La vida, del calefón a la Biblia
La
crónica oficial cuenta que, en 1942, cuando el poeta tenía 44 años, fue sacado
por la fuerza policial de un sombrío altillo de la zona del Congreso Nacional,
para ingresarlo al neuropsiquiátrico Borda, ubicado en el viejo barrio porteño
de Barracas. Ese mismo año lo habían expulsado de la Biblioteca Nacional por
haber promovido graves desórdenes en el recinto de calle México. Tenía la misma
edad de Jorge Luis Borges, pero no era su amigo. Colaboraba en las revistas
Martín Fierro y Mundo Argentino, entre otras, y en el emblemático diario
Crítica, de Natalio Botana. Además, frecuentaba los ámbitos literarios más convocantes
de aquella época. Era un poeta destacado, que tocaba, sin saberlo, el cielo de
un flamante surrealismo. Y sus únicos tres poemarios editados ya habían
alcanzado el reconocimiento de la cofradía cultural: Molino rojo (1926), Hecho
de estampas (1929) y Estrella de la mañana (1931).
El poeta
argentino Daniel Calmels escribió el prólogo para la publicación de la poesía
completa de Fijman, publicada por Ediciones del Dock en el año 2005. Cuenta que
a partir de los 33 años Fijman adopta una vida mística, abandonando
gradualmente los lazos comunicantes con una sociedad iluminada por las luces
del progreso, pero, a la vez, ensombrecida por la existencia de otros sectores
empobrecidos que reclaman trabajo, comida y justicia. Leo a Juan Jacobo
Bajarlías, lamentándose por el andar errático de Jacobo entre harapos, migajas
y plegarias. “Su poesía ya no es la palabra. Ha perdido el cuerpo, la apetencia
por el mundo”. También Calmels reflexiona sobra ese pasaje en la vida de
Fijman, cuando soportaba estoicamente las penurias terrenales, mientras
poéticamente se empecinaba en hallar un destino místico: “Su cuerpo no tiene
más sentido. Del Cristo rojo al poeta Angélico”. No obstante, con el hombre
extraviado en la desesperanza, la traza de su escritura se vuelve más auténtica
y circunda desde la firmeza del cristianismo pasional, insurrecto, de su primer
libro, hasta la revelación celestial, impulsada por el mensaje bíblico que
acicala cada uno de sus nuevos poemas. Abraza una vida mística, inmaterial, sin
límites, donde no importa la estatura de los hechos, sino la altura de la imagen
transformada en palabra y expresada sin freno. Paralelamente, bullía dentro de
él una esquizofrenia cada vez más excitante, que, junto al reto del alcohol en
noches de delirio, comenzaron a funcionar como una molesta provocación hacia la
sociedad cautelosa. Una lenta marcha a la demencia que lo trasladó a las
puertas del suplicio. La transición esotérica de su escritura, que dejó a un
costado al Cristo del Molino Rojo para llegar al Ángel
redentor de su Estrella de la mañana, había quedado grabada en los libros.
Ahora, la realidad lo obligaba a dar el salto decisivo de la pasión a la
tragedia.
Regreso
a la década del veinte, precisamente a 1924, cuando el surrealismo estalla en
Europa y dinamita los cánones conservadores a través de sus proclamas de inconsciencia
e irracionalidad. Fijman aun no tenía en claro el alcance de ese extraño
movimiento surgido desde el manifiesto bretoniano, pero sus poemas reflejaban
cierto parentesco con las revolucionarias manifestaciones artísticas. Era un
poeta hiperbóreo -concepto que años más tarde utilizó un médico para referirse
a su estado mental-, porque explicaría la realidad/irrealidad con metáforas trascendentes
que estaban fuera de la norma. Un lenguaje exultante que lo acercó al
cristianismo, al humanismo más ilusorio. Y que lo rebalsó de imágenes y versos
de extrañísima belleza. Por entonces, se lo reconoce públicamente como un poeta
cautivante, cronista de lo absurdo, que habla de lo divino y lo inhumano de una
manera positiva, es decir, como si no hubiera peligro en su decir, sino
compasión por aquel que no lo comprende y resignación por un mensaje que nadie
escucha. Fijman defiende su vida tal como es, no a costa de los recursos
materiales que brinda el sistema, ni de las reglas predeterminadas que se
apoderan de los cuerpos y las mentes. La defiende con su andar cansino y
andrajoso, con su modo de ser sereno, pero a la vez irascible, ante la cerrazón
de los que se niegan a ver lo imposible. Porque la vida no la construye su
raído ropaje, su pipa y los escasos y preciados libros que descansan al costado
de un camastro. La vida en Fijman suena como el violín que ya no tiene, emitiendo
melodías de la infancia y recuerdos de un viaje fantasmal desde las heladas
tierras de la Rusia feudal a una ciudad menos fría y cosmopolita, hecha de tangos
y milongas, de faunos y plebeyos. La vida de Fijman transmite pureza,
sentimiento, rebelión. Y lo dice cada uno de sus poemas, reproducidos en el
hacer diario y en la memoria, en la conquista del cielo y en la búsqueda de un
dios más piadoso.
“Ah, las ilusiones de la mente y la realidad de las
verdades”, le habrá respondido el poeta al espejo, cuando se ha mirado, intentando
aprehender algún rasgo de alivio para su alma en pena: Desnudo / siempre
estoy como una llanura. Rescato este fragmento del poema Mortaja, que
refleja el sentido de su pasado, presente y futuro: una inmensa planicie, sin
estribaciones que escalar, a veces iluminada por los soles de la imaginación, a
veces apagada por las lluvias de la tristeza. Supimos que Fijman no estaba
realmente loco, tampoco era un sodomita; sólo fue un sujeto afable e indefenso,
tal vez desenfrenado en acceder a los misterios de la intemperie, la soledad
del poema o los placeres de la insumisión. Y, sobre todo, un sujeto que quiso
desprenderse de toda identidad cívica para ser o simular un cristo desamparado,
como también pertenecer al reino de ángeles dolientes. Ese fue el destino de su
escritura. Y el tránsito al desvarío emocional.
Junto a la
Biblia y sin calefón
El gran pintor
José Batlle y Planas fue uno de los precursores del surrealismo en la Argentina.
Siendo adolescente entabló una cálida relación con un Fijman mayor a él, dedicado
a la poesía y la música, aunque también ya mostraba predilección por las artes
plásticas. Al tiempo, supo de la publicación de los poemarios de Jacobo, de un
feliz viaje a Europa costeado por el noble Oliverio Girondo y luego del
peregrinaje selvático por tierras paraguayas y brasileras realizando conchabos
indignos, sólo para comer y dormir bajo un techo. Battle y Planas lo admiraba y
lo embanderaba con la enseña surrealista. Y fue quien se dio cuenta de la
ausencia de Fijman por aquellos lugares de reunión que frecuentaba. ¿Qué
sucedió con él? ¿Dónde está el poeta? Todos conocían sus delirios, su
empecinado deseo de transformarse en un giróvago invisible, su insaciable
vagancia por las calles porteñas, su incapacidad para intentar obtener algún
dinero para mitigar la existencia. Pero, Fijman no apareció nunca más. Entre
tanta pena y desconcierto, pasaron los años. Aldo Pellegrini, otro padre del
surrealismo argentino, se lo había advertido a una sociedad de literatos
indiferentes, saludando al gran poeta sumido en la miseria exterior por no
querer soportar la miseria interior de la mayoría de los hombres. Y ya
nadie conoció su paradero. Batlle Planas, apesadumbrado por haber dejado a su
amigo solo en el mundo, pronosticó dos posibles destinos: muerto o internado en
algún hospicio. Entonces surgió la presencia solidaria del poeta Vicente Zito
Lema, quien se lanzó a la búsqueda del impredecible Jacobo. Allí, en el Borda,
negado por el afuera, pero omnipresente en su universo interior, lo esperaba el
poeta y el pintor, como si fueran dos artistas con un mismo rostro. Entonces, Vicente
se transformó en otro amigo fiel que lo rescató de las tinieblas, logrando
restituir su confianza y regresarlo al Paraíso de la creación.
En sus últimos
años, Fijman encontró algo de sosiego y comprensión en la mirada de algunos
profesionales de la psiquiatría, que supieron penetrar en el ser humano y
olvidaron al enfermo. Su mente siempre fue una hoguera y sólo disminuía la
pujanza de las llamas cuando el río de la palabra bajaba como un fresco
torrente de revelación. También la visita de viejos y nuevos amigos ayudaron a
que su residencia tuviera otro atractivo. Ahora vivo detrás de mí mismo
expresa su poema Molino. Dentro del neuropsiquiátrico Fijman buscó la huella de
lo inefable. Subió al sueño de volar y luego se precipitó a tierra, sobre un
rojo campo de desesperanza. Lo celestial se convirtió en su placer máximo,
despertando un febril impulso por apoderarse del mundo irreal y sentirse un
autómata en busca de su creador. En su cuarto hallaron cuadernos con poemas
inéditos, dispersos en el tiempo, que Ediciones del Dock pudo incorporarlos al
libro de su poesía completa. Algunos de esos textos se leen como temblores
bíblicos, como plegarias de un verdadero sufriente: Tú, que todo lo puedes,
tú, el más fuerte, / vuélveme al polvo, a lo que ayer he sido. También
surgieron en esos años una gran variedad de pinturas y figuras que reflejaban trazos
fantasmagóricos, resignificando la tragedia humana. Una obra pictórica dolorosamente
bella, triste, cargada de religiosidad y alucinaciones. Fijman le demostraba al
mundo que era un artista esencial, abandonado por la gratitud. Reproduzco las
propias palabras de Jacobo, extraídas del prólogo de Calmes, acerca de lo que
pensaba sobre su pintura: Ahora lo hago para purificar mis sentidos,
externos e interiores. Sólo de esa forma es válido pintar o escribir. Y hasta
que los que se dicen pintores o escritores no lo entiendan, deberían dejar esas
cosas. Porque están mintiendo. El arte tiene que volver a ser un acto de
sinceridad. Una verdadera definición de principios ético y estético. El
encierro convertido en creación a causa de la torpeza institucional. ¿Dónde se
alojó el Bien y dónde el Mal? Sólo el arte lo supo.
Dicen que los artistas
siempre piensan en la muerte. Lo piensan desde el afecto, lejos del espanto. La
muerte es el gran enigma de la humanidad y concentra todos los misterios, desde
la ciencia más rigurosa al misticismo más elevado. Norbert de Varenne, uno de
los personajes ficticios de Maupassant, interpela al lector en una de sus
narraciones: ¿para qué el amor, el dinero, la fama, si más allá de todo está
el gran interrogante de la muerte? Creo que Fijman sabía que sólo el que no
ha vivido inmerso en la desolación teme morir. Pero, ¿cómo vive un sujeto sin
nada y sin nadie? La poesía nos posibilitó una respuesta, al mostrarnos que un
poeta puede que sea asestado por la demencia y tal vez no regrese más a un
sitio de bienestar y cordura, pero jamás perderá de vista la elocuencia de su
escritura: De mal en peor / tildaron mi locura; / merma mi ausencia, /
enflaquecen mis manos dadivosas / como las mulas viejas. A Jacobo Fijman no
le alcanzó su gabán para cobijarse del frío y la miseria, pero pudo resguardar
su alma para engrandecer el ruego, para alcanzar la gloria eterna.
Hiperbóreo. Prohibido intentar curarlo, anunció el
doctor Miguel. Lo narra Calmels en el texto introductorio. No es un término de
la psiquiatría tradicional, pero me animo a decir que aquel médico vio en
Fijman a un cristo trashumante, pagano, etéreo, que viajaba de un sitio a otro
porque no tenía dónde afincar los pies o, en su caso, la mente. Leo sobre
ascuas sus proféticos versos, altamente humanos, amorosamente surrealistas: Se
acerca Dios en pilchas de loquero / y ahorca mi gañote / con sus enormes manos
sarmentosas; / y mi canto se enrosca en el desierto… Fijman murió en los
últimos días de 1970, a los 72 años, en un Borda desértico de clemencia, al sur
de la ciudad de Buenos Aires.
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Cierro los ojos.
Tal vez en mi sueño pueda divisar al poeta aferrado a la Biblia, junto al
calefón que entibió el agua de sus días oscuros, escuchando el tango de
Discepolín y riéndose del efervescente cambalache social que sigue creciendo por
afuera del muro.
CANTO DEL CISNE
Demencia:
el camino más alto y más desierto.
Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
tosen las muecas
y descargan sus golpes,
afónicas lamentaciones.
Semblantes inflamados;
dilatación vidriosa de los ojos
en el camino más alto y más desierto.
Se erizan los cabellos del espanto.
La mucha luz alaba su inocencia.
El patio del hospicio es como un banco
a lo largo del muro.
Cuerdas de los silencios más eternos.
Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.
¿A quién llamar?
¿A quién llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?
Se acerca Dios en pilchas de loquero,
y ahorca mi gañote
con sus enormes manos sarmentosas;
y mi canto se enrosca en el desierto.
¡Piedad!
Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi nombre.
Mi voz:
Pequeña línea, pequeña canción que nos separa de las cosas.
Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de humedades blancas.
Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.
GABÁN
Soy una alforja
de lluvias.
Mi corazón regó en las primaveras
sementeras de espacio;
por ello mi cabeza
es una gorra remendada y parda
(genialidad)
o, un gabán roído,
pues he amado.
El pienso de mis días
desparramé en las sendas;
rompí todas las tejas
de los pesebres
humanos.
De mal en peor
tildaron mi locura;
merma mi audacia,
enflaquecen mis manos dadivosas
como las muelas viejas.
¡El gabán de mi ser se va pudriendo!
DESMOND MORRIS (Reino Unido, 1928). Sus grandes pasiones son los animales y el arte. Es zoólogo, con doctorado en Oxford, etólogo, pintor surrealista y experto en sociobiología humana. Ha publicado 48 artículos científicos, escrito 80 libros y ha sido traducido a 43 idiomas. Entre 1956 y 1998, presentó más de 700 programas de televisión. También pintó más de 3400 cuadros y presentó 60 exposiciones individuales. (Fuente: U.Porto) Uno de sus libros más destacados es The Naked Ape (1967), además de ser conocido por su programa de televisión Zoo Time, en la década de 1960, en ITV.
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Número 228 | abril de 2023
Artista convidado: Desmond Morris (Reino Unido, 1928)
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Belíssimo texto e belíssimos poemas que me emocionaram profundamente.
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