que las metáforas.” Y León Tolstói, más o menos: “No escribo por ambición, sino por gusto.”
Gabriel García Márquez blandió que él escribía para que sus amigos lo quisieran.
Otros, como Alberto Moravia, sentenció: “Escribo
para saber por qué escribo”; o el venezolano Arturo Uslar Pietri (1906-2001):
“Escribo más para entender lo que busco que
para expresar lo que entiendo”. Instalada vos, con ellos, en la pasarela, ¿por
dónde te ubicás? Esto es: ¿de quiénes quedarías más cerca?
MP — Me siento un poco más cerca de Moravia, y parafraseándolo
diría que “escribo para saber por qué escribieron otros”. Los fines fueron virando en cada etapa de la vida, pero coinciden
con lo que expresan “los monstruos” que citás y me alejan totalmente de lo expresado
por Sábato.
6 — El amor, la lectura,
el dinero, la religión, la política… ¿Cómo dirías que te has ido relacionando con
esos asuntos?
MP — El amor a la política me enseñó a trabajar en grupos
y con propósitos colectivos —y como todo gesto amoroso, me ayudó a sobrellevar las
derrotas—. Las lecturas compartidas y comparativas contribuyeron a la organización
de mi trabajo. El dinero va y viene. Y el amor en todas sus expresiones es casi
mi religión.
7 — Me agradaría que
nos comentes respecto de tu modo de encarar el ensayo. Complementariamente, puesto
que sé que tenés en elaboración un par de estudios sobre las obras de Myriam Fraga
y Aleilton Fonseca, de quienes, además, has traducido textos al español, también
te pido que nos acerques a ellos.
MP — El primer ejercicio de análisis literario fue acerca
de Julio Cortázar; lo escribí a pedido de una compañera directora de la revista
del colegio secundario —ya se había difundido en ella un poema mío—. Y fue, en verdad,
una excusa para adentrarme en la vida y obra de Cortázar, cuya lectura le estaba
dando bastante trabajo a mis catorce años. Así es como ocupándome, sin apuros, de
uno u otro autor con el que me identifico por alguna cuestión, escribir acerca de
ellos me obliga a sistematizar las lecturas. Intento en los ensayos concretar un
análisis de un aspecto de la obra —el mismo varía según el autor— desde una perspectiva
socio-histórica.
Conozco bastante la obra de Aleilton Fonseca —contemporáneo—,
es poeta y narrador. Al principio traduje algunos cuentos y el año pasado comencé
con la poesía. El contacto con Myriam Fraga es más reciente; su obra es muy compacta
y original, con identidad marcada; es contemporánea de Alejandra Pizarnik, y en
la actualidad me encuentro entrecruzando sus propuestas poéticas. Veremos qué resulta.
8 — Expusiste, por
ejemplo, en coloquios de literatura bahiana, en Brasil, y en un simposio en Paraguay.
¿Cómo te han resultado esas participaciones?
MP — La primera participación en San Salvador de Bahía fue
en 2011, por gentileza de los miembros de la Academia de Letras de Bahía. Mi conferencia
se centró en el escritor Antonio Castro Alves, “el poeta de los esclavos”. El título de la misma fue “Antonio Castro
Alves: hermano de los pobres, hijo de la tempestad”. Expuse en español; la presencia de estudiantes —en su mayoría negros—
me emocionó, literalmente hasta las lágrimas. La segunda fue en 2013, con un ensayo
acerca de la poesía de Myriam Fraga, quien estaba sentada en tercera fila, atenta
y sensible; otra emoción compartida…
En Asunción del Paraguay el eje fue la poesía en las
tres orillas: Paraguay, Argentina y Brasil. Abordé al autor Aleilton Fonseca —brasileño—
en su libro de poemas “Un río en los ojos”.
Cada encuentro de este tipo, cualquiera sea el lugar en el que se concrete, nos
exige mucho esfuerzo a los escritores, ya que en la mayoría de los casos tenemos
obligaciones laborales y/o personales. A pesar de ello provocamos encuentros presenciales
para reafirmar lazos que se originaron a través del correo postal, luego el electrónico
y ahora a través de las redes. Por ejemplo, con los escritores bahianos inicié el
primer contacto catorce años atrás; pero lo mismo sucede con escritores de mi propio
país o barrio.
9 — En tanto que además
del castellano y el latín, no te son ajenos los idiomas italiano, inglés y portugués,
y uno de tus artículos éditos en 2007 es “Lengua y literatura: ¿qué significa enseñar
una lengua?”, te disparo: María, ¿qué significa enseñar una lengua?
MP — Realmente es un disparo, Rolando. Si tuviera la respuesta…
Ése fue el título de un seminario en el que participé —no fui la única exponente—
en el año 2006 en Buenos Aires, destinado a profesionales de diferentes áreas que
trabajaban con niños/as menores de seis años. El mismo fue grabado y desgrabado,
aquí va un fragmento: “Cualquier
elemento puede ser un signo en la medida en que signifique algo distinto de sí mismo,
que lo represente. Un grito espasmódico acompañado de la agitación de los miembros
es signo de dolor, no es el dolor. Lo esencial es que la señal que envía un mensaje
a un receptor esté dentro de un sistema —aunque se trate de códigos elementales—,
y que el receptor entienda el significado del mensaje. Todo lenguaje se articula a través de códigos
y por ellos podríamos distinguir al lenguaje
verbal —cuyos signos son artificiales, por lo tanto, engañosos— del lenguaje natural manifiesto en los rasgos
fisonómicos, la indumentaria, la liturgia como reiteración de formatos a modo de
rito. La diferencia entre los lenguajes naturales
y las lenguas formalizadas es su relación
con el contexto; las naturales son dependientes
del contexto, por lo tanto, más concretas, en cambio las formalizadas son independientes
y exigen un mayor grado de abstracción y objetividad. Los niños/as más pequeños se manifiestan muy
receptivos ante los lenguajes no verbales, si esto es tenido en cuenta por los adultos,
cuanto más organizado sea el uso del lenguaje verbal en situaciones cotidianas,
más fluidos serán los vínculos comunicacionales. En toda lengua existen palabras
cuyo significado está dado por el conjunto de circunstancias externas que lo rodean,
y esto da origen a un problema de carácter léxico que aparece con mayor frecuencia
en niños/as menores de cinco años: no existen relaciones siempre exactas entre los
planos significativos y el plano fonético de cada una de las palabras de una lengua.
A veces una misma combinación de fonemas puede poseer diferentes significados, otras
en cambio es un mismo significado el que admite distintas combinaciones fonéticas.
Estos matices que abordaremos con más detalle más adelante, acarrean equívocos que
interfieren en los procesos de enseñanza-aprendizaje.”
10 — ¿Perdura inédito
desde el 2005 ese ensayo que titularas “Poesía e infancias”? ¿Nos transcribirías
un tramo?
MP — Sí, cada vez encuentro una nueva arista y sigo. Muchos
escritores abordaron el tema —Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, María Elena Walsh,
Federico García Lorca, José Martí, Juan Ramón Jiménez, entre otros—. Ellos me aportaron
mucho desde lo conceptual, pero en la organización metodológica del trabajo estoy
más cerca de García Lorca. Aquí transcribo uno de los apartados de “Poesía e infancias”:
“Nana, arrullo, regazo.”
“Algunos autores reconocen en las nanas el primer
contacto con el lenguaje práctico, tal vez por su esencia evocativa, sintética,
eficaz, rítmica y, sobre todo, por ser un vehículo de emoción y sentimientos. Las
nanas no admiten dispersiones, exigen una respuesta inmediata ante una necesidad
concreta biológica y/o afectiva. Arrullar, inducir al sueño, calmar, consolar, jugar,
son sus funciones genuinas. En forma directa —a través del contacto de los cuerpos—
o indirecta —con la voz y el ritmo como mediadores— constituyen un diálogo íntimo.
El encuentro es corporal, en él tanto
la posición de los brazos como el tono muscular del regazo, la placidez del sostén,
los ritmos de la respiración “del otro”, los latidos de la sangre, delimitan ese
espacio de contención. El vaivén del arrullo se refuerza con la mirada, la caricia
y un suave murmullo.
¿Cuándo y por qué surge, entonces, la palabra? El lenguaje verbal es evocación,
es una representación “artificial”, no se puede prescindir de la presencia concreta
durante el arrullo, pero sí de la palabra y ésta a la vez puede prescindir del regazo.
El término “nana” alude a la mujer cuidadora, encargada de amamantar y asistir a
los bebés hijos de nobles.
¿Cuál es su relación con las primeras composiciones
poéticas? Imagino a estas mujeres, en ocasiones con varios niños a cargo, inclusive
sus propios hijos, yendo y viniendo desde los quehaceres domésticos hacia las cunas
desde donde reclamaban “su presencia corporal”. Las cunas contaban con un arco en
su base que permitía la oscilación rítmica del vaivén, imagino a estas mujeres ocupadas
tratando de hacerse presente a la distancia, con un pie sobre el arco al ritmo del
vaivén: la voz, el ritmo, el canto y las palabras constituían entonces esa otra
presencia física, la del lenguaje emotivo.”
“Son las
pobres mujeres las que dan a los hijos este pan melancólico y son ellas las que
lo llevan a las casas de los ricos. El niño rico tiene la nana de la mujer pobre,
que le da al mismo tiempo, en su cándida leche silvestre, la médula del país.
Para provocar
el sueño del niño intervienen varios factores importantes si contamos, naturalmente,
con el beneplácito de las hadas. Las hadas son las que traen las anémonas y las
temperaturas. La madre y la canción ponen lo demás.” De la conferencia “Las nanas infantiles”,
Federico García Lorca, español (1898-1936).
“Los rastros de estas composiciones simples,
breves, improvisadas, hasta a veces sin rimas, permanecieron a lo largo de la historia
por su transmisión en cada núcleo familiar a modo de secreto con poderes mágicos.
Constituyeron un recurso apropiado para “hacer tiempo” antes del auxilio; en sus
melodías y en sus palabras se reconocen al decir de García Lorca “la sangre” del
calor histórico. Monotonía y melancolía conforman las esencias de las nanas. Son
necesarios dos ritmos: el ritmo físico de la cuna, la silla o el vaivén del cuerpo,
y el ritmo intelectual de la melodía. El adulto alterna estos dos ritmos con distintos
compases y silencios; los combina hasta conseguir el tono justo que encante al bebé.
El texto no tiene valor, el cansancio o el dolor ceden ante el ritmo y la vibración
de la voz sobre ese ritmo.
En la melodía se refugia la añoranza de tiempos pasados ya que define los
caracteres geográficos y la línea histórica de una región. La canción de cuna perfecta
se podría lograr con la repetición de dos notas entre sí, alargando sus efectos.
El objeto fundamental es dormir al bebé que siente ganas de jugar, por lo que el
canto es un modo de incentivación al juego que él mismo genera a través del balbuceo.
Las palabras, entonces, son un instrumento de
los adultos al que transfieren sus propias necesidades; asimismo, a través de ellas
los niños se trasladan fuera de sí, a la lejanía, a sitios fabulosos habitados de
aventuras… para hacerlos volver a sus regazos, para que cansados, concilien el sueño.
Los personajes recurrentes de las nanas son seres “activos”, con movimientos gráciles.
A oídos de los niños constituyen una precoz iniciación al lenguaje poético, quienes
fueron iniciados en este rito acuden a él aún en edad avanzada a través no sólo
de la apreciación poética sino también de los juegos con el lenguaje, adivinanzas,
enigmas etc.…”
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Curadoria & design: Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
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